sábado, 24 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 36


Luisa golpeó suavemente la puerta del cuarto de las chicas. Esperó un momento y entró. Entreabrió las persianas para no deslumbrar a las durmientes y observó los jóvenes rostros descansando con serenidad. La primera en abrir los ojos fue Sandra quien la estudió perezosamente a través de sus tupidas pestañas. Sonrió y se desperezó al reconocerla. La mujer se acercó al lecho y la besó en la mejilla:
-¡Buen día, querida! ¿Cómo pasaste la noche?
-Dormí como un tronco. ¿Qué hora es?
-Las nueve y media. Pero Lucho manda a decir que si todavía necesitás descansar, la visita al monte de frutales se posterga hasta la tarde -comunicó con una sonrisa.
-No. Ya no podría seguir durmiendo. -Se incorporó y sacudió a Romi con suavidad:- ¡Ey, dormilona, hora de levantarse!
La jovencita la miró aturdida. Después vio a su mamá y le estiró los brazos cariñosamente. Luisa la abrazó y la besó.
-¿Qué hora es? -preguntó como su amiga.
-Hora de tomar el desayuno. Y después de visitar la plantación de tu hermano -dijo Luisa.- Ahora las dejo para que se cambien. Las esperamos abajo con café y torta. -Les sopló un beso y salió.
-¿Iremos a caballo? -se interrogó Romi.
-No sé. En frío me duele todo el cuerpo como si me hubieran apaleado. Pero vos no te privés de tu maestro - sugirió su amiga.
-Veamos lo que decidió Lucho. Seguro que pensó en todos los detalles -aseveró la hermana.- Sacate el camisón así te paso la pomada.
Sandra obedeció. Romina la untó por la espalda y ella terminó la tarea con la parte delantera del cuerpo. Se vistieron con prendas cómodas y bajaron a desayunar. Varios de los invitados paseaban por los alrededores. Algunos dormían y otros estaban degustando las tortas caseras. Mike y Lucho se adelantaron para recibir a las jóvenes. Romi abrazó y besó su novio mientras su hermano se acercaba a Sandra y la observaba con intensidad.
-¿Cómo estás? -le preguntó tiernamente.
-Como nueva -sonrió.- Pero no creo que pueda soportar el traqueteo de un equino.
-Lo supuse -coincidió el hombre.- Iremos en las camionetas. Ahora, a reponer energías. Te recomiendo el budín de frutas, es la especialidad de Marta.
Caminaron hasta la mesa adonde Sandra saludó y felicitó nuevamente a Leonor y agradeció los parabienes de los presentes por su feliz rescate. Lucho le acercó un pocillo de café con leche y un trozo de budín. Ella lo miró reconocida y se arreboló ante la promesa apasionada que le transmitían las pupilas masculinas.
-Voy a recordar éste como mi mejor aniversario -dijo Leonor apretándole las manos.- Por haber conocido a una joven hermosa por fuera y por dentro, y por otra ilusión que espero se concrete.
Sandra supo que las palabras de Leonor se referían a la relación de ella y Luciano, no sólo por la mirada que la mujer cambió con él, sino por la expresión inexorable del rostro varonil. Comió y bebió despaciosamente disfrutando ese momento que ni hubiera soñado en las aciagas horas del día anterior. Se impregnó de los sonidos e imágenes propios del entorno y apreció la afectuosa compañía de los comensales. Si los ojos de Lucho le hablaban de amor, los de Luisa, Romi y Leonor expresaban cariño y reconocimiento. Braulio y Rafael se acercaron a la mesa y la saludaron, para anunciar luego que las camionetas estaban listas para la excursión.
-Estaría bien salir ahora, patroncito -le dijo el capataz a Luciano.- La tormenta se está acercando.
Sandra observó el cielo despejado y pensó que el hombre deliraba. Lucho levantó la cabeza y oteó el firmamento con gesto conocedor para ratificar la advertencia del hombre:
-Tenés razón -la miró a ella y le preguntó:- ¿Terminaste el desayuno?
-Sí. Pero ¿cómo saben que va a llover? No hay nubes y el sol brilla como nunca.
El joven se agachó a su lado y señaló el horizonte:
-¿Ves esa línea casi gris sobre los árboles, y los pájaros que vuelan de un lado a otro? -Ella prestó atención a los detalles que le mostraba y asintió.- La línea irá avanzando y oscureciéndose. Puede llegar a ser un temporal con mucha lluvia y descargas eléctricas. No conviene que nos sorprenda entre los árboles.
-Estás hecho todo un hombre de campo -sonrió la muchacha.- ¿Con qué otra cosa me vas a sorprender?
-Eso te lo voy a decir a solas -susurró Luciano comiéndola con la mirada.
Sandra no lo rehuyó. El suave rubor que teñía sus mejillas le indicó al hombre que su mensaje había sido entendido. Se incorporó para no besarla delante de todos porque no confiaba en controlar las ansias de arrebatarla en sus brazos y llevársela.
-Gente, vayan acercándose a las camionetas que en un momento partimos -transmitió al grupo que iría hasta la plantación.
Su familia, con Leonor, Mike, Sandra y dos invitados se aprestaron a seguirlo. Braulio distribuyó los lugares en los vehículos y se puso al volante del más grande. En el rodado más chico se acomodó Lucho con su hermana, Sandra y Michael. Al partir, Sandra observó que el cielo había perdido parte de la transparencia que exhibía rato antes. Atrás, su amiga y Mike parloteaban en inglés. Luciano esbozó una sonrisa ante los comentarios de Romi.
-¿Me vas a traducir? -pidió su compañera con suavidad.
Él desvió un momento sus ojos del camino para mirarla amorosamente:
-La descomedida se está quejando de que nunca respondo a sus reclamos y de que si no fuera por vos, jamás hubiera conocido el monte de frutales.
-¡Eh! -reprochó ella volviéndose hacia los ocupantes del asiento trasero.- No está nada bien referirse a mí en un idioma que no entiendo.
-No te enojes, amiga del alma -pidió Romi con un mohín- pero lo que digo es la pura verdad. El corazón de mi hermano tiene hoy un solo ocupante.
Sandra le hizo un gesto de recriminación que provocó la risa de su amiga y una mirada divertida de Mike que captaba cada vez más el castellano. Se enderezó en su asiento y acarició con la vista el perfil atractivo del conductor. Se detuvo en sus labios y los imaginó sobre los suyos. Una corriente de sensualidad la atravesó provocándole un escalofrío. Él se volvió, apartando la vista del sendero desierto,  como intuyendo sus pensamientos. Su mirada de complacencia la sobresaltó y la colmó de ansiedad. Clavó la vista al frente y divisó los primeros árboles. Una exclamación de asombro brotó de sus labios al tiempo que un dulce aroma acariciaba sus fosas nasales. Los vehículos se acercaron bordeando la cortina forestal hasta una senda que se extendía de una punta de la plantación hasta la otra. Luciano detuvo la camioneta a la entrada y Braulio lo imitó. Cuando todos bajaron, los ingenieros y el capataz precedieron la caminata. Durazneros, ciruelos, naranjos, limoneros, cerezos, higueras, manzanos, perales y otros ejemplares cuyos nombres les fueron aclarando a medida que avanzaban, embellecían su follaje en una explosión de flores que deleitaba la vista y el olfato. Dejando a los visitantes vagar con libertad entre las filas de árboles, Lucho tomó a Sandra por el brazo y la guió hasta una formación de sakuras en flor. La joven se extasió ante la bóveda formada por las copas florecidas enfrentadas en blanco y rosa.
-¡Luciano! -exclamó sin aliento.- Esto es lo más hermoso que he visto… -Sus dedos acariciaron con suavidad los pétalos fragantes.
El hombre se acercó despaciosamente impregnándose en la visión de la muchacha embelesada. Pensó que ese túnel florido demandaba su presencia para estar acabado así como él la necesitaba para sentirse completo. Las primeras nubes tormentosas ocultaron el sol y una brisa fresca erizó la piel de Sandra. Luciano arrancó una flor rosada y la enredó en su pelo. Ella alzó el rostro que el joven enmarcó entre sus manos deteniéndose en la contemplación de la bella imagen. Bajó la cabeza lentamente ahondando en las pupilas femeninas que, ante la inminencia de la caricia, se ocultaron tras las sedosas pestañas. El beso llegó tierno y cálido para transformarse en una ardiente exploración de la boca temblorosa. Los brazos masculinos la estrecharon con avidez ahuyentando el frío de las ráfagas que presagiaban la lluvia. Lucho la separó apenas para decirle con voz enronquecida:
-Quiero llevarte a mi casa.
-Y yo quiero ir a tu casa -respondió ella ocultando su cara en el pecho del hombre que volvió a adueñarse de su boca.
Abandonados a sus impulsos los sorprendió el estallido del primer trueno. El estruendo y la presencia del capataz los separó.
-Perdone, patroncito -dijo el hombre compungido.- Si no volvemos ahora nos quedaremos empantanados en los caminos.
-Braulio -apremió Luciano.- Acomodá a todos en la camioneta grande porque Sandra y yo nos vamos en la chica.
-Descuide, patroncito. Ya mismo los amontono y los llevo -accedió con humor y sin pedir explicaciones.
Volvieron caminando con el viento en contra; Lucho cuidando de Sandra, por lo que Braulio se le adelantó y pidió a los integrantes del grupo que se ubicaran todos en el vehículo mayor.
-¡Pero nosotros viajamos con mi hermano! -recordó Romina.
-Usted suba, señorita, porque el patroncito va a llevar a la señorita Sandra a conocer su casa.
La chica abrió la boca y se echó a reír. Le pidió a Mike que se ubicara y después se le sentó en las rodillas. Cuando el capataz arrancó, le susurró a su novio:
-Conocer la casa. Jaja. Apuesto a que le hará conocer otras cosas además de la casa.
Michael rió por lo bajo y le susurró al oído:
-¿Cómo las que yo te hice conocer en el hotel?
-Algo así -murmuró Romi.- Pero no igual.
Él la apretó contra su cuerpo y evocó los fabulosos momentos de intimidad que deseaba renovar con esa chiquilla. El resto del pasaje elogiaba la excelencia de la plantación. Las primeras gotas de lluvia los sorprendieron cerca de la estancia. El conductor estacionó pegado a la entrada para que los excursionistas no se mojaran. Antes de que llevara el vehículo bajo techo, Leonor le pidió que bajara un momento.
-Decime, Braulio, ¿adónde iba Luciano?
-A su cabaña, señora. Es que de los maleantes y los cocodrilos le fue fácil salvarse a la señorita Sandra. Pero seguro que del patroncito, no. -Contestó con expresión traviesa.
-Sos un impertinente, Braulio -amonestó la mujer con una sonrisa que desmentía el reto.- Es lógico que el ingeniero no quiera tener reservas con su pareja. ¿No te parece?
-Lo que me parece es que volverán noviando, señora -declaró.- Y ya era hora, ¿no?

miércoles, 21 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 35


Sandra, acurrucada entre las ramas del árbol que la refugiaba, comenzó a sentir los primeros síntomas de cansancio que el instinto de supervivencia confinó para cuando estuviera a salvo. El aire fresco de la noche enfrió su piel y su ropa mojada provocándole una ola de escalofríos y una sensación de entumecimiento en sus miembros. No quería rendirse a la fatiga porque caería del escondite que la mantenía alejada de los saurios y su intuición le decía que pronto Luciano aparecería para rescatarla. Ella había hecho su parte escapándose de los delincuentes, claro que gracias a los artefactos que tanto la hicieron reír. ¿Habrían encontrado a las mujeres enseguida? No lo sabía, pero recordaba las palabras de Lucho: “vuelvo enseguida”.  Y se habría inquietado al no verla por los alrededores. Se aferró a sus divagaciones para no desfallecer. Estoy enamorada de Luciano y quiero librarme de esta pesadilla para escuchar que me ama y poder confesarle que sueño con sus besos y que presiento que hacer el amor con él será glorioso. ¡Por favor, Dios mío, que no me ataquen los cocodrilos ni las víboras, ahora quiero vivir para conocer el amor! Luciano, Luciano, Luciano… vení pronto que te necesito. Qué tonta, como si pudiera escucharme. ¿Y cómo me encontrará? No sé si caminé en línea recta, aunque lo intenté. ¿Cómo imaginarse que caí en este pozo? Me parece que este bosque es tan grande… No voy a aguantar toda la noche. Pero tengo que hacerlo. Me van a encontrar. Si no, ¿cómo podría festejar Leonor su cumpleaños? ¡Ay, Lucho! Si me hubiera abandonado a tu beso en la confitería a lo mejor no hubiéramos venido a Arancibia. ¡Qué disparate! ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Que a lo mejor estaríamos de viaje en otro lugar. Pero Rafael y familia hubieran venido al cumpleaños. Yo ví la desesperación de Romi cuando ese hombre repulsivo la miraba con codicia. Ella no tenía probabilidades de zafar. No, mejor que haya sido así. Ya ni siento las piernas y me hormiguean las manos. No debo caerme. Sería horrible que me coma un cocodrilo. No sé si más horrible que ese sujeto me violara. ¡Qué repugnante! ¿Sandra…?
Los sonidos llegaron distorsionados por la distancia. ¡La estaban buscando! Gritó cuando las voces se acercaron. Creyó escuchar por encima de los ladridos de un perro la voz de Luciano y lo nombró una y otra vez. Una luz la encegueció y le hizo bajar la cabeza.
-¡Sandra! -era, sin dudas, Lucho.- ¡No te muevas! Bajo a buscarte de inmediato.
-¡Los cocodrilos! -advirtió ella temiendo que el joven no los hubiera visto.
Escuchó deliberar varias voces masculinas y pronto lo vio descender enlazado por una cuerda. Cuando se emparejó a su costado se volvió hacia ella, le tendió los brazos y le dijo con voz conmovida:
-Hola, muchachita, me pregunto qué otro recurso vas a inventar para escaparte de mí.
Sandra rió alucinada. Lo que menos deseaba era escaparse de los brazos que esperaban por ella. Tendió los suyos para enlazar el cuello de Lucho y se sintió izada y estrechada contra el cuerpo del hombre.
-Sandra, Sandra, Sandra… -desgranó él en su oído.- Estás aquí y puedo creer en los milagros. Nunca, nunca, nunca, dejaré que te apartes de mi vista… -sus labios bajaron por la mejilla de la joven y se detuvieron en la comisura de su boca.
-¡Eh, patroncito! Los hombres se están acalambrando. Suban y consiéntanse arriba -gritó Braulio en tono jocoso.
Luciano rió con ganas y comenzó a escalar sosteniendo a Sandra con firmeza. Cuando alcanzaron el borde del barranco unos brazos liberaron al joven de su carga. Rafael la ciñó y sus palabras de bienvenida se mezclaron con los aplausos y parabienes de los rescatistas.
-¡Hija! ¡Me siento tan feliz de verte enterita que prometo bailar toda la noche! -exclamó el padre de Romi estampándole un beso en la mejilla.
La joven largó la risa porque conocía la fobia que tenía Rafael por el baile. Se separó y lo miró con gratitud. Abarcó con un gesto a todos los rastreadores y expresó:
-¡Gracias a todos! No sé cómo retribuirles su ayuda, pero en ningún momento dudé que me buscaran.
Mike se acercó para abrazarla y le comunicó, con ayuda de Lucho, que Romina ya estaba al tanto del resultado de la búsqueda. Braulio dio la orden de regreso y ellos se aprestaron a seguir al grupo.
-¿Estás en condiciones de caminar? -preguntó Luciano.
-¡Ah, sí! Después de la disparatada corrida, será como dar un paseo.
Él, que deseaba confinarla contra su pecho, se resignó y le ofreció el brazo. Media hora después hicieron un alto en el refugio adonde los esperaba Damián. Relató que el comisario con dos ayudantes habían trasladado a los delincuentes a la cárcel y  festejó con alegría el oportuno rescate de su compañera de baile. Con otros dos hombres se ocupó de los caballos y los demás se repartieron en los vehículos. Sandra, flanqueada por Luciano y Mike, se sumió en un relajado sopor hasta arribar a la estancia. Los gritos de Romi que corrió hacia la camioneta antes de que estacionara le sacudieron la somnolencia. Mike se apresuró a bajar antes de que su novia lo arrollara.
-¡Sandra! ¿Estás bien? -la abrazó exaltada.
-¡Sí, sí…! -rió apretujada contra Luciano por la efusividad de su amiga.- Bajate que vamos a asfixiar a tu hermano.
-Por mí, no se molesten -murmuró él extasiado por el contacto.
Sandra empujó a Romina y abandonaron el vehículo. Luisa y Leonor las alcanzaron a medio camino y abrazaron estrechamente a la muchacha que tan generosamente se había expuesto por ellas.
-Vamos adentro, querida, que está esperando el doctor González para revisarte -dijo la dueña de casa.
-¡No es necesario! No tengo más que raspones y magulladuras -protestó la chica.
-Nos vamos a quedar más tranquilas -adhirió la madre de Romi.- No sea que alguna herida se infecte.
Ella miró a Luciano esperando que la apoyara, pero el joven le guiñó un ojo e hizo un gesto de abstención con las manos.
-Bueno -aceptó.- Si es para que se queden tranquilas…
Caminó hacia la casa rodeada por las mujeres y ceñida por Romina que parecía temer que desapareciera. El médico, un hombre entrado en años y aspecto distinguido, la revisó con minuciosidad y terminó declarando que ninguna herida revestía peligro y no dejarían huellas. Le dejó una pomada cicatrizante y las instrucciones para su uso. Cuando se despidió, el antiguo reloj de péndulo tocó dos campanadas.
Rafael, Mike y Luciano, seguidos por Braulio, se hicieron presentes ni bien se fue el facultativo.
-Vine a desearle un buen descanso, señorita Sandra -dijo el capataz.- Espero que mañana pueda disfrutar del mejor lugar de la estancia.
-Sin dudas, Braulio. Gracias por todo -sonrió ella.
El hombre se despidió del resto y se retiró. Rafael opinó que era hora de descansar si al día siguiente querían cumplir con todas las actividades. Los seis invitados subieron a la planta alta y se despidieron en el corredor.
-Necesito darme el baño más largo de mi vida -dijo Sandra apenas ingresaron al dormitorio.
-Sí, porque después tenés que embadurnarte con la pomada que te dio el médico -aprobó Romina.- Mientras tanto, tenés que contarme cómo te escapaste de esos tipos.
Mientras llenaba la bañera con agua templada, la joven le relató a su amiga los detalles de su huída y el posterior refugio en el árbol hasta la llegada de los rescatistas. Sumergida en el agua tibia y perfumada, sintió que la adversidad quedaba atrás y que el porvenir era una aventura excitante. Después, Romi le desparramó el ungüento por la espalda y le preguntó:
-¿Qué pensaste cuando estabas sola en la oscuridad?
-En que Luciano pronto me encontraría -confesó sin rodeos.
Romina detuvo su faena y se movió para enfrentarla.
-¿Debo creer que lo querés? -inquirió anhelante.
-Con toda mi alma -afirmó Sandra.
-¡Amiga, no vas a salir defraudada! Te auguro un amor tanto o más intenso que el mío… -hizo un gesto presuntuoso- Lo que es mucho decir…- Se abrazaron riendo y poco después se rindieron al sueño que reclamaban cuerpos y mentes agotados.

domingo, 18 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 34


Rafael corrió hacia el albergue de los peones y buscó a Juan Cruz. Le transmitió los pedidos de su hijo y Braulio y volvió a la casona para conseguir una prenda de Sandra y poner al tanto a las mujeres. Los demás invitados se habían reunido en la estancia de Leonor.
-¿Hay novedades? -Romina corrió a su encuentro.
-Sí. Al parecer escapó de los secuestradores y ahora vamos a buscarla. Traeme alguna ropa que haya usado recientemente -pidió su padre.
La muchacha disparó hacia la escalera que conducía a las habitaciones. Leonor y Luisa se acercaron para preguntar por Sandra. Después que Rafael les relatara lo que habló con Lucho, Leonor hizo un gesto negativo con la cabeza.
-Espero que la encuentre pronto. El bosque oculta muchos animales de hábitos nocturnos. Pero el Señor protegerá a un ser tan generoso como ella.
-¿Qué animales? -interrogó Romi que traía una remera de su amiga.
-Lamento haber hecho ese comentario -dijo Leonor.- Seguramente son todas aprensiones mías y la traerán a salvo.
-Yo quiero ir con ustedes -pidió Romi a su padre.
Mike se acercó, la abrazó y la besó con suavidad.
-Yo los voy a acompañar en tu nombre, pero necesito estar tranquilo por tu seguridad. Quédate con tu madre y te mantendré informada de las novedades.
La joven miró el rostro serio de su amante y no dudó de que haría tanto o más que ella para encontrar a su amiga. Hizo un gesto de asentimiento y los dejó partir. Fue a reunirse con Luisa, Leonor y el grupo de parientes y amigos que aguardaban noticias de la víctima del secuestro. Una mujer, con poco tacto, ostentaba su ilustración acerca de la flora y fauna de la cuña boscosa:
-Los mamíferos no son tan peligrosos como las boas y los yacarés que abundan en las zonas anegadas. Aunque dicen que anda merodeando por esa zona una manada de aguará guazú.
-Si fueras un poco conocedora -intervino la dueña de casa que advirtió el espanto en los ojos de Romi- no irías divulgando falacias acerca de ese animal, que no es más que un perro grande y poco agresivo, especialmente con los humanos.
-Sin embargo -porfió la invitada- los lugareños lo asimilan al lobisón, y cuentan que entra a los corrales para matar el ganado y que su aullido es idéntico al de un lobo.
-Ridícula comparación cuando jamás ha habido lobos en esta región -dijo Leonor con disgusto.- Y te ruego, Lourdes, que te abstengas de hacer más comentarios que nos intranquilicen.
La anfitriona tomó el brazo de Romina y la condujo hacia un sillón alejado del corro de asistentes. Le hizo un ademán para que tomara asiento y se ubicó junto a ella.
-Romi, deploro tanto mi indiscreción como la de Lourdes, porque no ayuda en nada a esta vigilia. Pero si de algo estoy segura es de que tu hermano y mis hombres la encontrarán y la traerán a salvo. Además, si fue capaz de huir de sus captores, habrá encontrado un sitio fiable para aguardar.
-¿Cómo podría saber ella que salieron a rescatarla? -sollozó la joven.
-¡Romi! Me extraña que conozcas tan poco a Luciano. ¿No has notado lo que siente por Sandra? Te garantizo que tu hermano es la esperanza de tu amiga. Esa confianza la sostendrá, querida.
-¡Ay, Leonor! Estoy tan asustada que perdí de vista lo más importante. Sí que conozco los sentimientos de Lucho y de Sandra, y sé que él caminaría sobre fuego para protegerla, pero la imagino en territorio desconocido, expuesta a mil calamidades y temo que se deje llevar por la desesperación.
-No la conozco tanto como vos -manifestó la mujer- sin embargo ha probado con creces su temperamento. No cualquiera expone su vida por una amiga en peligro y por una vieja que apenas conoce.
-¡Eso es lo que me atormenta! -gimió Romina.- Que se haya arriesgado para defenderme. Si algo le ocurriera… -no terminó el párrafo acometida por el llanto.
Leonor la abrazó hasta que la muchacha se calmó. A Romi se le atropellaron las palabras:
-No podría soportar que le ocurriera algo porque la quiero como a una hermana y la perdería a ella y a Lucho. Deseaba que en este viaje se sinceraran porque ambos se aman. Sé que mi hermano puede derribar esa muralla que Sandra levantó para no ser herida por los desengaños. Y ella teme y desea rendirse. Pero ¿y si ya no hay oportunidad? -dijo afligida.
-¡Vamos, muchacha! No voy a aceptar que Rafael tenga una hija tan aprensiva. Debemos creer que si Sandra ha tenido las agallas de escapar, Luciano, los rastreadores y los perros no tardarán en ubicarla.
Romina se sintió sacudida por las palabras de Leonor. Se enderezó y miró a la mujer con reconocimiento:
-Gracias, Leonor. Necesitaba un buen regaño. Me estoy condoliendo por mí en lugar de pensar en que las cualidades de mi amiga y mi hermano pronostican un buen desenlace. -Le sonrió y auguró con optimismo:- Apuesto que mañana festejaremos el mejor cumpleaños que haya tenido.
-¡Dios te oiga! -convino la festejada.- Y ahora vayamos a ver si la partida se puso en marcha.
Atravesaron el corredor que llevaba hasta la salida y desde la puerta alcanzaron a observar el desplazamiento de dos camionetas. Romi sacó el celular y le envió un mensaje a Mike: “te amo”. La respuesta no tardó en llegar: “te amo, también”.
Mike se concentró en el recorrido del vehículo. El conductor le imprimía regular velocidad atento a la senda que bordeaba el bosque y al avance del coche guía. Las luces intermitentes indicaron que girarían a la derecha adonde comenzaba la vegetación. Se internaron entre los árboles a través de una senda estrecha pero que permitía el paso de los utilitarios. Veinte minutos después los faros alumbraron el auto de los secuestradores. Juan Cruz detuvo la marcha y se comunicó con Roberto, el chofer del otro vehículo, para indicarle que estaban cerca de la cabaña y completarían el recorrido a pié. Bajaron hombres y perros para caminar hasta el refugio al resplandor de las linternas. Luciano, frenético de impaciencia, salió a recibirlos. Rafael y Mike lo abrazaron para transmitirle su respaldo, y poco después los hombres se dividieron en dos grupos encabezados cada uno por un perro que previamente había olfateado la remera de la extraviada.
-Aproximadamente a un kilómetro está la hondonada -explicó Braulio.- Revisen con los palos dónde pisan para no desbarrancarse. Si encuentran alguna señal, nos avisamos por radio -terminó de dar las instrucciones.
El capataz salió con Lucho y tres ayudantes, mientras que el otro equipo quedó a cargo de Juan Cruz con la colaboración de Rafael, Mike y otros dos hombres. En la cabaña, aguardando a la policía, quedó Damián custodiando a los forajidos. Tanteando con los bastones y voceando el nombre de la muchacha, marchó la partida de rescate. Las linternas relucieron sobre ojos y bultos esquivos que se ocultaban rápidamente entre las sombras, poblando de imágenes trágicas la mente del hombre enamorado.

jueves, 15 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 33


Luciano se dirigió al cobertizo adonde guardaba la camioneta. Braulio lo detuvo en el camino:
-Patroncito, es mejor ir a caballo. Es difícil pasar con un auto y además los pondremos sobre aviso. Los muchachos ya prepararon las monturas.
El joven asintió. Llegaron a las caballerizas adonde los peones sostenían las riendas de tres caballos. Damián se acercó a Braulio y le entregó un fusil como el que portaba él.
-Ingeniero, tengo un arma para usted -le ofreció a Lucho.
-No, Damián. No sé manejarla. Confío en ustedes. Y ahora, vámonos -apremió.
Los tres montaron quedando el capataz a la cabeza del grupo. Guió diestramente a hombres y animales entre los árboles acrecentados por las sombras. Luciano luchaba contra la ansiedad de poner al galope su corcel atendiendo a la imperiosa necesidad de acudir en ayuda de Sandra. La imagen de la muchacha maltratada o herida lo llenaba de angustia y se reprochó no haber intuido el peligro que la acechaba. La oscuridad era un espeso pantano que había que sortear con precaución para no encontrarse con obstáculos que retrasaran la expedición. Cada tanto consultaba el mapa de su móvil para comprobar la precisión del recorrido y disminuir su impaciencia. Un siglo después, para su sentir, Braulio detuvo la marcha. Se apearon y en voz baja les comunicó que estaban a pocos metros de la cabaña y que convenía llegar de a pie. Aseguraron a los caballos entre unos árboles y se deslizaron con sigilo detrás del capataz. Sus ojos acostumbrados a las sombras distinguieron los contornos de la construcción a la que se acercaron en silencio. Damián se adelantó mientras Lucho y Braulio lo cubrían. A una seña del encargado, se lanzó sobre la puerta y la abrió de un empellón. Lucho enfocó el interior con una potente linterna dominado por la preocupación de distinguir a su amada. Tirado en el piso divisaron a un hombre que emitía quejidos, al que se acercaron para interrogar:
-¡Ah, maula! -exclamó Braulio después de arrancarle la máscara.- No te bastó que te perdonaran los robos en la estancia que tu codicia aumentó. ¿Adónde está la señorita?
El individuo siguió gimoteando sin responder. Luciano lo levantó y lo arrojó sobre el camastro.
-Decime dónde está la mujer que te llevaste o juro que te mato -le dijo sin levantar la voz.
-¡Se escapó! -graznó amedrentado.- Yo no le hice nada…
-¿Adónde está tu compinche? -preguntó el capataz.
-Se fue a hablarle a la dueña -murmuró el delincuente.
-Debemos organizar a los hombres para la búsqueda -dijo Braulio a sus acompañantes.
Luciano se comunicó con su padre y le pidió que reuniera una cuadrilla equipada con linternas y elementos de rescate para encontrarse cuanto antes en el refugio.
-¡Que traigan a Baco y Mota! -encareció el capataz.- Y alguna prenda de la señorita.
Lucho transmitió el pedido a Rafael quien le aseguró que saldrían inmediatamente.
-Yo la voy a buscar -dijo el joven.- Ustedes esperen a mi padre.
-¡No, patroncito! Usted desconoce el lugar y tendremos que buscar a dos en lugar de uno. Juan Cruz conoce la cabaña y llegarán enseguida. Además contamos con dos buenos perros rastreadores que nos guiarán adonde esté.
Luciano, lejos de aceptar el razonamiento de Braulio, se preparó para salir cuando escucharon acercarse el motor de un auto. Damián acercó el fusil a la cabeza del postrado mientras el capataz se acercaba a la puerta para cerrarla y quedaba apostado al costado con el arma preparada. Lucho apagó la linterna y se emparejó con él. Aguardaron en silencio la entrada del otro secuestrador que ingresó en la choza sin sospechar que habían sido descubiertos. Intentó huir al ver a Damián y a su cómplice fuera de combate, pero Braulio lo atontó de un golpe mientras Lucho le arrebataba el arma.
-¡Desgraciados! -dijo el capataz.- Se van a arrepentir de lo que hicieron.
Lo arrojó al lado de su secuaz y le ordenó a Damián que los atara. Luciano pisó inadvertidamente los restos del celular de Sandra y alumbró el lugar con la linterna. Recogió los pedazos y formuló una maldición. Si ella hubiera conservado el teléfono ya la estaríamos ubicando. Increpó al rufián que encontraron en la cabaña:
-Contame con detalles cómo escapó, no sea que estés mintiendo -pronunció en tono contenido.
-¡No, señor, no miento! Me tiró ácido en los ojos y después me electrocutó -gritó el sujeto intimidado.
Lucho rió con nerviosismo ante el desconcierto del grupo. ¡Adorable muchacha! Sí que sabía defenderse. Se regocijó por haberle acercado los dispositivos y por el encadenamiento de sucesos que posibilitaron que los llevara encima. Ahora estaba seguro de que se había fugado. Por un momento ensoñó el encuentro: ella corría hacia sus brazos ansiosos de recibirla y levantaba el rostro para recibir un beso que resumía todas las palabras de amor que pudiera prodigarle. Como una revelación, cruzó por su mente el peligro que podía acecharla en medio de la oscuridad.
-¡Braulio! ¿Qué animales deambulan de noche? -preguntó con voz alterada.
-Muchos, patroncito. Roguemos al cielo que no se cruce con ninguna amenaza -manifestó, mirando la cara ensombrecida de Luciano.

martes, 13 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 32


Sandra soportó los empellones con que los sujetos la sacaron por la parte trasera de la casa. Sus ojos giraban enloquecidos esperando que alguien se cruzara con ellos, pero amparados por las sombras crecientes de la tarde llegaron hasta un vehículo adonde la empujaron, sin delicadeza, en el asiento trasero. Uno de los individuos se sentó atrás para vigilarla mientras el otro se hacía cargo del volante. Perdió la cuenta de las curvas que pegaron antes de internarse en una zona densamente arbolada. El conductor manejaba con cuidado sólo alumbrado por las luces bajas. Después de un tiempo que le pareció una eternidad, detuvieron el coche entre varios árboles y la hicieron bajar. Caminaron; ella arrastrada del brazo, hasta una construcción desdibujada por la oscuridad. El que los precedía empujó la puerta y se sumergieron entre las tinieblas del interior. Sandra experimentó un ataque de pánico que se esforzó en controlar para no desmoronarse delante de sus captores. La luz de una linterna recorrió la habitación y se detuvo en un farol que unas manos abrieron para encender la mecha. Una claridad amarillenta, que no disipaba las sombras de los rincones, los alumbró. Cuando su visión se adaptó a la escasa luz, distinguió un camastro, una mesa y dos sillas. Le señalaron la desvencijada litera con una advertencia:
-Sentate y no se te ocurra escapar porque nos vamos a olvidar que valés plata.
Ella obedeció y se acomodó al borde del lecho. El que parecía mandar habló en voz baja unas palabras con el otro y salió de la casucha. Sandra escuchó el roncar del motor cuando el auto se puso en marcha y el crujir de las ramitas al alejarse. El cancerbero, que no había dejado de vigilarla, cruzó una tranca en la puerta, apoyó el arma contra la pared y se le acercó:
-Tenemos casi una hora, piba. Vamos a jugar un ratito -dijo el individuo inclinándose hacia ella y arrancándole la mordaza de un tirón.
Ella no pudo reprimir una exclamación de dolor que olvidó, cuando las manos del sujeto tocaron su cuerpo.
-¿Qué vas a hacer? -lo retó mirándolo a los ojos.- Si tenés ganas de divertirte, hacelo como hombre y no con una mujer atada.
La levantó de un tirón y la apoyó contra su cuerpo excitado.
-¡Callate! ¿Querés? Yo te voy a mostrar cómo se divierte un hombre - aseguró tocándole el trasero.
Ella se resistía ladeándose a los costados cuando el delincuente lanzó un insulto y, enarbolando el celular, la arrojó sobre la cama:
-¡Reverenda puta! ¡Tenías el teléfono y no dijiste nada! -gritó abofeteándola.
-¡Estás loco! ¡Me ataron las manos! ¿Cómo podría usarlo? -exclamó.
El sujeto lo tiró contra el piso y lo deshizo a tacazos. Después se volvió hacia ella con un brillo de furia en los ojos.
-Te voy a enseñar… -gruñó entre dientes.
La joven presintió que su chance de eludirlo era ínfima. Volvió a clavar la mirada en la de su atacante y silabeó incitante:
-Desatame y nos divertiremos los dos. Yo también tengo cosas que enseñarte si no tenés miedo de una mujer…
-¿Miedo yo? -se exaltó el personaje.- Podría estrangularte con una mano.- La rodeó con los brazos y maniobró sobre sus muñecas hasta despegar la banda engomada. Después se incorporó y la observó por encima:- Ya estás libre. Demostrame que sabés hacer con las manos.
Sandra se tendió de costado y lo provocó:
-Acostate. Te va a gustar más en esta posición…
El delincuente, respirando con pesadez, se tumbó junto a ella y la apretó contra su cuerpo sudoroso. Ella pensó que se iba a descomponer del tufo que emanaba del hombre excitado. Se dominó y palpó la entrepierna masculina. Subió lentamente por su torso hasta el cuello y entreabrió los labios acariciando el rostro enmascarado. Escuchó el jadeo del sujeto y sintió la presión de su miembro en total erección. Tengo una sola oportunidad, pensó. Ubicó su mano izquierda a la altura de los ojos del hombre y la unió a su diestra. Deslizó el seguro del anillo y sepultó el rostro en el pecho del individuo que, abandonado a sus instintos, recibió a medias la descarga de gas por debajo de la máscara. Al tiempo que aullaba de dolor la asió por el pelo colmándola de blasfemias. Sandra gritó y apretó el botón de la pulsera clavando la punta en el cuerpo de su agresor. Atinó a separarse del sujeto convulsionado y aflojó la presión cuando pensó que podía matarlo. Lo empujó con las piernas fuera del camastro mientras pisaba el suelo sollozando. Corrió hacia la puerta liberándola de la estaca y trastabilló hacia el exterior. Sus piernas, movidas por el instinto de conservación, la encaminaron hacia los árboles. Se desplazó siempre adelante, tropezando, cayendo y levantándose. La oscuridad era su aliada y su enemiga; la ocultaba pero la exponía al ataque de alimañas y depredadores que poblaban su fantasía. Frenó la desordenada carrera al darse de bruces contra el suelo cuando su pie se enganchó en una protuberante raíz. Estuvo tendida hasta recuperar el aliento y comprobar que sus huesos habían resistido el porrazo. No había más sonidos a su alrededor que el sigiloso movimiento de los animales nocturnos; nada que indicase que fuera perseguida. Se animó a encender la linterna y dirigió el haz hacia el frente. Apenas entreveía los primeros árboles, pero pensó que bastaba para avanzar en línea recta. Caminó aprisa aunque verificando la dirección de sus pasos. Sabía que tenía que alejarse lo más posible del refugio de los secuestradores y ocultarse para que no la encontraran. Ahora no sólo estaba en juego su integridad sino su vida. Anduvo durante un tiempo que juzgó interminable aturdida por los latidos de su corazón y su prolífica imaginación. Ni siquiera presintió que la barrera vegetal crecía al borde del profundo barranco que la engulló liberando los gritos que había reprimido en la huída. Cayó dando tumbos hasta el fondo y en el último giro quedó sumergida en el agua. El estanque era profundo y braceó para emerger. Tosiendo, para expulsar el agua que había tragado, intentó tranquilizarse y mantenerse a flote. No debo estar lejos de la orilla. Espero que funcione la linterna. Apretó el botón y la luz se encendió. La dirigió hacia adelante y los lados hasta divisar lo que evaluó como vegetación. Nadó en esa dirección hasta tantear los matorrales que aferró para izarse fuera del pozo. Permaneció boca abajo para restablecer su aliento y luego se volvió con sobresalto al escuchar un chapoteo. El mortecino resplandor de la linterna se reflejó en unos ojos sobresalidos del agua. ¡Un cocodrilo! ¡Dios mío! ¡Un cocodrilo! Se levantó de un salto y alumbró la pared de la hondonada que caía a pique sobre el agua. Bordeó el hoyo hasta encontrar un espacio más plano que ascendía hacia la oscuridad. Se aferró a las salientes que su mano tanteaba entre las sombras y fue trepando hasta encontrar unas ramas fuertes que semejaban a una horquilla. Se aseguró en su base y encogió las piernas esperando que el reptil no pudiera alcanzarla.

viernes, 9 de diciembre de 2011

AGENCIA DE ACOMPAÑANTES - 31


A las cinco de la tarde terminó el espectáculo y comenzó la ronda de mate. Un equipo fue colocado en cada mesa con variada panificación casera. Rafael y Lucho transitaron entre los concurrentes saludando a los conocidos en tanto las mujeres con Mike y Braulio recorrieron el casco de la estancia. Después llegaron hasta los corrales y establos, adonde el capataz les adelantó que en la mañana tendrían aparejadas sus monturas para hacer una excursión y visitar el monte de frutales. Terminaron circulando entre grandes jaulas con pájaros de distinta especie y cercados adonde albergaban avestruces traídos por el esposo de Leonor hacía más de treinta años. A las seis Luisa declaró que estaba agotada y deseaba tomar un baño. La acompañaron hasta la casa y las jóvenes, junto a los hombres, se acercaron adonde departía el grupo de invitados. La anfitriona hacía media hora que se había retirado a descansar. Rafael vio cómo el gesto retraído de Lucho se disolvía ante la llegada de Sandra. El capataz, que estaba junto a él, comentó:
-Parece que al patroncito le ha picado fuerte.
-Era hora, Braulio - asintió el padre con una sonrisa.- Pero se me ha enamorado la yunta al mismo tiempo -agregó con pesadumbre.
-¿Por qué se pone así, patrón? El inglés parece buen hombre y la señorita Sandra, aunque se resista, ha puesto los ojos en el patroncito. No hay más que verlos - sostuvo Braulio.
Rafael suspiró mirando a sus hijos emparejados. Deseaba que encontraran los mejores compañeros con quienes compartir sus vidas, pero también era para él el comienzo de una etapa nueva que pocos días atrás ni siquiera vislumbraba. Sandra y Romina reían de las palabras de Lucho que había tomado en sus manos una trenza de cada muchacha mientras Mike sonreía divertido. Las jóvenes enfilaron luego a los vestuarios para recuperar la indumentaria que llevaban al mediodía.
-¿Cuándo nos llevarás a conocer el monte de frutales? -Romina encaró a su hermano al volver.
-Mañana, cargosa. Y prepárense para montar -dijo incluyendo a ambas amigas.
-Vos ocupate de Sandra. Mike será mi profe -declaró Romi abrazando a su novio por la cintura.
Lucho sufría deseando tener a Sandra apretada contra su cuerpo y poder besarla como Michael a Romina. Sus ojos expresivos dirigieron un mensaje que coloreó el rostro de la joven. A él se le agitó la sangre al ritmo de los latidos de un corazón que presentía la inminencia del momento. La presencia de Braulio rasgó la sutil trama de clarividencia:
-Disculpe, patroncito -dijo apesadumbrado.- Aparicio no puede conectar el aparato de riego.
-Ya voy -reaccionó el joven.- Vuelvo enseguida -le anunció a Sandra. Mientras se dirigía a las instalaciones le pidió al capataz:- Braulio, andá a buscar a mi padre.
-¿Por qué no aprovechamos para desarmar las valijas? -Le dijo Romina a su amiga al ofrecerse Mike a colaborar con Lucho.- Quiero sacar cuanto antes el vestido largo para que no se  estropee.
Sandra asintió y ambas se dirigieron a la residencia. De la sala que estaba al costado de la escalera escucharon la voz de Luisa. Se asomaron y la vieron departiendo con Leonor.
-¡Adelante, chicas! -dijo la dueña de casa.- Estábamos alabando su aptitud para el baile.
Las dos agradecieron y se sentaron frente a las mujeres.
-¿Y adónde están sus festejantes? -preguntó Leonor.
-A Lucho lo llamaron para conectar un aparato y Mike lo acompañó -explicó Romi con naturalidad.- Nosotras vinimos a desocupar las valijas.
-Vayan. Y después se tomarán un café y probarán estas deliciosas masitas que cocina Marta -exhortó Leonor con tanta cordialidad que las chicas no pudieron negarse.
Abrieron las maletas y dispusieron su contenido en el amplio guardarropa. Sandra revisó el bolso y acomodó en la mesa de luz los elementos de maquillaje y de higiene personal. En el fondo estaba el estuche con los accesorios para la indumentaria de fiesta. Se lo quedó mirando con el ceño fruncido; después se largó  a reír.
-¿Qué es lo que te causa tanta gracia? -preguntó Romina mirándola.
-Que en lugar de cargar mis abalorios traje la caja con los dispositivos de defensa de Lucho.
-¡Ja ja! No te preocupes, que entre mamá y yo te prestaremos lo que haga falta. ¿Terminaste?
-Sí. Vayamos a tomar el café.
Las masitas, como había asegurado Leonor, eran un manjar. La mujer se interesó por las actividades de las jóvenes:
-Luisa me contó acerca de su agencia. Imagino que tomarán recaudos para evitar riesgos -agregó.
-Si nosotras no lo hubiéramos pensado -señaló Romina entre risas- Lucho se ocupó de enmendarlo. Precisamente Sandra trajo en lugar de sus adornos, un anillo y una pulsera que mi hermano le regaló para defensa personal.
-Aclará que fue por error -dijo la nombrada.- no vaya a creer Leonor que pensaba usarlos en su casa.
-¡Ah! -exclamó la anfitriona.- Ahora me los tendrás que mostrar…
-¡Sí! -aprobaron Romi y Luisa a coro. La madre de Romina insistió:- Dale el gusto a Leonor...
Sandra se encogió de hombros. Se levantó y volvió a la habitación mientras el trío charlaba con animación. Se colocó el anillo y buscó la misma blusa roja que disimulaba la pulsera ficticia. Antes de salir, desenchufó el celular que tenía la carga completa y lo guardó en el bolsillo trasero del pantalón. Bajó con una sonrisa pensando en los comentarios de las damas mayores. Al acercarse al aposento creyó escuchar un grito ahogado. Una descarga de adrenalina aceleró el latido de su corazón y la indujo a moverse con sigilo para arrimarse a la puerta entreabierta. El importante espejo que aumentaba la amplitud del recinto reflejaba una escena que la paralizó. Lidia y Leonor, amordazadas, se encontraban sentadas en el sillón doble; Romina además de la mordaza estaba atada de pies y manos. Dos hombres encapuchados las apuntaban con sendos fusiles.
-Llevemos a la vieja -escuchó decir a uno.
-¡No! A la pendeja -decidió el otro que portaba el arma más corta.
Luisa se abalanzó sobre el malhechor con una exclamación sofocada y recibió un empujón que la derribó sobre Leonor. El que había hablado primero inmovilizó con una cinta las extremidades de las mujeres. Sandra se estremeció porque comprendió que hablaban de un secuestro. En esa parte de la casa no había ningún sirviente salvo que se le llamara, y las dependencias estaban tan separadas unas de otras que dudó de que un grito fuera escuchado. Antes de que pudiera tomar una decisión, se vio amenazada por uno de los sujetos que se había acercado a la puerta sin que ella lo notara.
-¡Adentro! Y no intentés gritar porque te mato -la empujó con el caño del arma.
Miró los ojos desesperados de su amiga y sin medir las consecuencias encaró a los delincuentes:
-¿Por qué no se llevan todo lo que puedan y se van? No los denunciaremos.
-¿Y vos quién sos para dar órdenes? -dijo el que quería llevarse a Romina.
Ella alzó la cabeza y especificó con gesto altivo:
-La nieta de la señora. Y si quieren cobrar alguna recompensa ni se les ocurra sacarla de la casa porque sufre del corazón. Por la única que pagará rescate es por mí y siempre que no dañen a nadie.
Los maleantes vacilaron. El que había hablado primero apremió:
-¡Llevémosla y si la vieja no paga se la devolvemos en pedacitos!
-Amordazala y atale las manos -le ordenó el de caño recortado. Se volvió hacia Leonor:- La vamos a llamar para que sepa dónde dejar la plata. Si no paga o le avisa a la policía, su nieta es fiambre. ¡Vamos! -apresuró a su cómplice.
Romina, sollozando, vio salir a su amiga tironeada del brazo por los agresores. Trató de recuperar el control para intentar soltarse. Le habían trabado las muñecas por detrás y advirtió que no podría despegar la cinta. Leonor, desde el sillón, parecía indicarle algo con el movimiento de su cabeza. Se acercó reptando hasta descubrir un botón al costado de la butaca. Se contorsionó para alcanzar el interruptor con las manos y se apoyó en él con toda la fuerza de su cuerpo. La desesperación la ganó al no escuchar ningún sonido, pero poco después entraban a la habitación dos hombres armados y dos mujeres a la zaga. Revisaron rápidamente el recinto y mientras uno quedaba de custodia en la puerta, los demás liberaron a las víctimas de sus ataduras.
-¡Vayan a buscar a Braulio y a los ingenieros! -ordenó Leonor apenas pudo hablar.
Madre e hija, abrazadas, se le acercaron preocupadas por la conmoción que traslucía su pálido rostro.
-¡Más les vale que no lastimen a esa muchacha porque no claudicaré hasta saberlos muertos! -prometió con un brillo de dureza en sus ojos.
Rafael y Luciano, seguidos por el capataz y Mike, entraron a la carrera. El hombre se precipitó sobre su mujer y su hija cercándolas con su brazo. Lucho, aliviado por ver a su madre y hermana sin lesiones, se acercó a la demacrada estanciera:
-Leonor, cuénteme qué ha pasado. -Recorrió la habitación con los ojos y, sin aguardar respuesta, preguntó con voz estrangulada:- ¿Adónde está Sandra?
-Se la llevaron, Lucho, porque se entregó para protegernos -admitió la mujer.
-¿Se entregó? ¿Qué quiere decir? -dijo él sin atreverse a comprender.
-Nos sorprendieron a tu madre, a tu hermana y a mí en esta habitación. Sandra había salido un momento. Primero nos amordazaron y después ataron a Romina. Uno de ellos habló de llevarse a tu hermana y el otro dijo que a mí. No pude accionar la alarma porque nos ataron. Sorprendieron a tu muchacha y la trajeron adentro. Los enfrentó con tal valentía y seguridad que los convenció de que era mi nieta y por ella cobrarían recompensa si no nos lastimaban. ¡Tenés que recuperarla cuanto antes, Lucho!
-¿Pero dónde? -gimió el joven.
-Patroncito, no es hora de desesperarse, así no la va a encontrar. La policía viene para acá y los muchachos están prontos a organizar una partida para buscarla.
Luciano inhaló y exhaló varias veces para tranquilizarse, pero necesitaba más detalles para componer en su mente las intenciones de los secuestradores. Habló con Luisa que pocos datos aportó y luego con Romi que estaba siendo consolada por Mike:
-Hermanita, cualquier cosa que recuerdes me puede dar una pista para encontrar a Sandra. Lo que sea, aunque no lo consideres importante.
-¡Ay, Lucho! Ella se dejó llevar para que no me arrastraran a mí -sollozó.
-¿Por qué no estaba con ustedes? -insistió su hermano.
-Porque Leonor quería ver los trastos de defensa que le regalaste -gimoteó.
-¿Los llevaba puestos? -inquirió Lucho con agitación.
-¡No sé…! -lloriqueó Romi.- Todo fue tan confuso…
Luciano esperaba un milagro: que los raptores no confiscaran los dispositivos y, que si Sandra los usara, los dejara fuera de combate. Se esforzó por hacer un recuento de los componentes de protección y sintió que algo se le escapaba. Su mente se aclaró cuando vio a un invitado atender un teléfono móvil. El celular.
-Romi, ¿llevaba el celular? -interrogó esperanzado.
-¡No sé, Lucho, no sé! Lo lamento… -se desbordó acongojada.
Él manipuló frenéticamente su blackberry. Su corazón se disparó al ver las coordenadas del GPS. Estaban fuera de la estancia de Leonor.
-¡Papá! -llamó en voz alta- Ayudame a ubicar este lugar -le señaló el mapa en la pantalla de su teléfono.
-Está dentro de la cuña boscosa -afirmó el hombre al cabo.- Ampliá el radio y le mostramos a Braulio. -Se alejó para buscar al encargado.
Luciano miraba fascinado el display tratando de imaginar el lugar donde se encontraba Sandra. Que no te saquen de ahí, querida. Que tenga la oportunidad de decirte todo lo que no me animé hasta ahora. Que no te hagan daño… El fervor de su impetración fue quebrado por la llegada del capataz y su padre.
-Braulio -requirió el joven.- Fijate en este mapa. Aquí está la estancia y aquí posiblemente tengan a Sandra. ¿Cuánto conocés de esta zona?
-Es la parte más tupida de la cuña boscosa. Si no me equivoco, cerca de este punto hay una cabaña que servía de refugio a los cazadores -indicó el capataz después de estudiar la pantalla.- Ahora está en desuso porque la caza está prohibida.
-Voy a buscarla -dijo Lucho resuelto.
-No solo ni desarmado, patroncito. Damián y yo iremos con usted.
-Yo también voy -afirmó su padre.
-No. Quedate con Mike para cuidar de las mujeres y atender a la policía cuando venga -decidió su hijo.
-Patrón -propuso Braulio- usted puede organizar a los hombres por si es necesario hacer un rastreo. El patroncito le dirá qué hacer cuando lleguemos al refugio.
Rafael asintió con reticencia mientras Lucho y Braulio se dirigían a la salida.