Me
incorporé para abrazarla. ¿Podía contestar su pregunta? En cinco días había
perdido el control de mi vida y los prejuicios me dificultaban ponerme en
contacto con mis sentimientos. Le dí un beso en la mejilla, me acomodé a su
lado y la tomé de las manos: —Sami, ojalá supiera descifrar lo que siento por
Guillermo. Desde el reencuentro, mis creencias acerca de la pareja, el esfuerzo
y la realización han sido duramente cuestionadas…
—¡Ay,
Marti…! Tu parrafada aparenta un ejercicio de oratoria. ¿Qué tenés que
analizar? ¡Lo querés o no lo querés! —me refutó.
Me
hundí en el asiento. ¡Vaya si tenía razón! Pero no podía confesarle que me
hubiera ido con Guille hasta la
China de no haber mediado el desafortunado incidente de la
llave; ni que el beso me estremeció de solo conjeturar el momento de estar a
solas. Eran confidencias para India, no para la hermana de mi potencial amante.
Tomé una bocanada de aire y me levanté.
—No
te puedo rebatir, Samanta, pero necesito adecuar mi arcaica filosofía
existencial con la que irrumpió esta semana en mi vida. Ahora me voy a dormir y
tal vez amanezca iluminada —le dije con afecto al tiempo que la despedía con un
beso.
Sostuvo
el abrazo y me exhortó: —Consultalo con la almohada ¿eh…? Pero más con tu
corazón.
∞ ∞
Un
rayo de sol se escurrió debajo de la persiana alzada a medias y se enredó en
mis pestañas. Abrí los ojos con pereza porque había conciliado el sueño muy
tarde por deliberar -a sugerencia de Sami- con mi músculo cardíaco. El citado
no aceptó ningún razonamiento lógico relacionado con edad, amistad o tiempo. Se
limitó a repetir “pero te gusta” ante
cada reparo que esgrimí. Me ganó por cansancio. Me dormí convencida de que
estaba enamorada de Guillermo y que no había impedimentos para aceptarlo.
Estiré
los brazos hacia el cielorraso y la boca en una sonrisa. Me bañé, me cambié y
bajé atesorando en el bolso la llave y el pañuelito bordado. Pensaba regresar
ambas cosas segura de que él interpretaría su significado. Mi amiga no estaba a
la vista aunque sí levantada, pues el café estaba casi listo y había una
bandeja de medialunas sobre la barra. Me instalé en un sillón dispuesta a
esperarla. Poco después se hizo presente.
—¡Buen
día, Marti! —exclamó al verme y se acercó para darme un beso.
—¡Hola,
Sami! ¿Hay noticias de los chicos?
—No
muy buenas. Darren me avisó que aún tienen para varias horas. Si estás de
acuerdo, me propuso que vayamos a almorzar a Pasos Malos y los esperemos allí
para no perdernos el día. Habló con Luis para que nos reserve una mesa —me miró
ansiosa—. ¿Consultaste con la almohada?
—Con
mi corazón, como deseabas.
—¿Y…?
—el interrogante otorgó a la simple conjunción una cualidad azarosa.
Le
sonreí provocadora: —No pretenderás saberlo antes que el interesado…
—¡Tramposa!
—escandalizó y agregó, riendo, ante mi gesto de censura: —¡No voy a agregar
nada más…! —me tomó del brazo: —¿Aceptamos la oferta de los muchachos?
—¡Dale!
—aprobé.
Desayunamos
y después le anuncié que subiría a preparar la mochila. Cargué la malla, filtro
solar, toallones y varios accesorios que podría necesitar además del bolso.
Sami estaba lista. Partimos en el auto de Darren que me ofreció manejar, pero
preferí oficiar de acompañante. Luis nos recibió con toda deferencia y, como en
la anterior visita, puso a nuestra disposición a sus sobrinos para que nos
escoltaran. Los jovencitos, ya familiarizados, charlaron hasta por los codos.
—¿Van
a tomar sol todo el día? —preguntó Rolfi.
—¿Qué
nos proponen? —averiguó Samanta.
—¡Trekking
a la Cascada Olvidada
o mountain bike hasta Merlín! —intervino Pedro.
—¡Y
conocemos guías para cada circuito! —se entusiasmó Rolfi.
Sami
me interrogó con la mirada. Pensé que una caminata no nos vendría mal.
—¿Cuánto
dura la excursión hasta la cascada? —indagué.
—Dos
horas —aseguró Pedro.
—También
a mí me atrae más la idea de un paseo —aprobó Sami—, y podremos salir después
del almuerzo.
—¿Le
avisamos a Martín? —se atropelló Rolfi—. Es el mejor y está habilitado como
baqueano.
—¡Vayan!
—autoricé—, nosotras ya subimos.
—¡Qué
comedidos! —exclamó mi amiga observando trepar a los chicos.
—¡Qué
interesados…! —corregí—. Seguro que les darán una comisión por el contrato.
Mi
celular sonó mientras acomodaba las pertenencias en la mochila. Me brincó el
corazón al reconocer al remitente: —Hola… —mi voz sonó suave.
—Marti…
¿Todavía estás enojada conmigo?
Me
sentía absurdamente feliz: —Vos debieras estarlo —disentí.
Rió
grave y bajito: —¿Sabés que raramente pierdo la compostura? Pero con vos no me
funciona la lógica —y concluyó con voz sofocada: —Siento haberte dejado sola…
—Me
lo tenía merecido —acepté con modestia.
Volvió
a reír: —¡Corazón…! Nos debemos una larga charla.
Me
dejé envolver por el sonido de su risa y la expectación que comunicaba su anhelo:
—Apenas nos veamos, ¿sí? —murmuré.
—Muy
pronto, querida. Apenas termine de ajustarle las clavijas a estas máquinas
díscolas —sobrevino un breve silencio. Luego: —Quiero verte, Martina. Te
necesito. Sé que resolveremos este equívoco…
—Lo
sé —lo tranquilicé—. Te espero, Guille. Y volvé al trabajo —mandé para
disimular la emoción que me producían sus palabras.
—Lo
que ordenes, milady —susurró
transportado.
Cerré
el aparato segura de que nuestra despedida podría eternizarse.
—¿Terminaron?
—Sami me miraba risueña.
—Estoy
lista —evité la respuesta y me lancé a escalar.
Luis,
informado de nuestros planes, ya había dispuesto el lugar para comer. Aceptamos
la sugerencia gastronómica y a las dos de la tarde nos reunimos con el guía.
Era un hombre joven, delgado, de estatura media y bastante lacónico. Nos
instruyó acerca de la vestimenta y calzado más adecuados y nos hizo una serie
de recomendaciones antes de partir. Nos despedimos de Luis y los chicos con la
convicción de que estaríamos de regreso alrededor de las siete de la tarde.
Seguimos el curso del arroyo que ascendía entre hoyas de agua cristalinas y
bordeado de su autóctona vegetación. El baqueano nos fue dando sus nombres a
medida que lo interrogábamos, más atento al camino que a los detalles
turísticos. Concentradas en el ascenso y la belleza del paisaje avistamos la
cascada que, según Martín, caía desde treinta y siete metros de altura. Nos
sentamos a descansar y grabar el entorno en nuestras retinas antes de sacar
varias fotos y comer unos bocadillos que nos había preparado Luis. Antes de que
los zorros pasaran a nuestro lado sin mirarnos sentí que algo había cambiado en
la cualidad de la atmósfera. El calor había aumentado mientras parecía haber
disminuido la visibilidad. A Martín el alerta se le activó a la vista de los
animales que huían. Se estiró en toda su estatura, oteó el horizonte, dilató
sus fosas nasales y se volvió hacia nosotras con expresión preocupada.
—Señoritas,
debemos volver. Algo se está quemando y no está lejos.
Creo
que ninguno de los tres nos alarmamos demasiado en ese momento, por lo cual
bajamos tomando todas las precauciones. El guía aceptó detenerse un momento
para que Samanta intentara comunicarse con Darren.
—¡No
me escucha, Marti! —me inquietó el dejo desesperado de su voz.
—Debe
ser por la estática —intenté tranquilizarla—. Mandale un mensaje.
A
Sami le traicionaron los nervios y, ante la impaciencia de Martín, borró texto
más veces de las que escribió. Reanudamos la bajada cuando la humareda era
notoria y ya asomaban algunas lenguas de fuego sobre las murallas de piedras.
Caminamos aprisa y en forma ordenada hasta que nos atropelló un grupo de gatos
monteses que escapaban de las llamas. El guía y yo logramos aferrarnos a unos
arbustos, no así Samanta que fue arrastrada por la estampida. Rodó río abajo
hasta quedar trabada entre las rocas. Ella no gritó. Mientras corría hacia su
cuerpo desmadejado, caí en la cuenta de que era yo la que gritaba.
4 comentarios:
HOLA CARMEN YA ME MUERO POR LEER EL SIG. CAPITULO
Aguantá, Lucía, porque será en breve. Cariños.
Esperando el proximo carmen
Esperando el proximo capitulo
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