domingo, 20 de julio de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XXV



La vista al lago y las montañas era espectacular, acompañada por la suave música melódica que demandaba una compañía amorosa. Una mano fuerte se apoyó sobre mi hombro al tiempo que una voz masculina -para evitar el sobresalto de la sorpresa- declaraba: —Las dos chicas más hermosas de la fiesta a mi disposición. La suerte me sonríe.

Guille nos abrazaba desde atrás. Samanta se volvió y le dio un beso: —¿Qué hacés por acá? Te creía secuestrado por alguna de esas amazonas ostentosas.

—Te olvidás de que vine con mi prometida —observó él con decoro.

—Bueno —me entrometí—, podés dejar la ficción porque no hay moros en la costa.

—¡Error, milady! Ahora es cuando más te necesito. ¿Ves? —señaló hacia atrás con un leve movimiento de cabeza.

Miré y tropecé con la mirada de Joaquín quien me saludó con una sonrisa. Estaba acompañado por dos jovencitas cuyos ojos estaban clavados en nosotros. Guillermo me tomó de la cintura y me apremió: —Vamos a bailar.

Lo seguí como un autómata. Tomé contacto con mis sensaciones cuando levantó mis brazos sobre sus hombros y rodeó mi talle con los suyos. Yo deslicé las manos sobre su pecho.

—Así no, Martina. Se supone que estamos enamorados —me murmuró al oído.

—Estás yendo demasiado lejos, gurka —lo empujé—. Si querés continuar con la farsa, hasta aquí está permitido.

—Martina… —no intentó acortar la distancia—, que haya recurrido a un eufemismo para sentir que eras un poco mía no invalida lo que siento por vos —dijo con firmeza.

—¿Y qué es lo que sentís? —le demandé.

—Lo sabés. Te amo.

—Usás esa palabra de manera antojadiza…

—Marti, animate a mirame y comprobarás que no te miento —me incitó.

Si lo miraba leería en mis ojos esas ansias que yo no me atrevía a identificar. ¿Era hora de asumir el riesgo? Alcé la cabeza. El mensaje de las pupilas glaucas era indudable y me provocó una suerte de conmoción que me quitó el aliento. El primitivo deseo que las agitaba coincidía con mi negado anhelo de amar y ser amada por este hombre que se había exteriorizado en tan pocos días. Él interpretó mi emoción y emitió un hondo suspiro mientras me estrechaba contra su cuerpo. Cerré los ojos y recliné la cabeza sobre su corazón, solo concentrada en su olor, el calor de su aliento contra mi pelo, la suavidad de sus labios sobre mi sien. Me dejé aturdir por la música, sus brazos y las palabras que la pasión le inspiraba. ¿Había sentido alguna vez esa exaltación con Noel? Con nadie, me respondí.

—No quisiera soltarte nunca, Martina … —murmuró—, pero si no paramos de bailar me veré en una situación muy comprometida.

Detuvo el desplazamiento y me besó antes de aflojar el abrazo y escoltarme hacia el exterior. No tenía necesidad de preguntarle la razón de su propuesta, conciente como era de la transformación de su cuerpo. Nos apoyamos sobre la baranda hombro contra hombro y cercada por su brazo cristalizó la aspiración romántica que añoré en compañía de Sami. El paisaje era el mismo, pero mis ojos lo apreciaban bajo el prisma del esplendor afectivo. Poco después, Guillermo volteó hacia mí y enmarcó mi rostro entre sus manos. Sentí que iba a ser el primer beso determinado por el deseo mutuo. Nuestros labios se aproximaron lentamente y se unieron en una gozosa caricia que convocó a las bocas en plenitud. Labios, lenguas y dientes en húmeda sintonía con la temblorosa emoción del reconocimiento. Guille se separó con una especie de lamento y me urgió con voz enronquecida: —¡Vayámonos ahora, Marti!

—¿Adónde? —balbuceé aún magnetizada por el beso.

—¡Al paraíso! —dijo haciendo tintinear una llave que sacó del bolsillo del pantalón.

Me dejó helada. Atiné a preguntarle: —¿Dé dónde es la llave?

—De una suite del complejo —respondió satisfecho.

—¿La conseguiste antes de saber que iría con vos?

—¡Por Dios, Marti! Me la obsequió Joaquín.

—Y supongo que lo cargarás en tu Hércules al igual que a Noel y a Juanma.

—¡Sí! ¿Qué querés sugerir? —me interpeló.

—Que sos muy bueno comprando voluntades. La de mi novio para que no objetara un viaje en tu compañía, la de mi jefe para que me concediera otro período de vacaciones, la de tu fan para que pusiera a tu disposición un cuarto.

—¿Y con qué intención, si se puede saber? —inquirió con sarcasmo.

—Para pasar una noche conmigo —me lancé.

—Yo no quiero pasar una noche con vos…

Lo interrumpí: —¡En una semana te vas!

—¡Con vos, Martina! —casi gritó.

—Estás delirando… Cuando vuelvas a tu mundo ya no seré más que el recuerdo de una aventura —dije abatida.

Me contempló anonadado: —Tenés la virtud de transformar la realidad tergiversando los hechos. En primer lugar, acostumbro invitar a mi empresa gente entusiasta con la especialidad; en segundo lugar, la llave me la ofrecieron, y en tercer lugar este sería el comienzo de nuestra convivencia. Todos eventos normales que bajo tu análisis se vuelven conspirativos —enjuició.

—Oh, sí… ¿Una semana de convivencia aquí garantiza que podríamos continuarla en tu país? —pregunté incrédula.

—¡No lo puedo creer, Martina…! —Y recalcó—: No puedo creer que hayas convertido una aspiración amorosa en un cálculo matemático.

—¿No son las matemáticas la materia prima de tus exitosos sistemas? —lo fustigué.

Lo saqué de sus casillas. Apretó los labios y sus ojos chispearon al tiempo que se aproximaba a mí. Retrocedí contra la baranda convencida de que me iba a golpear. Se frenó con expresión aturdida y ladeó ligeramente la testa para observarme con ojos entrecerrados. No supe si el gesto de rechazo tuvo que ver con su arranque iracundo o si lo provocó mi persona, porque me dio la espalda con una risa destemplada y se fue. Allí quedé. Mirando el lago y tratando de descifrar mi calamitoso arrebato. ¿Perdí la oportunidad de conocer el amor por puro miedo a salir decepcionada? Hurgaba en mi cerebro la comprensión del impulso cuando se me impuso con manifiesta claridad que debía confrontarlo con mis sentimientos. ¡Basta de especulaciones racionales!, diría India. ¡Cómo la necesitaba para disipar la anarquía de mi mente! En estas elucubraciones estaba sumida cuando escuché la voz de Sami.

—¡Marti, Marti! —dijo un poco agitada—. Acaban de llamar a Darren desde la oficina de control. Parece que una excavadora se descompuso y originó un accidente. Guille lo acompañó, pero antes de irse arregló que Joaquín nos llevara a casa cuando dispusiéramos. ¿Querés quedarte un rato más?

La ví un poco angustiada y, además, ¿qué haríamos nosotras sin nuestros hombres? Saboreé el interrogante porque esta idea de propiedad me abarcaba cada vez más.

—Prefiero irme —le contesté, animando una expresión de alivio en su rostro.

Nos arrimamos a la mesa adonde aguardaba Joaquín como un soldadito. Aceptó nuestro deseo de abandonar la fiesta y, a pedido de Samanta, nos condujo hasta su padre para que pudiéramos despedirnos. Antes de subir a su auto, estiró la mano y me ofreció una llave.

—El doctor Moore me encargó que se la diera —expresó.

La atesoré en mi mano como una joya. Era la prueba del perdón del gurka.

—Gracias, Joaquín —le sonreí—. La pondré a buen recaudo.

El muchacho asintió complacido, como si hubiera cumplido una misión exitosa. Nos trasladó hasta la casa de Sami y esperó a que abriéramos la puerta desde donde lo saludamos. Mi amiga se desplomó en un sillón con un suspiro ruidoso.

—¿Estás preocupada? —me inquieté.

—Un poquito. Parece que las máquinas se han vuelto locas. ¡Menos mal que está el doctor Guille para atenderlas…! —se rió—. Y a propósito de Guillermo, ¿qué pasó entre ustedes? No me mientas, porque eran un espectáculo en la pista de baile y después él volvió a la mesa solo y como un basilisco… —me advirtió.

—Me quedé con ganas de tomar algo —dije—. Busco unas bebidas y vuelvo.

—No te me vas a escapar… —canturreó mientras se sacaba las sandalias y recogía los pies en el sillón.

Regresé con dos copas y una botella de champaña mediana. La descorché, la escancié y me senté frente a Sami: —Salud, amiga. Porque los muchachos no tengan grandes problemas.

Las copas tintinearon al chocar. Samanta me observaba en silencio, sin apremiarme, esperando la confidencia reclamada. Me recosté sobre el respaldo y observé las minúsculas burbujas al trasluz, buscando las palabras adecuadas para contarle a Sami que posiblemente estuviera enamorada de su hermano menor.

—Te voy a ayudar —dijo—. Sé que Guille te ama. Pero vos, Marti, me desconcertás. A veces parece que compartís lo que siente y otras, que estás tan lejana como esa milady que persigue sin poder alcanzar.

—¿Te parece natural una pareja entre el gurka y yo? —me sorprendí.

—Aunque no juzgo la orientación sexual ajena, todavía soy apegada a la relación heterosexual y ustedes son un hombre y una mujer, ¿no?

—¿Y la edad, Sami? Le llevo cuatro años —le recordé.

—Para serte franca, él parece mayor que vos. Por todo, desde lo físico hasta lo intelectual.

—¿Querés decir que soy una retrasada? —protesté.

—Quiero decir que te lleva kilos y centímetros, y que tiene un carácter más reflexivo que cualquiera de nosotros. Darren incluido —aclaró como testimonio definitivo de la madurez de su hermano.

No pude contener una risotada ante su apelación, porque se me presentó la imagen del gurka blandiendo la daga entintada y gritando como loco en ese nicho temporal del pasado. Samanta sonrió con desconcierto y acompañó mi carcajada cuando le transmití mi evocación.

—¡Sí que se jugó por vos! —se desternilló.

—Lo hizo para salvar a su hermana —corregí.

—Vamos… Lo hizo para quedar bien con su dama —me retrucó.

—Aún no había alcanzado la categoría de caballero andante —le refresqué la memoria.

Permanecimos en un silencio introspectivo que interrumpió Samanta: —¿Entonces no seremos cuñadas, Marti? —sintetizó afligida.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta

Carmen dijo...

Me alegro. Saludos.

Anónimo dijo...

EN ESPERA DE TU PROXIMO CAPITULO

Anónimo dijo...

Si esperando el proximo saludos desde Houston tx

Carmen dijo...

A todas: culminará en breve. Abrazos.

Anónimo dijo...

Estamos anciosas, esperando el proximo gracias