domingo, 26 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXXIII

Mariana se aletargó bajo el calor del sol esperando el regreso de Julián. Sólo con él se atrevería a compartir la pesadilla que la asaltó desde la pantalla de su terminal. Abrió los ojos cuando el cálido aliento de Goliat resopló contra su cuello. La figura de su dueño se erguía delante de ella observándola con profunda concentración. La joven se incorporó y lo tomó de un brazo:

-Tengo que hablar con vos. Caminemos.

Cuando llegaron al límite del solar con el bosque, ocultos a la vista de los mayores, le refirió la imagen que había llegado a su e-mail.

-No quise decírselo a mamá ni a Luis. De cualquier manera el mensaje desapareció de la pantalla.

-Creo que las cosas se están acelerando –opinó el joven- y temo cada vez más por tu seguridad. Estas ilusiones son intentos para socavar tu ánimo, de modo que tendrás que esforzarte en ignorarlas. Hasta el viernes es mejor no propiciar ninguna situación que debilite tus defensas.

El tono de Julián era tan contundente que por un instante ella desplazó la responsabilidad de su rol hacia el hombre. Reaccionó al momento sabiendo que sólo sus conocimientos sobre la historia de la familia le darían la ventaja para luchar contra los designios de su tía. No se le ocurrió más que preguntarle:

-Y entonces, ¿qué haremos hasta el viernes?

Él se acercó y le dijo en voz baja:

-Tenernos el uno al otro, ¿qué te parece?

Mariana lo miró turbada. Esta proposición hecha con calma la sacudió más que una declaración de amor apasionada. Tenerse el uno al otro implicaba un acercamiento sexual y un compromiso de a dos. ¿Acaso no lo había vislumbrado? Antes de que pudiera contestarle, el joven la tomó por los hombros y manifestó con aspereza:

-No sé que va a pasar el viernes, pero daría la vida por librarte de cualquier mal. Y todavía no te he besado, que es algo que deseo desde que te ví.

-¿Desde que me viste en el súper…? –preguntó tontamente.

Julián la atrajo contra su cuerpo y bajó la cabeza buscando la boca de la joven. Su designio era inexorable. La besó con delicadeza explorando con sus labios la boca trémula para luego adentrarse en una caricia que los dejó sin respiración. Fue un beso inédito que dio de baja las experiencias anteriores. Atravesado por la urgencia de sus sentidos, la apretó contra sí respondiendo al atávico mandato de entrega y posesión. Mariana se abandonó a la fortaleza de los brazos masculinos que anticipaban sus más ocultos deseos. Él la apoyó contra un árbol mientras sus manos buscaban piel debajo de la remera. El presente desplazó la adversidad del futuro y la realidad -enmascarada en el grito materno- la ilusión del amor consumado.

-¡Mariana…! ¡Julián! –la voz de Emilia sonaba intranquila.

La pareja se separó tratando de recuperarse. Antes de salir del bosquecillo, Julián detuvo a la joven y le acomodó la ropa. Le acarició el rostro, la besó ligeramente y le dijo con una sonrisa:

-La próxima vez cuidaré de que tu linda mamá esté haciendo un viaje por la Polinesia –y con una intensidad que disparó el corazón de la muchacha:- Te quiero, Mariana, y no hay conjuro que pueda apartarme de vos.

La confesión de Julián quedó sin respuesta al aparecer Emilia a la carrera seguida de Luis. Una expresión de alivio, reemplazada al instante por otra de contrariedad, subrayó sus palabras:

-¡Adónde se habían metido! ¿No saben que cuando alguno de ustedes se ausenta me pongo como loca?

-Tranquila, mami. Julián y yo sólo paseábamos –la abrazó y cruzó una mirada cómplice con el nombrado que no escapó a la observación de Luis.

Cuando volvieron a la casa compartieron algunos mates y Emilia, aún sensible por la transitoria desaparición de los jóvenes, evidenció su preocupación por el episodio de la computadora.

-Me alarmé porque justo después que te fuiste –le dijo a Julián- Mariana vio algo en la pantalla de la notebook que la asustó. Y aunque la explicación que nos dio al principio me pareció razonable, recordé ese incidente cuando ustedes se perdieron de vista. Fue algo más que un viejo correo de papá, ¿verdad? –ahora la pregunta apuntaba a su hija.

-En otra ocasión hablaremos de ello. Pero tené la seguridad de que nada pasó que te pueda preocupar. Ahora quisiera darme una ducha. ¿Me acompañás?

Emilia la siguió con presteza comprometida con el acuerdo de no dejarla sola. Abajo quedaron dos hombres intranquilos en compañía de Goliat. Un silencio introspectivo los absorbió durante media hora hasta que el perro se paró frente a la puerta y Julián se levantó para abrirla. La tarde avanzaba y las sombras ganaban espacio. Luis encendió las luces de la galería y se demoró en el exterior esperando con Julián el regreso de Goliat que se había internado en la arboleda.

-Todo esto me parece una locura –explotó el joven.- Debemos sacar a las mujeres de aquí aunque sea a la fuerza. ¡No puedo permitir que a Mariana le pase algo! ¿Vos te arriesgarías con Emilia? –preguntó ante la mirada indecisa de Luis.

Antes de que el hombre le respondiera, un penetrante aullido les erizó la piel. Julián corrió hacia los árboles voceando el nombre de su perro. Luis lo siguió en forma irreflexiva en tanto las mujeres que acababan de bajar se asomaban a la puerta. Emilia persiguió a los hombres al grito de “¡Vamos, Mariana!”, espantada de quedarse a solas en la casa. La muchacha sintió que sus reflejos la habían abandonado. Quiso seguirla pero sus piernas no le respondieron. Una opaca niebla desdibujó las figuras que se alejaban y antes de girar hacia la casa convocada por la voz que la nombraba, vio a su madre volverse en su busca.

domingo, 12 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXXII

Varios golpes en la puerta pusieron en guardia a Goliat y sus protegidas. La primera en saltar de la cama fue Emilia quien preguntó con voz soñolienta:

-¿Luis?

-Julián, Emilia. El desayuno está preparado. Las espero para bajar.

Se higienizaron y vistieron con premura asombradas de que hubieran pasado una noche sin sobresaltos. Abajo los aguardaba Luis con café y tostadas recién hechas. El semblante de los cuatro denunciaba que habían tenido un descanso reparador. Media hora después, iniciaron el recorrido por los alrededores. En primer lugar visitaron la vieja cabaña adonde Mariana, acompañada por su vecino, bajó por segunda vez al sótano mientras arriba vigilaban su madre, Luis y el perro. No se produjo ninguna manifestación más que la sincronización de su mente con acontecimientos del pasado. Llegaron hasta el estanque en cuya orilla estuvo absorta largos minutos para continuar la marcha entre el denso follaje que rodeaba la casa. La caminata les llevó más de dos horas en cuyo transcurso nadie habló considerando la concentración de la joven. El periplo terminó al comienzo de la senda que llevaba a la calle. El sol estaba en su cenit anunciando el mediodía. Allí Mariana quebró el silencio con una invitación inesperada.

-Ahora –anunció- los invito a que vayamos a almorzar fuera de la casa.

Tres miradas asombradas convergieron sobre ella. Le nació una risa espontánea y aclaró:

-Podemos alejarnos un rato. Además, me queda por explorar el camino de entrada. Luis y mamá pueden adelantarse en el auto. ¿Me acompañás, Julián? –le preguntó al joven que aún lucía dubitativo.

-Vos mandás –respondió al cabo.- Llevaremos a Goliat. No me arriesgo a dejarlo solo.

Ella asintió y poco después caminaban tras el vehículo de Luis al que pronto perdieron de vista. Ambos sabían que no era un paseo común. Mariana deambulaba entre los árboles bajo la atenta mirada de Julián. El mastín acompañaba los pasos de su dueño como si entendiera que no era momento para correrías. El joven estaba pendiente de la figura y los movimientos de Mariana. Sentía que había establecido con ella una conexión tan íntima como si hubiesen convivido por mucho tiempo. Se preguntó si ese lazo mutuo perfeccionaría el momento de la unión real. Observando el suave perfil de esa muchacha que se había convertido en el foco de sus aspiraciones amorosas, ansió tenerla entre sus brazos y hacerle olvidar con sus besos la empresa en la que se sentía implicada. ¿Besos? Sonrió para sus adentros. Si ni siquiera habían intercambiado uno. Era la mujer a la que más había deseado en su vida y aún no había besado. ¿Qué señales dejaría esta contienda en su espíritu? Lo único que ansiaba era que no malograra ese naciente interés que creía haber despertado en ella. Mariana aceleró el paso como si ya no hubiese nada por descubrir. Poco después divisaron el auto estacionado frente a la verja abierta. Julián distinguió el gesto de alivio de Emilia antes de ubicarse en el asiento trasero y cambiar una rápida mirada con Luis por el espejo retrovisor. Eligieron almorzar en el restaurante ubicado en la terraza verde del supermercado. La distribución de las mesas flanqueadas por maceteros con ligustros de flores blancas y violáceas preservaba la indispensable intimidad. Mientras esperaban los platos escogidos, Emilia urgió a su hija:

-Mariana, somos todo oídos.

La chica se rió del tono solemne de su madre provocando una sonrisa en los rostros masculinos. Después, se puso seria y se concentró en el testimonio:

-Este último tramo completó los huecos que me quedaban de la memoria familiar. El abuelo Dante fue uno de los sucesores del Gran Regente de esta Orden fundada en el siglo XIII por Arnaldo de Villanova. El siguiente mandato estaba destinado a papá, pero ya sabemos que él renunció a continuarlo. Aunque en sus orígenes pregonaba la llegada del Anticristo, sus seguidores se concentraron en preservar y aumentar los saberes de la cofradía. Los últimos herederos del poder se habían apartado de los preceptos originales de la hermandad, pero Victoria quería recuperarlos para concluir el designio que la originó.

-¿Querés decir la llegada del Anticristo? –interrumpió Emilia asustada.

-Sí, mamá. Ella se estuvo preparando todos estos años para suceder a su padre. Se hubiera valido de cualquier acto depravado para lograrlo. Recurrió a prácticas de brujería y logró conectarse a través de invocaciones y sacrificios con entidades maléficas que la sirvieron. Como las que nos rodearon en el edificio del abogado o las que me amenazaron en el sótano de la cabaña.

-¿Sacrificó animales o personas? –preguntó Luis que había quedado suspendido en esa parte del relato.

-Ambos, si consideramos que manipuló a los animales para volverlos en contra de los humanos y los arrojó a una cacería que terminaba con la muerte. Hombres y animales desaparecían en las profundidades de la laguna.

-¡Aj! –dijo Emilia.- ¡Y pensar que nos bañamos en ese estanque!

-Pero todas sus habilidades no la protegieron contra la muerte –reflexionó Julián.- Debería valerse de otro cuerpo para reencarnar. Si quería servirse del tuyo, ¿por qué intentó eliminarte? -Porque hubiese cumplido con la condición necesaria para suceder a su padre y dominar a cualquier individuo que quisiera. El tiempo se le acaba y aunque sus poderes son temibles, carecen de sustancia. Sólo puede manipular nuestra mente. La abuela insistió en que debíamos mantenernos juntos porque no puede influenciarnos en grupo.

La conversación se interrumpió con la llegada de la camarera. Repartió los platos y dejó una fuente extra con carne asada sin condimentar y un recipiente con agua. Goliat, echado junto a su dueño, devoró en pocos minutos la porción que le acercaron. Después de almorzar, reacios a volverse, caminaron por los alrededores del supermercado. Mariana insistió en comprar la computadora portátil y entró al negocio con Emilia. Regresaron a la casa alrededor de las cuatro de la tarde. Los mayores acomodaron la mesa y los sillones bajo la galería y mientras Julián y Luis se quedaban charlando, madre e hija subieron a darse una ducha. Cuando bajaron, Mariana miró el reloj que indicaba las cinco de la tarde y pensó en que tenía tiempo de controlar su casilla de correo. Luis apareció con el mate y una bandeja de facturas anunciando la hora de la merienda. Lo miró con complacencia y le pidió mientras se dirigía a la sala de estar:

-Dejame un lugarcito en la mesa para la compu porque voy a revisar el correo mientras tomo unos mates.

Julián había colocado el estuche de la notebook arriba de la mesa ratona. La desembaló y la trasladó afuera. Después de tomar el primer mate, la abrió y se conectó a la red. Borró los mensajes spam y respondió varios correos. Mientras abría un archivo, se activó la bandeja de entrada. Un opaco malestar se instaló en su estómago al reconocer la dirección del contacto: edstefano@hotmail.com. Alguien usaba el mismo correo de su papá. ¿Por qué herirla con ese recuerdo? La mano trémula operó con torpeza el ratón señalando la apertura del mensaje. Una exclamación ahogada se escapó de sus labios mientras cerraba la máquina que comenzó a emitir una potente alarma. Luis y Emilia clavaron la mirada sorprendida en el rostro de Mariana. Se la veía pálida y descompuesta.

-¿Qué ocurre, hija? –preguntó Emilia levantándose de la silla, imitada por su acompañante.

Ambos estuvieron inmediatamente a su lado. La joven se limitó a levantar la tapa de la computadora e indicó la pantalla. Los adultos la observaron con atención y volvieron a mirarla interrogantes.

-¿Qué viste, hija? –insistió su madre.

Ella se forzó a contemplar el monitor y sólo vio la inofensiva lista de mensajes recibidos. No la imagen de su padre destrozado por el camión, en un féretro abierto. También había desaparecido el correo que contenía la brutal fotografía. ¿Por qué fotografía? Si lo velaron a cajón cerrado por las terribles heridas que sufriera en el accidente. Ni siquiera tuvieron el consuelo de acariciar o besar su rostro inerte. ¿Debía compartir su visión con los mayores? No. Tomó aire para oxigenarse e improvisó una explicación:

-Es que… Abrí un antiguo mensaje que me había enviado papá. No creí que me iba a provocar tal conmoción –balbuceó sin fingir, aún bajo el impacto de la cruda imagen.

Emilia la abrazó y acarició su cabeza. Con voz entristecida, le dijo:

-Mi amor, sé que es difícil, pero deberías poner en una carpeta esos correos hasta que puedas mirarlos con más tranquilidad.

-Eso haré, mamá –apagó la notebook y la cerró.- Miró a su alrededor.- ¿Adónde está Julián?

-Fue hasta su casa para traerse algunas prendas y alimento para el perro –contestó Emilia.

-Me voy a llevar la reposera al lado de Goliat para tomar sol –avisó la joven ansiosa de aislarse para evitar más preguntas.

Luis se había quedado intranquilo por el episodio protagonizado por Mariana. No podía imaginar qué había visto la muchacha, pero estaba seguro de que era algo más perturbador que un simple mensaje. La confidencia de Emilia certificó su intuición:

-Presiento que mi hija no quiso decirnos que fue lo que la trastornó cuando miró la pantalla. Y creo que está relacionado con los fenómenos que se producen en esta casa. Tengo miedo, Luis...

El hombre cobijó en sus brazos a la atribulada mujer. No tenía muchas palabras para consolarla porque compartía sus aprensiones. La besó suavemente en la sien y le prometió:

-Voy a estar en guardia permanente para que nada las lastime. Sabés que sos lo más importante en mi vida, ¿verdad?

Emilia asintió y se desprendió del abrazo con suavidad. Sus dedos rozaron los labios de Luis al tiempo que su mirada se tranquilizaba. Él depositó un beso en su mano y le dijo para confortarla:

-Ahora tomemos unos mates y no perdamos de vista a Mariana.

domingo, 5 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXXI

Julián, después de la cena, acompañó a Goliat afuera mientras Mariana preparaba café. Cuando regresó, ella les contó su experiencia.

-Supongo que papá pensó que si nos tenía alejadas de su familia no nos veríamos involucradas en sus prácticas. Sólo su padre conocía las capacidades del hijo varón, entre las que se contaban la de adelantar el futuro y la comprensión innata de los símbolos. No estuvo el tiempo suficiente en la casa para terminar de desarrollarlas pero supo, mami, que te conocería y quiso que ese fuera su destino. Porque era el emergente más sano y deseaba tener una vida normal, se fue de su hogar a instancias de la abuela y no volvió pese a los reclamos de Victoria. Dejó dos objetos tras él: la cruz y la daga. El más preciado lo destinaba a vos. Por eso grabó tu nombre –aclaró mirando a Emilia.- El otro estaba reservado para protegerme. Él venía a recogerlos la noche en que sufrió el accidente… -Hizo una pausa.- Iba a intimidar a su hermana porque supo que yo correría peligro. Ella anhelaba ser la sucesora del abuelo aunque la jefatura de la hermandad estaba consagrada a los hombres. Sólo cometiendo un acto abominable podría reemplazar al Gran Regente. Tanto el parricidio como el fratricidio le fueron negados porque papá murió en un accidente y la abuela de languidez cuando ordenó que pintaran su retrato.

-¡Es monstruoso lo que decís, Mariana! –interrumpió su madre, impresionada.- Pero si esa espantosa mujer está muerta, ¿cómo podría suplantar a su padre?

-A través mío, mamá –dijo la joven después de una pausa.- Espera usar mi cuerpo para concluir el rito de iniciación. Entonces, podrá sustituirme por entero.

Emilia se incorporó bruscamente y la abrazó. Su grito repercutió más allá de los muros de la cocina:

-¡No lo permitiré! ¿Escuchás, Victoria? ¡No te vas a apoderar de mi hija!

Los hombres estaban conmocionados por la revelación de Mariana. Luis se acercó a las mujeres y atrajo hacia sí a la trémula madre que se refugió llorando entre sus brazos. Julián confirmó en los ojos de Mariana la veracidad de su testimonio. Con tono grave, preguntó:

-¿Qué más debemos saber para ayudarte?

-Esta cofradía persiste a lo largo del tiempo porque no se interrumpió la línea sucesoria. Sus regentes practican la metempsícosis y transmigran su alma a un cuerpo presente en el momento de la muerte. Cuando el abuelo falleció no había nadie más que su hija en la habitación, por lo que el traslado no pudo ejecutarse. Él podría haber consentido, pero no le perdonó la promesa incumplida de disponer la presencia del substituto en su lecho de muerte. El abuelo no era malo, ¿sabés? Estaba encandilado por la acumulación de conocimientos y deseaba, como todos sus antecesores, que no se perdieran. No era esa la ambición de su hija para quien el conocimiento representaba poder y estaba dispuesta a cualquier sacrilegio para lograrlo. El viejo lo sabía y sacrificó su continuidad para malograr sus planes.

-Entonces –dijo el joven- si el conocimiento se perdió, ¿qué pretende recuperar tu… tía? –Casi le repugnó aplicar ese apelativo familiar a la perversa mujer.

-Si logra servirse de mí antes del plenilunio, recuperará los saberes de la hermandad…

-Y el cambio de luna es el viernes – completó Julián.

-Sí. Aún restan dos días para que pueda fortalecer mi percepción. Mientras tanto, ella intentará entorpecer mi aprendizaje.

-¡Por Dios, querida! –Intervino su madre que, después de recuperar la calma en brazos de Luis, había escuchado el diálogo de los jóvenes- ¿Podremos impedir su intromisión?

-Si ustedes están conmigo no podrá manipular mi mente. Eso es lo que reiteró la abuela. Cada día lejos de su influencia servirá para afianzar mi entendimiento y reforzarme para la confrontación.

-¡Confrontación, confrontación…! –rezongó Luis.- Esa es palabra propia de hombres. ¿Por qué tenés que ser vos?

-Porque sólo de mí puede valerse Victoria. De mi capacidad para desentrañar el significado de los símbolos o de mi persona para concluir su acto depravado. No leeré voluntariamente ningún libro ni cometeré ninguna herejía si soy dueña de mi pensamiento- pronunció como un voto.

-¡No te vamos a dejar sola ni a sol ni a sombra! –prometió su madre.- Creo que es hora de que vayamos a descansar.- Lo miró a Julián y le preguntó:- ¿Te molestaría que Goliat durmiera con nosotras?

-Quisiera yo tener el honor –contestó el joven risueño.- Pero me conformaré con dejarles a mi guardián.

-¡Mamá! Exagerada como siempre… –dijo Mariana para ocultar la turbación que le produjo la respuesta de su vecino.

Luis sonrió ante la salida de Julián. En el escaso tiempo en que se conocían demostraba una gran capacidad de recuperación. A todos los habían sacudido los enigmas de la casa, pero en su caso lo unía una larga relación con las herederas. Claro que el amor es atemporal, se dijo. Tendría un buen socio para defender a las mujeres. Apagaron las luces de la planta baja y dejaron encendidas las de la escalera. En la puerta del dormitorio de Emilia se despidieron:

-Duerman tranquilas que Goliat y sus ayudantes velarán por ustedes –bromeó Luis con una sonrisa.

Mariana ya había entrado cuando su madre se paró repentinamente en punta de pies para alcanzar la boca de su pretendiente; un beso fugaz que lo dejó aturdido cuando la puerta ya se había cerrado tras ella. El comentario jocoso de Julián lo despabiló:

-¡Eh, amigo! Que aunque te plantes toda la noche esa puerta no se volverá a abrir. Salvo que te conviertas en perro, claro. En esta casa todo es posible… -agregó con un movimiento de cabeza.

Luis enfiló hacia el cuarto que compartían y al pasar junto a Julián fingió que iba a golpearlo. El muchacho lo esquivó riendo entre dientes y le pasó un brazo fraternal por los hombros. Así ingresaron a la madrugada del miércoles.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

LA HERENCIA - XXX

Mariana insertó la llave en el pequeño orificio y empujó la puerta hacia fuera. Tanteó dentro del compartimiento y sacó una caja que traspasó a su madre mientras terminaba el registro. No encontró nada más. Cerró la puerta y aseveró:

-Fin de la búsqueda. Esto es lo que debíamos encontrar.

Nadie dudó de la certeza de la afirmación. Se dirigieron a la salida con secreto alivio por abandonar ese cuarto de atmósfera opresiva. Bajaron y se instalaron en la sala de estar. Emilia examinó con expresión abstraída el estuche. Aunque su hija era conciente de que el contenido aportaba una pieza más al rompecabezas que estaba destinada a completar, respetó la primacía materna de explorar ese objeto que otrora perteneciera a su esposo. Luis no perdía detalle de esa mirada que parecía catapultarla al pasado. ¿Perdería otra vez la contienda con un fantasma? Julián, acomodado al lado de Mariana, buscó su mano y la encerró en el puño fuerte y cálido. Esperaron en silencio a que Emilia se repusiera. Cuando levantó la vista, no mostraba ya rastros de la conmoción provocada por el hallazgo. Estiró la caja y se la alcanzó a Mariana.

-Abrila vos, hija. Creo que revelará un aspecto de tu padre que desconocemos.

La joven recorrió con las yemas de los dedos cada borde buscando algún intersticio que le permitiera levantar la tapa. Un pequeño relieve la estimuló a presionarlo y la cubierta se abrió suavemente. Sobre un tapizado de terciopelo negro descansaban una cruz plateada engarzada en piedras y una daga con la empuñadura idéntica al crucifijo. Mariana levantó la cruz que colgaba de una cadena, y lanzó una exclamación al observar su reverso.

-¿Qué pasa, nena? – prorrumpió Emilia alarmada.

Su hija le estiró la joya sin palabras. Las letras estaban grabadas con claridad y se leía un nombre: “Emilia”.

-Parece que papá no tuvo tiempo de dártelo… –murmuró. Seguidamente sacó la daga de la caja y la miró con detenimiento. No tenía destinatario.

-Es extraño –dijo su madre.- Según Edmundo no volvió nunca a su casa después de haberla dejado y nosotros nos conocimos varios meses después.

-Entonces papá te anticipó como hizo la abuela conmigo, o te ocultó la verdad –afirmó Mariana.- Sería bueno que te la colgaras del cuello.

Emilia asintió. Le pidió a Luis que asegurara la cadena mientras se levantaba el pelo para dejar la nuca al descubierto. El hombre se apresuró a abrochar el cierre y sus dedos un poco temblorosos rozaron la piel de la mujer provocándole un estremecimiento. Julián, que le había pedido el arma a Mariana, la estudiaba concienzudamente.

-Tanto la cruz como la daga deben ser muy valiosas. Habrá que develar el significado de este puñal. ––dictaminó. Lo volvió a introducir en la caja y la cerró.- Por ahora, es mejor guardarlo en el estuche. Ya estuviste expuesta a demasiados accidentes.

Mariana lo dejó sobre una pequeña mesa. Le agradó el tono protector del joven. Pensó que a pesar de su predestinación y las capacidades que se le habían manifestado en ese ámbito, seguía cautivada por la presencia de Julián y ese deseo latente de una relación sin restricciones. La voz de Luis detuvo su reflexión:

-Mariana, hace un momento declaraste que debíamos permanecer en la casa. ¿Cuál es el objeto de no abandonarla?

-La abuela me dijo que era importante para recobrar mi percepción –dijo con naturalidad la escéptica muchacha que asumía sin cuestionamientos el rol que le incumbía en la familia paterna.- Cada ámbito de esta casa tiene algo que transmitirme. Ahora estoy preparada para captarlo.

-¿Debemos empezar la recorrida? –preguntó Emilia inquieta.

-Antes de que anochezca, mami. Mientras estemos juntos no correremos peligro.

-Empecemos entonces –dijo Julián.- Vos dirás por dónde.

-Desde el ático hasta el bosque.

-¿Hoy mismo? – profirió su madre alarmada.

-No. Hasta que anochezca. El exterior lo recorreremos de día. –Se acercó a Emilia y la abrazó.- ¡No quiero que estés asustada, mamá! Iremos con tres guardaespaldas si contamos a Goliat.

-Nos sentimos totalmente halagados por la comparación, ¿verdad, Julián? –dijo Luis con una carcajada espontánea que distendió la tensa situación.

-¡Y bien que debieran, caballeros! Ninguno de ustedes ha enfrentado el peligro con la valentía de este adorable perrito –alegó Mariana abrazando al can.

-¡Vamos ya! –urgió Emilia observando las sombras que se alargaban hacia los ventanales.

Julián abrió la marcha tomando a su joven vecina de la mano. Su mente lo proyectaba hacia un pasado cercano donde su vida, carente de misterios, discurría entre situaciones ordinarias: trabajo, relaciones parentales, amistosas y sentimentales, reuniones, viajes. Conocer a Mariana lo arrojó a una dimensión insospechada y atemporal a la que se había adaptado sin demasiados cuestionamientos. Pero si éste era el precio por conservarla –admitió- lo pagaría sin reclamos. A la zaga, iban Luis y Emilia escoltados por Goliat. Accedieron al desván con mayor seguridad que la primera vez y Julián liberó la mano de la joven para dejar que se moviera con libertad. Ella se irguió en el centro del recinto y cerró los ojos. Su abstracción se prolongó por varios minutos. A partir de ese momento, dirigió la inspección de los ambientes restantes de la planta alta. No hubo preguntas que interfirieran con su concentración; sólo una expectante vigilancia por parte del resto del grupo. Terminaron el recorrido en el dormitorio de Victoria, adonde Mariana se inmovilizó largamente delante del retrato de la abuela. A las ocho de la noche bajaron a la cocina para preparar una comida ligera y esperar el relato de la joven. Sin explicitarlo sentían que ese lugar, penetrado por la permanente presencia de Emilia y Luis, era el más confiable de la casa.