miércoles, 22 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXIII


Madrugó para despedir a los varones. Gael se incorporó del taburete junto a la barra no bien la vio entrar. Jordi, masticando su tostada, fue testigo de la metamorfosis amorosa de su hermana. Gael miraba fascinado a la mujer que soñaba cada día y que ahora se materializaba inesperadamente. Se acercó a ella con lentitud y el mensaje que leyó en sus ojos lo autorizó a tomarla entre sus brazos.
—¡Oh, Ivi! A pesar de que me moría por verte no hubiera sido capaz de pedirte este sacrificio… —dijo en voz baja.
—Quería saludarlos antes de que se fueran. Cuatro días son muchos —murmuró ella perdida en su mirada.
—Nos resarciremos cuando vuelva —prometió él antes de besarla.
Ivana se entregó a la caricia hasta que el hombre, en un instante de lucidez, recordó que no estaban solos. Deslizó sus labios hasta la suave mejilla y sostuvo a la joven contra su pecho hasta recuperar el dominio. Ella volvió a la realidad cuando divisó a su sonriente hermano que los observaba sin disimulo. Se separó de Gael y se dirigió a la barra:
—Tendrías que ser más discreto y mirar para otro lado —le dijo mientras lo abrazaba.
—No me hubiera perdido esto por nada del mundo —alegó dándole un beso—. Hace tiempo que lo espero.
Ella sonrió al tiempo que aceptaba la taza de café que le ofrecía Gael. Los tres terminaban de desayunar cuando Anne y Bob entraron a la cocina.
—¡Qué familia madrugadora! —tronó el hombre—. ¡Así da gusto empezar una jornada!
Ivana preparó los pocillos para ambos. Mientras el matrimonio desayunaba, Gael y Jordi se levantaron para irse. En la cochera, el médico enlazó a Ivi por la cintura:
—Quiero vivir amándote y besándote—murmuró apoyando su frente contra la de ella.
—Repetimelo el jueves —musitó Ivi sobre su boca—. Y no me beses hasta que estemos en Irlanda — solicitó interponiendo el índice entre sus labios.
La risa grave de Gael arrulló su oído al tiempo que le oprimía la cabeza contra su cuello.
—¿Eso quiere decir que querés estar a solas conmigo? —demandó esperanzado.
—Eso significa que convertiste mi vida en un caos que necesito descifrar.
Él la separó de su cuerpo y la sofocó con una mirada colmada de promesas.
—No te vas a arrepentir, muchachita —garantizó con gravedad y, obviando el pedido femenino, la besó suavemente antes de subirse al auto.
Ivana los saludó hasta que se cerró el portón automático. Volvió a la cocina y se enfrentó a la mirada afectuosa y discreta de sus anfitriones. Robert le tendió ambas manos:
—¿Voy a tener la dicha de llamarte hija?
Ella sintió que le ardían las mejillas y disimuló su azoramiento con una risa:
—Gael es muy persuasivo —dijo—. Así que me ha convencido de que estoy enamorada de él.
La mujer emitió una exclamación de alegría y la abrazó.
—¡Ivi! ¡Estoy tan feliz de que compartas los sentimientos de mi muchacho que podría llorar! —dijo conmovida.
Mientras los acompañaba con otra taza de café, los puso al tanto de su viaje a Irlanda.
—Gael me invitó a visitar a unos amigos en Dublín.
—¡Ah…! Debe ser a Colin y Bree —exclamó Anne—. Te van a agobiar con sus atenciones. ¿Cuándo irán?
—El viernes. Me ilusionaba conocer Irlanda, pero no quería decirle nada a Gael por no ponerlo en gastos.
—Querida, Gael bailaría en la cuerda floja por ti —dijo Bob—, de modo que llevarte de paseo va a ser un premio para él —se levantó y saludó a las mujeres con un beso—. Es hora de que me vaya a trabajar. Las veo a la tarde.
Con el reintegro de Anne a su negocio, Ivi se dedicó a recorrer el centro de Londres y sus alrededores en metro y autobús. Por la tarde se encontraba en la casa con el matrimonio y charlaban entre mates. A diario hablaba con su madre y Jordi. Lena afianzaba su relación con Alec y los días de concentración habían multiplicado los progresos de su hermano. Tanto ella como Gael asumieron tácitamente posponer todo contacto hasta el momento del reencuentro. El jueves a la mañana el médico abordó a Brian Sanders, jefe de la unidad de investigación y amigo personal:
—Te dejo. Para los estudios posteriores, puedes prescindir de mi presencia.
—Supongo que no podré disuadirte —dijo con sorna—. Además, Jordi ya me anticipó la dispersión de tu patrón mental. De modo que poco concentrado, da lo mismo que estés o no —lo miró con una sonrisa—. Se trata de tu chica, ¿eh?
—No pienso más que en ella, Brian. Cada día que pasa temo que se arrepienta de acompañarme a Dublín o que la ausencia desvanezca la incipiente atracción que me demostró al partir…
Su amigo lo miro compasivamente. Le puso un brazo sobre los hombros y lo llevó hacia la puerta:
—Vete ahora. No soporto verte en un estado tan lamentable por culpa de una mujercita que no valora el interés de un tipo como tú. Un consejo: ¡no seas pusilánime y arremete de una vez! A las mujeres les gustan los hombres decididos aunque sean tan obstinadas como tu damita.
—Me voy a despedir de Jordi —dijo Gael animado—. Y conste que tomaré tu consejo. Si estás en lo cierto, el lunes conocerás a mi futura mujer.
—¡No veo la hora, amigo! Para que te lleve de las narices debe ser fascinante.
—Lo es, lo es… —repitió yéndose.
Encontró a Jordi en la sala de investigación completando una serie de pruebas con la asistencia de Maude. Se interrumpieron al verlo llegar.
—Ya me voy, Jordi —le anunció al muchachito—. Quedas en manos expertas. Nos veremos el domingo o el lunes. ¿Algo para transmitirle a Ivi?
—Un súper beso —rió el chico—. Seguro que no te vas a olvidar.
—Descarado —amonestó con una sonrisa—. Ya tendré oportunidad de resarcirme. —Se acercó a Maude y le dio un beso en la mejilla—. Mantenlo ocupado, jovencita, que su patrón iconográfico se ha enriquecido con tu participación.
—Descuide, doctor —aseguró la joven con fervor.
Hacía dos años que conocía a Gael. Desde que se integró al personal de la clínica y colaboró en la confección de su protocolo personal la subyugó con su trato afectuoso y su varonil presencia. Maude, a diferencia de Jordi que visualizaba imágenes, recibía y decodificaba sensaciones. Las del joven doctor sólo se inscribían en el terreno de la amistad, pero hasta su encuentro con Jordi alentaba la ilusión de que él no tuviera ninguna inclinación amorosa. En su interacción con el muchacho conoció el sentimiento que éste guardaba por su hermana y la abnegación con que lo había sostenido para vivir. Le confió, también, su esperanza de que Ivi pudiera enamorarse de Gael. A Maude le bastó preguntarle al médico por su amiga Ivana para comprender el alcance de la pasión del hombre y resignar su aspiración romántica. Rememoró ese día que marcó un cambio en su relación con Jordi.
—Puedo ayudarte si me dejas —le ofreció al visualizar las imágenes que atormentaban su ánimo.
—¿Me lo borrarás de la mente? —sonrió.
—¿Es lo que deseas? —preguntó el adolescente con intencionalidad.
—No. Lo único que deseo es percibirlo nada más que como amigo —le hizo un gesto de consentimiento—. Adelante.
Jordi se aproximó y, al tiempo que buscaba su mirada, le apoyó los dedos de la mano sobre la frente. Maude percibió dos impresiones: un sereno bienestar al evocar a Gael y la oleada de afecto emitida por su bienhechor. Miró sorprendida al jovencito que la observaba con una expresión de inquietud.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Como nueva, gracias —contestó la chica—. Es maravilloso tu talento, Jordi. ¡Podrías ayudar a tantas mentes perturbadas…!
—Me gustaría —dijo él con seriedad—. Por ahora estoy feliz de haberte aliviado.
Esta experiencia fue incorporada al estándar del muchacho substituyendo, de mutuo acuerdo, al sujeto catalizador.
Maude, una vez que Gael abandonó la sala, se volvió hacia Jordi:
—Quisiera conocer a tu hermana —le confesó—. Debe reunir muchas cualidades para que tenga tan alterado al doctor.
El joven rió complacido.
—Es linda, inteligente y con un corazón tan grande como su rebeldía —definió Jordi—. Estoy seguro de que Gael terminará por conquistarla.
—Que así sea —proclamó Maude—. Ahora, volvamos a nuestro trabajo que tengo órdenes precisas que cumplir.

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