viernes, 30 de septiembre de 2011

ENTRE CAPÍTULOS - Relatos breves

DECÁLOGO

La primera vez que lo vio, ella fijó la modalidad de su relación. Formal, constreñida al ámbito laboral. En sucesivos contactos de trabajo no se le escapó que el hombre -con la excusa de volver- asumía, sin reparos, el papel de idiota. Como era un excelente cliente sus jefes le exigieron que le brindara tantas explicaciones como fuera necesario. El dúo patronal le endilgó una clase magistral de contracción a la prosperidad de la empresa ante el evidente fastidio que ella demostraba cada vez que tenía que atenderlo. Apeló a distintos métodos de disuasión en su afán de demostrarle su desprecio: esperas prolongadas, aspecto desaliñado, comentarios irónicos acerca de su percepción, miradas fulminantes. Pero nada de eso desalentó al execrable varón. A veces pescaba una chispa divertida bailoteando en sus ojos detrás de la absorta contemplación que caracterizaba cada encuentro.

Ocultó la irritación que le provocaba la tenaz estrategia masculina para evitar fisuras en su escudo protector. Largos años de desencantos y frustraciones moldearon la impermeable textura que la mantenía a salvo de nuevos desengaños. Esta impenetrable materia expulsaba sistemáticamente a cualquier hombre a quien no amedrentara su abierta frialdad. Ella se había convencido de los beneficios de la soledad y confeccionó un decálogo que diariamente le recordaba lo afortunada que era:

1-nadie la hacía sufrir; 2-nada perturbaba su libre albedrío; 3-no debía deponer costumbres adquiridas para contemporizar con otro; 4-tomaba libres decisiones; 5-disponía de su tiempo como le venía en gana; 6-no estaba obligada a preparar la cena para nadie (podía saltear esta ceremonia si lo deseaba); 7-se iba a dormir cuando quería; 8-salía con sus amigas sin rendirle cuenta a nadie; 9-no estaba obligada a disimular sus estados de ánimo y 10- no debía aceptar ningún ataque a su bienestar.

Este decálogo, gestado después del último duelo, se constituyó en el dogma de su vida y en la expectativa con que esperaba cada amanecer. Sus amigas, no muy convencidas de las bondades del sistema, solían objetar varios puntos, especialmente el número siete, porque el dormir por dormir y especialmente sola, carecía de atractivos.

Haciendo caso omiso a las críticas, ella se ajustó a él y nada perturbó su existencia durante largos meses. Sus sentimientos estaban perfectamente controlados y lo fortuito era una definición académica. ¿Podía permitir entonces que ese pérfido enemigo alterara su plácida y familiar rutina? Parecía generar anticuerpos ante cada una de sus actitudes y alteró su sueño poblándolo de pesadillas en donde cada puerta que abría la enfrentaba a su abominable presencia. Desvelada, pergeñó las secuencias de un operativo que le aseguraría la victoria final. Él no estaba preparado para lo inesperado y ese día se encontró con una atractiva, bien dispuesta, cordial y comprensiva joven, que lo atendió solícitamente, le ofreció por primera vez un café y le explicó estoica y por enésima vez los vericuetos comerciales en los que tan vulnerablemente parecía transitar. Una sonrisa de satisfacción se le colgó el resto del día cuando la sombra del desconcierto desplazó la chispa burlona y la expresión de arrobamiento se transformó en confusa. Lo despidió atónito y sintió que había ganado el encuentro. Esa noche durmió si sobresaltos y se levantó fortalecida para proseguir con el plan. En la espléndida mañana de primavera se miró al espejo antes de salir, satisfecha con la imagen devuelta. El nuevo día le podría deparar agradables sorpresas. Una vocecita maliciosa le recordó que las sorpresas no estaban incluidas en el decálogo. Sacudió la cabeza rechazando el aviso y reemplazó 'sorpresas' por 'acontecimientos esperables'. Salió alegremente y recogió miradas y palabras de admiración en el camino. Llegó a su lugar de trabajo y desplegó todo su encanto sin posturas. Se sentía vital. Su interlocutor perseveró cerca del mediodía. Esta vez osó invitarla a almorzar. Ella aceptó pero no permitió que la charla se apartara de lo laboral. Durante ese mes hubo varios cafés y algún que otro almuerzo de trabajo. Al comenzar el segundo, durante la frugal comida del mediodía, hablaron de cine, de música, de libros, del pueblo donde él vivía, de la actividad médica que ejercía con pasión, de los animales que alojaba en su amplia casa. Ella esbozó generalidades acerca de sí misma. No estaba en sus planes involucrarse personalmente. El cambio de táctica sólo apuntaba a desconcertar y destruir el empecinamiento del individuo. El tiempo voló y él la comprometió para una cena el fin de semana. Ella asintió segura de que sería el encuentro final. El viernes regresó a su casa, se duchó, elegió cuidadosamente su vestimenta y se preparó para la cita. Él llegó puntualmente. Ella lo miró y descubrió que tenía un cuerpo fornido, una sonrisa de blancos dientes, ojos y pelo oscuros, ropa informal que lucía con soltura y sobre todo, una mirada expresiva apoyando ahora una sonrisa de complacencia. ¿Ella se había ruborizado? No. La primavera venía sofocante. Sólo eso. Por un momento, mientras le franqueaba la entrada al auto, estuvieron muy cerca y pudo oler su agradable colonia. La miró a los ojos cuando se inclinaba para cerrar la puerta. Ella clavó la vista contra el parabrisas. El sonrió más abiertamente y rodeó el coche para ubicarse frente al volante. Esperaba una consulta para elegir un restaurante que él no hizo. Se dirigió hacia las afueras de la ciudad y luego bordeó la costa para acceder a un camino que desembocaba en el muelle. Ella coincidió tácitamente con la elección. Le abrió la puerta para que bajara y la escoltó hasta la entrada. Un obsequioso maitre los recibió y los precedió hacia una mesa instalada en un balcón saliente sobre el río. Amplios macetones con plantas y flores daban un toque agreste e intimista al acogedor rincón. El permaneció de pie mientras ella se acomodaba. Se sentía extraña. No reconocía en este nuevo hombre a su viejo rival. Su seguridad se esfumaba. Le pidió que eligiera una copa de su preferencia. Precavida, optó por un trago sin alcohol. El mozo trajo las bebidas acompañadas por una bandejita llena de exquisitos bocados. Comió con prudencia y mantuvo una actitud de alerta permanente. Él hizo el gasto de toda la charla. El momento culminante, que precedió al abandono de sus defensas, se produjo cuando el hombre extendió el brazo y encerró con su manaza la de ella crispada en un puño. La sobresaltó y sus ojos agrandados por la sorpresa miraron la tranquilizadora expresión de él, mientras su voz y su mano le infundían el sosiego necesario para disfrutar la velada. Quedó claro que el decálogo se iba al cuerno y se dio cuenta de que le importaba otro tanto. Fue ella sin ocultamientos, sin estar pendiente de la aprobación del otro. Él la observó deleitado, como a una mariposa que hubiese roto el capullo y exhibiera todo su esplendor. Su femineidad fluyó abiertamente ante el toque masculino y se sintió libre y distendida por primera vez. Aceptó una copa de champaña y sostuvo brevemente su mirada cuando brindaron. Brevemente. Porque la intensidad del deseo en los ojos del hombre y su propia aquiescencia, la asustaron. Avanzó la madrugada y la necesidad de no separarse. Él la llevó a su casa, bajó del auto para acompañarla y esperó a que abriera la puerta del departamento. Ella se volvió para despedirse y lo encontró tan cerca que percibió el calor de su cuerpo. Esbozó una sonrisa y un saludo de despedida, y antes de que pudiera reaccionar estuvo estrechamente alojada entre los brazos varoniles y su boca cubierta por un beso que hacía un milenio esperaba para materializarse. Él avanzó hacia el interior de la casa sin soltarla y cerró la puerta detrás de ellos. Desbordado, la levantó en andas y encontró el dormitorio. Se desnudaron mutuamente y se confundieron en un apretado abrazo para deleitarse con el contacto de sus cuerpos. Por un fugaz momento ella pensó que algo no estaba bien, pero las caricias masculinas vencieron su resistencia. Para cuando llegó al paroxismo sexual, si hubiera podido pensar, hubiese reescrito su famoso decálogo. Relajados, sin separarse aún, él le recorrió con los labios el rostro, las sienes, los párpados, se detuvo en la boca, volvió a su oreja y le dijo en voz baja y profunda cuánto y desde cuando la amaba, cómo la deseaba y necesitaba, que la realidad del amor concretado superaba sus fantasías, que sólo sería feliz si ella compartía sus mismos deseos. Y ella, devolviendo sus besos y caricias, le confesó sus reparos por este momento que ansiaba y temía, porque se había jurado no sufrir más. Él le renovó sus promesas de amor y la pasión se volvió a encender. Mientras ella se abandonaba al reclamo amoroso, su decálogo se inmolaba entre las llamas de la confianza renovada.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 7

Su marido asintió y Luciano no intervino. Bastante furiosa estaba su hermana con él. Romi subió a cambiarse y se esforzó por recuperar la calma. No todo está perdido, pensó. Por un lado agradecía el celo con que su familia velaba por ella, por el otro, la sublevaba ser tratada como una chiquilla. Al que debo pararle el carro, se dijo, es a Lucho. Su hermano invadía roles que no le incumbían. Comenzó a revisar su guardarropa y se concentró en el atuendo que luciría. Terminaba de maquillarse cuando Luisa le avisó que había llegado su amiga. Al bajar, tuvo una vista panorámica del grupo que la esperaba: su mamá departía con Sandra que lucía un vestido de falda corta ceñido al cuerpo, sandalias de altos tacones y suelta la larga cabellera que le caía despareja sobre la espalda. Lucho la miraba con la misma avidez de la noche anterior y su papá observaba con gesto benévolo al trío sacando -con seguridad- sus propias conclusiones. Fue el primero en reparar en su presencia y emitió un silbido de admiración. Ella bajó riendo los últimos escalones y se abrazó con Sandra.

-Romi -le dijo su amiga.- Me parece que Michael no vuelve a Nueva York.

Las dos prorrumpieron en carcajadas. Luciano abandonó la sala con brusquedad, maniobra que no pasó desapercibida para Rafael. Ya voy a buscar el momento de hablarte, pensó. Se acercó al grupo de mujeres y estudió a Sandra con disimulo. La rellenita adolescente se había transformado en una bella mujer y dedujo -por la expresión de su hijo, los dichos de Romi y el tibio saludo que Sandra le dispensó a Lucho cuando ingresó a la casa- que la joven estaba vinculada con la atípica conducta de su hijo. El sonido de un celular lo apartó de su reflexión. Romina atendió y apagó el aparato después de una breve comunicación:

-Michael viene solo -comentó con gesto resignado.

-¿Qué pasó? -se interesó su amiga.

-No me dio detalles. ¿Qué vamos a hacer ahora?

-Tendrá que escoltar a dos lindas chicas -dijo Rafael.

Sandra esbozó un gesto de contrariedad que disimuló al ver la cara contrita de su amiga. Si tenía que hacer de chaperone para resolver esta complicada cita, lo haría.

-¿Y si es un subterfugio que esconde alguna intención? -preguntó Luisa preocupada.

-¡Mamá! Estás convirtiendo una inocente salida en una historia siniestra -se indignó la hija.

Rafael quedó pensativo. Su propuesta, al menos racionalmente, no tuvo que ver con favorecer a su hijo:

-¿Y si Lucho los acompaña?

Romina se sintió precipitada al vacío. Ella no podría obligar a Sandra, que aún conservaba una clara antipatía por la conducta de su hermano. Estaba visto que debería resignar el encuentro. Las palabras de su amiga la sorprendieron:

-Por mí no hay problema. Habría que preguntarle a Luciano -argumentó con displicencia.

Rafael salió disparado a buscar a su hijo. Romina cruzó su mirada agradecida con la resignada de Sandra. Poco después ingresaron a la sala padre e hijo. Romi imploró que su hermano contuviera los desplantes a los cuales era tan afecto. Lo vio acercarse a Sandra.

-¿Estás de acuerdo? -le preguntó.

-Cualquier cosa para no frustrarle la salida a tu hermana -le contestó.

Él aceptó el reto con un gesto y subió a cambiarse. No había hecho más que bajar cuando sonó el timbre. Contuvo a Rafael con un ademán y salió a recibir al pretendiente de su hermana. Poco después ingresó a la casa con Michael. Introdujo a sus padres en fluido inglés y esperó a que el hombre saludara a las jóvenes. Mike se disculpó por Thomas que ya estaba viajando en avión hacia Rawson. Explicó que completarían las vacaciones por separado porque él había decidido quedarse en Rosario hasta el día de la partida. No hacían falta explicaciones atendiendo al modo en que miraba a Romina. Se despidió de los padres de la chica en un esforzado español y los cuatro salieron rumbo al problemático paseo. Michael abrió la puerta del acompañante para que subiera Romi y Luciano hizo lo propio para que atrás se acomodara Sandra. El conductor anunció que había reservado una mesa en Los Tilos, un restaurante que le habían recomendado. Lucho aprobó su elección porque había concurrido al exclusivo comedor en otras ocasiones. La conversación discurría en inglés y Luciano, apreciando que Sandra quedaba aislada, se preocupó en oficiar de intérprete. El establecimiento, rodeado de un extenso parque, estaba a media hora de Rosario. Un maître los condujo, ni bien llegaron, hasta su ubicación al lado de un ventanal que asomaba hacia un lago artificial. Las mujeres, que no conocían el lugar, lo elogiaron con tanto entusiasmo que Mike se congratuló por haberlo escogido. Luciano se esmeró en su rol de traductor favoreciendo una metamorfosis positiva de Sandra hacia su persona. Al final de la velada ella se dio cuenta de que hacía rato departía amigablemente con él y que Romina y Mike estaban enfrascados en una charla personal que no requería intérpretes.

domingo, 25 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 6

Romina volvió a su casa animada por la posibilidad de un encuentro con Mike. Siempre que cumpla con la promesa de llamarme, pensó. Se llevó una sorpresa al ver a su hermano instalado en la sala de estar.

-¿No te ibas a pasar el fin de semana en la isla? -preguntó.

-Gracias por tu interés, hermanita. Estoy bien -le contestó con ironía.- A tu pregunta, terminamos remando hasta la costa porque el velero de Luis se descompuso. Y vos, ¿de dónde venís?

-Salí con Sandra.

-¡Ah…! ¿Qué dice tu linda amiga? - averiguó con interés.

-Nada de vos, precisamente. ¿Dónde está mamá?

-En la terraza. ¿Segura que ni siquiera me mencionó?

Romina le hizo una mueca y salió al patio trasero que accedía a la azotea. Encontró a su madre arreglando las plantas y le hizo señas para que entrara al quincho. La mujer, sonriendo, ingresó quitándose los guantes.

-Hola, Romi. ¿Cómo te fue? -Luisa le dio un beso y ambas se sentaron en los cómodos sillones de hierro.

-No vas a creer, mami -le dijo con entusiasmo.- Esta noche voy a salir a cenar con un comerciante de Nueva York.

-¿Y dónde lo conociste?

Romina le narró el encuentro, la charla posterior que propició el acercamiento y la demanda del hombre para verla más tarde. Su mamá la escuchaba entre la aceptación y el reparo. Conocía a su hija pero no al individuo que la pretendía. No quería privarla de su salida pero tampoco dejar en manos del azar su seguridad. Cuando la joven acabó su relato, Luisa le hizo una propuesta:

-Estoy de acuerdo en que salgas, pero no sola. Sugerile que traiga a su amigo así Sandra puede acompañarte.

Romina advirtió que no podría hacer nada para que su madre cambiara de idea. Una protesta salió de sus labios:

-Pero mamá…

-Sé que sos mayor de edad y no puedo exigirte obediencia, así que te pido, en nombre de la sinceridad que siempre sostuvimos, que me complazcas. -Sus facciones se suavizaron:- ¡No me perdonaría hijita, por ser indulgente, si algo te pasara!

El timbre del celular de Romina malogró la respuesta. Luisa supo con quien dialogaba cuando la escuchó hablar en inglés. Poco después cerró el aparato y le aclaró a su madre con expresión maliciosa:

-Mike se aviene a cualquier capricho para verme, pero te aclaro que si Sandra se niega, tendrás que convertirte en la pareja de Thomas. ¡Y ahí te quiero ver…! -concluyó con una carcajada.

Luisa rió con alivio y la conminó:

-Avisale a Sandra… ¡ya!

Romina no tuvo mucho que insistir. Su amiga no tenía compromisos pero sí un espíritu solidario. Además se había divertido mucho improvisando con Thomas. Acordaron que la pasarían a buscar a las nueve y media.

-¿Estás satisfecha, mami? -preguntó después de colgar.

Luisa se acercó y la abrazó. Ella respondió al arrumaco de su madre que le dijo:

-¿Sabés cuánto te quiero?

-Lo mismo que yo a vos, insufrible. Ahora me voy a tirar una horita para relajarme. ¡Llamame a las cinco!

-Descansá tranquila.

Romina estaba exultante. ¡Las cosas se habían resuelto con tanta facilidad! Se acostó y durmió sin sobresaltos hasta que su madre la despertó. Se dio una ducha y bajó a merendar enfundada en una bata y con el pelo envuelto en una toalla. Saludó a su padre y escuchó el reproche de Luciano:

-¡Flor de hermanita, tengo! Parece que las atraen más los cowboys que los gauchos…

-Mamá, sos un estómago resfriado -la acusó Romi.

-¿No quedamos en que yo iba a supervisar a los clientes? -dijo Lucho.

-¡Éstos no son clientes, gil! Lo único que falta es que también te quieras meter en mis citas.

-Basta… -intervino su padre.- La idea de tu madre está bien encaminada -le dijo a Luciano.- Además cuando las vengan a buscar los haremos pasar para formarnos una impresión.

-No lo voy a tolerar. ¡Me pondrán en ridículo! -gritó Romi.

-¿A qué hora viene Sandra? -indagó su hermano.

-¡No viene! La pasaremos a buscar.

-¿Te vas a subir a un auto con dos tipos extraños? -bramó Lucho.- ¡Ni lo soñés! Y hasta me parece un desatino aunque vayan las dos.

-Díganme que esto es una pesadilla -dijo la joven con voz lastimera.- ¡Se han confabulado todos para que no salga!

-Tiene solución, hija -aportó su mamá.- La llamás y le decís que Lucho o papá la pasarán a buscar así salen juntas de casa.

-¡Lucho, no! Ahí es cuando Sandra deja de ser mi amiga. Acabemos -dramatizó.- No la voy a llamar ni a salir. Ustedes ganaron. Me voy a la cama.

-¿Y si la llamo yo? -perseveró Luisa.

Romina se encogió de hombros y esperó al comienzo de la escalera. Su madre se comunicó con Sandra y después de una charla, colgó con una sonrisa:

-Dijo que no tenía inconveniente en aprontarse más temprano. Rafael -pidió con gentileza.- ¿La irías a buscar?

viernes, 23 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 5

A las siete de la tarde del miércoles volvieron a reunirse en casa de Sandra. Preparó el equipo de mate, galletitas dulces y saladas, y acomodó tarjetas y volantes sobre la mesa. Para no hacerla bajar más de una vez, sus amigas se dieron cita en la puerta y cuando estuvieron todas reunidas tocaron el timbre del departamento. Sandra, con su largo pelo recogido en cola de caballo, saltó con destreza los últimos peldaños y corrió a abrirles.

-¡Tengo todo, chicas! -les informó con entusiasmo.- Las tarjetas están fantásticas y los folletos muy comprensibles.

Mientras ella se ocupaba del mate, las demás se dedicaron a estudiar los impresos. En las tarjetas figuraba el nombre de cada una, sus profesiones y un número de celular que Sandra habilitó especialmente para el negocio.

-Bueno -dijo al cebar el primer mate,- cuéntenme que hizo cada una.

-Yo lo comenté con mi familia y me dijeron que era una locura -principió Abril.- Pero pienso entrevistar a mi cuñado que tiene un hotel cerca de la Terminal adonde paran muchos turistas de los alrededores.

-A mí en casa me dijeron lo mismo -siguió Liliana,- al final papá se ablandó y me prometió que lo va a comentar en el Jockey.

-Mm… -dijo Abril.- Allí abundan los tipos prepotentes y con guita. Podrían confundirse sobre el tipo de compañía…

-Papi cuida a su nena -puntualizó Liliana.- Seguro que lo difundirá entre las mujeres de sus compañeros de golf.

-Por mi parte, -aportó Margarita- misma reacción familiar. Así que estoy confeccionando un listado de alumnos que no sean de Rosario para entregarles las tarjetas y los folletos.

-Folletos, por ahora, no. -dijo Sandra- Se los daremos a los integrantes de nuestra familia para que les quede claro el emprendimiento y más adelante, cuando la agencia esté funcionando, los distribuiremos entre los clientes para que nos recomienden.

-¡Eso es lo que me encanta de vos! -señaló Romina apretándole la mano.- Tu invencible optimismo.

-¿Y ustedes qué cuentan? -preguntó Abril.

-Yo hablé con mi hermano y prometió colaborar -afirmó Romi.

-¡No…! -exclamó Liliana.- La primera respuesta familiar atípica. ¿No opuso ninguna resistencia?

-Al principio un poco -contestó mirándola a Sandra con una sonrisa.- Pero después cedió como un manso corderito.

-No me lo imagino a Lucho manso -declaró Abril.- ¿Segura de que no le dijiste que ibas a instalar una consultora o algo así?

-Sabe a lo que nos vamos a dedicar -recalcó Romina.- Y se ofreció a darnos una mano… ¡gratuitamente! -terminó con una risa.

-Cosas veredes, Sancho -murmuró Abril. Se dirigió a Sandra:- ¿Y vos, directora?

-Hablé con tres alumnos. Un fracaso con Elena, pero Torcuato y Miguel se interesaron por el proyecto y se comprometieron a difundirlo entre sus amigos. Tienen todos arriba de setenta y ¡plata! Serían los mejores postulantes. Me falta comentarlo con Horacio y Lalo.

-¿Y qué hay de tu familia? -insistió Abril.

Romina se puso tensa. Ella conocía muy bien la conflictiva vida familiar de Sandra.

-¡Ah! Ya saben. Mamá está ocupada con su nueva conquista y papá en el Sur con su flamante esposa. Les falta tiempo para frustrar mis desvaríos -dijo con displicencia. Después agregó:- Vayamos a lo nuestro.

Iniciaron un intercambio de ideas que duró hasta las nueve y donde acordaron hacerse cargo del celular una semana por vez, durante la cual transmitirían a la portadora cualquier posibilidad de empleo para confeccionar la planilla correspondiente. Cada una volvió a su casa con la ilusión de un objetivo concretado.

El resto de la semana fue inexistente en novedades de trabajo. Sandra encontró mayor aceptación entre sus discípulos masculinos y, aunque estaba tan ansiosa como sus amigas de que se produjeran novedades, se tranquilizó y las tranquilizó alegando que todo emprendimiento tenía su tiempo de maduración.

El viernes a la tarde regresaron los padres de Romina circunstancia que aprovechó Lucho para pasar el fin de semana en la isla con amigos. Su hermana lo quería mucho, pero respiró con alivio al perder de vista a su custodio. Ayudó a su mamá a deshacer las valijas y se ocupó temprano de la cena para que los recién llegados fueran a descansar. A las diez, aburrida, la llamó a Sandra para charlar. Quedaron en encontrarse en el centro a la mañana siguiente. Se dio una ducha y encendió el televisor para quedarse al poco tiempo dormida. A las ocho sonó el despertador y se levantó de inmediato para no rendirse a la fiaca. Se puso su conjunto de jean con una remera estampada y se calzó con zapatillas. Pensaba persuadir a su amiga de realizar una caminata por la costa. Cuando bajó fue derecho a la cocina adonde sus padres ya estaban desayunando.

-¡Buen día! -saludó con alegría repartiendo sendos besos.

-¡Buen día, madrugadora! -contestó su papá abrazándola.- ¿Adónde vas tan temprano?

-A las nueve nos veremos con Sandra. ¿Descansaron?

-Como unos benditos -dijo su mamá.- No hay como la cama de uno para dormir. ¿Te preparo una tostada?

-¡Dale! -asintió mientras se servía una taza de café y le agregaba un poco de leche.

-¿Y cómo anda Sandra? Hace años que no nos visita.

-Está bien. Hace varios meses que vive sola. Estuvo en casa hace unas noches. Al bobo de tu hijo se le cayó la mandíbula cuando la vio.

-¿Está tan cambiada? -preguntó su mamá riendo.

-Y sí… Perdió como doce kilos desde que terminamos el secundario y no los volvió a recuperar. Además, tiene ese pelo tan hermoso… Y el hecho de haberse independizado le fortaleció el carácter. A propósito -informó.- Entre Sandra y algunas amigas organizamos una empresa de servicios.

-¿Ah, sí? -intervino su padre.- ¿Y a qué se van a dedicar?

-Verás. Es un servicio de acompañantes amistosas para posibilitar que la gente sola realice actividades gratificantes…

-¿Acompañantes? -la interrumpió su padre con el ceño fruncido.

-Amistosas, papá. ¿Será posible que nadie entienda el significado de amistosas? -recalcó.

-No lo tomes así, nena -dijo su madre, conciliadora, alcanzándole dos tostadas.- Es que los hombres las únicas acompañantes que conocen son a las que ejercen la prostitución.

Romina desmenuzó para sus progenitores todas las posibilidades que contemplaba el plan hasta conseguir que ambos le prometieran hablar con todos los contactos confiables que conocían. Les entregó tarjetas y folletos y salió a la calle con la sensación de haberse quitado un peso de encima: su familia estaba al tanto de sus aspiraciones y la apoyaban.

Sandra ya la estaba esperando en la intersección de las dos peatonales. Le propuso la caminata que su amiga aceptó sin reparos y mientras bajaban hacia el río la puso al corriente de la charla con sus padres.

-¡Qué bien, Romi! -dijo su amiga.- No esperaba menos de ellos. Siempre los consideré evolucionados en comparación con los otros y es una tranquilidad tenerlos de nuestro lado. -A continuación:- ¿Desayunaste?

-Sí. ¿Y vos?

-Pensaba hacerlo en el centro, pero será más grato al lado del río.

Continuaron bajando por la peatonal charlando y mirando algunas vidrieras, se detuvieron para curiosear la mesa de una librería adonde Sandra adquirió una novela de Saramago y después cruzaron la plaza rumbo al Monumento a la Bandera. Desde allí se acercaron a la Estación Fluvial para terminar acomodándose en una mesa protegida por una sombrilla y con vista al río. Romi pidió un café y Sandra café con leche y dos medialunas. Era un día de cielo despejado y sol deslumbrante. En una mesa cercana dos turistas de habla inglesa intentaban hacerse entender por la camarera. Sandra le guiñó el ojo a Romina y le dijo:

-¡A tu juego te llamaron!

La chica sonrió y se levantó para acercarse a la desalentada moza.

-¿Querés que te sirva de intérprete? -le preguntó.

-¡Ah, sí! Lo único que entendí es café, pero no sé cómo lo quieren y con qué desean acompañarlo.

-¡Hola! -se presentó:- Mi nombre es Romina y le transmitiré a la camarera su pedido.

Los hombres sonrieron aliviados. Le agradecieron e hicieron el pedido que ella comunicó a la empleada. Mientras la muchacha se alejaba, los turistas se dieron a conocer:

-Yo soy Thomas Anderson -dijo el más joven levantándose y tendiéndole la mano. Su acompañante lo imitó:

-Y yo Michael Lemacks -le estrechó la diestra.- Y sería un honor para nosotros que compartieras nuestra mesa.

-Les agradezco, pero estoy con una amiga. -se excusó con una sonrisa.

-¡Las dos, por supuesto! -insistió el llamado Michael.

Romina titubeó. Los jóvenes le parecían confiables pero no quería decidir por ambas.

-Voy a preguntarle -dijo, y volvió a su mesa.

Sandra, que había estado observando la escena, le lanzó una mirada interrogante.

-Esos yanquis quieren que nos sentemos con ellos para agradecer mi intervención. -señaló Romi.- ¿Te parece bien?

-Lo que vos decidas -contestó su amiga.

-Entonces, vamos. Porque el tal Michael está más que interesante.

-Sí, vamos porque los pobres no han vuelto a sentarse desde que te saludaron.

Una vez presentada Sandra, los cuatro se instalaron alrededor de la mesa. Romi conversaba con soltura en tanto su amiga pescaba de vez en cuando una palabra. Cuando se dirigían a ella, Romina hacía de intérprete. Se enteraron de que Michael residía en Nueva York y Thomas en Boston. El primero tenía una cadena de restaurantes y el otro era profesor de Matemáticas. Estaban disfrutando de dos semanas de vacaciones y conociendo las principales ciudades de Argentina. Sandra observó el interés recíproco entre Michael y su amiga y lamentó que se hubiese disparado entre dos personas que vivían en países tan distantes. Thomas se esforzaba por chapurrear en castellano y ella en inglés, aislados uno y otro del personal diálogo practicado por la otra pareja. Pasado el mediodía consultó su reloj y se dirigió a Romi:

-Ya son las doce y media. ¿No tendríamos que pegar la vuelta?

-¡Cielos, sí! -exclamó su amiga. Le dirigió una parrafada a Michael y él le respondió pidiéndole el número de celular que inmediatamente agendó en el suyo. Se despidieron rechazando la oferta de ser llevadas a sus casas. Las dos estaban ansiosas por hablar del encuentro por lo que Romina llamó a su madre para avisarle que almorzaría con Sandra. En el restaurante le confesó:

-Michael quiere que cenemos juntos.

-Me parece estupendo, Romi. Aunque sería bueno que no te entusiasmés demasiado porque pronto volverá a su patria.

-Es verdad. Pero me gustó apenas lo ví. ¿Es tan malo querer disfrutar de su compañía aunque sólo sea por esta noche? -dijo lastimera.

Sandra meneó la cabeza con una sonrisa:

-No es malo, pero aceptando que es pasajera.

Cuando se les agotó el tema de los turistas hablaron de sus proyectos. Se separaron a las tres de la tarde, una ilusionada con su salida nocturna y la otra planeando la lectura del libro que había comprado.

lunes, 19 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 4

-No hubo oportunidad -explicó la nombrada internamente mortificada por la infidencia de su amiga.

Sandra captó al vuelo la contrariedad de Romi. ¿Temía la opinión de Luciano? De todos modos ella ya lo había soltado. Su voz tenía un matiz decidido cuando se hizo cargo de la explicación:

-Un grupo de amigas, Romi, y yo, nos asociamos para brindar un servicio de acompañantes amistosas -dijo de un tirón.- Así que contamos con tu colaboración para dar a conocer el emprendimiento. -Lo miró con gesto retador.

Luciano no acusó el desafío. Le devolvió la mirada con parsimonia, se tomó tiempo para asimilar la noticia y después opinó:

-¿Una agencia de acompañantes? No les cuadra a chicas universitarias.

-¡Amistosas, Lucho! -terció su hermana.- Para personas que necesiten compañía para realizar una actividad recreativa, o de estudio, o simplemente tomar un café con un amigo que no tienen.

-¿Contratar un acompañante para tomar un café? -el hombre las miró entre asombrado y divertido.

-¡Es una manera de decir! -se sulfuró su hermana.

-Pará, Romina -pidió Sandra. Se enfrentó con Lucho y le explicó con el talante de una maestrita ante un alumno obtuso:- La idea es reemplazar un vacío por una presencia amistosa. Hay muchas personas que resignan actividades por falta de compañía, por no poner en compromiso a sus familiares o por no encontrar un amigo que comparta sus intereses. Nosotras estamos abiertas a cualquier propuesta -afirmó, sin que su declaración hiciera desaparecer la exasperante mueca del rostro del hombre.

-¿A cualquiera…? -le insinuó.

-¿Viste por qué no le dije? -estalló Romi.- Porque convertiría un inocente proyecto en una absurda aventura.

-¡Ah, no, no, jovencitas! -reaccionó Lucho.- Yo no quiero desanimarlas ni tergiversar sus planes. Pero este emprendimiento puede ser riesgoso si tropiezan con el cliente equivocado.

-Los clientes que tomaremos serán recomendados por gente conocida. No veo qué peligro supone esta elección -dijo Sandra enfurruñada.

Luciano se quedó absorto en el rostro contrariado. Pensó en ofrecerse como único comprador de los servicios de la muchacha. ¿Por qué no? Tenía el perfil adecuado: conocido, recomendado... Controló la sonrisa que pugnaba por asomar a la sombra de la idea. Sandra y Romina se habían encerrado en un silencio antagónico y él no deseaba ganarse la hostilidad de su hermana ni de la mujer que lo había sacudido. Suavizó el timbre de su voz buscando la reconciliación:

-Entiéndanme, por favor. Sólo me preocupa la seguridad de ambas, de que se encuentren frente a una situación que las ponga en apuros. Si me hubieran hablado de instalar una boutique o una perfumería no hubiera puesto reparos…

-¡Sí, claro! -dijo Romina.- Y tampoco si hubiéramos estudiado peluquería o corte y confección. -Se volvió hacia su amiga:- Tenías razón, lo que este energúmeno necesita es una mujer del siglo pasado.

Luciano, además de darse cuenta de que había esgrimido el argumento equivocado, se sorprendió de que Sandra y su hermana hubiesen discutido acerca de sus inclinaciones amatorias. Porque atribuirle un arquetipo de mujer connotaba una presunción amorosa.

-¿No quisieras conocerme mejor antes de resolver qué tipo de mujer me gusta? - moduló bajamente clavando sus ojos en la hacedora de hipótesis.

Sandra desvió la mirada y se preguntó qué jugarreta del destino la colocaba en posición tan desairada delante de ese presuntuoso. ¿Qué se creía? ¿Que porque les llevaba algunos años estaba autorizado a inmiscuirse en sus decisiones? Ella no se lo permitiría ni a su padre. “¡Ay, Romi! ¿Por qué no te callaste la boca?”, pensó. Se mordió el labio inferior y aclaró, por no dejar sin respuesta la pregunta intencionada:

-Fue una chanza.

Lucho no quiso ir más lejos. Percibió el malestar de la muchacha y se reprochó por haber malogrado el primer acercamiento. Debía atenuar la irritación de las chicas aunque tuviera que deponer momentáneamente sus reservas. Se escuchó decir:

-Romina. Sandra. Soy un desubicado. Es que la sola idea de que puedan ponerse en peligro me trastorna. ¿Podrán perdonarme si las invito con el postre? -ofreció con una sonrisa de disculpa.

Su hermana se le quedó mirando. No era propio de Lucho abandonar una discusión hasta agotar el tema. Era obvio que la presencia de su amiga operaba como freno. Resolvió explotar la ventaja para que declarara ante ella su adhesión al proyecto:

-¿De modo que si tomamos todos los recaudos te parece viable? -le preguntó con tonito mordaz.

Luciano sonrió ante la treta de Romi. No podría desdecirse si expresaba su conformidad públicamente, pero aún tenía algo que manifestar:

-Uno de los recaudos será registrar los pormenores de cada salida para tranquilidad de todos, ¿vale?

-¿Pensás supervisarlos? -averiguó Sandra.- Porque te aclaro que no vamos a contratar empleados por ahora.

-Lo haré ad honorem -manifestó Lucho riendo francamente.- Ahora, ¿quieren que vayamos por el postre?

-No hace falta -dijo Romina.- Tenemos helado y nosotras te vamos a convidar. -Lo sacó del freezer y trajo copas y cucharas.- ¿Qué gusto preferís?

-Chocolate y frutilla -indicó Lucho.

-Frutilla no hay. ¿Otro?

-Vainilla.

-No hay. ¿Otro?

-El que haya. Se va a derretir si me seguís preguntando -dijo con paciencia.

Su hermana rió y completó la copa con sabayón.

-Te estaba cargando. No hay más que estos dos gustos. Yo elegí el chocolate y Sandra el sabayón. -rellenó las otras copas y le entregó una a su amiga.

Los tres comieron en silencio. Los ojos de Luciano no se apartaban de Sandra que degustaba su helado despaciosamente, y los de Romina fluctuaban entre el rostro concentrado de su amiga y el abstraído de su hermano. ¿Habría asistido a un flechazo? Apostaba que sí para Lucho, pero no estaba tan segura con Sandra. El atrevimiento de su hermano la había fastidiado y probablemente conspiraba contra cualquier acercamiento. Suspiró, porque le habría encantado que formaran pareja. El anuncio de su amiga, que había terminado con el helado, la apartó de sus pensamientos:

-Bueno, me voy. Mañana temprano tengo que pasar por las tarjetas y los folletos. ¿Me pedís un taxi?

-Yo te llevo -ofreció Lucho.

-No. Gracias. -denegó la joven con firmeza.- Por favor, Romi, pedime un taxi.

-¿Todavía estás enojada? -indagó el hombre.

-¿Debería? –expresó ella.- Es que no quiero molestarte -agregó.

Él hizo un gesto de aceptación y Romina solicitó un móvil. Cuando sonó el timbre la acompañó hasta la puerta y se despidieron con un beso. Su hermano la esperaba en la cocina.

-Linda y cascarrabias tu amiga -dijo.- ¿Cuánto pensás que le durará la bronca?

-Conociéndola, un buen rato. Empezaste con el pie izquierdo, si entendés lo que quiero decir.

-¿A qué viene esa advertencia?

-Te gustó, tarado. Y vas a tener que hacer mérito para que se olvide de tu desplante machista. Por cierto que nunca te ví tan cautivado por una mujer. ¿Encontraste la horma de tu zapato, don Juan?

Sólo chispearon los ojos de Luciano en el tranquilo rostro. Le pasó un brazo por los hombros y la condujo hacia la escalera que llevaba a los dormitorios.

-Hora de dormir, chiquita. Y sosegá esa prolífica imaginación.

-Como digas. Pero estoy segura de que si te esforzás, podrás reivindicarte. Siempre pensé que no hay mujer que pueda resistir el encanto de mi hermano -afirmó dándole un beso de despedida.

-¿Ni Sandra? -dijo él con un matiz de ansiedad.

-¡Ni Sandra! -confirmó Romi alegremente.

jueves, 15 de septiembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 3

Luciano madrugó para realizar el levantamiento topográfico de un campo ubicado a ciento cincuenta kilómetros de Rosario esperando terminarlo en el transcurso de la mañana. Mientras se afeitaba sintonizó un informativo que vomitó accidentes en la ruta, asaltos, caminos cortados por los piqueteros y allanamientos de moradas con fines de robo. Le preocupaba dejar a Romina sola en la espaciosa vivienda pero no podía eludir este compromiso. ¿Cuándo tuvieron que enrejar toda la casa y vivir como reos? Se deslizaron inadvertidamente a medida que crecía la inseguridad en las calles y, faltos de protección, recurrieron a la iniciativa personal que los delincuentes se encargaban de burlar. Nada los detenía, ni alarmas, ni rejas, ni puertas blindadas. Sólo la buena suerte de los desprotegidos. Terminó su aseo personal y se vistió declinando desayunar. Pararía en el camino. Escribió una nota para su hermana y salió de la casa en silencio para no despertarla. A las dos de la tarde estaba de regreso y encontró a Romi a punto de comer un sándwich.

-¡Hola, nena! Estoy famélico así que te invito a almorzar.

-¡Qué suerte! ¿Adónde me vas a llevar? –dijo Romina que gustaba de comer bien amén de la compañía de su hermano.

-Elegí vos.

-¡A la Herradura!

-No sos tonta ¿eh? –rió Lucho.- Pero mi hermanita se merece lo mejor. Vamos.

En el auto la chica barajó la conveniencia de comentarle a su hermano el proyecto que compartía con sus amigas. Decidió que lo haría pero después de comer. No iba a arruinarse un buen asado. La comida transcurrió entre platos y amable charla. Cuando volvieron a la casa Lucho le informó que iba a tomar una siesta. Romina tampoco creyó prudente arruinarle el descanso. Además, a las cuatro recibiría la primera tanda de alumnos y a las seis la última. Se lo diría antes de la cena. Luciano pasó a saludarla a las siete de la tarde y le avisó que cenaría con un amigo.

-¿Por qué no invitás a comer a tus amigas? Así no te quedás sola.

Ella se levantó y lo llevó a un aparte:

-No tengo plata para comprar nada. Recién voy a cobrar este fin de semana.

-¿Cómo no me dijiste antes? No te pregunté porque pensé que papá te había dejado efectivo. –Sacó la billetera y separó tres billetes de cien pesos.- ¿Tirás con esto?

-¡Sos un rey! –exclamó y lo abrazó estampándole un beso en la mejilla.- ¡Te juro que te lo voy a devolver!

-¡Ja…ja...! Para ahorrarte conflictos morales, consideralo un obsequio. Pero no te quedes sola.

-Apenas se vayan los chicos, curso la invitación –aseguró con una sonrisa.- Chau y que te diviertas.

Él le hizo un gesto de saludo y salió de la sala de clases. Cuando se fueron los últimos alumnos, Romina llamó a Sandra. A pesar de que no se veían con frecuencia, había una afinidad entre ellas que no requería alimentarse con la asiduidad. Se hablaban por teléfono cada tanto y desde esa coincidencia se permitieron, aunque hiciera varios meses que no se frecuentaran, planear una estrategia para resolver la crisis económica y convocar a las amigas comunes. Después de confirmar la presencia de su amiga, llamó a la rotisería para encargar la cena. Revisó la bodega paterna y seleccionó un vino Malbec para acompañar la comida. Sandra llegó a las nueve y media junto con el repartidor. Romina le pagó y juntas entraron los paquetes hasta la cocina.

-Tomá –dijo la anfitriona.- Te devuelvo los veinte pesos que me prestaste.

-¡Pero no! Dejalos a cuenta de la comida.

-Agarralos. Esta noche invito yo.

-¿Te pagaron los alumnos?

-No. Mi hermanito se compadeció de mi pobreza y me regaló trescientos pesos.

-¡Ése es un Lucho que desconozco! ¿Desde cuándo tan desprendido? –rió Sandra.

-Desde hace varios años. Es que te queda el recuerdo de cuando empezó a trabajar y ahorraba para comprarse el auto. Ahora tiene auto, departamento… y una hermana indigente –agregó con gesto de desánimo.

-Bueno, no te pongas así. Que si lo nuestro funciona vendrán épocas prósperas. –Se quedó pensando.- ¿Tan poco tiempo le llevó a Luciano hacerse dueño de un auto y un departamento?

-Años, nena. ¿Cuándo lo viste por última vez?

-Dejame pensar… ¿Cuando terminamos el secundario? ¿Hace cinco años? –se quedó perpleja.

-Hace más –aportó Romi.- Cuando estábamos en cuarto él empezó a trabajar con papá, así que no venía a casa en todo el día entre las visitas a los campos y las clases en la Facu. Me acuerdo que mami renegaba para que cenara antes de que se tirara en la cama porque lo único que quería, cuando llegaba a la noche, era dormir.

-Sí. Me acuerdo lo flacucho que era. Alto y puro hueso.

-Épocas pasadas –dijo Romina risueña.- Ganó en peso y en algunas canitas que le quedan muy bien. Así que sacando cuentas, hace seis años que no lo ves, porque cuando nos graduamos estaba enfermo y no vino a la entrega de diplomas ni a la fiesta. Después cada una siguió por su lado… -agregó con nostalgia.

-Como dijiste: épocas pasadas –citó Sandra terminante.- La realidad es que permanecimos en contacto aunque no nos viéramos tan seguido y por eso estamos embarcadas en una empresa común. Hice un sondeo con una de mis alumnas y si no te conociera, no te contaría la charla que tuve porque te desalentaría…

-Entonces –resolvió Romina- contámelo mientras comemos y delante de un vaso de vino.

Se acomodaron en la mesa de la cocina, calentaron la comida y cuando degustaban las supremas a la napolitana, Sandra le relató el diálogo con Elena.

-Estoy decepcionada. Yo, que la consideraba una adelantada y que iba a ser nuestra mejor promotora… -dijo con pesadumbre.

-Tenés que comprenderla, -alegó Romina- Elena te aprecia y ve con preocupación un proyecto que relaciona con el riesgo y la inseguridad.

-Ahí está el meollo -atajó Sandra.- Que el único argumento que esgrima para corregir nuestras finanzas esté atravesado por la presencia de un hombre.

-No de cualquiera -connotó su amiga.- Sino de un compañero de vida como el que tuvo ella. ¿Qué ves de censurable en su razonamiento? El amor y la realización personal no son incompatibles sino complementarios.

-En tanto no encontremos a nuestro peor es nada, niña romántica, tenemos que subsistir por nuestra cuenta -entonó Sandra. La miró con suspicacia y le preguntó:- ¿Acaso estás arrepentida?

-¡Qué va! Sólo resaltaba el aspecto más positivo de la contradicción. Pero esto me lleva a pensar en por qué, con tantos tipos dando vuelta, estemos más solas que una ameba.

La carcajada de Sandra desencadenó la risa de Romina e hizo preguntarse a Lucho, que estaba entrando en la casa, qué era lo que divertía tanto a las chicas. La socia de Romi, enfrentada a la puerta, fue la primera en verlo. La hilaridad dejó paso a la huella de una sonrisa al contemplar al recién llegado. Ese hombre que la observaba con callada seriedad distaba años luz del recuerdo que tenía de Luciano. Su mirada la descentró de la familiar reunión que compartía con su amiga y la arrojó a una espiral de sensaciones inquietantes. Romina fue testigo de cómo la amplia sonrisa de su hermano se transfiguraba en una solemne gravedad que suspendió el tiempo en una muda interrogación. ¿No reconocía a Sandra en la mujer que parecía haberlo conmocionado? Lucho reaccionó y entró a la cocina:

-¡Hola a las dos! -dijo- ¿Vos sos…? -dejó la pregunta en suspenso.

-Sandra -respondió la chica, recuperada.- Y vos Lucho, si no me equivoco.

-La última vez que te ví tenías un aparato en los dientes y… ¿algunos kilitos de más? -arriesgó con una sonrisa que intentaba disculpar una probable ofensa.

La muchacha no se alteró. Una límpida carcajada acompañó su declaración:

-Y parece que los kilos te los endosé a vos. En cuanto al aparato -aclaró recuperando la seriedad- ya no lo tenía cuando acabé la secundaria.

-¿Cómo es que volviste tan temprano? -interrumpió Romina que trataba de ubicarse en el nuevo paisaje que había configurado la aparición de su hermano.

-Porque a Gonzalo lo llamaron del hospital. Lo requería un bebé que asomaba a este mundo. ¿Y ustedes en qué andaban?

-Madurando nuestro proyecto -reveló Sandra. Y al ver el gesto de extrañeza de Lucho:- ¿No te contó Romina?