domingo, 5 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXX


Ivana se levantó y desactivó la alarma de su celular para no despertar a su compañera mientras se daba una ducha. El agua caliente la relajó y lamentó no tener una muda de ropa más abrigada para cubrir su cuerpo. Se había acercado a una ventana y comprobó que seguía lloviendo y la temperatura había descendido. Pensó en llamar a Gael para que cargara algún abrigo pero desistió, segura de que pegaría la vuelta si ya había emprendido el viaje. Anne estaba levantada cuando ella terminó de vestirse.

—¡Buen día! —la saludó y se acercó para darle un beso—. ¿Cómo amaneciste?

—Descansada. Veo que has tomado un baño. ¿Aguardarás a que yo haga otro tanto?

—Por supuesto. Viene bien para enfrentar el frío.

—Anoche le mandé un mensaje a Gael para que nos trajera un poco de ropa.

—¡A mí se me ocurrió lo mismo! Pero un poco tarde…

—Ya ves que todavía conservo un poco de sentido común —rió la mujer—. Me voy a duchar ya para no hacerte aguardar demasiado.

A las ocho y media bajaron al comedor. Anne fue la primera en divisar al trío:

—¡Mira qué escolta nos aguarda! —exclamó.

Los varones se levantaron al verlas llegar. Jordi corrió para saludarlas mientras padre e hijo aguardaban.

—¡En Londres también llueve! —les informó el chico—. Pero no hay corte de luz.

—Es un aliciente para volver —se alegró la mujer.

Ivana observó, mientras se acercaban, el rostro rasurado de Gael. Saludó a Bob y le manifestó a su hijo:

—Te afeitaste.

—¿También por esto me vas a retar? —murmuró, atravesándola con la mirada.

—No tengo por qué. Vos sabrás —desvió los ojos para buscar la silla donde sentarse.

Gael sonrió y apartó un asiento. Ella se ubicó sin agradecer el gesto mientras el resto, aparentando no haber presenciado el intercambio entre la pareja, ocupaba sus lugares. Una camarera acercó un carrito con el servicio de desayuno y lo instaló junto a la mesa. Cada cual optó por sus alimentos preferidos y comieron escuchando las peripecias de las mujeres. Robert se hizo cargo de la cuenta del hotel mientras Gael sacaba de un bolso las prendas que había traído para Ivi y su madre.

—Antes de volver, iremos a recorrer la fábrica de chocolates Cadbury —dijo el médico—. Se lo prometimos a Jordi.

—Son las nueve —señaló su madre—. Tendremos que esperar hasta las once y media.

—No. Averigüé que hoy abren más temprano —aseguró Gael.

Cuando Bob regresó, salieron al destemplado exterior. Ivana aspiró el aire frío confortablemente arropada en el jersey que le había entregado el joven. En la visita, que duró dos horas, los obsequiaron con tabletas de chocolate, asistieron a una divertida función de cine, se enteraron del proceso de producción, montaron en un trencito y visitaron la tienda donde exhibían y vendían una amplia variedad del producto. A las once y media regresaron a Marylebone. En la residencia de los Connor las mujeres prepararon un almuerzo liviano que, poco después, los reunió alrededor de la mesa.

—Ivi —dijo Jordi, —¿vamos a visitar el museo de cera esta tarde?

Ella, sosteniendo el tenedor a medio camino de su boca, lo miró con aire resignado. Las figuras de cera no la atraían especialmente pero no quería frustrar el deseo de su hermano. Gael, a quien no se le había escapado el gesto, terció:

—Si papá y mamá acompañan a Jordi, podríamos ir hasta Greenwich.

Bob y Anne captaron de inmediato el mensaje de su hijo: quería estar a solas con Ivi y ellos eran sus aliados incondicionales. Ante la indecisión de la muchacha, el médico mayor dijo con entusiasmo:

—¡Excelente plan! Y nosotros disfrutaremos de la compañía de este jovencito visitando nuestro lugar preferido.

Anne ocultó una sonrisa porque sabía que Bob detestaba esas figuras que le recordaban a los cadáveres por su textura e inmovilidad, pero apoyó con presteza la propuesta:

—¡No te lo pierdas, querida! Es un distrito digno de conocer y después podrán intercambiar con Jordi las experiencias de cada uno.

-¡Dale, Ivi! Acordate que yo no podré conocer tantos lugares. Si vos vas y me contás, será como si yo lo hubiera visto —secundó su hermano.

Gael rogaba que con tantas adhesiones su chica aceptara la oferta que le permitiría retomar la intimidad alcanzada en Soho. Intranquilo, la vio vacilar y se sosegó cuando ella preguntó dudosa:

—¿Están seguros de querer visitar de nuevo ese museo?

—Hija —dijo Bob—, hace tiempo que buscaba la excusa para volver a recorrerlo. ¿Y qué mejor si es para satisfacer a Jordi?

—Bueno —accedió para alivio de Gael—. Confieso que me tienta más este proyecto que el museo de Madame Tussauds —miró a su hermano—: disculpame, Jordi, por no acompañarte, pero con los maniquíes de la casa de Sherlock tuve suficiente.

—Por mí está bien, Ivi. Cada cual verá lo que más le gusta —dijo Jordi solidario.

—Gael, ¿a qué hora tenemos que salir?

—¿Te parece bien dentro de dos horas? —la consultó.

—Seguro —asintió, y se dispuso a terminar su comida.

Ivana, después de bañarse y cambiarse, habló con Lena.

—¡Hola, mamá! ¿Cómo la pasaste anoche?

—Más que bien, Ivi. Hacía tiempo que no me sentía tan agasajada. Alec es un hombre excepcional.

—Es una calificación notable, mami. ¿En un solo encuentro?

—Tengo veinticinco años más que vos, nena. Y menos aprensiones también. Puedo reconocer sin tantos rodeos que alguien me gusta.

—¿Lo suficiente para reemplazar a papá? —se le escapó.

—Ivi, tu padre hace rato que me reemplazó. Y yo nunca pensé que iba a tener la oportunidad de cruzarme con otro hombre de bien. Querida mía, sos una mujer evolucionada y eso implica que podés adaptarte a los cambios. El cambio al cual me refiero tiene que ver con que tu padre y yo dejamos de ser pareja. ¿No querrías lo mejor para los dos?

Ivana suspiró compungida antes de contestar:

—Sí, mamá. Perdoname. No tuve mucho tiempo para elaborar el duelo —Se repuso y preguntó—: ¿Cómo están los chicos?

—Bien. ¿Y mi Jordi?

—Muy bien. A punto de ir al museo de cera con Anne y Bob.

—¿Y vos?

—Voy a ir con Gael a Greenwich.

—¡Ah…! ¿Estás tratando de aclarar tu confusión?

—¡Ay, mami, sos inexorable! ¿No se te va a olvidar nunca esa palabra?

—No hasta que deje de atormentarte —dijo con ternura—. Querida, hacete el favor de escuchar alguna vez lo que sentís.

—Seré todo oídos, mamucha. Te mando un enorme beso y hasta mañana.

A las cuatro de la tarde el matrimonio y Jordi salieron para el museo y ellos hacia Greenwich. El clima tendía a mejorar y el cielo se fue despejando lentamente. Ivana, distendida, observaba el paisaje por la ventanilla. Se volvió hacia Gael y sus ojos recorrieron el perfil voluntarioso de su amigo concentrado en la carretera. Reconoció cuán atractivo era mirándolo ahora como hombre. Por cierto que no le podía ser indiferente a ninguna mujer. Como un relámpago, la fulminó el recuerdo de la noche en que lo sorprendieron en su departamento con una mujer. Me sentí engañada como mamá se había sentido por mi padre. ¿Pero qué fidelidad habrías de guardarme si no había ningún compromiso entre nosotros? ¿O acaso yo intuía algo más que la relación de amistad? ¿O que no tenías derecho a pensar en otra mina cuando yo te hacía confidente de mis dilemas sentimentales? Era tan natural mi sexualidad como tu castidad como amigo. ¡Qué conclusión absurda!

—¿En qué estás pensando? —la pregunta de Gael la sobresaltó.

—En que nunca más hablamos de los estudios de Jordi —se apresuró a contestar como si él pudiera entrever su silencioso monólogo.

—Estamos avanzando con el nuevo protocolo y añadiendo unidades que por el momento refieren a su capacidad. Todavía no puede amplificarla más que en un radio cercano, pero creemos que la potenciará a medida que aprenda a manejarla.

—¿Y él se siente bien con todas esas pruebas? —inquirió ansiosa.

—Yo diría que muy bien e interesado —sonrió Gael—. Especialmente por la participación de Maude.

—Maude… —murmuró Ivi—. ¿La chica especial?

—Adivinó, señora. Comparten una frecuencia que los fortalece mutuamente. Amén de haber despertado en Jordi un interés que trasciende la investigación de sus cualidades.

—Ah… —dijo la joven—. Otro niño precoz.

—¿Lo decís por mí? —rió su amigo.

—No conozco otro —dijo pendenciera.

Él se limitó a sostener la risa sin alimentar la hoguera de la provocación.

—Vamos a tomar un barco desde Westminster —le adelantó poco después—. Tardaremos un poco más en llegar pero navegarás por el Támesis.

El viaje duró más de una hora hasta desembarcar en el muelle flotante de la villa. El disfrute de Ivana llenó de regocijo a Gael quien iba señalándole los lugares que iban atravesando. Antes de ascender hasta el observatorio deambularon por las calles empedradas y se detuvieron en alguna de las antiguas tiendas. Después caminaron por el Royal Greenwich Park adonde Ivi se deleitó al avistar numerosas ardillas y un reno. El camino central conducía a una cuesta que se iba empinando hasta desembocar en el Royal Observatory.

—¡Apuesto a que llego primero! —desafió Ivana.

—No te lo aconsejo —dijo Gael con parsimonia.

—¡Nos vemos arriba! —rió ella y encaró la pendiente.


2 comentarios:

Cirujia Plastica dijo...

Hola, es fabuloso tu blog, tu decir, tus historias,
es lindo ver tanto talento.
Felicitaciones y a seguir escribiendo!!

Carmen dijo...

Hola, mi más sincero agradecimiento por tu comentario, porque aunque escriba por placer, es bueno compartirlo con otros y saber que hay "otros" del lado opuesto de la pantalla. Un abrazo.