sábado, 25 de febrero de 2012

LAS CARTA DE SARA - CAP. I (7/12/08) y II (14/12/08)


LAS CARTAS DE SARA - I

Sólo escuchaba el ruido del agua que golpeaba con furia el viejo muelle de madera. Escrutó la oscuridad intentando distinguir los contornos de la isla que los rayos perfilaban espaciadamente. La luz se había cortado hacía media hora, seguramente alguna usina fuera de servicio por la despreocupación de los gobernantes de turno. La confitería de la guardería de lanchas tenía un generador propio porque clientes importantes dejaban sus embarcaciones y no escatimaban gastos para proteger su propiedad. El camarero le había anticipado a Nina que pronto la energía sería totalmente utilizada en el brazo interior donde estaban amarradas las naves. Esperaba que Dante llegara antes de quedar totalmente a oscuras. El viento y los relámpagos arreciaron. Sostuvo la copa de trago largo antes de que una racha la volteara y disfrutó de las ráfagas que iban disipando la sofocante temperatura. Pensó que si lloviera antes de la llegada de su novio no correría a refugiarse en el salón. Estaba lleno de gente que había abandonado las mesas de la terraza en cuanto se anunció la tormenta. Estaría irrespirable. La palabra la llenó de congoja porque la asoció con esa nefasta sensación que la asaltaba cuando pensaba en Sara. ¿Cuánto hacía que dejó de escribirle? ¿Un mes? Ella se preocupó a la tercera semana porque no era la primera vez que se atrasaba. Esta inquietud no fue correspondida por su madre ni por Dante, que intentaron calmarla cuando no pudo comunicarse con la clínica ni con la familia donde se alojaba su amiga. ¿Y los mails? ¿Por qué no contestaba el correo si los teléfonos no funcionaban? Pero qué tonta, se dijo. Si el teléfono no funciona, mal podría recibir el correo electrónico. Estaba absolutamente decidida a viajar a Gantes si en el fin de semana no lograba conectarse con Sara. Con o sin la aprobación de su madre y su novio. Ya se imaginaba la respuesta de Dante: ¡pero Nina! ¡Abandonar mi trabajo cuando hace un mes que me ascendieron! ¡Y con tantos desempleados que están en fila para reemplazarme! Una mano fuerte le acarició el cuello que el viento dejaba sin la protección de su larga cabellera. Se volvió para recibir en plena boca el beso de Dante.
-¡Loquita! ¿Por qué no me esperaste adentro? Dos minutos más y tengo que rescatarte del río –le dijo mientras se sentaba en la silla de al lado.
Nina miró al fornido hombre que le sonreía y alargaba el brazo para delinear con delicadeza el contorno de su cara. ¡Ahora o nunca!, se dijo.
-Dante, si no tengo pronto noticias de Sara, me voy a Gantes.
-¿Y cuándo es pronto? Si se puede saber...
-El lunes –contestó con beligerancia porque entrevió un tonito irónico en la acotación.
Él se tomó un tiempo para responder. Aquí vienen los argumentos en contra, pensó Nina, dispuesta a enemistarse con el joven de ser preciso.
-Vamos a hacer una cosa –declaró Dante al fin.- Aunque recibas noticias, iremos a verla el lunes. Vos te quedarás tranquila y yo podré planificar mi ausencia. ¿Hecho?
Ahora tardó ella en responder, porque sólo tenía que decir que sí. Archivó todos los argumentos defensivos y se inclinó para abrazarlo. Dante la apretó contra él mientras reía tiernamente. Nina, acordonada por los brazos del hombre, se abandonó a la sensación de sosiego que la propuesta le brindaba. La lluvia se desplomó sobre ellos y los obligó a correr hacia la confitería. Entraron riendo y, por un momento, se volvieron a contemplar el furioso espectáculo de la tormenta. Nosotros somos un acorde más de este concierto universal. La idea la desconcertó. ¿A quién se lo había escuchado? La escasa iluminación de la terraza se apagó y las sombras devoraron las sillas y las mesas acomodadas a lo largo de la baranda. Nina se volvió hacia Dante. Quería volver a su casa y releer las cartas de Sara. ¡Seguro que hallaría indicios que no buscó en la primera lectura! Le apretó el brazo y le dijo:
-¿Podremos llegar hasta el auto?
Su novio hizo un gesto de asentimiento. La guió hacia la parte trasera del local hasta desembocar en una escalera. Un empleado se acercó portando una linterna.
-¿Quiere bajar a la cochera, señor?
-Sí. Pero no es necesario que nos acompañe. Conozco el camino.
-Iré adelante de ustedes. Las luces de emergencia se están agotando y hay un tramo de escaleras a oscuras. Además, necesitará que lo alumbre para encontrar su vehículo. Hagan el favor de seguirme –les pidió.
Bajaron guiados por el muchacho hasta localizar el coche. Dante le dio una propina y maniobró hacia la salida. Hablaron muy poco hasta llegar a la casa de Nina. Su novio apagó el encendido para despedirse. Se volvió hacia ella y la atrajo contra sí. El beso la estremeció como siempre. Él le susurró:
-Si no tuviera que programar toda una semana de trabajo, no te bajaría en tu casa, bonita. Pero ya nos desquitaremos en Gantes, ¿de acuerdo?
Ella rió, feliz, y volvió a besarlo. Después miró hacia la calle y comprobó que la lluvia había menguado.
-¡Me bajo antes de que se largue de nuevo! Te quiero, ¿sabés? –y abrió la puerta y se lanzó a la calle antes de que el hombre le respondiera y la planificación se fuera a pique.
Colgó el llavero a la entrada del vestíbulo y se dirigió a la sala de estar. El televisor funcionando indicaba que su madre estaba levantada. Sonrió al verla adormecida delante de la pantalla. Se acercó con sigilo y le dio un beso en la cabeza.
-¡Nena! –Dijo con sobresalto- ¡Qué flor de madre tenés! ¡Mirá que dormirme con lo preocupada que estaba! Esta no es una tormenta cualquiera...
-No, mamá, si afuera está amarrada el arca de Noé... –la interrumpió Nina-Además estaba con Dante, ¿qué podría pasarme?
-No sé. Árboles caídos, cables cortados… ¡Yo qué sé!
-Sos dramática, madre –dijo la muchacha sentándose a su lado. ¿Sería el momento apropiado para anunciarle el viaje? Sí. Porque lo haría le gustara o no. Apoyó la cabeza sobre el regazo de la mujer y, mientras ésta le acariciaba el pelo, le informó:- El lunes me voy a Gantes.
La mano detuvo su lento recorrido. Tras un instante de silencio, llegó el comentario de su madre:
-No podré convencerte de lo contrario, ¿verdad? –y antes de que pudiera responderle:- Has tomado la decisión y espero que no vayas sola. ¡Y pensar que Sara podría estar viviendo con nosotras y no en ese remoto lugar!
¡Querida mamá Rosa!, pensó Nina. Siempre tan intuitiva. Sabe que no me voy a echar atrás y no quiere empezar una pelea. Para tranquilizarla, confirmó:
-Me acompañará Dante. Ya debe estar preparando el cronograma de trabajo. ¿No es un sol este novio mío? –se levantó, le dio un beso y anunció:- me voy a dormir. Mañana empezaré a armar la valija. Que descanses, mamá.
-Hasta mañana, querida -suspiró Rosa.
Nina entró en su dormitorio y cerró la puerta. Abrió el primer cajón del escritorio y sacó un manojo de cartas. El sutil perfume que distinguía a Sara flotaba sobre el papel como un aura. La vívida imagen de su amiga, mi hermana del alma, irrumpió en su interior con la fuerza del afecto que las unía desde niñas. A Sara le debía no haber incursionado más que en la fumata de un porro, haber podido enfrentar la decisión de su padre que menospreciaba su inclinación por el arte en función de una carrera “con futuro”, la incondicional compañía por los difíciles momentos de la adolescencia. Juntas, compartieron sueños y desengaños. Sara no pudo continuar una carrera universitaria por haber dedicado todo el tiempo a cuidar de su madre postrada por la depresión. Cuando su progenitora falleció, buscó un trabajo de empleada administrativa para el cual estaba preparada. Vivía en un departamento compartido con dos estudiantes y, durante el receso universitario, Nina compartía los fines de semana con ella. Hasta que conoció a Dante, claro…
Salió de su abstracción y sacó las misivas de los sobres. Las acomodó por fecha y comenzó a leer la primera:

LAS CARTAS DE SARA - II

Querida Nina: recién acabo de acomodarme en el cuarto y te escribo para exorcizar las sensaciones de soledad y de temor que me acosan. ¿No es un castigo estar tan lejos y pertenecer a una clase media despojada que no puede darse el lujo de pagar unas horas de chat por Internet? Pero nunca me voy a arrepentir de haber desenmascarado al grotesco personaje que me dejó sin empleo y casi en la indigencia. Aún valiendo más su palabra que la mía, cuando estoy conmigo misma no tengo nada que reprocharme; y él, en soledad, no podrá sostener la fmentira que fraguó para despedirme sin indemnización. Pero el peor daño que me infligió fue el de arrojarme a una realidad sin muchas alternativas. Con más de treinta años -aunque no los aparente- las oportunidades de trabajo en la ciudad son ínfimas. Y he aquí que, pese a tu generoso ofrecimiento, me tenés en este perdido pueblecito rural para comenzar una nueva etapa. Mañana tengo que presentarme en la clínica para hacerme cargo de la administración. ¡Suerte que en algunos lugares todavía necesitan encargados con experiencia! Aunque sea en Gantes y a cuatrocientos kilómetros de la ciudad. Por cierto, ¿no fue bastante providencial que cayera en mis manos un aviso publicado hace tantos meses atrás? Y que yo me decidiera llamar y que aún estuviese el puesto vacante.
Dada mi situación financiera, no puedo alquilar una vivienda propia, de modo que, cuando bajé en la estación, pregunté y me enviaron a la casa de los Biani, donde “seguramente me darían alojamiento”. Tienen una casa austera pero amplia que, sin dudas, vivió épocas de esplendor. Diría que es una familia venida a menos y mi llegada, junto con la renta, fue bien acogida. Es posible que hayan recibido algún aviso, porque Mercedes, la dueña de casa, me condujo prontamente hacia una habitación trasera, que tenía la cama tendida con sábanas limpias, una mesita y un sillón, sobre y desde donde te escribo. Es curioso, Nina; a medida que me comunico con vos afloja la angustia. No quiero que te perturbes con esta carta. Vos me conocés bien y sabés que voy a sacudir mis plumas y reponerme antes de lo que cante un gallo (valga la redundancia plumífera). Como el ómnibus se atrasó llegué tarde y decliné el ofrecimiento de cenar. Había comido algo y realmente no tenía hambre. Así que me acomodé en el cuarto y, por cábala, solamente saqué de la valija la ropa que me pondré mañana. ¿Cuándo me sentí tan insegura por última vez? Ni siquiera cuando apreté el botón de manos libres para que todos escucharan las indecentes propuestas del mamarracho. Pero mañana... siento como si apostara mi vida a un solo número. ¿Y si no sale? En la próxima te cuento. PD. Como corresponde a un estado depresivo, sólo hablé de mí. Mandame un mail para saber que estás bien, lo mismo que ese forzudo novio que tenés. Y decile que no vale la pena que se despelleje los nudillos en semejante basura. Te quiero y extraño. ¡Que duermas bieen...! Sara.”
Nina sonrió. ¡Esa era su verdadera amiga! Optimista a pesar de los escollos que le presentaba la vida. Buscó una carpeta y acomodó la carta boca abajo. Así quedarían nuevamente ordenadas por fecha cuando las terminara de leer y listas para cualquier consulta posterior. Tomó la siguiente:
“¡Hola, Nina! :
Aunque no lo creas, aquí no llega Internet. Después de buscar infructuosamente un ciber, entré a la oficina de correos (lugar que me pareció el más indicado para averiguar por modernos medios de comunicación) y terminé comprando sobres, papel y estampillas. Descubrí también que dentro de la misma dependencia está instalada la central telefónica y, como en los viejos tiempos, la atiende una telefonista que se entretiene escuchando las conversaciones de todo el pueblo. Por eso, te mando el número de teléfono de los Biani (06617) y de la clínica (06622) - ofrecido amablemente por el doctor Moreno- por si querés transmitirme alguna urgencia o hablar de trivialidades, pero los detalles más importantes los reservo para la correspondencia. Sucintamente te cuento que ayer conocí al resto de la familia Biani, me presenté en la clínica, me enteré de que mi sueldo inicial sería de ¡novecientos pesos! sujeto a futuros reajustes (¿no es fantástico después de soportar tantos agravios por quinientos pesos?...), me relacioné con algunos compañeros de trabajo y me hice cargo del puesto que me aguardaba.
Estoy escribiendo sobre un incómodo estante voladizo y ya termino, pero te prometo que esta noche voy a ser mucho más locuaz. ¡Tengo mil cosas que contarte! Por ejemplo, que al salir hoy de la clínica estaba esperándome Francisco, el hijo mayor de mis anfitriones, con la bicicleta que me había prometido para facilitar mi traslado al pueblo. Él en su bici y yo en la mía, pedaleamos por una senda ciclista al costado de la ruta hasta dar con una calle que termina en el centro mismo del municipio. El ejercicio me sentó de maravillas y, ni bien despache la carta, voy a dar unas vueltas de reconocimiento hasta encontrarme de nuevo con Francisco para volver a la casa. Llamame si podés. Una voz querida me falta aunque los sucesos se estén dando favorablemente. Un beso de Sara.
Hasta aquí todo normal, se dijo Nina. Una sucesión de hechos cotidianos donde lo extraño era estar en un lugar remoto donde los adelantos de la civilización no llegaban. Pero ella sabía que no era el único. De vez en cuando leía en el diario que alguna comarca rural se había beneficiado con el cableado que la uniría a la red. Estaba a punto de leer la tercera cuando sintió unos discretos golpes en la puerta de su habitación.
-Pasá, mami –dijo en voz alta.
-¿No ibas a acostarte? –hizo la pregunta mientras entraba.
-Sí. Pero me puse a releer las cartas de Sara. En alguna tiene que haber una pista que me aclare el porqué de su silencio –miró a su madre con aire contrito:- Yo sé que ni Dante ni vos comparten mis aprensiones, pero ¡te digo, mami! Si Sara no volvió a escribir, es porque pasa algo. Este silencio es un pedido de ayuda y no lo voy a desoír.
-Espero que estés equivocada, querida. ¿Por qué no pensar que está en pleno romance con ese médico y el tiempo le pasa sin darse cuenta?
-Si es así, tiene mi bendición y yo comprobaré personalmente su felicidad –sacudió la cabeza negativamente.- ¡Yo la conozco a Sara! En ese caso, más razones para compartir la situación con su amiga. No, mami, tengo el presentimiento de que me oculta algo, y si lo hace, es por no involucrarme en ese algo. Sólo estaré tranquila cuando la vea.
-Me das miedo con estos supuestos, Nina. ¿Y qué hay si cometió un error y se relacionó con gente inadecuada? ¿Qué sabés con quiénes te vas a encontrar en ese lugar olvidado de la mano de Dios? ¿Y si te pasa algo? ¿Cómo voy a enterarme? –las palabras se atropellaban en la boca de Rosa.
-¿Ves, mamá, por qué no puedo compartir ninguna inquietud con vos? Lo dramatizás todo. Soy una persona adulta y perspicaz. Me manejaré con prudencia y además voy con Dante y llevo mi celular.
-Que vaya a saber si ahí funciona. Hace una semana que no te podés comunicar con Sara.
-Ella no tiene celu, depende de la central telefónica. Y si hubo alguna tormenta es posible que la haya inutilizado. –Se levantó de la silla giratoria y abrazó a su madre:- ¡Quedate tranquila, mamá Rosa! Volveré sana y salva. Con Sara, si no se quiere quedar, o sin ella si me aseguro de que no corre ningún riesgo.
Rosa se separó suavemente de su hija y se sentó en la butaca contigua al escritorio. Le hizo un gesto a Nina y dijo:
-¡Adelante! Leé las cartas en voz alta que a lo mejor esta tonta madre tuya te pueda ayudar.
La joven lanzó una carcajada. Sin acotar nada, pasó a la tercera misiva.

viernes, 17 de febrero de 2012

LAS CARTAS DE SARA - XVII


(CAPÍTULO I publicado el 07/12/08)

En el mismo momento en que Nina y Dante se disponían a escuchar el relato de Ada, Sara evocaba los acontecimientos de la noche pasada cuyo corolario no era, precisamente, del gusto de sus adversarios. Max había salido a comprar algo para comer. Estaban alojados en un motel de la localidad anterior a Gantes adonde se dirigieron por consejo de don Emilio. El doctor Moreno aceptó sin preguntas la sugerencia de la muchacha y la instó a descansar preocupado por su decaimiento,  pero ella sabía que a su regreso tendría que contarle tanto como pudiera para justificar el inusual pedido. Sus contendientes eran poderosos y ella los había subestimado. Después del encuentro con el anciano volvió a la casa de los Biani y se dispuso a organizar la reunión para la tarde siguiente. Borroneó varias hojas con temas que podrían interesar a los habitantes y que motivaran una reflexión sobre sus condiciones de vida.  Estaba convencida de que bastaba que unos pocos se animaran para que los demás participasen. ¿Quién no querría que sus hijos se preparasen para una vida más digna que la de servir a los poderosos del pueblo? ¿Quién no querría asegurar el cuidado de su salud y la de los suyos por derecho? Debían romper con mandatos arcaicos que los mantenían en esclavitud mental para beneficio de unos pocos. Terminó la lista cuando estaba oscureciendo. Un impulso irrefrenable la llevó fuera de la vivienda cuando las sombras avanzaban sobre el día. Quería ver a Ada y compartir con ella el resultado de su trabajo. No debió descuidarse, embargada por la exaltación de su proyecto. Si hubiera esperado hasta la mañana ellos no habrían podido sabotear la reunión programada. Le anunció a Mercedes que no cenaría en la casa y se dirigió al cobertizo para buscar su bicicleta. No bien abrió la puerta percibió que el lugar estaba poblado por algo más que oscuridad. Buscó a tientas la perilla de la luz y encendió la polvorienta lamparita que acentuó las sombras del fondo y de los costados. Su vehículo no estaba en el lugar de siempre. El semicírculo de la rueda  trasera asomaba casi inofensivamente detrás de la negrura que la atrapaba en los confines del galpón. Sentía la mente vacía como si alguien hubiera borrado todos sus pensamientos y la forzó a concentrarse para distinguir las señales de ese lugar inquietante. Primero fueron los murmullos. Rezumaban desde los rincones sombríos y se adentraban en su conciencia como un narcótico. Se sacudió del letargo y trató de captar su significado. Vete que estás a tiempo. Su cuerpo respondió a la advertencia y dio media vuelta hasta dar con la puerta. ¡NO! La negativa fulguró en su conciencia. Detuvo la huida y se volvió hacia el interior. Ya no estaba en el galpón sino a la entrada de la cueva. ¿De modo que ya empezó a girar la rueda del destino?, pensó. Sobrecogida, se mantuvo alerta esperando algún movimiento de sus enemigos. No estaba dispuesta a entregarse mansamente a las manipulaciones de los esbirros de la Energía Negativa. Ninguna claridad se reflejaba en las formaciones rocosas para develar su posición. Como si inspeccionara una gaveta de archivos, sondeó su memoria en busca de la experiencia primigenia. La sensación de que alguien o algo intentaba infiltrarse en sus recuerdos provocó la voluntaria clausura de su pensamiento aislando la interferencia desconocida. Tomó conciencia de que se fortalecía en resistir los ataques a su mente desarrollando sentidos ignorados hasta su llegada a Gantes. Su vista se agudizó y advirtió que no era la única ocupante de la caverna. Cordelia y el administrador estaban frente a ella y la observaban en silencio.
-¿A qué debo el honor de esta invitación? -dijo Sara con tono calmo.
-A que deseamos hacerle una última propuesta que seguramente apreciará -aseguró el hombre.- Sabemos el vínculo que la une a su amiga y también que ella se propone venir a buscarla. El camino hacia Gantes está lleno de peligros y lamentaríamos que sufra algún accidente fatal…
Aunque su corazón dio un vuelco, ella no lo demostró. En su interior crecía la seguridad de que sus adversarios querían alejarla a medida que se acrecentaban sus poderes. Logró responderle con serenidad:
-Sabe que no aceptaré ningún ofrecimiento de su parte. Un nuevo ciclo ha de comenzar para los sufridos habitantes de este pueblo y yo he sido llamada a colaborar con ellos.
-¡Necia! -explotó la hija de Ada.- Tu arrogancia te perderá al igual que a tu predecesora. ¿Acaso imaginás que lo que se moldeó hace más de un siglo se modificará por tus buenas intenciones? ¿O acaso la prédica de ese viejo embotado por la edad te persuadió de un destino sublime? -terminó con ironía.
Sara se limitó a mirarla silenciosamente, segura de que su intercambio mental con don Emilio no había sido interceptado por sus antagonistas. Cordelia intentaba averiguar cuánto conocía ella de la próxima confrontación, de modo que cercó el acceso a su conciencia con un escudo vacío de pensamientos que fue violentamente atacado por sus opositores. Infinitas imágenes pugnaban por atravesar el recinto de seguridad con que protegía su cerebro. La cueva se disolvió como un espejismo que encubría los momentos más penosos de su vida. Volvió a enfrentarse al suicidio de su padre y a la pregunta que nunca tendría respuesta.
-Señorita, debemos cerrar el ataúd -el empleado de la funeraria la miraba compasivamente.
Ella, ahogada por los sollozos, interpeló por última vez al rostro inerte:
-¿Por qué, papá, por qué?
Su madre, como entonces, la apartó del cajón que fue sellado para siempre como el inapelable designio paterno. Un desbordante sentimiento de rechazo la apartó del abrazo contenedor y expresó, como no había osado antes, la presunción de la culpa materna en la decisión de su papá. Los ojos de la mujer la miraron con tristeza y se volvió hacia el féretro vacío que ahora ocupaba el centro de la estancia para tenderse en él. Sara se acercó vacilante y miró las facciones lívidas de su madre y las lágrimas que se deslizaban bajo los párpados cerrados. Con profunda aflicción se abrazó al cuerpo exánime mientras desmentía la acusación:
-¡Perdoname, mamita! ¡No me dejes sola! Yo sé cuánto lo querías a papá. ¡Bien sé que perdiste las ganas de vivir cuando él se fue! Ni siquiera yo te até a la vida… ¿Por mi causa murieron los dos? - se lamentó desconsolada.
-¡La tuya es una causa perdida! -tronó una voz que agitó y desordenó los comprobantes acomodados cuidadosamente. Max, apoyado en el vano de la puerta de su oficina, la miró con reprobación.
-Lamento que haya hecho tan largo viaje -dijo con sequedad,- pero me temo que sus referencias dejan mucho que desear. El puesto ya no está vacante -declaró mientras se volvía hacia Aurelia.
La hija de Ada acercó su cuerpo al del hombre que respondió con una manifiesta erección mientras una expresión de lascivia recubría sus facciones. Escuchó el jadeo de Max mientras apretaba los glúteos de la mujer contra su miembro y la risa triunfal de Aurelia. Apartó la vista de la escena que debilitaba la solidez de su coraza y repelió con firmeza el ataque a su conciencia. No eran sus padres ni Max los personajes de esas farsas que especulaban con sus inseguridades, sino una burda creación de la oscuridad. Con el control de su mente volvió a encontrarse en el galpón ahora vacío de la presencia de sus oponentes. El fiero mastín ocupaba sus lugares y emitía un rugido de amenaza. Supo que tendría que defenderse sola y retrocedió lentamente hacia la puerta. La bestia se preparó para saltar cuando su mano encontró el mango del rastrillo. Lo esgrimió con firmeza logrando desviar el ataque aunque no los dientes que rasgaron su brazo como una cuchillada. Sin detenerse a pensar en la sangre que manaba de su herida, clavó los ojos en los del sanguinario animal y se aprestó a repeler la embestida. Las púas de la horquilla fulguraron en la penumbra arrancando un resoplido a la fiera que retrocedió al fondo del cobertizo hasta desaparecer entre las sombras. Una risa histérica la acometió mientras esperaba una nueva agresión. Sin volverse, empujó la puerta del galpón y trastabilló hacia la casa de los Biani. Debitada por la hemorragia y las visiones, se desplomó con un grito frente a la puerta trasera de la vivienda. Después… la oscuridad; los rostros preocupados de Ada y Mirta; el fatigoso viaje a caballo hasta lo de don Emilio; la experiencia que le fue transmitida de su propia capacidad para detener la sangría; la noche de insomnio en la casa de sus anfitriones, y la aparición de Max que llegó poco después de ser llamado por Mirta. Y mientras él revisaba su herida, volvió a reconocer el rostro querido que no guardaba ninguna semejanza con la parodia de la caverna. Los ojos afligidos le devolvieron la seguridad de los sentimientos mutuos. Insistió en llevarla hasta la clínica para suministrarle un antibiótico y vendar con mayor precisión el brazo lacerado. En el camino, lo puso al tanto de la recomendación del anciano de pasar la noche fuera de Gantes.