Ivana corrió al
ómnibus que se estaba alejando de la parada sin éxito y pateó frustrada porque
debía esperar veinte minutos al siguiente. Un bocinazo la hizo volverse hacia
la calzada. Diego y Gael le hacían señas. Se acercó al auto, abrió la puerta
trasera y se sentó detrás de los hombres.
-No sé ni me
importa qué compromiso tienen, pero se me fue el bus y me tienen que llevar
hasta la Facu
-comunicó.
-Te decía, Gael,
que mi hermana se distingue por los buenos modales, como podés comprobar.
El susodicho
sonrió y enfiló el auto hacia el destino que había mencionado Ivana. La conocía
desde sus once años, recién llegado de Inglaterra e inserto en la escuela
secundaria que habría de compartir con Diego. El argentino lo recibió
fraternalmente y fue su mentor hasta que se adaptó a la idiosincrasia de la
escuela y del país. La primera familia que frecuentó fue la de Diego y quedó
prendado de su hermana mayor que, a pesar de llevarle sólo dos años, lo trataba
como a un chiquillo. Crecieron todos juntos; el esmirriado Gael al cumplir
dieciocho años medía un metro ochenta y ostentaba un físico digno de un atleta.
Pero Ivana, detenida en el tiempo de la amistad, parecía no haber reparado en
la transformación del inglecito como
lo llamaba cariñosamente. Cuando Jordi nació prematuramente, ella estaba
preparando su fiesta de quince años a la que renunció por la frágil salud del
recién nacido. En brazos del inglecito lloró la desilusión que no podía mostrar
a su familia. Sin intención, lo convirtió en confidente de situaciones que no
se animaba a revelar a sus padres ni a sus hermanos. Como esa relación que
mantuvo a los veinte años con un sujeto que le doblaba la edad. Por primera vez
desde que se conocían, Gael se opuso a que concurriera a una fiesta que el
individuo daba en su domicilio. Ella desestimó su opinión, pero cuando estaba
bajo los efectos de la droga que le había suministrado con la bebida, su
hermano y su amigo irrumpieron en la casa y la rescataron por la fuerza. A
Ivana le quedó un borroso recuerdo de la experiencia que, por vergüenza, nunca
quiso reflotar con sus salvadores. Después de este incidente el vínculo que
conservó con Gael fue más reservado. En la Facultad de Derecho hizo tres amigas: Pamela y
María Sol -más grandes que ella- y Alfonsina, dos años menor. Con las
compañeras del secundario se había distanciado por defender la virilidad de su
amigo. Después de rondarlo y no conseguir más que un amable acercamiento,
dieron en considerarlo gay. Indignada, recurrió a su hermano:
-Decime, ¿Gael es
gay?
-¡Qué decís,
trastornada! ¿Cómo se te ocurre?
Ella se encogió
de hombros y dijo con indiferencia:
-Marita, Jimena y
Lorena se le insinuaron y él, nada.
-Porque mi amigo
escoge a las mujeres que le interesan y esas descerebradas no sirven ni para
dos horas.
-¿Y ustedes de
qué se las dan? -dijo picada.- Apenas tienen dieciséis años y se dan el lujo de
repudiar a tres minas infartantes.
-Yo tengo
diecisiete, por si te falla la memoria. Y aunque a mí no me apuntaron, las
hubiera rechazado por regaladas.
-¡Sos un machista
asqueroso! ¿Así que debemos esperar a que vuestras majestades nos hagan un
guiño para ser respetables?
-Ni una cosa ni
la otra, cabezona. Hay maneras más sutiles para acercarse a un hombre que
desconocen tus amigas.
-Sutiles, ¿eh? Va
a resultar que mis amigas tenían razón y se olvidaron de incluirte en la lista.
-No me provoqués,
Ivi -amenazó su hermano en voz baja.
-¡Sos un
estúpido, y tu amigo también! -gritó enfurecida y al dar la vuelta se topó con
Gael y lo empujó por obstruir su indignada estampida.
-¿Qué le pasa a
la princesa? ¿Tuvo un mal día? -dijo el joven entre risueño y sorprendido.
-No lo vas a
creer… Ella y sus idiotas amigas suponen que sos marica y por efecto traslativo
me lo endosan a mí -contestó con una carcajada.- ¿Por qué no te volteás de una
buena vez a esas trolas así dejan de hablar?
-Ya sabés
-respondió Gael.- Nadie cercano a Ivi.
-¿Todavía pensás
en ella, otario? Vos la oíste. Le gustan los hombres que tengan algunos años
más que ella. Y vos tenés dos menos.
-Que dentro de
algunos años dejarán de ser diferencia. Y yo tendré mi oportunidad.
-A obcecado nadie
te gana. En fin… Si ella te acepta, a mí no me disgustaría que fueras mi
cuñado.
Con esta
declaración de Diego no se habló más del asunto. Ivana no le dirigió la palabra
a su hermano por un mes y se refugió en la amistad de Gael que ahora, por estar
sospechada su hombría, le era tan natural como con sus iguales. Él disfrutó de
su confianza y sufrió las veces que ella se creyó enamorada. Hasta la noche en
que, con Diego, la arrebataron de la casa del abusador, que abrió un nuevo
capítulo en su relación. Ivi nunca mencionó con él el episodio y poco a poco se
fue alejando de su esfera de influencia sustituyéndolo con nuevas amigas. Gael
terminó su doctorado en medicina antes de que Diego se recibiera de biólogo y
esperó pacientemente el momento de acercarse a Ivana.
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