martes, 23 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - IX



Salieron a las nueve, pertrechados para una larga caminata. Las mujeres con abrigos livianos y los hombres cargando el equipo de mate. Alen los condujo por un hermoso camino de tierra bordeado de añosos árboles hasta el poblado, desde donde pudieron apreciar una vista espectacular de las Sierras Grandes. El sol porfiaba por desparramar a las nubes que lo ocultaban y el aumento de temperatura hizo que las muchachas se despojaran de las chaquetas. Julia caminaba al lado de Alen quien iba ilustrando a sus acompañantes sobre la historia de las zonas que transitaban. Sintió que iba dejando por el camino los resabios de su etapa frustrada y se asombró de la sensación de comodidad que le transmitían la voz y la presencia del hombre.
—Hay un mesón cerca. ¿Paramos a tomar unos mates? —preguntó el guía.
—¡Sí! —dijeron a coro.
Se ubicaron en una de las mesas que estaban fuera de la construcción y Marisa se ocupó de cebar.
—¿Está permitido ocupar este lugar sin consumir? —indagó Julia.
—No. Pero soy amigo del dueño —contestó Alen.
Como si lo hubieran invocado, un hombre bajo y regordete se acercó a la mesa.
—¡Ingeniero! ¿Cómo no me avisaste de tu visita? —lo regañó tendiéndole la mano.
—Porque ya sabía que ibas a salir a correr intrusos —bromeó Alen apretando su diestra—. Estoy con unos amigos de Rosario y les propuse hacer un alto en el camino. Les presento a Carlos Braun, propietario de la posada —lo introdujo.
—Los amigos de Alen pasan a ser los míos —declaró Braun estrechando las manos de cada uno—. Pero no puedo permitir que estén a la intemperie. Pasen que llegaron a tiempo de probar la exquisita torta de Marta —les hizo un gesto y caminó de prisa hacia el interior.
—Sigámoslo —dijo Alen—. Marta es un encanto y su torta famosa. Las cocina una vez a la semana por encargo.
Una mujer los esperaba apenas ingresaron. Abrazó al joven y lo besó con cariño. Julia observó que era más alta que su marido y un poco menos rellena. Destilaba simpatía.
—¡Alen! ¡Querido! ¡Nos tenías olvidados! Me dijo Carlos que traías a unos amigos —se dirigió al grupo—. Sean bienvenidos y ubíquense donde gusten que enseguida los atiendo.
Volvió a poco con una bandeja que lucía un vistoso pastel. Lo cortó en trozos y les deseó: —¡Que lo disfruten!
Cardozo la detuvo tomándola de la mano: —De aquí no te vas sin probar un mate.
Marisa le ofreció el recién cebado. La mujer se sentó para tomarlo y aprovechó para examinar a los amigos del ingeniero. A su mirada perspicaz no escapó la atención con que el hombre miraba a Julia. Identificó las señales de una pareja en la interacción entre Rolo y Mari mas no pudo descifrar indicio legible en el rostro de la otra muchacha. Marta conocía a Alen y a sus padres desde que se había radicado en Nono con su marido, huyendo de la contaminación ambiental y humana de Buenos Aires. Instalaron el parador con sus últimos ahorros y resistieron la demora del asentamiento. Etel, en el comienzo, fue la mejor promotora del negocio recomendándola a sus conocidos y amigos. Esta actitud solidaria generó un lazo que trascendió lo servicial para transformarse en amistoso. Alen tenía diez años cuando la pareja pasó por su establecimiento por primera vez, de modo que lo vieron crecer y convertirse en el hombre que ahora era. Los visitaba con regularidad hasta que la vorágine de su profesión fue distanciando las pasadas pero no el afecto. Marta, que le conocía otras compañías femeninas, nunca lo vio tan pendiente de una mujer como en este momento. “¡Lástima! Me encantaría que ella comparta sus sentimientos. El muchacho lo merece” —pensó.
—¡Gracias! —dijo devolviendo el mate—. Espero que no dejen ni una migaja —recomendó, y se alejó hacia la barra.
Estuvieron mateando media hora luego de lo cual retomaron la caminata. Alen los encaminó hasta la licorería cuya fama trascendía a la localidad. Instalada en una casa de ladrillos de adobe adonde funcionaba antiguamente una pulpería, no imaginaron que su interior albergara tantas delicias. Mirta, la dueña, los ilustró acerca de las bebidas alcohólicas y los invitó a degustar los licores artesanales de su fabricación. Las chicas, amantes de lo dulce, cataron y compraron exquisiteces que probaban por primera vez. Rolando y Alen, que no gustaban de licores, les cedieron su porción. Ellas salieron con la risa fácil y un poco inestables, mientras que los hombres cargaron las bolsas al tiempo que las apuntalaban.
Alejo observó al grupo jocoso y a los estuches que portaban los jóvenes, y anticipó: —No me digan nada. Vienen de Eben Ezer.
Julia y Mari intentaron recobrar la compostura que habían perdido entre los irresistibles vasitos de licor. Se sentaron en la escalinata aún acometidas por la risa bajo la mirada divertida de los varones. Alen quedó definitivamente prendado de esa muchacha festiva que, enervada por la ingesta, había olvidado el férreo control con que ocultaba sus emociones.
—Será mejor que nos demos un baño —le dijo Julia a Mari al tiempo que se incorporaba.
—Vayan, niñas... Cuando salgan las estará esperando el almuerzo —instó Cardozo padre.
—Te acompaño —le ofreció su hijo a Julia.
Ella no rechazó el brazo varonil y caminaron como dos buenos amigos hasta el motorhome. Antes de subir, manifestó con donaire: —Gracias por soportar mi ebriedad. Pero esos licores eran tan deliciosos…
La mueca risueña fue tan embriagadora para el hombre como las libaciones para la joven. Tomó conciencia de cuánto la deseaba y la devoró con una mirada que no requería de intérpretes. La expresión de los ojos masculinos inquietó a la muchacha que apartó la vista y entró a la casa rodante. Alen quedó suspendido frente a la puerta cerrada hasta recuperar el dominio. Después, regresó a la residencia.
—Parece que vas a necesitar más tiempo para convencer a esa mujercita —opinó Alejo ante el rostro abstraído del joven—. ¿No consideraste invitarlos a que se instalen en la casa?
—Fue lo primero que hice al conocerlos y ella la única en negarse. Pero tenés razón. Si la dejo partir mis opciones para ganarla disminuyen —hizo una pausa antes de sincerarse con su padre: —Me gustó apenas la vi, papá. No consiento en perderla.
—Reconozco que es atractiva —dijo su progenitor—, pero las hay muchas aquí y en la ciudad que no escatimarían esfuerzos por conquistarte. ¿Por qué ella, precisamente?
—Porque adonde esté, está el paraíso —citó Alen, soñador.
Alejo meneó la cabeza con resignación. Luego declaró concluyente: —Ante semejante alegato deberé abocarme a sabotear el motorhome.
Su hijo largó la carcajada y lo abrazó.
—¡Sos de fierro, papá! Ese será el último recurso —le aseguró con un guiño—. Vamos a darle una mano a mamá.
∞ ∞
Julia se encerró en la casa rodante perturbada por la demanda que percibió en las pupilas de Alen. Apresuró la ducha para reunirse con los que esperaban. Después del almuerzo no quedaban rastros del mal tiempo y decidieron visitar un balneario.
—¡Que sea de agua cálida, por favor! —pidió Mari.
Cardozo los condujo por la ribera del río Panaholma adonde se bañaron y tomaron sol.
—Si querés tomar mate —dijo Julia adormilada— tenés que esperar a Marisa.
Estaba tendida a la sombra de un arbusto y se dirigía a su anfitrión a quien había visto acercarse. El hombre vestía un short de baño a medio muslo que destacaba su físico musculoso. Sonrió antes de contestarle: —Yo los cebaré. ¿Dulces o amargos?
—Amargos. ¿Te gusta cebar? —preguntó sorprendida porque ni Rolo ni su padre lo hacían dejando la tarea a cargo de las mujeres.
—¿A vos no? —interrogó mientras lo preparaba.
—¡No! En casa los varones consideran que es tarea femenina y yo me negué siquiera a considerarlo. De modo que si no lo hace mamá, nadie toma mate.
Alen rió divertido ante el mohín obstinado de la muchacha. Sorbió el primero y le tendió el siguiente: —Pues entre nosotros no será un problema —manifestó—. Yo me ocuparé de cebarlos.
Julia, sentada sobre los talones, estiró la mano para recibirlo. El mensaje de los ojos masculinos era inequívoco: “¡Lo dice en serio!”, pensó sobresaltada.

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