lunes, 16 de diciembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XXII



Leo ocupó la habitación que le asignara Arturo con Camila. Su amiga se había dormido en el trayecto y Toni la cargó hasta el dormitorio. La depositó sobre la cama y le preguntó a su hermana en voz baja: —¿Creés que estará bien?
Ella sonrió y le acarició la mejilla: —Quedate tranquilo que está en proceso de desintoxicación. Apenas podamos consultar a otro médico, se aliviará.
—¿Por qué no las fui a visitar más a menudo? —dijo pensativo.
—Porque “a menudo” sería si hubieras venido más de una vez, analfabeto.
Antonio rió francamente. La insubordinación de su hermana había terminado bien y él había descubierto, en la extraña concatenación de sucesos, sentimientos fraternales profundos y una inédita sensación de totalidad al tener en sus brazos a la frágil compañera de Leo. Sí, señor. Era imperdonable que se hubiera privado de ese acercamiento que enriquecía todos sus sentidos.
—Andate de una vez que quiero acomodar a Camila y acostarme —la voz parsimoniosa de Leonora lo apartó de sus divagaciones.
—Sí, hermanita. Descansen tranquilas que aquí hay dos guerreros para cuidarlas —presumió, mientras se inclinaba para besarla en la mejilla.
La carcajada burlona de Leo no lo apabulló. Se despidió arrogantemente y bajó la escalera con alegría inusitada. En la sala, esperaron a Marcos junto a Cleto y Arturo. El hombre lo miró con una sonrisa bonachona: —Has cuidado de Camila como a un tesoro. ¿La conocías de antes?
Antonio no rehuyó la respuesta: —La ví solo una vez, pero recién me acabo de fijar en ella. ¿No es paradójico que este lugar me haya brindado un trabajo, el  reencuentro con mi hermana y la posibilidad de relacionarme con la mujer esperada?
—Los caminos del Señor son inescrutables —sentenció Arturo—. Lo cierto es que el tuyo parece muy promisorio. De vos depende la suerte del recorrido.
—No lo voy a estropear —aseguró con solemnidad.
El distante ronroneo de un motor anunció el arribo de un auto. Cleto anunció que le acercaría un medicamento a Leonora y ellos se asomaron al exterior. Del vehículo bajaron Marcos e Irma.
—¡Le dije a Quito que era innecesario traerme a la estancia! —rezongó la mujer—. ¡Ningún muchachón se atrevería a invadir mi casa!
—Papá, sosegala a Nana. Me aturdió durante todo el viaje —pidió su hijo.
—Irma, yo dí la orden porque no quiero dejar ningún detalle librado al azar. Mañana estarás de vuelta en tu casita —Arturo respaldó el reclamo de Marcos.
Ella frunció el ceño pero no se animó a contradecir a don Silva. Muchos años a su servicio y el reconocimiento por haberle confiado la crianza de su hijo, le generaban un absoluto respeto.
—¿Adónde están las niñas? —preguntó, dando por zanjada la protesta.
—Ya se acostaron —dijo el estanciero—. Y nosotros haremos lo propio. Tu habitación está lista como siempre.
—Gracias, don Arturo. Mañana yo prepararé el desayuno —aclaró antes de subir.
—¿No me vas a dar un beso? —la atajó Marcos.
Se volvió hacia su muchacho y se dejó seducir por la sonrisa cariñosa. Él se le acercó y la envolvió en un abrazo al cual ella respondió con el beso. Después subió hacia su cuarto y, antes de entrar, se detuvo en la puerta del que albergaba a las jóvenes. Escuchó el murmullo de una conversación y golpeó con discreción. Leo abrió y la saludó con una sonrisa.
—¡Pasá, Irma! Vas a conocer a Cami que está pronta a recuperarse —formuló con entusiasmo.
Se acercaron a la cama adonde estaba tendida Camila. Cleto, sentado al borde del lecho, sostenía la mano de la fatigada muchacha. Irma, al ver que tenía los ojos cerrados, no le habló.
—Dejémosla descansar —le susurró a Leonora—. Mañana la tonificaré con un buen desayuno.
La joven la despidió en la puerta con un beso al tiempo que Anacleto se levantaba para retirarse.
—Ya sabe, señorita Leo —murmuró—. Solo déle la pastilla si se despierta y se pone inquieta.
—Entendí, Cleto. Si no lo puedo manejar, te aviso —aseguró para tranquilizarlo.
—Hasta mañana, entonces.
Apenas quedó a solas con Camila, le quitó con cuidado el calzado para no despertarla y la cubrió con la sábana. Su amiga entreabrió los ojos y musitó unas palabras que no llegó a captar. Al inclinarse sobre su boca, escuchó: —No te vayas, Leo…
Se descalzó y, vestida como estaba, se tendió a espaldas de Cami y la abrazó. Le fue murmurando palabras tranquilizadoras hasta que el sueño las atrapó. Camila le pidió agua a las tres de la mañana y ella, al notar su agitación, le suministró la pastilla que le había dejado Cleto. A poco, volvieron a dormirse. Se despertó temprano y relajada. Su mente pergeñó algunas apreciaciones humorísticas antes de abandonar la cama: ¡Ah, Cami…! Nada más alejado de tus aspiraciones que dormir conmigo, ¿eh? Si todo sale bien, la realidad estará más próxima a tus sueños que si hubiéramos viajado al sur. Yo podría considerar los sentimientos que me inspira Marcos… y asistir a una utopía inesperada: tu posible relación con Toni… ¡Y no estoy delirando, querida amiga!, porque el vago ha cambiado. Está entusiasmado con el trabajo y no pidió permiso para auxiliarte. Lo hizo como si fuera tu genuina pareja. Y aunque vos estabas un poco ida, se te veía muy confiada a sus cuidados. ¿Me estaré contagiando de tus quimeras?
Un ligero golpe propinado a la puerta suspendió su juego mental. Se bajó del lecho con sigilo y se asomó al pasillo. Cleto y su sempiterna sonrisa la confrontaron con la realidad.
—Buen día, Anacleto —lo recibió en voz baja y con una sonrisa—. Cami todavía duerme tranquila, gracias a tu pastilla. ¿Te parece que la despertemos?
—No, señorita. El dormir la recuperará más rápido. Cuando se recobre, a lo mejor esté en condiciones de bajar y desayunar en la mesa. Los demás están reunidos—acotó.
—Bueno, Cleto. Me cambio y estoy con ustedes.
Demoró diez minutos en la ducha y otros diez para vestirse. Comprobó que su amiga descansaba con sosiego y bajó al comedor. Sus ojos, emancipados de su voluntad, buscaron los de Marcos. Él le devolvió una mirada colmada de signos que Leo se resistió a descifrar; detrás de la emoción inocultable subyacía una recriminación que no tardaría en manifestarse en palabras. Saludó a todos y se acercó a la mesa.
—Buen día, querida, sentate que ya te alcanzo tu taza —dijo Irma.
—¿Descansaron las amigas? —la pregunta de Antonio tenía un matiz incluyente.
—Como angelitos. Cami todavía duerme —aclaró, despejando el implícito interés de su hermano.
—Te alegrará saber que Toni consiguió que un psiquiatra evalúe hoy mismo a Camila —le informó Marcos.
—¿En serio? —exclamó con asombro—. ¿Y cómo lo lograste? —la pregunta la dirigió a su hermano.
El joven le explicó sucintamente el pedido a su amigo y la promesa de acudir personalmente junto al facultativo dada la urgencia del caso.
—Vendrán esta mañana en el helicóptero de la gobernación. Para impresionar —agregó con gesto malicioso.
Antes de que Leonora siguiera indagando, sonó la chicharra del intercomunicador. Arturo atendió y después de un expresivo intercambio con su interlocutor, se volvió hacia Marcos.
—En la entrada están el juez, Matías, el comisario y dos agentes con la orden de restituir a Camila a la clínica. ¿Cuánto podés apurar a tu amigo? —le preguntó a Toni.

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