viernes, 27 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXVIII


La comida nocturna transcurrió en medio de comentarios alusivos a las actividades de Ivi y Anne. El primero en despedirse fue Gael, recomendando a Jordi que estuviese listo a las siete y media de la mañana. Ivana colaboró con su anfitriona en la limpieza de la cocina y una hora después todos subían a descansar.
—¿Puedo pasar un momento a tu habitación? —preguntó Jordi.
—Sí —dijo su hermana abriendo la puerta.
A solas, el chico le requirió:
—¿Qué pasó con Gael?
—¡Ah…! Es cierto que a vos no se te puede ocultar nada —razonó ella—. Asuntos privados —le contestó remedando la respuesta del jovencito cuando no quiso contarle qué hablaba con el médico.
Jordi rió y se sentó al borde de la cama. Parece haber crecido en poco tiempo. ¿Qué habrá deducido de mi escaramuza con Gael?
—No te enojes con él. Te quiere más de lo que te puedas imaginar —aseguró su hermano.
—No estoy enojada y lo quiero. Sólo que como amigo. Mañana se lo voy a aclarar.
—No te apures, Mavi. Tomate tu tiempo. ¿Me lo prometés? —le pidió al tiempo que se levantaba para abrazarla.
Ella se sorprendió de que casi llegara a su altura. Sería alto como su papá, pensó. Le dio un beso para despedirlo y le respondió:
—Si te deja más tranquilo, postergaré la explicación.
Él se fue con una sonrisa radiante. Ivana se acostó preguntándose el por qué de la demanda de Jordi.
El resto de la semana fue una experiencia tonificante para ella en compañía de Anne. Aprendió a manejarse en autobús y en el metro. Desde el bus observó toda la ciudad y tomó nota de los lugares que volvería a visitar. El jueves, segundo día sin lluvia, visitaron Regent’s Park. Poblado de una profusa vegetación, un gran lago, jardines de rosas, puentes, un canal, teatro al aire libre, zoológico, cafés y restaurantes y una colina denominada Primrose Hill desde donde se divisaba todo Londres. Familias y alumnos de la universidad cuyo campus albergaba el parque, se cruzaban con ellas. Mientras desayunaban, varias ardillas trepaban los árboles cercanos acumulando provisiones y los pájaros más audaces buscaban migas a su alrededor.
—¡Este lugar es un paraíso! —dijo Ivi aspirando el aire perfumado de verde.
Anne sonrió y la observó con atención. Algo había cambiado en el carácter de la chica desde el lunes. No sabía la conversación que había mantenido con su hijo, pero se la veía más reflexiva así como a Gael más concentrado y, a ambos, cuidando de no cruzar palabras o miradas más de lo imprescindible. Por otro lado el joven, después de traer a Jordi, salía todas las noches. Esperaba que los días de camaradería la autorizaran a incursionar por el terreno personal sin que Ivi se molestara:
—Tengo una inquietud y si no quieres contestarme lo entenderé —abordó Anne.
Ivana la miró interrogante.
—He notado un cambio en la relación que tienes con mi hijo y espero que no haya hecho nada que te disguste —dijo preocupada.
La muchacha tardó en responder. Anne le gustaba y la consideraba una mujer equilibrada y de buenos sentimientos. Pero era la madre de Gael y no sabía hasta dónde podría ser ecuánime al develarle los sentimientos de su hijo y su propia incertidumbre. Ni siquiera había reanudado la conversación en sus charlas cotidianas con Lena. La franca y cariñosa mirada de Anne la decidió a tomar el riesgo.
—Gael me ha dicho que está enamorado de mí —expuso sin rodeos.
—Sería maravilloso si tú lo compartieras, pero intuyo que no es así —consideró la mujer.
—Anne, los sentimientos de Gael me atormentan porque no quiero que sufra por mí. Yo… no puedo verlo más que como amigo. No podría responder a sus expectativas.
—¿Él lo sabe?
—Se lo he dicho.
—Entonces, Ivi, lo aceptará aunque se le parta el corazón. Es un hombre íntegro mi hijo. —Observó la expresión aturdida de la joven—. Querida, si estás tan segura de tus sentimientos no te apenes por él que sabrá reponerse. ¿Y no es hora de que mires a tu alrededor para conectarte con algún representante del sexo opuesto? Estoy segura de que sabes lo gratificante que puede ser una compañía masculina.
—No me interesa por ahora —dijo Ivana encogiéndose de hombros.
¿Qué me pasa? Disfruto de la compañía de Anne aunque desearía compartir estos momentos con Gael. Pero él se ha transformado en un abismo al cual me da vértigo asomarme. Nuestra relación era un paisaje conocido adonde no cabían las sorpresas y después de su sinceramiento no sé con qué me voy a encontrar. Decí las cosas por su nombre. Si te ama, te desea y quiere sexo. La idea te aterra. ¿Por qué? Porque si no funciona es un camino sin retorno a la pura amistad. Pero alguna vez te lo imaginaste, cuando salió semidesnudo a recibirte en su departamento. ¿Por qué esa furia si nunca abrigaste la idea de tener sexo con él? Te sentiste traicionada, reconocelo.
—¿Te parece que sigamos recorriendo? —la voz de Anne silenció su diálogo interior.
—¡Vamos! —aceptó.
Se impuso disfrutar del espectacular paisaje y de la compañía de su amiga. La excursión se prolongó toda la tarde con una corta parada para comer un refrigerio y otra no tan breve para degustar la merienda. Anne insistió en llevar una cámara para sacar varias instantáneas de la muchacha.
—¡Tu familia merece conocer los lugares que visitaste! Además, yo seré la fotógrafa —argumentó.
Eligió los lugares más pintorescos para retratarla, como en un hermoso puente sobre una charca alimentada por una cascada y poblada por aves acuáticas, en el camino arbolado hacia el zoológico, a orillas del lago donde estaban amarrados los botes, debajo de la pagoda que ofrecía espectáculos musicales  y en la colina con la ciudad a sus pies. Al salir, divisaron las majestuosas mansiones ubicadas en el círculo exterior del parque, las famosas terrazas y una mezquita. Regresaron alegres y planeando la excursión del viernes. Al llegar, un sonriente Bob las esperaba con el agua lista para el mate. Las mujeres festejaron la atención y poco después iniciaban la ronda a la que se unieron Jordi y Gael cuando llegaron. Ivana delegó la tarea de cebar en Anne para subir a hablar con su madre.
—¡Mami, tengo la piel colorada como un langostino! Caminamos todo el día por un parque espléndido que te morirías por conocer —le dijo con euforia.
—Veo que la estás pasando bien —opinó Lena contenta.
—Y ya aprendí a manejarme en metro y en bus. Mañana haré lo propio en tren —se vanaglorió—. ¿Cómo están los muchachos?
—Bien. Sumergidos en sus obligaciones. Los veo de noche a la hora de la cena.
—Entonces tendré que llamarlos hoy o mañana para hablar con ellos y pedirles que te hagan más compañía —amenazó.
—Ni se te ocurra porque yo estoy bien. No me molesta descansar de las obligaciones del mediodía. Y llamá esta noche si querés hablar con ellos porque mañana no hay cena en casa.
—¿Los echaste? —rió Ivi.
—Un caballero me invitó a cenar —contestó su madre.
—¡Oh, oh, oh…! —exageró la joven—. ¿Se puede saber quién?
—Alec —dijo con naturalidad.
—No perdió tiempo el hombre. ¿Estás segura de que es el momento adecuado para entablar una nueva relación? —se preocupó su hija.
—Ivi, es una cena. ¿Cuándo te limitarás a vivir el presente libre de conjeturas?
—Como siempre, tenés razón. Pero es un ejercicio que no se me da con facilidad. Siento que el mundo está lleno de segundas intenciones.
—¡Ay, mi muchachita…! —se condolió Lena—. ¡Qué placentera sería tu vida si pudieras apreciar cada momento sin el rigor de un análisis!
—Bueno, bueno. No más sermones. ¿A qué hora te espera?
—Me va a pasar a buscar. No comeremos en su restaurante. Quiere llevarme a otro lado.
—Mami, en serio. Espero que lo pases muy bien. Dale saludos de mi parte y decile que si se porta mal se las tendrá que ver conmigo —rió.
—Lo pondré al tanto, piantada. ¿Y tu confusión ya se aclaró?
—En eso estoy. Que pases buenas noches, mami. Corto y fuera.
—Y vos, que pases buenas tardes de aquí —dijo Lena con humor—. Corto y me fui.
Ivana colgó con una sonrisa. No se había engañado cuando intuyó que Alec estaba interesado en su madre. Era hora de que le hiciera a Anne las preguntas que la aparición de Bob había suspendido. Salió del dormitorio y antes de llegar a la escalera se topó con Gael que se dirigía a su cuarto. Era la primera vez que estaban a solas desde el lunes. Frente a frente se observaron en silencio.
—Te flechaste —señaló él.
—Sí. Debí llevar la capelina que me ofreció tu mamá —acordó—. ¿Te vas esta noche? —la pregunta brotó independiente de su voluntad.
—Sí. ¿Me necesitás para algo?
—Es sólo una pregunta de cortesía —aclaró molesta consigo misma.
Él, que se había esforzado por no crear una situación de enfrentamiento, miró a la huraña muchacha que le quitaba el sueño y le hizo una propuesta con la actitud más casual que pudo asumir:
—Voy a Soho a encontrarme con unos amigos. ¿Querés conocerlo?
Ivana vaciló. La oferta la tentaba, pero ¿qué pensaría él si la aceptaba? ¿Por qué no te dejás llevar por tus impulsos? le dijo su Lena interior. Si la invitación te complace, aceptala.
—Me gustaría —se decidió—. Pero vas a tener que esperar a que me cambie.
—Tomate tu tiempo. Yo le voy a avisar a mamá que no nos cuente para la cena.
Ivi estaba extrañamente excitada. No era la primera vez que salía con Gael pero había sido en Rosario y sin mediar la declaración amorosa. Ahora estaba en su terreno y la acometió una sensación de vulnerabilidad que la recorrió como un escalofrío. Cuidate. Tu amigo es un hombre muy atractivo y vos estás necesitada de arrumacos. Ni Anne se tragó tu supuesta indiferencia. No vayas a confundir carencia con interés. Pero ¿de qué me prevengo? Él podrá querer, pero yo voy a decidir. Nunca me forzaría.
Abandonó sus locos pensamientos y se concentró en prepararse para la salida. Tomó un baño y eligió un vestido de falda y mangas cortas. Calzó sandalias de taco mediano y cuando terminó de maquillarse y adornarse buscó un abrigo liviano. Bajó a las ocho y media cuando los dueños de casa y Jordi se aprestaban a cenar.
—¡Buen provecho! –les deseó.
—¡Hay un mozo que se va a lucir esta noche! —vociferó el dueño de casa fiel a su estilo.
La risa aprobadora de los comensales acompañó su comentario. Ivi sonrió y se volvió hacia Gael cuya mirada hablaba más que la expresión cautivada de su rostro.
—¿Nos vamos ya? —la consulta de la joven le restituyó la compostura.
—Sí. —Se dirigió a Jordi—. Mañana como siempre, campeón.
—No soy yo quien se va a quedar dormido —le contestó con desenfado.
Gael, riendo, le hizo un gesto de reconvención y tomó a Ivana del brazo para salir. Los tres observaron a la pareja hasta que se perdió de vista. Anne estaba ansiosa por hacerle un comentario a su marido, pero se contuvo ante la presencia de Jordi.
—Me gustaría que Ivi fuera la novia de Gael —dijo el chico con naturalidad.
—¡Y a mí! —respaldó la mujer.
Bob asintió con una sonrisa.
—Si conozco bien a mi hijo, apuesto a que su perseverancia la ganará —afirmó, contagiando su optimismo a los presentes.
La demandada pareja estaba media hora después caminando por el barrio de Soho a pedido de Ivana que deseaba apreciar el movimiento de sus calles antes de instalarse en el pub. Recorrieron un largo trecho de la arteria central atiborrada de cafeterías, boutiques y sexshops mezclados con la bulliciosa multitud de turistas y amantes de la vida nocturna. Ivi asistía fascinada a ese despliegue heterogéneo de negocios y personas comentando cada sensación con su acompañante. Gael sintió, por primera vez, que la joven lo había desplazado del perpetuo rol de amigo para interactuar con él como mujer.
—¡Esperame! Quiero ver esa vidriera —exclamó Ivana, siguiendo un impulso que los separó momentáneamente.
Él la siguió despaciosamente hasta que la vio asediada por dos individuos. Se acercó y la enlazó por la cintura.
—Si tienen alguna consulta que hacer —dijo mirando al dúo— la persona indicada soy yo. No mi mujer.
—Perdón —dijo uno de ellos—. No sabíamos que estaba acompañada.
Gael los miró sin pronunciar palabra hasta que se retiraron.
—Gracias, sir Lancelot —rió ella—. Pero creo que hubiera podido sola con esos energúmenos.
—¿Por qué no revisás tu cartera?
Ella bajó la mirada hacia su bolso y lanzó una exclamación de sorpresa:
—¡El cierre está abierto!
—Sí, linda. Mientras uno se pone cargoso, el otro se ocupa de las finanzas. Es una vieja práctica.
Ivi revisó la cartera y constató que no faltaba nada. La cerró y dijo con un mohín de contrariedad:
—¡Ah…! Mi ego ha muerto. Yo pensé que era por mi atractivo.
Su acompañante rió francamente y le ofreció el brazo. Ella lo enlazó con una sonrisa y retomaron el paseo que culminó en un bar de típico diseño victoriano. Gael la presentó a sus amigos que inmediatamente volcaron su atención en la bella acompañante del médico. Dos eran colegas y el otro profesor de Cambridge.
—Es asombroso lo bien que manejas el idioma —alabó el docente.
—Es mérito de mi amigo —reconoció ella.
—Cualquiera estaría complacido de ocupar su lugar —concedió su interlocutor.
—Que no pienso ceder a nadie —advirtió Gael marcando su espacio.
Ivi sonrió halagada de ser el centro de atención del interesante grupo masculino. Habituada a tratar con sus hermanos se manejó con espontaneidad entre los varones quienes, al despedirse, concluyeron que Gael era un tipo afortunado.
—Gracias por la invitación —reconoció la muchacha al despedirse en el pasillo que conducía a sus habitaciones—. He pasado un momento muy grato.
La embelesada mirada de su amigo obvió cualquier respuesta. Se limitó a tomarla de la mano y depositar un beso sobre su palma. Después huyó a su dormitorio eludiendo el clamor de su sangre que la reclamaba. La joven, confundida, cerró la mano atesorando la caricia que había recibido. Entró a su cuarto y se sentó al borde de la cama. Consultó el reloj de la mesa de luz que marcaba la una. En Argentina eran las diez de la noche. Retiró el teléfono de la base y llamó a su casa. Diego atendió al instante como si estuviera esperando su llamada:
—Quería tener la primicia de atenderte, hermanita —dijo con alegría—. ¿Cómo la estás pasando?
—Más que bien. No he parado de salir desde que llegué y los padres de Gael son fantásticos —ponderó.
—Y nuestro amigo, ¿cómo se comporta?
—Como un amigo… —dijo a sabiendas de que mentía—. Esta noche me invitó a cenar a Soho.
—¡Lindo lugar para llevar a una dama!
—¡No seas prejuicioso! El pub era encantador y sus amigos otro tanto.
—¿Te gustó alguno en especial?
—¡Ufa! ¿Una mujer no puede conocer hombres sin convertirlos en presas?
—¡Jajá! Mirá que sos gráfica. De lo que estoy seguro es que no pasaste desapercibida para ninguno.
—Especialmente para dos que me abordaron en la calle —rió contándole el intento de atraco.
—¿Y el paspado de Gael adónde estaba? —se sulfuró su hermano.
—Atento, Diego. Los corrió y evitó que me robaran. Pero ahora largá el teléfono y pasame con Jotacé que no quiero abusar de mis anfitriones.
La charla con Julio César fue breve y cariñosa. Se despidió declinando hablar con su madre porque ya lo había hecho a la tarde. Se acostó impregnada por la sensación de seguridad que le había transmitido la intervención de Gael para defenderla.


domingo, 22 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXVII


Ivana se despertó antes de que Anne golpeara la puerta. Había descansado sin sobresaltos y respondió de inmediato a la llamada. Se dio una ducha más larga que la de la tarde anterior porque le aseguraron que no habría problemas con el agua. Antes de vestirse se asomó al balcón. Ya no llovía pero aún estaba el cielo nublado. Abrió la valija y eligió un atuendo cómodo y un impermeable liviano. En un costado divisó el regalo que Alec le enviaba a la madre de Gael. Lo sacó y bajó en busca de Anne.
—¡Buen día, Ivi! —saludó su anfitriona—. Para empezar, hoy me desligo de las tareas domésticas. Los hombres no vienen a comer al mediodía así que empezaremos por desayunar afuera.
—Buen día, Anne. Anoche omití entregarte esta caja que te manda Alec Wilson —dijo estirándole el paquete.
—¡Alec! ¿Lo conociste? —exclamó la mujer tomando el obsequio.
—Sí. Fuimos con Gael a cenar a su restaurante. Y antes de venir pasó por casa para pedirme que te trajera esto.
Anne abrió la caja que contenía un mate de calabaza con boquilla y pie de plata cincelados.
—¡Qué belleza! —expresó Ivi.
—Uno más para mi colección —dijo Anne complacida—. Ven a conocer mi afición.
La siguió hasta la sala en una de cuyas esquinas un delicado modular en ángulo exhibía en múltiples estantes una heterogénea variedad de mates. Los había de distinto tamaño, color, material, lisos, con guarda, con o sin pie. Ivana admiró el inusual muestrario que su anfitriona mostraba con orgullo mientras acomodaba la nueva pieza.
—Por curiosidad —preguntó—: ¿alguna vez tomas mate?
—Aún no averigüé dónde venden yerba —explicó Anne—. Y como a Bob no le gusta, me da pereza prepararlo para mí sola. Pero si alguien me acompañara… —insinuó.
—Esa voy a ser yo —ofertó Ivi—. En algún negocio conseguiremos yerba.
La mujer asintió y cinco minutos después estacionaba frente a un bar de nombre Giraffe. Ivana declinó la oferta del abundante desayuno inglés y pidió tostadas con manteca y mermelada. La madre de Gael la imitó, pues había decidido no alterar los hábitos alimentarios de sus visitantes.
—Anne –dijo Ivi— espero que no me creas antojadiza, pero mi estómago no soportaría una comida a esta hora de la mañana.
—Tampoco nosotros hemos hecho una práctica del desayuno completo. Nuestro estilo se acomoda más a la costumbre de tu país, aunque almorzamos más liviano y privilegiamos la merienda a la cena. Pero te aclaro que hemos acordado ajustarnos a vuestra modalidad —expresó con una sonrisa. A continuación le preguntó—: ¿Pensaste adónde querrías ir?
—Me gustaría recorrer el centro. Caminando —aclaró.
—Es la mejor manera de conocer —asintió Anne—. Dejamos el coche en un estacionamiento y lo buscamos para volver. No trajiste la máquina de fotos —observó.
—Porque al estar detrás de una cámara se dispersan mis sentidos. Quiero ver, escuchar, oler, empaparme del entorno. Además, todo ha sido fotografiado hasta el infinito.
Eran las cuatro de la tarde cuando subieron al auto para emprender el regreso. Habían hecho la ruta de Picadilly Circus después de haber asistido al cambio de guardia real recorriendo los lugares más tradicionales. Almorzaron a las dos de la tarde y compraron yerba mate en Covent Garden.
—¡Preparemos el mate! —pidió Anne apenas llegaron.
Ivana seleccionó dos del modular: uno de vidrio para usar inmediatamente y otro de calabaza para ser curado con la yerba usada de la última mateada, por dos días consecutivos. Se instalaron en la cocina y la cebada quedó a cargo de la invitada.
—Dime que te pareció el paseo —dijo la anfitriona mientras sorbía la infusión.
—¡Emocionante! Ver los íconos de Londres personalmente no tiene precio —aseguró Ivi.
—Mañana vamos a prescindir del auto y nos manejaremos en autobús. Cuando lo tengas aprendido, usaremos el metro. De esta forma irás adonde quieras sin depender de nadie.
—¡Oh, Anne… Seré tu mejor alumna! —exclamó Ivi entusiasmada.
La mujer rió con agrado. Le gustaba el carácter independiente de la muchacha que la remontaba a su juventud. Las horas que habían compartido fueron placenteras y descubrieron que tenían mucho en común. Estaba dispuesta a prepararla durante esa semana para que pudiera moverse con seguridad las dos restantes de su permanencia.
—De modo que conociste a Alec —dijo devolviendo el mate—. Es nuestro mejor amigo y extrañamos su compañía.
—Me pareció una excelente persona —afirmó la joven.
El potente vozarrón de Bob interrumpió la pregunta que Ivana pensaba hacerle a su nueva amiga:
—¡Pero qué bueno que hayas encontrado compañía para usar la colección! Te confieso —le habló a Ivi— que ya estaba dispuesto a transigir con el incalificable brebaje para satisfacer el deseo de mi mujercita —se volvió para abrazar a la sonriente Anne.
—¿Alguna vez lo probaste? —inquirió la chica.
—¡Dios me libre! No.
—Haces mal. No debes despreciar lo nuevo por negarte a conocerlo —lo amonestó.
El médico la miró divertido. ¡Sí, señor! ¿Cómo no entender la fascinación de su hijo? La carita reprobadora invitaba a satisfacerla. Estiró la mano y declaró:
—Soy vuestro esclavo. ¡Dadme de una vez la cicuta!
La risa alegre de las mujeres acompañó su precavido contacto con la bombilla. Chupó lentamente hasta que el líquido caliente llegó a su boca. Amargo como él gustaba de tomar el té. No estaba mal, se dijo. Antes de que aspirara el último sorbo, entraron Jordi y Gael.
—¡Mate! —gritaron los dos.
Jordi saludó a los dueños de casa y abrazó a su hermana.
—¡Jordi, cómo te extrañé! —dijo Ivana dándole un beso.
—¿Y a mí? —preguntó Gael.
Ella lo miró sin soltar a su hermano y le hizo una mueca. No lo dijo pero cayó en la cuenta de que también lo había echado de menos. Soltó a Jordi y cebó un mate para ofrecerle a Gael:
—Para desagraviarte —dijo tendiéndoselo.
Él lo retiró lentamente de su mano sin dejar de mirarla.
—Yo sí te extrañé —declaró en voz baja. Y después—: ¿Qué hicieron hoy?
Le refirió el paseo y sirvió varias rondas de mate entre los recién llegados hasta que la yerba perdió el sabor.
—Basta por hoy —declaró. Y volcó el contenido en el otro mate para iniciar su cura.
—¿Puedo llamar a mamá? —preguntó Jordi.
—¡Sí, querido! —aprobó Anne—. Hazlo desde tu habitación.
Mientras Jordi subía, Ivana se acercó a Gael y le murmuró:
—Tenemos que hablar.
El hombre la tomó del brazo y dijo en voz alta:
—¿Te mostré el exterior de la casa? Las plantas te van a encantar.
Después de que salieron, Anne comentó con su marido:
—Ivi es encantadora y hemos pasado un día espléndido. ¿Sabes? Sería una soberbia compañera para nuestro Gael.
Bob rió entre dientes.
—¿Dije algún disparate? —preguntó su mujer, ofendida.
—No, querida —se apresuró a decir el hombre—. Es que yo pienso igual que vos. Es más, creo que Gael está enamorado pero esta muchachita aún no lo ha descubierto.
Apenas rodearon la fachada de la vivienda, Ivana se detuvo.
—¿Me vas a matar de curiosidad o me vas a contar que pasó con Jordi? –le reclamó.
—Ya me parecía que no estabas interesada en estar a solas conmigo —dijo él con una voz lastimera a la que desmentía el brillo burlón de sus pupilas.
—No seas pesado. ¿Cómo le fue a Jordi? —reiteró ella.
—Los dejó a todos pasmados. No hay patrón que se ajuste a sus habilidades. Así que tendrán que configurar un nuevo modelo para estandarizarlo.
—¿Eso es bueno?
—Es óptimo, Ivi. Ayudará a su comprensión y será válido para casos equivalentes. El último que se confeccionó fue hace diez años para investigar el potencial de una niña. Ahora la jovencita tiene quince años y es la exponente más singular de la Asociación Smart. Hoy participó de la evaluación de Jordi.
—Antes de viajar le confesé a mi hermano que me había arrepentido al sugerirle que consultara con vos —soltó con aprensión.
Gael la tomó por los hombros y la obligó a mirarlo.
—Esto es ofensivo, Ivi. Alude a que desconfiás de mí. Acepto que no me valores profesionalmente, pero como amigo, no —dijo resentido.
A ella la conmocionó el rostro adusto del hombre que siempre había reaccionado fraternamente a sus agravios. Él amagó con volver a la casa pero ella se lo impidió aferrándole los brazos. Ahora buscó los ojos de su amigo.
—¡Gael, no…! No quise decir eso… —el duro brillo de las pupilas varoniles no cedió.
Ivana se derrumbó en la comprensión de que lo había herido sin meditar. La idea de que había dañado sin retorno la relación que los unía la desbordó. Se volvió para que no viera las lágrimas de impotencia que fluían sin control e intentó alejarse. Una mano férrea la atenazó:
—¿Adónde vas? —le dijo con voz áspera al tiempo que la volvía hacia él.
—Dejame… —balbuceó hurtándole el rostro.
—¿Estás llorando? —su tono se dulcificó y la atrajo contra él—. No Ivi… No querida… —dijo afligido—: Perdoname. Soy un bruto… —se recriminó.
Ivana se desmadejó entre los brazos de Gael sin poder dominar la angustia que la oprimía. Las palabras consoladoras del hombre, las manos que acariciaban su cabeza y los labios que enjugaban sus lágrimas, desvanecieron lentamente su aflicción. Extenuada, logró decirle con voz nasal:
—Dame un pañuelo que no puedo respirar.
El suave murmullo de una risa llegó junto al pañuelo. Se separó del cuerpo que la amparaba y sonó su nariz. Él volvió a sostenerla cuando trastabilló y la condujo hacia un banco del jardín para que se sentara. 
—Estoy bien, estoy bien —aseguró ella intentando recobrar el dominio de su cuerpo.
Gael la arrimó contra él pasando un brazo sobre sus hombros y esperó en silencio a que se recuperara.
—No puedo soportar que me odies… —dijo contrita, sin mirarlo.
—¿Cómo podría odiarte si no hago más que amarte desde que te conocí? —le reveló por fin liberando el oculto sentimiento que lo consumía.
—¿Qué decís? —dijo Ivana perturbada.
—Lo que oíste. Te amo y no puedo silenciarlo más —expresó con voz grave. Se inclinó sobre ella—: No quiero que te sientas incómoda por mi declaración. No voy a negar lo que me inspirás pero no voy a perseguirte ni hacer molesta tu estadía.
—¿Pretendés que ignore lo que dijiste?
—Pretendo que no haya reservas entre nosotros. Te quiero desde que te vi y me quedé en tu país para no perderte de vista —hizo un gesto con las manos—. Así de simple, Ivi.
—Pero si eras un niño… —dijo anonadada.
—Que se deslumbró con la hermana de su protector, ¡sí! —enfatizó—. Que compartió con ella y su familia los mejores momentos de la infancia y las inquietudes de la adolescencia. Aunque sólo me vieras como amigo y confidente, me bastaba. Pero crecimos y tuve una esperanza mayor: que fueras mi pareja. No me castigues por esto apartándome de tu vida aunque mi aspiración sea imposible —le rogó.
Ivana miró el rostro anhelante de ese desconocido que sustituía al familiar de su amigo y sólo atinó a rozarle la mejilla con su mano. Después se levantó en silencio para volver a la casa. Cuando entraron, Anne estaba en la cocina preparando la cena. La joven ofreció su ayuda que fue amablemente declinada.
—Está todo en marcha —anunció la mujer—. Si lo deseas, puedes hablar a tu casa hasta que nos sentemos a comer.
Ella aceptó con prontitud. Quería hablar con su mamá y borrar los vestigios del llanto reciente. Lena atendió al tercer timbrazo:
—¡Mami! —exclamó Ivi—. ¡No sabés cuánto deseo que estés aquí!
—¿Qué pasa, mi amor? Además de extrañarme… —agregó festiva.
—Que estoy totalmente confundida… —dijo quejumbrosa.
—¿Para bien o para mal?
—Esa es mi confusión, mamá —pronunció con impaciencia.
—¿Y qué es lo que te confunde? —insistió Lena.
—Gael —reconoció en voz baja.
—Dejame adivinar: lo estás viendo más como hombre que como amigo, ¿verdad?
—¡Él tiene la culpa! Me dijo… —le costaban las palabras—. Me dijo que está enamorado de mí.
—Bueno. Eso demuestra que tiene buen gusto. ¿Y por qué te confunde tanto si vos no lo querés?
—¿Cómo podés tomarlo tan a la ligera?
—Porque, querida, si vos no sentís lo mismo, no debieras alterarte. Basta con que le expliques que no compartís sus sentimientos y como es una persona razonable lo entenderá.
Después de un silencio que Lena no vulneró, escuchó la voz de su hija:
—Creí que podías ayudarme…
—Desearía tener la respuesta que buscás, hija, pero sólo dentro de vos la encontrarás. Abandoná tus rígidos conceptos y concentrate en tus sentimientos.
—¿Soy tan prejuiciosa, mamá? —preguntó acongojada.
—Al menos, en lo que respecta a los amigos y la edad —rió su madre—. Hemos tenido una charla al respecto. Dejate llevar por lo que sentís y podrás aclarar tus dudas  —le insistió con cariño.
—Está bien, sabelotodo —dijo recuperando el humor—. Y ahora contame como están todos en la casa.
Al terminar la comunicación se estudió en el espejo del baño. Ya no quedaban rastros de su conmoción. Cepilló su cabello y bajó a cenar.

martes, 17 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXVI


—Dada la hora —dijo Bob— tendrán que elegir entre el museo de cera o el de Holmes.
Ivana miró el rostro afable de su amigo y el expectante de su padre y decidió no poner obstáculos a la invitación.
—Que decida Jordi —resolvió.
—¡El de Sherlock! —contestó su hermano sin dudar.
—Que así sea —rió el dueño de casa.
—¿Quieren darse un baño y cambiarse? —intervino Anne—. En cada dormitorio tienen teléfono y una PC para conectarse con su casa. Úsenla a discreción —los exhortó.
—Son demasiado bondadosos —agradeció Ivi desbordada por tantas atenciones.
—Querida —dijo Anne tomándola de la mano—: demasiado es poco para agradecer los cuidados que le dispensaron a Gael al integrarlo como parte de su familia. Ahora Bob y yo deseamos que ustedes se sientan en su propia casa.
La mirada afectuosa de la mujer invitaba al abrazo que Ivana no vaciló en dispensar. Al separarse, Anne declaró:
—Los acompaño a sus habitaciones porque tengo una sorpresa para ambos. Vamos.
Los invitados siguieron a la vivaz anfitriona que primero se detuvo frente al cuarto de Jordi. Le hizo un gesto para que abriera la puerta y cuando estuvieron adentro el chico emitió una exclamación de deleite. Sobre la cama resaltaba un elegante piloto gris y su correspondiente paraguas. 
—¡Es fantástico! —dijo Jordi y se lo midió ante la mirada divertida de las mujeres.
—Te queda perfecto —opinó su hermana y se volvió hacia la madre de Gael—. Estoy abrumada, Anne. No sé cómo retribuir los favores que nos dispensan.
—Aceptándolos con la misma alegría que nos da el hacerlos. ¿Sabes cuál es el valor de los regalos para mí? —dijo tomándola del brazo para conducirla hacia su dormitorio—: La satisfacción de quien lo recibe —franqueó la entrada y la joven encontró sobre su cama una hermosa gabardina color verde agua con cinturón, sombrero y paraguas.
—Después de tu declaración no me animo a oponer ningún reparo —rió Ivana dándole un beso.
—Creo que Gael los tiene muy presentes, porque es el artífice de la elección —reconoció Anne—. Pruébatelo.
Ivi se calzó la prenda que le sentaba a la perfección. Las capas del abrigo destacaban su figura y el sombrero de lluvia de ala caída y levemente ondulada, le confería a su rostro un aire adolescente. Anne la miró complacida y consultó al despedirse:
—¿Estará bien salir dentro de una hora?
—Más que suficiente —afirmó la chica.
Antes de llamar a Lena le recomendó a Jordi que estuviera listo en una hora. Charló diez minutos con su madre y después se dio una ducha rápida porque había olvidado preguntar por el uso racional del agua. Se calzó un pantalón negro, un suéter blanco y botas cortas. Bajó a la sala con la gabardina colgada del brazo y el sombrero y paraguas en la mano. Sólo estaba Gael en la estancia y su expresión de complacencia la ofuscó. No me mira como antes. ¿Desde cuándo me perturba su presencia? Son sus insinuaciones. Pero ¿yo le doy espacio para que confiese lo que realmente siente? No. ¡Y no lo quiero saber! Necesito a mi amigo de la infancia, al adolescente que me escuchaba sin juzgarme porque no se interponía ningún interés personal…
—¿Te quedó bien? —la pregunta la sacó de su marasmo.
—Fue idea tuya. —La afirmación sonó acusadora.
—¡Juro que no! Es una antigua costumbre de mamá que procura que nadie se vaya de este país sin un piloto inglés. Yo sólo colaboré con las medidas —dijo él con fingida modestia.
Ivana le dirigió una mirada socarrona que estimuló una franca carcajada en el hombre. Ella se aflojó y opinó con una sonrisa:
—Tenés un sentido de las proporciones poco común…
—Es que a vos te tengo grabada a fuego —declaró él con gesto solemne.
—¿Y eso qué significa, si se puede saber? —lo retó.
Gael caminó lentamente hacia ella escrutando los ojos que lo desafiaban. La joven se conmocionó como si estuviera a las puertas de una revelación deseada o temida. Sin dejar de mirarla, extendió los brazos y descansó las manos sobre sus hombros. En ese rostro grave que se acercaba al suyo no reconoció al amigo que su razón demandaba. Percibió en las pupilas varoniles el irrevocable designio de un beso que se hubiera concretado de no ser por la aparición de Bob que interrumpió su parálisis. El hombre, contrito, contempló cómo la muchacha se apartaba de su hijo quien bajó los brazos con expresión contrariada. Sabía de la pertinaz pasión del muchacho que defendió su permanencia lejos del hogar paterno cuando era apenas un adolescente. El motivo fue un secreto entre ellos porque ambos dudaban que Anne lo comprendiera. Y ahora, se dijo, no pudo ser más inoportuna mi presencia.
—¿Están todos listos? —preguntó su hijo.
—Anne y Jordi vienen detrás de mí —asintió Bob.
Los nombrados ingresaron a la estancia con los abrigos puestos. Ivana se colocó la gabardina y cubrió su cabeza con el sombrerito.
—¡Ivi, qué linda que estás! —exclamó Jordi—. Parecés una modelo de Vogue.
La salida de su hermano la hizo reír, pero no se atrevió a mirar a su amigo cuyo semblante manifestaba una total aprobación de los dichos del muchachito. Robert cambió una mirada con Anne y se apresuró a decir:
—¡Sherlock nos espera! ¡Partamos!
Gael abrió la puerta del acompañante para que subiera Ivana y la de atrás para que se acomodaran sus padres y Jordi. El trayecto hasta el museo fue breve. Caminaron, bajo los paraguas, hacia la famosa casa de Baker Street en cuya entrada estaba apostado un guardia con uniforme de época. Robert se le acercó soslayando la fila de turistas que esperaban para comprar sus billetes.
—¡Doctor Connor! —reconoció el agente—. Aquí tengo las entradas que reservó, y la pipa y la gorra para la fotografía.
—Gracias, John —dijo el médico recibiendo los objetos.
Su hijo se apropió de la pipa y la gorra y, sonriendo, se las ofreció a Ivi. Ella se atavió para la foto reemplazando su sombrero impermeable y simulando inhalar por la boquilla.
—¡Pónganse junto al policía! —pidió Jordi enarbolando su cámara.
Después de sacar esa foto Ivi le pasó el atuendo y el chico le solicitó a Bob que lo tomara junto a Gael y su hermana para enviárselas a su familia.
Sortearon la tienda de recuerdos para pasar a la amplia sala que constituía el despacho del detective con todos los objetos que contribuían a su investigación y algunos efectos personales de su biógrafo, el doctor Watson. Jordi no paraba de perpetuar cada momento con su cámara: Gael sentado en el sillón de Holmes con su gorra y su pipa; Ivi con capa y lupa intentando desentrañar unos símbolos; él tocando el Stradivarius; Anne y Bob departiendo con Watson. Pasaron por el dormitorio que parecía aguardar el regreso de su dueño. En la segunda planta curiosearon los dormitorios de Watson y de la casera para subir luego, por una angosta escalera, al tercer piso adonde aparecían algunos personajes y escenas famosas recreados en cera. El cuarto de baño de estilo victoriano no concordaba, según Ivi, con el resto de las dependencias. Se asomaron al desván y, antes de recorrer el negocio de souvenir, bajaron al subsuelo adonde encontraron al mismísimo Holmes en la amplia biblioteca. Jordi le tendió la cámara a su hermana y se acercó al actor que personificaba al detective para sacarse una foto con él. Terminaron el paseo en la tienda adonde Ivana y Jordi adquirieron regalos para su familia.
—El museo está a punto de cerrar —advirtió Bob—. He reservado una mesa en el pub de Sherlock para que lo conozcan y volvamos a casa cenados.
La lluvia había concluido. Caminaron por los alrededores antes de dirigirse hacia el restaurante. Un camarero los guió hasta su mesa desde la cual se podía apreciar la galería dedicada a la memoria del detective. Toda la decoración estaba orientada a inducir la sensación de habitar el Londres victoriano. Pidieron platos típicos y los acompañaron con cerveza. Después de comer, Ivana se sintió totalmente relajada. La conversación amena de sus anfitriones, la charla vivaz de su hermano y la actitud serena de Gael obraron como un sedante. Ahogó un bostezo tras su mano lo que provocó la reacción de Bob:
—¡Oh, querida Ivi! Somos unos desconsiderados al no tener en cuenta el trajín del viaje. Ya mismo volvemos a casa —le hizo señas al camarero para que trajera la cuenta.
El fresco nocturno apenas la sacó de su letargo. Antes de subir a sus habitaciones, Gael les comunicó que saldría con Jordi a la mañana temprano.
—¿Ivi se queda? —preguntó Anne.
—Sí. Jordi y yo vamos a estar ocupados —contestó su hijo.
—Entonces —dijo la mujer dirigiéndose a Ivana— si te parece bien, me convertiré en tu cicerone. Tú decides qué conocer y yo te acompaño.
—Me dará mucho gusto —sonrió la muchacha—, siempre que no te aparte de tus obligaciones.
—¡De ninguna manera! Está todo previsto para que pueda dedicarte todo el tiempo —afirmó Anne.
Ivi le agradeció con un beso y se despidió de padre e hijo. Por primera vez desde que salieron cruzó la mirada con la de Gael. Había un reclamo en sus pupilas que no se atrevió a descifrar.

viernes, 13 de julio de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXV


Los días hasta el jueves volaron entre los preparativos. El vuelo salía desde Buenos Aires el viernes a las diecisiete horas y llegaba a Londres a las once de la mañana. Diego y Yamila, acompañados por Lena, trasladaron a los viajeros y se instalaron en el departamento de Gael para que Ivi y Jordi amanecieran descansados. Partieron hacia el aeropuerto después de almorzar y, mientras hacían los trámites de embarque, Julio se unió al grupo que despediría a los hermanos. Ivana y Jordi aparecieron una hora después para saludar antes de ingresar a la sala de abordaje. La chica vaciló ante su progenitor que la miraba entre amoroso y expectante para cobijarse luego en el abrazo que la esperaba.
—¡Ivi querida! —lo escuchó decir—. No podía dejarlos partir sin expresarles cuánto los amo.
—¡Gracias por venir, papá! Yo también te amo —manifestó devolviendo el beso.
El hombre la soltó y se acercó a su hijo menor.
—Vas a tener la responsabilidad de cuidar a tu hermana —le señaló mientras lo abrazaba estrechamente.
—Perdé cuidado, papi —garantizó Jordi, feliz de su presencia.
Tras más abrazos, besos y recomendaciones, al filo del las diecisiete horas el dúo pasó por el control de seguridad y se dirigió a la sala de embarque. Poco después fueron convocados para abordar la aeronave. Jordi caminaba, fascinado, por la manga que comunicaba con la pista porque éste era su primer viaje en avión.
—¡Ivi, Ivi…! ¿No es fantástico? Parece que fuéramos los protagonistas de una película. ¿Te acordás de esa de terror donde el pasadizo terminaba sobre un precipicio?
—¡Jordi! ¿No podés pensar en algo más agradable?
—Bueno, en algo romántico. Como que apenas bajes te espera tu amado para zamparte un beso.
—Si ese es tu concepto de lo romántico le erraste mal, hombrecito. Considerando que no existe tal amado, la idea de que me zampe un beso es poco refinada.
—Ah… mirá vos. Entonces Alfonsina no es muy fina que digamos, porque la vez pasada te dijo que le encantaría que Lucas le zampara un beso. Y vos te mataste de la risa.
—¡Sos un mocoso insolente! —rió su hermana—. Y tenés una memoria fatal. Ya ni me acordaba de esa conversación.
Una vez instalados en el aparato –Jordi al lado de la ventanilla por concesión de Ivana-, llegó el momento de ajustarse los cinturones, atender las indicaciones de la azafata y despegar. Dos horas y media después hacían escala en San Pablo transbordando casi de inmediato al vuelo transatlántico. Sirvieron la cena a las nueve de la noche de Argentina y después vieron una película, escucharon música, Ivi pidió un whiskey para llamar al sueño y sólo despertó para ir al baño y cuando Jordi la rozó al levantarse para hacer otro tanto. El desayuno los despabiló definitivamente. Por la ventanilla divisaron la costa de los primeros países europeos: Portugal, España, Francia y, por fin, la isla de Gran Bretaña cubierta de nubes. Ivana sincronizó su reloj con la hora inglesa mientras sobrevolaban el río Támesis. Aterrizaron en el aeropuerto de Heathrow y media hora después bajaban del avión, lapso que aprovechó la joven para mandar un mensaje a su madre informándole que habían llegado bien. Pasaron migraciones, aduana y, cuando buscaban las cintas para retirar el equipaje, un grito de Jordi descentró a Ivana de la exploración:
—¡Gael! ¡Allá está Gael! —y corrió al encuentro del amigo que respondió a su jubiloso abrazo.
Ivi, cargada con los abrigos y los bolsos, quedó absorta en los detalles de la escena y sus actores. El hombre fornido de incipiente barba dorada alborotaba el cabello de su hermano mientras lo mantenía adosado a su costado. Sin dejar de reír levantó la cabeza y la buscó. Se adelantó a grandes pasos con los brazos abiertos y ella, conmovida por el reencuentro, se abandonó sobre el turbulento corazón de Gael.
—Ivi, Ivi… —susurró él—. No imaginé que pudiera extrañarte tanto.
Una señal de alerta fulguró en el cerebro de Ivana. Empujó al médico y dijo categórica:
—Suficiente.
Gael miró con deleite a la muchacha que día y noche no se apartaba de su pensamiento. A pesar de su arisca reacción, por un momento había permanecido entre sus brazos sin resistencia. Muchachita, siento que mi pasión no es una locura y que vamos a compartir infinitos momentos de placer. Quiero seguir siendo tu amigo pero antes, tu amante. ¡Dios! Tu amante… Tenerte desfallecida de amor... Si pudieras imaginar ese instante como yo lo sueño…
—¿Te vas a dejar crecer la barba? —La pregunta, hecha con tono provocativo, lo sacó de su abstracción.
—No te gusta.
Ella se encogió de hombros y desvió los ojos de la mirada inquisitiva que buscaba descifrar sus sentimientos.
—Si a vos te gusta, mi opinión no vale —dijo con indiferencia, y agregó—: tenemos que ir a buscar las valijas.
Jordi, testigo de la escaramuza entre su hermana y su amigo, sonrió satisfecho. Paulatinamente los pensamientos de Ivi sincronizaban con los de Gael y tuvo la certeza de que el destino de su querida Mavi se concretaría en este viaje. El médico los tomó del brazo a ambos para guiarlos hasta la cinta que contenía su equipaje. Se hizo cargo de las dos valijas y les anunció:
—Papá espera en el auto. Está lloviznando y se pronostica que empeorará. Mi madre no vino a recibirlos porque se empecinó en prepararles un almuerzo a la argentina para que no extrañen.
Los hermanos, sonriendo, lo siguieron hasta el estacionamiento adonde aguardaba Robert Connor. El hombre, médico de profesión, bajó del vehículo para darles una calurosa bienvenida. Después de abrazar a Jordi se volvió hacia Ivana y le puso las manos sobre los hombros para observarla con detenimiento. Ella se prestó al escrutinio con una sonrisa.
—Querida Ivi, estás tanto o más linda que cuando te vi ocho años atrás. Es un placer teneros en nuestra casa —declaró antes de abrazarla y darle un beso.
—¡Gracias, Bob! —retribuyó la muchacha—. En verdad, es un gusto volver a verlos después de tanto tiempo.
—Lo que me recuerda que Anne debe estar ansiosa por vuestra llegada —abrió la puerta del acompañante e invitó a la joven a subir mientras su hijo terminaba de acomodar las valijas en el baúl.
El hombre subió a la parte trasera del vehículo junto con Jordi y Gael se ubicó al volante. Maniobró para salir y puso a los visitantes al tanto del lugar adonde se dirigían:
—Estamos yendo hacia Marylebone adonde llegaremos en media hora si la niebla no se incrementa. Los recibe un típico día inglés —concluyó con una sonrisa.
—¿Están cerca de Regent’s Park? —preguntó Jordi.
—En los alrededores —respondió Bob complacido por la ubicación del jovencito—. Pensaba servirles de cicerone pero me temo que deberemos dejarlo para otra ocasión.
—¡Entonces podremos visitar el museo de cera y la casa de Sherlock! —dijo entusiasmado.
—¡Jordi! —exclamó Ivi—. Acordate de lo que hablamos. Más tarde organizaremos una lista de lugares a conocer.
—¡Pero si será un placer llevarlos! —afirmó Bob—. Este muchacho tiene bien puesta la cabeza. Una tarde de lluvia  es apropiada para este recorrido.
Ivana hizo un gesto de contrariedad que no pasó desapercibido para Gael. Apartó un momento los ojos de la carretera para preguntarle:
—¿Qué te mortifica?
—Nada —murmuró—. Después te explico.
De la conversación durante el viaje se ocuparon papá Bob y Jordi que acribilló de preguntas al médico. Ivana escuchaba las carcajadas del hombre ante algunas ingenuas preguntas del chico. Pensó que tendría que sosegar a su hermano ávido de conocimientos, porque se negaba a dejar que Gael y su familia se hicieran cargo de todos los gastos. Ella estaba limitada por su falta de recursos propios y no quería disponer del préstamo paterno indiscriminadamente. La lluvia se intensificó poco antes de llegar a una casa de dos plantas cuya fachada, orlada de hiedra, combinaba armoniosamente madera, tejas y piedra. Gael abrió la reja del jardín delantero con el control remoto y, antes de ingresar a la cochera, Anne se asomó al pórtico cubierto para agitar su mano en señal de bienvenida. Cuando bajaron del auto ya aguardaba sonriente en la puerta que comunicaba el garaje con el interior de la casa.
—¡Ivi, Jordi! —exclamó abrazándolos—. ¡No veía la hora de que llegaran!
Entre saludos y expresiones de alegría ingresaron al amplio estar mientras padre e hijo se ocupaban de bajar valijas y bolsos. Por los grandes ventanales que daban al exterior se apreciaba el creciente avance de la niebla intrínseca a la espesa llovizna.
—Les propongo que ocupen sus habitaciones para refrescarse un poco antes de comer —ofreció la dueña de casa.
—Yo los llevo —asintió Gael.
Los hermanos aliviaron al médico de los bolsos y subieron detrás de él. Acomodó primero a Jordi y después guió a Ivana hasta su dormitorio. Dejó la valija sobre la cama y se volvió hacia la muchacha:
—Ahora contame qué te molesta.
—Que habíamos acordado con Jordi seleccionar algunas salidas acordes al presupuesto que tengo —se atropelló— y él…
—Pará… pará… —la interrumpió Gael—. Antes de seguir contestame unas preguntas: ¿alguna vez Julio me cobró los múltiples almuerzos y cenas que compartí con ustedes?
—¡No es lo mismo! —porfió la chica.
—¿Alguna vez tuve que pagar cuando me llevaban de vacaciones con tu familia? —siguió el médico ignorando su protesta.
Ivana apretó los labios.
—Entonces —concluyó Gael— ¿por qué nos negás el derecho de agasajarte? No querrás desairar a mis padres, ¿no?
—Tenés la virtud de tergiversar las cosas que planteo —dijo mortificada.
—Me remito a lo hechos —alegó su amigo—. Ergo, te ruego que disfrutés de las atenciones que tanto vos como Jordi merecen, ¿sí?
—Veré —contestó con aspereza—. Y ahora andate que quiero asearme.
—Enseguida, princesa. ¿Quién puede resistirse a tan cortés pedido? —dijo burlón, y salió después de una reverencia.
Ella se tragó la respuesta porque él no podía escucharla. Recorrió el cuarto con la vista y se acercó a la ventana. Apartó la cortina y declinó asomarse al balcón para no mojarse. Se dirigió al cuarto de baño y lavó sus manos y su cara. Se peinó y pensó que le encantaría tomar una ducha después de comer. Cuando estuvo lista, bajó a la sala y se guió por las voces animadas para ingresar al comedor. Bob y Gael se incorporaron apenas entró. El hijo apartó una silla y ella se ubicó con una sonrisa de agradecimiento. Anne había cocinado pollo al horno con una variada guarnición de papas y verduras que mereció el elogio general y un pastel de ruibarbo y queso que cerró dulcemente el almuerzo.