viernes, 22 de abril de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - VIII

Detrás de él venían Pablo, Antonio y los hermanos Navarro en idéntico estado. Germán paseó la mirada sobre todos los ocupantes de la cocina y se acercó a la mesa para saludar a las comensales. Con un gesto desechó los agradecimientos y escuchó con una sonrisa la charla de Luciana. Les dijo a sus acompañantes que fueran a cambiarse la ropa mojada y luego se acercó sin apremio a Sofía:

-Aquí hay una señora muy agradecida por tu atención –le dijo en voz baja.

-¡Ah, no es mérito mío! Las atendimos entre las cuatro –afirmó. Levantó la cabeza para mirarlo a la cara y encontró en los ojos del hombre un anhelo que le coloreó las mejillas y la hizo balbucear:- Deberías ponerte ropa seca.

Él sonrió y salió del comedor. De inmediato sus amigas, que habían estado pendientes de la escena, entablaron un diálogo haciendo caso omiso de su presencia:

-Ya te dije que el amor es ciego –le dijo Carina a Mónica.- ¿Te diste cuenta de que ni siquiera nos saludó?

-Y le agradeció a ella sola el trabajo que hicimos entre todas…

-No sean injustas –terció Rocío que se había desprendido de los brazos de su marido.- Yo escuché cuando le aclaró que habíamos participado todas.

-¡Psé! –resopló Mónica.- Entre casadas y futuras esposas se justifican.

Sofía se repuso con rapidez de la parodia montada por sus compañeras. Levantó la bandeja de la barra y se dirigió a la mesa, diciendo al pasar:

-Si terminaron con las bufonadas, hagan el favor de calentar la sopa. Algunas querrán repetir y a los hombres no les vendría mal un tazón.

-¡Lo que usted ordene, señora! – exclamó Carina y corrió a encender la cocina.

Sofía retiró los recipientes vacíos sin dejar de escuchar las risitas de sus amigas. Los enjuagó, los secó y los dispuso nuevamente en la bandeja listos para ser cargados. No me voy a enojar. ¿Y de qué me voy a enojar? Si debo reconocer que las bromas no me desagradan. Pero no somos amigas. ¿O esta convivencia obligada transformó la relación? No son maliciosas como Adelina. Me parece que tendría que darme y darles una oportunidad… La voz de Mónica la apartó de su divagación:

-¡La comida está caliente…!

-Gracias, Moni –respondió con una amplia sonrisa y llenó cuatro tazones para llevarles a las niñas.

Luciana la atajó a mitad de camino y le pidió la bandeja con un gesto:

-Ahora déjeme a mí, señorita, que ya se ha molestado bastante.

-¡Pero si no es molestia, Luciana! Andá. Andá a sentarte a la mesa que ya viene tu marido –le dijo con afecto y continuó hacia donde esperaban las chiquillas.

Repartía las porciones cuando entraron los hombres. Antonio saludó a su mujer y a sus hijas y se acercó a la barra con los demás.

-¡Señor! Con semejante camarera hasta cicuta bebería –declamó Sergio llevándose el puño al pecho.

-Lamento no tenerla en el menú porque con gusto se la serviría –ironizó Sofía.

-¿No les dije? Mata con sus buenos modales –declaró Sergio ante la diversión de los otros que ya estaban encaramándose a los taburetes.

La joven dosificó el contenido de la olla en cinco recipientes que Carina se ocupó de distribuir entre los varones. Mientras ellos comían, las amigas se reunieron en la sala. Detrás de los ventanales la lluvia aminoraba y caía despareja zarandeada por el viento sur.

-Va a componer –dijo Rocío.- No veo la hora de volver a casa.

-Sí –asintió Mónica- a prepararse para volver al yugo.

-La misma optimista de siempre –rezongó Carina.- Había logrado olvidarme de que hoy es domingo.

-¡Bueno, chicas! Recuerden lo que dice el ingeniero Méndez: “ustedes se quejan de puro llenas. Muchos quisieran ocupar sus puestos” –remedó Sofía con voz gutural.

-Y tener nuestro magro sueldo, y nuestras excesivas horas de trabajo… -agregó Carina.- Pero alegrémonos. Tenemos empleo y zafamos de la marginalidad. Lo que es todo un logro.

La entrada de los hombres interrumpió la conversación. Sergio caminaba detrás de Germán y éste asentía a los dichos del joven. Se detuvieron frente al grupo de mujeres que los miraban interrogantes:

-El temporal ha disminuido –abordó el dueño de casa- y mi intención es llevarlos a sus hogares. Pero con la anuencia de todas, pasaremos primero a buscar el auto de Sergio.

-¡Por favor, compañeras! –Suplicó el aludido mesándose el pelo.- ¡Digan que sí! ¡Es mi autito nuevo y sin él no soy nada!

Todas rieron de la pantomima de Sergio menos Carina, que dijo con expresión de fastidio:

-¡Sí! No intentés más explicaciones porque ya sabemos que es la prolongación de tu virilidad. Mejor vamos a recuperarlo antes de que termines castrado.

-¡Oigan, oigan a la damisela! –Exclamó Sergio con gesto escandalizado.- Si estuviéramos a solas, niñita, te haría cambiar de opinión –le dijo con intención.

-Ni lo sueñes, pendejo –aseguró Carina y le dio la espalda dando por concluido el altercado.

-Los espero en la cochera –anunció Germán que había asistido en silencio a la disputa.

El grupo pasó a saludar a las mujeres quienes, junto a Mauro y Antonio, preparaban dos habitaciones de la planta baja que les servirían de albergue hasta que pudieran volver a sus viviendas. Se despidieron con un abrazo y un sincero ofrecimiento de colaboración. Sofía intercambió su número de teléfono con Luciana y respondió en perfecto inglés el saludo de Mauro coronado con un beso en la mejilla. Se distribuyeron en el auto de la misma manera en que habían venido. En camino hacia el restaurante pudieron comprobar los destrozos que había dejado la tormenta: calles inundadas, árboles caídos, cables cortados. La lluvia se había transformado en una espesa llovizna y el viento soplaba con moderación. Dentro del vehículo cada cual estaba sumido en sus propios pensamientos. Germán, atento a los obstáculos que había desparramado el temporal, no podía sustraerse a la cálida presencia de Sofía y elucubraba pretextos para prolongar el inaugurado acercamiento. Por el momento, sólo se le ocurría dejarla en su casa en último lugar. A solas, buscaría la manera de convencerla de compartir el resto del día. Entraron al desvío que conducía al restaurante. Los vestigios del vendaval quedaban materializados en grandes charcos fangosos y fragmentos de madera del muelle destruido parcialmente. Sergio lanzó una exclamación:

-¡Ahí está, ahí está! –gritó al divisar a su vehículo.- ¡Ya sabía yo que no debía abandonar a mi fiel compañero! Debí quedarme a compartir su suerte –gimoteó grotescamente.

Germán estacionó la camioneta junto al auto y todos, salvo Sofía que estaba calzada con zoquetes por la pérdida de su calzado, se bajaron para observarlo. Los camalotes cubrían los asientos y colgaban del volante y el espejo retrovisor como guirnaldas navideñas. Un hombre salió de la casa de comidas y preguntó:

-¿Este auto es de ustedes?

-Es mío –aclaró Sergio sin quitar los ojos de los estragos causados por la creciente.

-Tuvo suerte, amigo –dijo el individuo.- Los muchachos lo aseguraron al árbol antes de que lo arrastrara la corriente. Ahora sólo tendrá que limpiarlo y secarlo.

-Déle las gracias a los muchachos –recitó Sergio con apatía pendiente de las condiciones de su flamante adquisición.

Abrió una de las portezuelas con cuidado y una mezcla de agua barrosa escurrió del interior. Hizo lo mismo con las puertas restantes hasta desagotar el fango acumulado. Las chicas miraban con conmiseración el rostro descompuesto de Sergio en tanto Germán, que se había acercado al hombre, le agradecía con palabras y una recompensa monetaria el salvamento del coche. Después volvió con el grupo y le aconsejó al joven:

-Será mejor que llames a la grúa para que lleve el auto a un taller. Te conviene antes librarlo de los camalotes.

-Está bien –asintió Sergio, y sacó el celular para llamar al auxilio mecánico.- Dijeron que estarán aquí al mediodía –informó después.- Los esperaré. –Y seguidamente:- Mujeres, ¿me ayudarían a limpiar el auto?

-¿Qué…? –Exclamó Carina con una mueca de asco.- ¡Si debe estar lleno de alimañas! No es trabajo de mujeres, cavernícola. Además, si no escuché mal, es tu fiel compañero. Asistilo vos para que te disculpe el plantón.

-Tenés menos sensibilidad que una piedra –le dijo Sergio.- Tu ironía es deplorable. -Para tu esclarecimiento, no hice nada más que darte un poco de tu medicina habitual. Molesta, ¿no? –señaló dando media vuelta y dejándolo solo.

El cuidador del restaurante se arrimó trayendo dos escobas y un secador. Junto a Sergio retiraron las plantas acuáticas y desagotaron el interior del coche. Germán volvió al lado de Sofía mientras los demás caminaban por los alrededores examinando los destrozos de la tormenta.

-Este Sergio es inclasificable –dijo con una sonrisa.- Nunca despertó mi simpatía y menos con las actitudes de anoche, pero hubo un momento en que si no hubiera sido por él yo estaría nadando en medio del río.

-¿Te arrastró el agua? - exclamó la joven.

Germán miró la carita alarmada y experimentó la absurda alegría de haber estado en peligro sólo por comprobar la preocupación de la muchacha.

-Él lo evitó. A riesgo de su seguridad, se aferró a la rama de un árbol y me sostuvo hasta que encontré un lugar firme para sujetarme. Un proceder poco usual en un individuo de sus características.

-No me sorprende –dijo Sofía.- Creo que bajo esa capa de cinismo esconde su miedo al rechazo.

-Creí que le tenías animosidad, pero me volvés a sorprender con tu interpretación –observó Germán.- Acepté la invitación de Méndez porque quería verte fuera de la oficina, pero no imaginé que detrás de la formal empleada convivieran una fervorosa ecologista y una lúcida sicóloga.

-Me asombra de que quisieras encontrarte con una formal empleada –dijo Sofía con una mueca.- No suena muy halagador, ¿sabés?

El hombre se cruzó de brazos y escudriñó las facciones de la joven. Estaba tan encantadora con esa expresión de enfado que tuvo que contenerse para no besarla. Después de un momento, le dijo con suavidad:

-He antepuesto cualidades internas a cada una de tus facetas porque pudieras molestarte si te dijera, por ejemplo, que ya me imaginaba tu belleza sin ese uniforme de secretaria, o que cuando te arriesgaste a salvar a ese gorrión estuve tentado de abrazarte delante de todos, o que cuando juzgaste con tanta tolerancia a Sergio me cautivaste aún más, o que este gesto de enojo me inspira besarte… Sofía, turbada por la declaración, volvió la cara hacia la ventanilla para sustraerse de la mirada del hombre y ocultar el rubor que encendía sus mejillas.