martes, 2 de abril de 2013

VACACIONES COMPARTIDAS - IV



Marisa besó el hombro de Rolo que se recuperaba lentamente de la unión amorosa. Amaba a ese muchacho apasionado que algunas veces se dejaba arrastrar por el deseo y omitía los juegos previos a la consumación. En esas ocasiones ella difícilmente alcanzaba la plenitud, pero esa noche, sin apuro, él había tensado la cuerda de la excitación y la había conducido al éxtasis.
—Chiquita, ¿me he reivindicado? —murmuró abrazándola con languidez.
—Y tanto, que tendrás que repetirlo… En este momento me apenan las mujeres que duermen solas, no saben lo que se pierden —suspiró ella.
—¿A mí? —rió el joven con desfachatez.
—¡De amar, caradura! —lo empujó fingiendo enojo.
Rolando volvió a encadenarla a su pecho y la besó sin dejar de reír. Mari se aflojó contra él.
—¿A vos también te impresionó que Alen miraba a Julia con interés? —le preguntó.
—¡Ah…! Debí imaginarme que pensabas en tu mejor amiga. Pues sí. Confirmo mi impresión. Aunque mi rara hermanita haya dado pruebas de molestia y desinterés.
—Es un mecanismo de defensa. Estoy segura de que si ese miserable no hubiese irrumpido en su vida no lucharía contra sus sentimientos. ¡Si la pudiéramos ayudar…!
—Bueno, criatura, ya lo pensaremos. ¿Y si ahora nos dedicamos a nosotros? —la tendió de espaldas y sus manos acariciaron con delicadeza los relieves del cuerpo amado hasta que en la mente de Mari no hubo más espacio que para ellos dos.

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A las ocho y treinta bajaron a desayunar. Julia ya los esperaba en la mesa tomando un café. Les sonrió apenas verlos. Se la veía descansada y de buen talante.
—¡Buenos días, madrugadora! —su hermano le estampó un beso y Mari lo imitó.
—No quise llamarlos —aclaró la muchacha—. Les daba changüí hasta las nueve. Para un rapidito estuve muy considerada.
—¡Siempre tan gráfica! —dijo Rolo en tono admonitorio.
Ella se largó a reír acompañada por Marisa. El hombre meneó la cabeza y declaró que iba a buscar el desayuno.
—¿Lo anonadé? —preguntó Julia.
—Aunque no lo creas, tu hermano es muy pudoroso —dijo Marisa—. No se permitiría hablar de su vida sexual delante de vos ni preguntar por la tuya.
—¡Con lo guardabosque que fue siempre a pesar de ser menor…! —recordó Julia—. Bueno, reestructurarlo un poco no viene mal —le guiñó un ojo—: ¿Estuve acertada dándoles tiempo?
—Para tu conocimiento no practicamos los rapiditos… Si puedo evitarlo —declaró su amiga.
—Me parece una sabia decisión —acotó Julia al tiempo que llegaba Rolo con la bandeja.
Dieron por terminada la ingesta a las nueve y treinta y mientras Julia pagaba la estadía sus acompañantes consultaron por la proveeduría. Retiraron el motorhome y después de dar las últimas vueltas por la ciudad, cargaron las provisiones y enfilaron hacia el camping. Julia manejó bajo la supervisión de su hermano y ya lo hacía con destreza antes de llegar a Mina Clavero. Después de pagar la estadía por dos noches, ubicaron el rodado bajo la sombra de un grupo de árboles y acomodaron las compras. Se pusieron los trajes de baño y recorrieron el camping y sus instalaciones. Tanto los baños como los vestidores estaban en perfectas condiciones de higiene, lo que les ahorraría el uso de agua en la casa rodante. Bajaron hasta el río y chapotearon un rato en la zona segura. A la una, Rolo declaró que las agasajaría con un asado. Marisa insistió en acompañarlo y convenció a su amiga de que disfrutara del sol hasta que ella le avisara que todo estaba listo. Un plan tomaba forma en su mente y quería charlarlo con su novio. Condimentó la carne y se acercó a la parrilla adonde ya prosperaba el fuego. Rolando le agradeció con un beso y ella se acomodó al costado del fogón.
—Vos dijiste que Alen te había dado el teléfono… —entonó.
Él se volvió para mirarla y esperó a que continuara.
—Podés llamarlo para agradecerle la guía y comentarle adónde estamos parando…
—¿Qué te proponés? —dijo festivo.
—Darle una mano al destino. Si como suponemos tiene algún interés, te agradecerá el dato. Si juzgamos mal, cumplirás con devolver la atención. ¿Qué te parece? —consultó ilusionada.
—Que me vas a meter en un juego de intrigas femeninas. No quiero escuchar tus lamentos si no aparece durante todo el viaje.
—¡Vos dale, Rolo! No podemos estar tan equivocados.
El joven sacó el celular del estuche que tenía a un costado del asador y, antes de que ubicara el número, comenzó a sonar. Miró la pantalla y lanzó una carcajada. Atendió ante la sorprendida mirada de Mari:
—¡Alen! Estaba por llamarte para agradecerte la guía —vio que el rostro de su novia se iluminaba mientras levantaba el pulgar.
Charló un rato con Cardozo y cuando colgó le dijo:
—Brujita, hay alguien que supera tu ansiedad. Alen nos acaba de invitar a instalarnos en el parque de su finca cuando acampemos en Nono.
—¡Yo sabía que nuestra intuición no podía fallar! —palmoteó su novia entusiasmada—. Debemos pergeñar una estrategia para convencer a Julia… —pensó por un momento—. ¡Ya sé! Le vas a decir que no podés rechazar la hospitalidad de Alen porque sería un desprecio que no conviene a tu posible trabajo.
—Te agradezco la confianza —expresó Rolo— pero no puedo dar por sentada esa decisión.
—¡Ella qué sabe! Por otro lado, estoy segura de que vas a ganar. ¡Dale…! —insistió—. Es un argumento que tu hermana no rebatirá para no malograr tu futuro.
—¡Dios! —invocó Rolo—. Debiera ser solidario con este hombre y advertirle dónde se mete.
—En la mejor oportunidad de su vida —dijo Mari convencida—. Ahora voy a preparar la ensalada y acomodar la mesa.
A la una y media fue a buscar a Julia que descansaba a la sombra. Rolando le refirió la llamada de Cardozo durante el almuerzo y, como había anticipado Marisa, se privó de objetar ante la justificación de su hermano. Después de comer les anunció que emprendería una caminata larga para hacer la digestión. Entró a la proveeduría y compró algunos productos regionales. La tentó la pileta para dar unas brazadas pero decidió volver después del paseo cuando el sol estuviera más aplacado. Regresó a la hora y buscó una mesa para revisar el correo en la tablet y mandarle una crónica del paseo a su mamá. A las cuatro y media la dejó en depósito y estuvo nadando hasta las cinco. Después de secarse, pegó la vuelta hacia la casa rodante. Marisa y Rolo la recibieron con mate y ella aportó los alfajores de frutas que había comprado.
—Me parece que te flechaste —dijo su amiga.
—Un poco —admitió—. No esperaba encontrarme con la pileta y no llevé el filtro solar. Pero me daré un baño y me pasaré una buena crema por todo el cuerpo. Ustedes, ¿descansaron? —preguntó maliciosa.
—Mejor que en el hotel —respondió Mari con una sonrisa candorosa.
Julia rió y le comunicó a su hermano que ya se había contactado con su madre. Estuvieron a orillas del río hasta el anochecer. Antes de la cena, las mujeres concurrieron a los vestuarios para bañarse. Se pasaron crema por la espalda mutuamente y se ataviaron con sus vestidos playeros. Rolando las vio llegar complacido. Julia era la esencia de la seducción con la piel enrojecida por el sol y el pelo cayendo libremente sobre los hombros descubiertos, y su rubia Marisa lucía dorada y deslumbrante.
—Nosotras nos ocuparemos de la cena —le dijo al pasar.
Él la detuvo por el camino y le dio un beso prolongado.
—Vos sabés cuánto quiero a mi hermana, pero esta noche me arrepentiré de haberla invitado —le susurró.
—¡Salvaje! Deberías agradecerle la siesta —rió Mari desasiéndose para seguir a Julia.
Prepararon una ensalada variada con vegetales, fiambres, frutas y quesos y, de postre, una porción de torta helada. Estaban de sobremesa cuando se les acercó una jovencita.
—¡Buenas noches! —saludó con la característica tonada cordobesa.
—¡Hola! —respondieron a coro.
—Venía a invitarlos, si gustan, a una guitarreada —señaló a un grupo sentado en el suelo al lado de una carpa.
—¿Qué dicen, chicas? —preguntó Rolo.
Ellas asintieron con una sonrisa. Él cerró el motorhome y siguieron a la muchachita. Un hombre joven se levantó no bien se acercaron.
—Bienvenidos —dijo estirando la mano hacia Rolando—. Mi nombre es Tiago y me alegra que hayan aceptado la invitación —miró hacia las mujeres.
—Gracias —retribuyó Rolo—. Yo soy Rolo y ellas Marisa, mi novia y Julia, mi hermana.
Después del saludo, los integró a la rueda. Fueron presentados y Tiago, ubicado al lado de Julia, entonó con excelente voz varias zambas. Los cantores se fueron turnando y entre mate y mate, el muchacho le reveló que la había visto cuando salía del vestuario con su amiga.
—El mejor momento —sonrió—, cuando Rolo te presentó como su hermana.
La joven se sintió halagada por el comentario masculino, pero intentó restarle importancia.
—¿Te dedicás a la música? —inquirió.
—Es mi pasatiempo —confesó—. Trabajo en el aeropuerto.
—¿Y qué hacés ahí?
—Soy ingeniero aeronáutico.
—Mi hermano también es ingeniero —dijo ella—. Pero civil.
El interés de Tiago era palpable e insistió en concertar una salida para hacerle conocer los lugares más relevantes del entorno. Ella se negó con amabilidad pero con firmeza. La guitarreada la cerró el joven con dos canciones que ponían de manifiesto la atracción que Julia le había despertado: Anocheciendo zambas y Trago de Sombra.

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