viernes, 30 de marzo de 2012

AMIGOS Y AMANTES - IV


Ivana bajó del auto y saludó a los jóvenes mientras se apresuraba a ganar la escalinata de acceso a la Facultad. Llegó al aula cuando ya había comenzado la clase. Sus ojos buscaron a sus amigas y las localizó en los asientos laterales. Alfonsina le señaló una silla ubicada a su derecha y ella se abrió paso hasta ocuparla en silencio. Tampoco concurría hoy el profesor titular. El ayudante poco aportó a la lectura de ese día por lo que las tres horas de clase se convirtieron para Ivana en un enorme bostezo. A la salida, Alfonsina propuso tomar un café.
-No puedo. Tengo que estar en Tribunales a las siete de la mañana -denegó ella.- Además, me parece que se avecina una tormenta.
-Cierto, Alfonsina -confirmó Pamela.- Dejémoslo para mañana.
-Acompañame, Marisol… -insistió la más joven.- Si llueve nos tomamos un taxi. ¡A mi cargo! -la tentó.
María Sol, a quien Alfonsina le había confiado que esperaba encontrar a Lucas en el bar, accedió con una risa. Pamela dudó y al fin se unió al dúo. Ivana las saludó y caminó hasta la parada de su colectivo. Los truenos y los relámpagos se sucedieron con más frecuencia. Cuando unas frías gotas se transformaron en copiosa lluvia, hizo señas al primer ómnibus que apareció. La dejaba a cinco cuadras, pero era mejor mojarse cerca de su casa. Bajó y se quedó en el refugio diez minutos. Decidió abandonarlo al comprobar que la borrasca cobraba más fuerza. Cegada por el aguacero, avanzó hacia su hogar. Una profunda tristeza dominaba su paso a medida que las ropas y el cuerpo se le empapaban. Se sintió la criatura más desdichada del mundo y dejó correr las lágrimas que entibiaron sus mejillas ateridas.
Jordi, sentado a la mesa, dejó caer los cubiertos sobre el plato. Los comensales -papá, mamá, Diego, Julio César y Gael- lo miraron sorprendidos.
-Tengo que ir a buscar a Ivi -explicó mientras se levantaba de la mesa.
-Un momento, jovencito -dijo Julio.- Está lloviendo a cántaros y no sabés adónde está ella.
-Se bajó en la parada de Alvear. Le voy a llevar el paraguas para que no se moje.
-¿Y cómo te enteraste? -indagó su hermano J.C.
-Porque me mandó un mensaje.
-Yo no escuché ninguna alarma -lo acosó Jotacé.
-Porque la tenía silenciada. ¡Me voy antes de que se haga sopa!
-¡Esperá! -la voz de Gael lo frenó.- Te llevo con el auto.
-Pero Gael… -intervino Lena.- Se te va a enfriar la comida y lo más probable es que sean suposiciones de Jordi.
-No me cuesta nada. Tengo el auto en la puerta -dijo el joven mientras se levantaba para seguir al muchachito bajo la mirada irónica de los otros hermanos.
-¿Por dónde? -preguntó cuando se instalaron en el coche.
-Derecho hasta Alvear -contestó Jordi con seguridad.
Tres cuadras después distinguieron a la chorreada caminante. Gael le pidió el paraguas y bajó para repararla bajo el artefacto que se obstinaba en permanecer cerrado.
-¡Ivi! -llamó mientras luchaba por abrirlo.
Ella se volvió mientras se pasaba la mano por la cara intentando ocultar los rastros de su debilidad. Ver a Gael lidiando con el paraguas que el viento se empecinaba en invertir, le provocó una carcajada que suspendió los esfuerzos de su amigo para desplegarlo. Con una mueca se acercó a Ivana y la sermoneó:
-¡Qué bonito, eh! Burlarte de una buena acción.
Como ella seguía riendo, la tomó por el brazo y franqueó la puerta del acompañante para empujarla dentro del coche. Cuando se puso al volante, se miraron y se embromaron mutuamente.
-Parecés un pato mojado -afirmó Gael.
-Y vos un ridículo paladín -rebatió Ivi.- ¿Cómo se te ocurrió que vendría en este micro?
-A mí, no. Dale las gracias a Jordi -dijo señalando hacia atrás.
La muchacha se volvió y encontró la sonrisa de su inefable hermanito.
-Sos un sol, Jordi -dijo amorosamente.- Como sea que lo hayas presentido, me ha hecho mucho bien.
-Lo sé. Se animaron tus colores.
Ella cambió una mirada con Gael quien, en silencio, puso el auto en marcha para trasladar a los hermanos a su domicilio. Los despidió en la puerta y volvió a su departamento para mudarse la ropa mojada. Todavía estaba el resto de la familia alrededor de la mesa cuando entraron los hermanos.
-¡Hija! Corré a cambiarte antes de que te pesques una neumonía -exageró mamá.
-¿Y Gael? -preguntó Diego.
-Se fue. Estaba empapado -dijo Ivi sin poder ocultar una sonrisa al recordar la batalla con el paraguas.
-Que buen amigo es el matasano, ¿no? -ironizó Jotacé.
-Mejor que un hermano constructor -replicó Ivana al flamante arquitecto.
Diego se rió ante la rápida respuesta de Ivi. No había peor cosa para Julio César que tildarlo de constructor o ingeniero; tan orgulloso estaba de su título recién adquirido.
Cuando Ivana bajó a cenar, quedaba su madre para acompañarla. Comió frugalmente y subió a su dormitorio. Antes de acostarse decidió llamarlo a Gael. Las reacciones de Jordi la inquietaban y la mirada que había cruzado con su amigo en el auto indicaba que tampoco a él le fueron indiferentes. Necesitaba de su pensamiento lógico para razonarlas. Una voz adormilada contestó el teléfono:
-Hola, nena. ¿Qué se te ofrece?
-Te desperté. Pero necesito que mañana nos encontremos -dijo acelerada.
-Imposible. Viajo a Montevideo a primera hora y estaré ausente tres semanas. Si es tan urgente, veámoslo ahora.
La joven pensó en su trabajo, en el reloj que sonaría a las seis de la mañana, en que la charla sobre Jordi era más para tranquilizarla a ella porque su hermano gozaba de buena salud, y que podría postergarse para más adelante.
-No es urgente. Nos vemos a tu regreso. Chau y buen viaje.
Gael, intrigado por la llamada, controló el arranque de devolverla. Ivana era una mujer impulsiva tanto como para llamar a horarios inusuales como para cortar la comunicación sin esperar respuesta. Como su voz no revelaba un verdadero apremio, reservaría su curiosidad hasta la vuelta. Suspiró y pensó cuán satisfactorio sería asistir al congreso en su compañía. Caminar juntos por la antigua Colonia en las horas libres, hacerle el amor por las noches… Sonrió porque, como decía Diego, era un otario. Pero ya era tiempo de iniciar un acercamiento. Cuando volviera, decidió.

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