Esta vez Goliat fue autorizado a ingresar a la vivienda. Mariana se limpió cuidadosamente las manos y Julián se aseguró de que no quedaran vidrios en los cortes. Emilia trajo el botiquín y lavó con antiséptico las cortaduras dejándolas sin vendaje por no ser muy profundas. Después escuchó el relato de su hija junto a los hombres. Cuando terminó, los rostros de los oyentes denunciaban la preocupación por el incidente.
-¿No me habías prometido que no te alejarías de la casa sola? –reprochó Emilia.
-No fue mi intención, mamá. Salí para asegurarme de que a Goliat no le faltara agua y después lo oí moverse entre los árboles. Además, no aluciné. Lo vi asomarse por la puerta de la cabaña, así que entré a buscarlo porque en su compañía me sentía segura.
La mirada nerviosa de la madre osciló entre los rostros varoniles. Leyó preocupación en los semblantes y, por un momento, la ganó una sensación de desamparo. ¿Qué podrían hacer dos mujeres si sus hombres se mostraban intranquilos? Desechó estos temores cuando se le impuso su rol materno. No podía perderse en ese laberinto de inseguridad si quería proteger a Mariana. Su voz sonó firme cuando urgió al grupo:
-Sentémonos y hablemos de lo que leyó Mariana y de todas las cosas que han pasado en la casa. Por alguna razón estamos dilatando esta charla.
-Sí –asintió Luis.- Supongo que choca con nuestra racionalidad pero no podemos ignorar que las manifestaciones extrañas parecen ser cada vez más peligrosas. Creo que la presencia de Mariana ha desencadenado estos fenómenos y que cada vez se abren más a su comprensión. ¿Estoy equivocado, querida?
La nombrada se tomó un momento para contestar, conciente de la expectación del trío.
-No sé qué experiencia tendré que afrontar para tratar de concluir una historia con cuyo final estoy comprometida. Sé que podría irme y no exponerme y exponerlos –los contempló con desasosiego, pero la firmeza de las miradas devueltas le aseguraron de que no transitaría sola esa prueba- pero siento que tengo una obligación con esta abuela que no conocí y fue capaz de anticiparme antes de que naciera…- terminó con voz temblorosa.
Julián no pudo controlar el impulso de atraerla hacia su pecho. El cuerpo que se abandonó al abrazo lo colmó de una sensación de potencia capaz de desafiar al mismo infierno si así tuviera que salvaguardarla. Acarició la cabeza de la muchacha y depositó un beso en su frente. La separó con desgano
-Quedan tres días hasta el viernes. Opino que debemos movernos por la casa al menos de a dos, especialmente Mariana –dijo con calma.- ¿Están de acuerdo?
-Si quieren conocer mi opinión –acotó Emilia- y aunque contradiga a mi hija, creo que deberíamos marcharnos y deshacernos de este lugar. Lejos de acá las cosas volverían a la normalidad.
-No escuchaste bien lo que dije, mamá –intervino Mariana.- Si antes no quería irme por conocer la casa de mi padre, ahora tengo un compromiso que no quiero eludir.
-¿Y si buscamos una solución intermedia? –Dijo Luis incorporándose.- Tal vez debiéramos alejarnos temporalmente y regresar el viernes.
-¿Y adónde iríamos, si se puede saber? –Preguntó Mariana, molesta.
-A mi casa. Está disponible la habitación de mi madre y hay una de huéspedes –intervino Julián tratando de ser convincente para la muchacha.- Estamos al lado, Mariana, pero distanciados de cualquier anomalía. ¿Por qué correr riesgos innecesarios?
La joven tomó aire. El ofrecimiento le produjo una extraña zozobra. ¿Debía dejar la casa ahora? Una certeza la invadió. Debía consultarlo con su abuela.
-Tengo que ir al baño –declaró- cuando vuelva lo hablaremos.- Y salió de la estancia fuera de la vista de los reunidos.
Subió sigilosamente las escaleras y pasó por su habitación para buscar el colgante. Un impulso la obligó a volverse y tomar la llavecita rescatada del pozo. Luego entró al dormitorio de Victoria. Se paró frente al cuadro y no titubeó en proyectar su pensamiento hacia la imagen de la mujer reclinada:
-Abuela, ¿debo irme de la casa?
Esta vez no hubo modificaciones en la pintura. Sólo una voz resonando en su cabeza:
-No. Debes permanecer aquí para recobrar tu percepción. Se fortalecerá cada momento y se nutrirá con la energía de los que te quieren bien. Evita entre tanto estar a solas. Este cuarto fue el de tu padre hasta que Victoria lo ocupó. Busca los rastros de su pasado. La llave te abrirá la puerta.
-¡Mariana! –el grito y la puerta al abrirse bruscamente, truncaron la conexión con su abuela.
Emilia entró, agitada, seguida por los dos hombres. La tomó de un brazo y la obligó a volverse. La muchacha miró el rostro descompuesto de su madre y sonrió para tranquilizarla.
-Mamá, sólo quería hacerle unas preguntas a la abuela.
-Quiero que me escuches atentamente, Mariana –dijo la mujer sin soltarla.- Estamos expuestos a manifestaciones extraordinarias que se forman a tu alrededor. Leíste una advertencia sobre no estar sola, y lo primero que hacés es ignorarla. ¿Querés matarme de un susto cuando desaparecés sin decir nada?
-Tranquila, mamá. Sólo quería asegurarme si era conveniente alejarme de la casa. Y no lo es. Debo… –se corrigió- Debemos quedarnos aquí. También hay que buscar en esta habitación cosas que pertenecieron a papá.
-¿Qué cosas? –preguntó Julián.
-No sé. La comunicación desapareció cuando entró mamá.
-¿No podés retomarla? – intervino Luis.
-No. Es como si mi cabeza se hubiera vaciado. No perdamos tiempo. Hay que revisar todos los muebles y encontrar el cajón que abre con esta llave –la mostró a los presentes y se dirigió hacia la mesa de luz.
Los demás la imitaron con el resto del mobiliario. Observaron con detenimiento cada espacio hasta que la frustración los ganó. Ninguna cerradura coincidía con el tamaño de la pequeña llave. Emilia repasó el guardarropa apartando cada una de las prendas. Disimulado en el panel lateral, encontró lo que buscaban:
-¡Aquí parece haber una puertita! – señaló.