El viernes
amaneció poco diáfano. Ivana, después de asomarse al balcón, se equipó con la
gabardina y el paraguas. Antes de partir, desayunaron en la casa.
—Puede despejar o
llover —dijo Anne—. Conviene que tomemos el tren en la estación de Marylebone.
Si estás de acuerdo, podemos ir a Birmingham. Con buen tiempo podremos recorrer
los jardines botánicos y el parque. Si llueve, visitaremos la fábrica de
chocolates Cadbury, galerías de arte, una fábrica de joyas y el acuario.
—¡Me dejaste sin
aliento! —rió Ivi—. Creo que no podremos hacer ni la cuarta parte de lo que
mencionas —hizo una pausa—. Hay algo que quiero preguntarte: ¿Alec es casado o
tiene pareja?
—Es viudo y, que
yo sepa, no tiene compromisos —no le preguntó el motivo de su interés pero su
mirada reflejaba un interrogante.
—Ayer hablé con
mamá y me dijo que la invitó a cenar. No quisiera que sobre la congoja de la
separación sufra otra decepción —confesó.
Anne la tomó de
las manos:
—Ivana, Alec no
ha tenido una relación formal desde que murió su mujer, y si se acercó a Lena
es con la mejor intención —se mordió el labio superior—. Voy a ser desleal sin
remordimientos porque quiero que estés tranquila. El regalo que me envió por tu
intermedio fue la excusa para acercarse a tu casa y hablar con tu madre.
—¿Tú lo sabías?
—Porque Robert no
me oculta nada. Alec se sintió atraído hacia Lena desde la noche que la
llevaste al restaurante. Le comentó a Bob sus sentimientos y cuando le dijo que
se estaba separando pergeñaron el modo de acercamiento —hizo un gesto de
disculpa—. Alec temía que Lena recelara cuando tanto mi hijo como tú estuvieran
ausentes de Rosario.
La joven la
escuchaba acodada sobre la mesa, apoyando la mejilla sobre el puño. Sin
abandonar la postura, preguntó:
—¿Gael lo sabía?
—No tiene idea de
las artimañas de estos dos viejos —aseguró Anne—. No temas por tu madre, Ivi.
Ella tiene la cabeza bien puesta y será la que definirá la situación.
Ivana coincidió
con la conclusión de la mujer. Le bastaba saber que Wilson no estaba atado a
otra relación. El resto, se dijo, corría por cuenta de su madre. Terminó su
café y le anunció a Anne que estaba lista para salir. Tomaron un taxi hasta la
estación porque había comenzado a lloviznar. Poco después estaban instaladas en
el tren que al cabo de dos horas las dejaría en la estación de Birmingham.
Mientras atravesaban la verde campiña salpicada por aldeas pintorescas, Anne e
Ivi progresaron en el conocimiento mutuo. Ambas disfrutaban de la compañía
recíproca y se arriesgaban al intercambio de confidencias.
—Me costó mucho
superar la decisión de mi hijo cuando decidió quedarse en tu país —dijo la
mujer—. Sentí que había fracasado como madre y sólo la templanza de Bob pudo
sostenerme en aquel entonces.
—Tu compañero es
excepcional —concedió Ivana—, pero Gael siempre te tiene presente como si no se
hubieran separado. Lo que siempre me extrañó era que nunca nos visitaran cuando
viajaban a verlo.
—Porque
aprovechábamos el departamento que tiene Alec en Buenos Aires. Mi hijo no tiene
comodidades para recibir huéspedes en ninguna de sus viviendas. De esa manera, al
ahorrarnos el alojamiento, podíamos viajar más seguido.
—¿Así que se iba
a Buenos Aires? —rió la chica—. Siempre creí que su desaparición se debía a que
los llevaba a pasear por distintos lugares.
—Sólo cuando
veníamos por más de dos semanas. Pero la intención era no desperdiciar ningún
momento de coexistencia. A la postre, en estos encuentros anuales pienso que
compartimos mucho más que si hubiéramos vivido juntos. Teníamos el cien por
ciento de su atención, cosa que no sucede con los hijos adolescentes.
—Es cierto —dijo
Ivi—. Sumando las horas que nos vemos con mis hermanos para compartir otra cosa
que no sean las comidas, no sé si llegaríamos a treinta días completos al año.
—Tendrás que
afincarte en Inglaterra —sonrió Anne— y ellos te vendrán a visitar.
Ivana inclinó la
cabeza con gracia haciendo un gesto negativo. La mujer cambió de tema:
—No me dijiste
cómo te fue anoche.
—¡Ah…! Realmente
disfruté la salida. Los amigos de Gael son muy agradables y no me hicieron
sentir una extraña.
Anne aceptó la
ambigua declaración de Ivi que no daba cuenta de los sentimientos hacia su
acompañante. Por la soñadora expresión de la muchacha pensó que algo había
cambiado y aspiró a que los jóvenes encontraran el uno en el otro la pareja que
buscaban. Cuando bajaron del tren asomaba un sol anémico por lo que decidieron
arriesgarse a visitar los jardines botánicos. Antes de que comenzara a llover
habían recorrido el rosedal, los jardines históricos, el estanque y el paseo de
los helechos. Se refugiaron en el invernadero hasta que pudieron salir y
dirigirse en taxi hasta el acuario. Recorrieron el barrio de los joyeros antes
de que se acentuara la tormenta y almorzaron en el centro. A las cinco de la
tarde dieron una vuelta por el principal centro comercial y se sentaron a tomar
una infusión. Anne atendió una llamada a su celular:
—¡Cariño! Aquí
llueven gatos y perros, pero hemos aprovechado el paseo —dijo a su
interlocutor—. Sí, quédate tranquilo… Está bien… Sí… Estamos a punto de
regresar… Está bien, te aviso —cortó la comunicación.
—¿Bob? —preguntó
Ivi.
—No, querida. A
esta hora está dando una conferencia. Era Gael, preocupado por nosotras.
—Ah… —emitió la
joven.
—Creo que tiene
razón, Ivi. Aquí no podremos ver mucho más y conviene que ya vayamos a la
estación.
Ivana estuvo de
acuerdo. La camarera les solicitó un taxi y a las seis arribaron a la terminal.
Consiguieron pasajes para las ocho de la noche y esperaron en una pequeña
confitería. Anne llamó a su hijo para ponerlo al tanto del horario de partida.
A las siete y media las sorprendió un apagón que, por los comentarios de los
empleados, afectaba a gran parte de la ciudad; y quince minutos después, al
dirigirse a la plataforma de salida iluminada con luces de emergencia, un altavoz
anunció a los usuarios que la línea que se dirigía a Marylebone había sufrido
un descarrilamiento y no operaría hasta el día siguiente.
—Tendremos que
tomar un autobús o un taxi —dijo Anne.
Ivana comprobó
que el temporal se mantenía al igual que la falta de luz.
—Anne, me parece
muy arriesgado movernos por la ciudad en medio de la tormenta y la oscuridad.
¿Y si pernoctáramos aquí? Mañana volveremos en tren si funciona o buscaremos
otro transporte.
El sonido del
celular impidió la respuesta de la mujer.
—Tranquilízate,
hijo, todavía no abordamos el tren… Estamos bien… Mejor que yo… Sí, estás bien
informado, hay un apagón... Sí, Gael. Ivi me lo acaba de proponer… —escuchó
otro rato—. Bueno, te paso con ella —le tendió el aparato a la muchacha.
—Hola —saludó
risueña—. ¿Tenés más instrucciones para darme?
—Quería escuchar
tu voz. Es demasiado tiempo desde anoche —dijo impetuoso—. Busquen un buen
hotel y mañana las paso a buscar. Tengan cuidado, querida, y avísenme no bien
estén ubicadas.
—Como dijo tu mamá,
quedate tranquilo. Después te llamamos. Chau —se despidió y apagó el receptor
para evitar una charla más intimista.
—Veamos si
podemos conseguir un taxi —manifestó devolviendo el celular.
Media hora
después estaban acomodadas en un hotel céntrico dotado de su propio grupo
electrógeno.
—¡Qué alivio!
—exclamó Anne al sentarse en un sillón de la antecámara y descalzarse—. Tengo
los pies húmedos de tanto chapotear por los charcos. Voy a pedir chocolate
caliente para las dos. ¿Te apetece algo más?
—Una medida de
whiskey sería el complemento ideal —colaboró Ivi.
—Excelente idea.
Ya llamo —dijo la mujer y levantó el teléfono. Después de hacer el pedido, se
levantó—. Voy a pasar al baño. ¿Querrás llamar a Gael para decirle dónde nos
alojamos?
La joven asintió
y sacó su celular.
—¡Hola, encanto!
¿Adónde están?
—Te paso el parte
—dijo en tono competente—: en el hotel Hyatt, equipado con generador de energía
eléctrica, y acabamos de pedir chocolate y whiskey. ¿Qué me decís?
—Que desearía
ocupar el lugar de mi madre.
—En tal caso,
estaríamos en habitación simple —contestó ella burlona.
—Estoy seguro de
que nos arreglaríamos muy bien —lo escuchó decir.
—¡Cada uno en la
suya, tonto! —le aclaró.
Él rió
francamente antes de responderle:
—Igual acepto.
Soy un hombre de recursos.
—Sos un payaso
—dijo ella—. ¿A qué hora nos venís a buscar?
—A la que
quieras, princesa.
—Teniendo en
cuenta que nos acostaremos antes de las diez, lo dejo a tu elección.
—Entonces,
desayunaremos juntos. ¿Qué pudieron hacer bajo la lluvia?
—Mañana te cuento
—replicó ella—. Están tocando la puerta.
—De acuerdo. Que
tengas felices sueños.
Ivana cerró el
teléfono y atendió a la empleada que les alcanzaba el pedido. Lo dejó sobre una
mesita mientras ella rebuscaba un billete en su cartera. Se lo entregó y la
muchacha agradeció y le deseó buenas noches. Poco después estaban degustando
las bebidas con Anne.
—Es curioso —dijo
la mujer—. Cuando llamó Gael me repitió exactamente lo que me acababas de
proponer con respecto a buscar un hotel. Parece que comparten la misma
sintonía.
—Sin ofender,
diría que compartimos el mismo sentido común —esclareció Ivi con una sonrisa.
—Tienes razón
—rió su compañera—. Yo te pensaba llevar a buscar un autobús en medio de la
lluvia y la oscuridad.
—Y tu hijo te
tiene bien calada —resumió la chica compartiendo su risa—. Mañana nos viene a
buscar temprano. Piensa desayunar con nosotras, dijo.
—Estaba como loco
cuando lo atendí —recordó Anne—. Pensó que estábamos en el tren accidentado y
no se animó a llamarte a ti por temor a que no contestaras.
—¿Por qué no iba
a contestar? —se extrañó la joven.
—Porque podrías
estar herida —dijo Anne suavemente—. Y él no se atrevía a considerar esa
posibilidad.
Ivana guardó
silencio, la mirada perdida en su mundo interior. Las palabras de la mujer no
sugerían, sino que confirmaban el interés amoroso de Gael hacia ella. Y yo tonteando por teléfono, aceptando sus
insinuaciones como si estuviera de acuerdo. Soy una tramposa porque ni siquiera
tengo claro lo que siento. ¡Y él un descomedido…! No. Se sinceró y ya no oculta
sus sentimientos. ¿Hasta cuándo podré resistir? ¿Resistir qué? Su asedio,
estúpida. Cada vez tenés menos fuerza para hurtarte de su mirada. Si Anne
pudiera leer mi mente no abogaría por mí a favor de su hijo. ¿Quién desea tener
una nuera trastornada? Escuchate. Nuera dijiste. Como si ya hubieras decidido
noviar con Gael…
—¿…acostarnos?
Sumida en su
monomanía sólo escuchó el final de la pregunta de Anne.
—Sí —se apresuró
a contestar—. Así podremos madrugar.
La mujer se
acercó y le brindó un estrecho abrazo. Ivi se abandonó a la muestra de afecto
que aliviaba su afiebrada mente. Se separaron con un beso cariñoso y no
tardaron en quedarse dormidas.
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