lunes, 28 de marzo de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - VII

Lo siguieron hasta los fondos de la casa y subieron al coche dos amplios botes de goma y algunos salvavidas.

-Pablo, te vas a quedar en el auto para alejarlo de la inundación. Mauro, vos conducirás el otro gomón junto a Sergio. Yo voy con Antonio. –se volvió hacia las mujeres:- Ustedes esperen en la casa.

-¡Yo quiero ir para ayudar! –exclamó Sofía.

Él se detuvo un momento antes de subir al vehículo:

-No, Sofía, porque estaré más ocupado cuidándote que auxiliando a los inundados. Esperame –le dijo acariciándole una mejilla. Se volvió y subió al todo terreno haciendo una señal de despedida.

-¡Fatuo! –exclamó la muchacha con enojo.

-¡Ah…! Ese esperame viniendo de un caudillo es prometedor… -dijo Mónica que había asistido a la despedida.

-Yo no necesito que nadie me cuide, y estoy segura de que más ayuda no vendría mal.

-¿Por qué no entran y cierran la puerta? –propuso Carina.- Así nos enteraremos a qué viene el disgusto de Sofía.

Aseguraron los ventanales y se sentaron junto a Rocío. Ante el silencio de Sofía, Mónica y Carina cambiaron un guiño.

-¡Sofía!, queremos saber que te dijo el hombre rudo –arrancó Carina.

-Nada que les importe –contestó enfurruñada.

-Entonces, que hable la testigo –declamó la curiosa señalando a Mónica.

Sofía la fulminó con la mirada, pero Mónica se había posesionado de su papel:

-Voy a declarar la verdad y nada más que la verdad –dijo con gesto grandilocuente.- Estando en las cercanías de la puerta observé a un hombre decidido ponerse al mando de una partida de rescate y a una osada jovencita exigirle formar parte de su equipo. Entonces… -Sonrió con candor:- El hombre rudo acarició con su manaza la tersa mejilla de la jovencita y le dijo algo así como “si venís me voy a olvidar de los desamparados por hacerte el amor…”

-¡Callate! –la interrumpió Sofía.- ¡Es un invento tuyo!

-Una traducción, en todo caso –dijo Mónica con suficiencia.- ¡Ah! Y terminó con un tierno y enérgico “esperame”. ¿No es para morirse?

La heroína de la historia estaba atravesada por sentimientos contradictorios. Por un lado, acostumbrada como estaba a no ventilar sus asuntos personales con nadie, la fastidiaba la exposición de su diálogo por parte de Mónica; por otro, le seducía la idea de compartir sus sentimientos con las otras mujeres. Al mismo tiempo, la interpretación de su compañera connotaba las palabras de Germán con una significación que ella no había vislumbrado. ¿O no quiso comprender?

-¿Estás enojada? –la pregunta de Rocío la sacó de su abstracción.

-No –sonrió.- Pero conste que Mónica alteró el diálogo.

-¡Vamos, Sofía! Eso es lo que quiso decir. Y te confieso que me muero de envidia de sólo pensar en semejante hombre haciéndote el amor. ¿Te imaginás? Un vendaval por dentro y por fuera –alucinó Mónica.

Las chicas rieron y aplaudieron.

-¿No sería más emocionante que imaginaras tu propia escena de amor?

-¿Con el tuyo…? –le dijo maliciosa.

-La imaginación no tiene límites –sonrió Sofía reclinándose en el sillón.

Se obligó a no dejarse arrastrar por los ensueños porque una realidad penosa golpeaba a otros semejantes. Estaba intranquila por la suerte de los hombres que habían acudido a socorrer a los inundados. En realidad, se confesó, estaba intranquila por Germán. ¡Por todos!, amonestó su conciencia solidaria.

-¡Cómo quisiera estar ayudando y no con un nudo en el estómago sin saber que pasa…!

-Bueno –consideró Carina.- Rocío puede estar tranquila porque el jefe ordenó Pablo que se quedara cuidando el auto. En cuanto al insoportable de Sergio, me importa un pito lo que le pase

-¡No digas eso! Creo que la impertinencia de Sergio es sólo una postura. En el fondo es un tímido que no quiere pasar desapercibido. Va a cambiar cuando se enamore –afirmó Sofía.

-¿Adónde va a encontrar otra trastornada como él? –refutó su compañera escandalizada.

-Ahah… ¿Con que esas tenemos? Detrás de un gran rechazo hay un gran amor –zumbó Mónica.

Sofía y Rocío largaron la carcajada al ver el gesto de sorpresa y de disgusto de Carina.

-¡Retirá eso, descerebrada! Ni aunque fuera el último hombre sobre la tierra.

-No es para despreciar el chico – reiteró Mónica.- Joven, buen físico, apuesto, gana bien, sólo le falta sentido común…

Unos estridentes bocinazos las dispararon hacia la cochera. Pablo traía seis mujeres y cuatro nenas que requerían atención. Le dio un beso rápido a Rocío, les transmitió el pedido de Germán para que les proporcionaran ropa seca y comida caliente, y salió en busca de otro contingente. Tras un momento de confusión, Sofía se puso al mando:

-Yo soy Sofía –se presentó a una de las mujeres de más edad.- Veamos si aquí hay algún baño para que se cambien – informó mientras hacía señas a sus compañeras para que lo verificaran.- Yo voy a buscarles ropa seca.

Le pidió a Rocío que la acompañara y armaron los atuendos para grandes y chicas. Bajaron varios toallones para que se secaran, pero Carina y Mónica habían encontrado dos baños en la planta baja y ya tenían al grupo listo para vestirse. Mientras las últimas atendían a las refugiadas, Sofía y Rocío incursionaron por la amplia cocina.

-¿Qué vamos a cocinar? –preguntó Rocío.

-Una buena sopa caliente con todos los ingredientes que encontremos.

Abrieron puertas y cajones hasta encontrar utensilios y vajilla. De la despensa seleccionaron fideos secos y caldos concentrados, y del frigorífico verduras variadas. Se instalaron en la isla central y trozaron los vegetales que pronto estuvieron en la olla. Debajo de una de las mesadas encontraron una mesa redonda plegada adecuada para ocho personas con sus correspondientes sillas. La armaron y después de lavar y acomodar todo en su lugar, expresó Sofía:

-¡Qué lugar! ¡Si es más grande que todo mi departamento!

-Bueno… Si la interpretación de Mónica es acertada, puede que pronto sea tuyo -deslizó Rocío con intención.

-¿Vos también? Te tenía en otro concepto. Está visto que esas arpías pervierten a cualquiera –le dijo con seriedad.

Rocío se quedó de una pieza. La estudió con tanta cautela que Sofía no pudo contener la risa. Su compañera, aliviada, terminó por imitarla.

-Y ahora –dijo la hipotética dueña del lugar- una de nosotras debe cuidar la sopa y la otra acomodar a los comensales. ¿Qué elegís?

-¡Andá vos! Yo prefiero quedarme.

-De acuerdo. Ya vuelvo. –Giró con una sonrisa y salió por la puerta rebatible.

Un creciente murmullo anunció el arribo del clan de mujeres. Mientras Mónica colaboraba con Rocío, Sofía las ubicó alrededor de la mesa e hizo las veces de anfitriona. Se dirigió a Luciana, la mujer de más edad, esposa del jardinero:

-Sé que han pasado momentos muy penosos, pero lo más importante es que están a salvo –le dijo con afecto.- Estoy segura de que pronto se reunirá con su marido.

-¡Ah, señorita! Aunque yo sabía que mi Antonio volvería con ayuda, el agua seguía subiendo y arrastrando todo. No podía más que abrazar a mis hijos y gritarme con los vecinos para saber si estaban bien. ¡Le recé tanto a la virgencita para que nos protegiera…! Y entonces mandó ayuda. Mi Antonio apareció con el bendito de su novio y nos salvó.

Sofía la miró sorprendida. ¿A qué novio se refería? De la casa habían salido cuatro hombres y Luciana suponía que uno era su novio. Con una sonrisa le empezó a decir:

-No sé cuál suponés que es mi novio…

-El señor Navarro –atestiguó.

-Pero el señor Navarro y yo sólo somos amigos.

-¡Perdóneme si la ofendí…! Me lo dijeron sus amigas cuando pregunté quien era esa señorita tan amable.

-No tengo nada que perdonarte, Luciana. Es que mis amigas son unas bromistas inoportunas. –Se levantó mientras le aclaraba:- Ya debe estar la comida. Enseguida vuelvo.

Se acercó al trío y dijo en voz baja:

-¿No les parece que es detestable burlarse de esta mujer que ha sufrido una catástrofe?

-¡Vamos, Sofía! –cuchicheó Carina.- No fue con mala intención. También vos me cargaste con Sergio…

-¡Sí! Pero fue entre nosotras. Le hiciste pasar un mal momento a la pobre. –Miró hacia la cocina:- ¿Está lista la sopa?

-Sí –dijo Rocío.- Traé la bandeja para acomodar las jarras.

Entre las dos llenaron los recipientes y después los repartieron entre el agradecido grupo. Se apartaron para que comieran tranquilas y se sentaron en los taburetes de la barra. La vista no se apartaba de los ventanales azotados por la lluvia.

-¿Parará alguna vez de llover? –preguntó Mónica.

-Están tardando demasiado en volver. Quisiera saber cómo está Pablo –se lamentó Rocío.

-¿Y los demás, egoísta? –le reprochó.- ¿No podés llamarlo al celu?

Rocío la miró como si Mónica le hubiera revelado el método para ganar la lotería. Se llevó la mano hacia la cintura y enarboló el teléfono como un trofeo. Después marcó rodeada por sus compañeras.

-¡Pablo! ¿Adónde están? ¡No te escucho! ¿Estás… Están bien? –rectificó acordándose de la crítica de su amiga.- ¿Qué? ¡Pablo, Pablo…! Se cortó.- dijo con desaliento.

-Quedate tranquila –la calmó Sofía.- Si te contestó, es que está bien.

Rocío se obstinó en comunicarse sin resultados. Absortas como estaban a su alrededor, las sorprendió la irrupción de los hombres en la cocina.

-¡Aquí están los campeones, muchachas! ¡Un aplauso! –alborotó Sergio mojado como un pato.

lunes, 14 de marzo de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - VI

Mauro sonrió ante la salida de Germán, un hermano mayor que había postergado su inclinación por la ingeniería para mantener con su trabajo los estudios de su hermano menor. Huérfanos de un notorio profesional que había muerto con su mujer en un accidente aéreo, quedaron a cargo del hermano de su madre que despilfarró los bienes para su manutención. Cuando Germán cumplió dieciocho años consiguió un trabajo fijo gracias a los conocimientos adquiridos ayudando a su progenitor, y se largaron de la casa del tío que no hizo hincapié en la edad de los muchachos ante la amenaza de denunciarlo por malversación de fondos. Mauro tenía en ese entonces doce años y recién comenzaba el ciclo secundario. Su hermano trabajó incansablemente para mantenerlos con dignidad y procurarle un futuro. No sabía Germán la admiración y la deuda de gratitud que Mauro guardaba hacia él. No necesitó el auxilio de su hermano menor, una vez recibido, para asegurarse el futuro porque sus dotes para el oficio de electricista le aportaron una selecta clientela. Hoy tenía una oficina bien montada y un asesor que le seleccionaba las mejores obras. Mauro se alegró por el entusiasmo de su hermano y se dedicó a observar a la muchacha con disimulo. Se había acercado a la gran puerta ventana que daba al exterior y miraba con fijeza hacia la pileta de natación. Hojas y ramas flotaban sobre la superficie como consecuencia del temporal. Pero sus ojos parecían escarbar entre la basura, hasta que dio un grito e intentó correr una de las hojas de la puerta. Germán estuvo a su lado en un santiamén.

-¡Por favor! –rogó ella.- ¡Abrí la puerta!

Él la abrió sin preguntar ante la urgencia que comunicaba su voz. La siguió cuando corrió bajo la lluvia y la vio vacilar al borde de la piscina antes de arrojarse al agua sucia.

-¡Sofía! –llamó, y se zambulló detrás de ella.

Mauro y los invitados contemplaban boquiabiertos al dúo que braceaba vestido y calzado en la pileta. Sofía estiró una mano cuando llegó al medio y pudieron ver que sostenía un pequeño gorrión en la palma. El ave volvió a caer en el agua y una vez más fue rescatado e impulsado con un envión fuera de la piscina para caer entre los ligustros que la bordeaban. Allí sacudió las plumas y corrió a esconderse entre el ramaje. Germán, braceando entre los restos vegetales, impregnado por la inmersión y la lluvia perenne, dejó oír una risa alborozada. ¿Qué otros prodigios le esperaban con esta muchacha? Nadó hasta la orilla y la esperó para izarla fuera del estanque. Quedaron enfrentados y chorreando agua. Sofía descubrió que había perdido una de sus sandalias y, con un gesto de resignación, se despojó de la otra.

-¿Por qué no me dijiste qué pasaba? –le dijo el hombre sin reprocharla.- Lo hubiéramos levantado con el saca hojas…

-Se hubiera ahogado. Estaba en medio de la pileta y tenía las plumas completamente empapadas. Creo que lo ví cuando emergía por última vez. Pero lo salvamos ¿verdad? –dijo feliz.

-Bueno, lo salvaste –contestó Germán complacido por la inclusión.- Yo te iba a salvar a vos.

-¡Si yo sé nadar! –rió.

-Eso todavía no lo sabía. ¿Secamos de nuevo la ropa?

Ella asintió y caminaron hacia el interior adonde fueron recibidos con vítores y aplausos. A los dos le sonaron a chacota, pero enfrentaron las pullas con un ademán ampuloso.

-Subí a cambiarte –le dijo Germán.- Después haré lo propio.

-¡Qué pareja! –exclamó Mauro.- Una mujer impredecible y un hombre instintivo. ¿Adónde van a ir a parar?

Los demás festejaron la declaración que coincidía con el pensamiento inexpresado por falta de familiaridad. El dueño de casa no se inmutó. En realidad, pareció divertido con el comentario de su hermano. Sofía bajó vestida con el equipo de la noche anterior. Se había puesto a guisa de zapatos unas gruesas medias que la hacían más menuda. Germán se la comió con los ojos antes de subir al vestidor para despojarse de las prendas mojadas. Ella se hizo la distraída y se acercó al grupo acomodado en los sillones.

-Congratulaciones, protectora de las aves – proclamó Sergio con mordacidad.- Es posible que hayas salvado al pájaro de morir ahogado, pero ¿quién te garantiza que no acabe en las fauces de un gato?

-¡Si practicaras, no podrías ser más desagradable! –estalló Mónica con furia.

Sofía ni le respondió. Carina la llamó:

-¿Sabés que la mujer de Mauro es alemana? –la anotició, y dirigiéndose al hermano de Germán:- Sofía habla perfectamente alemán e inglés.

-¡No me digas! ¿Me ayudarías a practicar un poco?

La joven le respondió en alemán y se enzarzaron en una charla que, como ninguno entendía, los fue dejando solos. Cuando volvió el dueño de casa los encontró riendo y a su hermano repitiendo algunas palabras que vocalizaba la joven. Apenas Mauro lo vio, le comentó con entusiasmo:

-¡Tu amiga es un hallazgo! Pronuncia el alemán con perfección y además habla en inglés.

-¡No tanto! –contestó Sofía.- Con inglés me falta práctica.

-En eso yo te puedo ayudar –dijo Mauro, y le echó una parrafada que a ella le costó seguir.

-¡Más despacio! –pidió la muchacha, plasmando en la mente de Germán peregrinas fantasías alrededor de ese reclamo.

Pronto se mezcló en la charla de un idioma que le era conocido porque se dedicó a estudiarlo para comprender los libros técnicos que hacían a su oficio. Sofía estaba más entrenada de lo que creía y respondió sin dificultad a las preguntas de sus interlocutores. Carina los interrumpió:

-¿Será posible que vuelvan a la Argentina? Aquí hay compatriotas que los extrañan.

-¡Perdón, Cari! Es que tengo pocas oportunidades de ejercitar mi inglés –se disculpó Sofía.

-Germán, nos estábamos preguntando si tenés una radio a pilas. Queríamos saber si continúa el corte de luz.

-Aquí por lo menos no hay –dijo dirigiéndose a un modular y abriendo una puerta para sacar la radio. La encendió y la sintonizó. Las noticias no eran buenas. Gran parte de la ciudad, especialmente la zona céntrica adonde residían todos, aún carecía de fluido eléctrico.

Para subrayar la oscuridad, el firmamento había vuelto a encapotarse y la poca claridad se fue sumiendo en tinieblas. Una extraña calma flotaba en el exterior de la casa poco antes agitada por la lluvia y el viento.

-Ahora no llueve –dijo Sergio.- Tendría que volver por mi auto.

-No lo sé –dudó Germán.- Parece que se está preparando otra buena tormenta.

Las mujeres se habían arracimado contra los ventanales y no perdían de vista los negros nubarrones perfilados por los relámpagos. Sofía tenía una expresión grave y ensimismada. Germán se le acercó y ella, conciente de su presencia, se volvió a mirarlo.

-Da un poco de miedo –dijo en voz baja.

Él sofocó el impulso de abrazarla y transmitirle con caricias y con palabras la seguridad de que a su lado estaría protegida. Fue más allá con su fantasía. Los imaginó en el refugio de su dormitorio ahuyentando con sus besos el temor de la muchacha. Cuidado, Germán, se dijo a sí mismo. Estás cargado como una batería y las consecuencias pueden ser imprevisibles. Empero se dejó inundar por esa ola de sensualidad que hacía tiempo no experimentaba. Un potente relámpago se fragmentó en un viento súbito y en un ensordecedor trueno que los sobresaltó. Sofía se acercó instintivamente a Germán que la acercó a su costado con un brazo. El cielo se quebró como el fondo de una colosal pileta derramando un torrente de agua que veló el paisaje exterior.

-¡Adónde habrá ido a parar mi auto…! –gimió Sergio.

-No sé cómo podés preocuparte por unas miserables chapas cuando hay gente que puede estar perdiendo sus casas –dijo Carina con reprobación.

-¡Ah! Parece que el virus que padece Sofía es contagioso… Ahora te dio por la protesta social. Y pronto estarás enrolada con los ecologistas.

-Sos un imbécil, ¿sabés?

-Y vos una cursi que no entiende que esa gente no se preocupa por lo que pierde porque nunca se lo ganó. Estas inundaciones vienen a darles la oportunidad de cambiar sus sucias pertenencias.

Carina lo abandonó para no agredirlo físicamente. Estaba convencida de que a ese cínico no se lo convencía con palabras. Se incluyó en el grupo compuesto por Mauro y el resto de sus compañeros. Hablaban sobre el inusual fenómeno climático:

-Deberíamos volver al departamento –decía Rocío.- Tomi debe estar aterrado.

-No te preocupes –la consoló su marido:- Tiene agua, comida y está bajo techo. Lo único que corre riesgo es el mobiliario.

-Apenas amaine los alcanzaré hasta sus casas –dijo Germán que se había apartado de Sofía con desgano para unirse al grupo.- Son las once. ¿Qué les parece un aperitivo liviano?

Antes de que respondieran escucharon ladridos. Miraron hacia la puerta del jardín desde donde los observaba un perrazo hecho sopa.

-¡Es Mendieta, el perro de mi jardinero! –exclamó Germán corriendo hacia el ventanal. Lo abrió y el animal entró y se sacudió salpicando al dueño de casa y a Sofía que lo había seguido. Una luz oscilante se acercaba a la casa.

-¿Quién es? –gritó a la oscuridad.

-¡Antonio, señor Navarro! –les llegó el sonido quebrantado por el viento.

El grupo se había apiñado detrás de Germán. Sin vacilar, se lanzó hacia la voz mientras ordenaba:

-¡Quédense adentro!

A poco su figura y la de un hombre empapado por la lluvia aparecieron detrás de la linterna que blandía el jardinero. Germán lo hizo pasar mientras lo interrogaba:

-¿Qué pasó, Antonio?

-¡El barrio se inundó y tenemos metro y medio de agua en las casas! –dijo casi sollozando.- Yo pude salir y llegarme hasta aquí pero dejé a mi mujer y los hijos arriba del techo. ¡El agua sigue subiendo, patrón, y nos va a arrastrar a todos!

-Tranquilo, Antonio. Voy a sacar los gomones del galpón y buscaremos a tu familia y a los que necesiten ayuda. –Se volvió hacia los hombres:- Los voy a necesitar para cargarlos en el auto. ¿Quién viene?

-¡Yo, yo…! –se ofrecieron de inmediato.

lunes, 7 de marzo de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - V

Mónica se había estirado en el espacio que Sofía había dejado libre. Carina, Rocío y Pablo, se apretujaban en la mitad restante. El otro diván estaba ocupado por su alcoholizado compañero de trabajo. Escuchó la voz grave del hombre:

-No te querrás acomodar con Sergio, supongo. Además, para tu tranquilidad, los dormitorios tienen llave.

-¿Por qué suponés que desconfío de tu ofrecimiento? –dijo contrariada.

-Porque yo desconfiaría –declaró rotundamente. Y luego, riendo:- No te preocupes, jovencita, que sé cuáles son mis límites –le hizo un gesto de invitación.- ¿Vamos?

Sofía lo siguió aparentando una seguridad que no sentía. No hay dos sin tres, se dijo. Le molestaba haber sido tan transparente para el hombre. Usó la palabra desconfío. ¿Desconfiaba de qué? ¿De que intentaría seducirla cuando estuvieran a solas? Ese es el mensaje que le envié, descubrió turbada. Y él lo tomó al pie de la letra por su respuesta. Echaría llave a la puerta, decidió. Germán le franqueó la entrada de un cuarto al llegar a la planta alta.

-Tiene un baño en suite. Dejaré las luces encendidas por unos minutos para que te acomodes. Que descanses –le dijo con una sonrisa.

-Gracias –contestó ella cerrando la puerta.

Giró la llave con cuidado tratando de que no hiciera ruido. Usó el baño y después inspeccionó la habitación. La cama clamaba por ella. Se acostó debajo del cobertor con un suspiro de satisfacción y poco después estaba dormida.

Un clamor lejano la despertó. A medida que recuperaba los sentidos, a las voces se acoplaron fuertes golpes.

-¡Sofía! –Se levantó de un salto al reconocer la voz de Germán.

-¡Ya voy! – respondió, intentando girar la llave.

El mecanismo estaba trabado. Tras varios ensayos fallidos, se dio por vencida. Se sintió ridícula cuando tuvo que confesar su fracaso:

-La llave no funciona –dijo con una vocecita culposa.

-Sacala para que intente abrir con la llave del otro dormitorio –le pidió la calmosa voz del dueño de casa.

Ella volvió a forcejear pero el metal dentado parecía haberse fundido con la cerradura.

-No puedo… -declaró al borde de la desesperación.

Escuchó murmullos masculinos y después la voz de Germán:

-Ponete lejos de la puerta. Vamos a intentar abrirla.

Se sentó al borde de la cama y avisó:

-¡Ya está!

Tres golpes potentes bastaron para romper la cerradura. Con el tercero, Sergio quedó tendido en el piso al perder el equilibrio.

-A sus pies, princesa –declamó antes de levantarse haciendo un gesto caballeresco.

Sofía no podía creer que su puerilidad nocturna había terminado en desastre. Pablo y Germán estaban dentro de la habitación impulsados por el envión. Detrás, se arracimaban las mujeres que la miraban con un gesto interrogante. Levantó la barbilla y se dirigió a Germán:

-Cuando vuelva a casa llamaré a un cerrajero y te haré arreglar la puerta. Y a un carpintero, también –agregó mirando el destrozo.

-Eso es lo de menos –observó él.- Nos preocupamos porque no respondías al llamado.

-¿Se puede saber por qué cerraste con llave? – inquirió Mónica.

Sofía no encontraba la respuesta. Sentía su rostro ardiente ante la indiscreta pregunta de su compañera.

-Yo se lo pedí –de nuevo la voz de su salvador- para que el viento no abriera la puerta.

Todas las miradas convergieron en la ventana que estaba herméticamente cerrada, pero aceptaron la explicación de hombre. Éste hizo un gesto a los concurrentes y propuso:

-Bajemos al comedor mientras Sofía se higieniza –y dirigiéndose a ella:- Te esperamos para desayunar.

La muchacha asintió con un gesto y sólo venció su inmovilidad después que desaparecieron. Se lavó la cara y se horrorizó de los rulos en que se había transformado su lacia cabellera de peluquería. Los humedeció para domarlos y bajó para reunirse con el grupo. El dueño de casa se acercó al pie de la escalera cuando los ojos de los demás anunciaron la aparición de Sofía. Le tendió la mano y la llevó frente a la mesa apartando una silla para que se sentara.

-¿Café con leche? –preguntó.

Ella asintió y pronto sus manos se calentaron con la taza humeante. Sobre la mesa, había varios platos con porciones de torta y budín. Él le acercó un plato:

-Probala. La hace la suegra de mi hermano. Como Mauro es diabético y ella no se da por enterada, me beneficio yo.

La joven rió por primera vez en el día. Mientras constataba que detrás del ventanal la lluvia seguía azotando el jardín, saboreó el trozo de torta y después terminó su desayuno con una porción de budín. Cuando despejaron la mesa, recogieron la ropa que ya se había secado al calor de la estufa y las mujeres subieron a cambiarse. Sofía observó con desaliento el daño infligido a su atuendo.

-No lo voy a poder usar… -se quejó.

-Le voy a preguntar a Germán si tiene aguja e hilos. Te puedo coser los breteles –ofreció Rocío que ya estaba vestida.

La joven se sorprendió gratamente. Con Rocío no había intercambiado más que saludos y alguna charla al paso, pues trabajaba en otra sección de la empresa. Hizo un gesto de asentimiento y su compañera se puso en marcha. Mónica se acercó y le dijo sin malicia:

-En serio, ¿por qué cerraste la puerta con llave?

-Porque me imaginé que entraría al dormitorio mientras dormía –dijo francamente.

-No me parece el tipo de hombre que atropellaría para estar con una mujer –manifestó Carina.- Pero que te mira con interés, no se le escapa a nadie.

-Tomando en cuenta tu opinión acerca de su educación –le respondió con ironía- mi decisión fue muy coherente.- Y antes de que Carina esgrimiera una protesta:- Sólo fue cortés– terminó.

-¡Le hubieras visto el gesto cuando te empujó esa trastornada! –intervino Mónica.- Creí que la iba a bajar de un golpe.

-Sofía. Reconozco que lo que dije en el auto fue una burrada. Hablé sin conocerlo. Creo que Germán es un tipo encantador que complacería a cualquier mujer- insistió Carina.

-¿Me lo estás ofertando? –rió la aludida.

-Mmm… por tu talante, creo que se vendió solo –declaró Carina uniéndose a la risa.

Un clima de mayor camaradería se había instalado entre las mujeres que compartían la convivencia forzada por el clima. Sofía se sentía inclinada por primera vez a tomar parte de una charla intimista. El giro que había tomado la conversación le provocaba un cosquilleo de euforia que desafiaba a su estructurada personalidad. Acordó para sí de que el hombre, al menos, la complacía a ella. La llegada de Rocío con los enseres para coser interrumpió su meditación:

-¡Victoria, chicas! En esta casa no falta nada –dijo exhibiendo el costurero.- En un abrir y cerrar de ojos, tu solera quedará como nueva.

-Mejor que sea en un abrir de ojos –sentenció Mónica- porque si los cerrás, Sofía podría quedar sin vestido para deleite del hombre silencioso.

-Ja, ja –pronunció la nombrada con voz átona pero sintiendo un secreto estremecimiento que no se atrevió a explorar.

Mónica y Carina bajaron entre risotadas mientra Rocío y Sofía se dedicaban a reparar la solera. En la sala estaban instalados Germán, Sergio y Pablo en compañía de un desconocido. El dueño de casa se los presentó:

-Chicas, mi hermano Mauro. Mauro: estas lindas jóvenes son Carina y Mónica.

Mauro saludó con un beso en la mejilla al dúo femenino que estaba descubriendo el encanto de la faceta mundana de Germán. Se sentaron en los sillones y observaron la lluvia tenaz que empapaba el espacio verde que revelaba la luz diurna.

-¿Adónde están las dos bellezas que faltan? –preguntó Sergio.

Carina y Mónica emitieron una risita cómplice.

-Rocío está reparando el vestido de Sofía –contestó Mónica.- Si Sofía aparece con el jogging, tendrás que buscarte una costurera que te cosa los botones –le dijo a Pablo con un ataque de risa.

Carina, recordando la conversación adonde aludían al contratista, se le unió mientras el resto se preguntaba el motivo de tanto jolgorio.

-Seguro de que a solas habrán cambiado impertinencias propias de mujeres – conjeturó Sergio.- ¿Alguna incluía mi persona?

-Para tu ilustración, no desperdiciamos impertinencias en cualquiera –chacoteó Carina.

-¡Ah! Entonces deduzco que involucraban a nuestro anfitrión –afirmó Sergio.

-Esa presunción corre por tu cuenta –dijo Mónica con gesto afectado y volvió a reír ante la perspicacia de su compañero de trabajo.

La diversión quedó interrumpida con la aparición de Sofía y Rocío, quien pese a las declaraciones difamatorias de Mónica, había cosido prolijamente la indumentaria de la joven. Germán se acercó a la escalera con una sonrisa y le tendió la mano a Sofía para ayudarla a sortear los últimos escalones. El gesto, que no pasó desapercibido para nadie, provocó algunas sonrisas y un intercambio de miradas entre las mujeres. Situación a la que ellos permanecieron ajenos porque el hombre había concentrado sus sentidos en la contemplación de la joven y ella en el tacto de la mano masculina. Se desasió con cierta sofocación cuando sus ojos tropezaron con la mirada risueña de un extraño. Germán, atento a su gesto, le presentó a su hermano. Ella lo saludó y se apresuró a unirse al grupo que presenciaba el temporal.

-Hacía mucho que no te veía esa expresión embobada –le dijo Mauro a su hermano mayor- desde que te enamoraste del fiasco de tu ex mujer. ¿Se puede saber por qué me lo ocultabas?

-Porque hasta hoy no lo sabía yo mismo –le confesó.- Siempre la ví en la oficina de Méndez y me gustó. Pero anoche pude apreciarla desde una perspectiva más intimista y… ¿querés la primicia? Creo que estoy enamorado.

-¿Anoche intimaron?

-¡No, despistado! ¿Para qué te mandé a la Facultad? Dije intimista, no íntimo.