domingo, 3 de agosto de 2008

POR SIEMPRE - XXI

Sofía cayó exhausta sobre la cama y se quedó dormida sin desvestirse. Tres horas después la despertó el irresistible clamor de su vejiga. Cuando volvió al lecho, observó que el de Celina estaba vacío. De modo que ya consumaron, ¿no? -pensó melancólica recordando que su amiga se había retrasado para responder al llamado de un peón que invocaba el nombre de René. Se sacó la ropa, se puso el camisón y volvió a acostarse deseando con sinceridad la felicidad de la joven. Se levantó a las diez de la mañana sin que Celina hubiese aparecido. ¡Vaya nochecita! -se dijo con humor. Bajó a desayunar y encontró a Walter y Diana en la cocina.

-¡Buen día! -saludó alegre.

Se acomodó mientras le respondían, en tanto Rayén le alcanzaba una taza de café.

-¿La señorita Celina sigue durmiendo? -preguntó la mujer.

Sofía casi se atragantó con la bebida. ¿Qué voy a responder? -interrogó a su cerebro.

-Se debe haber levantado más temprano -dijo al fin.

-No lo creo, porque yo la hubiese atendido -insistió Rayén.

-¿René ya bajó? -preguntó para ganar tiempo.

-Como todos los días. Salió temprano con don Arturo y el señorito Sergio -no se movía del lado de Sofía esperando saber de Celina.

Sofía no sabía cómo decirle que la buscara en el dormitorio de René adonde seguramente estaría descansando de su noche de amor. Los presentes se sumaron a la expectativa de Rayén entretanto ella rumiaba una salida aceptable. Se levantó repentinamente:

-¡Tengo que enviar un mail ahora mismo! -y disparó hacia la escalera.

Subió corriendo, decidida a invadir el dormitorio de René para despertar a su amiga. Abrió varias puertas de habitaciones sin ocupantes tratando de identificar la del estanciero en el caso de que Celina se encontrara en el baño. Nada. Un malestar comenzó a instalarse en la boca de su estómago. Comenzó nuevamente la requisa desde el fondo del pasillo. Cuarto por cuarto golpeó las puertas de los baños hasta llegar al propio. Celina no estaba. Se fue con René -se dijo, tratando de aventar el mal agüero. Pero Rayén lo sabría. ¡Ay, amiga!, ¿qué te pasó? -la inquietud era un larguero doloroso entre el estómago y la garganta. Otra vez la había abandonado al ceder a su egoísta cansancio. Bajó velozmente dispuesta a compartir su temor con los demás. Los tres se habían quedado en la cocina como presintiendo que algo no andaba bien.

-¡Miré en todas las habitaciones y Celina no está! -anunció alterada.

El rostro de Rayén se nubló.

-¿Cómo es que recién se dio cuenta? -le preguntó casi con ira.

-Porque anoche pensé que estaba con René -contestó altiva.

La mujer entendió que se había excedido en su celo y señaló respetuosa:

-Entonces hay que avisarle cuanto antes al señor René.

Sergio los encontró a los cuatro mirándose con perplejidad.

-¿Algún problema? -indagó.

-No hemos visto a Celina -admitió Sofía sombríamente.

El muchacho interrogó a su madre con la mirada.

-Sofía revisó en todos los cuartos y no la encontró.

-Estará paseando afuera -terció Walter.

-¡No, doctor! Yo no la ví -porfió Rayén.

Sergio se volvió hacia la mujer:

-Domo. ¿Qué sospechás?

-Que hay que buscarla cuanto antes.

Bastaron estas palabras para que el muchacho se pusiera en acción. Los demás lo siguieron.

-¡Sergio! Decinos adónde vas -exigió su madre.

-Voy a buscar a papá. Ustedes revisen los alrededores. Hasta el arroyo -indicó sin detenerse.

Sofía se sentía en medio de una pesadilla. Para no superponerse, formaron cuatro grupos con la colaboración de dos hombres que convocó Rayén y partieron hacia los cuatro puntos cardinales. La búsqueda fue infructuosa; la joven no estaba en ninguna parte y nadie la había visto. René ya había regresado cuando volvieron a reunirse y Ronco caminaba nervioso a su alrededor.

-¿Cómo no me avisaste cuando no la viste? -le increpó a Sofía.

-Porque pensé que estaba con vos.

René la miró tan afligido que el enfado se le evaporó. Le contó el encuentro de la noche y se atribuyó la responsabilidad de la desaparición por haberla dejado sola. El presentimiento de desgracia comenzaba a ser contagioso. Padre e hijo revisaron las instalaciones mientras el resto se dedicaba a la vivienda. La preocupación aumentó con la esterilidad del registro y se reflejó en el rostro conmovido de René. El sonido de cascos desvió la atención de los reunidos hasta que Jeremías desmontó con agilidad.

-¿Qué pasa, kona? -fue directamente hacia su patrón.

-Celina desapareció. Hay que encontrarla.

Por los ojos del capataz cruzó un relámpago de intuición.

-En el bosque -afirmó.

-¿La machi?

El hombre asintió sin palabras. René montó seguido de Sergio y el capataz. Cuando los demás reaccionaron, los tres -junto al perro- desaparecían tras el recodo que llevaba a las tierras de Jeremías.

-Ahora sólo nos resta esperar -dijo Walter, y agregó:- ellos la encontrarán.

Sofía se sentó en un escalón y se encogió como si tuviera frío. Su mente divagaba. Tengo miedo por Celina. Seguro que está muerta. ¿Cómo terminamos en esto? No debió bajarse del ómnibus. ¿Quién preparó esta trampa? No voy a resistir que le haya pasado algo. Va a estar bien, va a estar bien, va a estar bien. En el mundo no hay tigres ni hechiceras y aquí todo puede pasar. Tendríamos que estar en medio de una excursión si no se hubiera bajado del ómnibus. Pero ella es especial. Es parte de ese uno por ciento capaz de sacrificarse por otros. ¡Ay, Cel! Quisiera que no fueras así pero entonces no hubieras sido la hermana que no tuve…

Rayén interrumpió su soliloquio mental alcanzándole una taza de café caliente que ella aceptó cariacontecida. Diana y Walter estaban sentados en los sillones de la galería sin hablar, como si quebrar el silencio pudiera convocar a la desgracia. Cerca del mediodía se trasladaron, sin noticias, al interior de la casa. Los tres declinaron comer y se retiraron a sus habitaciones. Sofía estaba llena de impotencia por no saber cómo colaborar para encontrar a su amiga. Cediendo a un impulso llamó a Julián, que le prometió que estaría con ella lo más pronto que pudiera. Bajó de nuevo a la galería porque la desierta habitación la ahogaba. Se abalanzó sobre Javier apenas bajó del auto y se permitió llorar por primera vez sobre el pecho del sorprendido conserje.

-¡Javier! Celina desapareció -dijo entrecortadamente.

El muchacho la separó un poco para entenderla.

-No entiendo, Sofía. ¿Cómo desapareció?

-Anoche no durmió conmigo y yo, como una idiota, supuse que estaba con René -se lamentó.

Javier la abrazó y la consoló:

-No sos ninguna idiota. Idiota sería el que pensara que esos dos no terminarían así. ¿René salió a rastrearla?

-Sí. Buscamos por todos lados y Jeremías señaló el bosque. Hace más de dos horas que salieron y ya no aguanto más la espera. ¡Quiero hacer algo!

La expresión de Javier era grave.

-¿Sabés montar?

-Sí.

-Vamos a unirnos a la partida de rescate -le propuso.

Sofía asintió y se dirigieron a la caballeriza. Sin saber por qué, eligió el animal que había montado Celina. El empleado preparó inmediatamente las cabalgaduras y partieron al galope en busca de René y los suyos. Javier dirigía la marcha y la joven lo siguió con facilidad. Divisaron a los caballos pastando cuando llegaron a las inmediaciones de la casa del capataz. Desmontaron en el pórtico adonde estaba echado Ronco en actitud alerta y rumbearon hacia el interior guiados por las voces masculinas. Antes de que golpearan, salió Jeremías a recibirlos. Se quedó un poco asombrado al ver a Sofía pero los invitó a entrar. En el interior encontraron a un René desesperado enfrentado con Sergio.

- Si le hizo algún daño voy a matar a esa mujer con mis manos -decía enardecido.

-Todavía no sabemos que pasó -su hijo trataba de calmarlo; y continuó:- Todavía falta recorrer la parte más tupida del bosque.

-¿Querés decir que ella juega a las escondidas en la espesura? -soltó contrariado.

-¿No pensaste que pudo ir a la ciudad a tomar un ómnibus?

René se revolvió como una fiera. La mirada que le echó a su hijo presagiaba una pelea. Sergio sonrió porque su padre estaba emergiendo de la catatonia provocada por la desaparición de la mujer que amaba.

-Así me gusta, viejo. Prefiero que me pegués a que te des por vencido.

El estanciero se reanimó y se fijó por primera vez en Javier y Sofía haciéndoles un gesto de saludo.

-¿No debiéramos seguir buscando? -preguntó la joven con nerviosismo.

-Es mejor esperar a que caiga la tarde -contestó Jeremías.

-¿Por qué perder las horas de luz? -intervino Javier.

-Porque si va a ser parte de una ceremonia, ahora estará fuera de nuestro alcance -señaló René.

-¿Una ceremonia? -exclamó Sofía aterrada por la connotación de la palabra.

-Pensamos que la machi enloqueció y cree que Celina es una amenaza para mi padre. Como él le salvó la vida, ella está obligada a protegerlo -explicó Sergio.

-Pero ¿cómo pudo esa mujer dominarla? Mi amiga es fuerte a pesar de su apariencia -aseguró Sofía.

-Con secuaces, señorita. Hombres que le temen al poder de la machi y la obedecen ciegamente -explicó Jeremías.

Después de esto el silencio reinó por mucho tiempo. El sol se entibiaba mientras las individualidades que conformaban el cosmos instalado en la vivienda de Jeremías se enfrentaban con sus miedos y esperanzas. René quebrantó la tregua:

-Jeremías. Vas a formar grupo con Javier y Sofía. Sergio y yo buscaremos solos.

El capataz asintió.

-Voy a traer los caballos para prepararlos -informó, y salió de la casa.

Sofía estaba extrañamente tranquila ante el desafío que implicaba internarse en un bosque a oscuras. La posibilidad de entrar en acción la ilusionaba con la expectativa de hallar a Celina y esta vez no rehuiría el compromiso. Salió al exterior y se acercó a Amigo que había permanecido delante de la casa. Jeremías apareció con los caballos precedido por Ronco que oficiaba de perro pastor. A pedido del estanciero el capataz buscó una cuerda con la que lo sujetaron para impedir que los siguiera.

-No quiero que corran ningún riesgo -mandó René distribuyendo los transmisores y linternas, y sendos rifles a Javier y Jeremías.- Ante cualquier hallazgo se comunican con Sergio o conmigo –concluyó.

Todos aprobaron y, cuando padre e hijo acomodaron las armas en sus monturas, subieron a sus caballos para adentrarse en la vegetación buscando el resplandor de una estrella de Belén.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

hay nooo no voy a aguantar hasta el fin de semana que publiques el capitulo nuevo

plis pliss publicalo antes plis
esta muy buena la novela
ya asta estoy pensando que enverdad se fue a tomar un omnibus haay noo plis si publicaa otro capitulo

saludos

atte: blanca covarrubias

Anónimo dijo...

hola carmen acabo de regresar de viaje y lo primero que hice fue leer la novela, esta buenisima por favor no vayas a publicar hasta la otra semana la continuacion. que me voy a morir de la ansiedad.