viernes, 20 de noviembre de 2009

LAS CARTAS DE SARA - XIV

Sara caminó con Ada hasta los confines de la villa. La casa de don Emilio era apenas visible entre espesos arbustos y árboles añosos. Su guía se dirigió hacia la puerta que se abrió antes de que llegara a golpear. Un anciano flaco, de piel curtida por el sol y rostro cruzado por múltiples arrugas las miró en silencio. A considerar por su aspecto, Sara le podría dar más de cien años, pero sus ojos tenían un brillo tan intenso que cualquier conjetura sobre su edad era inapropiada. Las saludó con un leve movimiento de la cabeza y les hizo un ademán para que ingresaran a la casa. Adentro estaba fresco y aseado. La habitación tenía escasos muebles: una mesa de madera, dos sillas y algunas banquetas. Las paredes estaban colmadas de tallas autóctonas (ningún animal embalsamado para alivio de la muchacha). Una vieja heladera y una antigua cocina quebraban el misticismo del lugar. Sin palabras, les ofreció las sillas y él se ubicó en uno de los taburetes de madera. Esperaron a que el anciano hablara.

-Bienvenida a mi hogar, Sara. Hace tiempo que te aguardo.

Un cosquilleo de intranquilidad la recorrió. Sintió, después de expresarla, que la pregunta era pueril en esas circunstancias:

-¿Cuántos años tiene usted, don Emilio?

-Ciento doce, niña, aunque no los suficientes para figurar en los libros –agregó con humor.- Entenderás que tuve una larga espera.

La joven no dudó ni un instante de que él la conocía antes de nacer. ¿Podría saber qué le deparaba el destino?

-Eso dependerá de vos, muchacha –le contestó como si ella hubiera formulado la pregunta en voz alta.

Sara aceptó con naturalidad las habilidades del hombre. El contacto con el viejo fue instantáneo y su cabeza se llenó con sonidos que los oídos no transportaban.

-¿Has escuchado otras voces que no fueran la mía?

-Sí, anoche en la reunión del pueblo –respondió de igual manera.

Ada asistía en silencio al encuentro de ambos. Sabía que se estaban comunicando y que a ella le estaban vedados algunos de los conocimientos que ellos compartían. Un viejo de ojos vivaces y una bella joven cuyo semblante dejaba traslucir las emociones del mudo diálogo.

-Pero pudiste sustraerte a su influencia porque, si no, no estaríamos hablando.

-Don Emilio, hasta que llegué a Gantes me consideraba una persona común, sin más aspiraciones que la de subsistir por mis propios medios. Ahora descubro esta capacidad para la cual nadie me preparó y me aterroriza no saber su propósito.

-Lo sé, Sara. Pero deberás ser permeable a una fe que nunca te planteaste. No lo tomes como un argumento religioso sino como la facultad de percibir las fronteras entre el bien y el mal. De que te aferres a esta aptitud, dependerá el resultado de la confrontación.

-¡Es demasiada responsabilidad la que espera de mí! Temo decepcionarlo… -alegó Sara intimidada.

-No lo harás, muchacha. Tus sentimientos de integridad lo prueban. Pudiste con el administrador espontáneamente. Tu intuición no te traicionará.- El acento del anciano le comunicó la seguridad que necesitaba.

-¡Ayúdeme a entender! –pidió con fervor.

-En este pequeño pueblo, desde tiempos inmemoriales, la luz y la oscuridad libran su eterna batalla. Los avances y retrocesos de la humanidad son consecuencia de esta lucha. ¿Por qué Gantes? Son designios fuera de nuestro entendimiento. Hace cien años, la emisaria de la oscuridad conquistó al Enviado que gestó en ella a los futuros administradores del oscurantismo y el sometimiento. Este pueblo es un modelo a escala de los acontecimientos a nivel mundial. Retrocedieron los valores humanos, las familias se desintegraron, prosperaron los conocimientos técnicos al servicio de los opresores y se fue olvidando el verdadero sentido de la vida.

Sara experimentó una conexión plena con las vivencias del viejo. Oscuras reminiscencias de una historia repetida a perpetuidad fulguraron en su conciencia. Tuvo la sensación de que su vida había sido dirigida para estar en Gantes en el momento preciso, que las pruebas a las que había sido sometida eran el prólogo de este enfrentamiento final. La bestia y la pantera no eran más que personificaciones accesibles a la conciencia humana de las fuerzas que estaban eternamente en pugna. Recibió los conocimientos de don Emilio como quien acepta una misión. Al finalizar el mudo diálogo, la joven comprendió que su antecesora había sido derrotada por su soberbia, por no haber comprendido que el motor del cambio estaba en la unión de todos los habitantes del pueblo que aspiraban a una vida digna. Ella no era más que un catalizador; debería propiciar la transformación desde afuera sin dejarse seducir por el triunfalismo.

Sara se incorporó, imitada por el anciano. Una leve sonrisa en su cara, una mirada complacida en los ojos de don Emilio, fueron la despedida. Ella y Ada se alejaron de la casa del viejo sin hablar hasta que llegaron a la calle principal del pueblo.

-¿Y ahora que harás? –dijo la mujer dejándose ganar por la ansiedad.

-Haremos –puntualizó.- Organizar una reunión con todos los habitantes de la villa. ¿No te parece que es hora de discutir algunos temas?

-Las reuniones están prohibidas –expresó Ada con alarma.

-¿Y qué pasará? ¿Vendrá un comando policial para impedirla? Si apenas tienen en la comisaría tres agentes. Además, podemos juntarnos para charlar sobre… -hizo una pausa:- cuestiones de atención médica. O de trabajo. O de educación. ¡Qué se yo! Hay tantos temas. Lo que importa irá surgiendo espontáneamente. Sólo hay que abonar el terreno.

La mirada de su amiga fluctuaba entre el temor y la esperanza. Sara rió contagiosamente alborotando el pelo de Ada. Al cabo, las dos caminaron riendo como si compartieran una picardía. La risa se les borró al entrar en la casa de la mujer. Cordelia estaba desayunando y ni siquiera se molestó en saludarlas. Sara se compadeció de su pobre amiga que soportaba con estoicismo la indiferencia de su hija. Decidió precipitar los acontecimientos:

-¿Entonces quedamos en que la reunión puede ser para el domingo a la tarde? –preguntó como si ya hubieran hablado de fechas.

-¿De qué reunión hablan? - se entrometió Cordelia.

-Si te interesa –respondió Sara- estás invitada a participar –se dirigió a Ada:- Espero que hagas correr la voz y me avises. Ahora debo regresar para que Mercedes no se alarme.

-¿Qué le pasa a ésta? Algo se trae entre manos. Debo avisarle al Administrador –los pensamientos de Cordelia eran transparentes para Sara. Un extraño regocijo la ganó anticipando la reacción de sus rivales sin que ninguna sensación de peligro la asaltara.

Ada la acompañó hasta la puerta y cuando se abrazaron para despedirse, Sara leyó una nueva expectativa en los ojos de la mujer.