martes, 28 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXIV


Anne atendió el teléfono inalámbrico y se acercó a la mesa de desayuno adonde estaban instalados Bob e Ivana. Si por la charla no lo hubieran adivinado, la identidad de su interlocutor quedó develada al pasar el aparato a la muchacha:
—Es Gael, Ivi —le aclaró.
Ella lo tomó mientras su corazón daba un vuelco. El matrimonio, discretamente, se retiró de la cocina.
—Hola —murmuró la joven.
—Ivi… —pronunció él recreando su nombre—, ni siquiera te pregunto si me extrañaste porque yo lo hice por los dos.
—Un poquito —bromeó ella—. Además, mañana nos vamos a ver.
—Dentro de un rato, porque ya salgo para Marylebone. Si estás de acuerdo, quisiera que viajáramos esta tarde para Dublín. ¿Tendrás tiempo para preparar un bolso con lo necesario para tres o cuatro días?
Ivana trepidó ante la urgencia que trascendía el pedido varonil que la descentraba del territorio de lo imaginario y la proyectaba a la realidad. Ocultando su inquietud, respondió al reclamo del médico:
—Estaré lista. ¿A qué hora saldremos?
Creyó escuchar un suspiro de alivio antes de que le llegase la contestación:
—A las cinco hay un vuelo. Ya mismo lo reservo. ¿Almorzarás conmigo?
—Bueno… —entonó—. Si no, tendría que hacerlo sola porque tus padres no vuelven al mediodía.
La risa profunda de Gael le produjo un hormigueo. Siempre le había atraído la resonancia de ese sonido que lo caracterizaba. Podría identificarlo con los ojos cerrados tanto por su voz como por su risa.
—No esperaba menos de vos —le dijo al cabo—. Por lo tanto, me considero un tipo afortunado por tener padres que trabajan. Bien, preciosa. Compro los pasajes y parto. En una hora nos vemos.
—De acuerdo —convino, y colgó para subir rápidamente a su habitación.
Buscó un bolso mediano y lo acondicionó dejando los cosméticos en una caja para cargarlos al final. Antes de que llegara su amigo despidió al matrimonio en el pórtico y allí permaneció para esperarlo. Pensó que si no fueran las seis de la mañana en Rosario, llamaría a su mamá. ¿Qué le voy a decir? ¿Mamita defendeme de esta sensación de inseguridad que me oprime? ¿Explicame por qué la perspectiva de tener sexo con Gael me atrae y me atemoriza al mismo tiempo? Desde que se fue intenté olvidar la promesa que hice de acompañarlo a Irlanda, pero el día llegó y me siento acorralada. ¿Cómo decírselo sin que piense que soy una trastornada? Algo cambió porque antes no me hubiera interesado su opinión, cuando éramos amigos... ¡Pero todavía lo somos! No pasó nada entre nosotros que modifique esa relación. Si pasó. Su confesión de amor. ¿Y qué? Nada me obliga a responderle si no quiero. ¡Ay, Gael! ¿Por qué las cosas estables de la vida cambian? Tu amistad, los sentimientos de papá… Soy una boluda. La vida es cambio. ¿Qué sentiría si te enamoraras de otra? Me moriría de pena. Sí. Es inútil que lo niegue. ¡No quiero otra mujer en tu vida que no sea yo! El problema es, querido amigo, que todavía no me da la estatura para convertirme en tu amante…
El culpable de su agitación detuvo el auto y lo estacionó delante del portón automático. Ivana, con el pulso acelerado por sus pensamientos recientes, lo vio bajar y dirigirse hacia ella. Traía una mano oculta tras la cintura y una leve sonrisa curvaba su boca. Lo esperó con una actitud de abandono que desterraba cualquier expresión de festejo en su rostro. Él la observó mientras se acercaba y reconoció en el gesto de la muchacha el preludio de una fuga. Era la Ivi que lo evadió después del episodio de rescate, la que se alejó de las confidencias que los ligaban más allá de la diferencia de género. La experiencia en el campo de la neurología y su interés práctico en la sicología le indicaron que aún tenía barreras que derribar para lograr el consentimiento de la mujer. Cuando llegó hasta ella le tendió la rosa que escondía a sus espaldas. No intentó ningún otro acercamiento más que la mirada suspendida en sus facciones. Ivana recibió la flor escarlata mientras el sonrojo arrebataba sus mejillas.
—Gracias… —balbuceó oliendo la perfumada ofrenda.
—¿Querés esperarme mientras paso por el baño? Después podemos ir caminando hasta Regent’s Park y almorzar allí.
—Está bien —aceptó ella.
Gael entró a la casa combatiendo su deseo de arrebatarla en los brazos y rendirla a fuerza de besos y caricias. Había quedado detenido en la escena de la despedida e ilusionado con la bienvenida que codiciaba; pero la distancia, que obraba sobre él como un afrodisíaco, había debilitado la convicción de la muchacha. El punto de inflexión se había producido el día en que le manifestó sus sentimientos. La urgencia lo había desbordado y sumió a Ivi en una suerte de contradicción que aún no había resuelto. Él había ostentado su condición de macho conquistador desplazando sin prudencia al hombre amistoso en quien ella siempre había confiado y el resultado de esa precipitación era la inseguridad que exhibía la joven. Iré con cautela, Ivi. No voy a perderte por irreflexivo porque mi vida dejaría de tener sentido. Te voy a seducir con la misma intensidad con que te voy a hacer el amor y vas a buscar mis brazos sin que te reclame.
Ivana acomodó la rosa en un florero con agua y volvió al pórtico aguardando al médico. Su actitud la había tranquilizado al mismo tiempo que la desconcertaba. Esperaba estar en guardia y él se había mostrado juicioso y atento.
—¿Lista? —el tono entrañable la apartó de su disquisición.
—Ajá —asintió.
Gael abrió la reja y caminaron hacia el parque en cordial silencio. Ivi disfrutaba de la caminata bajo el cálido sol de una atípica mañana inglesa. Percibía con intensidad la presencia de su acompañante realzada por el vacío de palabras. Recién cuando ingresaron en el Regent le habló:
—¿Paseamos un rato o preferís sentarte en algún bar?
—Caminemos. El tiempo está espléndido.
Circularon entre la verde fronda cerca de dos horas charlando amigablemente mientras los recelos de Ivana se iban disolviendo. Alredor del mediodía Gael le propuso buscar un sitio para almorzar. La guió hasta un atractivo restaurante de los alrededores y mientras esperaban la comida Ivi se interesó en saber cómo había conocido a los O’Ryan.
—Te voy a dar mi versión porque ellos siempre exageran la circunstancia —accedió el hombre—. Estaba por embarcar en el aeropuerto de Heathrow hacia York, cuando escuché la voz alterada de una mujer pidiendo un médico. La vi arrodillada junto a un hombre tendido en el piso mientras lo sacudía intentando que reaccionara. Me acerqué y tras revisarlo concluí que sufría un infarto. Le practiqué una secuencia de reanimación cardiopulmonar aguardando el auxilio y entretanto mi vuelo partió. Así que cuando llegó la ambulancia y la mujer me rogó que acompañara a su marido hasta el hospital, no tuve inconveniente. Estuve con ella hasta que informaron que el hombre estaba fuera de peligro y durante la espera no cesó de agradecer mi participación. Nos despedimos después de haberle dejado mis datos ante su insistencia. En breve aparecieron por casa. Yo estaba en la clínica, de modo que aturdieron a mis padres con mi hazaña. Se quedaron a cenar y nos comprometieron a visitarlos ese fin de semana. Viven en Kilcock, en los suburbios de Dublín, en una antigua casa de diez habitaciones rodeada de una espesa vegetación. No tienen hijos pero sí una colección de perros abandonados a los que ellos dan asilo. Son dos personas encantadoras que, como te dije, te van a gustar —concluyó.
—¡Ya me gustan! —exclamó Ivi—. Porque son agradecidos y aman a los animales.
Gael rió de la candorosa declaración de la muchacha y provocó la risa de ella. La miró embelesado en su abandono risueño hasta que el sonido cristalino se fue transformando en una tenue sonrisa.
—¿Nos alojarán en su casa?
—No me perdonarían que reserve un hotel. Nos estarán esperando en el aeropuerto a pesar de que les avisé sobre la marcha. Espero que no nos acaparen tanto que no pueda hacerte conocer al menos dos maravillas de Irlanda.
—¿Cuáles? —preguntó Ivana con ansiedad.
—El parque de Killarney y los acantilados de Moher.
La aparición del camarero con la comida interrumpió la charla. A las dos de la tarde se levantaron para volver a la casa.
—Tendremos que salir de inmediato, Ivi. Hay que presentarse en el aeropuerto dos horas antes –explicó Gael.
—Por mí está bien y ya tengo el bolso listo.
Anne, para su sorpresa, los estaba esperando.
—No pensarían que los iba a dejar partir sin despedirlos —argumentó con una sonrisa.
—Entonces, mamá, nos ahorrarás el taxi —dijo Gael abrazándola.
Salieron alrededor de las tres de la tarde. Después de registrarse se quedaron con Anne hasta último momento. Cuando Gael fue a despachar el equipaje Anne abrazó a Ivi.
—Espero que mi hijo colme todas tus expectativas —expresó emocionada.
La joven la besó y le confesó:
—Y yo, estar a su altura.
La risa diáfana de Anne dio por sentadas ambas esperanzas.

miércoles, 22 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXIII


Madrugó para despedir a los varones. Gael se incorporó del taburete junto a la barra no bien la vio entrar. Jordi, masticando su tostada, fue testigo de la metamorfosis amorosa de su hermana. Gael miraba fascinado a la mujer que soñaba cada día y que ahora se materializaba inesperadamente. Se acercó a ella con lentitud y el mensaje que leyó en sus ojos lo autorizó a tomarla entre sus brazos.
—¡Oh, Ivi! A pesar de que me moría por verte no hubiera sido capaz de pedirte este sacrificio… —dijo en voz baja.
—Quería saludarlos antes de que se fueran. Cuatro días son muchos —murmuró ella perdida en su mirada.
—Nos resarciremos cuando vuelva —prometió él antes de besarla.
Ivana se entregó a la caricia hasta que el hombre, en un instante de lucidez, recordó que no estaban solos. Deslizó sus labios hasta la suave mejilla y sostuvo a la joven contra su pecho hasta recuperar el dominio. Ella volvió a la realidad cuando divisó a su sonriente hermano que los observaba sin disimulo. Se separó de Gael y se dirigió a la barra:
—Tendrías que ser más discreto y mirar para otro lado —le dijo mientras lo abrazaba.
—No me hubiera perdido esto por nada del mundo —alegó dándole un beso—. Hace tiempo que lo espero.
Ella sonrió al tiempo que aceptaba la taza de café que le ofrecía Gael. Los tres terminaban de desayunar cuando Anne y Bob entraron a la cocina.
—¡Qué familia madrugadora! —tronó el hombre—. ¡Así da gusto empezar una jornada!
Ivana preparó los pocillos para ambos. Mientras el matrimonio desayunaba, Gael y Jordi se levantaron para irse. En la cochera, el médico enlazó a Ivi por la cintura:
—Quiero vivir amándote y besándote—murmuró apoyando su frente contra la de ella.
—Repetimelo el jueves —musitó Ivi sobre su boca—. Y no me beses hasta que estemos en Irlanda — solicitó interponiendo el índice entre sus labios.
La risa grave de Gael arrulló su oído al tiempo que le oprimía la cabeza contra su cuello.
—¿Eso quiere decir que querés estar a solas conmigo? —demandó esperanzado.
—Eso significa que convertiste mi vida en un caos que necesito descifrar.
Él la separó de su cuerpo y la sofocó con una mirada colmada de promesas.
—No te vas a arrepentir, muchachita —garantizó con gravedad y, obviando el pedido femenino, la besó suavemente antes de subirse al auto.
Ivana los saludó hasta que se cerró el portón automático. Volvió a la cocina y se enfrentó a la mirada afectuosa y discreta de sus anfitriones. Robert le tendió ambas manos:
—¿Voy a tener la dicha de llamarte hija?
Ella sintió que le ardían las mejillas y disimuló su azoramiento con una risa:
—Gael es muy persuasivo —dijo—. Así que me ha convencido de que estoy enamorada de él.
La mujer emitió una exclamación de alegría y la abrazó.
—¡Ivi! ¡Estoy tan feliz de que compartas los sentimientos de mi muchacho que podría llorar! —dijo conmovida.
Mientras los acompañaba con otra taza de café, los puso al tanto de su viaje a Irlanda.
—Gael me invitó a visitar a unos amigos en Dublín.
—¡Ah…! Debe ser a Colin y Bree —exclamó Anne—. Te van a agobiar con sus atenciones. ¿Cuándo irán?
—El viernes. Me ilusionaba conocer Irlanda, pero no quería decirle nada a Gael por no ponerlo en gastos.
—Querida, Gael bailaría en la cuerda floja por ti —dijo Bob—, de modo que llevarte de paseo va a ser un premio para él —se levantó y saludó a las mujeres con un beso—. Es hora de que me vaya a trabajar. Las veo a la tarde.
Con el reintegro de Anne a su negocio, Ivi se dedicó a recorrer el centro de Londres y sus alrededores en metro y autobús. Por la tarde se encontraba en la casa con el matrimonio y charlaban entre mates. A diario hablaba con su madre y Jordi. Lena afianzaba su relación con Alec y los días de concentración habían multiplicado los progresos de su hermano. Tanto ella como Gael asumieron tácitamente posponer todo contacto hasta el momento del reencuentro. El jueves a la mañana el médico abordó a Brian Sanders, jefe de la unidad de investigación y amigo personal:
—Te dejo. Para los estudios posteriores, puedes prescindir de mi presencia.
—Supongo que no podré disuadirte —dijo con sorna—. Además, Jordi ya me anticipó la dispersión de tu patrón mental. De modo que poco concentrado, da lo mismo que estés o no —lo miró con una sonrisa—. Se trata de tu chica, ¿eh?
—No pienso más que en ella, Brian. Cada día que pasa temo que se arrepienta de acompañarme a Dublín o que la ausencia desvanezca la incipiente atracción que me demostró al partir…
Su amigo lo miro compasivamente. Le puso un brazo sobre los hombros y lo llevó hacia la puerta:
—Vete ahora. No soporto verte en un estado tan lamentable por culpa de una mujercita que no valora el interés de un tipo como tú. Un consejo: ¡no seas pusilánime y arremete de una vez! A las mujeres les gustan los hombres decididos aunque sean tan obstinadas como tu damita.
—Me voy a despedir de Jordi —dijo Gael animado—. Y conste que tomaré tu consejo. Si estás en lo cierto, el lunes conocerás a mi futura mujer.
—¡No veo la hora, amigo! Para que te lleve de las narices debe ser fascinante.
—Lo es, lo es… —repitió yéndose.
Encontró a Jordi en la sala de investigación completando una serie de pruebas con la asistencia de Maude. Se interrumpieron al verlo llegar.
—Ya me voy, Jordi —le anunció al muchachito—. Quedas en manos expertas. Nos veremos el domingo o el lunes. ¿Algo para transmitirle a Ivi?
—Un súper beso —rió el chico—. Seguro que no te vas a olvidar.
—Descarado —amonestó con una sonrisa—. Ya tendré oportunidad de resarcirme. —Se acercó a Maude y le dio un beso en la mejilla—. Mantenlo ocupado, jovencita, que su patrón iconográfico se ha enriquecido con tu participación.
—Descuide, doctor —aseguró la joven con fervor.
Hacía dos años que conocía a Gael. Desde que se integró al personal de la clínica y colaboró en la confección de su protocolo personal la subyugó con su trato afectuoso y su varonil presencia. Maude, a diferencia de Jordi que visualizaba imágenes, recibía y decodificaba sensaciones. Las del joven doctor sólo se inscribían en el terreno de la amistad, pero hasta su encuentro con Jordi alentaba la ilusión de que él no tuviera ninguna inclinación amorosa. En su interacción con el muchacho conoció el sentimiento que éste guardaba por su hermana y la abnegación con que lo había sostenido para vivir. Le confió, también, su esperanza de que Ivi pudiera enamorarse de Gael. A Maude le bastó preguntarle al médico por su amiga Ivana para comprender el alcance de la pasión del hombre y resignar su aspiración romántica. Rememoró ese día que marcó un cambio en su relación con Jordi.
—Puedo ayudarte si me dejas —le ofreció al visualizar las imágenes que atormentaban su ánimo.
—¿Me lo borrarás de la mente? —sonrió.
—¿Es lo que deseas? —preguntó el adolescente con intencionalidad.
—No. Lo único que deseo es percibirlo nada más que como amigo —le hizo un gesto de consentimiento—. Adelante.
Jordi se aproximó y, al tiempo que buscaba su mirada, le apoyó los dedos de la mano sobre la frente. Maude percibió dos impresiones: un sereno bienestar al evocar a Gael y la oleada de afecto emitida por su bienhechor. Miró sorprendida al jovencito que la observaba con una expresión de inquietud.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Como nueva, gracias —contestó la chica—. Es maravilloso tu talento, Jordi. ¡Podrías ayudar a tantas mentes perturbadas…!
—Me gustaría —dijo él con seriedad—. Por ahora estoy feliz de haberte aliviado.
Esta experiencia fue incorporada al estándar del muchacho substituyendo, de mutuo acuerdo, al sujeto catalizador.
Maude, una vez que Gael abandonó la sala, se volvió hacia Jordi:
—Quisiera conocer a tu hermana —le confesó—. Debe reunir muchas cualidades para que tenga tan alterado al doctor.
El joven rió complacido.
—Es linda, inteligente y con un corazón tan grande como su rebeldía —definió Jordi—. Estoy seguro de que Gael terminará por conquistarla.
—Que así sea —proclamó Maude—. Ahora, volvamos a nuestro trabajo que tengo órdenes precisas que cumplir.

jueves, 16 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXII




Ivana abrió los ojos a la mañana del domingo y una sonrisa distendió su boca al conectarse con su nueva realidad. Se desperezó con languidez y miró la hora en el reloj apoyado sobre la mesa de luz. Eran las ocho de la mañana y el resplandor que se filtraba por la persiana vaticinaba un cielo despejado. Menuda sorpresa te vas a llevar, mamá. Vas a ser la primera en enterarte que me liberé de la confusión. ¡Ni siquiera Gael!
Sin perder el humor, se bañó y se cambió dedicando especial atención a su aspecto ahora que deseaba seducir a su amigo. Bajó a las nueve cuando todos estaban desayunando en la cocina.
—¡Buenos días a todos! —dijo con entusiasmo.
El saludo general llegó en medio de sonrisas.
—¿Te repusiste? —preguntó Gael alcanzándole una taza de café.
—Completamente —sonrió—. Supongo que les habrás contado mi malograda carrera.
—No sin tu autorización —dijo con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasó, Ivi? ¡Contá! —pidió Jordi.
Ella enfrentó las pupilas masculinas y relató con gracia:
—Le jugué una apuesta a Gael esperando llegar más rápido a la cima del observatorio y en la parte más empinada de la cuesta me quedé acalambrada y sin aire. Así que me tuvo que cargar hasta arriba porque yo quedé invalidada —aclaró con una mueca festiva
—Creí que no te ibas a animar a confesarlo —ponderó él.
—Antes de que conviertas mi bochorno en una hazaña… —moduló intencionada.
—Jamás, puesto que yo cargué con la mejor parte —declaró cautivado.
El auditorio asistía regocijado al intercambio de los jóvenes cuya relación parecía haberse profundizado. Bob anhelaba que Gael pudiera concretar la pasión que sostenía desde su más tierna edad; Anne esperaba que el amor de su hijo persuadiera a la hermosa muchacha y Jordi, que su adorada hermana se albergara en los brazos del mejor hombre que conocía. Sabía que el momento estaba próximo.
—Hoy les propongo un viaje a Castle Combe y Lacock —dijo Gael volviendo a la realidad que incluía -además de Ivi- a sus padres y a Jordi.
—¡Les va a encantar! —adhirió Anne—. Son dos pueblos que conservan su estructura medieval.
—Buena idea —declaró Robert—. Están a pocos kilómetros y el día es propicio para viajar.
—Si no demoramos en salir, podemos incluir una visita a Stonehenge y el Círculo de piedras de Avebury —precisó su hijo buscando la aprobación de la muchacha.
—¡Ay, Gael, sería fantástico! —dijo ella con entusiasmo.
Salieron a las diez y al mediodía estaban caminando por la calle principal de Lacock, su primera parada. La pequeña villa los trasladó a la época victoriana. Las casas de piedra con su techado de tejas, las ventanas con sus múltiples paneles vidriados, la serenidad del lugar sólo interrumpida por los ocasionales coches de los habitantes del lugar que volvían a situarlos en el siglo XXI. Visitaron los lugares más notables y pararon a comer en el pub más antiguo de la aldea. La siguiente pausa los asentó en Castle Combe, considerado como el pueblo más bonito de Inglaterra. Veredas angostas, casas de gruesos muros de piedra cubiertos de hiedra y enredaderas floridas, pocas cuadras y pocos habitantes; el lugar irradiaba un encanto especial que despertaba el deseo de afincarse en la bucólica atmósfera. Bob y Gael, convertidos en expertos guías, enriquecieron el paseo relatando la historia de los lugares. Para ahorrar el tiempo de la merienda, se aprovisionaron de panecillos dulces y salados que algunos vecinos disponían sobre mesas en la puerta de sus casas, depositando el dinero en la ranura habilitada para el correo. El camino a Stonehenge bordeando la verde campiña inglesa mantuvo a Ivi y a Jordi fascinados por un paisaje que no se cansaban de contemplar. Gael estacionó el auto cerca de la boletería y la tienda de recuerdos y poco después admiraban la colosal estructura del enigmático monumento de piedra. Salvo contratando una excursión privada, el acercamiento a las ruinas era muy limitado, pero Ivana se sintió transportada a una era remota donde los misterios y sacrificios formaban parte de la vida misma. Gael se deleitó mirando la carita subyugada de la joven a medida que le narraba las diversas conjeturas sobre el oscuro santuario. A media tarde concluyeron en Avebury cuyos círculos megalíticos se remontaban a cinco mil años de antigüedad. Estas piedras estaban rodeadas por un foso profundo pero, a diferencia de Stonehenge, se podía circular entre ellas. Ivana y Gael se apartaron inadvertidamente del resto del grupo y deambularon entre el complejo neolítico.
—Se me vuela la cabeza, Gael. Quiero imaginarme estos lugares cómo eran en su origen y el significado que tenían para aquellos que caminaron a su alrededor hace miles de años —dijo ella conmovida.
—Según un anticuario del siglo XVIII la estructura representaba un símbolo de la alquimia —explicó el hombre—. Pero todos son supuestos.
—Lo que sé es que ningún monumento de nuestra era perdurará miles de años —observó Ivi con nostalgia—. ¿Te hubiera gustado vivir en esa época?
—No —afirmó Gael—. Porque no estarías vos.
Ella sonrió halagada y se reclinó contra una piedra. Las palabras de su amigo ya no le inspiraban recelo porque se correspondían con sus descifrados sentimientos. Él, a la distancia de sus brazos, apoyó las manos a cada lado del rostro de Ivi y la sumergió en una mirada intensa y apasionada. Ella se abandonó a sus pupilas con el aire confiado de quien se sabe querida, provocando en Gael un violento deseo de besarla. Ivana cerró los ojos cuando se mezclaron sus alientos para recibir la suave caricia que se transformó en un beso inimaginable. Deslumbrados y temblorosos, se separaron para recuperar el aliento.
—Ivi… —murmuró roncamente el hombre atrayéndola hacia su cuerpo que desvariaba por el contacto femenino.
—¡Qué se besen, qué se besen…!
Las vocecillas agudas y el palmoteo interrumpieron el abrazo. Ambos miraron risueños a los cuatro chiquillos que, sentados en el suelo, se habían transformado en interesados espectadores.
—Estos enanos no deben tener más de cuatro años… —rezongó Gael— y ya saben como estorbar.
Ivana, riendo, se acuclilló frente al grupito formado por tres niñas y un varoncito.
—¿Están solos ustedes? —preguntó a la más grandecita.
—¡No! Papá y mamá están sacando fotos a las piedras y yo tengo que vigilar que los demás no se acerquen a la zanja —dijo con petulancia.
—¿Y nadie les ha dicho que espiar a los mayores es falta de educación? —moduló lentamente Gael agachándose junto a Ivi.
—¡Nosotros no estábamos espiando! —se defendió la nena—. Cualquiera los puede ver aquí.
—Tiene razón, Gael —dijo Ivana juiciosa—. Estamos en un lugar público.
—Pero un beso no es nada malo si son novios —alegó la niña ante sus atentos hermanitos—. Porque son novios, ¿verdad?
Gael enlazó a Ivi con un brazo y con la otra mano giró suavemente su cara hacia él mientras le preguntaba:
—Somos novios, ¿verdad?
Ella reclinó la cabeza sobre su hombro y le dijo en voz baja:
—Querés que lo confiese ante testigos…
Él la miró desbordado de amor y satisfizo a la curiosa platea besándola suavemente. Después se incorporó izando a la muchacha por la cintura y les dedicó una reverencia que Ivi imitó en medio de risas. Se fueron festejados por los gritos y aplausos de los chicos. La joven, inquieta por la seguridad de los pequeños, se detuvo después de un trecho.
—Gael, ¿no sería mejor llevarlos con los padres?
Al tiempo que ambos se volvían hacia el corrillo, vieron acercarse a una pareja que indudablemente eran los progenitores.
—¿Tranquila, ahora? —dijo el médico arrimándola contra él.
—Sí… Es que son tan chiquitos para dejarlos solos…
—Que madrecita cuidadosa tendrán nuestros hijos… —murmuró besándola.
Ivana se sofocó al imaginarse embarazada de Gael. Se separó sin violencia y reanudó la marcha. Él, como si comprendiera su turbación, la siguió en silencio hasta divisar a Jordi y al matrimonio Connor. Decidieron caminar hasta la aldea y recorrieron el museo y la mansión. Cenaron en el pub más tradicional antes de emprender el regreso. Esa noche, cuando eran los últimos en retirarse a descansar, Gael le propuso a Ivana un viaje:
—Hasta el jueves nos quedaremos en el Instituto con Jordi para no suspender el desarrollo de un estudio. A partir del viernes estoy al margen de las pruebas así que pensé en visitar a unos amigos en Dublín. Quiero que vayamos juntos —dijo con una mezcla de demanda y ruego.
—¿A Dublín, en Irlanda? —repitió Ivi.
—Sí —asintió Gael—. Te va a gustar, Ivana. Y los O'Ryan estarán encantados de conocerte.
—¿Te dijo algo Jordi? —preguntó con suspicacia.
—¿Jordi? ¿Qué habría de decirme? —respondió extrañado.
—Que yo deseaba conocer Irlanda. Le prohibí que te contara —dijo mohína.
Él la abrazó y le susurró al oído:
—Entonces es una coincidencia extraordinaria, querida. Porque vengo postergando este viaje desde el año pasado.
Ivi suspiró sobre el pecho de Gael y se estremeció al escuchar el latido de su corazón. Presintió que la definición de su destino de amantes se concretaría en Irlanda y el entendimiento le produjo un acceso de pánico. El hombre la sintió tensarse entre sus brazos y aflojó la presión.
—¿Estás bien? —preguntó solícito.
—Estoy cansada —musitó débilmente—. Quiero ir a dormir.
Él la miró como si comprendiera sus temores y la besó en la frente con ternura.
—Bueno, mi niña bonita, que pases buenas noches —y se dirigió a su dormitorio.
Ivana entró al cuarto y cerró la puerta tras ella. Estaba anonadada por su reacción, como si fuera a tener el primer contacto con un hombre.
¿Qué me pasa? Estoy asustada. No me puedo despojar de la imagen de Gael como la del amigo a quien no me importaba confiar mis devaneos amorosos. Tengo miedo de que me defraude como amante a pesar de que deseo que llegue el momento. O que yo lo defraude a él después de tanto esperar. ¿Lo quiero o me convenció con su insistencia? Los dos a solas, desnudos… ¿será tierno o salvaje? ¿Le importará lo que yo sienta? ¿Podré despojarme de mis prejuicios y permitirme sentir y expresarlo? ¿Me tendrá paciencia? ¡Oh, Dios! Parezco una adolescente ante su primera experiencia y no lo soy. ¿Qué estoy ocultando? Que quiero conocer cómo hacés el amor, Gael. Que me dio un escalofrío cuando te vi en la cama de Diego y que me morí de celos la noche en que tenías otra mujer en tu lecho. Que si no me hubieras confesado tu amor, seguro que yo terminaría persiguiéndote. Entonces ¿de qué tengo miedo? De que no sea perfecto.
Ivana se aflojó después de sincerarse. Miró el reloj y anheló escuchar la voz de su madre.
—¡Mamá! ¿Cómo están todos?
—Por aquí muy bien, tesoro. ¿Y ustedes?
—Bien, mami. Hace varios días que no hablamos. ¿Hay alguna novedad?
—A ver… Diego ya se instaló con Yamila y parece que Jotacé está interesado por algo más que la arquitectura —rió.
—¡Ah…! No me digas que el señor pretencioso encontró un alma que lo conmueva.
—Creo que sí, pero aún no lo ha confesado. Y por casa, ¿cómo andamos?
—Eso te lo pregunto yo. ¿Volviste a salir con Alec?
—En este momento lo espero para cenar. Insisto, ¿cómo anda tu embrollo?
—A caballo entre mi adolescencia y mi adultez. Estoy enamorada de Gael, pero me aterra que la relación no funcione… —suspiró.
—Ivi, si admitís que lo querés, ¿qué cosa no puede funcionar con este hombre que te ama? Aunque el resultado te decepcione, nunca lo sabrás si no corrés el riesgo. Y estoy segura de que no te defraudará… —sentenció Lena.
—No se trata de él, mami. Me ha idealizado tanto tiempo que temo desilusionarlo.
—Mirá, Ivana, te voy a hablar sin eufemismos. Acostate con él sin otra razón que la de gozar. Después podrás evaluar el resultado. Querida mía, —dulcificó la voz—aunque te lo propongas no vas a desilusionar a ese muchacho. Dale una oportunidad… ¿Vale?
—Vale, mamacita. No todos los días una madre arroja a su hija a la cama de un hombre —chacoteó.
—Bueno. Insolente como siempre —dijo Lena aliviada—. ¿Escuchaste el timbre? Debe ser Alec. La próxima vez que hablemos me vas a confesar que te di el mejor consejo de tu vida. Te quiero con toda el alma, hijita.
—Y yo a vos. Andá a atender, no sea que se te vaya —exhortó riendo.
—No creo. Es un Gael cualquiera —declaró su madre—. Sé feliz, Ivi —y cortó la comunicación.
Ivana se acostó con una sonrisa pensando en el mandato materno.

jueves, 9 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXI




El hombre, que había experimentado más de una escalada, la siguió a buen paso pero sin extremar la velocidad. A medida que ascendían la senda se estrechaba y se elevaba ofreciendo en varios puntos bancos para tomar un respiro. Se fue acercando cuando faltaban los últimos doscientos metros porque la testaruda mujercita, como él suponía, desdeñó los puntos de descanso que le brindaba el camino. Cuando la vio desfallecer, inclinada hacia delante para aliviar sus músculos acalambrados, la cargó entre sus brazos y se impulsó hasta la cima. Ivana, luchando por recuperar el aliento, ni siquiera tuvo ánimo para oponerse. La depositó en un banco próximo a la entrada del observatorio y se sentó junto a ella.
—Vos sabías… —reprochó ella con un hilo de voz.
—Te advertí —dijo él—. Pero los consejos no entran en tu cabezota. ¿Estás bien?
—Cuando se me pase el dolor en la cintura te digo.
—¿Querés que te haga un masaje? —ofreció él con gentileza.
—¡No…!
Gael sonrió y se dedicó a revivir las sensaciones de tenerla acaparada sobre su cuerpo. Claro que él no la quería extenuada por la fatiga sino de amor. Este pensamiento lo envolvió en una ola de sensualidad de la cual emergió al llamado de su amada:
—Ya estoy en condiciones de seguir —declaró poniéndose de pie.
—Vamos, entonces.
Visitaron el observatorio, recorrieron el museo, se sacaron una foto conjunta con los pies apoyados sobre cada lado del meridiano y abordaron el último barco para volver a la ciudad. Instalados en butacas adyacentes, Ivana le confió la relación que su madre había iniciado con Wilson:
—¿Pensás que Alec es una persona confiable? —le preguntó.
—Totalmente —afirmó—. Lo conozco desde que era niño y si se involucró con ella es porque no duda de sus sentimientos. Creí que nunca iba a superar la pérdida de su mujer y me alegro tanto por él como por Lena. No podría encontrar mejor compañero.
—Parece que ya das por hecho el vínculo.
—Es que, chiquita, no todos los hombres son tan pacientes como yo —dijo comiéndosela con los ojos.
Ivana apartó los suyos y, hasta que atracaron, se mantuvo en un silencio que su pretendiente acató.
—Vamos a cenar antes de volver —fue lo primero que dijo él cuando desembarcaron.
La guió hasta un restaurante a orillas del Támesis adonde se instalaron en una galería cubierta con vista al río. Mientras esperaban la comida, Gael se dedicó a observar a su linda acompañante. Ivi, turbada, lo hostigó:
—¿Qué mirás tanto?
—Me encanta mirarte… —dijo arrastrando las palabras—. Me encanta que estés conmigo y me encanta tu tozudez que me permitió tenerte entre mis brazos.
—Dijiste que no me ibas a perseguir —le recriminó.
—Vos me preguntaste.
—Hablemos de otra cosa —alegó ella esquiva.
—¿De qué te parece que podamos hablar? —indagó su amigo con placidez.
Ivana examinó cuidadosamente los posibles motivos de charla y encontró que, tanto ella como él, se conocían lo suficiente para no poder recrearse el uno para el otro. Ese aspecto del intercambio estaba reservado para extraños.
—Qué sé yo… —expresó al fin—. De cualquier cosa que no nos involucre. No hay nada que ignores de mí como yo de vos.
—No estoy de acuerdo —declaró él—. Todavía me estoy preguntando a qué se debió tu reacción la noche en que viniste con Lena a mi departamento.
—¡Estaba alterada por el encuentro con papá! —dijo indignada.
—Entiendo. ¿Pero por qué hiciste extensiva tu bronca hacia mí?
La muchacha frunció los labios y se dijo que no tenía por qué contestarle. ¿Sería el momento de sincerarse? Lo que temía era el modo en que él tomaría su franqueza. Decidió desnudar sus sentimientos para esclarecerlos.
—Me sentí tan engañada como mamá —reconoció—. Yo esperaba encontrar alivio entre tus brazos y resulta que los tenías ocupados con otra mujer.
Gael la miró con adoración.
—No sabés cuánto lamenté ese infortunado incidente que entorpeció el consuelo que deseaba brindarte…
—¿Incidente, lo llamás? —interrumpió ella—. ¿Éso son las mujeres en tu vida?
—No me chicanees, Ivi. Vos sos la mujer de mi vida, pero soy un hombre normal con necesidades que satisfacer. Nunca hice promesas que no iba a cumplir y cada mujer con la que estuve sabía muy bien hasta dónde llegaba la relación.
—Sexo sin amor… —dijo reprobadora.
—Vos también lo experimentaste, si mal no recuerdo.
—¡Yo creí estar enamorada! —se defendió.
—Creo que todavía no sabés lo que es estar enamorada —señaló con suavidad.
—¿Vos sí? —preguntó con ironía.
—Cada día desde que te conozco y que no puedo acceder a la plenitud de tu persona. Cada noche que no puedo tenerte en mi cama. Cada mañana que no puedo contemplarte al despertar. Cada momento en que quiero besarte y decirte cuánto te amo —dijo bajamente inclinándose hacia ella.
Ivana se sintió atrapada por las palabras del hombre que aceleraron su ritmo cardíaco. La manifiesta revelación de los deseos masculinos la sujetó a las ardientes pupilas que demandaban su consentimiento. Reaccionó cuando el cálido aliento de Gael anunció la inminencia del beso.
—No me hagas esto… —gimió, apartándose del acto irrevocable que sellaría el fin de la idealizada amistad.
Él se enderezó y respiró hondo. Tomó la mano de la atribulada muchacha y la refugió entre las suyas.
—Ivi, Ivi… —murmuró—. Perdoname si te ofendí. No te pongas así que me destruís, querida.
Ivana giró la cabeza hacia el ventanal y fijó la mirada sobre el río para reponerse. Tenía conciencia de su actitud pueril ante un avance masculino que en otra circunstancia hubiera rechazado sin sentirse amenazada. Miró al hombre de expresión preocupada que sostenía su mano y le dedicó una débil sonrisa:
—Perdoname vos —pronunció con suavidad—. Nunca me he sentido tan tonta.
Él besó la mano que retenía y dijo con tono alegre:
—Vamos a pedir un postre, ¿querés?
Ivi asintió y terminaron su cena compartiendo un enorme trifle de chocolate y cerezas. Como en los viejos tiempos, se divirtieron cuando las cucharas chocaban al disputarse una fruta o un trozo de chocolate. El médico, en medio de risas, le cedió a la joven la última cucharada.
—Mmm… Estuvo delicioso —suspiró Ivi.
Deliciosa eres tú, pensó Gael.
A las once volvieron a Marylebone. Ivana, soñolienta, se durmió contra el hombro del conductor. Después de ingresar a la cochera él se tomó un tiempo para contemplarla. Si fueras mía te cargaría hasta nuestra cama para despertarte con besos y caricias y después te amaría hasta desfallecer. Intuyo que va a ser pronto, mi vida. Es tanto lo que te quiero que no es posible que permanezcas indiferente…
—Ivi, querida, llegamos —llamó suavemente.
La chica entreabrió los ojos con aturdimiento hasta comprender las palabras de Gael. Se apartó de su flanco y tanteó la puerta buscando la manija.
—Yo te abro —dijo él descendiendo del vehículo.
Le tendió la mano para ayudarla a bajar y juntos subieron la escalera que conducía a los dormitorios. La casa silenciosa indicaba que sus habitantes estaban entregados al descanso. Al llegar a la puerta del cuarto de Ivi, él desasió su cintura y esperó a que abriera la puerta. Quedaron frente a frente y el hombre se inclinó para rozar con sus labios la mejilla ardorosa. Ivana elevó la cara con los ojos cerrados y la boca entreabierta como esperando un beso. Gael comprendió que, enervada por el cansancio y el poderío de sus sentimientos, podría tenerla esa misma noche. Pero él la quería totalmente conciente de sus emociones y convencida de su entrega amorosa. Por eso, se limitó a estrecharla brevemente contra él y acariciar su pelo antes de voltear hacia su habitación. La joven, sentada al borde del lecho, valoró la renuncia del hombre ante su capitulación y lo amó por haber interpretado la fragilidad del momento. Soltó las amarras de su contención y se dejó arrastrar por la vorágine de sus sensaciones. Comprendió que su aparente intransigencia no era más que una excusa ante un hecho irrebatible: estaba enamorada de Gael y había deseado que se quedara con ella.

domingo, 5 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXX


Ivana se levantó y desactivó la alarma de su celular para no despertar a su compañera mientras se daba una ducha. El agua caliente la relajó y lamentó no tener una muda de ropa más abrigada para cubrir su cuerpo. Se había acercado a una ventana y comprobó que seguía lloviendo y la temperatura había descendido. Pensó en llamar a Gael para que cargara algún abrigo pero desistió, segura de que pegaría la vuelta si ya había emprendido el viaje. Anne estaba levantada cuando ella terminó de vestirse.

—¡Buen día! —la saludó y se acercó para darle un beso—. ¿Cómo amaneciste?

—Descansada. Veo que has tomado un baño. ¿Aguardarás a que yo haga otro tanto?

—Por supuesto. Viene bien para enfrentar el frío.

—Anoche le mandé un mensaje a Gael para que nos trajera un poco de ropa.

—¡A mí se me ocurrió lo mismo! Pero un poco tarde…

—Ya ves que todavía conservo un poco de sentido común —rió la mujer—. Me voy a duchar ya para no hacerte aguardar demasiado.

A las ocho y media bajaron al comedor. Anne fue la primera en divisar al trío:

—¡Mira qué escolta nos aguarda! —exclamó.

Los varones se levantaron al verlas llegar. Jordi corrió para saludarlas mientras padre e hijo aguardaban.

—¡En Londres también llueve! —les informó el chico—. Pero no hay corte de luz.

—Es un aliciente para volver —se alegró la mujer.

Ivana observó, mientras se acercaban, el rostro rasurado de Gael. Saludó a Bob y le manifestó a su hijo:

—Te afeitaste.

—¿También por esto me vas a retar? —murmuró, atravesándola con la mirada.

—No tengo por qué. Vos sabrás —desvió los ojos para buscar la silla donde sentarse.

Gael sonrió y apartó un asiento. Ella se ubicó sin agradecer el gesto mientras el resto, aparentando no haber presenciado el intercambio entre la pareja, ocupaba sus lugares. Una camarera acercó un carrito con el servicio de desayuno y lo instaló junto a la mesa. Cada cual optó por sus alimentos preferidos y comieron escuchando las peripecias de las mujeres. Robert se hizo cargo de la cuenta del hotel mientras Gael sacaba de un bolso las prendas que había traído para Ivi y su madre.

—Antes de volver, iremos a recorrer la fábrica de chocolates Cadbury —dijo el médico—. Se lo prometimos a Jordi.

—Son las nueve —señaló su madre—. Tendremos que esperar hasta las once y media.

—No. Averigüé que hoy abren más temprano —aseguró Gael.

Cuando Bob regresó, salieron al destemplado exterior. Ivana aspiró el aire frío confortablemente arropada en el jersey que le había entregado el joven. En la visita, que duró dos horas, los obsequiaron con tabletas de chocolate, asistieron a una divertida función de cine, se enteraron del proceso de producción, montaron en un trencito y visitaron la tienda donde exhibían y vendían una amplia variedad del producto. A las once y media regresaron a Marylebone. En la residencia de los Connor las mujeres prepararon un almuerzo liviano que, poco después, los reunió alrededor de la mesa.

—Ivi —dijo Jordi, —¿vamos a visitar el museo de cera esta tarde?

Ella, sosteniendo el tenedor a medio camino de su boca, lo miró con aire resignado. Las figuras de cera no la atraían especialmente pero no quería frustrar el deseo de su hermano. Gael, a quien no se le había escapado el gesto, terció:

—Si papá y mamá acompañan a Jordi, podríamos ir hasta Greenwich.

Bob y Anne captaron de inmediato el mensaje de su hijo: quería estar a solas con Ivi y ellos eran sus aliados incondicionales. Ante la indecisión de la muchacha, el médico mayor dijo con entusiasmo:

—¡Excelente plan! Y nosotros disfrutaremos de la compañía de este jovencito visitando nuestro lugar preferido.

Anne ocultó una sonrisa porque sabía que Bob detestaba esas figuras que le recordaban a los cadáveres por su textura e inmovilidad, pero apoyó con presteza la propuesta:

—¡No te lo pierdas, querida! Es un distrito digno de conocer y después podrán intercambiar con Jordi las experiencias de cada uno.

-¡Dale, Ivi! Acordate que yo no podré conocer tantos lugares. Si vos vas y me contás, será como si yo lo hubiera visto —secundó su hermano.

Gael rogaba que con tantas adhesiones su chica aceptara la oferta que le permitiría retomar la intimidad alcanzada en Soho. Intranquilo, la vio vacilar y se sosegó cuando ella preguntó dudosa:

—¿Están seguros de querer visitar de nuevo ese museo?

—Hija —dijo Bob—, hace tiempo que buscaba la excusa para volver a recorrerlo. ¿Y qué mejor si es para satisfacer a Jordi?

—Bueno —accedió para alivio de Gael—. Confieso que me tienta más este proyecto que el museo de Madame Tussauds —miró a su hermano—: disculpame, Jordi, por no acompañarte, pero con los maniquíes de la casa de Sherlock tuve suficiente.

—Por mí está bien, Ivi. Cada cual verá lo que más le gusta —dijo Jordi solidario.

—Gael, ¿a qué hora tenemos que salir?

—¿Te parece bien dentro de dos horas? —la consultó.

—Seguro —asintió, y se dispuso a terminar su comida.

Ivana, después de bañarse y cambiarse, habló con Lena.

—¡Hola, mamá! ¿Cómo la pasaste anoche?

—Más que bien, Ivi. Hacía tiempo que no me sentía tan agasajada. Alec es un hombre excepcional.

—Es una calificación notable, mami. ¿En un solo encuentro?

—Tengo veinticinco años más que vos, nena. Y menos aprensiones también. Puedo reconocer sin tantos rodeos que alguien me gusta.

—¿Lo suficiente para reemplazar a papá? —se le escapó.

—Ivi, tu padre hace rato que me reemplazó. Y yo nunca pensé que iba a tener la oportunidad de cruzarme con otro hombre de bien. Querida mía, sos una mujer evolucionada y eso implica que podés adaptarte a los cambios. El cambio al cual me refiero tiene que ver con que tu padre y yo dejamos de ser pareja. ¿No querrías lo mejor para los dos?

Ivana suspiró compungida antes de contestar:

—Sí, mamá. Perdoname. No tuve mucho tiempo para elaborar el duelo —Se repuso y preguntó—: ¿Cómo están los chicos?

—Bien. ¿Y mi Jordi?

—Muy bien. A punto de ir al museo de cera con Anne y Bob.

—¿Y vos?

—Voy a ir con Gael a Greenwich.

—¡Ah…! ¿Estás tratando de aclarar tu confusión?

—¡Ay, mami, sos inexorable! ¿No se te va a olvidar nunca esa palabra?

—No hasta que deje de atormentarte —dijo con ternura—. Querida, hacete el favor de escuchar alguna vez lo que sentís.

—Seré todo oídos, mamucha. Te mando un enorme beso y hasta mañana.

A las cuatro de la tarde el matrimonio y Jordi salieron para el museo y ellos hacia Greenwich. El clima tendía a mejorar y el cielo se fue despejando lentamente. Ivana, distendida, observaba el paisaje por la ventanilla. Se volvió hacia Gael y sus ojos recorrieron el perfil voluntarioso de su amigo concentrado en la carretera. Reconoció cuán atractivo era mirándolo ahora como hombre. Por cierto que no le podía ser indiferente a ninguna mujer. Como un relámpago, la fulminó el recuerdo de la noche en que lo sorprendieron en su departamento con una mujer. Me sentí engañada como mamá se había sentido por mi padre. ¿Pero qué fidelidad habrías de guardarme si no había ningún compromiso entre nosotros? ¿O acaso yo intuía algo más que la relación de amistad? ¿O que no tenías derecho a pensar en otra mina cuando yo te hacía confidente de mis dilemas sentimentales? Era tan natural mi sexualidad como tu castidad como amigo. ¡Qué conclusión absurda!

—¿En qué estás pensando? —la pregunta de Gael la sobresaltó.

—En que nunca más hablamos de los estudios de Jordi —se apresuró a contestar como si él pudiera entrever su silencioso monólogo.

—Estamos avanzando con el nuevo protocolo y añadiendo unidades que por el momento refieren a su capacidad. Todavía no puede amplificarla más que en un radio cercano, pero creemos que la potenciará a medida que aprenda a manejarla.

—¿Y él se siente bien con todas esas pruebas? —inquirió ansiosa.

—Yo diría que muy bien e interesado —sonrió Gael—. Especialmente por la participación de Maude.

—Maude… —murmuró Ivi—. ¿La chica especial?

—Adivinó, señora. Comparten una frecuencia que los fortalece mutuamente. Amén de haber despertado en Jordi un interés que trasciende la investigación de sus cualidades.

—Ah… —dijo la joven—. Otro niño precoz.

—¿Lo decís por mí? —rió su amigo.

—No conozco otro —dijo pendenciera.

Él se limitó a sostener la risa sin alimentar la hoguera de la provocación.

—Vamos a tomar un barco desde Westminster —le adelantó poco después—. Tardaremos un poco más en llegar pero navegarás por el Támesis.

El viaje duró más de una hora hasta desembarcar en el muelle flotante de la villa. El disfrute de Ivana llenó de regocijo a Gael quien iba señalándole los lugares que iban atravesando. Antes de ascender hasta el observatorio deambularon por las calles empedradas y se detuvieron en alguna de las antiguas tiendas. Después caminaron por el Royal Greenwich Park adonde Ivi se deleitó al avistar numerosas ardillas y un reno. El camino central conducía a una cuesta que se iba empinando hasta desembocar en el Royal Observatory.

—¡Apuesto a que llego primero! —desafió Ivana.

—No te lo aconsejo —dijo Gael con parsimonia.

—¡Nos vemos arriba! —rió ella y encaró la pendiente.