—¿Desde cuándo te
desvela mi seguridad? —reaccionó belicosa.
—A partir de que
llamaron de la agencia de turismo y nos enteramos de que cancelaste el viaje.
Te estuve rastreando desde ayer a la mañana. Mamá estuvo al borde del infarto
hasta que no averigüé tu paradero, y vine a buscarte porque a los viejos les
cayó la ficha de que te podría pasar algo grave.
—¡Ja! Es
preferible la incomodidad del viaje a soportar su histeria —le espetó con
sarcasmo.
Toni se le acercó
hasta que ella descubrió en sus ojos una suerte de alivio mezclada con enojo.
La abrazó y le dijo, poniendo un beso en su frente: —¡A mí también me cayó la
ficha, estúpida!
Leonora rió en
brazos de su hermano, atónita por esa confesión de cariño intempestivo. ¡No es tarde para que mi hermano me abrace y
mis padres se preocupen por mí!, se dijo feliz.
Marcos y Arturo
se habían acercado y observaban a la pareja barajando distintas especulaciones.
Leo se desasió del joven, y se dirigió a padre e hijo: —¡Mi hermano Toni!
—presentó con euforia.
Las facciones de
Marcos se relajaron. Estiró la diestra y recitó su nombre. Arturo hizo lo
propio y poco después retomaban la mateada.
—¡Con la
inseguridad en que vivimos esta hermana mía se da el lujo de desaparecer!
—rezongó el recién llegado—. Ahora te toca llamar a los viejos para
tranquilizarlos —le indicó.
—Me olvidé el
cargador del celular en Rosario.
—Tomá el mío y
llamalos —se lo estiró.
Leo suspiró y se
levantó con una disculpa. Apartada del grupo charló con dos progenitores que,
por primera vez, se olvidaron de sus reclamos para demostrarle cuan afligidos
estaban por la falta de noticias. Los calmó y les prometió que los hablaría con
regularidad. Colgó con la flamante sensación de estar integrada a su familia
por el afecto. Marcos no dejó de observarla cuando se alejó para comunicarse
con los padres. El sobresalto de verla en brazos de un hombre que no conjeturó
como su hermano le hizo preguntarse, después de las confidencias del día
anterior, por el cambio de humor en la relación filial. Era obvio que la
muchacha había respondido al desapego hogareño con un distanciamiento que no se
compadecía con sus sentimientos. Ahora volvía a la reunión con una expresión de
alegría contenida que lo deleitó. Le sonrió a su hermano al devolverle el
teléfono, gesto que el joven retribuyó.
—Ya que papá y
mamá están tranquilos, me vuelvo a Rosario. ¿Hasta cuándo te pensás quedar
aquí?
—Hasta que Camila
esté bien.
—Toni —opinó
Marcos—, aunque salgas ahora vas a viajar de noche. Quedate a cenar con
nosotros y pernoctá en mi departamento.
El hermano de Leo
asintió: —Te agradezco. Me vendría bien reponerme de esta jornada.
—¿Por qué no
cenan acá y duermen en la casa? —ofreció Arturo—. Hay suficientes habitaciones
para todos.
—Porque el
mediador tiene la dirección de Irma y no sabemos a qué hora llegará durante la
mañana —respondió el hijo—. Nos iremos después de cenar.
A las diez de la
noche se despidieron del dueño de casa y Marcos, después de dejar a Leo e Irma,
partió hacia su casa seguido por Toni.
—¡Qué joven bien
parecido es tu hermano! —apreció Irma.
—Sí. Y muy pagado
de sí mismo —rió la muchacha—. Lo que no esperaba es que se tomara la molestia
de buscarme. No somos muy apegados…
—Esto te
demuestra que te quiere bien. No debe haber distancia entre hermanos —sermoneó.
—Así debiera ser,
querida Irma —se estiró con exuberancia—. Estoy agotada. Demasiadas emociones
para un día —bostezó.
—Mmm… Sí. Los
abrazos y los besos suelen agotar —dijo la mujer con picardía.
Leonora observó
la cara socarrona de Irma y no le cupo duda de que se refería al beso de
Marcos. ¡Claro! No se habían alejado demasiado de la casa y debieron ser
visibles desde el interior. ¿Arturo también habría sido testigo? Sacudió la
cabeza y le dedicó a su anfitriona una sonrisa enigmática. Aún no era tiempo de
confidencias.
—¡A la cama,
entonces! Mañana te espera otro día agitado —exhortó la mujer interpretando su
silencio.
—¡Gracias, Irma!
—la abrazó—. Vayamos a descansar.
∞ ∞
Marcos estacionó
el auto en la calle y le indicó a Toni que guardara el suyo en la cochera del
departamento. Instalados en la sala de estar, se estudiaron mutuamente. El
dueño de casa aventajaba en información a su invitado. Sabía que le llevaba
tres años a su hermana, que era la debilidad de sus padres, que no le
encontraba rumbo a su vida y que lo había sorprendido con su impensada
demostración de afecto. La alegría de Leo por este cambio era palmaria, y se
esforzó en pensar cómo podría colaborar para mantenerla.
—¿Aluciné o
estuviste a punto de liquidarme con la mirada cuando abracé a mi hermanita?
—arriesgó Antonio con soltura.
—¡Te absolví
cuando te presentó! —aceptó Marcos riendo—. Encuentro a la mujer ideal y por
poco pensé que tenía dueño...
—Estás de
parabienes porque, que sepa, solo se ha enfocado en su profesión —lo alentó—.
Aunque deberás sortear un gran escollo: este pueblo no se compadece con una
gran carrera.
—De eso me
preocuparé luego —contestó Marcos—. En cuanto a vos, contame a qué te dedicás.
—A holgazanear.
Estudiar no me gusta y menos ser cadete de mi padre. Pero es mi única fuente de
recursos hasta que herede. Y como el viejo goza de buena salud, esta salida
está muy distante —dijo con cinismo.
Silva no arriesgó
ningún comentario. Bajo esa costra de frivolidad, intuyó a un tipo sensible
subestimado por un padre intolerante y una hermana autosuficiente.
—Tomemos una
copa. ¿Qué te sirvo? —preguntó al levantarse.
—Whisky.
—Bien.
Trajo los vasos
refrescados con hielo y volvió a sentarse enfrente de Toni. Lo escrutó con calma,
atendiendo al recuerdo de su charla con Leo a quien mortificaba la actitud
apática de su hermano frente a la vida. Tal
vez…
—¿Te satisface
depender de tu padre? —la pregunta no estaba revestida de ninguna sutileza.
Antonio no se
alteró. El pretendiente de su hermana le caía bien y le gustaba su estilo
frontal: —No. Aunque tampoco cualquier tarea —aclaró.
—Si estás
dispuesto a experimentar, puedo ofrecerte una alternativa.
El joven lo miró
interrogante. ¿Pensaba Marcos que esa propuesta le facilitaría el
consentimiento de Leonora? Pensó que tendría que puntualizarlo de entrada si
así fuera.
—Te escucho
—accedió.
—Hace tiempo que
estamos considerando con mi padre delegar algunas tareas en una especie de
capataz, o gerente, como quieras llamarlo.
—¡Pero yo no
entiendo nada de labores agrícolas! —interrumpió Toni alarmado—. Solo cursé
algunas materias de Agronomía.
—Lo tuve en
cuenta para pensar en vos —precisó Marcos con placidez—. Se trata de incorporar
gradualmente las distintas tareas hasta que puedas manejarlas como una
totalidad. El tiempo que lleve dependerá de tu interés.
Antonio se hizo
algunos planteos antes de responder. La expresión serena del hombre que no lo
apremiaba le facilitó el auto análisis. Le sorprendió que Marcos, sin
conocerlo, depositara en él la confianza que suponía hacerse cargo de la
administración de la hacienda. La oferta era tentadora y predecía un cambio
inesperado en su vida. Se sintió capaz de afrontar el desafío.
—Mirá, viejo
—dijo al cabo—, todo bien si mi posibilidad no depende de tu potencial relación
con mi hermana —hizo un gesto de disculpa—. Perdoname la franqueza, pero si me
involucro no quiero ser rechazado por razones ajenas a mi dedicación.
Marcos sonrió
ante el reparo del muchacho que daba por sentada su idoneidad, lo cual era
meritorio en un habitante de la metrópoli que lidiaría en un terreno
desconocido. Estaba seguro de no haberse equivocado al calibrar a Toni como
futuro colaborador así como que Leonora era la compañera de ruta que
ambicionaba. La respuesta fue contundente: —Vos preocupate por aprender. De
conquistar a tu hermana me preocuparé yo.