viernes, 28 de marzo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - XI



—¡Hola, India! —amplió la sonrisa.
—Querido Guille, no solo sos el genio de la computación sino el de la lámpara… ¡Me cumpliste un deseo recién expresado! —atestiguó la voz de mi amiga
—A vuestras órdenes, señora —dijo la deidad—. Y ahora podéis pedir lo que se os cante.
Con esa expresión impropia de un genio, le hizo una reverencia, giró la máquina hacia nosotras y nos encandiló con el foco incorporado a la computadora.
—¡Marti! —India nos sonreía eufórica—. ¡Estás al espiedo! ¡Pero espléndida…! —agregó con generosidad.
Me causó gracia. Me incliné hacia la hermana de Guillermo: —Sami, ella es la gran escultora de la que te hablé —hice un gesto ampuloso—. India, esta es mi amiga de la infancia —terminé la presentación.
—Samanta, me alegro de conocerte —afirmó la artista que lucía un soberbio vestido de fiesta.
—¡Y yo! —exclamó Sami—. Ya me estaba poniendo celosa de la nueva amistad de Marti.
—Perdé cuidado —la tranquilizó India—. Martina es la persona más fiel que conozco.
Para que no siguiera alabando mis cualidades, le pregunté: —¿Adónde vas con ese traje tan elegante?
—¡Ah…! A una reunión que organiza papá. Creo que pretende encontrarme un novio. Le está preocupando mi larga soltería.
Largué una carcajada. De lo que estaba segura es que a ella la tenía sin cuidado. No era la primera vez que Bernardo intentaba vincularla con algún candidato.
—Me parece bien que estés preparada para cualquier imprevisto. ¿Quién te dice que ésta no sea tu oportunidad? —le dije burlona.
—Vos, parece. Pero hablemos de otra cosa. ¿Qué planes tienen?
—Esta noche, ninguno —contestó Sami—, los chicos hicieron un viaje largo. Martina me habló de tus esculturas. ¿Me las mostrarías? Me gustaría llevarme alguna a Toronto —pidió.
—Será un placer. Pero mañana. Mi padre se está impacientando —accedió India—. Estaré en pie a partir del mediodía.
—¡Seguro! —aprobó Samanta—. Guille nos conectará. ¡Qué disfrutes de la fiesta!
—¡Chau, India! Mañana nos vemos —la despedí.
Guillermo cerró el programa y apagó el aparato. Cenamos en la cocina y planificamos hacer una recorrida por Merlo al día siguiente. Darren debía volver al trabajo.
—¡No saben cuánto me alegro de que hayan venido! Primero —dijo dirigiéndose a mí—, por conocer a la famosa milady —yo lo miré inexpresiva—, segundo, para que la mía no se muera de tedio y algún día tenga que salir a rastrearla por los caminos —la connotación de “la mía” quedó flotando en la consideración tácita de quien era “la del otro”.
—Después del paseo podemos ir a tomar mate al Rincón —propuso Sami.
Yo la miré interrogante y aclaró: —es un balneario municipal, está a orillas de un arroyo y tiene una hermosa arboleda. Digo… para que no te sigas flechando —añadió solícita—. Fuimos una vez con Darren.
Él le pasó un brazo sobre los hombros y la besó: —Ya sé que te tengo un poco abandonada, mujercita —reconoció al separarse—. Pero Bill y Marti me darán una mano mientras supero la etapa crítica de la obra.
Samanta miró a su colorado con cara de embeleso. ¡Vaya que estaba enamorada mi amiga! Mis ojos se cruzaron con los del gurka. Él me escrutaba a mí, como queriendo sondear mi pensamiento. Me moví inquieta, porque había imaginado lo excitante que sería una relación adonde me amaran de esa manera. No Darren, por descontado, pero ¿quién? No había evocado a Noel en ningún momento, ya que yo no estaría allí si nuestro vínculo fuera tan apasionado. Aparté la vista y me perdí en  mi copa de helado.
—Los dibujos no, Marti, te podrías indigestar —esta observación de Guille detuvo la minuciosa rascada del recipiente en la que me había abstraído.
—¡No podés con tus modales de gurka! —lo reprendió su hermana.
—¡Le quise evitar un malestar! —se defendió risueño.
—Dejalo, ya estoy acostumbrada a sus chiquilladas —dije abandonando la cuchara con petulancia—. Te ayudo a levantar la mesa y me voy a dormir —le ofrecí a mi amiga—. ¡Estoy molida!
—Ni lo sueñes. Darren y yo la despejaremos y mañana viene Dora para ordenar todo. ¡Andá a descansar!
Me acerqué a Sami y la abracé: —¡Estoy muy feliz por el reencuentro y he pasado un día estupendo! —le expresé emocionada.
Sami prolongó el abrazo y me besó: —¡Y yo, Marti! Vas a ser mi mejor regalo de cumpleaños.
—…¡Es el sábado! —descubrí después de concentrarme.
—¡No te olvidaste! —festejó.
—No me lo hubieras perdonado —reí.
—Buenas noches, Marti —dijo el colorado tendiéndome los brazos.
Respondí a su abrazo y lo besé en la mejilla: —Que descanses, Darren. Buenas noches a todos —formulé y enfilé hacia la escalera.
—¿Y para mí que soy responsable del regalo, no hay beso y abrazo? —reclamó Guille.
—Que te lo dé tu hermana —respondí sin volverme.
Todavía escuchaba la carcajada de Darren cuando cerré la puerta del dormitorio. Me acosté con una sonrisa satisfecha. No había visto la cara del gurka pero me la imaginaba. Me dormí al instante y desperté a las siete de la mañana descansada y expectante por la nueva jornada. Desde la ventana de mi habitación veía un cielo límpido que pronosticaba buen tiempo. Bueno, India me había dicho que Merlo gozaba de un microclima que lo hacía especial. Vestí la malla debajo de la ropa atenta a la propuesta de Samanta de visitar el balneario. Bajé a las ocho y desayuné con Sami y Guillermo. Darren se había ido a las siete y media.
—Podemos hacer un recorrido por la ciudad así la conocen —dijo Sami—. Guille nos convidará con un aperitivo, ¿verdad? —le hizo un arrumaco a su hermano.
Él asintió con una sonrisa: —Partamos que al mediodía tenés una cita con India —le recordó.
—Sentate adelante —propuso Samanta al llegar al auto.
—No. Sentate vos —denegué—. Yo voy atrás.
—No se peleen por ir conmigo. Ambas pueden sentarse adelante —manifestó Guillermo con tono paciente.
Esperé a que subiera su hermana y yo me acomodé última. Llegamos a la Plaza Sobremonte adonde Guille estacionó y recorrimos a pie el Centro histórico. Visitamos una Capilla del siglo XVIII con muros de adobe pintados a la cal, paseamos entre las casas coloniales de los alrededores, admiramos la colección del museo Kurteff, piezas realizadas en distinto metales como plata, bronce, alpaca y cobre esmaltado. Cerramos visitando al algarrobo abuelo, cuya existencia se calculaba en más de ochocientos años según estudio de sus anillos de crecimiento. Se necesitaban seis personas tomándose de las manos para rodear su contorno. Me quedé ensimismada.
—¿Qué se agita en tu cabecita? —la voz grave del gurka me instaló en el presente.
—Solo pensaba en que fue testigo de la vida humana en armonía con la naturaleza y de su posterior destrucción. Las cosas no cambian, Guille. El más fuerte se cree el dueño de la verdad e impone su ideología a quien considera inferior. Ayer, por la violencia física. Hoy, de manera más sofisticada, sojuzgando la inteligencia de la población a través de dádivas que ni siquiera les alcanza para vivir con dignidad. Pero tienen un ejército sometido por la ignorancia de que un mundo mejor los espera.
—¿Eso te entristece, milady? —preguntó casi con pena.

viernes, 21 de marzo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - X



Un leve roce sobre la mejilla me fue sacando del sueño profundo. Abrí lentamente los ojos y entreví sin sobresalto el rostro del gurka inclinado sobre mí.
—¡Al agua, patito! —dijo divertido—. Te estás asando de un solo lado.
—¿Eh? Oh… —atiné a balbucear en mi letargo.
—¿Te ayudo? —hizo ademán de levantarme en sus brazos.
Eso me despabiló del todo. Me senté tan rápido que la reposera se cerró sobre mi cuerpo y tuve que aceptar la ayuda de Guille para salir de la trampa.
—No sé de que te reís —le dije ofendida cuando estuve de pie.
—Es que parecías un bocadillo entre las fauces de un cocodrilo —precisó sin abandonar la risa.
Samanta y Darren corrieron hacia nosotros: —¿Te lastimaste? —se alarmó mi amiga.
—Solo mi orgullo —dije cabizbaja.
—Martina… —Guillermo se me acercó afligido—. No te ofendas, querida. ¡Es que estabas tan graciosa!
Lo fulminé con la mirada y me lancé al agua. Por suerte fue una zambullida impecable, que me reivindicó internamente del anterior papelón. Detrás de mí se tiraron los demás y poco después, como si nada hubiera pasado, estábamos jugando con una pelota inflable que Sami y yo, casi siempre, hurtábamos a los varones mediante argucias estrictamente femeninas. A las seis, Guille salió del agua y renovó el agua del termo y la yerba para seguir con la mateada. Nos envolvimos en los toallones que habían traído los muchachos y nos congregamos alrededor de la mesa sombreada por los árboles.
—¿Cómo está Isa? —preguntó Sami.
Isabel es mi mamá. Pegué un respingo al caer en la cuenta de que no la había puesto al tanto del viaje: —¡Bien! Pero deberé escuchar sus reproches cuando la llame para avisarle que no estoy en Rosario —dije pesarosa.
—Llamala desde la casa así le das tiempo para que se descargue y no te agota el crédito del celu —rió mi amiga.
—Eso haré después de una ducha energética —asentí.
También pensé en que debía llamarla a India. Se lo debía por la compañía que me había brindado. Sorbí el mate y se lo devolví a Guille con un “gracias” para indicarle que era el último.
—¿Me perdonaste? —preguntó demorando sus dedos sobre los míos al tomar el recipiente.
Estábamos inclinados el uno hacia el otro y parecía no tener intenciones de aflojar el apretón. Sus pupilas tenían la profundidad de un mar tempestuoso. No me arredré y le contesté con frescura: —Sí, niño. Solo por ser el hermano menor de Sami —liberé mi mano y me incorporé escuchando su risa baja—: Me voy a bañar —anuncié a los presentes—, y a comunicarme con mi madre.
—¡Suerte! —gritó Samanta a mis espaldas, pues ya estaba en camino hacia la casa.
Atrás, Darren largó una carcajada y supuse que le hacía una broma al gurka porque escuché las risas del trío. Bueno, pensé, que se diviertan aunque sea a mi costa. Me di una larga ducha y cubrí todo mi cuerpo con crema para aplacar los efectos del sol. Elegí una solera sin breteles que evitaría roces sobre mis hombros ardidos y me acomodé sobre la cama para llamar a mamá. La charla fue larga y, para mi sorpresa, se interesó más en mis amigos que en sermonearme. Corté la comunicación con la promesa de llamarla regularmente. Después le hablé a India.
—Hola… —su modulación cadenciosa era inconfundible.
—¡Amiga! —exclamé contenta—, creí que no te iba a encontrar.
—¡Marti! Si no me llamabas te declaraba persona non grata —me informó. Luego, ansiosa—: ¡Contame…!
—El viaje, sin incidentes. La casa, un sueño. Mi amiga y su marido, encantadores. Acabo de darme un baño y ya hablé con mi mami —le relaté en forma concisa.
—Parecés TN dando los títulos de las noticias —alborotó—. ¡Detalles! Quiero detalles…
—Eso es todo. ¿Qué pretendés en tan pocas horas? Aún no hicimos ningún paseo, solo aprovechamos la pileta —reiteré.
—¿Y Guillermo? —preguntó después de un silencio.
—Bien —dije en tono neutro.
—Quiero decir cómo te sentiste —amplió su interrogatorio.
—Normal —aseguré.
—¡Ayayay…! —exclamó—. ¡Cómo quisiera estar ahí para leer en tu rostro los signos de la verdad!
—No te estoy mintiendo —precisé con calma.
—Vayamos a otra cosa, porfiada —arremetió—. Contame cómo es la casa.
—Moderna y amplia. Rodeada de verde y con una piscina fabulosa.
—¿No era que no había espacio? —inquirió la memoriosa.
—Bueno, a lo mejor Guille lo presumió —traté de restarle importancia.
—¡Ja! A lo mejor se quería sacar al rival de encima —me rebatió.
—India… —le advertí—, si seguís con esas insinuaciones aquí termina la conversación.
—¡No dije nada, no dije nada! —aseguró riendo—. Vamos, quiero saber cómo fue el reencuentro con Sami —su voz se había suavizado.
—Como volver a tener diecisiete años —dije soñadora—, como si tan solo nos hubiéramos visto ayer.
—¡Oh, Marti! ¡Cuánto me alegro! ¿Ves? Te hubieras llevado la tableta que te ofrecí y ahora podría estar mirando tu cara de felicidad.
—Era demasiado compromiso, India. Estaría pendiente de que no me la robaran —señalé.
—Me conformaré con que me hables todos los días para compartir tus andanzas —se resignó.
—¡Hecho! Ahora te dejo porque ya les he gastado demasiado el teléfono —dije con prudencia—. ¡Chau, India!
Me calcé las sandalias, cepillé mi pelo y bajé para ver en qué estaban los demás. Abajo no había nadie así que me llegué hasta la piscina. Desierta. Se estarán duchando, pensé. Volví a la galería y me senté en uno de los sillones confortablemente acolchados. El ocaso arrebolaba el cielo límpido y algunas estrellas parpadeaban con timidez. Una brisa fresca mitigaba el calor de mi piel y el silencio del entorno, solo poblado por el tardío piar de los pájaros, acallaba cualquier ansiedad de mi mente. Cerré los ojos para concentrarme en ese oasis de sosiego.
—Bajo el sol o el atardecer te ves siempre hermosa, bella durmiente.
La voz apagada del gurka adulto suspendió ese estado alterado de la conciencia al que me había deslizado para instalarme de nuevo en la realidad. Abrí los ojos.
—No estaba durmiendo. Estaba gozando de un momento de quietud que vos interrumpiste— le aclaré sin resentimiento.
—No te quejes. Te dejé un buen rato porque me regalé los sentidos observando tu plácido abandono —dijo con desparpajo mientras se acomodaba en otro sillón.
Curvé el cuello hacia donde se había ubicado y le obsequié una sonrisa apacible. Tenía una notebook apoyada sobre las piernas, aún sin abrir. Me examinó reflexivamente: —Estás cercana esta noche… —murmuró.
Me enderecé y fijé la vista en el cielo. Las sombras habían avanzado ocultando los ojos y el rostro de Guillermo. La oscuridad afectaba mi equilibrio interior. Agudizaba esa sensación de desamparo que nacía de las largas noches de abandono afectivo, en las que mi madre solo podía centrarse en la elaboración de su duelo personal. En estos momentos estaba asequible a cualquier muestra de cordialidad, como las palabras que acababa de pronunciar el gurka. Escuché el sonido de su computadora al encenderse y volví a mi ensimismamiento. Me sentía en paz. La presencia silenciosa de Guille aventaba los temores nocturnos y me permitió aprehender ese singular momento de relax.
—¡Ah… no! ¡En esta casa hoy no se trabaja!
La airada exclamación de Sami, dirigida a Guille, me hizo sonreír.
—¡Pará un momento, atolondrada! Estoy contestando unas consultas. Ya termino —aseguró su hermano impidiendo que Samanta le cerrara la máquina.
—Perdonalo, Marti. Es un desconsiderado —se disculpó mi amiga frotándose la muñeca que le había atenazado el gurka.
—Ah… No hay cuidado. Estaba enfrascada en este soberbio atardecer.
—¿La llamaste a tu mamá?
—Y a una amiga. Me temo que abusé de tu teléfono —confesé.
—Martina, si no lo hacés me voy a enojar. Usalo tantas horas como necesités —me regañó.
—¿Hablaste con India? —inquirió Guillermo.
—Sí. Y me recriminó por no aceptar la tableta que me ofreció. Es una chusma —me reí—. Quería conocerte —le dije a Sami.
—¿Quién es esa India? —me preguntó.
—Digamos que es una amiga que suplió tu ausencia. Es escultora y exponía en el mismo pabellón donde tu hermano dio la conferencia.
—¡Oh! A mí también me gustaría conocerla. ¿Son buenas sus esculturas? —se interesó Samanta.
—Las últimas me gustaron. Son todas formas abstractas —precisé.
—¡Quiero verlas! —expresó con entusiasmo—. Decime, gurka, ese aparato tuyo ¿sirve para algo más que trabajar en momentos incorrectos?
Él la miró con sorna. Me preguntó: —¿Te acordás del nombre de usuario de India en Skype?
Se lo dije y lo vimos teclear con rapidez. Poco después le sonrió a la pantalla.

jueves, 13 de marzo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - IX



Demoró sus dedos sobre mi mejilla y sus ojos en los míos. Se inclinó lentamente y por un momento desvarié con que iba a besarme. Un grito imperioso nos sacó de la inercia: —¡Marti! ¡Martina! ¡Amiga…!
Miré aturdida en dirección a la casa y divisé la inolvidable imagen de Samanta corriendo hacia el coche. El pelo rubio ondeaba detrás de ella en tanto la verja se abría hacia el interior del parque. Destrabé el cinturón de seguridad y me lancé del auto. Troté al encuentro de Sami hasta que tropecé con una raíz y aterricé en el césped aparatosamente. Mi amiga, riendo, se desplomó a mi lado para abrazarme. Así rodamos, a pura carcajada, encimándonos en las preguntas, confesándonos cuánto nos habíamos extrañado. Agotadas, quedamos tendidas de costado, con manos y pupilas unidas en la sonrisa perenne del reencuentro.
—Pensé que no iba a encontrar otro ejemplar como mi mujercita —manifestó en inglés una agradable voz varonil.
Levanté la mirada y me topé con el rostro afable de un hombretón de pelo rojo, al menos diez años y diez centímetros más que el gurka. Me agradó no más verlo. Tendió una mano hacia mí y otra hacia Sami y nos levantó como si fuéramos inmateriales.
—¡Darren! ¡Ella es Marti! —exclamó Samanta.
—Si no me lo decías, no lo hubiera imaginado —dijo con placidez—. Encantado de conocerte, Marti —declaró y me dio un abrazo—. Desde que llegamos Sam me ha deleitado hablándome de ti.
Me causó gracia su declaración: —Querrás decir que te aturdió —enmendé con una sonrisa.
Habíamos pasado del castellano al inglés y supuse que el marido de Sami no hablaba nuestro idioma. Yo me sentía cómoda tanto con una lengua como con la otra. Guille se acercó y abrazó a su hermana: —Hace medio año que no nos vemos, desamorada —la regañó al besarla.
Ella se le colgó del cuello y le dio varios besos: —¡Te los merecés por haber traído a Marti! Y ahora entrá el auto así se refrescan antes del almuerzo.
Entre ellos se hablaban indistintamente en ambos idiomas, cosa que no parecía importarle a Darren. Se nos adelantó y cuando entramos en la casa estaba cerrando el portón automático después de que Guille introdujo su vehículo.
—Dile a Bill que suba las valijas —le indicó Sami—. Yo la acompaño a Marti a su habitación.
Subimos a la planta alta adonde se abrían cinco puertas al pasillo. Recordé la excusa de Guille para no invitar a Noel y no pude evitar una sonrisa. Dejé el bolso sobre la butaca y me volví hacia la entrada del dormitorio. Samanta estaba apoyada sobre el marco de la puerta con los brazos cruzados y me miraba con atención.
—¡Estás igual, Marti! El tiempo no pasa para vos —afirmó con naturalidad.
—No creas. Si te fijás bien, ha dejado sus huellas sobre mí —alegué.
—No tanto como en mí —torció el gesto—. Debí salir morena como mamá y no rubia como papi. Así Guille estaría un poco más calvo y yo menos ajada —consideró.
—No creo que al colorado le importe —dije riendo.
—No. ¿Verdad? He sido afortunada, Martina —expresó ilusionada—. Después de dos fracasos creí que la vida en pareja no era para mí. Y apareció Darren para enamorarme y darme la certeza de que podía aspirar a una familia propia. Y vos, Martí, ¿en que andás? —preguntó con vivacidad.
—Noviando desde hace varios años —respondí.
—No parecés muy entusiasmada —juzgó.
—Es que son años… —dije con despreocupación y rogando que no insistiera.
La llegada del gurka cargando mi valija lo impidió.
—¿Adónde la dejo? —preguntó.
—Sobre la cama —me apresuré a indicar—. Si me permiten pasar al baño, en minutos estaré lista para bajar.
Los hermanos asintieron y me dejaron a solas. Respiré aliviada. Supuse que Sami retomaría en otro momento el tema de mi noviazgo, pero ya estaría yo preparada. Lavé mis manos y mi cara, pasé el peine por mis cabellos y abandoné el cuarto. Abajo esperaba el resto del grupo para almorzar. Samanta nos deleitó con su pollo al horno aderezado con variadas guarniciones, ensaladas y un postre delicioso para el final. Después nos acomodamos en la galería para tomar un café y charlar. Yo estaba distendida, disfrutando del lugar y la compañía. Sami se opuso decididamente a que la ayudara: —Hoy sos la agasajada.
—¿Cambiaron de residencia? —le pregunté a Guille con tono candoroso mientras la pareja preparaba la bandeja en la cocina.
Por un momento me miró sorprendido, después largó una carcajada: —No vas a negar que fue una excusa impecable.
—Sobre todo para un fanático que en lo único que reparó fue en conocer el templo de su divinidad —dije sin rencor.
—Marti —pronunció con calma—, no me reproches el egoísmo de querer disfrutarte sin interferencias…
Buscó mis ojos que aparté para no ceder a su mirada sugerente. Sus palabras iban trasponiendo fronteras que me perturbaban, porque supe cómo hablarle al niño revoltoso pero no atinaba a manejarme con el hombre osado. Mi mente se obstinaba en analizar el significado del mensaje que no acordaba con mi calidad de mujer comprometida. La aparición de los Smith con las infusiones me apartó de esta consideración.
—¡Hace un día espléndido! —expresó Sami—. Como han viajado varias horas, les propongo que descansen un poco y después podremos disfrutar de la pileta. ¿Qué les parece?
—¿Tienen pileta? —pregunté entusiasmada.
—Sí. Después del café les mostraré toda la casa —aseguró mi amiga—. En esta localidad no hay muchos ríos, solo arroyos plagados de piedras y saltos que forman hoyas naturales. Pero el ruido del agua al correr entre las rocas es un sonido musical y sedante. Para nadar, la piscina —afirmó sonriente.
—Yo acepto tu sugerencia, hermanita —abonó Guillermo—. Y creo que a Marti le vendrá bien una siesta; la hice madrugar. ¿Verdad, milady?
Ese tono protector que buscaba complicidad me rebeló. Me encontré diciendo: —Yo estoy bien, prefiero disfrutar de la pileta.
Pesqué una mirada que intercambiaron los dos hombres pero me hice la distraída. Terminamos de tomar el café y Samanta nos guió por el exterior de la residencia. Detrás de la casa se extendía una piscina de tamaño suficiente para nadar con comodidad en cuyos amplios bordes se apoyaban tres reposeras. El césped que la rodeaba descendía hasta un macizo de arbustos y árboles corpulentos bajo los cuales descansaban una mesa de hierro blanca y seis sillones del mismo material. Entre los matorrales dispersos como al descuido, enredaderas y flores de variados colores. Ese rincón encantador no se veía desde el frente de la casa y estaba rodeado por un seto verde cuya altura le proporcionaba privacidad con respecto a las viviendas linderas. Después pasamos al interior de la casa. En la planta baja, una sala amplia rodeada de ventanales, la cocina, un baño y dos habitaciones. Terminamos en la planta alta adonde estaban los dormitorios. Guille y Darren se despidieron y nosotras nos fuimos a poner las mallas. Me recogí el cabello con una hebilla y bajé a encontrarme con Sami. No era la hora adecuada para exponerse al sol pero nos embadurnamos con filtro solar y, confiando en el benigno clima de Merlo, retozamos en la pileta hasta las cuatro. Samanta había traído el equipo de mate y unas masitas caseras de nuez que saboreamos bajo los árboles.
—Estoy asombrada por tu afición a la cocina —dije catando los bizcochitos.
—Es mi pasatiempo cuando Darren está fuera de casa —manifestó—. Le preocupa que salga sola mientras está trabajando, así que para no inquietarlo me distraigo cocinando.
—¡Estás entregada! —me reí.
—Ya vas a ver cuando te toque… —me vaticinó—. Pero ahora que vinieron podremos explorar los alrededores con o sin los hombres —dijo con entusiasmo.
—¿Tu colorado confiaría en mí? —dudé.
—Te apuesto que sí. Aunque de seguro mi hermano nos acompañará —afirmó con una sonrisa intuitiva.
Ignoré su comentario y le anuncié: —me voy a tirar un rato en la reposera. ¡Me agarró una fiaca…!
Insistió en que volviera a untarme con el ungüento y dijo que ella se quedaría a la sombra. Con un suspiro de alivio me tendí en la poltrona y me quedé dormida.

sábado, 8 de marzo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - VIII



—¿Entro a cargar la valija? —preguntó.
—No hace falta. Yo la bajo —repuse.
Cuando salí del ascensor, lo ví esperando detrás de la puerta de vidrio. Estaba en jean y remera y calzaba zapatillas. Y seguía sin ajustarse a la imagen de chiquillo que me tranquilizaba. Recibió el equipaje apenas abrí, y me saludó con el infaltable beso en la mejilla:
—Buen día, milady, lamento haber turbado tu sueño —dijo con una sonrisa.
—Estás disculpado —le contesté—. Hace tanto que no salgo de vacaciones que madrugaría hasta para ir a Carcarañá.
—¡Oh…! ¿Ningún caballero te ha invitado?
Lo miré con gesto adusto. ¿Quería arruinarme el viaje? Noel nunca me llevaba a sus repetidas vacaciones en el sur adonde vivía su hermano porque, siempre reiteraba, se dedicaban a la pesca de truchas y yo me aburriría. De modo que, como mi presupuesto era escaso, solo cruzaba a la isla por las mañanas antes de que la invadiesen los rosarinos. Al mediodía estaba de vuelta, me duchaba, comía algo liviano y dormía una siesta. Por la tarde salía con alguna amiga o concurría a los distintos espectáculos gratuitos que promocionaba el municipio. Vacaciones de pobre me enrostraba India para molestarme cuando me negaba a compartir alguno de sus viajes. Yo era así: pobre, porfiada y orgullosa.
¿Y ahora?, preguntó una fastidiosa vocecita interior. ¡Es por Sami!, me contesté y no me cuestioné más. Guille debió haber interpretado mi ceño porque no siguió con la agudeza. Metió la valija en el baúl y abrió la portezuela para que me acomodara en el lugar del acompañante. Subió y, antes de poner el auto en marcha, descansó el brazo sobre el volante y se volvió hacia mí. Me dirigió una mirada intensa, cargada de interrogantes que no quise discernir para que no me robara la calma. Aparté la vista de su rostro y pensé que los años le habían dado carácter a sus facciones armoniosas. El gurka se había convertido en un hombre atrayente. Se enderezó y arrancó con suavidad. Ahí le presté atención al interior del auto. Era tipo camioneta, con dos filas de asientos traseros y tenía el tablero como un avión, lleno de luces indicadoras y la pantalla del GPS. Se deslizaba con una mínima vibración.
—¡Qué hermoso coche! —exclamé—. ¿De qué marca es?
—Mercedes —respondió.
—¿Lo alquilaste?
—Lo traje —sonrió.
—¿Desde Boston? —me asombré—. ¿Cómo?
—En avión de carga —me explicó con paciencia.
—¿No era menos costoso alquilar uno? —insistí.
—Cierto. Pero estoy familiarizado con él y sabía que tenía que viajar.
—¿No podías haber alquilado uno similar? —volví a la carga.
—No creo, Marti. Es muy costoso —aclaró.
—¿Cuánto? —quise saber.
—Ciento setenta mil dólares —dijo sin alarde.
Me quedé muda. Casi dos millones de pesos nuestros. Yo tendría que ahorrar mi sueldo completo durante veinte años para juntarlos. ¿Tanto progresaste, gurka? Bien por vos. Pero sentí una desazón amarga al comprobar en forma concreta la brecha económica que nos separaba. Él pertenecía a una elite donde mi salario era despreciable. ¿También explotaba a sus empleados como otros oligarcas?
—¿Qué pasa, milady? —preguntó como si captara mi pensamiento.
—Nada —expresé con desaliento y giré mi rostro hacia la ventanilla sin ánimo de charla.
La ruta estaba despejada y llegamos a Villa María en dos horas y media. Guille intentó establecer una comunicación pero desistió ante mis monosílabos. Me propuso al entrar a la ciudad: —Vamos a hacer un alto antes de Merlo, ¿te parece bien?
Me encogí de hombros. Estaba enojada porque había puesto en evidencia el insustancial valor de mi esfuerzo para ganarme la vida. Recién cuando me quedé a solas en la mesa del parador, mientras él buscaba un refrigerio para ambos, caí en la cuenta de lo ridículo de mi rabieta, como si lo hiciera responsable de mi mediocridad.
—Café con leche y medialunas dulces y saladas —dijo apoyando la bandeja sobre la mesa.
Se sentó enfrente de mí y me alcanzó un pocillo mientras ponía la fuentecita con facturas en el medio. Sus ojos buscaron los míos en una pregunta implícita que verbalizó cuando yo los aparté: —Algo te molestó, Martina. Quiero saber qué es —pidió con gentileza.
—No te lo puedo decir… —murmuré avergonzada de mis contradictorios sentimientos.
Estiró el brazo hasta encontrar mi mano que descansaba sobre el mantel y la alojó entre la suya: —Vamos, milady, que no haya ambigüedades entre nosotros. Puedo escuchar cualquier cosa que digas —reclamó con voz grave.
Levanté la mirada hacia sus pupilas francas y dije de un tirón: —Es que vas a pensar que soy una resentida y por un momento lo fui cuando me dijiste el precio de tu auto y yo calculé que necesitaría veinte años de trabajo para llegar a esa suma. Sentí que mi ocupación no valía nada —terminé abochornada.
Apretó mi mano e intentó consolarme: —tu trabajo vale como cualquiera, Marti, pero el mercado laboral se maneja por la oferta y la demanda. Tengo entendido que hay mucha desocupación en este país y por eso los sueldos son bajos.
—¿Les pagás bien a tus empleados? —disparé.
—Estimo que sí —sonrió—. Podés preguntarles cuando los veas.
—Bueno, dejemos el tema. Ya se me pasó —dije para tranquilizarlo—. Si me soltás la mano, voy a poder tomar mi café.
Se largó a reír y me liberó. Nos comimos las medialunas y retomamos el viaje. El silencio inicial fue reemplazado por una charla intimista adonde cada cual se apropió de las vicisitudes y logros del otro. Al confiarle mi historia me hice cargo del precio que tuve que pagar por mi independencia, cuya resultante fue renunciar a una carrera que me prometería un futuro mejor. Sentí que no me arrepentía de esa decisión y me animé a pensar que aún estaba en condiciones de encarar un proyecto de estudio. Guillermo, contradiciendo mis prejuicios, no se vanaglorió de su fama ni prosperidad. El hombre sensible que se expuso a mi reconocimiento privilegió los afectos sobre el trabajo. Habló del apoyo de sus padres y hermana, de la satisfacción por ver que Sami encauzaba su vida, del aprecio que sentía por su cuñado, de la lealtad de sus empleados, de los amigos que había hecho a lo largo de los años. Un nuevo individuo desvanecía la imagen del gurka y se revelaba a mi conciencia como una figura inquietante. Tenía más de caballero andante que de sicario. ¿Habría yo contribuido a su transformación esa lejana noche del cumpleaños?
Antes del mediodía, estacionó el vehículo delante de una casa de dos plantas rodeada por una verja blanca.
—Llegamos, milady —me anunció.
Lo tomé del brazo y me enfrenté con su mirada interrogante: —Hagamos un trato —le dije—. Yo no te llamo más gurka ni vos a mí milady.
Me contempló casi con pena. Acarició mi rostro con suavidad y asintió: —De acuerdo. Pero no te enojes si en alguna ocasión se me olvida.

domingo, 2 de marzo de 2014

CONFLICTO AMOROSO - VII




Era temprano. Lavé varias remeras y dos pantalones que deseaba llevar, revisé el guardarropa y separé algunas prendas para acondicionar. Cerca de mediodía me preparé un refrigerio y después llamé a Noel que estaría en la hora del almuerzo.
—Hola, Noel —le dije no bien atendió—. Cenemos esta noche juntos para despedirnos porque mañana a las seis salimos con Guille para San Luis.
—Eh… —vaciló—. Me temo que no podremos vernos. Esta noche tengo una cena de trabajo muy importante.
—Bueno —dije confundida—. Vení a dormir al departamento después.
—Es que uno de los inspectores se va a alojar en mi casa… —explicó al cabo de una pausa.
No sé por qué me sonó como un pretexto. Apremié persuasiva: —Que lo albergue otro. ¿Nos vamos a perder la despedida?
—No me puedo negar, Marti. Ya está todo arreglado.
Reaccioné. ¿Desde cuando le rogaba a un hombre para que ocupara mi cama? Manifesté: —Entonces, será hasta la vuelta.
—Sí, querida —parecía aliviado por mi falta de insistencia—. Cuando vuelvas nos resarciremos.
Dejé el teléfono en la base y me quedé pensativa. Si bien Noel no era un amante muy apasionado, en otro momento no hubiera rehusado la oportunidad de estar a solas antes de una ausencia. Me pregunté si habría otra mujer en su vida e intenté analizar mis sentimientos ante esa posibilidad. ¿Qué me pasaba? Ni siquiera me generaba inquietud. ¿India tendría razón y yo debiera sincerarme acerca de la relación? El timbre me sobresaltó. Atendí el portero.
—Marti… —era la voz de India—, ¿estás sola?
—Pasá —dije, y oprimí el botón de acceso al edificio.
Me alegró que viniera. Tendría alguien con quien compartir mi zozobra. Le abrí la puerta cuando jugueteó con sus nudillos sobre la madera y nos dimos un beso de saludo en silencio.
—Te llamé a la oficina y me dijeron que te habías retirado, así que decidí pasar por tu casa. ¿A qué se debe esa cara de velorio? —preguntó mientras dejaba el bolso sobre un sillón.
Me encogí de hombros. Me sentía insustancial. Ninguna emoción me rozaba: —¿Querés un café? —le ofrecí.
—Sí. ¿Te despidieron del trabajo?
—¿Cómo se te ocurre? —formulé escandalizada.
—Debía despertarte de tu inercia, y como sé que tu trabajo es sagrado… —dejó la frase sin terminar.
—Noel acaba de rechazar la propuesta de pasar la noche conmigo a pesar de que le anuncié que mañana viajo con el gurka —dije de un tirón.
—¡Marti! ¿Te vas con Guille? ¡Es fenomenal! —exclamó omitiendo la primera parte de mi discurso—. Ya sabía que Bermúdez no se opondría a su pedido —afirmó con jactancia.
—Se diría que lo conocés de toda la vida —comenté con desánimo.
—¡Estás de malhumor, amiguita, y tendrías que estar saltando en una pata! —me alentó.
—¿Escuchaste lo que dije de Noel? —insistí.
—Escuché. Sabe que no le vas a reprochar que cuide su trabajo y que por eso lo disculparás —su voz sonó parsimoniosa.
—Detesto ser tan transparente —murmuré.
—¡Basta de auto conmiseración! —me exigió India—. ¿Qué tenés planeado para el resto del día?
—Planchar la ropa que me voy a llevar y rumiar el desinterés de Noel —dije mohína.
—¡Ni loca! Tengo entradas para el preestreno de Her. Planchás cuando volvamos —dispuso autoritaria.
Accedí porque sabía que no me iba a librar de ella. La película me gustó y después fuimos a merendar a la confitería Havanna adonde, frente a una deliciosa porción de torta, participé a India de mis sospechas.
—¡No lo creo, Marti! No le da el cuero para simular. Además, ¿adónde encontraría otra mujer hermosa y talentosa como vos?
Me causó gracia su adhesión amistosa y me largué a reír. India me imitó y no hablamos más del asunto. Se concentró en el estreno, o así me pareció al principio: —Linda historia la que vimos, ¿no te parece?
—Un planteo muy actual a pesar de su ambiente futurista. La tecnología tiende a exacerbar la individualidad y retraer el contacto humano —opiné comprometida con mi fobia a las relaciones virtuales y telefónicas.
—Ya sé, ya sé… Odiás las redes sociales y evitás hablar por celular, por lo cual debieras reconocer el mérito de Guillermo al venir a buscarte en persona siendo que es un tecnólogo —apreció.
—India —dije con paciencia—, anoche dimos por terminada esta charla. Voy a viajar libre de prevenciones, dispuesta a reencontrarme con mi amiga de la infancia.
—Y a olvidar a tu nueva amiga, ¿eh? —se lamentó.
Ni le contesté. A India le gustaba dramatizar, tal vez por su inclinación artística. Le hice un gesto de burla y le anuncié de que estaba en horario de retomar mis labores domésticas: —Tengo que ir a planchar y preparar la valija.
—¿Vas a cenar con Guille?
—¿Cómo se te ocurre? —me desconcerté.
—Imaginé que te invitaría —me miró provocadora.
—Para tu conocimiento, sí me invitó. Pero le dije que tenía que despedirme de Noel —aclaré con petulancia.
—Bueno, ahora lo podrías llamar y aceptar la cena…
—¿Y explicarle que Noel me repudió…? ¡Nunca! —exploté.
—Entonces cenaremos juntas —dijo India sin darle trascendencia a mi humor—. Mientras preparás tu valija, encargo la comida y después te vas a dormir temprano.
Pensé que debía tomarme las cosas con tranquilidad. Parecía que todo el mundo quería decidir por mí. Bueno, por todo el mundo me refería al gurka y a India. A ella la disculpaba porque lo hacía en nombre de la amistad. A él, prefería no pensarlo. De modo que me sosegué, le pedí a India que me ilustrara acerca de Merlo ya que ella conocía todos los rincones de Argentina y charlamos animadamente hasta las ocho.
Después de acondicionar la maleta comimos juntas y a las once me acosté. Pese a mis prevenciones descansé con placidez lo que acrecentó mi buen humor mañanero. Ya estaba lista cuando Guille tocó el timbre a la hora estipulada.