jueves, 3 de febrero de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - IV

En pocos minutos estaban dentro del garaje, con la puerta cerrada a las inclemencias del tiempo. Germán bajó y encendió una luz. Los acompañantes del conductor descendieron del vehículo y los ocupantes de la parte posterior los imitaron. Sofía dijo aliviada:

-La luz ha vuelto. Los desperfectos no han sido tan graves.

-Lamento contrariarte –respondió Germán, -pero el problema subsiste.

-Pero si abrió el portón con el control y encendió la luz de la cochera... –insistió ella.

-Tengo un generador selectivo que me permite disponer de energía en forma alternada -dijo como disculpándose al ver la decepción que se pintaba en el rostro de la mujer.

Pablo, interesado por el tema, acotó:

-Pero ese sistema es importado. Sabía de él, pero no lo ví colocado en ninguna parte.

-Mi hermano lo trajo de Alemania y se ocupó de instalarlo.

Abrió una puerta y los invitó a ingresar a la casa. Apagó la luz cuando todos salieron y se adelantó al grupo para encender un foco que iluminó un amplio ambiente. Era una sala de estar, con un imponente hogar, confortables sillones, una amplia mesita baja con tapa de cristal, una poblada biblioteca y distintos muebles donde se acomodaban aparatos electrónicos. A través del amplio ventanal sólo se observaba una densa oscuridad. Germán explicó que había que ir utilizando las luces por ambiente, para evitar que la batería se descargara muy pronto. De esa manera tenían garantizada iluminación por dieciocho horas. Les pidió que lo aguardaran para mudarse las prendas y poco después bajó para que hicieran lo mismo. Los condujo por una escalera hacia su dormitorio.

-Elijan lo que mejor les siente. Después pondremos las ropas cerca del hogar y en poco tiempo estarán secas. Mientras se cambian, voy a preparar algo para tomar. Le agradecieron y él bajó. Las mujeres miraron dentro del guardarropa y seleccionaron buzos y pantalones jogging para todos. Debía haber una docena por lo menos. Se metieron en un vestidor mientras los hombres se cambiaban en el dormitorio. Después, llevando las prendas mojadas, bajaron al salón adonde esperaba Germán. Había encendido el fuego del hogar y las acomodó diestramente. Luego les indicó la ubicación del bar.

-Yo me ocuparé de atender a las damas -dijo sonriendo.- Ustedes sírvanse lo que gusten- dirigiéndose a Pablo y Sergio.

Las jóvenes se habían acercado a admirar el bar. Ocupaba un extremo de la estancia, con la barra de oscura madera y estanterías en la parte trasera surtidas de botellas. Copas de vino, champaña y de tragos cortos y largos, colgaban de soportes adosados a finas vigas de madera. A la vista, hieleras y recipientes para mezclar bebidas. El anfitrión preguntó:

-¿Qué desean beber?

Sofía pidió un güisqui, Mónica y Carina -indecisas- aceptaron un trago que propuso Germán, y Rocío pidió una cerveza. Una vez que todos los pedidos fueron satisfechos, se dirigieron al centro de la sala para acomodarse en los sillones. Allí comenzaron a bromear acerca de la vestimenta que lucían. Los hombres no se veían fuera de lugar, pero a las mujeres les sobraba ropa por todos lados. Germán miraba a Sofía casi perdida en el buzo, con las mangas que apenas dejaban asomar la punta de los dedos, y pensó que de ahora en más sería su prenda favorita. Ella, al sentarse, hizo un gesto de dolor, y él se acordó de la herida de su brazo.

-¡Dejame ver tu brazo! En medio del tumulto del restaurante quedó pendiente revisar tu herida -dijo en tono preocupado.

-No creo que sea nada serio -respondió ella.- Me dolió cuando me apoyé.

Se levantó la manga del buzo y vieron una herida bastante larga e inflamada. Germán salió a buscar elementos de cura. Regresó y le pidió a Sofía que se sentara en un sillón cercano al foco de luz. Ella obedeció y cuando él le tomó suavemente el brazo para revisar la herida, lo miró temerosa. Germán sonrió tranquilizadoramente y preparó una gasa embebida en agua oxigenada. Al tiempo que le sostenía el brazo, dijo con optimismo:

-¡Vamos, sé una buena niña que esto no dolerá nada!

Con delicadeza, fue pasando la gasa a lo largo de la herida hasta lograr limpiarla a satisfacción. Ella aguantaba mordiéndose inconscientemente los labios. Después le anunció que pondría el desinfectante. Cuidadosamente, pintó la herida, sosteniendo con firmeza el brazo que ahora le ofrecía resistencia por el dolor. El ardor intolerable llenó de lágrimas los ojos de la joven, que no pudo evitar que se deslizaran por sus mejillas. Germán las vio descender y se controló para no abrazarla y enjugarlas con sus labios. Postergando ese deseo, cubrió hábilmente la herida con un apósito y terminó de asegurarlo con cuatro bandas de cinta adhesiva. Luego, la miró a los ojos y le dijo en voz queda:

-Lo siento... Nunca hubiese imaginado que derramarías lágrimas por mi culpa.

Sofía, ruborizada por los intrincados sentimientos que había podido entrever en esa mirada, se pasó rápidamente la mano por los ojos y la cara, y confesó riendo para ocultar su turbación:

-Estoy absolutamente avergonzada de mi debilidad. Mi padre me decía 'mantequita' cuando era chica, y aunque me producía enojo, parece que tenía razón.

El sonrió.

-¿Sentís que está mejor?

Sofía asintió y se levantó para acercarse al grupo que charlaba animadamente. Germán la siguió y ambos se incorporaron a la conversación.

-No veo que la falta de energía eléctrica tenga solución a corto plazo -decía Rocío.

-El tema está en la falta de recursos generado por la escasez de consumidores que pagan -replicó Sergio.- Al final de cuentas, los pocos tarados que pagamos tenemos más problemas que los enganchados. Ellos, en el fondo, disfrutan de una prebenda dure lo que dure. En realidad, gozan mientras la tienen, y no sufren cuando carecen de ella porque saben que no la pueden pagar -terminó con tono académico.

-Yo creo que el tema está en la desigualdad que cada vez aleja más a la gente de un derecho básico -intervino Sofía.

-¡Ya salió la cuestión social! -replicó agriamente Sergio.

-¿Es que existe alguna cuestión adonde no estén involucrados los seres humanos? - preguntó Sofía.

-Querida ingenua, para tu conocimiento y desde los albores de la raza, siempre hubo dominadores y dominados –dijo Sergio

-Y vos, ¿adónde te incluís?

-No soy un dominador, precisamente –rió el joven.

-Pero no tan dominado como esos despojados que carecen de las mínimas condiciones para vivir con dignidad…

-¡Ja! –la interrumpió Sergio- Esa palabra no existe en el repertorio de esa gentuza. Nacen, crecen y procrean para continuar la especie que sirve a la clase dominante.

-Porque les niegan el derecho a la educación –porfió la joven.- Si tuvieran la menor posibilidad, seguramente quisieran ser como vos o como yo.

Los únicos que prestaban atención a la polémica, eran Mónica y Germán. La primera, asombrada de la vehemencia con que Sofía sostenía sus convicciones. El segundo, cautivado por la imagen de una muchacha de mejillas arreboladas por el calor de la discusión y el pelo desordenado por la lluvia. El agua había hecho florecer el enrulado natural de su cabello que orlaba ahora un rostro expresivo liberado de convencionalismos.

-Lo hacen porque nadie les mostró otra cosa, porque a nuestros gobernantes les conviene un rebaño ignorante que se conforme con las migajas que les tiran en lugar de exigir lo que les corresponde - perseveró Sofía.

Sergio caminó por enésima vez a escanciarse un trago. Germán estaba fascinado por la transformación de la gris secretaria en la apasionada mujer que defendía con ímpetu sus creencias. La desplazó al ámbito amoroso y se sintió encender con la imagen. El retorno de Sergio lo volvió a la realidad. Conservando el equilibrio delante de Sofía, alzó la copa, la miró al trasluz y le respondió tardíamente:

-Tienen el cerebro destruido, niña. Llevaría generaciones modificar el comportamiento de esta chusma.

-Me asombrás, Sergio. Creí que te conocía.

-En realidad, vos ni siquiera te diste cuenta de que existo –le dijo arrastrando las palabras.- ¿Acaso alguna vez pensaste que me interesabas? ¿Que me hubiera gustado darte un beso? –se balanceó peligrosamente sobre ella.

Sofía, sentada al lado de Mónica y Carina que dormían apoyadas la una en la otra, lo miró con una expresión de sorpresa.

-Ni se te ocurra –Germán no levantó la voz pero bastó para que Sergio se enderezara.

El anfitrión se levantó y lo condujo hasta un sillón desocupado. Lo tomó del codo y le sugirió:

-Descansá un rato. Faltan varias horas para que amanezca, ¿de acuerdo?

Sergio se dejó caer pesadamente en la butaca. Antes de dormirse, intentó una disculpa:

-Perdoname, viejo. Me metí en terreno prohibido. Pero alguna vez se lo tenía que decir. Ahora estoy en paz… -terminó con un ronquido.

Germán volvió al lado de la joven. Ella se había incorporado y tenía los brazos cruzados alrededor de su cuerpo. Le pareció tan indefensa entre esas ropas que le sobraban; tan pequeña, despojada de los tacos altos, que deseó reemplazarla en el abrazo. Sofía alzó la cabeza para mirarlo y dijo con seriedad:

-¿Por qué todos los borrachos apuntan hacia mí esta noche?

Germán rió de tan solemne declaración y le contestó:

-¿Será porque una mujer no encontró recursos para igualar tu encanto y un hombre se afligió por no poder alcanzarte…? –La pregunta quedó suspendida intuyendo que no esperaba respuesta.

La muchacha se volvió hacia el ventanal intentando distinguir algún signo de mejoría del temporal. No había indicios de que se restableciera la iluminación y los relámpagos descubrían el ataque de la lluvia. Los ojos de Germán recorrieron la figura que le daba la espalda. Los cabellos ensortijados caían sobre el amplio buzo que ocultaba las formas de la joven, multiplicando los sugestivos caminos de su imaginación. Se obligó a mirar el reloj colocado sobre la barra para declarar a continuación:

-Son las tres de la mañana, Sofía. Arriba están los cuartos de huéspedes. Voy a apagar las luces para que el generador no se agote.

-Un sillón estará bien –contestó la joven mirando a su alrededor.