Nina
y Dante no se quedaron en el hotel. Habían planificado recorrer el pueblo para
ambientarse y, si se presentaba la ocasión, alternar con alguno de sus
pobladores buscando pistas que les permitieran ayudar a Sara. La mujer estaba
plenamente convencida del relato de su amiga y el hombre, más escéptico,
esperaba encontrar respuestas plausibles. Caminaron hasta la plaza habiendo
acordado de antemano que no ocultarían su amistad con Sara, pero que el motivo
de su estancia era visitarla y conocer su lugar de trabajo. El espacio verde
estaba libre de paseantes, tal vez por ser día de semana. Frustrados,
decidieron visitar el museo guiándose por las referencias que Nina había
extraído de las cartas de su amiga.
—Comprobemos
qué cosas la impresionaron —promovió ella—. Desde acá, tomamos por la calle
Azul y subimos tres cuadras. Es fácil.
Dante
le echó una ojeada burlona. Su novia, capaz de perderse en pleno centro de
Rosario, mostraba la seguridad de un baqueano en ese lugar desconocido.
—Bonita,
voy a confiar en vos —aseguró pasándole un brazo por la cintura.
—Más
te vale —lo desafió con una risa.
Enfilaron
hacia la colorida calle y, como había señalado la joven, pronto estuvieron ante
la fachada del museo. Estudiaron con curiosidad no exenta de sorpresa el
ornamento de la entrada. Nada que semejara a la descripción de Sara. Se
acercaron a la boletería que exhibía una pizarra con el costo de la entrada.
Dante pidió dos boletos que la empleada le entregó junto a un folleto
explicativo.
—¿Es
el único museo de la ciudad? —inquirió el hombre.
—Para
ser un pueblo chico es más que suficiente —dijo la muchacha con una sonrisa.
Él
asintió y tomó del brazo a su acompañante para empezar el recorrido.
—Dejame
ver el programa —pidió Nina.
Lo
estudió individualizando las tres salas que había mencionado Sara. La puerta
con el grabado no estaba señalada. En el salón de taxidermia no había pantera
ni animal prehistórico. En el temático los objetos eran escasos y estaban
prolijamente alineados sobre vitrinas acomodadas contra la pared sobre la que
colgaban algunos tapices, orden que conservaba la sala de atuendos y
mobiliario. Nina recorrió cada espacio intentando ubicarlo en el esquema que
había trazado su amiga. Buscó la puerta a su alrededor y casi corrió al
divisarla. Era la única, y no mostraba en la superficie más que las comunes
vetas de madera. Desolada, se volvió hacia el hombre intuyendo que durante el
periplo había aumentado su recelo.
—Algo
no está bien, Dante. ¡Sara no pudo equivocarse tanto! —casi sollozó.
Él
la condujo hasta la salida sin palabras. Lo preocupó verla tan alterada al no
reconocer las anomalías relatadas por Sara: —Volvamos al hotel para evaluar
esta visita con serenidad —le propuso una vez que pisaron la calle.
—¡No!
Si la percepción de Sara está alterada, es mejor que lo asimile con nuestro
apoyo. Vayamos a buscarla.
Llegaron
al Trust después de las siete. Ada les sugirió que la buscaran en la Clínica.
—Entonces pasemos por el auto —formuló Dante sabiendo que no la iba a convencer
de lo contrario.
Un
médico de guardia les informó que la joven no se había presentado a la tarde
por lo que decidieron acercarse a la casa de los Biani. La familia los recibió
con cordialidad y les propuso que esperaran a Sara. A las nueve de la noche, convencidos
de que no regresaría, se despidieron.
—Debe
estar con Max —opinó Dante esperando que la idea tranquilizara a su novia.
—Espero
—dijo ella con reserva.
Se
habían alejado varias cuadras de la casa cuando una mujer, parada en medio de
la ruta, les hizo señas con una linterna para que se detuvieran.
—¡Es
Sara! —exclamó Nina creyendo reconocer a su amiga pese a las sombras nocturnas.
—¡Esperá!
—gritó Dante intentando frenar su brusco descenso del vehículo.
Apagó
el motor y corrió en pos de Nina. Se detuvo, como ella, a pocos pasos de la
aparecida al comprobar que no era Sara. La mujer articuló con dificultad: —¡Me
llamo Mirta y soy vecina de Ada! ¡Sara me mandó a buscarlos! ¡Está herida!
—¿Qué
le pasó? —se inquietó Nina.
—¡El
perro…! —jadeó Mirta—. Logramos alejarlo antes de que la destrozara. Armando
fue a buscar al doctor y yo vine para llevarlos a ustedes.
—¡Vamos!
—urgió Nina.
—¡Un
momento! —receló Dante—. ¿Cómo supiste dónde encontrarnos?
—El
anciano me lo dijo —respondió la mujer.
—¡No
perdamos tiempo! —Se desesperó Nina—. ¡Sara nos necesita!
—Volvamos
al auto —decidió el hombre, sin poder aventar esa incómoda sensación de
desconfianza.
—¡No!
La cabaña de don Emilio está cerca y no hay senda para el coche. Yo los guiaré
—indicó Mirta, y volteó hacia el bosque.
Nina
la siguió y su novio se puso a la par. Caminaban casi pegados a la mujer,
intentando no perder de vista la escasa iluminación del foco en ese entramado
de árboles que apenas filtraba el resplandor lunar. Dante, antes de desembocar
en el claro, experimentó una punzada de inquietud que se concretó en la
presencia del espeluznante can. Al lado de la formidable figura, un hombre de
aspecto autoritario y una bella mujer, los miraban casi afablemente.
—¡Detrás
de mí, Nina! —mandó, decidido a enfrentarse a la bestia para preservar a su
mujer.
—No
es necesario que se arriesgue, amigo —dijo el sujeto con calma—. Si no oponen
resistencia no tienen nada que temer. Solo deben seguirnos a un lugar adonde
estarán seguros hasta que el conflicto se resuelva.
—¡Mirta!
—enrostró Nina a su guía—. ¿Así agradecés el auxilio que te prestó Sara?
La
nombrada bajó la cabeza y se perdió entre las sombras ante un gesto del
individuo.
—No
la culpen. Costó convencerla a pesar de la amenaza de ofrecer su hijo a Shag
—explicó posando su mano sobre la testa de la bestia—. Le ejemplificamos lo que
pasaría entregándole al pichicho una vaca . Ni para un asado, quedó —dijo riendo
como si contara un chiste de salón—. Así que les ruego que no me pongan en el
compromiso de lidiar con las autoridades de su municipio. Aunque sea engorroso,
siempre encontraré el modo de explicar su desaparición.
La
pareja intimada no salía de su estupor. La cordialidad del hombre contrastaba
con el discurso tortuoso y amenazante.
—Vos
sos Cordelia y usted el Administrador —afirmó Nina en tono acusador.
—¡Ah!
Veo que Sara nos ha tenido en cuenta —dijo él con voz educada—. Mejor así. Nos
entenderemos mejor. Sígannos. Shag irá a su costado para evitar cualquier
intento de fuga.
Dante
procuró retroceder, lo que suscitó un rugido del animal y la exhibición de su
temible dentadura. El dúo que los precedía siguió caminando y ellos los
secundaron esperando la oportunidad de escapar. El cancerbero no los perdió de
vista hasta que estuvieron encerrados en un espacioso galpón en medio de la
fronda. Allí quedaron sumergidos en total oscuridad al cerrarse la puerta.
∞ ∞
Max
se detuvo en la Clínica para ponerse al tanto de las novedades. El médico de
guardia descansaba y la enfermera nocturna le notificó que todo estaba en
orden. Camino a su departamento, se reprochó haber dejado a la muchacha
abandonada a su estado de confusión.
—Te contrarió no
haberla poseído cuando toda tu sangre clamaba por ella. Fue más fuerte la
frustración de tu deseo que el pensar en su bienestar.
—¡Pero yo la amo!
—se rebeló contra esa voz insidiosa que desenmascaraba sus
más innobles pasiones.
Sara
constituía el sentimiento más elevado de su vida y él se dejó dominar por esa
arista de su personalidad que no toleraba la postergación. Las cubiertas
chirriaron cuando giró el volante para regresar a la casa de los Biani, ansioso
por tranquilizar a la joven. Al mirar el reloj del tablero cayó en la cuenta de
que iba a cometer un desatino. Eran las doce de la noche y todos estarían
entregados al descanso. Confiando en que Sara estaría segura con la familia, se
dirigió a la casa de don Emilio. La preocupación de la muchacha por su
bienestar era una buena excusa para visitarlo a esa hora en calidad de médico.
Superó el barrio de los suburbios y estacionó al borde de la ruta. Se internó
con decisión entre la arboleda que Sara había señalado como acceso a la casa
del viejo hasta divisarla entre la vegetación. A medio camino de la entrada
escuchó el grito que desencadenó su carrera y su zozobra: —¡Sara…! —clamó
arrebatado.
1 comentario:
hola carmen! me gusta mucho esta novela! pero veo que no has publicados mas capitulos, estoy esperando por mas.
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