viernes, 29 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XVIII

Cuando Sofía cobró su primer sueldo invitó a cenar a sus ex compañeras de trabajo incluido Sergio, que por entonces salía con Carina. Sus finanzas se habían acomodado, gustaba de su empleo, había establecido una relación afectuosa con Ruiz y estaba perdidamente enamorada de Germán el cual, por su imposición, respetaba cabalmente el estúpido mandato que ella exigió. Pero día a día sus ojos desmentían el acuerdo. Ella evitaba mirarlo porque sabía que de quedar atrapada en ellos aboliría la proscripción. Cuando estuvo lista, pidió un taxi para encontrarse con el grupo en un restaurante. Fue la primera en llegar y se acomodó en la mesa que había reservado. Poco después divisó a sus invitados en la entrada y se levantó para recibirlos. Besó a las chicas y a Sergio que la miró apreciativamente al saludarla:

-Sofía, estás espléndida. Gracias por incluirme en el festejo.

-No podía hacer menos. Primero, por tu noble acción. Segundo, porque un pajarito me dijo que andás noviando con Carina.

El muchacho se rió y enlazó por la cintura a su ruborizada novia.

-Nada comparable a la acción de tu jefecito –dijo insinuante.- Confieso que yo hubiera hecho lo mismo.

-¿A qué te referís?

Los demás se miraron extrañados. Mónica fue la primera en reaccionar.

-¿No sabías que Germán se negó a firmar otro contrato con Méndez?

Sofía quedó boquiabierta. ¡Germán la había vengado con creces! Y era uno de los contratos más ventajosos que tenía su empresa… Si eso no era una prueba de amor, ¿qué lo sería? Carina interrumpió su meditación:

-Sentémonos, así Mónica te cuenta con detalles el soponcio que sufrió el ingeniero.

Apenas se acomodaron se acercó el camarero para tomar el pedido. Mientras esperaban los platos Mónica se abocó al relato:

-Después que se fue Germán, previo despedirse de nosotros… Y a propósito, se lo ve muy cambiado. Si lo hubiera conocido de este talante no hubiera escatimado esfuerzos para conquistarlo. Con tu perdón –agregó con gazmoñería.

Sofía le hizo una mueca burlona y le pidió que siguiera.

-El viejo quedó tan irritado que reconoció su metida de pata con vos.

-¿En público?

-No. Pero se lo dijo a la culebra y además de insultarla estuvo a punto de echarla.

-¿Estuviste presente?

-No. Estaba en el baño con un vasito invertido pegado a la pared…

Sofía no pudo contener la risa imaginando la escena. Las lágrimas derramadas sobre el pecho de Germán habían disuelto toda la rabia y frustración que le quedaban. Mónica hizo explícita la conversación:

-Bueno. Tu jefe se fue y Méndez llamó de inmediato a la culebra. Así que corrí hacia el baño para que nadie me disputara la primera fila. “Adelina”, bramó, “¿sabe que acabamos de perder al mejor contratista de la empresa?” “A quién”, preguntó la culebra. “¿A quién va a ser, idiota? ¡A Navarro!” “¿Y qué me dice a mí?” se envalentonó la susodicha, “debe ser por esa putita ladrona”. “Acá la única puta ladrona es usted, y cada vez me convenzo más de que cometí un grave error con esa empleada. ¿Sabe que averigüé que alguien la ayudó a ingresar el cheque? ¿Por qué habría de hacerlo si no era para involucrarla?”. “¡Se equivoca, se equivoca!” gritó la víbora. “Yo me olvidé de registrar el cheque en su momento pero la plata se la llevó ella”. “¡Cállese y salga de mi oficina! Desde este momento deja de ser mi secretaria y agradezca que no la eche. Ya le voy a indicar cuáles van a ser sus nuevas tareas”. En este punto la culebra salió de la oficina y quiso meterse en el baño. Así que esperé a que dejara de forcejar con la puerta y después salí. Pero no negarás que escuché lo más jugoso…

Un coro de carcajadas celebró el final del relato y el histrionismo de Mónica. Rocío expresó:

-¿No es romántica la decisión de Germán para desagraviarte? Y el que no te lo haya dicho habla de su desprendimiento…

-Habla de que yo no lo hubiera aceptado de haberlo sabido.

-¡Vamos, Sofía! Sir Lancelot se merece un beso de reconocimiento –exclamó Sergio.- Como representante del clan masculino te aseguro que un casto beso será suficiente recompensa.

La muchacha sintió que la sangre coloreaba sus mejillas. ¿Un casto beso? No era lo que ella esperaba precisamente. Para disimular su reacción, que no había escapado a la mirada perspicaz de Sergio, encauzó la charla hacia temas menos personales. El resto de la reunión transcurrió afablemente y sólo cuando se despidieron, al acompañarla hasta la puerta de su edificio, el joven sentenció:

-Germán te hará feliz, Sofía. No desprecies su amor. –y se separó de ella con una sonrisa.

¿Despreciarlo? Si cada día que lo veía alucinaba con estar entre sus brazos, con ser besada y amada por ese hombre al que había forzado con una promesa. La que debía romper el acuerdo era ella. ¿Y si él en el largo mes en que se conocieron buscó la compañía de otra mujer? Los hombres se manejan por instinto, decía su mamá. También su instinto la abrumaba y le dictaba locuras, como la de malograr esa estabilidad que creía haber alcanzado. ¿Y si sólo la deseaba para satisfacer un impulso sexual? ¿Cómo podría volver al trabajo viéndolo día a día y sintiéndose despreciada? ¡SOFÍA! vociferó internamente. Si no sos capaz de aceptar un desafío, es mejor que te hundas en una existencia sin matices adonde no te alcanzarán ni el dolor ni la felicidad.

Cuando se desvistió para acostarse, estaba decidida a derribar el muro que había levantado entre Germán y ella.

Por la mañana se vistió con las prendas que más la favorecían, se maquilló cuidadosamente y marchó hacia la conquista de su cruzada personal. Ruiz ya estaba instalado en el despacho y la saludó con un silbido cuando entró. Sofía largó una carcajada ante la inusitada reacción del contador.

-¡Vaya, vaya, jovencita! Si tuviera veinte años menos estaría trepando por las paredes –dijo con la confianza que le conferían los días y las confidencias compartidas.

-Es todo un cumplido viniendo de usted –rió.

-Y no me quiero imaginar… Nada –se silenció.

Sofía se acomodó en el escritorio y comenzó con su diaria rutina. En pocos minutos podría recibir una llamada de Inglaterra. Diana, la secretaria, o el mismo Farris se comunicaban después del mediodía londinense. Con Farris había construido una cordial relación, matizada por los elogios del industrial hacia su capacitación profesional. Bromeaba con ella aseverando que una mujer competente y de voz seductora no podía ser perfecta, y la desafiaba a que le mandara una foto. Ella le contestaba que en el próximo correo. Sonrió. Si la viera hoy diría que era perfecta, pensó. A las diez, el cadete les alcanzó el café y Germán sin aparecer. Cinco minutos después sonó el teléfono. Era Farris.

-Buenas tardes, señor Farris –saludó atendiendo a la hora de Inglaterra- pensé que hoy no nos comunicaríamos.

-La llamé expresamente para decirle que ya no necesito que me envíe la foto.

-¡Oh, qué pena! –contestó en tono de broma.- Y yo que la estaba preparando para mandársela.

-He descubierto que usted es muy mentirosita, así que he traído alguien a quien no se la negará. Le paso con él.

Ella hizo un gesto de sorpresa que se acentuó al escuchar la voz:

-Hola, Sofía. ¿Cómo estás?

-¡Germán! Y vos… ¿adónde estás?

-En Inglaterra, querida. Con Donald Farris.

-Pero si ayer…

-Salí anoche a las once y llegué hace un rato. ¿Me extrañaste? –esto último dicho en voz más baja.

-Sí –contestó en el mismo tono.

-Ahora vas a ir con Ruiz a mi oficina para que te indique como establecer una videoconferencia –dijo después de un silencio.- ¿Hecho?

-Hecho. –asintió.

Se volvió hacia el contable y le transmitió el pedido de Germán. Ruiz encendió la computadora, introdujo la contraseña y luego se conectó con el despacho de Farris. Le indicó a Sofía que se sentara frente a la cámara. Germán estaba en una oficina y a su lado un individuo de mediana edad, pelo canoso y bigote entrecano. Los dos le dirigieron una amplia sonrisa. Ella se las devolvió e inmediatamente la imagen del hombre de bigote se agrandó en la pantalla:

-Señorita Sofía –dijo con una expresiva sonrisa- hasta los elogios de su jefe se quedaron cortos para describirla. Usted es el verdadero testimonio de que belleza y talento son compatibles.

-¡Señor Farris! Es usted muy considerado. –Y agregó:- Me alegro de conocerlo.

-De ahora en más llámeme Donald, por favor. Ya no somos entelequias el uno para el otro.

-Si usted lo desea… -aceptó con una sonrisa.

Germán se emparejó con el industrial y la enfocó con sus ojos virtuales:

-No te dejes engañar por este seductor que tiene esposa e hijos porque a continuación te propondrá que seas su secretaria.

-¡Y lo haría, lo haría! –rió Farris- Si no fuera porque este salvaje me asesinaría. Como no soy de olvidar favores, me conformaré con mantener el trato comercial. Ahora la dejo con Diana para que la ponga al tanto del nuevo contrato y me llevo a este amigo a casa. ¡Hasta pronto, Sofía!

-Hasta pronto, señor Farris –y ante el gesto admonitorio de él:- Donald –sonrió.

Antes de que la secretaria se pusiera delante de la cámara, Germán se inclinó y le dijo:

-Quiero que estés aquí… Conmigo.

Sofía pensó en las mudanzas del destino. Ella había contado con verlo y desmontar la cápsula que lo mantenía prisionero de una promesa, y ahora se encontraban alejados por más de diez mil kilómetros.

-En el próximo viaje, ¿eh? –contestó con desenfado intentando despojar de formalidad la declaración de Germán.

Él acercó los dedos de la diestra a su boca y le sopló un beso. Después cedió su lugar a Diana y se alejó con Farris. Las mujeres estuvieron intercambiando datos de trabajo y personales y se despidieron con afecto. Sofía volvió a su oficina a las dos de la tarde. Ruiz la esperaba para que fueran a almorzar juntos. No lo hacían con frecuencia ya que la joven prefería comer algún bocado rápido y una fruta.

-¿Qué le parece la parrilla Norte? –consultó el hombre.

-Bien. Pero nos demoraremos más de una hora –lo previno.

-Yo me haré responsable ante su jefe. Ha trabajado sin descanso desde que llegó y no le vendría mal una buena comida de vez en cuando. ¿Me parece o ha perdido peso?

-Un poco, pero se debe a que vengo caminando todos los días. Es un buen ejercicio.

-Bueno, venga que la engordaremos un poco.

Sofía, riendo, tomó su abrigo y la cartera y salió con el inefable contador. La parrilla estaba a tres cuadras de la oficina. A esa hora pudieron elegir una mesa contigua al ventanal que mostraba una pérgola adornada por glicinas. Aprobó el menú propuesto por Ruiz y se dedicaron a esperar. Presentía que el contable se iba a referir a los acontecimientos de la mañana.

-Antes de que me responda a una pregunta, si es que quiere hacerlo, voy a sincerarme con usted. Cuando Germán la propuso para el trabajo me sentí fastidiado porque nunca se entrometió en la selección del personal. Supuse que era un capricho pasajero y me llevé una tremenda sorpresa –hizo una pausa.- Trajo a una joven hermosa y con innegables condiciones para desempeñar la tarea. No voy a cometer la infidencia de contarle la charla que ese mismo día tuve con él, pero hoy, como accidental observador de la videoconferencia, sentí que entre ustedes existen sentimientos que no acaban de expresarse. ¿Me equivoco?

Sofía, que desde la noche anterior se había propuesto destruir las barreras con el hombre que ocupaba sus ensueños, vaciló ante el llamamiento de Ruiz. Escrutó el rostro del hombre y la expresión de genuino interés acreditó su respuesta:

-Está en lo cierto. Cuando nos conocimos hubo… una atracción mutua. Pero yo, señor Ruiz, tuve miedo. La vida de relaciones no ha sido fácil para mí, y prefiero no exponerme a sufrir un desengaño. Así que cuando Germán me propuso trabajar en su empresa no quise que se inmiscuyeran otros intereses que no fueran los laborales. –Se silenció volviendo el rostro hacia el patio.

Ruiz miró el delicado y voluntarioso perfil y justificó el enamoramiento de Navarro. Pero el intercambio verbal y gestual del cual había sido testigo, revelaba que la contención de la muchacha se estaba debilitando.

-Sofía… -llamó. Ella enderezó la cabeza y lo miró con indefensión. El hombre le tomó la mano que tenía sobre la mesa y la presionó con suavidad.- Escúcheme bien. En primer lugar no voy a ser menos que el tal Farris. Le pido que me llame por mi nombre de pila que es Víctor. ¡Fuera ese ceremonioso señor Ruiz! –dijo con brío.

-Pero ni Germán lo llama así –protestó ella.

-Será nuestro acuerdo –afirmó.- Víctor de ahora en más, ¿eh? –La chica asintió con una leve sonrisa.- En segundo lugar, lo más importante: me precio de conocer al hombre que es su jefe como si lo hubiera procreado; y créame, querida, que doy fe de la sinceridad de sus sentimientos. ¿Por qué luchar contra lo que siente si ambos persiguen lo mismo?

-¿Sabe? -le confió.- Esta mañana venía decidida a terminar con la tregua pero el viaje imprevisto lo impidió. ¿No cree que será un presagio?

-¿Cree usted en las premoniciones, hija? –preguntó inclinándose hacia ella.

-¡No! –contestó riendo.

Ruiz se enderezó y dijo con complacencia:

-Menos mal. Porque tendría que recordarle ese “quiero que estés conmigo”…

-¿Escuchó todo el tiempo, Víctor? –inquirió la joven con placidez.

-Hasta ahí, nomás. Para las siguientes cuestiones de trabajo cuento con su talento –confesó con una sonrisa.- ¡Ah! Ya nos traen la comida.

Después de almorzar volvieron a la oficina. Ruiz se retiró más temprano y antes de irse le dijo a Sofía:

-Arriesgarse es vivir, hija. Y si usted quiere a ese obstinado, porque no le quepan dudas de que la ganará a fuerza de perseguirla, déle una oportunidad.

-Creo que si Germán hubiera buscado un abogado defensor no hubiera encontrado a nadie tan excelente –dijo ella acercándose para despedirlo con un beso.

domingo, 24 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XVII

Sofía no veía la hora de llegar a su departamento para hablarle a Carina. La llamó a la oficina pero ya se había retirado. Antes de que la llamara a su casa, sonó el teléfono.

-¿De modo que vas a trabajar con Germán, desvergonzada? ¡Te lo tenías bien guardadito! –saludó su alborotada amiga.

-¿Qué es esto? ¿Pusiste un detective detrás de mis pasos?

-No. Pero tengo mis informantes. Y lo supe –supimos, corrijo- porque estábamos las tres cuando Mercedes me lo contó. Estoy con Mónica y Rocío. Y queremos hacerte una visita. ¿Nos recibís?

-¡Vengan, chusmas! –autorizó Sofía riendo con ganas.

Quince minutos después tenía a las tres agitadas amigas en su departamento. Se superponían tanto en las preguntas que las llamó a silencio y les contó los acontecimientos en orden. La escucharon fascinadas y cuando acabó el relato la abrazaron con alegría.

-Espero que me lo permitas –dijo Mónica.- ¡Pero no quiero perderme la cara de la culebra cuando se entere de que Germán te contrató!

-Y los comentarios tampoco –intervino Rocío.- Serán para escribir una antología.

-Serán demasiado escatológicos –aseguró Sofía.- Pero aún así me gustaría escucharlos –y largó una carcajada.

-Y yo –participó Carina- tendré la satisfacción de comunicárselo a Méndez. ¡Se pondrá azul el viejo!

Las risas cristalinas se prolongaron. Sofía miró el reloj y vio que eran las ocho y media de la noche.

-Si no tienen compromisos, quiero invitarlas a comer –les dijo a sus amigas.

Se miraron entre ellas y Carina habló por todas:

-Nos quedamos porque falta la parte más suculenta de tu aventura. ¡Compremos algo hecho y lo repartimos entre todas!

-De ninguna manera. Yo invito ahora que tengo trabajo.

Todas volvieron a reírse. Al fin acordaron que las invitadas comprarían el postre. Sofía encargó todo por teléfono y se sentaron a esperar.

-Me pregunto que resultará de mezclar el trabajo con el amor –dijo Mónica.

Menos la dueña de casa, las demás la miraron escandalizadas e iniciaron una protesta.

-¡Sh, sh…! –chistó Sofía.- Mónica tiene razón. Pero no voy a caer en la tentación. Y Germán me dio su palabra de no interferir.

-¡No digas pavadas! –estalló Carina.- Si cuando están juntos la atmósfera se electrifica. Los sentimientos no se pueden controlar a voluntad, Sofía.

-Mis prioridades son: primero el trabajo y segundo el departamento. Tal vez cuando termine de pagarlo…

-¡Ajá! Cuando tengas cincuenta años –ironizó Carina.- Para ese entonces no te interesará echar un polvo.

-¡Vean a la rubita! –exclamó Sofía.- Se nota que frecuentar a Sergio ha inspirado tu conclusión.

Rieron escandalosamente hasta que llegó el repartidor con el pedido. La diversión les había despertado el apetito. Dieron cuenta de la comida y a continuación del postre. Después limpiaron la mesa y tomaron un café.

-¡Estás bien provista! – expresó Rocío.

-Es que me tenía confianza. Estaba segura de que conseguiría el empleo –confesó sin falsa modestia.

-¡Y el inocente de Germán estaría mordiéndose los puños mientras te entrevistaban! Pobre ingenuo… -opinó Carina.- No sabía que se había enredado con doña perfecta.

Sofía sonrió. Las bromas no la fastidiaban. Se pensó un mes atrás, marginada del trío y sin otra perspectiva que la rutina. O dos semanas atrás, agobiada por el escándalo oficinesco y sin probabilidades de futuro. La vida parecía querer compensarla. Vio a sus amigas levantarse.

-Nos vamos. Son más de las doce y mañana tenés que empezar fresca la jornada –dijo Rocío.

Las acompañó hasta el palier y las abrazó con fuerza.

-Gracias, chicas. Por lo de hoy y por haber creído en mí.

Desde el auto de Rocío las manos aletearon en un cálido saludo. Entró al edificio cuando el vehículo dobló en la esquina. Tomó un baño antes de acostarse y se levantó con presteza cuando sonó el despertador. A las nueve menos cinco entraba a su nuevo lugar de trabajo. Ruiz ya estaba instalado en el escritorio de la oficina que compartirían.

-Buen día, Sofía. Sobre su mesa he dejado unas planillas con datos que deberá sistematizar. Hemos instalado una nueva línea telefónica por la cual sólo entrarán las llamadas de Inglaterra relacionadas con la representación y que usted deberá atender. El interno uno es para que derive la comunicación al señor Navarro en caso de ser necesario.

Ella asintió y se concentró en su tarea. A las diez, tras un golpe en la puerta, entró Germán.

-Buenos días a todos –saludó con una sonrisa.- ¿Hay algún asunto que deba resolver?

Sofía denegó con un gesto y el contador, con un chascarrillo:

-A no ser tu trastornada cabeza…

La joven miró a Ruiz divertida por el comentario, incongruente para ella, pero no para Germán que le respondió con una carcajada.

-Contador, no me descalifiques ante mi nueva empleada. ¿Qué va a pensar Sofía?

-Que tienen una estupenda relación al margen de lo laboral –dijo ella sonriendo.

Él la miró con una expresión de complacencia que le hizo bajar la cabeza y concentrarse en su tarea. Ruiz meneó la cabeza mientras observaba al hombre completamente absorto en la muchacha. Atendía la empresa de Germán desde sus inicios y, como había descubierto la intuitiva joven, habían establecido un vínculo que iba más allá de la relación de trabajo. Asistió a su boda y lo asesoró en la posterior separación. Navarro era un hombre de pasiones contenidas, pero esta mujer había quebrado la corteza que revestía su natural sensibilidad. ¿Hasta cuándo podría seguir cortejando a la muchacha sin resultados? Porque en cuanto a Sofía respectaba, si ella se sentía atraída de igual modo, lo disimulaba con éxito.

-¿Vas a mandarnos algún café? –preguntó para suspender la enajenación.

-Ya –reaccionó Germán.- Hasta luego.

Poco después entró el cadete con una bandeja que depositó en la mesa ratona acomodada entre dos sillones. Contenía dos pocillos de café y una bandejita con masas finas. El contador rió socarronamente y comentó:

-Su llegada, Sofía, es de buen agüero. Venga, sentémonos en los sillones para degustar el café y las masitas.

Sofía obedeció. Quería establecer una buena conexión con el hombre con quien compartiría el trabajo. Él la observaba mientras ella endulzaba la infusión. Había una suerte de interrogante en su cara que se concretó en una pregunta:

-¿Es una indiscreción de mi parte preguntarle cómo conoció a Navarro?

-¡Ah! En una reunión organizada por la empresa donde trabajaba. Hace dos semanas. –Su rostro adquirió una expresión nostálgica.- Se desató un formidable temporal que nos obligó a retirarnos del restaurante. Germ… El señor Navarro nos alojó en su casa hasta que pasara la tormenta y esperando que terminase el apagón. Fue... muy solidario.

-Ajá. Así que lo conoce desde hace dos semanas… ¿Se volvieron a ver?

-Antes de ayer. Vino a visitarme cuando se enteró del despido –dijo con un matiz de amargura.

-Ya, ya, hijita. ¿Querrá contarme cómo fue eso?

Sofía revivió el suceso para el contador. Creía haberlo sepultado después de tanto tiempo, pero reapareció en dolorosas lágrimas que no pudo contener. Se tapó la cara para ahogar los sollozos y sintió los brazos del hombre que rodeaban sus hombros para calmarla.

-Sofía, Sofía… -murmuró con voz cálida.- Perdóneme por haberle hecho recordar este percance digno de olvidarse.

Germán entró al despacho precedido por un golpe. Del cuadro que se ofrecía a su vista sólo registró el llanto de la muchacha. Ruiz se volvió y le dirigió una mueca conmovida.

-¿Qué pasó? –preguntó Germán acercándose al dúo.

-Es mi culpa –dijo el contador.- Le pedí que me contara lo del despido.

-No, no… - musitó ella enderezándose pero aún sacudida por el llanto –no es su culpa.

Ruiz sobrellevó la mirada fulminante de su empleador y se incorporó empujándolo hacia la chica. Germán le acarició la cabeza trémula lo que aumentó su desconsuelo. Venciendo la débil resistencia de Sofía, la resguardó sobre su pecho y la sostuvo hasta que agotó sus lágrimas. Ella se separó con el rostro humedecido que Germán ansiaba recorrer con los labios. Se levantó vacilante y salió hacia el baño. El contador se había sentado a su escritorio y parecía enfrascado en sus papeles.

-¡Ruiz! –estalló Germán.- ¿Cómo se te ocurrió preguntarle por un asunto tan penoso?

-Quería conocerla más a fondo. Y no me vengas con monsergas porque bien te has beneficiado con mi desacierto. Apuesto a que no te la imaginabas hoy entre tus brazos.

-Si tuvieras adonde ir, te despediría –amenazó Germán.

-Lo sé, lo sé. Pero el problema no soy yo, sino tu inacción. ¿Desde cuándo te lleva tanto tiempo merodear a una hembra? No creo que tenga otros motivos para llorar como una Magdalena esperando el refugio de tus brazos. A menos…

La entrada de la joven interrumpió las disquisiciones de Ruiz. Pasó delante de Germán sin mirarlo y se acomodó frente a su mesa de trabajo.

-Perdónenme los dos. Creí que nunca más iba a llorar por esto.

-No, Sofía. Perdóneme usted por mi torpeza. No estoy habituado a tratar con personas sensibles. ¡Imagínese! Alternando tantos años con Navarro…

Ella levantó la vista hacia Germán como protestando por la apreciación del contador para encontrarse con una mirada tan conmovida que la hizo sonrojar. El timbrazo del interno la sacudió de su parálisis. Atendió y le comunicó a Germán que lo requerían en su oficina.

-Me voy. Y por favor, Ruiz, memorizate algunos chistes para la próxima así la hacés reír a Sofía.

jueves, 21 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XVI

Sofía despertó a una mañana llena de promesas. La tormenta había desaparecido para dar paso a la claridad. Se dio una larga ducha mientras evocaba las últimas horas en la casa de Mauro. Después del brindis, Germán la había invitado a bailar. El recuerdo de los brazos masculinos en torno a su cuerpo, del fuerte torso peligrosamente cerca del suyo, de la mejilla varonil que por momentos rozó su cara, le provocaron un espasmo de voluptuosidad. Suspiró y cerró la llave del agua. Se secó y miró en el espejo su cuerpo desnudo. Era consciente de su atractivo para el sexo masculino y afortunadamente Germán no era la excepción. El pensamiento de estar desnuda delante de él la trastornó. Con estas cavilaciones, ¿cómo mantener la ecuanimidad si conseguía el trabajo? Terminó de vestirse y salió para el supermercado. Desayunó en el bar antes de realizar las compras y luchó contra la tentación de llamarla a Carina para contarle sobre su posible empleo. Decidió que lo haría cuando lo obtuviera. La tarde arribó con pereza. A las tres tomó el ómnibus que la dejaría a dos cuadras del establecimiento de Germán. Entró al edificio ansiando que la inseguridad no se trasluciera en su rostro. Apenas se hizo anunciar, salió Germán a recibirla.

-Buenas tardes, Sofía. Te estábamos esperando.

-Hola –balbuceó.- ¿Se me hizo tarde?

-No. Es que Ruiz está ansioso por conocer a mi recomendada. ¿Entramos? –le hizo un gesto hacia la puerta abierta.

Sofía lo siguió con las piernas temblorosas. Germán la precedió ante otro despacho y le franqueó la entrada. Un hombre mayor, de aspecto severo, la midió de pies a cabeza.

-El contador Ruiz, Sofía –presentó Germán.- La señorita Sofía… -la interrogó con un gesto.

-Núñez –terminó ella.- Encantada, contador –dijo alargando la mano.

El contable se la estrechó con firmeza y luego se volvió hacia Germán:

-Ahora, si nos disculpás, andá a tomar un café que la señorita Núñez y yo tenemos que hablar.

-A la orden, señor –contestó el hombre sonriendo, y salió guiñándole un ojo a Sofía.

El contador reparó en la seriedad de la muchacha que ignoró el guiño. Esto le gustó. Se sentó detrás de su escritorio y le indicó que tomara asiento. Le hizo una serie de preguntas acerca de sus conocimientos y sus trabajos anteriores y quiso saber por qué no estaba empleada.

-Porque me despidieron –dijo la joven.- Por un faltante de caja del cual no fui responsable. –Se sintió sofocada.

-¿El señor Navarro está al tanto? –preguntó Ruiz con el ceño fruncido.

-¿Cómo supone que no le diría una cosa como ésa? –contestó ofendida.

-Sólo quería asegurarme –dijo el contable con calma.- Ahora la dejaré un rato con un cuestionario para resolver. Si algún punto le genera dudas déjelo y siga con los otros. Lo veremos juntos en una hora. –Le tendió un legajo y se levantó.

Sofía lo vio salir y se abocó a leer las preguntas. En el interín, apareció un cadete con una taza de café que dejó sobre el escritorio. Le agradeció con una sonrisa y antes de una hora había terminado de completar el informe. Se recostó contra el respaldo del sillón y esperó el regreso del contador. Estaba tranquila. El sondeo se inscribía dentro de la escala de sus conocimientos. A la hora exacta, Ruiz hizo su aparición. En silencio leyó el cuestionario y después levantó la mirada hacia ella.

-Debo decirle, Sofía, que estoy gratamente sorprendido. En general desconfío de las recomendaciones y, más, de las de los jefes. Pero si Navarro sólo vio su apariencia exterior, me place que la haya tenido en cuenta. No encontraría otra empleada más habilitada. El puesto es suyo.

Sofía, olvidándose de la intencionada insinuación del contador, se levantó de un salto.

-¿Lo dice en serio? –preguntó con ansiedad.

-Palabra –sonrió por primera vez el hombre tendiéndole la diestra.

-¡Gracias, señor! –la sonrisa embellecía su joven rostro.- No se arrepentirá.

-Estoy seguro. Y antes de presentarla al personal, hablemos de sus condiciones de trabajo. El horario será de lunes a viernes de nueve de la mañana a cinco de la tarde, su salario de seis mil pesos y empezará mañana. ¿Tiene algo que objetar?

-De ningún modo. Es más de lo que esperaba.

-Ahora llamemos a su patrón para que sea el primero en enterarse. Después conocerá a sus compañeros de trabajo. –Se dirigió al intercomunicador y le pidió a Germán que se llegara a la oficina.

Entró con una expresión de inquietud reprimida. No habló. Se limitó a mirar al contador.

-Por una vez has dado en el clavo, Germán. No habrías podido traer a una persona más idónea. Ya la he impuesto de horarios y sueldo. El paso siguiente es presentarla al personal.

-¿Estás de acuerdo con todo, Sofía? –dijo mirándola y haciendo caso omiso del discurso de Ruiz.

-Me ha hecho una oferta muy generosa. No tengo nada que cuestionar.

Germán miró a su contable con reconocimiento y lo instó a terminar el trámite:

-Adelante, Ruiz. Después te espero en mi oficina.- Se dirigió a Sofía:- Nos vemos mañana, ¿verdad?

-Sí. Hasta mañana y gracias. –Giró hacia el contador.- Vayamos cuando quiera.

Germán, exultante por el resultado de su decisión, los vio salir hacia estancia central adonde estaban alineados los escritorios de los empleados. Cuando se detuvieron en la primera mesa, volteó hacia su oficina. Un rato más tarde, se anunció Ruiz.

-Menos mal que esa muchacha es un hallazgo porque si la hubiera desahuciado estaría de patitas en la calle -adivinó el contador.

-Como siempre, tenés la justa, Ruiz. Confesá que no estaba equivocado.

-No. Tiene pasta. Lo que lamento es que la voy a perder pronto.

-¿Por qué lo decís?

-Porque así acaban los romances de los jefes con las empleadas. Al tiempo se cansan de verlas y buscan cualquier excusa para despedirlas.

-Éste no es el caso, Ruiz. Yo sólo aspiro a verla todos los días de mi vida. ¿Me das un voto de confianza?

-Estás entregado, ¡sí, sí…! –Opinó el contable.- Pero ¿no hubiera sido más fácil proponerle casamiento?

-A eso voy a llegar. Aunque sin prisa, porque le prometí que ninguna actitud mía pondría en peligro su estabilidad de trabajo.

Ruiz lo miró con una amplia sonrisa atípica en él. Después se le sentó enfrente y declaró:

-Hace años que nos conocemos, Germán, y nunca te ví preso de una locura. Esta muchachita te ha sorbido el seso y te deseo el mejor final. ¿Y si mañana apareciera algún candidato?

-Lo mato –dijo Germán con placidez.- Pero no te alteres, que no le daré tiempo para eso. Y ahora hablemos de la representación. ¿Te satisfacen los términos?

domingo, 17 de julio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XV

La joven no demoró. Traía una bolsa que le tendió a Germán:

-Aquí está tu jogging. Gracias. Siento haberme portado como una tonta pero venía de una entrevista de trabajo frustrada. Y no es la primera.

Él sonrió y tomó la bolsa. Le era imposible dejar de mirar a la muchacha que noche tras noche poblaba sus pensamientos.

-Puedo ofrecerte mate o té –dijo ella.

-Mate estaría bien.

Se acomodaron alrededor de la mesa y Sofía comenzó a cebar mate en silencio. La aparición de Germán la había descentrado de ese refugio de templanza que había ido construyendo a poco de ser despedida. La intensidad de la mirada masculina le provocaba ese temible efecto de debilidad por el cual se hubiera refugiado hacía un momento en sus brazos. Ella no podía permitirse desfallecer en medio de esa búsqueda sistemática de empleo. Sin arriesgarse a quedar atrapada por los ojos del hombre, le relató el amargo momento en que fue despedida, la inesperada confesión de Sergio y sus sospechas acerca de Adelina.

-Esa gente no merece ninguna de tus lágrimas. Y para mí es providencial el hecho de que estés disponible para otro trabajo.

-¿A qué te referís? –dijo sorprendida.

-A que estoy en búsqueda de una empleada.

-¡Ah, no, Germán! –reaccionó con firmeza.- No puedo consentir en ocupar un lugar innecesario. Sé bien que los puestos de trabajo en tu empresa están cubiertos.

-¿Y quién te ha informado de eso? –preguntó él en tono jocoso.

-Tu secretaria cuando intentaba conseguirle trabajo a una amiga. –Respondió con gesto desafiante.

-Mmm... Tendré que hablar seriamente con Mercedes.

-¡No lo hagas! Me voy a arrepentir de haberte hecho una confidencia –dijo alarmada.

-Era una broma. Pero hay cosas que mi secretaria ignora. Por ejemplo, que acabo de obtener una representación para la cual debo organizar un área especializada. Y vos encajás perfectamente en el perfil laboral requerido. Estaba en Inglaterra, querida, cuando te tocó pasar el mal rato -se excusó.

Sofía sintió que se arrebolaba ante el apelativo cariñoso que Germán empleó con naturalidad. Él no apuró su respuesta; se limitó a observarla con una expresión reservada que la perturbó.

-Yo… no puedo ignorar las palabras que pronunciaste cuando me trajiste a casa después del temporal. No quisiera perder un trabajo si no puedo responder a tus expectativas. Y si esta aclaración es una necedad de mi parte, disculpame –concluyó avergonzada.

-No soy ni me convertiré en acosador aunque esté muriendo por vos –dijo el hombre.- No puedo negar que me gustás, pero me sentiría despreciable si te forzara a una relación no deseada. Por ahora me conformo con que me veas como un amigo. Y te prometo que mis sentimientos nunca interferirán en tu estabilidad laboral. ¿Vale?

Ella buscó en sus ojos la respuesta a la proposición y supo que no la defraudaría.

-Está bien, pero no quiero ser elegida a dedo –dijo finalmente.- Sólo me postularé si tu contador me considera idónea para el puesto.

-Por lo visto soy el integrante menos autorizado de la empresa –rió Germán.- Como no tengo dudas de tu capacidad, te someteré al escrutinio de Ruiz. ¿Estás de acuerdo?

-Sí.

-Entonces te espero por la tarde. Debo informar al contador del rubro que voy a anexar.

-¿Todavía no lo sabe?

-Sos la segunda en saberlo. El primero, mi hermano. Y hablando de Mauro, te transmito su invitación. Una cena en su casa preparada por mi cuñada para festejar el advenimiento de su primogénito.

-¡Ah! Pero es un acontecimiento muy íntimo. ¿Por qué habría de invitarme?

-Porque le dije que vendría a verte y porque te recuerda con afecto. ¿Vas a desairarlo?

-No soy una compañía recomendable, últimamente –dijo Sofía con desánimo.

-Te paso a buscar a las nueve y lo comprobaremos –perseveró Germán.- Ingrid no tiene muchas oportunidades para hablar en su lengua materna. Estará encantada.

Una leve sonrisa adornó el rostro de Sofía. Le divertían los recursos del hombre para convencerla. Si Ingrid era tan simpática como Mauro, podría pasar un buen momento.

-De acuerdo, Germán. No puedo ser descortés con tu hermano. A las nueve estaré lista. ¿Hay que llevar algo?

-El champaña que tengo en la heladera –aseguró con alegría.- No te arrepientas cuando me vaya porque la pasarás muy bien.

Ella, mientras abría la puerta, rió con ganas por primera vez desde el infausto día del despido. Germán sonrió ampliamente y dijo al despedirse:

-Sofía ha reaparecido.

La joven cerró la puerta y se quedó un rato apoyada de espaldas. Si mañana consigo el puesto tendré que aceptar que los milagros ocurren. Y vino de la mano de Germán. Si supieras cómo te necesité en ese día oscuro. Cómo mi dolor se hubiera desvanecido entre tus brazos. Supongo que hoy no habrás entendido mis lágrimas y mi rechazo. Eran de reproche por haberme dejado sola y de alivio por tu presencia. ¡Qué lío! Ni yo me entiendo. Mejor que me vaya a preparar para la salida.

A las nueve y cinco de la noche sonó el timbre y Sofía bajó al encuentro de Germán. La lluvia seguía azotando las veredas y bajando la temperatura. Se alegró de haberse abrigado con el jersey blanco, los pantalones y las botas. Él la esperaba bajo el paraguas y la cubrió hasta llegar al auto. Cuando se acomodó a su lado, sintió que el mundo estaba en su sitio. Se miraron sonriendo y ella, por no perderse en los ojos del hombre que tan frágil la hacía sentir, se enderezó mirando al frente.

–Bueno, muchachita, vayamos al encuentro de Mauro y de mi inefable cuñada. –anunció él poniendo en marcha el vehículo.

Sofía no habló durante el trayecto perdida su mente en las connotaciones de ese encuentro tan privado con la familia de Germán. Si ella había querido establecer un límite en sus relaciones no era la mejor manera de empezar, se dijo. Ingresaron a un barrio de casas bajas en una de las cuales Germán enfiló el auto hacia la cochera. Manipuló un control remoto e ingresó al garaje. Mauro los esperaba frente a una puerta abierta que comunicaba con el interior de la casa. Apenas se detuvo el coche abrió la portezuela del acompañante y le ofreció la mano a la joven para ayudarla a bajar.

-¡Cuánto me alegro de que vinieras, Sofía! –dijo dándole un beso en la mejilla.

Ella le retribuyó el beso y la sonrisa. Después el dueño de casa se abrazó con su hermano y los instó:

-¡Pasen, pasen! Que Ingrid y mi insoportable suegra están ansiosas por conocer a Sofía.

La nombrada emitió una risita de sorpresa y sus ojos navegaron desde el rostro complacido de Germán hasta el semblante travieso de Mauro. Los precedió hasta la sala de estar adonde esperaban dos mujeres: una joven rubia de rasgos distinguidos y una mujer madura de innegable parentesco.

-¡Hola, Sofía, bienvenida! – recibió la más joven dándole un beso.- Yo soy Ingrid y ella mi mamá.

La muchacha las saludó y se prestó durante un eterno minuto a la inspección de sus pares. Ingrid se abalanzó sobre Germán y lo abrazó.

-¡Felicidades, cuñada! Por fin mi hermano ha cumplido con sus deberes conyugales –rió sin soltarla.- ¿Para cuándo me voy a recibir de tío?

-Todavía falta, guasón. –dijo deshaciendo el abrazo.- Debo admitir que tu gusto ha mejorado sustancialmente –agregó con un guiño.

Germán lanzó una carcajada feliz. Sentía la aprobación de Sofía por su familia como un reconocimiento propio. A él le quedaba la incitante tarea de lograr el consentimiento de ella. Se volvió para saludar a la suegra de su hermano mientras Ingrid, parloteando en alemán, le mostraba la casa a Sofía. Ilse le devolvió el beso y se apresuró a reunirse con su hija y la invitada para participar de la conversación. Los dos hombres quedaron solos. Mauro observaba a su hermano con una mueca burlona.

-¿A qué se debe esa estúpida expresión de tu cara? -rezongó Germán.

-A que estás entregado, viejo. Y voy a omitir tu insulto para decirte cuánto me alegro. Creo que esta chica terminará con tu obstinada soltería.

-Nada me gustaría más. Pero debo ocultar mis intenciones para no alejarla.

Satisfizo el gesto interrogante de Mauro contándole concisamente la historia de Sofía y su oferta de trabajo.

-¡Te metiste en un laberinto! –carcajeó su hermano.- Pero el incentivo de cruzarte con ella por los atajos será incomparable –agregó a modo de consuelo.

-Así lo espero. ¿No me convidás con un trago?

-Sí. Pasemos al comedor mientras las damas terminan de chismorrear.

El trío femenino apareció al rato con la comida. La cena transcurrió cómodamente y después Ilse sirvió el postre. Sin admitir discusión, mandó a las jóvenes a la sala con los hombres y se hizo cargo de la limpieza de la cocina. Las parejas se acomodaron en sendos sillones: Ingrid junto a Mauro y Germán con Sofía.

-¿Así que vas a tener a este ogro como jefe? –bromeó Mauro.

-Sólo si el contable me aprueba.

-¿En serio? –intervino Ingrid.- Si hubiera sabido que buscabas trabajo te hubiera ofrecido uno en mi negocio.

-¡Eh, eh, eh! –saltó Germán.- ¿Qué clase de cuñada traidora tengo? Yo la vi primero.

-Bueno, como Sofía debe sortear un examen… yo le dejo la puerta abierta de mi despacho. Y sin condiciones de ingreso -lo espoleó.

-Para tu conocimiento, las condiciones las puso Sofía.

-No se puede creer… –dijo la muchacha para interrumpir el intercambio.- Ayer me rechazaron por enésima vez de un trabajo y hoy se pelean por mí. Pero si me bochan voy a tener en cuenta tu oferta, Ingrid –aseguró graciosamente.

Germán la miró deslumbrado. La capacidad de recuperación de Sofía era asombrosa. Nada quedaba de la doliente muchacha de la tarde. Hubiera deseado creer que todo se debía a su intervención, pero en el fondo sabía que ella no se hubiera entregado a la desesperación. Se congratuló de las coincidencias positivas que habían operado para favorecerlo. La voz de Mauro lo sacó de su abstracción:

-¿Qué tal un poco de música?

-Muy oportuno, querido –aprobó Ingrid.

-Voy a buscar a nuestra cenicienta y a traer el champaña –dijo Germán.- Tenemos un gran acontecimiento para celebrar.

Mauro se acercó a su mujer y la tomó de la mano.

-¿Bailamos, princesa?

Ingrid se dejó enlazar y se movieron despaciosamente al compás de la música. Germán reapareció en compañía de Ilse, el champaña y las copas. Descorchó la botella e interrumpió el baile:

-Vengan a brindar, tortolitos. Después se podrán amontonar.

Repartió la bebida y buscó los ojos de Sofía cuando se la entregaba; ojos que se apartaron de los suyos al momento. Sin saber por qué, presintió que era una señal favorable. Levantó la copa y formuló el brindis:

-Por mi futuro sobrino que tendrá dos padres y una abuela envidiables, y un tío a quien le sonreirá la fortuna a partir de mañana. Salud.

Chocaron las copas y solamente a Ilse, por no haber intervenido en la conversación, se le escapó el sentido de la última parte de la dedicatoria.