sábado, 17 de marzo de 2012

LAS CARTAS DE SARA - XIX


(CAPÍTULO I publicado el 07/12/08)

-¿No conseguiste nada de comer? -dijo contrastando las manos vacías del médico y la realidad de su hambre.
-Pensé en algo mejor -contestó él sonriendo ante su apremio:- Vayamos a mi casa y te prometo una cena sustanciosa. No quiero que pasemos otra noche en este lugar.
Sara lo miró dubitativa. Una voz resonó en su cabeza:
-Váyanse -era la de don Emilio.
Asintió antes de que Max notara su vacilación, pero una oscura urgencia la llevó a contrariar su propuesta:
-No antes de pasar por el Trust. Necesito hablar con Ada.
-¿No podés esperar hasta mañana? -Ante el gesto de la chica, entre suplicante y decidido, se rindió.- ¡Está bien! Pasemos antes por el Trust.
Ella ni siquiera le agradeció, extraviada en la sensación que la había invadido. Lo siguió hasta el auto mientras una imagen se iba perfilando en su mente. Era la de Nina, escudada detrás de la pantera que desafiaba a la bestia negra. Rompió el silencio que los acompañaba en el trayecto con una exclamación:
-¡Nina está en Gantes! ¡Y puede estar en peligro, Max!
-¿Cómo podés saberlo? -dijo desviando por un momento la mirada de la ruta.
-Porque pude advertirle que usara el tapiz como escudo para defenderse -afirmó con certidumbre- pero no sé si podré continuar protegiéndola. ¡Tiene que irse de este pueblo!
-Estabas soñando -señaló el médico.- Yo fui testigo de tu sobresalto y escuché que mencionabas el tapiz.
Ella, contrariada, se hundió en el respaldo del asiento sin contestar. ¿Qué esperabas? Es normal que tome cada una de tus palabras como un desvarío. Vos también, antes de llegar a Gantes, hubieras mirado con desconfianza a quien te hablara de apariciones o precogniciones... ¿Podré convencerlo de que no deliro? ¡Por favor, no quiero cometer errores! Y no quiero tener la responsabilidad de que la Energía Negativa domine por otros cien años. ¡No soy una gladiadora! Sólo una pobre mujer que deseaba recuperar un lugar en el mundo… La invadió una sensación de desagrado ante su tono quejumbroso. No condecía con alguien que debía enfrentarse a fuerzas tenebrosas que requerían entereza y compromiso. Si le habían sido otorgado dones que excedían la humana comprensión, debía utilizarlos de acuerdo a sus convicciones de vida. Si Max la amaba, entendería. Don Emilio dijo que El Enviado desconoce su rol en esta confrontación. ¿Qué orden alteraré si le develo su cometido?
-Llegamos -la voz del médico la remitió a la realidad.
Bajó del coche con rapidez y se precipitó hacia la entrada de la galería. Empujó la puerta del bar y se quedó inmovilizada contemplando el perfil de su amiga que escuchaba con atención las palabras de Ada. Dante fue el primero en verla, y su gesto de alivio enfocó la mirada de Nina en Sara. Con un grito saltó de su silla y corrió hacia ella. Ada y Dante, al lado de la mesa, y Max, desde la entrada, asistieron al estrecho abrazo de las dos jóvenes y a las lágrimas de alegría por el postergado encuentro. Se separaron riendo, arrinconando el sentimiento de fatalidad que las embargara. Seguidas por el doctor Moreno, se acercaron a Dante y Ada a quienes Sara saludó con efusión.
-¡Ya les dije que Sara estaría bien cuidada por el doctor! -expresó Ada con satisfacción.
La joven aprovechó la introducción para presentarlo a Max. Dante estrechó una mano que le respondió con firmeza y Nina le dio un beso en la mejilla como si fueran viejos conocidos.
-Gracias por protegerla -le dijo al cabo del saludo.
Max sonrió y Nina reparó en el atractivo que el gesto imprimía al rostro austero. Sus ojos se fijaron en el brazo de su amiga:
-¿Cómo está tu herida? -preguntó afligida.
-Sanando -dijo Sara restándole importancia. Después, preocupada:- No tomen lo que voy a decir como un desaire, pero preferiría que no hubiesen venido. Temo que pase algo malo… -terminó con un hilo de voz.
-¿Qué decís? -interrumpió Nina- si por eso vinimos precisamente. Deploro no haber prestado más atención al contenido de tus cartas porque si no, hubiéramos viajado mucho antes.
-¡Ay amiga! Conociéndote, hubo cosas que no debí contarte -se lamentó Sara.
-Esperen, jovencitas -intervino Max- presumo que todavía hay muchas cosas que Sara debe contarme y además se impone que mañana estemos en la clínica a primera hora -se volvió hacia la muchacha:- No puedo dispensarte de venir al trabajo por la mañana, pero si terminamos con todos los trámites administrativos, podrás dedicarte a tus amigos a partir del mediodía.
-Me parece bien, Max. ¿Adónde se van a alojar? -se interesó.
-Ya tenemos una habitación el hotel que nos indicó Ada -participó Dante.
-Están en un buen lugar, Sara -dijo Ada.- Cosme es el encargado y un hombre confiable.
La joven asintió. Se volvió hacia el grupo y anunció:
-Necesito hablar un momento a solas con Ada. Discúlpennos -y le hizo señas a la mujer para que la siguiera cerca del mostrador.
Dante y Nina esperaron en silencio. La muchacha estudió la cara del médico que lucía hermética. Y no es para menos. La actitud de Sara era desconsiderada. ¿Acaso él no se había preocupado por ella? En realidad, es desatenta con todos. Nosotros viajamos relegando cualquier compromiso y ella se pone a cuchichear con esa mujer. ¿Habrá vuelto a tomar píldoras? Seguro que Max no lo sabe. Debo advertirle.
-Perdonen -la voz de Sara, que volvía con Ada, la sobresaltó.- Un último favor, Max. Llevemos a Ada hasta su casa.
Él asintió y se volvió a saludar a los visitantes:
-Los veré mañana. Espero que descansen.
-¿Podemos ir con ustedes? -dijo Nina.- Así podré estar un poco más con mi amiga.
-Es tarde, querida -terció Dante.- Mañana tendrán todo el tiempo para verse. Además, el auto está a varias cuadras.
-¡Por favor…! -rogó Nina al trío.
-Por mí no hay problemas -accedió Max.- Los alcanzaré al hotel cuando volvamos.
Después de dejar a la mujer en su casa, Sara le pidió al médico que pasaran por lo de Biani para darse una ducha y cambiarse de ropa.
-¿Querés conocer mi casa? -le dijo riendo a su amiga.
-Mañana. Ahora te espero en el auto.
Sara la miró con extrañeza pero no insistió. Bajó del coche prometiendo volver lo antes posible. Nina era presa del apremio por contarle a Max los antecedentes de Sara con las drogas. Debo manejarme con cautela. Que no piense que quiero censurarla. Lo hago por el bien de ambos y para que juzgue la veracidad de sus confidencias.
-Max -comenzó vacilante.- Hay algo que me tiene muy preocupada con respecto a Sara.
El médico se volvió hacia la pareja y la miró interrogante. Dante había fruncido el ceño esperando las palabras de su novia.
-Sabrás que el papá se suicidó en su casa de fin de semana -dijo con pesadumbre.- Sara encontró el cuerpo al día siguiente y por mucho tiempo se culpó de haber llegado tarde. Pensó que si lo hubiera visitado antes podría haber evitado el acto irreparable. Sobrellevó el dolor de la pérdida consumiendo gran cantidad de estupefacientes porque ni siquiera contaba con la compañía de su madre que se dejó vencer por la depresión. Yo veía como se iba deslizando al camino sin retorno de la droga y apelé a su conciencia para que iniciara un tratamiento de recuperación. Fue muy duro -recordó con voz quebrada.- Para las dos. Porque veía que mi amiga del alma sufría sicológica y físicamente al no tener la continencia de los narcóticos. Pero lo superó y recuperó poco a poco las ganas de vivir. Temí una recaída cuando murió su mamá, o cuando perdió el trabajo. Sin embargo Sara siguió luchando contra la adversidad. Hasta llegar a este lugar.
-Soy médico, Nina -interrumpió Max.- Y no me consta que Sara haya estado bajo el efecto de medicamentos.
-Si hice un repaso de esta etapa de su vida -dijo con tono lastimero- es porque sus cartas testimonian situaciones que parecen ajenas a la realidad y no condicen con las creencias de Sara. -Se acurrucó sollozando sobre el pecho de su novio:- ¡Ah, mi amor! No quiero volver a recorrer ese calvario…
-Shh… -la consoló Dante.- No pasará ni está pasando, Nina. Pertenece al pasado de Sara que no muestra indicios de estar consumiendo nada.
Ella, con el rostro oculto contra la remera de su pareja, sonrió. La semilla estaba sembrada.

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