domingo, 28 de diciembre de 2008

LAS CARTAS DE SARA - IV

Amiga mía: Todavía no me repongo de la impresión que me causó el asalto que sufriste. El propio doctor Moreno me llamó para que atendiera a Dante y me dijo que usara libremente el teléfono. Me sentí más tranquila al escuchar tu voz que calmó ese desasosiego que me obnubila cuando peligra alguien que amo. El doctor Moreno (Maximiliano es su nombre; Max desde ahora para nosotras así no escribo tanto) salió discretamente y no volvió a su consultorio hasta después que hube hablado con vos. A pesar de su aire abstraído me preguntó si me sentía bien, ya que seguramente mi rostro traslucía la preocupación por lo sucedido. Fue tan cordial que le comenté el incidente y se alegró de que no hubiera sido más grave. Ya pasó a engrosar mi agenda de personas confiables, y vos sabés que salvo en cuestiones de amor, poco me equivoco en mis juicios. Aunque te fastidie, opino lo mismo que tu mamá y Dante. La sacaste barata. Los huesos tienen arreglo. ¿Te acordás de lo que opinamos acerca de las personas imprescindibles? Pensá... Imaginate que vas a disfrutar más tiempo de la compañía de tu novio, que tu mamá va a superar sus expectativas de gallina clueca (dejate atender sin pelear), que mis cartas van a amenizar tu recuperación, y sobre todo, que estás viva, que te queremos, que encontraste la mejor excusa para adelantar mi visita. Después de una semana volví al centro de Gantes y recorrí casi todo el pueblo en bicicleta. Di una vuelta por la plaza adonde convergen todas las arterias (Azul, Rojo, Verde, Amarillo, Blanco y Pardo), con la particularidad de que las aceras son de baldosas hexagonales con el mismo color de su calle. ¿No es la materialización de tus deseos de despistada? Representate una rueda de seis rayos con las gamas mencionadas y los tonos orientándote en cada diagonal. Las casas son de distinto estilo. Algunas de una planta, otras de dos. Todas tienen jardines muy bien cuidados y están dispuestas sobre amplios terrenos. Hasta las más pequeñas se ven suntuosas, y los autos estacionados fuera de las cocheras son modernos y costosos. Antenas de radio y parabólicas en casi todas las propiedades. Infiero que la gente de menores recursos vivirá en los suburbios, como los Biani. Esperaba encontrar niños y perros jugando afuera, pero no vi ninguno. La plaza está muy bien cuidada y en el centro hay una pérgola techada para espectáculos al aire libre. Es un placer sentarse en los bancos rodeada de árboles frondosos y arbustos florecidos. Tanta vegetación y ningún trino. La oficina de correos está sobre la calle amarilla ascendente (AA) y la escuela sobre la amarilla descendente (AD). La confitería sobre la roja ascendente (RA) el cine sobre la RD (¿captaste?). La iglesia sobre la VA, la municipalidad sobre la VD, el museo sobre la LA (si no adivinás te lo aclaro en la próxima), el edificio de bomberos sobre la LD, el teatro sobre la BA, un complejo comercial sobre la BD, un video club y disquería en la PA y la comisaría en la PD. Ese día había poca gente fuera de sus casas. Cuando me cruzaba con alguien, me miraban con cierta curiosidad y me saludaban. Supongo que recurrirán a la telefonista en averiguación de antecedentes. Como habíamos quedado con Francisco en encontrarnos a las 20 hs. en el video club, no tuve tiempo de recorrer los lugares que te mencioné. Volví el fin de semana y ya te voy a contar qué lugares y a quiénes conocí. Francisco llegó a las 19.30 hs. y eligió una película. Curioseando, vi el último CD de los Big Boys y recordé con cuánto fervor deseaba tenerlo Analía. Si vacilar, lo compré y lo hice envolver para regalo. Por una senda entre AD y PD, volvimos en poco tiempo a su casa. La bici, y conocer la geografía del pueblo, me llenaban de una sensación de libertad. Llegamos un rato antes de la cena y yo llamé a la huraña jovencita desde mi cuarto. Apareció con un gesto de fastidio. En ese momento recurrí a todos mis conocimientos de logística, estrategia, sicología juvenil y especialmente a mi instinto. Una sonrisa confiable, una mirada firme, un gesto cómplice al tenderle el brillante envoltorio. Lo tomó con reticencia. Le hice un gesto para que lo abriera y ¡si vieras qué lucha interior entre recibir el obsequio y aceptarme, o rechazarlo y mantener la distancia! ¡Big Boys ídolos, todo lo pueden! Para reforzar el ablande le dije que como a mí me ‘encantaaaba’ esa banda había imaginado que a ella le gustaría escucharlos y que si ya tenía esos temas podía cambiarlos por otros. La propuesta la sobresaltó (yo jugaba con ventaja porque había escuchado como ella le confiaba a Daniel su deseo de tener esta nueva grabación) y me dijo que gracias, que estaba perfecto y que lo tomaría como regalo de cumpleaños adelantado. Le pregunté cuándo sería y me contestó que a fin de mes. Y ¡sorpresa! Se interesó por mi cumpleaños, me dio un beso, y salió con una sonrisa feliz a escuchar inagotablemente el CD (los decibeles seguramente se deben a su generosa disposición para compartirlo con otros fans). Durante la cena me dirigió por primera vez la palabra y yo descubrí cuánto disfrutaba por estar en armonía con los tres hermanos. Creo que Mercedes y Antonio notaron el cambio de clima y parecían complacidos. Me vine a mi dormitorio con la sensación de haber obtenido un logro importante. Como tengo sueño y lo breve y bueno dos veces bueno (¿?), te deseo buenas noches, paciencia y bienestar. Sabés cuánto te quiero. No me des más sustos. Sara”.
-Esto pasó en la semana siguiente a la partida de Sara –dijo Rosa.- ¡Qué mal recuerdo, Nina! Si el mocoso hubiera sacado una navaja en lugar de empujarte…
-¡Pero no hizo más que empujarme, mamá! Yo caí con el pie doblado y sólo tuve un esguince –contestó para restarle importancia al incidente.
-Que te tuvo enyesada por veinticinco días. Eso de llamarme gallina clueca no me lo habías contado… –agregó con tonito de censura.
-Es una chanza de mi amiga, -dijo Nina riendo.- ¿Adónde se metió tu sentido del humor? Además, para ella que careció de cuidados maternos, esa comparación es un halago.
Rosa no parecía muy convencida, pero no siguió con el tema. En cambio, opinó:
-Se nota que Sara quería compartir esta etapa de su vida con vos, y aunque a veces se muestre vacilante, no parece nunca pedirte consejos.
-Ma, yo al lado de mi amiga tuve una vida privilegiada. Cuando murió su papá, quedó prácticamente huérfana de padre y madre. Su mamá se tiró en una cama y no volvió a levantarse. Y su enfermedad se llevó los mejores años de Sara y los ahorros del padre. A pesar de eso, le quedó tiempo para ser una hermana para mí. La vi llorar pero nunca abandonarse al sufrimiento. De dónde sacaba fuerzas, no sé…
-Vos también fuiste una amiga leal –certificó su madre.
-Sí. Pero entonces no me daba cuenta de su gran entereza. –Volviendo a la realidad:- Continúo antes de que amanezca.

domingo, 21 de diciembre de 2008

LAS CARTAS DE SARA - III

Nina: Hace una hora que acabo de cenar. Ya me bañé (prefiero quedarme un ratito más en la cama por la mañana) y ahora paso a contarte los últimos sucesos. (¿Sabés que Freud le escribió a su novia 1.500 cartas? Esto lo menciono porque te imagino rodeada de papeles y desesperada por tener que leerlos todos. YO no voy a escribirte ni la décima parte. Espero poder visitarte en poco tiempo). En primer lugar, ayer me levanté apenas sonó el despertador (si no lo hubiera puesto creo que hubiera dormido más tranquila, sin la horrible duda de si sonaría), me duché en el bañito de enfrente de mi cuarto (la bata que me regalaste el año pasado le encantó a Mercedes) y me vestí cuidadosamente antes de sentarme a desayunar. A esa hora ya estaban levantados Antonio, el dueño de casa, Francisco, el hijo mayor, y Analía, la hija del medio. Los chicos tienen 17 y 15 años respectivamente, según me informé mientras tomaba el mate cocido con leche. El más pequeño, Daniel, aún dormía (tiene 7 años y va a la escuela de tarde). Noté que la familia me observaba con curiosidad. Seguramente se preguntaban qué extraordinario acontecimiento habría empujado a una mujer de la ciudad a refugiarse en un lugar tan aislado. Ningún motivo romántico, por cierto. Cuando solicité indicaciones para llegar hasta mi lugar de trabajo, Francisco me aclaró que lo podía hacer de dos formas: mediante un ómnibus local que pasaba por la ruta cada media hora, o a través de una senda que nacía o moría (conforme se iba o se venía) en los fondos de la casa. Era una vía directa, de no más de cinco cuadras (¡de campo! según descubrí más tarde), que llegaba hasta la Clínica. Se ofreció para acompañarme para que aprendiera el camino y a las ocho y media partimos. Tendría que haber renunciado a seguir cuando los primeros ripios se guarecieron en mis zapatos. Cada tanto me paraba a devolverlos al camino, pero las medias ya habían sufrido las consecuencias. Después de cruzar la ruta, el pedregullo se convirtió en tierra. Debo confesar que el camino era espléndido, entre pinos fragantes y olmos imponentes que desflecaban al sol. Ya caminaba más confiada y apretando el paso para recuperarme de las detenciones, cuando miré mis zapatos. ¡Estaban blancos de tierra! Francisco, ante mi exclamación de disgusto, me aseguró que podría sacudirme el polvo apenas cruzáramos la carretera. Así que seguí caminando sin tregua. Pronto dejamos el bosquecillo atrás. Avisté el moderno edificio que se levantaba al otro lado de la ruta, rodeado de árboles y cortejado por enredaderas florecidas. No se parecía en nada a un hospital. La vereda de la entrada y el camino de acceso eran de lajas verdes que se fusionaban con el césped. Allí me detuve a limpiar mis zapatos y a componerme para el primer contacto. Me acerqué a la puerta de ingreso que se abrió en forma automática y me dirigí hacia una ventanilla para identificarme y preguntar por el doctor Moreno con el cual había tratado mi puesto. La empleada me miró, me evaluó, y luego habló por teléfono. Me indicó que siguiera por el pasillo y esperara a ser llamada desde el consultorio número cinco. Mientras caminaba, me vi reflejada en un espejo. Me acomodé el traje, el pelo, (las medias no tenían remedio), y seguí hasta el lugar indicado. Aguardé sentada en un confortable sillón tratando de apaciguar el torbellino de ideas. ¿Cómo sería este nuevo empleador? ¿Respetaría lo acordado verbalmente? ¿Podría desarrollar mi trabajo en libertad y confianza? ¿Tendría buenos modales? La puerta del consultorio se abrió y un hombre de apariencia joven me indicó que pasara. Era el doctor Moreno. Para resumir: me dio carta blanca para organizar todos los aspectos administrativos y contables de la clínica siempre que no le planteara a él ningún ´fastidioso asunto de papeles’ (sic). Tendría la colaboración de todo el personal para orientarme en los primeros tiempos y aquí fue donde me aclaró cuánto y cómo sería la modalidad de pago. Creo que la entrevista duró tan poco como la paciencia del doctor. Me derivó a su secretaria y mientras la instruía para que se pusiera a mi disposición, me dio un veloz apretón de manos y desapareció. Espero que no haga lo mismo con sus pacientes. Carolina –la secretaria- es una mujer joven y agraciada. Me precedió hasta una oficina interna con vista al parque trasero. Muy luminosa, con una vista soberbia, y absolutamente desordenada. Me dijo que hacía más de un año que no se actualizaban los archivos, que había papelería pendiente de despacho, que sólo se había gestionado lo imprescindible. Mientras mis ojos sobrevolaban el caos, mi estómago se contraía invadido por una primitiva sensación de impotencia. Aspiré con fuerza y le pedí a Carolina que me indicara las categorías de formularios, libros y documentos que allí se manejaban. Tomé nota cuidadosamente y apunté descongestionar el escritorio para hacer uso de la PC. Cuando hube estrujado toda su información, le agradecí y le manifesté que podía quedarme sola y que si la necesitara, la llamaría. Comencé a separar papeles y a guardarlos según similares. Carolina, alrededor de las trece, me escoltó hasta el comedor y me presentó a otros integrantes de la clínica. El almuerzo consistió en pollo a la parrilla con guarnición de verduras crudas y cocidas, frutas y gaseosas o agua mineral. Me aclaró que podía pedir café si lo deseaba, o esperar hasta más tarde cuando Juanita, la empleada de limpieza, lo distribuyera. Opté por lo último. Volví a mi oficina (apenas ordenada, ya sentía haberle impreso mi sello) y proseguí con la tarea de higiene. A las dieciséis, Juanita trajo el café y nos conocimos. Vos sabés cual es mi concepto acerca del personal de maestranza. A los diez minutos me contó la historia de su vida e hizo ingentes esfuerzos por enterarse de la mía. Yo le respondí a todo sin decirle nada y la incorporé a mi lista de ‘buenas relaciones’. A las dieciocho volvió para avisarme que era el horario de salida. Antes de irme y cerrar la puerta, eché una mirada satisfecha a mi alrededor. Le había dado la primera lección de esperanto a esa torre de babel. En el pasillo me crucé con Carolina que me saludó cordialmente (imagino su alivio por no haber sido molestada) y rebasé la puerta automática pensando en cómo volvería a la casa. Afuera me esperaban dos sorpresas: Francisco y Daniel. El más chico de los Biani es un gordito agradable y perspicaz. Diría que el más sagaz de la familia. Regresamos caminando por la misma senda, mientras charlábamos animadamente. Daniel quedó deslumbrado por mis conocimientos de computación, mi cinturón negro de judo y mi pasión por los relatos de terror, que comparte. Estos temas fueron apareciendo en ese orden. El primero y el segundo, exhortados por la andanada de preguntas del chico, cuya locuacidad contrasta con la moderación del hermano mayor. Y el tercero, convocado por el ocaso. El bosque luminoso de la mañana se apaga. Los árboles se condensan con las sombras crecientes y los sonidos se hacen inquietantes. ¿Qué mejor recurso que hablar del miedo para ahuyentarlo? Te confieso que me confortó divisar las luces traseras de la vivienda. Francisco me mencionó en ese momento la conveniencia de tener una bicicleta para mis futuros traslados. Me aseguró que podía conseguirme alguna prestada. ¿No dirías que percibió mis temores? Tanto Mercedes como Antonio parecieron satisfechos cuando les aseguré que efectivamente trabajaría en la clínica y seguiría hospedándome en la casa. Sólo Analía se mostraba un tanto reticente. Estimé que estaba un poco celosa. Resolví usar alguna estrategia para romper el hielo. A las veinte y treinta me llamaron a cenar. Comimos pescado y verduras al vapor. No estuvo mal. Lo mejor, el budín de pan casero. Me excusé prontamente para venir a mi cuarto, y ahora, sin excusas, me despido con un beso de vos. ¡Llamame! Sara”.
Madre e hija se miraron.
-¡Normal! –dijeron al unísono. Nina la colocó sobre la carpeta y tomó la siguiente. Un estruendoso fogonazo las sobresaltó. Rosa inspeccionó el cierre de la ventana y separó las cortinas para mirar hacia el exterior.
-Llueve torrencialmente. ¿Viajarán con esta tormenta?
-Mami, faltan dos días hasta el lunes. Habrá un sol que rajará la tierra y echaremos de menos la tormenta –acotó Nina pacientemente.
-Si yo soy dramática, vos pecás de fantasiosa. Espero que tu pronóstico se cumpla mejor que el del Servicio Meteorológico. -Volvió a sentarse en la butaca y la exhortó:- seguí leyendo que por ahora no encuentro nada extraño.

domingo, 14 de diciembre de 2008

LAS CARTAS DE SARA - II

Querida Nina: recién acabo de acomodarme en el cuarto y te escribo para exorcizar las sensaciones de soledad y de temor que me acosan. ¿No es un castigo estar tan lejos y pertenecer a una clase media despojada que no puede darse el lujo de pagar unas horas de chat por Internet? Pero nunca me voy a arrepentir de haber desenmascarado al grotesco personaje que me dejó sin empleo y casi en la indigencia. Aún valiendo más su palabra que la mía, cuando estoy conmigo misma no tengo nada que reprocharme; y él, en soledad, no podrá sostener la mentira que fraguó para despedirme sin indemnización. Pero el peor daño que me infligió fue el de arrojarme a una realidad sin muchas alternativas. Con más de treinta años -aunque no los aparente- las oportunidades de trabajo en la ciudad son ínfimas. Y he aquí que, pese a tu generoso ofrecimiento, me tenés en este perdido pueblecito rural para comenzar una nueva etapa. Mañana tengo que presentarme en la clínica para hacerme cargo de la administración. ¡Suerte que en algunos lugares todavía necesitan encargados con experiencia! Aunque sea en Gantes y a cuatrocientos kilómetros de la ciudad. Por cierto, ¿no fue bastante providencial que cayera en mis manos un aviso publicado hace tantos meses atrás? Y que yo me decidiera llamar y que aún estuviese el puesto vacante.
Dada mi situación financiera, no puedo alquilar una vivienda propia, de modo que, cuando bajé en la estación, pregunté y me enviaron a la casa de los Biani, donde “seguramente me darían alojamiento”. Tienen una casa austera pero amplia que, sin dudas, vivió épocas de esplendor. Diría que es una familia venida a menos y mi llegada, junto con la renta, fue bien acogida. Es posible que hayan recibido algún aviso, porque Mercedes, la dueña de casa, me condujo prontamente hacia una habitación trasera, que tenía la cama tendida con sábanas limpias, una mesita y un sillón, sobre y desde donde te escribo. Es curioso, Nina; a medida que me comunico con vos afloja la angustia. No quiero que te perturbes con esta carta. Vos me conocés bien y sabés que voy a sacudir mis plumas y reponerme antes de lo que cante un gallo (valga la redundancia plumífera). Como el ómnibus se atrasó llegué tarde y decliné el ofrecimiento de cenar. Había comido algo y realmente no tenía hambre. Así que me acomodé en el cuarto y, por cábala, solamente saqué de la valija la ropa que me pondré mañana. ¿Cuándo me sentí tan insegura por última vez? Ni siquiera cuando apreté el botón de manos libres para que todos escucharan las indecentes propuestas del mamarracho. Pero mañana... siento como si apostara mi vida a un solo número. ¿Y si no sale? En la próxima te cuento. PD. Como corresponde a un estado depresivo, sólo hablé de mí. Mandame un mail para saber que estás bien, lo mismo que ese forzudo novio que tenés. Y decile que no vale la pena que se despelleje los nudillos en semejante basura. Te quiero y extraño. ¡Que duermas bieen...! Sara.”
Nina sonrió. ¡Esa era su verdadera amiga! Optimista a pesar de los escollos que le presentaba la vida. Buscó una carpeta y acomodó la carta boca abajo. Así quedarían nuevamente ordenadas por fecha cuando las terminara de leer y listas para cualquier consulta posterior. Tomó la siguiente:
“¡Hola, Nina! :
Aunque no lo creas, aquí no llega Internet. Después de buscar infructuosamente un ciber, entré a la oficina de correos (lugar que me pareció el más indicado para averiguar por modernos medios de comunicación) y terminé comprando sobres, papel y estampillas. Descubrí también que dentro de la misma dependencia está instalada la central telefónica y, como en los viejos tiempos, la atiende una telefonista que se entretiene escuchando las conversaciones de todo el pueblo. Por eso, te mando el número de teléfono de los Biani (06617) y de la clínica (06622) - ofrecido amablemente por el doctor Moreno- por si querés transmitirme alguna urgencia o hablar de trivialidades, pero los detalles más importantes los reservo para la correspondencia. Sucintamente te cuento que ayer conocí al resto de la familia Biani, me presenté en la clínica, me enteré de que mi sueldo inicial sería de ¡novecientos pesos! sujeto a futuros reajustes (¿no es fantástico después de soportar tantos agravios por quinientos pesos?...), me relacioné con algunos compañeros de trabajo y me hice cargo del puesto que me aguardaba.
Estoy escribiendo sobre un incómodo estante voladizo y ya termino, pero te prometo que esta noche voy a ser mucho más locuaz. ¡Tengo mil cosas que contarte! Por ejemplo, que al salir hoy de la clínica estaba esperándome Francisco, el hijo mayor de mis anfitriones, con la bicicleta que me había prometido para facilitar mi traslado al pueblo. Él en su bici y yo en la mía, pedaleamos por una senda ciclista al costado de la ruta hasta dar con una calle que termina en el centro mismo del municipio. El ejercicio me sentó de maravillas y, ni bien despache la carta, voy a dar unas vueltas de reconocimiento hasta encontrarme de nuevo con Francisco para volver a la casa. Llamame si podés. Una voz querida me falta aunque los sucesos se estén dando favorablemente. Un beso de Sara.
Hasta aquí todo normal, se dijo Nina. Una sucesión de hechos cotidianos donde lo extraño era estar en un lugar remoto donde los adelantos de la civilización no llegaban. Pero ella sabía que no era el único. De vez en cuando leía en el diario que alguna comarca rural se había beneficiado con el cableado que la uniría a la red. Estaba a punto de leer la tercera cuando sintió unos discretos golpes en la puerta de su habitación.
-Pasá, mami –dijo en voz alta.
-¿No ibas a acostarte? –hizo la pregunta mientras entraba.
-Sí. Pero me puse a releer las cartas de Sara. En alguna tiene que haber una pista que me aclare el porqué de su silencio –miró a su madre con aire contrito:- Yo sé que ni Dante ni vos comparten mis aprensiones, pero ¡te digo, mami! Si Sara no volvió a escribir, es porque pasa algo. Este silencio es un pedido de ayuda y no lo voy a desoír.
-Espero que estés equivocada, querida. ¿Por qué no pensar que está en pleno romance con ese médico y el tiempo le pasa sin darse cuenta?
-Si es así, tiene mi bendición y yo comprobaré personalmente su felicidad –sacudió la cabeza negativamente.- ¡Yo la conozco a Sara! En ese caso, más razones para compartir la situación con su amiga. No, mami, tengo el presentimiento de que me oculta algo, y si lo hace, es por no involucrarme en ese algo. Sólo estaré tranquila cuando la vea.
-Me das miedo con estos supuestos, Nina. ¿Y qué hay si cometió un error y se relacionó con gente inadecuada? ¿Qué sabés con quiénes te vas a encontrar en ese lugar olvidado de la mano de Dios? ¿Y si te pasa algo? ¿Cómo voy a enterarme? –las palabras se atropellaban en la boca de Rosa.
-¿Ves, mamá, por qué no puedo compartir ninguna inquietud con vos? Lo dramatizás todo. Soy una persona adulta y perspicaz. Me manejaré con prudencia y además voy con Dante y llevo mi celular.
-Que vaya a saber si ahí funciona. Hace una semana que no te podés comunicar con Sara.
-Ella no tiene celu, depende de la central telefónica. Y si hubo alguna tormenta es posible que la haya inutilizado. –Se levantó de la silla giratoria y abrazó a su madre:- ¡Quedate tranquila, mamá Rosa! Volveré sana y salva. Con Sara, si no se quiere quedar, o sin ella si me aseguro de que no corre ningún riesgo.
Rosa se separó suavemente de su hija y se sentó en la butaca contigua al escritorio. Le hizo un gesto a Nina y dijo:
-¡Adelante! Leé las cartas en voz alta que a lo mejor esta tonta madre tuya te pueda ayudar.
La joven lanzó una carcajada. Sin acotar nada, pasó a la tercera misiva.

domingo, 7 de diciembre de 2008

LAS CARTAS DE SARA - I

Sólo escuchaba el ruido del agua que golpeaba con furia el viejo muelle de madera. Escrutó la oscuridad intentando distinguir los contornos de la isla que los rayos perfilaban espaciadamente. La luz se había cortado hacía media hora, seguramente alguna usina fuera de servicio por la despreocupación de los gobernantes de turno. La confitería de la guardería de lanchas tenía un generador propio porque clientes importantes dejaban sus embarcaciones y no escatimaban gastos para proteger su propiedad. El camarero le había anticipado a Nina que pronto la energía sería totalmente utilizada en el brazo interior donde estaban amarradas las naves. Esperaba que Dante llegara antes de quedar totalmente a oscuras. El viento y los relámpagos arreciaron. Sostuvo la copa de trago largo antes de que una racha la volteara y disfrutó de las ráfagas que iban disipando la sofocante temperatura. Pensó que si lloviera antes de la llegada de su novio no correría a refugiarse en el salón. Estaba lleno de gente que había abandonado las mesas de la terraza en cuanto se anunció la tormenta. Estaría irrespirable. La palabra la llenó de congoja porque la asoció con esa nefasta sensación que la asaltaba cuando pensaba en Sara. ¿Cuánto hacía que dejó de escribirle? ¿Un mes? Ella se preocupó a la tercera semana porque no era la primera vez que se atrasaba. Esta inquietud no fue correspondida por su madre ni por Dante, que intentaron calmarla cuando no pudo comunicarse con la clínica ni con la familia donde se alojaba su amiga. ¿Y los mails? ¿Por qué no contestaba el correo si los teléfonos no funcionaban? Pero qué tonta, se dijo. Si el teléfono no funciona, mal podría recibir el correo electrónico. Estaba absolutamente decidida a viajar a Gantes si en el fin de semana no lograba conectarse con Sara. Con o sin la aprobación de su madre y su novio. Ya se imaginaba la respuesta de Dante: ¡pero Nina! ¡Abandonar mi trabajo cuando hace un mes que me ascendieron! ¡Y con tantos desempleados que están en fila para reemplazarme! Una mano fuerte le acarició el cuello que el viento dejaba sin la protección de su larga cabellera. Se volvió para recibir en plena boca el beso de Dante.
-¡Loquita! ¿Por qué no me esperaste adentro? Dos minutos más y tengo que rescatarte del río –le dijo mientras se sentaba en la silla de al lado.
Nina miró al fornido hombre que le sonreía y alargaba el brazo para delinear con delicadeza el contorno de su cara. ¡Ahora o nunca!, se dijo.
-Dante, si no tengo pronto noticias de Sara, me voy a Gantes.
-¿Y cuándo es pronto? Si se puede saber...
-El lunes –contestó con beligerancia porque entrevió un tonito irónico en la acotación.
Él se tomó un tiempo para responder. Aquí vienen los argumentos en contra, pensó Nina, dispuesta a enemistarse con el joven de ser preciso.
-Vamos a hacer una cosa –declaró Dante al fin.- Aunque recibas noticias, iremos a verla el lunes. Vos te quedarás tranquila y yo podré planificar mi ausencia. ¿Hecho?
Ahora tardó ella en responder, porque sólo tenía que decir que sí. Archivó todos los argumentos defensivos y se inclinó para abrazarlo. Dante la apretó contra él mientras reía tiernamente. Nina, acordonada por los brazos del hombre, se abandonó a la sensación de sosiego que la propuesta le brindaba. La lluvia se desplomó sobre ellos y los obligó a correr hacia la confitería. Entraron riendo y, por un momento, se volvieron a contemplar el furioso espectáculo de la tormenta. Nosotros somos un acorde más de este concierto universal. La idea la desconcertó. ¿A quién se lo había escuchado? La escasa iluminación de la terraza se apagó y las sombras devoraron las sillas y las mesas acomodadas a lo largo de la baranda. Nina se volvió hacia Dante. Quería volver a su casa y releer las cartas de Sara. ¡Seguro que hallaría indicios que no buscó en la primera lectura! Le apretó el brazo y le dijo:
-¿Podremos llegar hasta el auto?
Su novio hizo un gesto de asentimiento. La guió hacia la parte trasera del local hasta desembocar en una escalera. Un empleado se acercó portando una linterna.
-¿Quiere bajar a la cochera, señor?
-Sí. Pero no es necesario que nos acompañe. Conozco el camino.
-Iré adelante de ustedes. Las luces de emergencia se están agotando y hay un tramo de escaleras a oscuras. Además, necesitará que lo alumbre para encontrar su vehículo. Hagan el favor de seguirme –les pidió.
Bajaron guiados por el muchacho hasta localizar el coche. Dante le dio una propina y maniobró hacia la salida. Hablaron muy poco hasta llegar a la casa de Nina. Su novio apagó el encendido para despedirse. Se volvió hacia ella y la atrajo contra sí. El beso la estremeció como siempre. Él le susurró:
-Si no tuviera que programar toda una semana de trabajo, no te bajaría en tu casa, bonita. Pero ya nos desquitaremos en Gantes, ¿de acuerdo?
Ella rió, feliz, y volvió a besarlo. Después miró hacia la calle y comprobó que la lluvia había menguado.
-¡Me bajo antes de que se largue de nuevo! Te quiero, ¿sabés? –y abrió la puerta y se lanzó a la calle antes de que el hombre le respondiera y la planificación se fuera a pique.
Colgó el llavero a la entrada del vestíbulo y se dirigió a la sala de estar. El televisor funcionando indicaba que su madre estaba levantada. Sonrió al verla adormecida delante de la pantalla. Se acercó con sigilo y le dio un beso en la cabeza.
-¡Nena! –Dijo con sobresalto- ¡Qué flor de madre tenés! ¡Mirá que dormirme con lo preocupada que estaba! Esta no es una tormenta cualquiera...
-No, mamá, si afuera está amarrada el arca de Noé... –la interrumpió Nina-Además estaba con Dante, ¿qué podría pasarme?
-No sé. Árboles caídos, cables cortados… ¡Yo qué sé!
-Sos dramática, madre –dijo la muchacha sentándose a su lado. ¿Sería el momento apropiado para anunciarle el viaje? Sí. Porque lo haría le gustara o no. Apoyó la cabeza sobre el regazo de la mujer y, mientras ésta le acariciaba el pelo, le informó:- El lunes me voy a Gantes.
La mano detuvo su lento recorrido. Tras un instante de silencio, llegó el comentario de su madre:
-No podré convencerte de lo contrario, ¿verdad? –y antes de que pudiera responderle:- Has tomado la decisión y espero que no vayas sola. ¡Y pensar que Sara podría estar viviendo con nosotras y no en ese remoto lugar!
¡Querida mamá Rosa!, pensó Nina. Siempre tan intuitiva. Sabe que no me voy a echar atrás y no quiere empezar una pelea. Para tranquilizarla, confirmó:
-Me acompañará Dante. Ya debe estar preparando el cronograma de trabajo. ¿No es un sol este novio mío? –se levantó, le dio un beso y anunció:- me voy a dormir. Mañana empezaré a armar la valija. Que descanses, mamá.
-Hasta mañana, querida -suspiró Rosa.
Nina entró en su dormitorio y cerró la puerta. Abrió el primer cajón del escritorio y sacó un manojo de cartas. El sutil perfume que distinguía a Sara flotaba sobre el papel como un aura. La vívida imagen de su amiga, mi hermana del alma, irrumpió en su interior con la fuerza del afecto que las unía desde niñas. A Sara le debía no haber incursionado más que en la fumata de un porro, haber podido enfrentar la decisión de su padre que menospreciaba su inclinación por el arte en función de una carrera “con futuro”, la incondicional compañía por los difíciles momentos de la adolescencia. Juntas, compartieron sueños y desengaños. Sara no pudo continuar una carrera universitaria por haber dedicado todo el tiempo a cuidar de su madre postrada por la depresión. Cuando su progenitora falleció, buscó un trabajo de empleada administrativa para el cual estaba preparada. Vivía en un departamento compartido con dos estudiantes y, durante el receso universitario, Nina compartía los fines de semana con ella. Hasta que conoció a Dante, claro…
Salió de su abstracción y sacó las misivas de los sobres. Las acomodó por fecha y comenzó a leer la primera:

sábado, 16 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXIII

René se tendió para relajar los músculos. Bajó a desayunar a la hora acostumbrada resuelto a traspasar a Sergio la atención de la hacienda. Se encontraron en la mesa del desayuno.

-¡Buen día, papá! ¿No debieras estar descansando? -lo saludó Sergio poniéndose de pie.

-No pude dormir. Además necesitaba hablar con los dos -dijo, incluyendo a don Arturo. Y continuó de un tirón:- Necesito estar libre por unos días para convencer a Celina de que se quede. Así que cuento con ustedes para que me reemplacen.

Don Arturo hizo un gesto de asentimiento acompañado de una sonrisa benévola mientras el hijo aniquilaba sus aspiraciones por amor al padre.

-Ya lo habíamos decidido para que te recuperaras, viejo, pero esta consideración no se me había ocurrido. Te auguro una misión exitosa -manifestó Sergio con generosidad.

La expresión feliz del progenitor atemperaba el estéril paisaje interior del hijo habitado de sueños muertos y una doliente sensación de renuncia. Tras las últimas recomendaciones, René se despidió con un abrazo.

-Que Üenechén1 lo proteja y le dé fortaleza a su domo huinka2 -fue el adiós de Rayén.

El hombre le dio un sonoro beso en la mejilla y salió al encuentro de la oportunidad que su hado le brindaba. Manejó sin apuro dado que recién amanecía y no quería perturbar el reposo de Celina. Se detuvo en el hotel para buscar las llaves del departamento que tenía en el pueblo y tomó un café para hacer tiempo. La tormenta que se preparaba lo trasladó al día en que conoció a la mujer amada. ¿Sería un buen augurio? Se rió de sí mismo al tomar conciencia de que se había puesto un poco supersticioso. El amor le había completado un proyecto de vida al servicio de sus descendientes con la reaparición de anhelos olvidados, la ilusión al despertar cada día, la virilidad exacerbada por la imaginación. Deseaba a Celina con frenesí, pero estaba dispuesto a postergar el momento trascendental para que fuera una experiencia correspondida con el deseo de la muchacha. Dejó algunas instrucciones escritas para Javier y arrancó para la clínica. Las primeras gotas salpicaban el parabrisas cuando se bajó del auto y los truenos y relámpagos pronosticaban un fuerte temporal. El hall del hospital estaba desierto, a no ser por una enfermera que hacía guardia en la recepción.

-Buen día, Marcela. ¿Esteban está descansando?

-Buen día, señor Valdivia. En este momento está en la habitación de la señorita Celina.

Le agradeció la información y caminó, disimulando su prisa, hacia el cuarto adonde la había trasladado en la noche. Golpeó la puerta.

-¡Adelante, hombre impaciente! -la voz del médico sonó complacida.

Entró sorprendido por la ansiedad de verla como si hubieran estado alejados por mucho tiempo. Celina estaba apoyada sobre dos almohadas y el brillo de la conciencia resplandecía en la mirada que le prodigó. Una venda blanca rodeaba su frente dándole el aspecto de una bella india. Como si estuviera sola, se acercó al lecho y la estrujó entre los brazos fundiéndola sobre el pecho hasta que la joven dejó escapar una risa sofocada.

-¡René, debo respirar! -reclamó a su verdugo.

El hombre aflojó la presión con una sonrisa jubilosa y volvió a tenderla sobre las almohadas con un movimiento tan pausado como el beso que no pudo reprimir. Cuando se separaron, reparó en Esteban que observaba la escena cruzado de brazos y con una sonrisa divertida. Se dirigió a él:

-¿Así la ibas a cuidar, dejando entrar a cualquiera? -lo sermoneó.

-Con cualquiera no hubiera corrido el riesgo de morir asfixiada -contestó el médico cachazudamente.

-Me parece que van a ser tus últimos días en este hospital… -amenazó René con una mueca que expresaba todo lo contrario.

-¡Dios lo quiera! Así no tendré que ver tu trastornada expresión de enamorado -retrucó Esteban; y poniéndose serio:- Le estoy firmando el alta a mi linda paciente, así que preparate para llevarla.

-Presumo que están hablando de mí -intervino Celina con soltura, y preguntó:- ¿Adónde se supone que me van a llevar…?

El médico hizo un ademán moderador y le dijo mientras se despedía:

-René te dará todas las explicaciones. ¿Un consejo de amigo? Este patán merece toda tu confianza –se inclinó para besarla en la mejilla, mientras ella lo abrazaba con afecto.

-¡Gracias, querido doctor! Lo tendré en cuenta.

La puerta se cerró aislándolos del mundo. René se sentó mirándola con tanta avidez que la obligó a bajar los párpados para que no leyera el mismo anhelo en los suyos.

-¡Bueno! –le dijo al fin- ¿me dirás qué me depara el destino?

El hombre le levantó la barbilla para enfocar su mirada y le aseguró:

-Un enamorado que te ambiciona tanto que sólo aceptará tenerte cuando estés chalada por él.

Ella rió encantada con la declaración de René y tiempo después le confesó que en ese preciso instante se transformó de seducida en chalada. El estanciero la besó tiernamente y le preguntó:

-¿Podrás vestirte sola?

-Si necesito ayuda, te llamaré –le respondió con desenfado.

René hizo un gesto de escepticismo y le acarició la mejilla sin perder la sonrisa.

-Te espero afuera –le dijo.

Celina se levantó de la cama y buscó la ropa de la que nuevamente se había ocupado María. Se vistió y pasó por el baño antes de salir al pasillo donde la aguardaba su enamorado. Él le pasó un brazo por la cintura y la guió hacia la salida adonde estaba estacionado el auto. La tormenta estaba en crecimiento y René corrió primero al vehículo para moverlo sobre la vereda que estaba rematada por un alero. Celina subió a su lado sin sufrir más molestia que el atropello del viento que le dificultaba el avance. Cuando logró cerrar la portezuela, René le dijo divertido:

-Creí que tendría que salir a rescatarte. Me voy a ocupar de que ganes peso.

-No podrás. Tengo un metabolismo eficiente. Pero te informo que los helados me encantan.

-Hace frío –le avisó el hombre.

-¡En toda temporada! –exclamó eufórica.

-Tendrás tu helado –le prometió; luego la tomó de los hombros y le contó adónde pensaba llevarla:- Vamos a mi departamento del centro. Allí acabarán mis sobresaltos porque te tendré siempre a la vista –la miró un poco inquieto, como si esperara una negativa.

La mujer chalada esbozó una luminosa sonrisa y sólo dijo:

-Me parece bárbaro.

René se quedó un momento en suspenso hasta que asimiló la respuesta y dio de baja a todos los argumentos que tenía preparados. Condujo hacia la ciudad con plena conciencia de la proximidad de Celina, de su perfume, de su calor, de su gracia, y entendió que se avecinaba el momento más glorioso de su vida.

1 (mapuche) Creador de los hombres

2 (mapuche) mujer extranjera

domingo, 10 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXII

Jeremías encabezaba la partida guiando a Julián y a Sofía por un terreno que le era conocido. La consigna era acercarse a cualquier resplandor que delatara la hoguera ritual. El avance era lento debido a la oscuridad y a la necesidad de rodear macizos de árboles que impedían el paso de los animales. Habían concentrado la energía en el sentido de la vista con la esperanza de divisar cuanto antes el fulgor que los llevaría a Celina. Después de un tiempo tuvieron que desmontar y conducir los caballos entre la compacta arboleda. Caminaban en silencio y atentos a cualquier sonido, cuando la cabalgadura de Sofía sacudió la cabeza y liberó la brida de sus manos. Antes de que la joven pudiera atraparla, Amigo se confundió entre las sombras que poblaban el bosque. La muchacha quedó tan abatida por esta pérdida que ni las palabras susurradas por Javier y Jeremías lograron devolverle la tranquilidad. Reanudaron el avance tratando de sobreponerse al sentimiento de fatalidad que les había dejado la ausencia del equino. Durante la interminable marcha a ciegas se comunicaban regularmente con René y con Sergio para estar al tanto de cualquier indicio. Sólo apuntaban las linternas al suelo para salvar los accidentes del terreno y no tropezar con las protuberantes raíces de los árboles. Javier miró su reloj y comprobó que sólo habían pasado cuarenta minutos que le impresionaron como horas. Sofía se deslizaba por la espesa oscuridad repitiéndose que atrás suyo estaba Javier y adelante Jeremías, porque su imaginación desbocada elaboraba imágenes de ataque y sustitución. El relincho cercano de un caballo los sobresaltó orientándolos hacia la derecha del camino que recorrían. Jeremías notificó inmediatamente a René, a la par que mudaban de dirección. Desde esta nueva perspectiva distinguieron un débil reflejo que oscilaba en la espesura a unos trescientos metros de distancia. Con la mirada puesta en la luz, descubrieron un atajo de escasa vegetación que desembocó en el claro adonde retenían a Celina. Jeremías los empujó para que retrocedieran y se ocultaran de la vista de los hombres y la mujer que estaban alrededor de la fogata. Desde su escondite vigilaron los movimientos del terceto, dispuestos a participar si entrañaban una amenaza para la cautiva. El capataz le anunció al estanciero el hallazgo y volvió a ocupar su sitio junto a Javier y Sofía. La muchacha le había pedido el largavistas al conserje y observaba angustiada a su amiga, que yacía sobre dos gruesos troncos colocados uno al lado de otro. Celina tenía los ojos entreabiertos pero no hacía más movimiento que el de respirar tenuemente. Un trazo de sangre pintaba su mejilla derecha desde la sien hasta el cuello, lo que explicaba su letargo y la forma en que la inmovilizaron. Enfocó el dispositivo hacia la machi y los esbirros, tratando de anticipar lo que harían y rogando que René o Sergio llegaran cuanto antes. El tigre asomó desde la espesura sin ningún sonido que lo anticipara y se ubicó al lado de la hechicera. Los hombres alzaron a la extática prisionera dejándola frente al felino mientras la mujer entonaba una especie de cántico y arrojaba objetos al fuego. Después se volvió hacia la víctima y le habló: “domo huinka1, el destino del kona2 está en tus manos. Aceptá el rüpü3 sagrado que te ofrece el nahuel4. No habrá dolor. En un instante tu destino será la inmortalidad”. Jeremías apuntó al animal con el rifle intuyendo el desenlace de la liturgia y decidido a intervenir si su amo no llegaba a tiempo. Celina, erguida ante la fiera, la mente obnubilada por el narcótico que le habían obligado a beber, hizo un esfuerzo titánico para recuperar el dominio de su voz y la proyectó al espacio en un grito:

-¡René…!

-Es inútil que lo llamés, domo huinka. Si no te entregás al nahuel, tu kona perderá la vida. Tus palabras lo salvarán –pronunció una extraña letanía mientras insistía:-invocalo…, tu sacrificio lo salvará.

La machi repitió las palabras con pertinacia, hasta que Celina las recitó penosamente. El tigre se aprontó para lanzarse sobre su presa a la vez que Amigo brotaba de la espesura y se plantaba entre el animal y la joven. La bestia atacó al caballo mientras Jeremías oprimía el gatillo del fusil sin dar en el blanco, pero evitando que lo hiriera mortalmente. Un tiro certero, procedente del arma de Sergio, acabó con la vida del nahuel al tiempo que René se abalanzaba entre Celina y la mujer. Sin vacilar, se llevó el rifle a la cara y apuntó a la hechicera con la manifiesta intención de matarla. De no ser por la rápida intervención del capataz que desvió el arma y en su lengua le rogó y le exigió que reflexionara, hubieran sido los últimos instantes de la machi. Los cómplices, aterrados, desaparecieron raudamente. El estanciero aceptó las palabras de Jeremías y giró de inmediato hacia la muchacha refugiándola entre sus brazos. Una exclamación de pena y de furia brotó de sus labios cuando le vio la herida en la cabeza y la mirada ofuscada. Sergio se acercó a su padre mientras trataba de tranquilizarlo, al tiempo que Javier se ocupaba de la hechicera y Jeremías de sofocar el fuego. Sofía miraba la escena tratando de reconstruir los vertiginosos acontecimientos desde que divisaron a su amiga y el arribo de padre e hijo. Entendió que en ese momento no era más que un personaje secundario y trató de no interferir con el desarrollo de la acción. Sergio examinó a Amigo comprobando que tenía una herida poco profunda e interpeló a la mujer sobre el brebaje que le había administrado a la muchacha. “Se recuperará durmiendo”, le dijo a su progenitor cuando lo supo. René le encomendó a Javier que condujera a la machi hasta la estancia y, ayudado por su hijo, subió a Celina a su caballo. El estanciero iba recobrando el aplomo al ritmo de la serena respiración de la joven. Antes de salir del bosque se toparon con una partida de hombres que, empujados por la preocupación, se habían unido para buscarlos. Le comunicaron a su jefe que tenían una camioneta estacionada en el patio del capataz. René se acomodó con Celina en el asiento trasero y partieron de inmediato hacia el hospital. Esteban, alertado por el ranchero, los recibió en la puerta y después que René la depositó en una cama, procedió a efectuarle una serie de análisis y curarle la lesión de la sien. Tras media hora de espera, el médico le informó que la herida de la cabeza no era de cuidado y que el sueño anularía el efecto de la droga. Con la colaboración de María que había venido a su pedido, lo intimó a que fuera a descansar y dejara a Celina al cuidado de ambos. Cuando salió de la clínica el fiel Ronco, que lo había rastreado, se le acercó y lo acompañó hasta el vehículo sin alborotar. Todos lo esperaban en la estancia para saber de la joven. Les comunicó que estaba bien, y le pidió a su abuelo que decidiera acerca de la machi porque él no podría hacerlo imparcialmente. Cuando se retiraron a descansar, Sofía se estremeció al entrar en la habitación solitaria y no pudo evitar sentir un poco de rencor por el hombre que se había adueñado de la vida de su amiga.


1 (mapuche) mujer extranjera

2 (mapuche) guerrero

3 (mapuche) camino

4 (mapuche) tigre

domingo, 3 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXI

Sofía cayó exhausta sobre la cama y se quedó dormida sin desvestirse. Tres horas después la despertó el irresistible clamor de su vejiga. Cuando volvió al lecho, observó que el de Celina estaba vacío. De modo que ya consumaron, ¿no? -pensó melancólica recordando que su amiga se había retrasado para responder al llamado de un peón que invocaba el nombre de René. Se sacó la ropa, se puso el camisón y volvió a acostarse deseando con sinceridad la felicidad de la joven. Se levantó a las diez de la mañana sin que Celina hubiese aparecido. ¡Vaya nochecita! -se dijo con humor. Bajó a desayunar y encontró a Walter y Diana en la cocina.

-¡Buen día! -saludó alegre.

Se acomodó mientras le respondían, en tanto Rayén le alcanzaba una taza de café.

-¿La señorita Celina sigue durmiendo? -preguntó la mujer.

Sofía casi se atragantó con la bebida. ¿Qué voy a responder? -interrogó a su cerebro.

-Se debe haber levantado más temprano -dijo al fin.

-No lo creo, porque yo la hubiese atendido -insistió Rayén.

-¿René ya bajó? -preguntó para ganar tiempo.

-Como todos los días. Salió temprano con don Arturo y el señorito Sergio -no se movía del lado de Sofía esperando saber de Celina.

Sofía no sabía cómo decirle que la buscara en el dormitorio de René adonde seguramente estaría descansando de su noche de amor. Los presentes se sumaron a la expectativa de Rayén entretanto ella rumiaba una salida aceptable. Se levantó repentinamente:

-¡Tengo que enviar un mail ahora mismo! -y disparó hacia la escalera.

Subió corriendo, decidida a invadir el dormitorio de René para despertar a su amiga. Abrió varias puertas de habitaciones sin ocupantes tratando de identificar la del estanciero en el caso de que Celina se encontrara en el baño. Nada. Un malestar comenzó a instalarse en la boca de su estómago. Comenzó nuevamente la requisa desde el fondo del pasillo. Cuarto por cuarto golpeó las puertas de los baños hasta llegar al propio. Celina no estaba. Se fue con René -se dijo, tratando de aventar el mal agüero. Pero Rayén lo sabría. ¡Ay, amiga!, ¿qué te pasó? -la inquietud era un larguero doloroso entre el estómago y la garganta. Otra vez la había abandonado al ceder a su egoísta cansancio. Bajó velozmente dispuesta a compartir su temor con los demás. Los tres se habían quedado en la cocina como presintiendo que algo no andaba bien.

-¡Miré en todas las habitaciones y Celina no está! -anunció alterada.

El rostro de Rayén se nubló.

-¿Cómo es que recién se dio cuenta? -le preguntó casi con ira.

-Porque anoche pensé que estaba con René -contestó altiva.

La mujer entendió que se había excedido en su celo y señaló respetuosa:

-Entonces hay que avisarle cuanto antes al señor René.

Sergio los encontró a los cuatro mirándose con perplejidad.

-¿Algún problema? -indagó.

-No hemos visto a Celina -admitió Sofía sombríamente.

El muchacho interrogó a su madre con la mirada.

-Sofía revisó en todos los cuartos y no la encontró.

-Estará paseando afuera -terció Walter.

-¡No, doctor! Yo no la ví -porfió Rayén.

Sergio se volvió hacia la mujer:

-Domo. ¿Qué sospechás?

-Que hay que buscarla cuanto antes.

Bastaron estas palabras para que el muchacho se pusiera en acción. Los demás lo siguieron.

-¡Sergio! Decinos adónde vas -exigió su madre.

-Voy a buscar a papá. Ustedes revisen los alrededores. Hasta el arroyo -indicó sin detenerse.

Sofía se sentía en medio de una pesadilla. Para no superponerse, formaron cuatro grupos con la colaboración de dos hombres que convocó Rayén y partieron hacia los cuatro puntos cardinales. La búsqueda fue infructuosa; la joven no estaba en ninguna parte y nadie la había visto. René ya había regresado cuando volvieron a reunirse y Ronco caminaba nervioso a su alrededor.

-¿Cómo no me avisaste cuando no la viste? -le increpó a Sofía.

-Porque pensé que estaba con vos.

René la miró tan afligido que el enfado se le evaporó. Le contó el encuentro de la noche y se atribuyó la responsabilidad de la desaparición por haberla dejado sola. El presentimiento de desgracia comenzaba a ser contagioso. Padre e hijo revisaron las instalaciones mientras el resto se dedicaba a la vivienda. La preocupación aumentó con la esterilidad del registro y se reflejó en el rostro conmovido de René. El sonido de cascos desvió la atención de los reunidos hasta que Jeremías desmontó con agilidad.

-¿Qué pasa, kona? -fue directamente hacia su patrón.

-Celina desapareció. Hay que encontrarla.

Por los ojos del capataz cruzó un relámpago de intuición.

-En el bosque -afirmó.

-¿La machi?

El hombre asintió sin palabras. René montó seguido de Sergio y el capataz. Cuando los demás reaccionaron, los tres -junto al perro- desaparecían tras el recodo que llevaba a las tierras de Jeremías.

-Ahora sólo nos resta esperar -dijo Walter, y agregó:- ellos la encontrarán.

Sofía se sentó en un escalón y se encogió como si tuviera frío. Su mente divagaba. Tengo miedo por Celina. Seguro que está muerta. ¿Cómo terminamos en esto? No debió bajarse del ómnibus. ¿Quién preparó esta trampa? No voy a resistir que le haya pasado algo. Va a estar bien, va a estar bien, va a estar bien. En el mundo no hay tigres ni hechiceras y aquí todo puede pasar. Tendríamos que estar en medio de una excursión si no se hubiera bajado del ómnibus. Pero ella es especial. Es parte de ese uno por ciento capaz de sacrificarse por otros. ¡Ay, Cel! Quisiera que no fueras así pero entonces no hubieras sido la hermana que no tuve…

Rayén interrumpió su soliloquio mental alcanzándole una taza de café caliente que ella aceptó cariacontecida. Diana y Walter estaban sentados en los sillones de la galería sin hablar, como si quebrar el silencio pudiera convocar a la desgracia. Cerca del mediodía se trasladaron, sin noticias, al interior de la casa. Los tres declinaron comer y se retiraron a sus habitaciones. Sofía estaba llena de impotencia por no saber cómo colaborar para encontrar a su amiga. Cediendo a un impulso llamó a Julián, que le prometió que estaría con ella lo más pronto que pudiera. Bajó de nuevo a la galería porque la desierta habitación la ahogaba. Se abalanzó sobre Javier apenas bajó del auto y se permitió llorar por primera vez sobre el pecho del sorprendido conserje.

-¡Javier! Celina desapareció -dijo entrecortadamente.

El muchacho la separó un poco para entenderla.

-No entiendo, Sofía. ¿Cómo desapareció?

-Anoche no durmió conmigo y yo, como una idiota, supuse que estaba con René -se lamentó.

Javier la abrazó y la consoló:

-No sos ninguna idiota. Idiota sería el que pensara que esos dos no terminarían así. ¿René salió a rastrearla?

-Sí. Buscamos por todos lados y Jeremías señaló el bosque. Hace más de dos horas que salieron y ya no aguanto más la espera. ¡Quiero hacer algo!

La expresión de Javier era grave.

-¿Sabés montar?

-Sí.

-Vamos a unirnos a la partida de rescate -le propuso.

Sofía asintió y se dirigieron a la caballeriza. Sin saber por qué, eligió el animal que había montado Celina. El empleado preparó inmediatamente las cabalgaduras y partieron al galope en busca de René y los suyos. Javier dirigía la marcha y la joven lo siguió con facilidad. Divisaron a los caballos pastando cuando llegaron a las inmediaciones de la casa del capataz. Desmontaron en el pórtico adonde estaba echado Ronco en actitud alerta y rumbearon hacia el interior guiados por las voces masculinas. Antes de que golpearan, salió Jeremías a recibirlos. Se quedó un poco asombrado al ver a Sofía pero los invitó a entrar. En el interior encontraron a un René desesperado enfrentado con Sergio.

- Si le hizo algún daño voy a matar a esa mujer con mis manos -decía enardecido.

-Todavía no sabemos que pasó -su hijo trataba de calmarlo; y continuó:- Todavía falta recorrer la parte más tupida del bosque.

-¿Querés decir que ella juega a las escondidas en la espesura? -soltó contrariado.

-¿No pensaste que pudo ir a la ciudad a tomar un ómnibus?

René se revolvió como una fiera. La mirada que le echó a su hijo presagiaba una pelea. Sergio sonrió porque su padre estaba emergiendo de la catatonia provocada por la desaparición de la mujer que amaba.

-Así me gusta, viejo. Prefiero que me pegués a que te des por vencido.

El estanciero se reanimó y se fijó por primera vez en Javier y Sofía haciéndoles un gesto de saludo.

-¿No debiéramos seguir buscando? -preguntó la joven con nerviosismo.

-Es mejor esperar a que caiga la tarde -contestó Jeremías.

-¿Por qué perder las horas de luz? -intervino Javier.

-Porque si va a ser parte de una ceremonia, ahora estará fuera de nuestro alcance -señaló René.

-¿Una ceremonia? -exclamó Sofía aterrada por la connotación de la palabra.

-Pensamos que la machi enloqueció y cree que Celina es una amenaza para mi padre. Como él le salvó la vida, ella está obligada a protegerlo -explicó Sergio.

-Pero ¿cómo pudo esa mujer dominarla? Mi amiga es fuerte a pesar de su apariencia -aseguró Sofía.

-Con secuaces, señorita. Hombres que le temen al poder de la machi y la obedecen ciegamente -explicó Jeremías.

Después de esto el silencio reinó por mucho tiempo. El sol se entibiaba mientras las individualidades que conformaban el cosmos instalado en la vivienda de Jeremías se enfrentaban con sus miedos y esperanzas. René quebrantó la tregua:

-Jeremías. Vas a formar grupo con Javier y Sofía. Sergio y yo buscaremos solos.

El capataz asintió.

-Voy a traer los caballos para prepararlos -informó, y salió de la casa.

Sofía estaba extrañamente tranquila ante el desafío que implicaba internarse en un bosque a oscuras. La posibilidad de entrar en acción la ilusionaba con la expectativa de hallar a Celina y esta vez no rehuiría el compromiso. Salió al exterior y se acercó a Amigo que había permanecido delante de la casa. Jeremías apareció con los caballos precedido por Ronco que oficiaba de perro pastor. A pedido del estanciero el capataz buscó una cuerda con la que lo sujetaron para impedir que los siguiera.

-No quiero que corran ningún riesgo -mandó René distribuyendo los transmisores y linternas, y sendos rifles a Javier y Jeremías.- Ante cualquier hallazgo se comunican con Sergio o conmigo –concluyó.

Todos aprobaron y, cuando padre e hijo acomodaron las armas en sus monturas, subieron a sus caballos para adentrarse en la vegetación buscando el resplandor de una estrella de Belén.