domingo, 26 de junio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - X

Sofía recorrió su departamento comprobando las luces de emergencia. La mayoría emitía un resplandor mortecino. La única que quedaba con carga completa era la del baño. El ruidoso generador instalado a la entrada del edificio sólo alimentaba el motor que llevaba agua a los tanques. Decidió ducharse antes de comer y terminar de agotar la batería en la cocina. Se despojó del jogging pero no del recuerdo de Germán. Las palabras del hombre la habían encerrado en una muda reserva que confundió con enojo. Y ahora, lejos de su presencia, reconoció que la habían perturbado. Con un suspiro, se metió bajo el agua caliente y estuvo largo rato bajo la ducha hasta relajar sus músculos tensionados. Después de secarse, se puso un pijama. La próxima tarea fue revisar la heladera. Vació el freezer y cocinó la carne. Dispuso los elementos perecederos en una bolsa que al día siguiente dejaría en el contenedor. Las verduras aún estaban en buen estado, de manera que cuando la carne estuvo lista, comió varias rodajas con ensalada. Calentó una taza de café y se acostó a las once de la noche.

El despertador sonó a las siete de la mañana. Se despertó con la sensación de haber descansado sin sobresaltos. Levantó la persiana del dormitorio y la tenue claridad del amanecer se filtró en el cuarto. Entrevió un cielo que parecía haberse despejado. Pulsó la llave de luz para comprobar, con desaliento, que aún carecía de fluido eléctrico. Su horario de trabajo era de nueve a cinco de la tarde, pero gustaba levantarse temprano para desayunar sin prisa. Cuando el mate estuvo listo, comió unas galletitas con mermelada y después circuló por el departamento para regar algunas plantas y verificar que todo estuviera en su lugar. A las ocho se vistió y salió media hora después para esperar el ómnibus que la dejaría a dos cuadras del trabajo. A las ocho y cincuenta marcaba la tarjeta de ingreso. Subió a su oficina, saludó a los pocos empleados madrugadores y se acomodó en su escritorio. Mientras resolvía los asuntos más urgentes, Carina pasó a saludarla:

-¡Hola, Sofía! ¿Cómo amaneciste?

-Como nueva. ¿Y vos? –contestó con una sonrisa.

-Seguro que no tan bien como vos –le dijo con un gesto pícaro- pero fastidiada por la falta de luz. ¿Cuándo se irá a arreglar? Sin la tele mis viejos están insoportables.

-¡Ja! El gran placebo de la comunicación –opinó Sofía.- Pero por lo menos en esta zona hay luz y negocios donde proveernos de comida fresca antes de volver a casa.

-Somos unos borregos. Nos conformamos con cualquier cosa –se quejó Carina.

-Es cierto, ¿no? Sólo podemos juntarnos cuando el gobierno se queda con nuestros queridos ahorros. Cuando no tengamos miedo de perder las cosas materiales, no nos vamos a conformar con cualquier cosa –afirmó Sofía.

-¿Estás hablando de una revolución? Porque sólo así podríamos zafar de este destino de esclavitud moderna.

-Mmm… En verdad, algunas veces pienso que las revoluciones sólo sirven para cambiar de opresores. Y si no, fijate que pasó con los líderes de la revolución francesa. Terminaron guillotinándose entre ellos… -se interrumpió mirando hacia la puerta.- Mejor que vuelvas a tu puesto. Acaba de entrar Méndez.

Carina le arrebató una hoja de memo del escritorio y salió con paso decidido, aclarando en voz alta:

-Enseguida te averiguo lo del presupuesto –y al cruzarse con el jefe lo saludó con una sonrisa:- ¡Buenos días, ingeniero!

El aludido le hizo un gesto con la cabeza e ingresó al despacho de Sofía. La mañana transcurrió sin mayores incidentes. A la una la joven hizo un alto para almorzar. Las dependencias del sindicato a la que era afiliada estaban a pocas cuadras del trabajo. Allí, además de contar con varias prestaciones como biblioteca, farmacia, óptica, gimnasio, sala de teatro y actividades recreativas, funcionaba un restaurante que ofrecía desayunos, almuerzos y meriendas a sus inscritos, por un bajo costo. Sacó el ticket en la caja, tomó la bandeja, puso un pan, los cubiertos y pasó por los mostradores adonde levantó un vaso con gaseosa y la comida del día: sopa como primer plato, una hamburguesa con ensalada y una fruta. Buscó un lugar donde sentarse y vio a Rocío que le hacía señas desde una mesa.

-¡Aquí hay lugar! –le dijo cuando se acercó.- Lo había guardado para Pablo pero me avisó que vendría más tarde.

-Gracias. ¿Cómo sabe la hamburguesa? –Le preguntó mientras se sentaba.

-Desabrida como siempre. Ponele un poco de mayonesa o mostaza –le ofreció unos sobrecitos que aún tenían la mitad de contenido.

Sofía usó el resto y se condolieron mutuamente por la falta de electricidad en sus respectivos barrios.

-Pablo opina que deberíamos mudarnos a la zona del centro ahora que se vence el contrato de locación, pero yo prefiero aguantarme algunas incomodidades antes que vivir en medio del caos. ¿Y vos cómo lo sobrellevás?

-Con resignación. Supongo que dentro de veinte años, cuando el departamento sea mío, los problemas eléctricos se habrán solucionado.

-No te olvides que hay un individuo que tiene una casa con generador eléctrico de última generación –acotó Rocío con un gesto de complicidad.- Quién sabe hasta cuando estarás en tu departamento.

-¡Eh! Que sólo fue un episodio fortuito. Creo que las circunstancias nos afectaron a todos. Pero el momento pasó y la rutina atropella como todos los días –dijo con cierto desaliento.

-No creo –porfió Rocío.- Germán demostró que estaba muy interesado en vos. Bastaba ver su expresión cuando te miraba. Apuesto que hoy mismo lo tendrás en la oficina.

-No me gusta hacer apuestas –dijo Sofía con un malestar que no comprendía. Rocío era una buena persona, pero sentía que se estaba inmiscuyendo en un terreno que era privado de ella. Ya no tenía ganas de comer la fruta. Se levantó y anunció con cierta brusquedad:- Méndez me espera para resolver un contrato. Nos vemos.

Salió a la calle ofuscada por sus sentimientos contradictorios. Por un lado, las palabras de Rocío se correspondían con sus secretos anhelos; por el otro, su típica desconfianza en las intenciones masculinas rechazaba la ilusión de un reencuentro. Esta corteza la protegía de los desengaños y la asustaban las expresiones de su amiga que amenazaban agrietarla. Aligerada por la comprensión, se dirigió a su despacho. La esperaba Adelina que le tendió un abultado sobre con las cobranzas del día.

-Dice el ingeniero que lo deposités mañana –dijo con sequedad.

-Todavía hay tiempo –respondió Sofía.- Es mejor llevarlo al banco.

-Lo necesita para hacer un pago a primera hora y dijo que lo guardés en tu caja. Si tenés alguna duda preguntale a él –expresó con fastidio.- Chau.

Sofía estuvo tentada de llamar a su jefe pero sabía que de hacerlo se ampliaría la brecha que la separaba de la secretaria. Y ya bastante tenía con el incidente del sábado por la noche. Metió el dinero en un cofre del cual sólo ella y Méndez tenían la llave y lo guardó en la caja de seguridad.

Germán Navarro no hizo acto de presencia esa tarde como su instinto negativo había supuesto. La desazón aumentaba cada vez que se abría la puerta del corredor. A las cinco de la tarde descolgó la cartera del perchero y se despidió de sus compañeros de trabajo. Bajó por las escaleras como era su costumbre y en la entrada se encontró con Carina y Rocío que salían del ascensor.

-¡Vení a tomar un café con nosotras! –invitó Carina.

-No puedo –mintió.- Me espera una amiga en el centro. Nos vemos mañana. –Y salió con rapidez hacia la parada de ómnibus.

El tiempo no había mejorado. Esperó casi media hora su colectivo rumiando su desilusión. Germán era como todos. Una noche atípica y la posibilidad de una aventura habían dictado sus palabras en el auto. Soy una ingenua. Por momentos le creí. Y me gustó. Parecía sincero y sus miradas y gestos eran… tan tiernos. Me hizo sentir protegida. ¿Desde cuándo el sentimiento de indefensión me conmueve? ¿Será porque viví luchando contra la adversidad y ahora quiero que alguien me defienda un poco?...

Sus pensamientos quedaron interrumpidos por la llegada del ómnibus. Venía repleto y se detuvo porque alguien bajaba por la puerta delantera. Un hombre que se había apeado para dejar descender al pasajero, le hizo un gesto para que subiera primero y luego se afirmó detrás de ella. Un ademán gentil que reavivó su reciente soliloquio. Se adelantó para marcar la tarjeta y obligó a su mente a transitar otros derroteros. Cuando bajó del transporte caía una espesa llovizna. Corrió la media cuadra hacia su casa notando que las luces de la calle se habían encendido ante la temprana oscuridad provocada por la tormenta. ¡Habían restituido la energía eléctrica! Mientras cenaba, encendió el televisor y escuchó que pronosticaban el fin de la lluvia. Revisó su correo antes de acostarse y ahuyentó cualquier especulación relacionado con Germán.

domingo, 5 de junio de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - IX

Germán estacionó el auto en la cochera y después de bajar cerró la portezuela de un golpe. Había repartido a los empleados de Méndez a sus domicilios y a Sofía en tercer lugar después de Pablo y Rocío. Fue la única vez que le dirigió la palabra y precisamente para hacerle ese pedido. Estaba contrariado consigo mismo porque estaba seguro de haber inquietado a la mujer con su intempestiva revelación. Antes de acceder a la sala, su hermano apareció en el estacionamiento.

-¡Ey! ¿A qué se debe tu enojo? –le preguntó por reconocer sus estados de ánimo.

-A que hace un rato dije cosas que debería haberme tragado.

-¿A tu damisela? No puedo creer que la hayas injuriado.

-Algunas veces las palabras dichas fuera de tiempo pueden sonar ofensivas. Así que tendré que empezar de cero.

-¡Vamos, hombre! –le dijo Mauro pasándole un brazo por los hombros.- No conozco a nadie más obstinado que vos. Si pudiste salir adelante con la carga de un hermano cuando aún eras un jovenzuelo, ¿qué no harás para conservar a esta jovencita?

Germán le dio un amistoso empujón y le revolvió el pelo. Era conciente del afecto de su hermano y este sentimiento compensaba cualquier sacrificio y renuncia del pasado. Pensó que sus palabras no provenían sólo de su apego sino del conocimiento de su carácter empecinado que nunca se daba por vencido. Había conocido a una mujer que lo sacudió de su inercia amorosa y renovó sus fantasías juveniles. No la iba a perder por un exabrupto. Animado por este pensamiento, entró al comedor perseguido por las preguntas de Mauro:

-¿Me vas a contar qué pasó? ¿Qué le dijiste para que se haya molestado?

-Que me gustaba y que la hubiera abrazado y besado. Después de esto, no me habló más – confesó riendo.

-A ver… A ver… No hay nada insultante en ese discurso. ¿Por qué habría de tomarlo a mal?

-Porque recién me conoce, tonto. Y pudo creer que era un intento de seducirla.

-¿Y eso no está en tus planes? –carcajeó su hermano.

-Al final, cabeza hueca –afirmó siguiéndole el juego.- Y ahora, basta de mis desventuras amorosas. ¿Por qué estás solo?

-Ingrid viajó a Salta por una promoción y vuelve el martes. Así que, viejo, ya que no podemos disfrutar de nuestras mujeres ni mirar una película, te propongo una partidita de ajedrez. A lo mejor tu enajenamiento me permite ganar –dijo con una sonrisa maliciosa.

Germán lanzó una risotada ante la insinuación de su hermano. Abrió una de las puertas del modular, sacó el juego y lo instaló sobre la mesa ratona. Con un gesto, lo invitó a la partida. Estuvieron jugando hasta las seis de la tarde, hora en que se presentaron en la sala Antonio, Luciana y otra mujer que dijo llamarse Asunta. Germán los invitó a merendar en la cocina adonde Luciana insistió en ayudarle. Él estaba admirado de la capacidad del grupo para reponerse de las penurias. Se sentó a la mesa con sus huéspedes y los acompañó con una taza de café solo. El jardinero le comunicó que se prepararían para trasladarse a la casa de unos parientes ahora que había dejado de llover.

-No hay apuro, Antonio, –le aclaró- pueden quedarse en la casa mientras lo necesiten.

-Gracias, señor Navarro. Ya hizo demasiado por nosotros. Pero Asunta, María y Dolores con sus hermanas tienen donde estar, y con mi Luciana y las chicas podemos acomodarnos en la casa de mi compadre hasta que baje el agua.

-Como quieras. Me avisarás si necesitan cualquier cosa.

Antonio asintió y terminaron de merendar en silencio. Las mujeres se levantaron primero. Poco después volvieron con el resto del grupo y prepararon un refrigerio a instancia del dueño de casa. Cuando todas hubieron dado cuenta de sus porciones, Luciana se ocupó de lavar la vajilla y se prepararon para salir. Germán hizo un primer viaje con las mujeres que no estaban emparentadas con el jardinero y después lo dejó, junto a su familia, en la casa del pariente.

La tarde caía con rapidez favorecida por umbrías nubes que opacaban la retirada del sol. La mayor parte del trayecto lo hizo a oscuras, sólo alumbrado por las luces altas del coche y los destellos de los relámpagos que presagiaban la continuidad del temporal. La imagen de Sofía lo acompañó con la melancolía de la expectativa malograda. La luz no iluminaba su barrio como a gran parte de la ciudad. Para evitar que se agotara la poca carga que quedaba en las baterías, le propuso a Mauro que fueran a cenar a una localidad cercana adonde sabía que el suministro eléctrico no faltaba. A las nueve de la noche estaban instalados en un comedor de la ruta a Roldán. Mientras esperaban la comida, paladearon un buen vino y charlaron:

-Sigamos con el tema de tu esquiva enamorada –propuso Mauro.

-Antes, hablame de cómo van las cosas con Ingrid. A vos te veo poco, pero a ella menos. ¿Sigue con el negocio de los perfumes?

-¡A todo vapor! Parece que su deliciosa naricita es la mejor aliada en esto de descubrir fragancias exclusivas –dijo Mauro riendo porque la personal nariz de Ingrid distaba mucho de ser pequeña.

Germán sonrió. Recordó la primera impresión que lo asaltó al conocer a su cuñada. En tan delicado rostro uno no podía asumir tan llamativa nariz aguileña. Pero después de hablar un rato con ella, su carisma desvanecía la importancia del apéndice nasal. Ingrid reconocía esta desproporción, pero Mauro, absolutamente enamorado de todos sus pedazos, la disuadió de someterse a una cirugía. Como el amor era mutuo, ella accedió con la condición de discutirlo más adelante. Llevaban cinco años de casados y el tema no se había actualizado.

-Por lo que veo, viaja más que vos. ¿Cómo lo tomás?

-Me escuece un poco, viejo, pero está tan ilusionada con su emprendimiento que me prometí no boicotearle el entusiasmo. De cualquier manera, hemos estado hablando de un bebé. Las finanzas dan para mantenerlo y para que Ingrid instale un local. Así que, hermano, me estoy esmerando en cada reencuentro.

Germán lanzó una risotada ante la confidencia de Mauro. Divertida, por el comedido informe de su relación sexual y de alegría, por saber de las aspiraciones paternales de Mauro. Su hermano lo observaba con expresión risueña.

-No te rías tanto que vas a ser el padrino y, como lo vamos a malcriar, te sacará canas verdes.

-No te perdonaría que el primero no sea mi ahijado, pero ¿por qué hablamos de él? Puede ser él o ella

-Es cierto, pero Ingrid y yo siempre nos referimos a un él.

-Te prometo que también seré padrino de ella. Sin querer contradecirlos, claro… - manifestó con una sonrisa.

-Volviendo a lo tuyo -insistió Mauro- ¿por qué no la llamás mañana por teléfono? Dejás pasar esta noche, dejás que se le afloje el enfado… y mañana la invitás a desayunar.

-Primero, no sé su número de teléfono. Segundo, mañana viajo a Buenos Aires

-¿Y a qué se debe ese viaje?

-Voy a una exposición internacional de materiales eléctricos. Allí me voy a encontrar con Donald Farris.

-¿El presidente de Elcover? – Profirió Mauro asombrado.

-Así es. Y si tiene buena memoria, es posible que viaje con él a Inglaterra.

-¡Uh! Estoy impresionado. ¿Cómo lo conociste?

-En una circunstancia que le hizo pensar que me debe un favor. También fue en Buenos Aires, hace unos ocho meses. Iba yo para Pilar a un asado en la casa del Chnago, cuando vi al costado de la ruta a un tipo que hacía señas desesperadas a cualquier vehículo que pasara. Nadie paraba y me dio lástima, porque era noche cerrada y hacía un frío de cagarse. Me detuve varios metros adelante porque no podía maniobrar a la velocidad que venían los coches, y mientras retrocedía el hombre corría hacia mí. Abrí la puerta del auto para que subiera…

-¡Vos siempre tan confiado! –Interrumpió Mauro.- Algún día te vas a llevar una sorpresa…

-Me la llevé. Pero fue una buena sorpresa. Apenas se sentó, intentó chapurrear unas palabras en castellano para explicar su situación. Yo le contesté en inglés y ¡vieras cómo se le iluminó la cara! No podía creer que aparte de socorrerlo supiera hablar su idioma. Le propuse llamar al auxilio mecánico y me ofrecí a esperar junto con él. Me contestó que lo haría a la mañana, porque iba a una reunión muy importante. Supe que su auto había colapsado y con él todos los sistemas de comunicación. Terminó por ofrecerme mil dólares si lo llevaba al Sheraton de Buenos Aires.

-¡Qué momento, hermano! –dijo Mauro.- Un asado en la quinta del Chango o mil dólares. ¿Qué elegiste? ¡No! ¡Esperá, esperá! –lo atajó riendo.- Conociéndote, lo llevaste gratis.

-Me revientan tus aires de sabihondo. –Declaró Germán con una mueca.- Lo llevé gratis, sí, como lo hubieras hecho vos. Durante el trayecto se interesó por mis actividades, mi posición económica y mi vida familiar. Sabés que no me agrada hablar de mis cosas con un extraño, de modo que le contesté con cortesía pero sin decirle demasiado. Cuando llegamos al hotel, sacó una tarjeta y me dijo que, dadas mis actividades, esperaba encontrarme en la Expo de electricidad. Y agregó que sería un placer responder a mi gesto haciéndome conocer las instalaciones de su empresa.

-¡Habrás quedado en shock!

-No hasta llegar a Pilar adonde leí la tarjeta. De cualquier manera, no sé si después de tanto tiempo se acordará. Por las dudas, llevo mi pasaporte.

-¡Vos sos un tipo inolvidable! –dijo Mauro con ardor.- Supongo que no tendrás problemas para conseguir pasaje.

-Olvidate de eso, chiquilín. Viaja en jet propio –le aclaró con un gesto de suficiencia.

-Yo te voy a bajar de las nubes, grandullón. Si esa posibilidad se concreta, decime qué vas a hacer con tu amada. ¿O acaso creés que se va a bancar una semana de ausencia? Por no decir dos, o tres…

-En ese caso, vas a quedar encargado de averiguar su teléfono y pasármelo.

-¿Hacer de Celestina? ¡Ni loco! Te debo lo que soy, pero esto es demasiado.

Las bromas quedaron interrumpidas por la llegada de la cena. A medianoche pegaron la vuelta y Germán se desveló ante la expectativa del viaje y el recuerdo agridulce de sus reveladas emociones.