Leo se volvió hacia los Silva con una sonrisa triunfante cuando una
ráfaga trajo a sus oídos el distante sonido de un motor. Levantó la mirada y
distinguió contra el cielo diáfano la máquina que transportaba la esperanza
para su amiga. Ocho hombres desconcertados –los policías, padre e hijo y los
cuatro peones de la entrada- vieron a la formal abogada que había logrado
espantar al juez, ejecutar saltitos de alegría acompañados de una risa
alborozada mientras hacía señas hacia el helicóptero cruzando los brazos.
—¡Vayamos a su encuentro, por favor! —le rogó a Marcos tomándolo del
brazo.
Él consintió riendo y la guió hacia la camioneta enlazada por la cintura.
La necesidad de sentirla cerca de su cuerpo era cada vez más perentoria. Arturo
habló con los uniformados y con sus hombres y subió al vehículo adonde Marcos
se había puesto al volante. Leonora, transida de ansiedad, bajó de un salto no
bien Arturo abrió la puertezuela. Corrió hacia el interior de la casa para
encontrar en el comedor a Camila acompañada de Anacleto. La joven estaba
comiendo una tostada bajo la mirada atenta del enfermero. La conocida sonrisa
que Leo echaba de menos estaba volviendo a su rostro. Se inclinó para abrazarla
y se sentó a su lado.
—El cancerbero me amenazó con devolverme al loquero si no comía —reveló
Cami señalando a Cleto con un gesto.
El rostro del muchacho era un caleidoscopio de sonrisas que no ocultaba a
la vista de las amigas. Leonora le apretó una mano con afecto y les comunicó:
—El médico auditor que pidió Toni está próximo a llegar. ¿Estás en condiciones
de sostener una entrevista? —le preguntó a Cami.
—Con tal de irme de ese lugar, disertaría con Rasputín —afirmó—. Pero
Toni me dijo que estuviera tranquila, porque el médico que me va a evaluar es
uno de los mejores siquiatras del país.
—Ah… Toni —sonrió Leo—. Parece que está empeñado en desmentir las
diatribas de su hermana.
—Está contento con su trabajo —aseveró Cami—, y por cierto que en nada se
parece a la imagen que me hice de él. Bueno —dijo a modo de disculpa—. Lo ví
solo una vez y ustedes discutieron tanto que me fui a encerrar en el
dormitorio.
—Otras épocas, amiga —aseguró Leo. Se levantó cuando las voces y el
rugido del motor se mezclaron indicando que el helicóptero había tocado
tierra—. Voy a ver que pasa. Ustedes esperen acá —le indicó al dúo.
Cerca de la máquina que había aterrizado se aglomeraban los dueños de la
finca, el juez, el comisario y Matías -que habían pegado la vuelta cuando ellos
regresaron a la casa-, los dos policías, los cuatro empleados de Arturo, y Toni,
junto a un hombre joven de porte altanero y otro de edad mediana que departía
con Ávila.
—Tengo orden del ministro de salud de constatar el estado siquiátrico de
la señorita Camila Ávila —le estaba transmitiendo a Matías—. Si mi diagnóstico
coincide con el suyo no me opondré a que sea reingresada a la clínica. En caso
contrario ella decidirá adonde permanecer.
—Respeto su trayectoria en la especialidad, pero la validez del informe
si no hay convergencia solo puede ser resuelta a través de una junta médica
—perseveró Matías.
—Le asiste toda la razón, doctor. Pero el gobernador tiene un interés
personal en este caso y su decisión es la que acabo de trasladarle. Cualquier
objeción puede plantearla al señor Andrés Rodenas, aquí presente, hijo del
ministro —señaló al joven arrogante—. Con su permiso, voy a cumplir mi cometido
—cerró el diálogo con su colega, le hizo un ademán al juez para que lo siguiera
e ingresaron a la casa en compañía de Antonio.
Matías se dirigió con furia a Leonora: —¡Ya sabía que tu presencia era
nefasta! ¡Jamás debí permitir que te acercaras a Camila!
Marcos se lanzó como un bólido contra el médico pero ya se había
interpuesto el amigo de Toni: —¡Eh, amigo! ¡Así no se trata a una dama! —dijo
apoyándole una mano en el pecho.
—Gracias. Aunque él ya sabe que puedo arreglármelas sola —manifestó Leo
despectiva.
—¡De lo que doy fe! —atestiguó Marcos con una sonrisa. Ignorando a Matías
que se había apartado al amparo de los uniformados, le tendió la diestra a
Rodenas—: Marcos Silva. Escuché tu nombre del examinador.
Mientras se estrechaban las manos, el recién llegado no apartaba la vista
de Leo.
—Yo soy Leonora, la hermana de Toni —se presentó.
—Toni no me ha hablado mucho de su familia —se excusó como si debiera
conocerla.
—Ni a mí de sus amigos —arguyó ella restándole importancia—. Y ahora me
van a disculpar, voy a ver cómo va el interrogatorio —aleteó su mano hacia los
hombres y caminó airosa en dirección al pórtico.
La mirada de Marcos prendida de su figura fue un libro abierto para
Andrés, a quien había sacudido la aparición de la joven. Casi con indiferencia,
preguntó: —¿Es tu novia?
—Me estoy empeñando en ello —lo confrontó verbal y visualmente.
Rodenas, acostumbrado a medir a la corte de aduladores que rodeaba a los
políticos, entendió que ni su condición de hijo de ministro haría retroceder
las pretensiones de ese rival no contaminado por los rótulos. Paciencia. En la vida nada es absoluto.
Cuando ella necesite un pecho para llorar, le brindaré el mío, se dijo fiel
a la filosofía que lo mantenía al margen de las decepciones.
—Soy un pésimo anfitrión —se reprochó Marcos—. Te invito a esperar la
conclusión del examen adentro de la casa mientras te refrescás con la bebida de
tu preferencia —dio al capataz la orden de restringir cualquier ingreso a la
morada y guió a su invitado al interior.
En la sala encontraron al dueño de casa, a Toni, y Anacleto, apoltronados
en los sillones. Irma venía cargando una bandeja con dos jarras de jugos
helados de la que Marcos se hizo cargo.
—Naranja exprimida y duraznos licuados —ofreció la mujer con una sonrisa
de gratitud a su asistente—. Le voy a llevar algo fresco a la gente que está
afuera —le informó.
—Gracias, Nana. Estás en todo —su mirada buscó sin disimulo la presencia
de Leonora.
—Leo insistió en intervenir en la reunión como representante de Camila
—le aclaró Toni sensible al rastreo de Marcos.
Él hizo un gesto de aquiescencia y se acomodó con el resto del grupo. La
conversación versó sobre generalidades durante la hora larga que duró la
entrevista, al cabo de la cual se hicieron ver el perito y el juez.