Ivana bajó del
auto y saludó a los jóvenes mientras se apresuraba a ganar la escalinata de
acceso a la Facultad. Llegó
al aula cuando ya había comenzado la clase. Sus ojos buscaron a sus amigas y
las localizó en los asientos laterales. Alfonsina le señaló una silla ubicada a
su derecha y ella se abrió paso hasta ocuparla en silencio. Tampoco concurría
hoy el profesor titular. El ayudante poco aportó a la lectura de ese día por lo
que las tres horas de clase se convirtieron para Ivana en un enorme bostezo. A
la salida, Alfonsina propuso tomar un café.
-No puedo. Tengo
que estar en Tribunales a las siete de la mañana -denegó ella.- Además, me
parece que se avecina una tormenta.
-Cierto,
Alfonsina -confirmó Pamela.- Dejémoslo para mañana.
-Acompañame,
Marisol… -insistió la más joven.- Si llueve nos tomamos un taxi. ¡A mi cargo!
-la tentó.
María Sol, a
quien Alfonsina le había confiado que esperaba encontrar a Lucas en el bar,
accedió con una risa. Pamela dudó y al fin se unió al dúo. Ivana las saludó y
caminó hasta la parada de su colectivo. Los truenos y los relámpagos se
sucedieron con más frecuencia. Cuando unas frías gotas se transformaron en
copiosa lluvia, hizo señas al primer ómnibus que apareció. La dejaba a cinco
cuadras, pero era mejor mojarse cerca de su casa. Bajó y se quedó en el refugio
diez minutos. Decidió abandonarlo al comprobar que la borrasca cobraba más
fuerza. Cegada por el aguacero, avanzó hacia su hogar. Una profunda tristeza
dominaba su paso a medida que las ropas y el cuerpo se le empapaban. Se sintió
la criatura más desdichada del mundo y dejó correr las lágrimas que entibiaron
sus mejillas ateridas.
Jordi, sentado a
la mesa, dejó caer los cubiertos sobre el plato. Los comensales -papá, mamá,
Diego, Julio César y Gael- lo miraron sorprendidos.
-Tengo que ir a
buscar a Ivi -explicó mientras se levantaba de la mesa.
-Un momento,
jovencito -dijo Julio.- Está lloviendo a cántaros y no sabés adónde está ella.
-Se bajó en la
parada de Alvear. Le voy a llevar el paraguas para que no se moje.
-¿Y cómo te
enteraste? -indagó su hermano J.C.
-Porque me mandó
un mensaje.
-Yo no escuché
ninguna alarma -lo acosó Jotacé.
-Porque la tenía
silenciada. ¡Me voy antes de que se haga sopa!
-¡Esperá! -la voz
de Gael lo frenó.- Te llevo con el auto.
-Pero Gael…
-intervino Lena.- Se te va a enfriar la comida y lo más probable es que sean
suposiciones de Jordi.
-No me cuesta
nada. Tengo el auto en la puerta -dijo el joven mientras se levantaba para
seguir al muchachito bajo la mirada irónica de los otros hermanos.
-¿Por dónde?
-preguntó cuando se instalaron en el coche.
-Derecho hasta
Alvear -contestó Jordi con seguridad.
Tres cuadras
después distinguieron a la chorreada caminante. Gael le pidió el paraguas y
bajó para repararla bajo el artefacto que se obstinaba en permanecer cerrado.
-¡Ivi! -llamó
mientras luchaba por abrirlo.
Ella se volvió
mientras se pasaba la mano por la cara intentando ocultar los rastros de su
debilidad. Ver a Gael lidiando con el paraguas que el viento se empecinaba en
invertir, le provocó una carcajada que suspendió los esfuerzos de su amigo para
desplegarlo. Con una mueca se acercó a Ivana y la sermoneó:
-¡Qué bonito, eh!
Burlarte de una buena acción.
Como ella seguía
riendo, la tomó por el brazo y franqueó la puerta del acompañante para
empujarla dentro del coche. Cuando se puso al volante, se miraron y se
embromaron mutuamente.
-Parecés un pato
mojado -afirmó Gael.
-Y vos un
ridículo paladín -rebatió Ivi.- ¿Cómo se te ocurrió que vendría en este micro?
-A mí, no. Dale
las gracias a Jordi -dijo señalando hacia atrás.
La muchacha se
volvió y encontró la sonrisa de su inefable hermanito.
-Sos un sol,
Jordi -dijo amorosamente.- Como sea que lo hayas presentido, me ha hecho mucho
bien.
-Lo sé. Se
animaron tus colores.
Ella cambió una
mirada con Gael quien, en silencio, puso el auto en marcha para trasladar a los
hermanos a su domicilio. Los despidió en la puerta y volvió a su departamento
para mudarse la ropa mojada. Todavía estaba el resto de la familia alrededor de
la mesa cuando entraron los hermanos.
-¡Hija! Corré a
cambiarte antes de que te pesques una neumonía -exageró mamá.
-¿Y Gael?
-preguntó Diego.
-Se fue. Estaba
empapado -dijo Ivi sin poder ocultar una sonrisa al recordar la batalla con el
paraguas.
-Que buen amigo
es el matasano, ¿no? -ironizó Jotacé.
-Mejor que un
hermano constructor -replicó Ivana al flamante arquitecto.
Diego se rió ante
la rápida respuesta de Ivi. No había peor cosa para Julio César que tildarlo de
constructor o ingeniero; tan orgulloso estaba de su título recién adquirido.
Cuando Ivana bajó
a cenar, quedaba su madre para acompañarla. Comió frugalmente y subió a su
dormitorio. Antes de acostarse decidió llamarlo a Gael. Las reacciones de Jordi
la inquietaban y la mirada que había cruzado con su amigo en el auto indicaba
que tampoco a él le fueron indiferentes. Necesitaba de su pensamiento lógico
para razonarlas. Una voz adormilada contestó el teléfono:
-Hola, nena. ¿Qué
se te ofrece?
-Te desperté.
Pero necesito que mañana nos encontremos -dijo acelerada.
-Imposible. Viajo
a Montevideo a primera hora y estaré ausente tres semanas. Si es tan urgente,
veámoslo ahora.
La joven pensó en
su trabajo, en el reloj que sonaría a las seis de la mañana, en que la charla
sobre Jordi era más para tranquilizarla a ella porque su hermano gozaba de
buena salud, y que podría postergarse para más adelante.
-No es urgente. Nos
vemos a tu regreso. Chau y buen viaje.
Gael, intrigado
por la llamada, controló el arranque de devolverla. Ivana era una mujer
impulsiva tanto como para llamar a horarios inusuales como para cortar la
comunicación sin esperar respuesta. Como su voz no revelaba un verdadero
apremio, reservaría su curiosidad hasta la vuelta. Suspiró y pensó cuán
satisfactorio sería asistir al congreso en su compañía. Caminar juntos por la
antigua Colonia en las horas libres, hacerle el amor por las noches… Sonrió
porque, como decía Diego, era un otario. Pero ya era tiempo de iniciar un
acercamiento. Cuando volviera, decidió.