Las jóvenes se
levantaron a las ocho menos cuarto. Una desayunó con tostadas y café con leche
y la otra tomó un café para completar su ingesta mañanera en compañía de Mike.
Antes de las ocho y media estaban en la puerta del edificio.
-Entonces nos
encontramos a las tres en el Portal -recordó Romina mientras subía al auto de
Michael.
Sandra hizo un
gesto de asentimiento y fue a buscar su vehículo a la cochera. Trató de
concentrarse en el trabajo pero su mente convergía en el recuerdo de Luciano y las
divagaciones de su amiga. A las once dio por finalizada la clase y un hormigueo
de excitación la recorrió al pensar que era su última obligación laboral de la
semana. Se preparó un almuerzo ligero y después se dio una ducha. Mientras se
secaba el pelo recibió la llamada de Lucho:
-Hola -saludó con
satisfacción contenida- ¿adónde estás?
-Haciendo un alto
para el almuerzo antes de pegar la vuelta. ¿Ya comiste?
-Sí.
-¿Y cuáles son
tus planes?
-Encontrarme con
Romi a las tres en el Portal.
-¿Qué van a comprar?
-¿Por qué
comprar? Podríamos ir a pasear.
-Mm… Las mujeres
no van a pasear a un Shopping -la risa grave del hombre arrulló sus oídos.
-Me voy a comprar
un vestido para el cumple. ¿Satisfecho?
-Ah… Yo estoy
satisfecho de verte vestida con lo que sea -le dijo en voz baja. Hizo una pausa
para recuperarse y cambió el tema:- Esta noche te paso a buscar a las ocho y
media. Mañana tenemos que salir a las seis para llegar a Arancibia antes del
mediodía. ¿Te parece bien?
-Me parece
estupendo. Corto porque está entrando una llamada. Nos vemos, Luciano.
-Enredada en la charla con Abril, se perdió la despedida del hombre.
-Nos vemos, mi
amor - manifestó Lucho al aparato sin interlocutor.
-¿Tanto hemos
avanzado? -se interesó su padre.
-No, ya había
colgado -le contestó riendo- así que me saqué las ganas.
-Estás demasiado
tranquilo para una situación sin desenlace.
-Lo tendrá, papá,
pero mi chica necesita ser cortejada. Cada vez que nos vemos la siento un poco más cerca y cuando la tenga
en mis brazos será porque lo desea tanto como yo.
-En mi época no
éramos tan considerados para ir a los bifes. No creo que te cueste nada
convencerla de que sos el hombre indicado. Mirá que por confiado al mejor
cazador se le escapa la liebre…
-Sos un dechado
de sabiduría, pa -le dijo largando la carcajada- pero te estás contradiciendo.
Ayer no dudabas de mi idoneidad y hoy la impaciencia te obnubila. ¿Así la
atropellaste a mamá?
-En realidad,
ella me atropelló a mí. Por eso te lo advierto -lo aconsejó.- A punto estuve de
perderla por andar con tantos miramientos. Así que una noche en que la llevaba
de vuelta a su casa, me preguntó sin rodeos qué tipo de relación pretendía; que
si no era para casarme ella tenía otro candidato.
-¡Mamá Luisa!
-exclamó Lucho.- ¿Y qué le contestaste?
-Que no se
atreviera a pensar siquiera en el fulano. Y ahí mismo le pedí que se casara
conmigo -dijo Rafael.
-Mirá vos... No
sólo nos trajo al mundo sino que eligió con quien. Una genia, mamá.
-¡Si ellas nos
eligen, hombre! Podrás desplegar todo tu encanto pero si no fuiste detectado
por ese mecanismo extraordinario, todo lo que hagas será vano.
-Lo tendré en
cuenta, papá -asintió Lucho con seriedad.- Y ahora terminemos de comer, no sea
que llegue tarde a la cita.
Rafael amagó
golpearlo con el puño y su hijo lo esquivó riendo. Poco después se encaminaban
hacia Rosario adonde Sandra ya salía para encontrarse con Romina.
-Vamos a la
boutique de Jean Paul Gautier -le dijo apenas se vieron.
-Me estás
hablando de alta costura. No voy a invertir en un vestido cuando todavía no
terminé de pagar el auto.
-Te digo que
vayamos. Acaban de instalarse y deben querer promocionar el local. ¡Tienen una
ropa hermosa!
-Así ha de
costar. Prefiero ir a Rosa y Canela. Tienen cosas lindas y a buen precio.
-Después
-insistió Romi.- Quiero conocer ese lugar y esta es una ocasión única. Dame el
gusto ¿si?
Sandra se encogió
de hombros y la siguió. Después de todo, se dijo, probarse alguna prenda no
obligaba a comprar. El negocio estaba en la planta alta, montado con detalles
decorativos que lo distinguían de los demás locales. Empujaron la puerta de
cristal y fueron atendidas por una obsequiosa empleada. Impuesta de lo que
buscaban las jóvenes, les pidió que la siguieran a la trastienda. Sobre un
maniquí estaba presentado un vestido largo color violeta cuya falda se abría al
costado para exhibir parte de la pierna y con un bretel de flores bordadas un
tono más suave cruzando desde el hombro a un pecho. Las amigas lo miraron
embelesadas. Sandra fue la primera en reaccionar. Abrió la boca con la
intención de preguntar el precio:
-¿Cuánto…?
-alcanzó a decir antes de que Romina le apretara el brazo y la interrumpiera.
-Es precioso y
seguro que a mi amiga le quedará muy bien. Se lo medirá -dijo sin dejar de
presionarle el brazo.
La empleada asintió
y lo retiró del exhibidor. Le indicó una puerta a Sandra para que entrara a
probárselo. Romina la siguió al vestidor.
-¡Estás loca!
Este vestido debe costar una fortuna -gimió Sandra.
-No importa. Por
unos minutos te verás como una diosa -argumentó Romi sentándose en un sillón
tapizado de pana bordó.
Su amiga movió la
cabeza resignada y se sacó la ropa para probarse el vestido.
-Sin corpiño… -indicó
Romina.- Tiene los hombros descubiertos. -La observó hasta que le quedó
perfectamente calzado. Abrió una bolsa de compras y sacó un par de sandalias de
taco alto compuesta por tres tiritas de piedras.- Ponete éstas -le dijo- son el
complemento adecuado.
Sandra sonrió
resignada. Se miró en el espejo y se asombró de la imagen que le devolvía. Su
amiga se levantó y le soltó el pelo que tenía recogido con una hebilla. Las dos
estuvieron admirando a la bella joven que las observaba desde el cristal.
-Me siento como La Cenicienta -rió Sandra-
cinco minutos antes de que la carroza se convierta en calabaza -hizo ademán de
sacarse el atuendo.
-¡No, no, no!
-exclamó Romi.- Antes le mostraremos a la empleada.- Se asomó a la trastienda y
le hizo una seña a la mujer para que entrara.
-¿No le queda
perfecto? -le preguntó.
La empleada
asintió. Sandra, que se sentía sumergida en una situación incongruente, volvió
a la realidad con una pregunta:
-¿Cuánto cuesta
el vestido?
-Cinco mil
dólares -respondió la aludida.- Es un modelo exclusivo y le aseguro que no
encontrará por este precio nada mejor.
-Seguramente
-dijo Sandra.- Porque busco algo que no salga más de mil pesos que es lo mucho
que puedo pagar. Si me permite, me voy a poner la ropa que traje.
-¡Esperá! -mandó
su amiga. Se dirigió a la empleada:- ¿Qué opina de llamar al señor Gautier?
La mujer observó
la soberbia estampa de la modelo y, después de una breve vacilación, hizo un
gesto de asentimiento y salió del probador bajo la mirada complacida de Romina.
-¿Me querés decir
a qué viene esta conspiración? -explotó Sandra.
-A que tenés la
posibilidad de comprar el vestido por lo que puedas pagar. Es una política de
la casa cuando una creación se adapta perfectamente a una persona que no puede
cubrir su precio. Pero si te lo decía antes, no hubieras entrado, ¿no es
cierto?
-Lo cierto es que
nunca hubiera pensado que mi mejor amiga me expusiera al ridículo -declaró
Sandra.- Aunque esté fuera de mis posibilidades semejante erogación, no me
hubiera prestado a esta absurda prueba.
-¡Ahora dame vos
un voto de confianza! -rogó su amiga.- Si hubiera dudado un momento del
resultado no te habría propuesto venir.
Jean Paul Gautier
encontró a una joven de porte altanero que realzaba la prenda que lucía. La
midió de pies a cabeza, como quien evalúa una obra de arte mientras ella
parecía desafiarlo con la mirada.
-Este modelo ha
sido hecho para usted -dijo por fin.
-Es magnífico,
pero yo no puedo pagarlo aunque me lo diera en cien cuotas -le aclaró esperando
que no insistiera demasiado en hacer la venta.
-¿Y cuánto
estaría dispuesta a pagar? -preguntó el hombre.
-Nada que pueda
interesarle -dijo con una leve sonrisa. Vio llegar a otro masculino con una
cámara fotográfica y levantarla apuntando hacia ella:- ¡Un momento! -exclamó-
no puede sacarme una foto sin mi consentimiento.
El fotógrafo dudó
y miró al dueño del local.
-Por lo visto
usted ignora nuestro procedimiento, mademoiselle
-explicó Gautier.- Esta instantánea es para nuestro archivo ya que se ha hecho
acreedora, según nuestros cánones, a la propiedad de este modelo original. Si
lo acepta, usted se lleva el vestido y nosotros lo justificamos con la
fotografía.
-¡Sandra, esta
oportunidad es única! -intervino Romina.- El señor te hace una oferta
inestimable que está dentro de las reglas de su negocio.
-Pero yo no puedo
aceptarla. Lo que puedo pagar es irrisorio comparado con su precio.
-Usted debe pagar
un precio de buena fe -dijo Gautier.- Lo que estaba dispuesta a gastar hoy en
su prenda.
-No más de mil
pesos y en cuotas -declaró segura de que el hombre se le reiría en la cara.
-Perfecto -dijo
contrariando su convicción.- ¿Ahora nos permite tomarle algunas fotos?
Sandra interrogó
a Romi con la mirada. Su amiga asintió con vehemencia.
-Si es una
operación lícita, está bien -consintió la joven.
El poseedor de la
cámara le tomó una serie de instantáneas y se retiró de la trastienda. Gautier
le comunicó que la esperaba en el local y salió tras el fotógrafo. Sandra se
quitó el vestido y volvió a colocarse las prendas con las que había llegado.
Mientras la empleada se hacía cargo de la indumentaria para acomodarla en una
caja, buscó a Romina con la vista. Supuso que se había adelantado y pasó al
salón principal adonde la esperaba el dueño que había instruido a la cajera
sobre el monto y la forma de pago. Vio a su amiga charlando con el fotógrafo y
cuando tuvo la bolsa con la compra en su poder, fue a buscarla. Se despidieron
de Gautier y los empleados y entraron a una confitería para tomar un café y
charlar.