jueves, 16 de agosto de 2012

AMIGOS Y AMANTES - XXXII




Ivana abrió los ojos a la mañana del domingo y una sonrisa distendió su boca al conectarse con su nueva realidad. Se desperezó con languidez y miró la hora en el reloj apoyado sobre la mesa de luz. Eran las ocho de la mañana y el resplandor que se filtraba por la persiana vaticinaba un cielo despejado. Menuda sorpresa te vas a llevar, mamá. Vas a ser la primera en enterarte que me liberé de la confusión. ¡Ni siquiera Gael!
Sin perder el humor, se bañó y se cambió dedicando especial atención a su aspecto ahora que deseaba seducir a su amigo. Bajó a las nueve cuando todos estaban desayunando en la cocina.
—¡Buenos días a todos! —dijo con entusiasmo.
El saludo general llegó en medio de sonrisas.
—¿Te repusiste? —preguntó Gael alcanzándole una taza de café.
—Completamente —sonrió—. Supongo que les habrás contado mi malograda carrera.
—No sin tu autorización —dijo con una sonrisa burlona.
—¿Qué pasó, Ivi? ¡Contá! —pidió Jordi.
Ella enfrentó las pupilas masculinas y relató con gracia:
—Le jugué una apuesta a Gael esperando llegar más rápido a la cima del observatorio y en la parte más empinada de la cuesta me quedé acalambrada y sin aire. Así que me tuvo que cargar hasta arriba porque yo quedé invalidada —aclaró con una mueca festiva
—Creí que no te ibas a animar a confesarlo —ponderó él.
—Antes de que conviertas mi bochorno en una hazaña… —moduló intencionada.
—Jamás, puesto que yo cargué con la mejor parte —declaró cautivado.
El auditorio asistía regocijado al intercambio de los jóvenes cuya relación parecía haberse profundizado. Bob anhelaba que Gael pudiera concretar la pasión que sostenía desde su más tierna edad; Anne esperaba que el amor de su hijo persuadiera a la hermosa muchacha y Jordi, que su adorada hermana se albergara en los brazos del mejor hombre que conocía. Sabía que el momento estaba próximo.
—Hoy les propongo un viaje a Castle Combe y Lacock —dijo Gael volviendo a la realidad que incluía -además de Ivi- a sus padres y a Jordi.
—¡Les va a encantar! —adhirió Anne—. Son dos pueblos que conservan su estructura medieval.
—Buena idea —declaró Robert—. Están a pocos kilómetros y el día es propicio para viajar.
—Si no demoramos en salir, podemos incluir una visita a Stonehenge y el Círculo de piedras de Avebury —precisó su hijo buscando la aprobación de la muchacha.
—¡Ay, Gael, sería fantástico! —dijo ella con entusiasmo.
Salieron a las diez y al mediodía estaban caminando por la calle principal de Lacock, su primera parada. La pequeña villa los trasladó a la época victoriana. Las casas de piedra con su techado de tejas, las ventanas con sus múltiples paneles vidriados, la serenidad del lugar sólo interrumpida por los ocasionales coches de los habitantes del lugar que volvían a situarlos en el siglo XXI. Visitaron los lugares más notables y pararon a comer en el pub más antiguo de la aldea. La siguiente pausa los asentó en Castle Combe, considerado como el pueblo más bonito de Inglaterra. Veredas angostas, casas de gruesos muros de piedra cubiertos de hiedra y enredaderas floridas, pocas cuadras y pocos habitantes; el lugar irradiaba un encanto especial que despertaba el deseo de afincarse en la bucólica atmósfera. Bob y Gael, convertidos en expertos guías, enriquecieron el paseo relatando la historia de los lugares. Para ahorrar el tiempo de la merienda, se aprovisionaron de panecillos dulces y salados que algunos vecinos disponían sobre mesas en la puerta de sus casas, depositando el dinero en la ranura habilitada para el correo. El camino a Stonehenge bordeando la verde campiña inglesa mantuvo a Ivi y a Jordi fascinados por un paisaje que no se cansaban de contemplar. Gael estacionó el auto cerca de la boletería y la tienda de recuerdos y poco después admiraban la colosal estructura del enigmático monumento de piedra. Salvo contratando una excursión privada, el acercamiento a las ruinas era muy limitado, pero Ivana se sintió transportada a una era remota donde los misterios y sacrificios formaban parte de la vida misma. Gael se deleitó mirando la carita subyugada de la joven a medida que le narraba las diversas conjeturas sobre el oscuro santuario. A media tarde concluyeron en Avebury cuyos círculos megalíticos se remontaban a cinco mil años de antigüedad. Estas piedras estaban rodeadas por un foso profundo pero, a diferencia de Stonehenge, se podía circular entre ellas. Ivana y Gael se apartaron inadvertidamente del resto del grupo y deambularon entre el complejo neolítico.
—Se me vuela la cabeza, Gael. Quiero imaginarme estos lugares cómo eran en su origen y el significado que tenían para aquellos que caminaron a su alrededor hace miles de años —dijo ella conmovida.
—Según un anticuario del siglo XVIII la estructura representaba un símbolo de la alquimia —explicó el hombre—. Pero todos son supuestos.
—Lo que sé es que ningún monumento de nuestra era perdurará miles de años —observó Ivi con nostalgia—. ¿Te hubiera gustado vivir en esa época?
—No —afirmó Gael—. Porque no estarías vos.
Ella sonrió halagada y se reclinó contra una piedra. Las palabras de su amigo ya no le inspiraban recelo porque se correspondían con sus descifrados sentimientos. Él, a la distancia de sus brazos, apoyó las manos a cada lado del rostro de Ivi y la sumergió en una mirada intensa y apasionada. Ella se abandonó a sus pupilas con el aire confiado de quien se sabe querida, provocando en Gael un violento deseo de besarla. Ivana cerró los ojos cuando se mezclaron sus alientos para recibir la suave caricia que se transformó en un beso inimaginable. Deslumbrados y temblorosos, se separaron para recuperar el aliento.
—Ivi… —murmuró roncamente el hombre atrayéndola hacia su cuerpo que desvariaba por el contacto femenino.
—¡Qué se besen, qué se besen…!
Las vocecillas agudas y el palmoteo interrumpieron el abrazo. Ambos miraron risueños a los cuatro chiquillos que, sentados en el suelo, se habían transformado en interesados espectadores.
—Estos enanos no deben tener más de cuatro años… —rezongó Gael— y ya saben como estorbar.
Ivana, riendo, se acuclilló frente al grupito formado por tres niñas y un varoncito.
—¿Están solos ustedes? —preguntó a la más grandecita.
—¡No! Papá y mamá están sacando fotos a las piedras y yo tengo que vigilar que los demás no se acerquen a la zanja —dijo con petulancia.
—¿Y nadie les ha dicho que espiar a los mayores es falta de educación? —moduló lentamente Gael agachándose junto a Ivi.
—¡Nosotros no estábamos espiando! —se defendió la nena—. Cualquiera los puede ver aquí.
—Tiene razón, Gael —dijo Ivana juiciosa—. Estamos en un lugar público.
—Pero un beso no es nada malo si son novios —alegó la niña ante sus atentos hermanitos—. Porque son novios, ¿verdad?
Gael enlazó a Ivi con un brazo y con la otra mano giró suavemente su cara hacia él mientras le preguntaba:
—Somos novios, ¿verdad?
Ella reclinó la cabeza sobre su hombro y le dijo en voz baja:
—Querés que lo confiese ante testigos…
Él la miró desbordado de amor y satisfizo a la curiosa platea besándola suavemente. Después se incorporó izando a la muchacha por la cintura y les dedicó una reverencia que Ivi imitó en medio de risas. Se fueron festejados por los gritos y aplausos de los chicos. La joven, inquieta por la seguridad de los pequeños, se detuvo después de un trecho.
—Gael, ¿no sería mejor llevarlos con los padres?
Al tiempo que ambos se volvían hacia el corrillo, vieron acercarse a una pareja que indudablemente eran los progenitores.
—¿Tranquila, ahora? —dijo el médico arrimándola contra él.
—Sí… Es que son tan chiquitos para dejarlos solos…
—Que madrecita cuidadosa tendrán nuestros hijos… —murmuró besándola.
Ivana se sofocó al imaginarse embarazada de Gael. Se separó sin violencia y reanudó la marcha. Él, como si comprendiera su turbación, la siguió en silencio hasta divisar a Jordi y al matrimonio Connor. Decidieron caminar hasta la aldea y recorrieron el museo y la mansión. Cenaron en el pub más tradicional antes de emprender el regreso. Esa noche, cuando eran los últimos en retirarse a descansar, Gael le propuso a Ivana un viaje:
—Hasta el jueves nos quedaremos en el Instituto con Jordi para no suspender el desarrollo de un estudio. A partir del viernes estoy al margen de las pruebas así que pensé en visitar a unos amigos en Dublín. Quiero que vayamos juntos —dijo con una mezcla de demanda y ruego.
—¿A Dublín, en Irlanda? —repitió Ivi.
—Sí —asintió Gael—. Te va a gustar, Ivana. Y los O'Ryan estarán encantados de conocerte.
—¿Te dijo algo Jordi? —preguntó con suspicacia.
—¿Jordi? ¿Qué habría de decirme? —respondió extrañado.
—Que yo deseaba conocer Irlanda. Le prohibí que te contara —dijo mohína.
Él la abrazó y le susurró al oído:
—Entonces es una coincidencia extraordinaria, querida. Porque vengo postergando este viaje desde el año pasado.
Ivi suspiró sobre el pecho de Gael y se estremeció al escuchar el latido de su corazón. Presintió que la definición de su destino de amantes se concretaría en Irlanda y el entendimiento le produjo un acceso de pánico. El hombre la sintió tensarse entre sus brazos y aflojó la presión.
—¿Estás bien? —preguntó solícito.
—Estoy cansada —musitó débilmente—. Quiero ir a dormir.
Él la miró como si comprendiera sus temores y la besó en la frente con ternura.
—Bueno, mi niña bonita, que pases buenas noches —y se dirigió a su dormitorio.
Ivana entró al cuarto y cerró la puerta tras ella. Estaba anonadada por su reacción, como si fuera a tener el primer contacto con un hombre.
¿Qué me pasa? Estoy asustada. No me puedo despojar de la imagen de Gael como la del amigo a quien no me importaba confiar mis devaneos amorosos. Tengo miedo de que me defraude como amante a pesar de que deseo que llegue el momento. O que yo lo defraude a él después de tanto esperar. ¿Lo quiero o me convenció con su insistencia? Los dos a solas, desnudos… ¿será tierno o salvaje? ¿Le importará lo que yo sienta? ¿Podré despojarme de mis prejuicios y permitirme sentir y expresarlo? ¿Me tendrá paciencia? ¡Oh, Dios! Parezco una adolescente ante su primera experiencia y no lo soy. ¿Qué estoy ocultando? Que quiero conocer cómo hacés el amor, Gael. Que me dio un escalofrío cuando te vi en la cama de Diego y que me morí de celos la noche en que tenías otra mujer en tu lecho. Que si no me hubieras confesado tu amor, seguro que yo terminaría persiguiéndote. Entonces ¿de qué tengo miedo? De que no sea perfecto.
Ivana se aflojó después de sincerarse. Miró el reloj y anheló escuchar la voz de su madre.
—¡Mamá! ¿Cómo están todos?
—Por aquí muy bien, tesoro. ¿Y ustedes?
—Bien, mami. Hace varios días que no hablamos. ¿Hay alguna novedad?
—A ver… Diego ya se instaló con Yamila y parece que Jotacé está interesado por algo más que la arquitectura —rió.
—¡Ah…! No me digas que el señor pretencioso encontró un alma que lo conmueva.
—Creo que sí, pero aún no lo ha confesado. Y por casa, ¿cómo andamos?
—Eso te lo pregunto yo. ¿Volviste a salir con Alec?
—En este momento lo espero para cenar. Insisto, ¿cómo anda tu embrollo?
—A caballo entre mi adolescencia y mi adultez. Estoy enamorada de Gael, pero me aterra que la relación no funcione… —suspiró.
—Ivi, si admitís que lo querés, ¿qué cosa no puede funcionar con este hombre que te ama? Aunque el resultado te decepcione, nunca lo sabrás si no corrés el riesgo. Y estoy segura de que no te defraudará… —sentenció Lena.
—No se trata de él, mami. Me ha idealizado tanto tiempo que temo desilusionarlo.
—Mirá, Ivana, te voy a hablar sin eufemismos. Acostate con él sin otra razón que la de gozar. Después podrás evaluar el resultado. Querida mía, —dulcificó la voz—aunque te lo propongas no vas a desilusionar a ese muchacho. Dale una oportunidad… ¿Vale?
—Vale, mamacita. No todos los días una madre arroja a su hija a la cama de un hombre —chacoteó.
—Bueno. Insolente como siempre —dijo Lena aliviada—. ¿Escuchaste el timbre? Debe ser Alec. La próxima vez que hablemos me vas a confesar que te di el mejor consejo de tu vida. Te quiero con toda el alma, hijita.
—Y yo a vos. Andá a atender, no sea que se te vaya —exhortó riendo.
—No creo. Es un Gael cualquiera —declaró su madre—. Sé feliz, Ivi —y cortó la comunicación.
Ivana se acostó con una sonrisa pensando en el mandato materno.

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