sábado, 12 de diciembre de 2009

LAS CARTAS DE SARA - XVI

Nina miraba el camino con una concentración dolorosa. El viento que arrastrara las nubes invadió el interior del vehículo obligándola a cerrar la ventanilla. Dante encendió los faros perforando la creciente oscuridad y bajó el cuenta kilómetros a sesenta. La senda, recta y con pocos declives, se fue bordeando de una arboleda tupida que aumentó el estado de alerta de la muchacha. No se sorprendió demasiado cuando apareció el animal delante del auto. Revivió la brusca frenada, y la exclamación de su novio:

-¡Casi lo atropello! –Se volvió hacia Nina y preguntó con desconcierto:- ¿Es el perro de tu sueño?

La joven no respondió. Impelida por una certeza que se infiltraba desde algún desconocido resguardo de su mente, asió el tapiz y abrió la portezuela del coche antes de que Dante pudiera impedirlo. Avanzó con seguridad hacia la bestia sosteniendo frente a sí, a modo de escudo, el elaborado estandarte. El animal gruñó amenazadoramente pero Nina no retrocedió. Supo el porqué del impulso que la llevó a entramar durante meses la altiva figura de la pantera. Era un talismán, la salvaguardia para este incidente que estaba previsto en los vericuetos de su destino. Dante bajó con premura y la alcanzó cuando el perro se volvió y saltó hacia la espesura. Apoyó las manos sobre los hombros de Nina y la volvió hacia él. La expresión serena de su novia contrastaba con la alteración de sus rasgos.

-¡Podría haberte atacado, mujer loca! –gritó en tanto la sacudía con un enojo que disfrazaba su temor. Luego, la apretó entre los brazos como si quisiera fundirla a su cuerpo.

Nina, a punto de no poder respirar, forcejeó para aflojar el abrazo de su conmovido novio.

-¡Basta, Dante! Sólo tenía que estar en guardia; ese fue el sentido del sueño. Cuando vi al monstruo, supe qué hacer. Ya no habrá sorpresas en el resto del camino –dijo con certidumbre.

Las primeras gotas comenzaron a golpearlos con insistencia. Ambos corrieron a refugiarse en el vehículo. Antes de encender el motor, el pragmático Dante discurrió:

-Algo me dice que en esta zona tu percepción y la de Sara se han agudizado. Lamento que mis neuronas sólo transmitan lo obvio, pero te prometo que no desestimaré ninguna de tus corazonadas.

Nina se inclinó hacia él y puso en su beso tanta pasión como agradecimiento. Por un mágico momento se olvidaron de las extrañas circunstancias del trayecto cuando sus bocas y sus cuerpos celebraron la existencia del otro. Se separaron sofocados y deseándose, pero implícitamente convencidos de que debían postergar su encuentro amoroso hasta lograr su objetivo. Dante giró la llave de encendido con un suspiro pesaroso. El resto del itinerario lo hicieron bajo una llovizna pertinaz que, si bien no aflojó demasiado el terreno, obligó al joven a estar pendiente del camino desconocido. Cuando divisaron las primeras construcciones, Nina miró su reloj y comprobó que había transcurrido una hora desde el mediodía. La urgencia por ver a su amiga la desbordó.

-¿Cómo vamos a encontrar la casa donde vive Sara? –urgió a su novio.

-Apenas veamos a algún habitante de este pueblo.

-Deben estar todos almorzando –arriesgó la joven.

-Buscaremos un parador –dijo el práctico Dante.

La calzada de tierra desembocó por fin en el asfalto. El joven imprimió más velocidad al auto atento a cualquier edificación que sugiriera un comedor o una estación de servicio. Vio un cartel de YPF a la distancia y fue disminuyendo la marcha para ingresar a la expendedora de combustible. Un joven empleado vestido con uniforme azul y blanco se acercó para atenderlos.

-Buenas tardes –saludó Dante.- Llená el tanque, por favor.

Se bajó del coche y le manifestó:

-Buscamos a una amiga que trabaja en la clínica del doctor Moreno. Su nombre es Sara. ¿Podrás indicarme cómo llegar?

-¡Ah, sí! La clínica está en la segunda vuelta de la ruta. ¿Ella es médica?

-No –contestó Nina que de puro ansiosa se había bajado detrás de su novio- trabaja en la administración.

-Entonces hoy no la va a encontrar. Sólo quedan de guardia los médicos y algunos enfermeros.

-¡Es cierto, Dante! –Dijo contrariada.- Hoy es domingo. –Se dirigió al empleado:- Por casualidad, ¿no conocés la casa de la familia Biani?

El muchacho la miró con gesto de disculpa y movió la cabeza negativamente. Dante intervino al tiempo que le pagaba:

-Está bien. Decime cómo llegar al centro.

-¡Eso sí! Tome derecho por la ruta hasta la primera curva. Es el comienzo de la calle Verde que lleva directo a la Plaza Central.

-¡Gracias! –respondió Dante, y subió al auto seguido por su novia.

La curva estaba a pocos metros. Cuando la interceptaron, Nina atisbó el color de la vereda que la remontaba directamente a las primeras cartas de Sara. Apreció las dotes descriptivas de su amiga porque el entorno le resultaba familiar a pesar de no haber estado nunca allí. Dante estacionó en un predio que supuso destinado a ese fin, y se encaminaron hacia los negocios que rodeaban la plaza.

-¡Allí está el Trust! –Exclamó Nina señalando el letrero- Ahí trabaja Ada, la amiga de Sara. Seguro que ella sabe dónde vive.

-Y si no está por ser feriado, iremos al correo o a la comisaría –agregó el joven tratando de apaciguar la ansiedad de la muchacha que ya se le había adelantado y empujaba la puerta del local.

Dante paseó la vista por el lugar y vio que sólo cuatro mesas estaban ocupadas. Dos por gente de mediana edad y las otras por adolescentes que consumían comidas rápidas. Nina se había acercado a la barra y la vio hablando con un hombre de aspecto fatigado. Oyó parte de la conversación al aproximarse:

-… dentro de una hora –terminó de decir el mesero con voz tan cansina como su semblante.

-Ada llega en una hora –le informó su novia volviéndose hacia él.- ¿La esperamos?

-Y en tanto, podríamos comer algo. ¡Estoy muerto de hambre! Se dirigió al hombre:- ¿Tienen algún menú sugerido?

-Sólo sandwichería.

-¿Te parece bien un tostado de jamón y queso? –consultó con Nina, quien asintió.

-Dos tostados de jamón y queso y una cerveza especial –le dijo al mesero.

-Ya se los llevo. Acomódense en una mesa.

La joven eligió una al lado de un ventanal, segura de que reconocería a Ada ni bien la viera entrar. En veinte minutos estaban dando cuenta de su almuerzo y proyectando su estadía:

-Entonces –resumió Dante- si Sara está bien, nos quedamos hasta el martes a la tardecita. Si no, la subimos hoy mismo al auto y pegamos la vuelta. ¿Conforme? –la miró con esa sonrisa que la trastornaba.

Nina le acarició el rostro con la mirada. ¿Acaso había imaginado cuánto llegaría a amarlo cuando lo conoció? En el primer encuentro le pareció un macho presumido de su físico, pero él no se arredró ante la frialdad que le demostró. La persiguió con tenacidad y su buena amiga no se burló de ella cuando aceptó la primera cita después de todo lo que lo había criticado. Descubrió bajo esa musculatura a un hombre sensible que no se avergonzaba de mostrar sus sentimientos y, cuando cayó en la cuenta de que estaba enamorada, Sara fue su primera y complacida confidente. ¿Cómo había podido desinteresarse de ella? Una ráfaga de culpa la estremeció.

-¿Qué te pasa, querida? –preguntó el hombre atento a su semblante.

-Que… -dejó la respuesta en suspenso. Una mujer entraba en el local y la joven intuyó que era Ada.

-¡Ada! –llamó sin temor a equivocarse mientras se levantaba del asiento.

La nombrada se volvió con una expresión interrogante. Quedaron enfrentadas por un momento inquiriéndose con la mirada.

-Soy Ada, ¿la conozco?

-Me habrá oído nombrar. Soy Nina, la amiga de Sara.

El rostro de la mujer se iluminó. Tomó las manos de la joven y exclamó:

-¡Dios me ha escuchado! La envió cuando Sara más la necesitaba.

-¿Sara está bien? –preguntó alarmada.

-Quédese tranquila. Por ahora está en buenas manos. El doctor Moreno volvió esta mañana y se la llevó de la casa de Biani cuando se enteró del ataque que tuvo anoche.

-¿Qué le pasó? ¿Segura que ahora está bien? –encimó las preguntas sin darle tiempo a contestar.

-Está bien –afirmó Ada.- Mercedes nos llamó porque no podía comunicarse con la clínica y la trasladamos hasta lo de don Emilio hasta que mejoró. Después Mirta la acompañó hasta su casa y se quedó con ella toda la noche. A la mañana llamó a la clínica y la atendió el propio doctor, que enseguida pasó a buscarla.

-¿Está en el hospital, entonces? –intervino Dante.

-No. Llamamos para ver cómo estaba y nos dijeron que, después de hacerle unos controles, salió con ella e indicó que no volvería hasta mañana. Lamento no tener espacio en mi casa, porque si no les ofrecería alojamiento. ¿Por qué no toman una habitación en el hotel? Descansarán y mañana podrán verla.

-¿Adónde vive el médico? Yo no voy a esperar hasta mañana para verla –señaló Nina.

-Es mejor así, señorita –insistió Ada.- Después de lo que pasó, él no la habrá llevado a su casa. Está demasiado cerca del centro. Pero la va a cuidar y mañana tendrá a su amiga sana y salva.

Dante, anticipando un arrebato de su novia, le apretó el brazo y le dijo a Ada:

-De acuerdo, Ada. Díganos dónde queda el hotel y volveremos para cenar. También para que nos cuente con detalle cómo fue el ataque que sufrió Sara.

-Se los prometo –contestó la mujer.- El hotel está a la vuelta, por la calle Amarilla. Es limpio y tranquilo y estarán cómodos. Les indico –ofreció dirigiéndose a la puerta.

Los jóvenes la escoltaron y atendieron sus instrucciones. Después volvieron al auto y se dirigieron al hotel. Nina guardaba un silencio desilusionado. Dante ubicó el coche frente al hospedaje y ambos bajaron con los bolsos. El trámite fue rápido y el encargado los guió hacia un cuarto de la planta baja. Después que cerraron la puerta tras ellos, el muchacho alivianó a Nina de los bolsos y la cartera, y los arrojó sobre un sillón. Enseguida se ocupó de su novia. La levantó en andas riendo ante la exclamación de sorpresa de ella y la depositó en la cama. Por el momento sólo deseaba que se aflojara, de modo que se estiró de costado y la miró con una sonrisa tranquilizadora.

-¡Eh, bonita, que no quiero nada que vos no quieras! ¿No sería bueno que te dieras una ducha caliente para relajarte?

-Es que no sé si creerle a esa mujer que Sara está bien. ¿Y si sólo quiere distraernos para que no la podamos ayudar?

-Yo no soy tan intuitivo, Nina; pero estoy seguro de que no mintió. Sara confiaba en ella y si reponemos fuerzas estaremos en mejores condiciones de ayudarla.

Nina lo miró con tanto desvalimiento que Dante estuvo a punto de olvidar su estrategia y cobijarla en un abrazo que lo llevaría más allá del gesto consolador. Se levantó y le acarició la cabeza.

-Andá, mi amor. Vas a ver que te sentirás mejor.

Nina se incorporó y buscó ropa limpia en su bolso. Pasó al baño y se quedó largo tiempo bajo la ducha. Una extraña turbación hizo que se vistiera completamente antes de aparecer en la habitación. Dante la observó sin hacer comentarios y pasó seguidamente al cuarto de baño. ¿Qué le ocurría?, pensó Nina. Si ella se deleitaba al exhibir su cuerpo desnudo para verse reflejada en los ojos de su amante. ¿O es que no se daba permiso para gozar hasta averiguar si Sara estaba bien? Estas especulaciones obraron como un afrodisíaco. El calor del deseo le endureció los pezones y ardió en su entrepierna. Cuando Dante salió de la ducha envuelto en una toalla de baño, encontró a la mujer de sus sueños. Se acercó despaciosamente y le alzó el rostro para besarla. Nina se pegó a su cuerpo notando la creciente erección que le arrancó un gemido mientras las bocas se exploraban como si no se conocieran. Sentía que le temblaban las piernas como ni siquiera había pasado en su primer encuentro. La piel le ardía al roce de las manos varoniles que la desnudaban. Le sacó las prendas con una lentitud que se contradecía con la excitación de ambos mientras ella lo despojaba de la toalla y se conmocionaba al contacto del órgano masculino. Dante jadeaba su nombre y ciento de palabras amorosas recorriendo con sus manos y su boca el cuerpo de la mujer que amaba. Se desmoronaron en la cama ávidos de la consumación amorosa, perdidos en ese mundo inigualable que excluía cualquier tormento que no fuera la culminación de su deseo. Nina se abrió a la penetración con un ardor desconocido demandando al miembro viril el bálsamo que apagara el fuego de sus entrañas. Los embates controlados del hombre se aceleraron ante la exigencia de la joven cercana a la plenitud del orgasmo. Las contracciones femeninas lo elevaron al pináculo del placer y se derramó en ella ajeno a cualquier sensación que no fuera la voluptuosidad del apogeo.

martes, 8 de diciembre de 2009

LAS CARTAS DE SARA - XV

Rosa los despidió en la puerta con un aluvión de recomendaciones: Vayan despacio, no levanten a nadie en la ruta, si paran a comer no tomen alcohol, apenas lleguen avísenme, ¡estaré esperando! Nina y Dante la abrazaron y la tranquilizaron diciéndole sí a todo. Recién cuando el auto dobló en la intersección con la avenida y desapareció de su vista, entró Rosa a la casa. Una oscura intranquilidad se aposentó en su ánimo como si fuera el presagio de una desgracia. ¿Por qué no había aceptado Sara el ofrecimiento que con tanto cariño le había hecho Nina? ¿Por qué esa porfía de auto suficiencia? Sacudió la cabeza para aventar esos pensamientos y se dispuso a esperar.

Nina se acomodó en su asiento y observó el perfil de Dante. Manejaba con aire concentrado y distendido. Sabía que le esperaban cuatro horas de viaje y él le había prometido que no harían ningún alto. Ya tendrían tiempo de almorzar cuando llegaran a Gantes. Para el camino, había llevado el equipo de mate y unas facturas que su madre había comprado, temprano, en la panadería.

-¡Un peso por tus pensamientos! –la voz risueña de su novio la trajo a la realidad.

-¡Un centavo, tonto! –le señaló.

-¡Bah, me pareció una miseria ofrecerte centavos con la inflación que tenemos! ¿Por dónde andabas navegando?

-¡Vaya! Ni siquiera atento a la carretera se te escapa nada. Ya me hacía en Gantes y abrazando a Sara. Ahora que estamos en marcha me siento mejor. Es… como si hubiera estado frente a un problema y en lugar de actuar, para solucionarlo, especulara sobre él. Este viaje es el principio de la acción –afirmó.

El hombre, sin apartar los ojos de la ruta, estiró un brazo y le acarició la mejilla. Nina se estremeció al contacto de su mano. El deseo de estar en sus brazos se acrecentaba por la forzosa abstinencia de los preparativos del viaje. Normalmente, pasaba los fines de semana con él, pero no hubiera expuesto a su madre a la incomodidad de dormir con Dante en su habitación sin estar casados. Y sí… Su mamá tenía algunas reglas inquebrantables aunque no ignorara la convivencia de su hija con el joven.

-¿Por dónde andamos? –preguntó, intentando leer las señales camineras.

-¿Qué diferencia hay si te lo digo? –respondió Dante burlón, a sabiendas del despiste de su novia.

-De que alguna vez puedo aprender, si alguien tiene la paciencia de explicarme.

-¡Bueno, bueno! Para tu información, estamos por tomar por la ruta 34, para empalmar luego la 95 y desviarnos a la derecha antes de Ceres, por un camino que ni tiene nombre en el mapa que nos mandó Sara. ¿Satisfecha?

-¡Psé! –resopló Nina poco agradecida. Esa enumeración, como adelantó Dante, no hacía diferencia para ella.

Se dedicó por un rato a observar el paisaje que retrocedía a los costados del asfalto mientras el coche aumentaba la velocidad. Quiso entablar una charla intrascendente para distraer a Dante de la hipnótica carretera, pero un pesado cansancio la ganó. Una brusca frenada la sacudió del sopor. Abrió los ojos y se encontró observando a un increíble animal que los miraba a pocos centímetros del parabrisas. El clima había desmejorado y nubes apretadas ocultaban el sol.

-¡Casi lo atropello! –Exclamó su novio.- ¿Es un perro?

La bestia, plantada con firmeza en medio del camino, tenía una talla imponente. La penumbra tormentosa encubría su figura pero destacaba el brillo de sus ojos. Los pensamientos de Nina dejaron de fluir como una cascada que se queda sin agua. Vio que la mano de Dante se movía hacia la traba de la puerta, sin poder reaccionar para gritarle que no saliera, que el animal era peligroso, que sólo el interior del auto era seguro. Pero su capacidad de acción estaba tan anulada como su mente. Como en cámara lenta, vio a su novio abrir la portezuela, bajar del coche y quedarse a pocos metros del perro. Dante se inclinó con cautela hacia el piso para tomar una rama gruesa, cuando el animal pareció despertar de su letargo y se abalanzó sobre él. El aullido de Nina rasgó el silencio como la sirena de una ambulancia que se abre paso para llegar a tiempo al hospital. Sus brazos rechazaron la embestida del can cuyas fauces buscaban su cabeza. Cerró los ojos y manoteó con desesperación para alejarlo, cuando unas palabras se filtraron en sus oídos por encima del rugido de la bestia:

-¡Nina, Nina! ¡Soy yo! –mientras unos brazos inmovilizaban sus sacudidas de espanto.

Incrustada sobre el pecho de Dante, de Dante vivo, de Dante tibio, sin indicios del ataque mortal del perro, el grito se transformó en sollozo. El sol brillaba sobre el asfalto y el auto estaba detenido al costado de la carretera. Se aferró con fuerza al cuerpo de su novio y se dejó mecer por un llanto que fue relegando a un rincón de su mente el terror de la pesadilla.

-¡Te quedaste dormida! ¡Buen copiloto traigo en este viaje! –reprochó el joven con cariño. Besó sus mejillas húmedas y ardientes y la separó de su lado. Nina rehuyó la mirada avergonzada. Él se echó a reír y la envolvió entre sus brazos.

-Menos mal que la autopista está poco transitada… Me sobresaltó tu grito, pero cuando empezaste a empujarme fuera del auto, me pasé al carril contrario. ¿Qué te asustó tanto?

-¡Fue horrible, amor! Me había quedado dormida y de golpe me desperté cuando frenaste en el camino de tierra. Se había nublado y apareció ese horrible animal –se atropelló.

-Fue un sueño, Nina. Nunca abandonamos la ruta. Faltan al menos dos horas para llegar a Ceres –afirmó con voz serena.- Se dio vuelta y levantó del asiento trasero un bolso:- ¿Qué tal si cebás unos mates mientras seguimos viaje?

La joven estuvo a punto de relatarle el sueño, pero se retrajo ante la vívida imagen del ataque. Abrió el bolso y retiró el equipo de mate y la bolsa con las medialunas. Empezó a cebarlos cuando Dante retomó la carretera. La alegría inicial del viaje parecía haber quedado en los primeros kilómetros del camino. Se preguntó si debía participarlo de la pesadilla y decidió que sí. Más serena, comentó:

-En mi sueño apareció un enorme perro negro en medio del camino de tierra. El sol se había ocultado y vos bajaste del auto para tratar de espantarlo. El animal te atacó y después vino por mí. ¡Era tan real, Dante! Ahora que lo pienso, lo que más me impresiona es que no pude reaccionar hasta que se me abalanzó encima. Estaba petrificada.

-Tesoro, lo único que falta es que te cargues de culpa por no haber empezado antes con los alaridos. Si a mí me sacaron de la ruta, hubieran espantado al perro de tu sueño –rió el muchacho.

-No te burles –dijo dolida.- No hubiera podido soportar que te pasara algo.

-Bueno, mi amor. Tal vez el sueño pueda interpretarse como que estamos juntos en esto, en las buenas y en las malas. ¿Estamos de acuerdo? –se volvió por un momento con una sonrisa tranquilizadora, para volver luego a prestar atención al camino.

Nina asintió. No quería seguir escarbando en las implicancias del sueño. Cebó varios mates más y después devolvió el equipo al bolso. Cuando se volvió para dejarlo en el asiento de atrás, distinguió un extremo del tapiz que asomaba desde la bolsa adonde lo había acondicionado. Impulsó el envoltorio hacia sí y lo apoyó en la falda para acomodarlo. Su mirada se dirigió hacia la lejanía. Creyó distinguir una franja más oscura adonde se unían el camino y el firmamento.

-Dante, ¿es ése un frente de tormenta?

-Me temo que sí, querida –dijo al cabo.- Pero se ve muy lejano. Es posible que lleguemos antes que la lluvia.

Las facciones de Nina se oscurecieron como si las nubes que suponían el temporal hubieran comenzado a formarse sobre ella. Esta vez estaría atenta, se dijo, ¡ah sí que lo estaría! Aflojó la mano que sostenía el tapiz al cual se había aferrado como si se lo quisieran quitar. Alisó la punta y lo empujó para introducirlo en su envoltorio.

-¿Por qué no lo sacás del todo y lo volvés a poner en la bolsa? –Opinó Dante después de escucharla mascullar tras los infructuosos esfuerzos.- Derecho… -agregó con una risita que hizo que su novia levantara la mirada con enfado.

La réplica se extravió en el laberinto de nubes que avanzaban sobre el disco del sol como si un ventarrón las arrastrara. Antes de que las primeras alcanzaran a cubrir su resplandor, distinguieron la señal que indicaba el ingreso a Ceres. Dante disminuyó la velocidad y giró hacia el camino sin asfaltar que conducía a Gantes.