Leonora se acomodó frente a los hombres. Los ojos de Marcos se
apoderaron de los suyos provocándole una inquietud cuyo significado se le
escapaba. ¿Sospechaba de su presencia en la estación o solamente lo motivaba el
encuentro? La mirada masculina la retuvo en la frontera de un interrogante que
la obligó a entreabrir los labios para tomar aliento. Arturo contemplaba
mudamente la escena que representaba la pareja absorta el uno en el otro. Intervino
tanto como para reanudar el trabajo como para sacudir a su hijo del estado de enajenación.
—Marcos me relató el malogrado acercamiento que tuviste con Camila —se
dirigió a la joven.
Ella parpadeó como deslumbrada y se volvió hacia el hombre: —Sí…
—murmuró—. Tenía otras expectativas. Ahora dependo del criterio de Matías para
verla —se repuso y formuló con humor—: De modo que vacacionaré en Vado Seco.
—Nosotros, de parabienes —atestiguó Arturo. Miró a su hijo inusualmente
silencioso, y lo exhortó—: ¿Seguimos, Marcos?
Antes de que el nombrado respondiera, Mario se acercó con el teléfono
inalámbrico: —Es Irma, para vos —le tendió el aparato a Leo.
—¡Hola, Irma! Sí, estaba a punto de irme —, escuchó por un momento—.
¡Gracias! —agregó—: estoy con Arturo y Marcos —después de una pausa, cerró—:
¡Les digo…! ¡Chau, nos vemos! —Se dirigió a padre e hijo—: Irma consiguió
cochera para mi auto y los invita a cenar.
—Decile que nos espere —aceptó Marcos—. ¿Querés que te escoltemos parte
del camino?
—No hace falta. Sé por donde llegar. Me voy para ayudar a Irma. ¡Hasta
luego! —se despidió.
La vieron devolverle el teléfono a Mario y salir luego en su compañía.
Antonio, que recién llegaba, relevó a su hijo en la caja. Saludó a Marcos y
Arturo con la mano en alto mientras abandonaban el local.
—Papá, esperame que quiero hablar con Mario —pidió el joven.
El muchacho volvía de entregarle el auto a Leonora, quien lo despidió con
un bocinazo. Dedujo que tendría problemas cuando vio a Silva acortar la
distancia con paso decidido. Se detuvieron a medio camino del vehículo que
ocupaba Arturo.
—Me vas a decir que hacía Leo en tu trastienda —demandó el estanciero sin
preámbulo.
—¿No va a pensar…? —se aterrorizó Mario.
—No voy a pensar nada. ¡Quiero la verdad! —dijo Marcos, ahora seguro de
que Leonora ocultaba algo—. Y no me digas que fue al baño ni que vino por el
auto.
El joven estaba condicionado por el respeto que le tenía al estanciero.
Comprendió que no podía irle con un cuento y admiró a la chica que había
reaccionado con tanta soltura, habilidad de la que él carecía. El único
resguardo era apelar a la benevolencia de Silva cuando le pidiera que no
interpelara a Cleto. Si lo hacía con Leo, la muchacha sabría defenderse.
Además, el hombre se bebía los vientos por ella.
—Cleto me pidió que la citara. Les facilité la oficina porque me dijo que
era un asunto privado. No puedo decirle más, señor Silva. Desde afuera no se
escucha nada. ¡Por favor, no reprenda a Cleto! Si se entera que me fui de boca,
es capaz de desaparecer.
Marcos miró al compungido muchacho discerniendo que no le ocultaba información.
Conocía la fragilidad anímica de Cleto y no estaba en sus planes presionarlo.
—De ahora en más, todo lo que se refiera a Leonora es asunto mío
—sentenció.
—Entendido, señor Silva —aceptó Mario.
Lo vio regresar a la camioneta adonde esperaba Arturo y pensó, cuando el
vehículo se alejaba por la ruta, que la joven no le agradecería que hubiera
cedido tan dócilmente a la presión del hombre. Se encogió de hombros. El enojo
con ella podría terminar en un beso; con él, en una vapuleada.
∞ ∞
Leo estacionó el auto en la cochera cedida gentilmente por el vecino de
Irma y volvió a la casa decidida a cubrir el costo de la comida que ofrecerían
a los estancieros.
—¡De ninguna manera! —rechazó la mujer—. Esta invitación la cursé yo.
—¡Dame el gusto Irma…! Me siento en deuda con ustedes por tantas
atenciones —protestó.
—La próxima, Leo —accedió con una sonrisa—. Ahora comunicate con tu
hermano que llamó hace media hora.
Atendió su mamá que, inusualmente, no expresó ninguna queja y se interesó
por ella y la salud de Camila. No se asombró cuando Toni le reveló que
aceptaría el trabajo ofrecido por Marcos: “Estaba por llamarlo pero quise que
vos fueras la primera en saberlo”, le dijo. Después su padre pidió saludarla y
esta charla reparó en su espíritu la ausencia paternal que la acosaba desde la
adolescencia. Sus pupilas brillaban cuando colgó el aparato y volvió junto a
Irma para colaborar con la cena. Dejaron los comestibles listos para ser
horneados y luego se dirigió a su dormitorio para alistarse. A solas, su
pensamiento voló de nuevo hacia su amiga y la promesa de Cleto de privarla
gradualmente de las drogas para que recuperara el entendimiento.
Debo confiar en él, Cami.
No haría nada para perjudicarte. ¡Qué contradicción! Para ayudarte necesitaría
de tu lúcido criterio. Tengo que ser muy cuidadosa para no delatarme ante
Marcos porque no aprobará que me inmiscuya en tu tratamiento; al final de
cuentas soy una forastera en su territorio. Y no quiero valerme de su atracción
ni traicionar a Cleto.
Sacudió la cabeza para aventar sus reflexiones y se metió en la ducha. Vistió una solera de falda corta y se calzó con
sandalias de taco alto. El espejo le devolvió una imagen que la satisfizo antes
de reunirse con la dueña de casa.
—¡Te has puesto muy linda! —dijo Irma con aprobación.
—Gracias —correspondió ella—. ¿Cuál es mi tarea?
—Tu deliciosa ensalada. Pero recién son las siete. ¿Te apetece un
aperitivo?
—¿Con qué me vas a convidar? —inquirió risueña.
—Con un vermucito. Me encanta, pero en compañía.
Poco después estaban acomodadas en el saloncito con sendos vasos
acompañados por trozos de queso y aceitunas verdes.
—¿Cuáles son tus planes? —preguntó Irma.
—Buscar la manera de trasladar a Camila a Rosario.
—No va a ser fácil convencer a sus parientes, Leo.
—Lo sé. No quiero imponerte mi presencia, pero tengo que permanecer aquí
hasta que encuentre algún medio para sacarla de esa clínica.
—Mientras estés en Vado Seco ni hablar de alojarte en otro lugar. Me hace
feliz que estés aquí y aprecio tu compañía —declaró la mujer con énfasis—. Con
respecto a tu amiga, ¿no pensaste en recurrir a Quito?
Leonora negó con el gesto y precisó: —Ya lo involucré demasiado en mis
problemas. Tuvo un entredicho con Matías por defenderme y temo que termine en discordia.
—Amigos no fueron nunca, así que poco perdería —sostuvo Irma—. Estoy
segura de que Marquito estará encantado de ayudarte.
—No lo dudo —asintió la joven—. Es un hombre generoso.
Un silencio meditativo prolongó este reconocimiento. Irma percibió que
Leo escondía algo tras la supuesta ambigüedad para complicar a Marcos. Como era
una mujer paciente, se convenció de que se explayaría oportunamente. Desvió la
charla hacia la relación amistosa de las jóvenes, vínculo que Leonora reseñó
con amplitud. A las ocho y cuarto se instalaron en la cocina y a las nueve y
media recibían a los invitados.