miércoles, 1 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXIX


El viernes amaneció poco diáfano. Ivana, después de asomarse al balcón, se equipó con la gabardina y el paraguas. Antes de partir, desayunaron en la casa.
—Puede despejar o llover —dijo Anne—. Conviene que tomemos el tren en la estación de Marylebone. Si estás de acuerdo, podemos ir a Birmingham. Con buen tiempo podremos recorrer los jardines botánicos y el parque. Si llueve, visitaremos la fábrica de chocolates Cadbury, galerías de arte, una fábrica de joyas y el acuario.
—¡Me dejaste sin aliento! —rió Ivi—. Creo que no podremos hacer ni la cuarta parte de lo que mencionas —hizo una pausa—. Hay algo que quiero preguntarte: ¿Alec es casado o tiene pareja?
—Es viudo y, que yo sepa, no tiene compromisos —no le preguntó el motivo de su interés pero su mirada reflejaba un interrogante.
—Ayer hablé con mamá y me dijo que la invitó a cenar. No quisiera que sobre la congoja de la separación sufra otra decepción —confesó.
Anne la tomó de las manos:
—Ivana, Alec no ha tenido una relación formal desde que murió su mujer, y si se acercó a Lena es con la mejor intención —se mordió el labio superior—. Voy a ser desleal sin remordimientos porque quiero que estés tranquila. El regalo que me envió por tu intermedio fue la excusa para acercarse a tu casa y hablar con tu madre.
—¿Tú lo sabías?
—Porque Robert no me oculta nada. Alec se sintió atraído hacia Lena desde la noche que la llevaste al restaurante. Le comentó a Bob sus sentimientos y cuando le dijo que se estaba separando pergeñaron el modo de acercamiento —hizo un gesto de disculpa—. Alec temía que Lena recelara cuando tanto mi hijo como tú estuvieran ausentes de Rosario.
La joven la escuchaba acodada sobre la mesa, apoyando la mejilla sobre el puño. Sin abandonar la postura, preguntó:
—¿Gael lo sabía?
—No tiene idea de las artimañas de estos dos viejos —aseguró Anne—. No temas por tu madre, Ivi. Ella tiene la cabeza bien puesta y será la que definirá la situación.
Ivana coincidió con la conclusión de la mujer. Le bastaba saber que Wilson no estaba atado a otra relación. El resto, se dijo, corría por cuenta de su madre. Terminó su café y le anunció a Anne que estaba lista para salir. Tomaron un taxi hasta la estación porque había comenzado a lloviznar. Poco después estaban instaladas en el tren que al cabo de dos horas las dejaría en la estación de Birmingham. Mientras atravesaban la verde campiña salpicada por aldeas pintorescas, Anne e Ivi progresaron en el conocimiento mutuo. Ambas disfrutaban de la compañía recíproca y se arriesgaban al intercambio de confidencias.
—Me costó mucho superar la decisión de mi hijo cuando decidió quedarse en tu país —dijo la mujer—. Sentí que había fracasado como madre y sólo la templanza de Bob pudo sostenerme en aquel entonces.
—Tu compañero es excepcional —concedió Ivana—, pero Gael siempre te tiene presente como si no se hubieran separado. Lo que siempre me extrañó era que nunca nos visitaran cuando viajaban a verlo.
—Porque aprovechábamos el departamento que tiene Alec en Buenos Aires. Mi hijo no tiene comodidades para recibir huéspedes en ninguna de sus viviendas. De esa manera, al ahorrarnos el alojamiento, podíamos viajar más seguido.
—¿Así que se iba a Buenos Aires? —rió la chica—. Siempre creí que su desaparición se debía a que los llevaba a pasear por distintos lugares.
—Sólo cuando veníamos por más de dos semanas. Pero la intención era no desperdiciar ningún momento de coexistencia. A la postre, en estos encuentros anuales pienso que compartimos mucho más que si hubiéramos vivido juntos. Teníamos el cien por ciento de su atención, cosa que no sucede con los hijos adolescentes.
—Es cierto —dijo Ivi—. Sumando las horas que nos vemos con mis hermanos para compartir otra cosa que no sean las comidas, no sé si llegaríamos a treinta días completos al año.
—Tendrás que afincarte en Inglaterra —sonrió Anne— y ellos te vendrán a visitar.
Ivana inclinó la cabeza con gracia haciendo un gesto negativo. La mujer cambió de tema:
—No me dijiste cómo te fue anoche.
—¡Ah…! Realmente disfruté la salida. Los amigos de Gael son muy agradables y no me hicieron sentir una extraña.
Anne aceptó la ambigua declaración de Ivi que no daba cuenta de los sentimientos hacia su acompañante. Por la soñadora expresión de la muchacha pensó que algo había cambiado y aspiró a que los jóvenes encontraran el uno en el otro la pareja que buscaban. Cuando bajaron del tren asomaba un sol anémico por lo que decidieron arriesgarse a visitar los jardines botánicos. Antes de que comenzara a llover habían recorrido el rosedal, los jardines históricos, el estanque y el paseo de los helechos. Se refugiaron en el invernadero hasta que pudieron salir y dirigirse en taxi hasta el acuario. Recorrieron el barrio de los joyeros antes de que se acentuara la tormenta y almorzaron en el centro. A las cinco de la tarde dieron una vuelta por el principal centro comercial y se sentaron a tomar una infusión. Anne atendió una llamada a su celular:
—¡Cariño! Aquí llueven gatos y perros, pero hemos aprovechado el paseo —dijo a su interlocutor—. Sí, quédate tranquilo… Está bien… Sí… Estamos a punto de regresar… Está bien, te aviso —cortó la comunicación.
—¿Bob? —preguntó Ivi.
—No, querida. A esta hora está dando una conferencia. Era Gael, preocupado por nosotras.
—Ah… —emitió la joven.
—Creo que tiene razón, Ivi. Aquí no podremos ver mucho más y conviene que ya vayamos a la estación.
Ivana estuvo de acuerdo. La camarera les solicitó un taxi y a las seis arribaron a la terminal. Consiguieron pasajes para las ocho de la noche y esperaron en una pequeña confitería. Anne llamó a su hijo para ponerlo al tanto del horario de partida. A las siete y media las sorprendió un apagón que, por los comentarios de los empleados, afectaba a gran parte de la ciudad; y quince minutos después, al dirigirse a la plataforma de salida iluminada con luces de emergencia, un altavoz anunció a los usuarios que la línea que se dirigía a Marylebone había sufrido un descarrilamiento y no operaría hasta el día siguiente.
—Tendremos que tomar un autobús o un taxi —dijo Anne.
Ivana comprobó que el temporal se mantenía al igual que la falta de luz.
—Anne, me parece muy arriesgado movernos por la ciudad en medio de la tormenta y la oscuridad. ¿Y si pernoctáramos aquí? Mañana volveremos en tren si funciona o buscaremos otro transporte.
El sonido del celular impidió la respuesta de la mujer.
—Tranquilízate, hijo, todavía no abordamos el tren… Estamos bien… Mejor que yo… Sí, estás bien informado, hay un apagón... Sí, Gael. Ivi me lo acaba de proponer… —escuchó otro rato—. Bueno, te paso con ella —le tendió el aparato a la muchacha.
—Hola —saludó risueña—. ¿Tenés más instrucciones para darme?
—Quería escuchar tu voz. Es demasiado tiempo desde anoche —dijo impetuoso—. Busquen un buen hotel y mañana las paso a buscar. Tengan cuidado, querida, y avísenme no bien estén ubicadas.
—Como dijo tu mamá, quedate tranquilo. Después te llamamos. Chau —se despidió y apagó el receptor para evitar una charla más intimista.
—Veamos si podemos conseguir un taxi —manifestó devolviendo el celular.
Media hora después estaban acomodadas en un hotel céntrico dotado de su propio grupo electrógeno.
—¡Qué alivio! —exclamó Anne al sentarse en un sillón de la antecámara y descalzarse—. Tengo los pies húmedos de tanto chapotear por los charcos. Voy a pedir chocolate caliente para las dos. ¿Te apetece algo más?
—Una medida de whiskey sería el complemento ideal —colaboró Ivi.
—Excelente idea. Ya llamo —dijo la mujer y levantó el teléfono. Después de hacer el pedido, se levantó—. Voy a pasar al baño. ¿Querrás llamar a Gael para decirle dónde nos alojamos?
La joven asintió y sacó su celular.
—¡Hola, encanto! ¿Adónde están?
—Te paso el parte —dijo en tono competente—: en el hotel Hyatt, equipado con generador de energía eléctrica, y acabamos de pedir chocolate y whiskey. ¿Qué me decís?
—Que desearía ocupar el lugar de mi madre.
—En tal caso, estaríamos en habitación simple —contestó ella burlona.
—Estoy seguro de que nos arreglaríamos muy bien —lo escuchó decir.
—¡Cada uno en la suya, tonto! —le aclaró.
Él rió francamente antes de responderle:
—Igual acepto. Soy un hombre de recursos.
—Sos un payaso —dijo ella—. ¿A qué hora nos venís a buscar?
—A la que quieras, princesa.
—Teniendo en cuenta que nos acostaremos antes de las diez, lo dejo a tu elección.
—Entonces, desayunaremos juntos. ¿Qué pudieron hacer bajo la lluvia?
—Mañana te cuento —replicó ella—. Están tocando la puerta.
—De acuerdo. Que tengas felices sueños.
Ivana cerró el teléfono y atendió a la empleada que les alcanzaba el pedido. Lo dejó sobre una mesita mientras ella rebuscaba un billete en su cartera. Se lo entregó y la muchacha agradeció y le deseó buenas noches. Poco después estaban degustando las bebidas con Anne.
—Es curioso —dijo la mujer—. Cuando llamó Gael me repitió exactamente lo que me acababas de proponer con respecto a buscar un hotel. Parece que comparten la misma sintonía.
—Sin ofender, diría que compartimos el mismo sentido común —esclareció Ivi con una sonrisa.
—Tienes razón —rió su compañera—. Yo te pensaba llevar a buscar un autobús en medio de la lluvia y la oscuridad.
—Y tu hijo te tiene bien calada —resumió la chica compartiendo su risa—. Mañana nos viene a buscar temprano. Piensa desayunar con nosotras, dijo.
—Estaba como loco cuando lo atendí —recordó Anne—. Pensó que estábamos en el tren accidentado y no se animó a llamarte a ti por temor a que no contestaras.
—¿Por qué no iba a contestar? —se extrañó la joven.
—Porque podrías estar herida —dijo Anne suavemente—. Y él no se atrevía a considerar esa posibilidad.
Ivana guardó silencio, la mirada perdida en su mundo interior. Las palabras de la mujer no sugerían, sino que confirmaban el interés amoroso de Gael hacia ella. Y yo tonteando por teléfono, aceptando sus insinuaciones como si estuviera de acuerdo. Soy una tramposa porque ni siquiera tengo claro lo que siento. ¡Y él un descomedido…! No. Se sinceró y ya no oculta sus sentimientos. ¿Hasta cuándo podré resistir? ¿Resistir qué? Su asedio, estúpida. Cada vez tenés menos fuerza para hurtarte de su mirada. Si Anne pudiera leer mi mente no abogaría por mí a favor de su hijo. ¿Quién desea tener una nuera trastornada? Escuchate. Nuera dijiste. Como si ya hubieras decidido noviar con Gael…
—¿…acostarnos?
Sumida en su monomanía sólo escuchó el final de la pregunta de Anne.
—Sí —se apresuró a contestar—. Así podremos madrugar.
La mujer se acercó y le brindó un estrecho abrazo. Ivi se abandonó a la muestra de afecto que aliviaba su afiebrada mente. Se separaron con un beso cariñoso y no tardaron en quedarse dormidas.

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