lunes, 28 de marzo de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - VII

Lo siguieron hasta los fondos de la casa y subieron al coche dos amplios botes de goma y algunos salvavidas.

-Pablo, te vas a quedar en el auto para alejarlo de la inundación. Mauro, vos conducirás el otro gomón junto a Sergio. Yo voy con Antonio. –se volvió hacia las mujeres:- Ustedes esperen en la casa.

-¡Yo quiero ir para ayudar! –exclamó Sofía.

Él se detuvo un momento antes de subir al vehículo:

-No, Sofía, porque estaré más ocupado cuidándote que auxiliando a los inundados. Esperame –le dijo acariciándole una mejilla. Se volvió y subió al todo terreno haciendo una señal de despedida.

-¡Fatuo! –exclamó la muchacha con enojo.

-¡Ah…! Ese esperame viniendo de un caudillo es prometedor… -dijo Mónica que había asistido a la despedida.

-Yo no necesito que nadie me cuide, y estoy segura de que más ayuda no vendría mal.

-¿Por qué no entran y cierran la puerta? –propuso Carina.- Así nos enteraremos a qué viene el disgusto de Sofía.

Aseguraron los ventanales y se sentaron junto a Rocío. Ante el silencio de Sofía, Mónica y Carina cambiaron un guiño.

-¡Sofía!, queremos saber que te dijo el hombre rudo –arrancó Carina.

-Nada que les importe –contestó enfurruñada.

-Entonces, que hable la testigo –declamó la curiosa señalando a Mónica.

Sofía la fulminó con la mirada, pero Mónica se había posesionado de su papel:

-Voy a declarar la verdad y nada más que la verdad –dijo con gesto grandilocuente.- Estando en las cercanías de la puerta observé a un hombre decidido ponerse al mando de una partida de rescate y a una osada jovencita exigirle formar parte de su equipo. Entonces… -Sonrió con candor:- El hombre rudo acarició con su manaza la tersa mejilla de la jovencita y le dijo algo así como “si venís me voy a olvidar de los desamparados por hacerte el amor…”

-¡Callate! –la interrumpió Sofía.- ¡Es un invento tuyo!

-Una traducción, en todo caso –dijo Mónica con suficiencia.- ¡Ah! Y terminó con un tierno y enérgico “esperame”. ¿No es para morirse?

La heroína de la historia estaba atravesada por sentimientos contradictorios. Por un lado, acostumbrada como estaba a no ventilar sus asuntos personales con nadie, la fastidiaba la exposición de su diálogo por parte de Mónica; por otro, le seducía la idea de compartir sus sentimientos con las otras mujeres. Al mismo tiempo, la interpretación de su compañera connotaba las palabras de Germán con una significación que ella no había vislumbrado. ¿O no quiso comprender?

-¿Estás enojada? –la pregunta de Rocío la sacó de su abstracción.

-No –sonrió.- Pero conste que Mónica alteró el diálogo.

-¡Vamos, Sofía! Eso es lo que quiso decir. Y te confieso que me muero de envidia de sólo pensar en semejante hombre haciéndote el amor. ¿Te imaginás? Un vendaval por dentro y por fuera –alucinó Mónica.

Las chicas rieron y aplaudieron.

-¿No sería más emocionante que imaginaras tu propia escena de amor?

-¿Con el tuyo…? –le dijo maliciosa.

-La imaginación no tiene límites –sonrió Sofía reclinándose en el sillón.

Se obligó a no dejarse arrastrar por los ensueños porque una realidad penosa golpeaba a otros semejantes. Estaba intranquila por la suerte de los hombres que habían acudido a socorrer a los inundados. En realidad, se confesó, estaba intranquila por Germán. ¡Por todos!, amonestó su conciencia solidaria.

-¡Cómo quisiera estar ayudando y no con un nudo en el estómago sin saber que pasa…!

-Bueno –consideró Carina.- Rocío puede estar tranquila porque el jefe ordenó Pablo que se quedara cuidando el auto. En cuanto al insoportable de Sergio, me importa un pito lo que le pase

-¡No digas eso! Creo que la impertinencia de Sergio es sólo una postura. En el fondo es un tímido que no quiere pasar desapercibido. Va a cambiar cuando se enamore –afirmó Sofía.

-¿Adónde va a encontrar otra trastornada como él? –refutó su compañera escandalizada.

-Ahah… ¿Con que esas tenemos? Detrás de un gran rechazo hay un gran amor –zumbó Mónica.

Sofía y Rocío largaron la carcajada al ver el gesto de sorpresa y de disgusto de Carina.

-¡Retirá eso, descerebrada! Ni aunque fuera el último hombre sobre la tierra.

-No es para despreciar el chico – reiteró Mónica.- Joven, buen físico, apuesto, gana bien, sólo le falta sentido común…

Unos estridentes bocinazos las dispararon hacia la cochera. Pablo traía seis mujeres y cuatro nenas que requerían atención. Le dio un beso rápido a Rocío, les transmitió el pedido de Germán para que les proporcionaran ropa seca y comida caliente, y salió en busca de otro contingente. Tras un momento de confusión, Sofía se puso al mando:

-Yo soy Sofía –se presentó a una de las mujeres de más edad.- Veamos si aquí hay algún baño para que se cambien – informó mientras hacía señas a sus compañeras para que lo verificaran.- Yo voy a buscarles ropa seca.

Le pidió a Rocío que la acompañara y armaron los atuendos para grandes y chicas. Bajaron varios toallones para que se secaran, pero Carina y Mónica habían encontrado dos baños en la planta baja y ya tenían al grupo listo para vestirse. Mientras las últimas atendían a las refugiadas, Sofía y Rocío incursionaron por la amplia cocina.

-¿Qué vamos a cocinar? –preguntó Rocío.

-Una buena sopa caliente con todos los ingredientes que encontremos.

Abrieron puertas y cajones hasta encontrar utensilios y vajilla. De la despensa seleccionaron fideos secos y caldos concentrados, y del frigorífico verduras variadas. Se instalaron en la isla central y trozaron los vegetales que pronto estuvieron en la olla. Debajo de una de las mesadas encontraron una mesa redonda plegada adecuada para ocho personas con sus correspondientes sillas. La armaron y después de lavar y acomodar todo en su lugar, expresó Sofía:

-¡Qué lugar! ¡Si es más grande que todo mi departamento!

-Bueno… Si la interpretación de Mónica es acertada, puede que pronto sea tuyo -deslizó Rocío con intención.

-¿Vos también? Te tenía en otro concepto. Está visto que esas arpías pervierten a cualquiera –le dijo con seriedad.

Rocío se quedó de una pieza. La estudió con tanta cautela que Sofía no pudo contener la risa. Su compañera, aliviada, terminó por imitarla.

-Y ahora –dijo la hipotética dueña del lugar- una de nosotras debe cuidar la sopa y la otra acomodar a los comensales. ¿Qué elegís?

-¡Andá vos! Yo prefiero quedarme.

-De acuerdo. Ya vuelvo. –Giró con una sonrisa y salió por la puerta rebatible.

Un creciente murmullo anunció el arribo del clan de mujeres. Mientras Mónica colaboraba con Rocío, Sofía las ubicó alrededor de la mesa e hizo las veces de anfitriona. Se dirigió a Luciana, la mujer de más edad, esposa del jardinero:

-Sé que han pasado momentos muy penosos, pero lo más importante es que están a salvo –le dijo con afecto.- Estoy segura de que pronto se reunirá con su marido.

-¡Ah, señorita! Aunque yo sabía que mi Antonio volvería con ayuda, el agua seguía subiendo y arrastrando todo. No podía más que abrazar a mis hijos y gritarme con los vecinos para saber si estaban bien. ¡Le recé tanto a la virgencita para que nos protegiera…! Y entonces mandó ayuda. Mi Antonio apareció con el bendito de su novio y nos salvó.

Sofía la miró sorprendida. ¿A qué novio se refería? De la casa habían salido cuatro hombres y Luciana suponía que uno era su novio. Con una sonrisa le empezó a decir:

-No sé cuál suponés que es mi novio…

-El señor Navarro –atestiguó.

-Pero el señor Navarro y yo sólo somos amigos.

-¡Perdóneme si la ofendí…! Me lo dijeron sus amigas cuando pregunté quien era esa señorita tan amable.

-No tengo nada que perdonarte, Luciana. Es que mis amigas son unas bromistas inoportunas. –Se levantó mientras le aclaraba:- Ya debe estar la comida. Enseguida vuelvo.

Se acercó al trío y dijo en voz baja:

-¿No les parece que es detestable burlarse de esta mujer que ha sufrido una catástrofe?

-¡Vamos, Sofía! –cuchicheó Carina.- No fue con mala intención. También vos me cargaste con Sergio…

-¡Sí! Pero fue entre nosotras. Le hiciste pasar un mal momento a la pobre. –Miró hacia la cocina:- ¿Está lista la sopa?

-Sí –dijo Rocío.- Traé la bandeja para acomodar las jarras.

Entre las dos llenaron los recipientes y después los repartieron entre el agradecido grupo. Se apartaron para que comieran tranquilas y se sentaron en los taburetes de la barra. La vista no se apartaba de los ventanales azotados por la lluvia.

-¿Parará alguna vez de llover? –preguntó Mónica.

-Están tardando demasiado en volver. Quisiera saber cómo está Pablo –se lamentó Rocío.

-¿Y los demás, egoísta? –le reprochó.- ¿No podés llamarlo al celu?

Rocío la miró como si Mónica le hubiera revelado el método para ganar la lotería. Se llevó la mano hacia la cintura y enarboló el teléfono como un trofeo. Después marcó rodeada por sus compañeras.

-¡Pablo! ¿Adónde están? ¡No te escucho! ¿Estás… Están bien? –rectificó acordándose de la crítica de su amiga.- ¿Qué? ¡Pablo, Pablo…! Se cortó.- dijo con desaliento.

-Quedate tranquila –la calmó Sofía.- Si te contestó, es que está bien.

Rocío se obstinó en comunicarse sin resultados. Absortas como estaban a su alrededor, las sorprendió la irrupción de los hombres en la cocina.

-¡Aquí están los campeones, muchachas! ¡Un aplauso! –alborotó Sergio mojado como un pato.

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