domingo, 8 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XXI



La joven intuyó que no mentía. Midió el continente del médico y dedujo que no lo aventajaría en fuerza. Debo distraerlo. ¿Por qué no lo participé a Marcos? Ya nos estaríamos yendo… Bueno, estúpida. Es tarde para lamentarte. ¿Qué le harán a Cleto? ¡Por Dios! Primero tenemos que salir de esta trampa…
—Cami… —le susurró—, hacete la desmayada...
Su amiga se aflojó y fue cayendo hacia el piso mientras ella invocaba el auxilio de Matías: —¡Ayudame! ¡No puedo sostenerla! —gritó histérica.
El médico reaccionó maquinalmente. Cuando se acercó, Leo aprovechó para manotearle la jeringa y la lanzó al otro lado de la habitación. El hombre gruñó su desconcierto y se proyectó para recuperarla. La joven había destrabado la llave cuando la alcanzó. Se dio cuenta de que Matías ya no dudaba a quien administrar la droga, de modo que recurrió a los métodos de defensa más tradicionales: gritó a pleno pulmón y, en el momento que se abría la puerta, lanzó una patada feroz contra la entrepierna del hombre que se abalanzaba sobre ella. Se volvió a medias, dispuesta a enfrentarse con Luis, sin descuidar al médico que estaba encorvado sobre sus testículos. Los seis hombres agolpados a la entrada miraban la escena con expresión atónita.
—¡Juro que nunca te contradeciré, querida! —declaró Marcos con gesto divertido mientras le abría los brazos.
Se refugió sobre el pecho varonil, mientras murmuraba su nombre con alivio.
—¿Estás bien? —le preguntó él con ternura.
—¡Yo, sí! —contestó.
Se desprendió del abrazo y giró hacia donde yacía Camila. Toni se había adelantado y sostenía a su amiga procurando ponerla de pie.
—¡Detenga a esta mujer, oficial! —jadeó Matías recuperándose del ataque.
—¿Bajo qué cargo? —inquirió el policía, aún impresionado por el hecho que acababa de presenciar. 
—¡Invasión de propiedad, intento de secuestro y violencia contra mi persona! —rugió.
—¡Él…! —la mano de Marcos ahogó la protesta de la chica enfurecida y la inmovilizó contra su cuerpo.
—Comisario, salgamos de esta habitación y le explicaremos por qué estamos aquí —solicitó Arturo.
El agente le indicó la puerta al médico para que abandonara el lugar. Lo siguieron Luis, Cleto, Arturo y, detrás, Marcos y Toni junto a las mujeres, siendo éstos los últimos en abordar el ascensor.
Leonora se apoyó, con gesto huraño, en el tabique trasero. Estaba enfadada con Marcos porque le había impedido exponer al policía su versión de los hechos. También, bajo ese talante, esperaba que olvidara el compromiso de mantenerlo al tanto de su accionar. Aunque la postura casi ¿burlona? del hombre que la enfrentaba cruzado de brazos le sugería, más que olvido, postergación. Desvió la mirada hacia el dúo conformado por Toni y Camila. Su hermano se había hecho cargo de la custodia con absoluta normalidad. La sostenía contra su perfil al cual se había amoldado la desfallecida figura de su amiga. “¿Acaso…?”, llegó a pensar antes de que la puerta automática del elevador se deslizara para dejarles el paso libre. El resto del grupo ya estaba reunido en la recepción. Al acercarse, contempló el semblante descompuesto de Matías, que había mudado de la furia a la inquietud. Se preguntó qué habían hablado mientras ellos se acomodaban en el ascensor.
El oficial se aproximó a Camila para interrogarla: —Señorita, ¿está usted en condiciones de responder algunas preguntas?
Ella asintió con un movimiento de su cabeza.
—Diga su nombre y lugar de residencia.
—Camila Ramos. Vivo en Rosario —dijo con algún esfuerzo.
—¿Puede identificar a estas personas?
—A mi amiga Leo, a su hermano, a Cleto, al custodio y a mi primo Matías.
—El doctor opina que debería permanecer en la clínica para continuar el tratamiento. ¿Cuál es su deseo?
—¡Irme! Estoy aquí en contra de mi voluntad… —sollozó.
—Ella no está en condiciones de decidir —intervino el médico—. Agente —advirtió con arrogancia—, si accede a su pedido cometerá un grave error y tendrá que rendir cuenta a sus superiores.
—Doctor —dijo el uniformado— si usted estuviera más involucrado con esta comunidad, sabría que soy el comisario. Como la señorita parece gozar de todas sus facultades, respetaré su voluntad. Cualquier objeción acerca de mi dictamen, preséntela a un juez —se dirigió a Arturo—: Señor Silva, confío en que me mantenga informado acerca de la salud de la paciente y el reconocimiento al cual se han comprometido.
—Así será, comisario —asintió el hombre.
—Quedan en libertad para retirarse.
Salieron seis tras la orden de Marcos a Cleto para que los siguiera. Aún les llegó la voz airada de Matías señalando al funcionario su incompetencia y su decisión de apelar a la justicia.
—Vamos todos para la finca —dispuso Arturo—. No quiero arriesgarme a que este medicucho fuera de sus cabales intente recuperar a su paciente por la fuerza.
—¿Cómo podría hacerlo? —preguntó Leo perpleja.
—Tiene influencias y dinero para juntar un puñado de esbirros —contestó Marcos—, aunque dudo de que se atreva. De cualquier manera, será mejor estar juntos en la estancia. Cargalos a todos en la camioneta —le dijo a su padre— yo me llevo el auto de Leonora para recoger a Irma.
La joven, comprobando que Toni seguía dedicado a Camila, estuvo a un tris de ofrecerse para acompañarlo, pero desistió para no adelantar los seguros reproches por su proceder.

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