martes, 30 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - X



—Hace cuatro días que estamos de vacaciones y no hemos hecho ninguna salida nocturna —se quejó Marisa.
—Esta noche un amigo inaugura un restaurante con discoteca en Mina Clavero. ¿Quieren conocerlo? —ofreció Alen.
—¡Me encantaría! —dijo la chica con entusiasmo. Miró a Rolando y a su cuñada con gesto de súplica—: Podemos ir, ¿verdad?
—Mirá que mañana salimos temprano… —insinuó Julia.
Marisa no se rindió. Clavó los ojos en Rolo esperando su apoyo. Alen no presionó la decisión de sus invitados, si bien especulaba con que la salida le diera la posibilidad de convencer al grupo de quedarse en la finca. El hermano de Julia respondió al llamado de su novia y le expresó su conformidad en forma indirecta: —Relajémonos, Julia. Nuestro próximo destino está muy cerca de Nono. Si partimos al mediodía estaremos instalados en un camping antes de las tres de la tarde.
La nombrada miró la carita expectante de Marisa y sonrió. Estaba visto que no podía negarse so pena de indisponerse con Rolo y Mari.
—La mayoría gana —aceptó—, así que ¡vamos de parranda esta noche!
—¡Amiga! —alborotó su cuñada abrazándola—. ¡Sabía que no me ibas a fallar…!
Ella la separó riendo y su mirada se cruzó con la complacida de Alen. Los cuatro estaban descansando dentro de la casa rodante y disfrutando de los mates que él cebaba. Eran las seis de la tarde y el sol declinaba ante unas nubes tormentosas.
—¿Habrá que vestir de etiqueta? —preguntó Marisa.
—Como se sientan cómodos.
—¿Vas a ir con traje? —insistió la muchacha.
—Sí —le respondió divertido.
—Pues nosotros no seremos menos —afirmó. Se dirigió a Julia con euforia—: ¿Viste que tendríamos oportunidad para lucir nuestras pilchas de fiesta?
—Parece —admitió su cuñada con displicencia—. ¿A qué hora es el evento?
—A las veintiuna —contestó Alen.
—Entonces peguemos la vuelta —intervino Rolo—, así les damos tiempo a las mujeres para que se pongan bonitas.
—¿Más aún? —aventuró su par, mirándolas, y deteniendo los ojos en Julia.
Marisa rió halagada y su amiga se hizo la distraída. Rolando, observando al trío, cayó en la cuenta de la resistencia de su hermana al asedio de Alen. Chica porfiada. Te gusta y te rebelás. Si lo dejaras este hombre te haría olvidar el mal trago de la traición. Lo siento por vos, colega. No va a ser tarea fácil conquistarla, pensó.
—Fin del mate —dijo Marisa guardando el equipo—. Nos podemos ir cuando quieran.
Arribaron a la finca a las seis y media. Una tenue llovizna conllevó a que Julia accediera a bañarse y cambiarse en la casa. Trasladó sus atuendos y ocupó la habitación que Etel le había ofrecido. Marisa se anunció cuando estaba a punto de vestirse.
—¿Qué te vas a poner? —le preguntó.
—El único vestido que empaqué para que me dejaras de cargosear —dijo sacándolo de su envoltura.
La chica estudió el atuendo que sostenía su amiga y declaró: —No lo conocía…
—No. Porque era parte de mi ajuar. Grotesco, ¿no?
Marisa no se arredró. No iba a permitir que a Julia la volviera a ganar el desaliento: —Te vas a ver fascinante, y ante un varón que sabe apreciar lo que es una verdadera mujer —aseveró.
Julia la miró con cariño y la tranquilizó: —Ya me bajé del tobogán, amiguita. Pero no quiero volver a subirme tan pronto.
—Presumo que sería otro el juego que te propondría ese hombre…
—¿Cómo cuál? —le siguió la corriente.
—No menos que la silla voladora —la desafió su cuñada.
—¡Ja! ¡Cómo se ve que el infantilismo de mi hermano es contagioso!
—No lo creas. Me ha hecho volar sin estar en el parque de diversiones —dijo con petulancia.
—¡Bien por los dos…! —aplaudió Julia.
—Y estoy segura de que con el farsante de Teo nunca experimentaste más que un ligero balanceo —continuó Mari, provocadora.
—¿Acaso estuviste presente en algún encuentro? —se mofó su amiga.
—Bastaba con verlo. Siempre estuvo más pendiente de sí mismo que de vos — sostuvo—. ¿Lo amabas realmente, o te acomodaste a la tibieza de lo conocido?
Julia suspiró. La pregunta de Mari la hizo retroceder al último año que convivió con Teo. La pasión del comienzo había sido reemplazada por un moderado intercambio donde, al menos, su satisfacción no estaba contemplada. Ella se conformó con una suerte de compañerismo que supuso el destino normal de cohabitar. ¡Pero yo solo tenía veintisiete años!, descubrió.
—Ahora que lo analizo creo que nuestro vínculo se estaba transformando en fraterno. Y claro… —concedió—. Su apetito lo calmaba por otro lado —hizo una pausa—. Tendría que haber reconocido en ese desapego los indicios del engaño, ¿verdad?
—¡Faltaría que la culpa la tuvieras vos! —se indignó su amiga—. El infame fue él, por prolongar la mentira hasta el límite.
—Bueno, Mari, no te exaltes. Ya no me escuece hablar de lo sucedido. Así y todo, aceptá que yo maneje mis tiempos, ¿de acuerdo? —le tendió los brazos con una sonrisa.
Se separaron con un beso de hermanas no sin que Marisa le cuchicheara: —Animate a pegar el salto. Él demostró que sabe cuidarte.
—Y vos, que no hay peor sordo que el que no quiere oír —sermoneó Julia. A continuación: —¿Qué ropa vas a elegir?
—Mmm… para contrastar con vos, el blanco de falda corta. Voy a ponérmelo y termino de arreglarme aquí —anunció, marchando hacia el dormitorio que compartía con Rolo.
Una vez ataviadas, se miraron con aprobación. Julia con un vaporoso vestido de seda y gasa sin breteles cuya larga falda se abría en dos tajos frontales, y Marisa enfundada en un estrecho atuendo que ceñía su agraciada anatomía.
—¡Estamos divinas, compañera! —alardeó Mari, caminando frente al espejo—. Los hombres se van a infartar.
Julia rió francamente. Le agradaba la pedantería de su amiga porque la imagen que le devolvía el cristal revelaba la plenitud de su femineidad. Y desplegarla ante Alen le provocaba una estimulante excitación. Por el momento no intentaría analizar este sentimiento, se dijo.
—¿Bajamos? —la pregunta de Marisa la descentró de su contemplación.
Alejo y Etel, que estaban en la sala, fueron los primeros en admirar a las muchachas.
—Jovencitas —declaró el hombre tomándolas de la mano—, son un regalo para la vista.
—¡Están preciosas, chicas! —agregó Etel con efusión.
Ambas agradecieron los elogios. Marisa, más desinhibida, inquirió: —¿adónde están nuestras escoltas?
—En la terraza —informó Alejo—. Ya les aviso.
—No te molestes —declinó Julia—. Nosotras vamos.
Se dirigieron a la galería seguidas por la mirada del matrimonio. El padre de Alen opinó: —infiero que nuestro hijo recibirá el golpe de gracia apenas la vea, así que andá haciéndote la idea de viajar seguido a Rosario.
—Y yo espero que la convenza de afincarse en Nono —lo contradijo su mujer.
—Ustedes son más fuertes. Valga nuestro ejemplo —sonrió, al tomarla entre sus brazos.
—¿Estás arrepentido? —murmuró Etel.
—De cada día que no compartimos —dijo él besándola.

martes, 23 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - IX



Salieron a las nueve, pertrechados para una larga caminata. Las mujeres con abrigos livianos y los hombres cargando el equipo de mate. Alen los condujo por un hermoso camino de tierra bordeado de añosos árboles hasta el poblado, desde donde pudieron apreciar una vista espectacular de las Sierras Grandes. El sol porfiaba por desparramar a las nubes que lo ocultaban y el aumento de temperatura hizo que las muchachas se despojaran de las chaquetas. Julia caminaba al lado de Alen quien iba ilustrando a sus acompañantes sobre la historia de las zonas que transitaban. Sintió que iba dejando por el camino los resabios de su etapa frustrada y se asombró de la sensación de comodidad que le transmitían la voz y la presencia del hombre.
—Hay un mesón cerca. ¿Paramos a tomar unos mates? —preguntó el guía.
—¡Sí! —dijeron a coro.
Se ubicaron en una de las mesas que estaban fuera de la construcción y Marisa se ocupó de cebar.
—¿Está permitido ocupar este lugar sin consumir? —indagó Julia.
—No. Pero soy amigo del dueño —contestó Alen.
Como si lo hubieran invocado, un hombre bajo y regordete se acercó a la mesa.
—¡Ingeniero! ¿Cómo no me avisaste de tu visita? —lo regañó tendiéndole la mano.
—Porque ya sabía que ibas a salir a correr intrusos —bromeó Alen apretando su diestra—. Estoy con unos amigos de Rosario y les propuse hacer un alto en el camino. Les presento a Carlos Braun, propietario de la posada —lo introdujo.
—Los amigos de Alen pasan a ser los míos —declaró Braun estrechando las manos de cada uno—. Pero no puedo permitir que estén a la intemperie. Pasen que llegaron a tiempo de probar la exquisita torta de Marta —les hizo un gesto y caminó de prisa hacia el interior.
—Sigámoslo —dijo Alen—. Marta es un encanto y su torta famosa. Las cocina una vez a la semana por encargo.
Una mujer los esperaba apenas ingresaron. Abrazó al joven y lo besó con cariño. Julia observó que era más alta que su marido y un poco menos rellena. Destilaba simpatía.
—¡Alen! ¡Querido! ¡Nos tenías olvidados! Me dijo Carlos que traías a unos amigos —se dirigió al grupo—. Sean bienvenidos y ubíquense donde gusten que enseguida los atiendo.
Volvió a poco con una bandeja que lucía un vistoso pastel. Lo cortó en trozos y les deseó: —¡Que lo disfruten!
Cardozo la detuvo tomándola de la mano: —De aquí no te vas sin probar un mate.
Marisa le ofreció el recién cebado. La mujer se sentó para tomarlo y aprovechó para examinar a los amigos del ingeniero. A su mirada perspicaz no escapó la atención con que el hombre miraba a Julia. Identificó las señales de una pareja en la interacción entre Rolo y Mari mas no pudo descifrar indicio legible en el rostro de la otra muchacha. Marta conocía a Alen y a sus padres desde que se había radicado en Nono con su marido, huyendo de la contaminación ambiental y humana de Buenos Aires. Instalaron el parador con sus últimos ahorros y resistieron la demora del asentamiento. Etel, en el comienzo, fue la mejor promotora del negocio recomendándola a sus conocidos y amigos. Esta actitud solidaria generó un lazo que trascendió lo servicial para transformarse en amistoso. Alen tenía diez años cuando la pareja pasó por su establecimiento por primera vez, de modo que lo vieron crecer y convertirse en el hombre que ahora era. Los visitaba con regularidad hasta que la vorágine de su profesión fue distanciando las pasadas pero no el afecto. Marta, que le conocía otras compañías femeninas, nunca lo vio tan pendiente de una mujer como en este momento. “¡Lástima! Me encantaría que ella comparta sus sentimientos. El muchacho lo merece” —pensó.
—¡Gracias! —dijo devolviendo el mate—. Espero que no dejen ni una migaja —recomendó, y se alejó hacia la barra.
Estuvieron mateando media hora luego de lo cual retomaron la caminata. Alen los encaminó hasta la licorería cuya fama trascendía a la localidad. Instalada en una casa de ladrillos de adobe adonde funcionaba antiguamente una pulpería, no imaginaron que su interior albergara tantas delicias. Mirta, la dueña, los ilustró acerca de las bebidas alcohólicas y los invitó a degustar los licores artesanales de su fabricación. Las chicas, amantes de lo dulce, cataron y compraron exquisiteces que probaban por primera vez. Rolando y Alen, que no gustaban de licores, les cedieron su porción. Ellas salieron con la risa fácil y un poco inestables, mientras que los hombres cargaron las bolsas al tiempo que las apuntalaban.
Alejo observó al grupo jocoso y a los estuches que portaban los jóvenes, y anticipó: —No me digan nada. Vienen de Eben Ezer.
Julia y Mari intentaron recobrar la compostura que habían perdido entre los irresistibles vasitos de licor. Se sentaron en la escalinata aún acometidas por la risa bajo la mirada divertida de los varones. Alen quedó definitivamente prendado de esa muchacha festiva que, enervada por la ingesta, había olvidado el férreo control con que ocultaba sus emociones.
—Será mejor que nos demos un baño —le dijo Julia a Mari al tiempo que se incorporaba.
—Vayan, niñas... Cuando salgan las estará esperando el almuerzo —instó Cardozo padre.
—Te acompaño —le ofreció su hijo a Julia.
Ella no rechazó el brazo varonil y caminaron como dos buenos amigos hasta el motorhome. Antes de subir, manifestó con donaire: —Gracias por soportar mi ebriedad. Pero esos licores eran tan deliciosos…
La mueca risueña fue tan embriagadora para el hombre como las libaciones para la joven. Tomó conciencia de cuánto la deseaba y la devoró con una mirada que no requería de intérpretes. La expresión de los ojos masculinos inquietó a la muchacha que apartó la vista y entró a la casa rodante. Alen quedó suspendido frente a la puerta cerrada hasta recuperar el dominio. Después, regresó a la residencia.
—Parece que vas a necesitar más tiempo para convencer a esa mujercita —opinó Alejo ante el rostro abstraído del joven—. ¿No consideraste invitarlos a que se instalen en la casa?
—Fue lo primero que hice al conocerlos y ella la única en negarse. Pero tenés razón. Si la dejo partir mis opciones para ganarla disminuyen —hizo una pausa antes de sincerarse con su padre: —Me gustó apenas la vi, papá. No consiento en perderla.
—Reconozco que es atractiva —dijo su progenitor—, pero las hay muchas aquí y en la ciudad que no escatimarían esfuerzos por conquistarte. ¿Por qué ella, precisamente?
—Porque adonde esté, está el paraíso —citó Alen, soñador.
Alejo meneó la cabeza con resignación. Luego declaró concluyente: —Ante semejante alegato deberé abocarme a sabotear el motorhome.
Su hijo largó la carcajada y lo abrazó.
—¡Sos de fierro, papá! Ese será el último recurso —le aseguró con un guiño—. Vamos a darle una mano a mamá.
∞ ∞
Julia se encerró en la casa rodante perturbada por la demanda que percibió en las pupilas de Alen. Apresuró la ducha para reunirse con los que esperaban. Después del almuerzo no quedaban rastros del mal tiempo y decidieron visitar un balneario.
—¡Que sea de agua cálida, por favor! —pidió Mari.
Cardozo los condujo por la ribera del río Panaholma adonde se bañaron y tomaron sol.
—Si querés tomar mate —dijo Julia adormilada— tenés que esperar a Marisa.
Estaba tendida a la sombra de un arbusto y se dirigía a su anfitrión a quien había visto acercarse. El hombre vestía un short de baño a medio muslo que destacaba su físico musculoso. Sonrió antes de contestarle: —Yo los cebaré. ¿Dulces o amargos?
—Amargos. ¿Te gusta cebar? —preguntó sorprendida porque ni Rolo ni su padre lo hacían dejando la tarea a cargo de las mujeres.
—¿A vos no? —interrogó mientras lo preparaba.
—¡No! En casa los varones consideran que es tarea femenina y yo me negué siquiera a considerarlo. De modo que si no lo hace mamá, nadie toma mate.
Alen rió divertido ante el mohín obstinado de la muchacha. Sorbió el primero y le tendió el siguiente: —Pues entre nosotros no será un problema —manifestó—. Yo me ocuparé de cebarlos.
Julia, sentada sobre los talones, estiró la mano para recibirlo. El mensaje de los ojos masculinos era inequívoco: “¡Lo dice en serio!”, pensó sobresaltada.

martes, 16 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - VIII



Alen, después de bañarse, le avisó a su madre que irían al museo antes de la cena.
—Linda la rosarina —señaló Etel— pero sería mejor una lugareña... Digo. Para que no haya conflictos de distancia.
—Llegaste tarde, viejita, porque estoy entregado —dijo dándole un beso—. Pero si remolcaste a papá desde Buenos Aires, no sé por qué dudás de que yo pueda hacerlo con algunos kilómetros menos.
—Remolcaste… Vino porque quiso —aclaró.
—Pero vos no te hubieras ido de Nono, ¿verdad, mamacita?
La mujer se volvió para mirarlo. Era su único hijo e intuyó que él también se iría de su pueblo tras la mujer amada.
—Voy a cometer una infidencia —declaró—. Hoy me confesó que la abandonaron dos meses antes de casarse.
—¡Ah! Era esa la circunstancia que mencionó su hermano… Cuando pueda averiguar el nombre de ese tipo le voy a dar un gran abrazo —dijo alborozado.
—No lo tomes a broma. La huida duele y no es fácil reponerse. ¿Pasó algo en el paseo de esta tarde?
—¿Por qué lo decís? —preguntó Alen.
—Porque Julia acaba de declinar la habitación que le preparé para pasar la noche. Lo hará en el motorhome.
—¿Qué? No entiendo. Después del incidente de la cascada se mostró tan afable…
—¿Qué incidente? —se alarmó Etel.
Alen le explicó a grandes rasgos el suceso y el posterior cambio de disposición de la muchacha.
—Creo que está asustada, hijo. Lucha contra una atracción que la podría poner en peligro de volver a sufrir. Tendrás que ser muy persuasivo.
—Lo seré —aseguró abandonando la cocina.
El recorrido al museo polifacético Rocsen les llevó dos horas. Reconocieron las ocho salas y las estudiantes de antropología tomaron nota de las muestras que más le interesaban con la perspectiva de una visita posterior. Entraba en sus planes conocer a Juan Santiago Bouchon, su fundador, que esa noche no se encontraba. Etel y Alejo los esperaron con una cena de platos típicos y unas delicadas masitas de nuez y almendras rellenas con dulce de leche. La noche fresca ameritaba disfrutar de la galería adonde se acomodaron para tomar café y escuchar música. Rolo y Marisa salieron a bailar y animaron a los demás. Sólo quedaron sentados Alen y Julia, porque la tiesura de la muchacha le pronosticó un rechazo. A la una de la mañana, se despidieron los dueños de casa. Julia le pidió las llaves del motorhome a Rolando, saludó y se dirigió al vehículo.
—¿Tiene alarma? —preguntó Alen.
—Sí. Voy a cerciorarme de que no olvide conectarla —dijo Rolo.
—¡Esperá! —lo detuvo Mari—. Voy yo, me fijo que esté bien y de paso le mando unas líneas a mamá. No tardo.
—Lamento demorarte el descanso —se disculpó Rolando con Alen.
—Ni lo menciones. Voy a traer otro café.
Marisa la alcanzó a Julia y entraron juntas a la casa rodante.
—¿Te olvidaste algo? —preguntó la hermana de Rolo.
—Quiero saber por qué de la antipatía pasaste a la cordialidad y ahora mudaste al desinterés. Por favor, Julia —rogó—, soy tu amiga ¿te acordás?
La muchacha la abrazó y la tironeó hacia un sillón. Observó con cariño el rostro ansioso de Mari y pensó que le debía una leal explicación por el aprecio que las unía.
—Esta tarde, por presumir, me metí en una situación de la que hubiera salido mal parada sin el auxilio de Alen. Desoyendo su consejo me tiré al agua helada, experiencia que desconocía porque siempre salté en piletas climatizadas. El choque de frío me desniveló y pensé que no iba a poder salir. Entonces él me remontó hasta la superficie. Recuerdo sus palabras tranquilizadoras mientras yo tosía sobre su espalda limpiando el agua de mis pulmones. Cuando me calmé, su apoyo era tan seguro que me tentó no desprenderme de su abrazo y después… echada sobre una piedra… aluciné con un beso —se quedó en silencio como meditando el alcance de su confidencia.
Marisa la escuchó cautivada. En ese relato no asomaba siquiera el malestar por el amor perdido. En todo caso, la posibilidad de un nuevo amor.
—Entonces, amiga querida… ¿Qué supone de temible que un hombre te conmueva apenas conocerlo?
—En este caso, todo. No sé si me atrae por necesidad, si es gratitud por haberme socorrido…
—La gratitud no te hace desear a un tipo —masculló Mari.
—Y la distancia. ¿No quedó claro?
—Antes de preocuparte por la distancia, comprobá que puedan funcionar como pareja. Es la parte más apetecible de una relación.
—Mari, ya desnudé mi alma frente a ti —entonó con afectación—. Ahora, andá a revolcarte con Rolo y dejá que yo resuelva mi vida sentimental.
—Sos una desvergonzada, ¿sabés? —rió su cuñada—. Aunque a vos no te vendría mal una revolcadita con Alen. Pensalo, ¿querés?
Su amiga amenazó con arrojarle un almohadón y ella, con una carcajada, simuló esquivarlo. Antes de bajar le tiró un beso y le recomendó que pusiera la alarma.
Julia sonrió y cerró la puerta con llave amén de cumplir con el pedido de Mari. Se puso el camisón y se acostó en la cama grande, que no desarmaban por estar al fondo del vehículo. Hacía un año que dormía en su lecho de una plaza y media después de haber compartido con un hombre el de dos. No fue la imagen de Teo la que acudió a su mente ante esa evocación sino la de Alen. Revivió la percepción de estar abandonada sobre su cuerpo y la cercanía de su rostro cuando demandó su confianza. Un escalofrío de sensualidad la recorrió. ¿Estaría recuperando la libido sofocada por el rechazo? De lo que estaba segura es que quiso prolongar el contacto y anheló ser besada. Y no por el hombre que ya estaba esfumándose de su mente y sus sentimientos. Suspiró y se abrazó a la almohada. El sueño la atrapó hasta las ocho de la mañana cuando la algarabía de los perros la sustrajo al nuevo día. Un silbido alejó los ladridos de la casa rodante. Se levantó, pasó por el baño y se puso la malla debajo del jean y la remera. Desconectó la alarma y salió del refugio. Para su asombro, el luminoso clima del día anterior había trasmutado a una jornada gris y ventosa. Caminó hacia la galería desde donde el dueño de casa le hacía señas para que se uniera al grupo que estaba desayunando. Alen la alcanzó al pié de la escalinata. Venía acompañado por Astor y Shar que la saludaron restregando los hocicos contra su mano.
—Buen día, Julia —la sonrisa acentuó su atractivo—. Lamento que estos revoltosos te hayan despertado.
—No hay cuidado. Descansé muy bien. Pero el tiempo se arruinó… —señaló con desencanto.
Alen se estremeció pensando en las prácticas que podrían consumar a reparo del mal tiempo. Por ejemplo, podría tomarla entre sus brazos y suprimir con un beso el gesto de contrariedad que nublaba su rostro; o buscar la intimidad de su dormitorio para confesarle que no dejaba de pensar en ella; o…
La deseaba, pero más allá del acto de posesión. Irrumpía en su mente con esa sonrisa que disculpaba cualquier desplante, con esos gestos que lo cautivaban tanto como su voz o su cuerpo. Rememoró la desesperación que lo dominó cuando la sacó del agua y pensó en que no se repondría. Y no era por los reproches de su familia, sino por un sentimiento de pérdida inadmisible. ¡Vaya que se recriminó por haber sido tan permisivo! Arrinconó sus delirios para solidarizarse con la queja de la muchacha: —Sí. Contra todos los pronósticos —reconoció—. Aunque todavía puede despuntar el sol. ¿Vamos a tomar algo caliente? —le indicó el camino con un gesto cortés.
—¡Buen día a todos! —manifestó ella a los reunidos que devolvieron el saludo y la sonrisa.
—¿Café solo o con leche? —preguntó Alen.
—Con leche. Gracias.
—¿Pudiste dormir? —se interesó Mari.
—Como una marmota. No los extrañé —declaró con una mueca burlona mientras se sentaba.
—¡No lo confesarías ni bajo tortura! —rió su hermano—. ¿Qué podemos hacer sin sol? —inquirió a sus anfitriones.
—Pueden llegarse hasta la plaza y visitar la feria de artesanías —dijo Alejo—. Después pasear por Las Calles y degustar los licores artesanales de Eben Ezer.
—Las Calles —explicó su hijo mientras le alcanzaba el desayuno a Julia— forma parte de un circuito turístico por el cual se llega al pueblo del mismo nombre. El recorrido puede ser más sugestivo en un día nublado por los colores que le imprime a la vegetación.
—¿Nos vas a acompañar? —le preguntó Marisa.
—Con gusto —aceptó Alen.

miércoles, 10 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - VII



Los “súbditos” llegaron con una bandeja de humeantes pocillos de café y torta casera que Alen ofreció a las muchachas. Después los cuatro, acomodados en los asientos, disfrutaron de la infusión y el panorama que se apreciaba más allá de los cristales.
—Tu casa es única —dijo Marisa—. Si no fuera por sus líneas modernas semejaría a una fortaleza elevada sobre un monte.
—Es la casa de mi padre —aclaró Alen—. Fue la única exigencia que tuvo para instalarse en Nono. Construir una vivienda según sus parámetros de seguridad.
—¿A qué seguridad te referís? —preguntó Julia.
—Elevarla para que una inundación no la supere. Está obsesionado con los cursos de agua que rodean la zona —sonrió.
—¿Podría llegar el agua hasta acá? —indagó Mari.
—En ese caso Córdoba sería una laguna —declaró Rolo—. Pero alejemos las catástrofes potenciales y pensemos en aprovechar este día estupendo —se dirigió a su colega—. ¿Adónde te parece que podemos ir?
—Si quieren nadar, a la cascada de Toro Muerto. La caída de agua forma una hoya de siete metros de profundidad. Es muy pintoresco con su mezcla de rocas y vegetación. También hay otras cavidades más superficiales para quienes no saben nadar y no soportan el agua muy fría.
—¿Vos lo experimentaste? —preguntó Julia.
—Es muy tonificante —asintió Alen con tono displicente.
Ella lo estudió un momento. Después decidió:
—Entonces nosotros también vamos —se volvió, dudosa, hacia la pareja—: ¿…verdad, chicos?
Rolo y Mari sonrieron, acostumbrados a los arranques de la joven.
—Sí —dijo su cuñada—. Me encantaría conocer el lugar. Sólo que yo me arriesgaré en los pozos menos profundos —la invitó a Julia—: ¿vamos a ponernos la malla?
Al tiempo que observaban a las jóvenes caminar hacia el motorhome, Rolando comentó:
—Tengo la impresión de que le tomaste el tiempo a mi atolondrada hermana.
—Sus arrebatos son tan tonificantes como el agua helada —reconoció Alen con una sonrisa.
—Se está recuperando de una situación dolorosa. No quisiera que salga herida —dijo Rolo como si hablara consigo mismo.
—No es mi intención herirla, precisamente —aseveró Cardozo con firmeza.
—De acuerdo —aceptó el joven. Se levantó y propuso—: ¿Qué te parece si nos alistamos?
Eran las cuatro cuando enfilaron hacia el balneario. Estacionaron el vehículo dentro del predio al amparo de unos árboles que lo escudaban de la refracción solar. Los hombres aguardaron a las mujeres fuera del motorhome y ambos se deleitaron al verlas despojadas de los vestidos playeros que enmascaraban sus espléndidas formas. Julia lucía una malla entera de color gris acerado que le dejaba los hombros al descubierto y Marisa una breve bikini turquesa. Cargaban un bolso colgado del hombro. Se detuvieron a contemplar la cascada que perforaba el alto muro de piedra hasta el profundo ojo de agua. Alen hizo lo propio con la muchacha que cada vez lo fascinaba más. Regaló sus sentidos hasta que ella se volvió y le dijo:
—¿Vamos ya?
Asintió y le indicó a Rolando una senda para acceder a las pozas menos profundas. Ellos treparon por las rocas sin dificultad hasta una piedra grande que les serviría de plataforma para lanzarse. Alen reparó en que Julia se preparaba para sumergirse y creyó necesario insistir sobre la temperatura del agua:
—Julia, quizá sea mejor bajar y que te vayas habituando al agua fría. Hay veinte grados de diferencia con la temperatura ambiente.
La porfiada joven sacudió su cabellera y dijo con suficiencia:
—Estoy acostumbrada a zambullirme desde la altura. Comprobalo —aspiró aire y se lanzó con estilo.
Atravesó la superficie líquida y mientras su cuerpo se hundía sintió que sus pulmones se quedaban sin aire. Por reflejo, abrió la boca para tomar una bocanada. Tragó agua y braceó desordenadamente para emerger. Por un momento sintió que no tendría resistencia para llegar a la superficie y lamentó haber desoído los consejos de Alen. Unos brazos la atraparon y la remontaron hacia la luz. Asomó ávida de oxígeno, tosiendo para expulsar el líquido que le impedía respirar.
—Tranquila, pequeña —la voz grave del hombre sosegó sus movimientos. La apoyó contra su pecho mientras la sostenía con el torso fuera del agua—. Tomá aire de a poco.
Ella se reclinó sobre su hombro y tosió hasta que su respiración se normalizó. Se apartó luchando contra el deseo de seguir resguardada entre los brazos masculinos.
Braceó hasta la orilla bajo la mirada atenta de Alen y se tendió sobre una de las piedras de la orilla.
—¿Estás bien? —preguntó él preocupado.
—Sí. Gracias a vos. Creí que me ahogaba… —balbuceó.
—No lo hubiera permitido. ¿Me oís? —demandó con arrebato inclinándose sobre ella.
Julia sostuvo la mirada de los ojos grises que parecían acariciarla. Fue tan potente el anhelo de ser besada, que ladeó la cabeza hacia el costado. Se incorporó asistida por Cardozo quien cubrió su cuerpo tembloroso el toallón que sacó del bolso.
—¿Bajarás detrás de mí para no matarme del susto? —le preguntó con ternura.
Julia accedió con una sonrisa. Él la secundó con tanto celo que casi la bajó en brazos. Cuando la depositó sobre terreno llano la joven, burlona, le precisó:
—Hasta aquí llega su auxilio, caballero. De ahora en más puedo arreglármelas sola.
—¡Qué pena…! —se lamentó él.
Ella rió y tomó el camino que Alen le había apuntado a Rolo. A poco de andar divisaron al dúo sentado en el agua.
—¿Ya se cansaron de bucear? —inquirió Mari.
Julia esperó a que contestara Cardozo.
—Estaba muy frío para seguir, así que venimos a hacerles compañía.
—Gracias —murmuró ella ante su discreción.
—¡Fantástico! —celebró Rolando—. Porque desfallezco por unos mates. ¿Los tomamos en el motorhome?
—Me parece que sí —dijo Julia atendiendo a coloración que había tomado la piel de la pareja.
La ronda de mate terminó a las seis y media. Acordaron volver para visitar el Museo Rocsen antes de cenar. Etel les había alistado dos habitaciones en la planta alta. Una con cama doble y otra simple.
—No te hubieras molestado —señaló la hermana de Rolo—. Pasaremos la noche en la casa rodante.
—Teniendo comodidades acá… —se extrañó la mujer.
—No queremos alterar tu rutina. Mañana o pasado seguiremos viaje.
—Bueno, hija. Lo que ustedes dispongan —dijo Etel desconcertada.
—¡Etel…! —intervino Marisa—. Nosotros, por el contrario, aceptaremos tu hospitalidad.
—Aquí la voluntad de los huéspedes es ley —rió la dueña de casa—. Hagan y deshagan como les parezca. Ahora las dejo para que se den un buen baño.
—Perdoname por haber resuelto en tu nombre —dijo Julia cuando quedó a solas con su cuñada.
—Tesoro, nada de lo que digas o hagas me podría enojar. Pero ¿a qué se debe este cambio de actitud? Tu relación con Alen parecía haber prosperado. Me encantó verte tan distendida, y ahora volvés a marcar la distancia…
—Me voy a bañar al motorhome —dijo ella por toda respuesta.
—Esperá. ¿No merezco alguna explicación? ¿Acaso se propasó? ¿Tendríamos que irnos esta misma noche? —aventuró Mari.
—No seas novelera —se sentó al borde de la cama—. No. No se propasó. Y creo que le di pie. Es un tipo demasiado atractivo para que me sea indiferente. ¡Pero vive aquí y yo en Rosario! ¿Querés que me enrede en una relación que me hará sufrir por la distancia? ¡No quiero eso! —declaró exaltada.
—¡Ni yo, ni yo! —dijo su amiga abrazándola—. Tenés derecho a preservar tu tranquilidad. Pero eso no quita que tengas un vínculo amistoso con Alen…
—Veremos —enunció sin comprometerse—. ¿No tenés que ir a buscar ropa?
—¡Sí, sí, pendenciera! Espero que comprendas por qué elegí pernoctar en la casa… —dijo Mari intencionada.
—Si no me lo explicás, no veo por qué —manifestó Julia con cara de tonta.
Su cuñada la empujó y abandonaron la habitación riendo.

lunes, 8 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - VI



A las diez de la mañana abandonaron el camping y recorrieron durante dos horas las alfarerías y tejedurías adonde las mujeres adquirieron varias piezas artesanales. Rolando se comunicó con Alen para avisarle que llegarían alrededor de las doce y media. Cuando se acomodaron en el vehículo ingresó en el navegador la dirección de Cardozo y diez minutos después una voz les anunció que habían llegado a destino. Se encontraron frente a una amplia verja tras la cual se abría un terreno arbolado a cada costado del camino. Alen los esperaba en la entrada y ofreció su brazo a las chicas para ayudarlas a bajar de la plataforma. La primera en salir fue Marisa.
—¡Hola, Alen! —saludó con una sonrisa y lo besó en la mejilla apenas poner los pies sobre el suelo.
El hombre devolvió el gesto mientras los ojos se le disparaban hacia la otra muchacha que bajó de un salto desechando su asistencia.
—Hola —dijo Julia tendiéndole la mano.
Él esbozó una amplia sonrisa. Tomó la extremidad de la joven que se perdió en su manaza y la sostuvo mientras ahondaba con su mirada en las pupilas que se desviaron ofuscadas. Ella se liberó con brusquedad y se alejó del catedrático. Su hermano, testigo de la escaramuza, bajó del motorhome y estrechó la diestra de su colega.
—Te agradecemos la hospitalidad —reiteró. 
—Es un placer recibirlos —dijo su anfitrión—. Si suben de nuevo al vehículo te indicaré el mejor lugar para estacionarlo.
Con Rolo al volante y Alen de copiloto ingresaron a la finca. La casa rodante quedó asentada en un sector del parque libre de vegetación. Al término de la senda se levantaba un gran chalet de dos plantas, original construcción elevada unos tres metros sobre el terreno a la cual se accedía por una amplia escalinata flanqueada por rampas. Los planos inclinados rodeaban la casa a nivel de la entrada configurando un espacioso balcón circular, vidriado en los sitios donde no se abría ninguna abertura. Sobre la derecha, distinguieron guarecidos un auto y una camioneta. Al pie de las gradas esperaba una pareja de mediana edad. El hombre, de pelo canoso y ojos grises, y la mujer de tez cetrina.
—Mis padres —declaró Alen y les presentó a cada integrante del grupo.
El matrimonio los saludó con efusión y los invitó a seguirlos. La escalera constaba de dos tramos separados por un ancho descanso adornado con grandes tiestos de matas floridas.
—Acomódense a su gusto que enseguida les alcanzo algo para tomar —dijo la dueña de casa.
—Gracias, señora —respondió Julia.
—Etel y de vos —pidió la mujer.
—Gracias, Etel —repitió la chica riendo.
Alen la miraba fascinado. La risa transformaba el agraciado rostro despojándolo de la tensión que mostraba habitualmente cuando se dirigía a él. Ya averiguaría el motivo de esa antipatía, se dijo. Por lo pronto, estaba en sus dominios y eso le bastaba. Se dirigió a la cocina para ayudar a su madre a cargar la bandeja con las bebidas. La risa de los invitados y su padre subrayaba el buen clima de la reunión.
—¡Etel! —dijo el hombre—. Estas dos encantadoras jóvenes estudian Antropología. Les estaba diciendo que Traslasierra guarda muchos misterios dignos de su profesión. Hallazgos arqueológicos, viviendas con pinturas rupestres de tus antepasados que todavía quedan por descubrir. Porque, aunque ustedes no lo crean, por las venas de mi bella esposa corre sangre comechingona —la miró complacido.
—Es un parentesco muy lejano —dijo ella con sencillez—. Y si no fuera por el color de mi piel, diría que es una leyenda familiar.
—En todo caso —dijo Marisa—, Alen salió favorecido. Los ojos claros del padre y el cobrizo de tu piel.
Etel asintió con una sonrisa. Era conciente del atractivo del muchacho pretendido por varias jóvenes de su conocimiento. Le preocupaba de que a pesar de haberse independizado de la casa paterna no estableciera una relación estable. Observó a la otra chica que permanecía apartada de la conversación y a su hijo que parecía pendiente de ella.
—¡Alen! —llamó para sacarlo de su abstracción— ¿no es hora de prender el fuego? Tus invitados deben estar hambrientos.
Él rió francamente. Su mamá sabía cuando sacarlo de su marasmo. Se levantó e invitó a Rolando a seguirlo. Etel y Alejo se ofrecieron para escoltar a las amigas en una caminata por los alrededores de la vivienda. A su regreso, después de admirar el verde parque y trabar conocimiento con Astor y Shar, los perros custodios de la mansión, convergieron en el cómodo quincho donde ya se asaba la carne. Rolo y Alen habían dispuesto una mesa bajo los árboles y las mujeres colaboraron con el resto de las guarniciones que acompañarían el asado. Alejo alcanzó una copa de vino a los jóvenes y luego a las damas:
—Me disculpo por no haberlas atendido primero —dijo—. Pero es norma satisfacer a los asadores antes que nada.
Ellas lo absolvieron entre risas. Julia, distendida por el agradable paseo, se relajó en el confortable sillón mientras degustaba el excelente vino. Marisa y el padre de Alen se acercaron a la parrilla y ella quedó a solas con Etel.
—Dicen que un trío viajando puede convertir la convivencia en un infierno, pero ustedes se llevan muy bien —observó la mujer.
—Mari es mi mejor amiga —sonrió la muchacha— y como remate, la novia de mi hermano. Creo que no hubiera deseado mejor cuñada.
—Voy a ser indiscreta —dijo Etel—. ¿Cómo se explica que este viaje no sea de cuatro?
Julia estudió el rostro afable de la mujer que expresaba un interés genuino. En sus ojos, una chispa interrogante invitaba a la confidencia. ¿Por qué no? Mañana o pasado estaremos recorriendo otros lugares y esta explicación formará parte del recuerdo. Tal vez ayude contarlo en voz alta y a una perfecta desconocida que lo escuchará sin ligarlo con el afecto.
—Es simple. Marisa y Rolo quisieron rescatarme del ostracismo que me provocó el abandono de mi novio dos meses antes del casamiento —dijo sin dramatismo—. Te aclaro que estaba saliendo por mi cuenta, pero pensé que un cambio de aire no me vendría mal. Mi amiga insistió tanto y llegó a chantajearme con suspender el viaje que concluí: “que se embromen por porfiados” —esto último lo declaró riendo.
—¿Y vos cómo te sentís? —se interesó Etel.
—Pudiendo por primera vez pensar en el plantón. Creo que ahora sólo me queda reparar mi amor propio herido —dijo con una mueca.
—Eso es bueno —afirmó la mujer—. El amor imposible es una herida siempre abierta, pero el amor propio se reconstruye.
—Supongo que me hizo un favor al engañarme e impedir que lo idealizara —reconoció.
—Lo importante después de un desengaño es no medir a todos los hombres con la misma vara —dijo Etel como si le hubiera expresado su desconfianza.
No le respondió, pero intercambió con la sensible mujer una mirada casi de complicidad. La madre de Alen levantó la copa en un tácito brindis y Julia la chocó con una sonrisa.
—¿De qué se congratulan? —preguntó Alejo que se acercaba con la fuente de las primeras achuras.
—Del encuentro y del hermoso día —contestó su mujer.
—Por cierto que es algo para festejar —dijo él brindando a su vez con ambas.
Ratificaron el éxito de la comida con el tradicional aplauso para el asador luego de lo cual Julia y Marisa insistieron en hacerse cargo de la limpieza. Etel y Alejo se retiraron a descansar y los varones jóvenes ayudaron a secar y guardar la vajilla.
—Tomemos el café en la galería que está refrigerada —propuso Alen.
Los hizo ingresar a un sector acondicionado con butacas acrílicas y una mesa baja del mismo material. Rolando lo secundó rehusando la colaboración de las chicas:
—No, reinas. Les toca a sus súbditos atenderlas —dijo haciéndoles una exagerada reverencia.
—Este hombre se apunó —estimó su hermana meneando la cabeza con gesto compasivo.
Mari largó una carcajada. La Julia de los buenos tiempos estaba asomando.

sábado, 6 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - V



Rolando caminaba despaciosamente hacia el motorhome rodeando los hombros de cada muchacha con un brazo.
—Estás hecha una mujer fatal —le dijo a su hermana—. Te llevaste puesto a ese Tiago.
—¿Estuviste escuchando?
—Estaba al lado tuyo… —le recordó—. No me impresionó mal el fulano.
—A la que debía impresionar era a ella —reprendió Marisa pellizcándolo.
—Paz, muchachos —observó la aludida—. No me disgustó, pero no es el momento.
—Ya llevás un año de luto —señaló Rolo—. ¿No te parece suficiente?
—No quiero hablar del asunto —lo atajó.
Subieron a la casa rodante sin hablar. Julia ayudó a su hermano a montar la cama chica y se despidió de la pareja. El muchacho la tironeó hacia él y la abrazó.
—No te vas a acostar enojada conmigo, ¿eh? —la reconvino.
La joven rió y le dio un beso. Después abrazó a su amiga y los ahuyentó:
—¡Fuera! Que tengo que ponerme el camisón.
Se acostó con una sonrisa. La armonía entre Rolo y Marisa la gratificaba tanto como haber experimentado un incremento de su auto estima tan vulnerada por el abandono de Teo. Por primera vez podía pensar en su ex pareja sin sentir que el engaño la menoscababa. ¿Había estado tan sumergida en sus propios proyectos que ignoró los síntomas del desamor? Mientras ella se abocaba a los preparativos de la boda, él debía estar discurriendo la manera de terminar con la relación. ¡Menuda tarea! Casi sintió piedad. Por eso. No por el fraude. Lamentó que él no se diferenciara del noventa por ciento incapaz de afrontar la declinación de un sentimiento. No quería caer en el facilismo de afirmar que todos los hombres eran iguales, pero le costaría reponerse de la prevención que su conducta le había generado. De lo que estaba segura, es que no se dejaría seducir por cualquier masculino atractivo. Como Tiago, por ejemplo. La representación de unos ojos grises asaltó su conciencia. Había bloqueado el recuerdo del hombre que la inquietara con su presencia y seguridad. No, señor, se dijo. No la volverían a atrapar tan fácilmente.
El ladrido de un perro la despertó. Eran las siete de la mañana y espió a través de la persiana como pintaba el día. El cielo despejado presagiaba una jornada espléndida. Pasó por el baño y se puso la malla. Sobre ella, una camisa y un short para mitigar el frío tempranero. Se movió con sigilo en la cocina para no despertar a los durmientes y salió fuera de la casa con el termo y el equipo de mate. Lo dejó sobre la mesa de cemento y fue hasta la proveeduría para comprar unos bizcochos. Cuando volvió, el movimiento dentro del motorhome le indicó que los novios se estaban levantando. Alcanzó a tomar dos mates antes de que asomaran a la puerta.
—¡Buen día, holgazanes! —los saludó.
Se acercaron a darle un beso y Rolo le arrebató el mate para cebarse uno.
—¡Qué tosco! —lo retó Mari.
Él, riendo, la sentó sobre sus rodillas. La siguiente infusión fue para ella y siguieron tomando mates hasta que el agua se entibió.
—La pileta está desierta —informó Julia—. Si quieren nadar, podemos aprovechar ahora.
—¡Vamos! —asintieron.
Nadaron y jugaron hasta que otros bañistas empezaron a colmarla. Una larga caminata culminó al borde del arroyo adonde decidieron recorrer la zona norte de Traslasierra. Prepararon unos sándwiches y partieron rumbo a los túneles de Taninga. Por la ruta compraron un protector para el parabrisas ya que debían transitar por caminos de ripio. Hicieron un alto en Villa Cura Brochero y apreciaron las obras que este religioso hizo en beneficio de los habitantes de Traslasierra. Atravesaron la Pampa de Pocho adonde prosperan las palmeras caranday y avistaron el pico de un volcán levantándose sobre la planicie. En el poblado de Pocho visitaron una iglesia que databa del año mil setecientos y, a partir de este punto, Julia le cedió el volante a Rolo. La ruta ascendía en medio de paisajes sorprendentes. Desde la quebrada de La Mermela distinguieron una cascada de imponente altura y fueron descendiendo a través de cinco túneles excavados en la médula de la montaña. El conductor manejaba despacio y atento al angosto camino de ripio. El día límpido les ofreció una excelente vista de la precordillera sanjuanina y los llanos riojanos. Se detuvieron para ingerir el frugal almuerzo, ocasión en la que observaron el majestuoso vuelo de los cóndores. Ingresaron a la Reserva Forestal Chancaní adonde se preservaban bosques de quebracho, algarrobo y molle y daba refugio a especies animales en peligro de extinción. La caminata, en compañía de un guardaparque, fue enriquecedora. A las cinco de la tarde regresaron al camping por el mismo camino. El sol y el paseo obraron efecto sobre Julia. Se estiró en un asiento doble y durmió hasta que estacionaron en el campamento. Su hermano se le acercó antes de bajar del vehículo:
—¡Flor de escolta para un viaje! —le dijo acariciando su mejilla.
—No te quejes, tuviste la compañía que querías —señaló mientras se desperezaba. Le dijo a Marisa—: ¿Vamos a bañarnos?
Buscaron ropa limpia y fueron hasta los vestuarios. Rolo hizo lo propio cuando ellas volvieron. Lo esperaron instaladas en cómodas reposeras y ocupándose, cada una, de pasar el parte diario a sus madres para aligerarlas de incertidumbre.
—Mañana me gustaría pasar por el camino de los artesanos antes de ir a Nono. ¿Me hacés pata? —preguntó Mari.
—Sí. También quiero conocerlo. Además de piezas de alfarería exhiben prendas tejidas en telar.
—No está para comprarse un poncho —rió su cuñada—. Pero sí una alfombra o un tapiz —se puso seria—. Quiero que hablemos de mujer a mujer antes de que vuelva Rolo.
—¡Ja! —expelió Julia—. ¿Acaso no hablamos así?
Marisa no encajó la ironía. Necesitaba que su amiga se sincerara con ella, que pudieran hablar con la libertad que compartían antes de la funesta ruptura. Por respeto a su dolor aceptó la reserva en la que se refugió para defender su equilibrio síquico, y ahora no sabía si hubiera sido mejor insistir en que pusiera en palabras sus sentimientos. Algo le decía que debía ayudarla a reflexionar sobre su decepción. Aunque se enojara con ella.
—Desde que rompiste con Teo nuestro intercambio se ha reducido a charlas triviales, asuntos de estudio, temas inofensivos. Hubiese querido compartir tu desilusión y creo que tu recuperación hubiera sido más acelerada. Me pregunto si lograste discernir que la conducta de ese cobarde… ¡Sí! —expresó con calentura— no lo puedo catalogar de otra manera,  no la generalizaste a todos los hombres que se te cruzan por el camino.
—¡Cielos, amiga! Ni que hubiera desfilado un regimiento delante de mí —ironizó Julia—. ¿Lo decís por Tiago?
—Por él o por Alen —afirmó Mari sin amilanarse.
—¿Y adónde está escrito que me tengan que interesar? Me parece que tu lectura es muy restringida.
—Son dos tipos calificados, como decías en otra época. Con uno te mostraste fastidiada y con otro indiferente pero cortés. Te reconozco en la segunda actitud porque no está en tu naturaleza desmerecer a nadie —certificó su cuñada— por eso no me queda claro tu antagonismo con Alen.
—Alen, Alen, Alen… Como si lo hubiera ofendido. Para que te quede claro —redundó— sólo me permití estar en desacuerdo con modificar nuestros planes y, a pesar de mi protesta, lo hizo. ¡Nada de acampar en los parajes que más nos gustaran! Terminamos en un camping desperdiciando las ventajas de un motorhome. Y mañana nos instalaremos en su predio para no malquistarlo con mi hermano. ¿No te parece bastante considerado de mi parte?
—Lo que me parece —dijo Mari— es que tu animosidad es llamativa.
—Bueno —Julia se encogió de hombros— será que rechazo la prepotencia.
—¡Ay, amiguita…! —Marisa la abrazó con tanto afecto que su amiga se aflojó contra ella— Te prefiero enfadada a indiferente. Al menos, tu corazoncito late por algo. Pero será mejor que lo haga por alguien que te mueva el piso, ¿no?
Se separaron con una sonrisa al tiempo que volvía Rolo. Él no hizo ningún comentario, sino que les comunicó que iba a hacer un asado como despedida del camping. Su novia descongeló la carne y Julia se dedicó a preparar la ensalada y unos bocaditos de queso y fiambre para matizar la espera. El muchacho aceptó de buen grado la propuesta de visitar a los artesanos antes de la próxima escala y después de cenar y limpiar, escucharon música bajo la noche reluciente de estrellas.