Leo ocupó la habitación que le asignara Arturo con Camila. Su amiga se
había dormido en el trayecto y Toni la cargó hasta el dormitorio. La depositó
sobre la cama y le preguntó a su hermana en voz baja: —¿Creés que estará bien?
Ella sonrió y le acarició la mejilla: —Quedate tranquilo que está en
proceso de desintoxicación. Apenas podamos consultar a otro médico, se
aliviará.
—¿Por qué no las fui a visitar más a menudo? —dijo pensativo.
—Porque “a menudo” sería si hubieras venido más de una vez, analfabeto.
Antonio rió francamente. La insubordinación de su hermana había terminado
bien y él había descubierto, en la extraña concatenación de sucesos,
sentimientos fraternales profundos y una inédita sensación de totalidad al
tener en sus brazos a la frágil compañera de Leo. Sí, señor. Era imperdonable
que se hubiera privado de ese acercamiento que enriquecía todos sus sentidos.
—Andate de una vez que quiero acomodar a Camila y acostarme —la voz
parsimoniosa de Leonora lo apartó de sus divagaciones.
—Sí, hermanita. Descansen tranquilas que aquí hay dos guerreros para
cuidarlas —presumió, mientras se inclinaba para besarla en la mejilla.
La carcajada burlona de Leo no lo apabulló. Se despidió arrogantemente y
bajó la escalera con alegría inusitada. En la sala, esperaron a Marcos junto a
Cleto y Arturo. El hombre lo miró con una sonrisa bonachona: —Has cuidado de
Camila como a un tesoro. ¿La conocías de antes?
Antonio no rehuyó la respuesta: —La ví solo una vez, pero recién me acabo
de fijar en ella. ¿No es paradójico que este lugar me haya brindado un trabajo,
el reencuentro con mi hermana y la
posibilidad de relacionarme con la mujer esperada?
—Los caminos del Señor son inescrutables —sentenció Arturo—. Lo cierto es
que el tuyo parece muy promisorio. De vos depende la suerte del recorrido.
—No lo voy a estropear —aseguró con solemnidad.
El distante ronroneo de un motor anunció el arribo de un auto. Cleto
anunció que le acercaría un medicamento a Leonora y ellos se asomaron al
exterior. Del vehículo bajaron Marcos e Irma.
—¡Le dije a Quito que era innecesario traerme a la estancia! —rezongó la
mujer—. ¡Ningún muchachón se atrevería a invadir mi casa!
—Papá, sosegala a Nana. Me aturdió durante todo el viaje —pidió su hijo.
—Irma, yo dí la orden porque no quiero dejar ningún detalle librado al
azar. Mañana estarás de vuelta en tu casita —Arturo respaldó el reclamo de
Marcos.
Ella frunció el ceño pero no se animó a contradecir a don Silva. Muchos
años a su servicio y el reconocimiento por haberle confiado la crianza de su
hijo, le generaban un absoluto respeto.
—¿Adónde están las niñas? —preguntó, dando por zanjada la protesta.
—Ya se acostaron —dijo el estanciero—. Y nosotros haremos lo propio. Tu
habitación está lista como siempre.
—Gracias, don Arturo. Mañana yo prepararé el desayuno —aclaró antes de
subir.
—¿No me vas a dar un beso? —la atajó Marcos.
Se volvió hacia su muchacho y se dejó seducir por la sonrisa cariñosa. Él
se le acercó y la envolvió en un abrazo al cual ella respondió con el beso.
Después subió hacia su cuarto y, antes de entrar, se detuvo en la puerta del
que albergaba a las jóvenes. Escuchó el murmullo de una conversación y golpeó
con discreción. Leo abrió y la saludó con una sonrisa.
—¡Pasá, Irma! Vas a conocer a Cami que está pronta a recuperarse —formuló
con entusiasmo.
Se acercaron a la cama adonde estaba tendida Camila. Cleto, sentado al
borde del lecho, sostenía la mano de la fatigada muchacha. Irma, al ver que
tenía los ojos cerrados, no le habló.
—Dejémosla descansar —le susurró a Leonora—. Mañana la tonificaré con un
buen desayuno.
La joven la despidió en la puerta con un beso al tiempo que Anacleto se
levantaba para retirarse.
—Ya sabe, señorita Leo —murmuró—. Solo déle la pastilla si se despierta y
se pone inquieta.
—Entendí, Cleto. Si no lo puedo manejar, te aviso —aseguró para
tranquilizarlo.
—Hasta mañana, entonces.
Apenas quedó a solas con Camila, le quitó con cuidado el calzado para no
despertarla y la cubrió con la sábana. Su amiga entreabrió los ojos y musitó
unas palabras que no llegó a captar. Al inclinarse sobre su boca, escuchó: —No
te vayas, Leo…
Se descalzó y, vestida como estaba, se tendió a espaldas de Cami y la
abrazó. Le fue murmurando palabras tranquilizadoras hasta que el sueño las
atrapó. Camila le pidió agua a las tres de la mañana y ella, al notar su
agitación, le suministró la pastilla que le había dejado Cleto. A poco,
volvieron a dormirse. Se despertó temprano y relajada. Su mente pergeñó algunas
apreciaciones humorísticas antes de abandonar la cama: ¡Ah, Cami…! Nada más alejado
de tus aspiraciones que dormir conmigo, ¿eh? Si todo sale bien, la realidad
estará más próxima a tus sueños que si hubiéramos viajado al sur. Yo podría
considerar los sentimientos que me inspira Marcos… y asistir a una utopía
inesperada: tu posible relación con Toni… ¡Y no estoy delirando, querida
amiga!, porque el vago ha cambiado. Está entusiasmado con el trabajo y no pidió
permiso para auxiliarte. Lo hizo como si fuera tu genuina pareja. Y aunque vos
estabas un poco ida, se te veía muy confiada a sus cuidados. ¿Me estaré
contagiando de tus quimeras?
Un ligero golpe propinado a la puerta suspendió su juego mental. Se bajó
del lecho con sigilo y se asomó al pasillo. Cleto y su sempiterna sonrisa la
confrontaron con la realidad.
—Buen día, Anacleto —lo recibió en voz baja y con una sonrisa—. Cami
todavía duerme tranquila, gracias a tu pastilla. ¿Te parece que la despertemos?
—No, señorita. El dormir la recuperará más rápido. Cuando se recobre, a
lo mejor esté en condiciones de bajar y desayunar en la mesa. Los demás están
reunidos—acotó.
—Bueno, Cleto. Me cambio y estoy con ustedes.
Demoró diez minutos en la ducha y otros diez para vestirse. Comprobó que
su amiga descansaba con sosiego y bajó al comedor. Sus ojos, emancipados de su
voluntad, buscaron los de Marcos. Él le devolvió una mirada colmada de signos
que Leo se resistió a descifrar; detrás de la emoción inocultable subyacía una
recriminación que no tardaría en manifestarse en palabras. Saludó a todos y se
acercó a la mesa.
—Buen día, querida, sentate que ya te alcanzo tu taza —dijo Irma.
—¿Descansaron las amigas? —la pregunta de Antonio tenía un matiz
incluyente.
—Como angelitos. Cami todavía duerme —aclaró, despejando el implícito
interés de su hermano.
—Te alegrará saber que Toni consiguió que un psiquiatra evalúe hoy mismo
a Camila —le informó Marcos.
—¿En serio? —exclamó con asombro—. ¿Y cómo lo lograste? —la pregunta la
dirigió a su hermano.
El joven le explicó sucintamente el pedido a su amigo y la promesa de
acudir personalmente junto al facultativo dada la urgencia del caso.
—Vendrán esta mañana en el helicóptero de la gobernación. Para
impresionar —agregó con gesto malicioso.
Antes de que Leonora siguiera indagando, sonó la chicharra del
intercomunicador. Arturo atendió y después de un expresivo intercambio con su
interlocutor, se volvió hacia Marcos.
—En la entrada están el juez, Matías, el comisario y dos agentes con la
orden de restituir a Camila a la clínica. ¿Cuánto podés apurar a tu amigo? —le
preguntó a Toni.
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