viernes, 23 de agosto de 2013

VIAJE INESPERADO - IX



—¿Desde cuándo te desvela mi seguridad? —reaccionó belicosa.
—A partir de que llamaron de la agencia de turismo y nos enteramos de que cancelaste el viaje. Te estuve rastreando desde ayer a la mañana. Mamá estuvo al borde del infarto hasta que no averigüé tu paradero, y vine a buscarte porque a los viejos les cayó la ficha de que te podría pasar algo grave.
—¡Ja! Es preferible la incomodidad del viaje a soportar su histeria —le espetó con sarcasmo.
Toni se le acercó hasta que ella descubrió en sus ojos una suerte de alivio mezclada con enojo. La abrazó y le dijo, poniendo un beso en su frente: —¡A mí también me cayó la ficha, estúpida!
Leonora rió en brazos de su hermano, atónita por esa confesión de cariño intempestivo. ¡No es tarde para que mi hermano me abrace y mis padres se preocupen por mí!, se dijo feliz.
Marcos y Arturo se habían acercado y observaban a la pareja barajando distintas especulaciones. Leo se desasió del joven, y se dirigió a padre e hijo: —¡Mi hermano Toni! —presentó con euforia.
Las facciones de Marcos se relajaron. Estiró la diestra y recitó su nombre. Arturo hizo lo propio y poco después retomaban la mateada.
—¡Con la inseguridad en que vivimos esta hermana mía se da el lujo de desaparecer! —rezongó el recién llegado—. Ahora te toca llamar a los viejos para tranquilizarlos —le indicó.
—Me olvidé el cargador del celular en Rosario.
—Tomá el mío y llamalos —se lo estiró.
Leo suspiró y se levantó con una disculpa. Apartada del grupo charló con dos progenitores que, por primera vez, se olvidaron de sus reclamos para demostrarle cuan afligidos estaban por la falta de noticias. Los calmó y les prometió que los hablaría con regularidad. Colgó con la flamante sensación de estar integrada a su familia por el afecto. Marcos no dejó de observarla cuando se alejó para comunicarse con los padres. El sobresalto de verla en brazos de un hombre que no conjeturó como su hermano le hizo preguntarse, después de las confidencias del día anterior, por el cambio de humor en la relación filial. Era obvio que la muchacha había respondido al desapego hogareño con un distanciamiento que no se compadecía con sus sentimientos. Ahora volvía a la reunión con una expresión de alegría contenida que lo deleitó. Le sonrió a su hermano al devolverle el teléfono, gesto que el joven retribuyó.
—Ya que papá y mamá están tranquilos, me vuelvo a Rosario. ¿Hasta cuándo te pensás quedar aquí?
—Hasta que Camila esté bien.
—Toni —opinó Marcos—, aunque salgas ahora vas a viajar de noche. Quedate a cenar con nosotros y pernoctá en mi departamento.
El hermano de Leo asintió: —Te agradezco. Me vendría bien reponerme de esta jornada.
—¿Por qué no cenan acá y duermen en la casa? —ofreció Arturo—. Hay suficientes habitaciones para todos.
—Porque el mediador tiene la dirección de Irma y no sabemos a qué hora llegará durante la mañana —respondió el hijo—. Nos iremos después de cenar.
A las diez de la noche se despidieron del dueño de casa y Marcos, después de dejar a Leo e Irma, partió hacia su casa seguido por Toni.
—¡Qué joven bien parecido es tu hermano! —apreció Irma.
—Sí. Y muy pagado de sí mismo —rió la muchacha—. Lo que no esperaba es que se tomara la molestia de buscarme. No somos muy apegados…
—Esto te demuestra que te quiere bien. No debe haber distancia entre hermanos —sermoneó.
—Así debiera ser, querida Irma —se estiró con exuberancia—. Estoy agotada. Demasiadas emociones para un día —bostezó.
—Mmm… Sí. Los abrazos y los besos suelen agotar —dijo la mujer con picardía.
Leonora observó la cara socarrona de Irma y no le cupo duda de que se refería al beso de Marcos. ¡Claro! No se habían alejado demasiado de la casa y debieron ser visibles desde el interior. ¿Arturo también habría sido testigo? Sacudió la cabeza y le dedicó a su anfitriona una sonrisa enigmática. Aún no era tiempo de confidencias.
—¡A la cama, entonces! Mañana te espera otro día agitado —exhortó la mujer interpretando su silencio.
—¡Gracias, Irma! —la abrazó—. Vayamos a descansar.
∞ ∞
Marcos estacionó el auto en la calle y le indicó a Toni que guardara el suyo en la cochera del departamento. Instalados en la sala de estar, se estudiaron mutuamente. El dueño de casa aventajaba en información a su invitado. Sabía que le llevaba tres años a su hermana, que era la debilidad de sus padres, que no le encontraba rumbo a su vida y que lo había sorprendido con su impensada demostración de afecto. La alegría de Leo por este cambio era palmaria, y se esforzó en pensar cómo podría colaborar para mantenerla.
—¿Aluciné o estuviste a punto de liquidarme con la mirada cuando abracé a mi hermanita? —arriesgó Antonio con soltura.
—¡Te absolví cuando te presentó! —aceptó Marcos riendo—. Encuentro a la mujer ideal y por poco pensé que tenía dueño...
—Estás de parabienes porque, que sepa, solo se ha enfocado en su profesión —lo alentó—. Aunque deberás sortear un gran escollo: este pueblo no se compadece con una gran carrera.
—De eso me preocuparé luego —contestó Marcos—. En cuanto a vos, contame a qué te dedicás.
—A holgazanear. Estudiar no me gusta y menos ser cadete de mi padre. Pero es mi única fuente de recursos hasta que herede. Y como el viejo goza de buena salud, esta salida está muy distante —dijo con cinismo.
Silva no arriesgó ningún comentario. Bajo esa costra de frivolidad, intuyó a un tipo sensible subestimado por un padre intolerante y una hermana autosuficiente.
—Tomemos una copa. ¿Qué te sirvo? —preguntó al levantarse.
—Whisky.
—Bien.
Trajo los vasos refrescados con hielo y volvió a sentarse enfrente de Toni. Lo escrutó con calma, atendiendo al recuerdo de su charla con Leo a quien mortificaba la actitud apática de su hermano frente a la vida. Tal vez…
—¿Te satisface depender de tu padre? —la pregunta no estaba revestida de ninguna sutileza.
Antonio no se alteró. El pretendiente de su hermana le caía bien y le gustaba su estilo frontal: —No. Aunque tampoco cualquier tarea —aclaró.
—Si estás dispuesto a experimentar, puedo ofrecerte una alternativa.
El joven lo miró interrogante. ¿Pensaba Marcos que esa propuesta le facilitaría el consentimiento de Leonora? Pensó que tendría que puntualizarlo de entrada si así fuera.
—Te escucho —accedió.
—Hace tiempo que estamos considerando con mi padre delegar algunas tareas en una especie de capataz, o gerente, como quieras llamarlo.
—¡Pero yo no entiendo nada de labores agrícolas! —interrumpió Toni alarmado—. Solo cursé algunas materias de Agronomía.
—Lo tuve en cuenta para pensar en vos —precisó Marcos con placidez—. Se trata de incorporar gradualmente las distintas tareas hasta que puedas manejarlas como una totalidad. El tiempo que lleve dependerá de tu interés.
Antonio se hizo algunos planteos antes de responder. La expresión serena del hombre que no lo apremiaba le facilitó el auto análisis. Le sorprendió que Marcos, sin conocerlo, depositara en él la confianza que suponía hacerse cargo de la administración de la hacienda. La oferta era tentadora y predecía un cambio inesperado en su vida. Se sintió capaz de afrontar el desafío.
—Mirá, viejo —dijo al cabo—, todo bien si mi posibilidad no depende de tu potencial relación con mi hermana —hizo un gesto de disculpa—. Perdoname la franqueza, pero si me involucro no quiero ser rechazado por razones ajenas a mi dedicación.
Marcos sonrió ante el reparo del muchacho que daba por sentada su idoneidad, lo cual era meritorio en un habitante de la metrópoli que lidiaría en un terreno desconocido. Estaba seguro de no haberse equivocado al calibrar a Toni como futuro colaborador así como que Leonora era la compañera de ruta que ambicionaba. La respuesta fue contundente: —Vos preocupate por aprender. De conquistar a tu hermana me preocuparé yo.

domingo, 4 de agosto de 2013

VIAJE INESPERADO - VIII



Leonora se detuvo a contemplar la casa. Madera, piedra y tejas le daban un peculiar aire de solidez. Sobre todo le fascinaron las dos ventanas que predominaban en la planta alta, protegidas por un techo a dos aguas. El porche cubierto, estaba bordeado a cada lado de la escalera por macizos de plantas florecidas, y varios árboles añosos, atrás y a los costados de la construcción, la protegían de la canícula veraniega.
—Me encanta tu casa —proclamó—. ¿Cuántos dormitorios tiene?
—Cuatro. Estuvo pensada para varios niños —dijo Marcos—. Lamentablemente, sólo me tuvieron a mí.
Leo le dirigió una mirada compasiva: —¿Te hace daño hablar de tu mamá?
Él jugó con el suave cabello de la joven antes de contestar: —No con vos. Poco pude disfrutarla hasta que murió. Enfermó de leucemia cuando yo tenía dos años y luchó contra su dolencia durante otros diez. Mi recuerdo más nítido es el del sufrimiento de mi padre que no se resignaba a perderla. Él recorrió el mundo para salvarla mientras a mí me cuidaba nana y mi abuelo se hacía cargo de la hacienda. Cuando ella se restablecía un poco se esforzaba por brindarme todo el tiempo que podía aunque yo no comprendiera del todo sus frecuentes ausencias. Solo tomé conciencia de la gravedad de su enfermedad antes de su muerte —reveló conmovido.
—Oh, Marcos… —murmuró Leonora con las pupilas brillantes de lágrimas contenidas.
Estaban tan cerca que bastó un mínimo movimiento del hombre para sostener a la muchacha trémula contra su cuerpo. La abrazó sin otra intención que la de consolarla y la besó porque no pudo contenerse. Ella apartó la boca cuando la caricia se convertía en el preludio de una entrega y refugió la cara en el hueco del hombro viril. Él  apretó la cabeza de la chica contra su cuello mientras recuperaba el aliento y la sensatez.
—Querida… No quise mortificarte —musitó junto a su oído.
Ella se apartó con suavidad: —No, no… Yo tuve la culpa. No debí recordarte una historia tan dolorosa.
—Ya no lo es, Leo. Pero me sacudió tu sensible interés. Me hizo bien recordar en voz alta esa etapa de mi vida que ni siquiera pude hablar con papá por no afligirlo.
—¿No lo decís para confortarme?
—Lo juro —sonrió—. ¿Querés reanudar el paseo?
Arrancaron a caminar juntos hacia el pequeño monte de frutales que abastecía las necesidades de los propietarios y de algunos vecinos, pasaron por la huerta que tenía el mismo propósito, y desembocaron en el establo.
—¿Sabés montar?
—¡No! —negó la joven, con una risa.
—Es hora de que aprendas —anunció Marcos.
Abrió uno de los boxes y acarició la testa y los belfos de un caballo que restregó la cabeza contra su mano. Le colocó la brida con las riendas y la silla de montar. Hizo lo propio con otro equino y los sacó de la caballeriza.
—Primera lección —dijo a la risueña muchacha—, establecer una relación cordial —le indicó que acariciara la cabeza y el pecho del animal.
Ella obedeció con gravedad. En tanto él sujetaba al caballo, le señaló como poner el pie en el estribo para montarlo. Luego le entregó las riendas y subió al suyo. Las claras explicaciones de Marcos le iban infundiendo confianza hasta animarla a pasar a un trotecillo. Cabalgaron durante una hora recorriendo los alrededores con calma y se apearon antes de pegar la vuelta. El hombre la ayudó a bajar y ató las riendas de los caballos a un travesaño de la tranquera. Después se sentó en el suelo junto a Leonora.
—¿Cómo está tu lindo trasero? —preguntó con humor.
—Por ahora indemne. Pero temo, por tu interés, que mañana no voy a poder sentarme.
—¡Ja! Hemos sido muy cuidadosos —lo dijo con una mueca juguetona.
Ella reclinó la cabeza y le hizo un mohín. A él le reverdecieron las ganas de besarla. Se extasió mirando el rostro arrebolado por el sol, los cabellos alborotados por el viento y esa expresión de chiquilla burlona con que respondía a su provocación.   
—Los caballos parecen inquietos. ¿Por qué mueven tanto las orejas? —la pregunta lo liberó de su embeleso.
—Están bien. Solo vigilan. Hay otros movimientos a los cuales hay que atender.
—¿Cómo cuáles? —se interesó Leo.
Marcos le dio una cátedra sobre orejas paradas, caídas, hacia atrás, en diagonal, que ella escuchó con atención. Antes de las doce, volvieron a montar para regresar a la casa. Después de desensillar su caballo siguiendo las instrucciones de su entrenador, Leonora le dijo: —Gracias por la experiencia, Marcos. Ha sido el paseo más ameno que recuerde.
—Lo volveremos a repetir, ¿eh? —propuso él satisfecho.
Los esperaba una mesa tendida a la sombra de los árboles adonde se acomodaron para comer algunos entremeses preparados por Irma. Arturo apareció poco después con la primera fuente de carne asada.
—Faltaba una bella amazona para engalanar esta hacienda —lisonjeó a la invitada.
—¡No me cargues! —rió ella—. Pero podés apostar a que si practico podría llegar a ser un buen jinete.
—No lo dudo. Mis caballos y mi hijo están a tu disposición. ¿Digo bien? —le preguntó al aludido mientras le servía unas achuras.
—Acertado como siempre, papá —declaró Marcos, circunspecto.
El histrionismo de padre e hijo provocó la hilaridad de Leo, contagiando al resto de los comensales. El almuerzo discurrió en un clima de bienestar que, a criterio de Irma, hacía mucho que no se vivía en esa casa. Leonora le ayudó a levantar la mesa y dejar la cocina limpia pese a su negativa, después de lo cual volvieron a sentarse para tomar un café.
—Le sonsaqué a Irma el motivo de tu visita a este pueblo —señaló Arturo—. Deploro la circunstancia, pero ¿qué otro azar te hubiera conducido a estos pagos?
—Creo que solo si Camila hubiera aceptado que la acompañara. ¡Me arrepiento de no haber insistido! —se censuró.
—¡Vamos, Leo! —terció Marcos—. No te culpes ni te desmoralices. Mañana se resolverá el problema.
—Pienso que Matías es el más interesado en que se recupere —aportó Arturo—. Esta semana se iba a leer el testamento de Nicanor ante la presencia de todos los herederos. Se postergó hasta que Camila esté en condiciones de discernir.
—¿Testamento? Ella es una heredera no forzosa, y la relación con el tío de su mamá, inexistente.
—El escribano ante quien manifestó su última voluntad tenía el mandato de leer el legado ante Teresa, Matías y Camila —aclaró el padre de Marcos.
—Todos herederos legítimos pero no forzosos —reflexionó Leonora—. El testamento podría ser una sorpresa para Matías… Aunque no sufriría gran perjuicio porque no implica más que un tercio de los bienes.
—No, Leo. Todo el patrimonio le pertenece a Nicanor —precisó el estanciero.
—¡Si eran tres hermanos! La herencia paterna debió repartirse entre ellos por partes iguales.
—Nicanor, como hijo mayor, le compró a su padre todas las propiedades incluida la casa solariega cuando don Ávila se fundió. Él había hecho una pequeña fortuna administrando otras haciendas, de modo que con el consentimiento de su madre y hermanas puso el dinero para pagar las deudas y evitar que fueran desalojados. Nada quedó a distribuir cuando murieron los padres.
—Entonces… ¡Puede repartir campos y propiedades como quiera, al no tener hijos! —descubrió la joven—. ¿No tendrá que ver la herencia con la inexplicable crisis de mi amiga?
—Si Camila no tuviera los antecedentes maternos, podríamos pensar en una conspiración —especuló Marcos—, aunque Matías es un profesional reconocido en la especialidad y gane fortunas con su actividad. La clínica siquiátrica le pertenece y no creo que la haya construido con la colaboración de su tío.
—No se… —dijo la joven reticente—. Algo me dice que aquí hay gato encerrado.
Marcos le echó una mirada entre risueña e inquieta. Su muchachita parecía estar cayendo en las garras de una obsesión.
—Leo —pronunció con firmeza—. Si la intervención del mediador es efectiva, podrás acompañarla lo suficiente para comprobar su estado. Si no lo fuera, buscaremos otra manera de acercarnos. En tanto, te pido que sosiegues tu imaginación.
Por un momento ella lo miró con intolerancia, mas las pupilas masculinas no cedieron ante su rebeldía. Un rictus de indefensión reemplazó su arrebato. Marcos desvariaba por consolarla y borrar con sus besos el gesto de desamparo. Arturo creyó oportuno intervenir al interpretar la preocupación de su hijo.
—Lo que dice Marcos es razonable, Leo. También yo asumo el compromiso de colaborar para ayudarte en todo lo que esté a mi alcance.
—Gracias… —murmuró la joven—. Me siento un poco avergonzada por mi impaciencia.
—¿Te gustan las aves? —preguntó Arturo de súbito.
—¡Las adoro!
—Te llevaremos a un lugar adonde podrás avistar varias especies. ¿Querrás buscar los largavistas, Marcos?
El hijo se levantó para volver después con cuatro catalejos. Irma declinó la invitación: —Vayan ustedes. Yo le haré honor a mi antiguo dormitorio.
Subieron a la camioneta y salieron de la propiedad para dirigirse a un frondoso bosque de la vecindad. Leonora quedó fascinada por el canto de los distintos pájaros que observaba a través de los binoculares. Preguntó nombres que fueron respondidos por padre e hijo, algunos de los cuales la hicieron reír, como el papamoscas y la lavandera. La presencia de Marcos con sus cuidados y atenciones la rodeó de un capullo de optimismo que la distanció de su preliminar congoja. Volvieron al caer la tarde, cuando las aves se guarecían en sus refugios. A mitad del camino arbolado, distinguieron el llamativo auto rojo. Leo frunció el ceño desestimando la peregrina imagen que el vehículo le sugería, pese a lo cual se apeó apenas se detuvo la camioneta. Corrió hasta reconocer la patente y divisar a su ocupante que compartía el mate con Irma. El hombre se levantó y la increpó: —¿Qué te pasa? ¿Por qué no dabas señales de vida?