jueves, 31 de julio de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XXVI



Me incorporé para abrazarla. ¿Podía contestar su pregunta? En cinco días había perdido el control de mi vida y los prejuicios me dificultaban ponerme en contacto con mis sentimientos. Le dí un beso en la mejilla, me acomodé a su lado y la tomé de las manos: —Sami, ojalá supiera descifrar lo que siento por Guillermo. Desde el reencuentro, mis creencias acerca de la pareja, el esfuerzo y la realización han sido duramente cuestionadas…
—¡Ay, Marti…! Tu parrafada aparenta un ejercicio de oratoria. ¿Qué tenés que analizar? ¡Lo querés o no lo querés! —me refutó.
Me hundí en el asiento. ¡Vaya si tenía razón! Pero no podía confesarle que me hubiera ido con Guille hasta la China de no haber mediado el desafortunado incidente de la llave; ni que el beso me estremeció de solo conjeturar el momento de estar a solas. Eran confidencias para India, no para la hermana de mi potencial amante. Tomé una bocanada de aire y me levanté.
—No te puedo rebatir, Samanta, pero necesito adecuar mi arcaica filosofía existencial con la que irrumpió esta semana en mi vida. Ahora me voy a dormir y tal vez amanezca iluminada —le dije con afecto al tiempo que la despedía con un beso.
Sostuvo el abrazo y me exhortó: —Consultalo con la almohada ¿eh…? Pero más con tu corazón.
∞ ∞
Un rayo de sol se escurrió debajo de la persiana alzada a medias y se enredó en mis pestañas. Abrí los ojos con pereza porque había conciliado el sueño muy tarde por deliberar -a sugerencia de Sami- con mi músculo cardíaco. El citado no aceptó ningún razonamiento lógico relacionado con edad, amistad o tiempo. Se limitó a repetir “pero te gusta” ante cada reparo que esgrimí. Me ganó por cansancio. Me dormí convencida de que estaba enamorada de Guillermo y que no había impedimentos para aceptarlo.
Estiré los brazos hacia el cielorraso y la boca en una sonrisa. Me bañé, me cambié y bajé atesorando en el bolso la llave y el pañuelito bordado. Pensaba regresar ambas cosas segura de que él interpretaría su significado. Mi amiga no estaba a la vista aunque sí levantada, pues el café estaba casi listo y había una bandeja de medialunas sobre la barra. Me instalé en un sillón dispuesta a esperarla. Poco después se hizo presente.
—¡Buen día, Marti! —exclamó al verme y se acercó para darme un beso.
—¡Hola, Sami! ¿Hay noticias de los chicos?
—No muy buenas. Darren me avisó que aún tienen para varias horas. Si estás de acuerdo, me propuso que vayamos a almorzar a Pasos Malos y los esperemos allí para no perdernos el día. Habló con Luis para que nos reserve una mesa —me miró ansiosa—. ¿Consultaste con la almohada?
—Con mi corazón, como deseabas.
—¿Y…? —el interrogante otorgó a la simple conjunción una cualidad azarosa.
Le sonreí provocadora: —No pretenderás saberlo antes que el interesado…
—¡Tramposa! —escandalizó y agregó, riendo, ante mi gesto de censura: —¡No voy a agregar nada más…! —me tomó del brazo: —¿Aceptamos la oferta de los muchachos?
—¡Dale! —aprobé.
Desayunamos y después le anuncié que subiría a preparar la mochila. Cargué la malla, filtro solar, toallones y varios accesorios que podría necesitar además del bolso. Sami estaba lista. Partimos en el auto de Darren que me ofreció manejar, pero preferí oficiar de acompañante. Luis nos recibió con toda deferencia y, como en la anterior visita, puso a nuestra disposición a sus sobrinos para que nos escoltaran. Los jovencitos, ya familiarizados, charlaron hasta por los codos.
—¿Van a tomar sol todo el día? —preguntó Rolfi.
—¿Qué nos proponen? —averiguó Samanta.
—¡Trekking a la Cascada Olvidada o mountain bike hasta Merlín! —intervino Pedro.
—¡Y conocemos guías para cada circuito! —se entusiasmó Rolfi.
Sami me interrogó con la mirada. Pensé que una caminata no nos vendría mal.
—¿Cuánto dura la excursión hasta la cascada? —indagué.
—Dos horas —aseguró Pedro.
—También a mí me atrae más la idea de un paseo —aprobó Sami—, y podremos salir después del almuerzo.
—¿Le avisamos a Martín? —se atropelló Rolfi—. Es el mejor y está habilitado como baqueano.
—¡Vayan! —autoricé—, nosotras ya subimos.
—¡Qué comedidos! —exclamó mi amiga observando trepar a los chicos.
—¡Qué interesados…! —corregí—. Seguro que les darán una comisión por el contrato.
Mi celular sonó mientras acomodaba las pertenencias en la mochila. Me brincó el corazón al reconocer al remitente: —Hola… —mi voz sonó suave.
—Marti… ¿Todavía estás enojada conmigo?
Me sentía absurdamente feliz: —Vos debieras estarlo —disentí.
Rió grave y bajito: —¿Sabés que raramente pierdo la compostura? Pero con vos no me funciona la lógica —y concluyó con voz sofocada: —Siento haberte dejado sola…
—Me lo tenía merecido —acepté con modestia.
Volvió a reír: —¡Corazón…! Nos debemos una larga charla.
Me dejé envolver por el sonido de su risa y la expectación que comunicaba su anhelo: —Apenas nos veamos, ¿sí? —murmuré.
—Muy pronto, querida. Apenas termine de ajustarle las clavijas a estas máquinas díscolas —sobrevino un breve silencio. Luego: —Quiero verte, Martina. Te necesito. Sé que resolveremos este equívoco…
—Lo sé —lo tranquilicé—. Te espero, Guille. Y volvé al trabajo —mandé para disimular la emoción que me producían sus palabras.
—Lo que ordenes, milady —susurró transportado.
Cerré el aparato segura de que nuestra despedida podría eternizarse.
—¿Terminaron? —Sami me miraba risueña.
—Estoy lista —evité la respuesta y me lancé a escalar.
Luis, informado de nuestros planes, ya había dispuesto el lugar para comer. Aceptamos la sugerencia gastronómica y a las dos de la tarde nos reunimos con el guía. Era un hombre joven, delgado, de estatura media y bastante lacónico. Nos instruyó acerca de la vestimenta y calzado más adecuados y nos hizo una serie de recomendaciones antes de partir. Nos despedimos de Luis y los chicos con la convicción de que estaríamos de regreso alrededor de las siete de la tarde. Seguimos el curso del arroyo que ascendía entre hoyas de agua cristalinas y bordeado de su autóctona vegetación. El baqueano nos fue dando sus nombres a medida que lo interrogábamos, más atento al camino que a los detalles turísticos. Concentradas en el ascenso y la belleza del paisaje avistamos la cascada que, según Martín, caía desde treinta y siete metros de altura. Nos sentamos a descansar y grabar el entorno en nuestras retinas antes de sacar varias fotos y comer unos bocadillos que nos había preparado Luis. Antes de que los zorros pasaran a nuestro lado sin mirarnos sentí que algo había cambiado en la cualidad de la atmósfera. El calor había aumentado mientras parecía haber disminuido la visibilidad. A Martín el alerta se le activó a la vista de los animales que huían. Se estiró en toda su estatura, oteó el horizonte, dilató sus fosas nasales y se volvió hacia nosotras con expresión preocupada.
—Señoritas, debemos volver. Algo se está quemando y no está lejos.
Creo que ninguno de los tres nos alarmamos demasiado en ese momento, por lo cual bajamos tomando todas las precauciones. El guía aceptó detenerse un momento para que Samanta intentara comunicarse con Darren.
—¡No me escucha, Marti! —me inquietó el dejo desesperado de su voz.
—Debe ser por la estática —intenté tranquilizarla—. Mandale un mensaje.
A Sami le traicionaron los nervios y, ante la impaciencia de Martín, borró texto más veces de las que escribió. Reanudamos la bajada cuando la humareda era notoria y ya asomaban algunas lenguas de fuego sobre las murallas de piedras. Caminamos aprisa y en forma ordenada hasta que nos atropelló un grupo de gatos monteses que escapaban de las llamas. El guía y yo logramos aferrarnos a unos arbustos, no así Samanta que fue arrastrada por la estampida. Rodó río abajo hasta quedar trabada entre las rocas. Ella no gritó. Mientras corría hacia su cuerpo desmadejado, caí en la cuenta de que era yo la que gritaba.

4 comentarios:

LUCIA dijo...

HOLA CARMEN YA ME MUERO POR LEER EL SIG. CAPITULO

Carmen dijo...

Aguantá, Lucía, porque será en breve. Cariños.

Anónimo dijo...

Esperando el proximo carmen

Anónimo dijo...

Esperando el proximo capitulo