Ivana no
remoloneó. Se levantó apenas sonó el despertador. A las seis y media desayunó
en la solitaria cocina y a las siete pisaba la escalinata de Tribunales. Se
sometió al registro policial de rutina y anduvo por las escaleras para entregar
los expedientes en las distintas reparticiones. Cada tanto se cruzaba con un
conocido de tanto transitar los pasillos de la institución judicial. A las ocho
y media entró al despacho de su empleadora quien, sin disimulo, miró la hora en
su reloj pulsera.
-La oficina de
certificaciones empezó a trabajar a las ocho -se sintió obligada a explicar
puesto que estaban a tres cuadras del palacio de justicia.
Alcira Bartolis,
abogada, no hizo ningún comentario con lo cual comenzó la mortificación diaria
de su secretaria. A las nueve le franqueó la puerta a Carlitos, dependiente del
bar de planta baja que traía el café cotidiano. Le dejó un pocillo sobre el
escritorio y le alcanzó el otro a la abogada. Mientras redactaba una intimación
en la computadora, el muchacho se paró a charlar con ella.
-¿Vas a ir a ver
a Roger Waters?
-Yo, no. Pero a
que adivino que ya tenés las entradas.
-¡Sí! Me voy con
Lisandro y Willi. -la miró con melancolía:- ¡Qué lastima que no nos vamos a
encontrar!
Ivana sonrió. Ese
chico elevaba su autoestima. No debía tener más de diecinueve años, pero desde
que entró a trabajar se había transformado en su ferviente admirador. Antes de
que pudiera confortarlo, Alcira abrió la puerta del privado y dijo agriamente:
-¡Para hoy esa
intimación!
Carlitos, de
espaldas a la mujer, hizo una mueca de náusea mientras Ivana se tragaba la
respuesta.
-Hasta mañana,
doctora -saludó el cadete levantando la bandeja apoyada sobre la mesa de Ivi.-
Cuando vuelva te cuento -le susurró a ella.
¡Dios mío, cómo la odio cuando trata de humillarme!
¿Qué satisfacción siente? Si no fuera porque es tan difícil conseguir trabajo a
mi edad… Cuando mamá contaba que a los treinta y cinco años eras descartable… Y
ahora… ¡a los veintiocho! Cuando tenga mi estudio no seré tan mala persona con
mis empleados. Espero que aquí no se me corrompa el carácter como para intentar
vengarme…
Imprimió el
documento y se lo alcanzó a la abogada para que lo leyera y lo firmara. Volvió
a su escritorio para atender el teléfono.
-¡Hola, Ivi!
¿Querés que te pase a buscar? -la querida voz de Jordi le aventó los
pensamientos negativos.
-¡Dale, mi amor!
¿Comemos afuera?
-¡Sí! Yo te
invito porque mamá me adelantó la semana.
-¡Sos un rey…!
-dijo riendo con ganas.- A las doce nos vemos abajo.
-Ya te estoy
esperando. Chau.
Miró el reloj que
marcaba las diez y media y movió la cabeza divertida. Su hermanito era un fuera
de serie.
-Ivana, creo que
fui muy clara cuando la contraté -el tono de Alcira era inequívoco:- No permito
las llamadas sentimentales y parece que usted lo olvidó.
Ella la miró
entre incrédula e irritada. Experimentó un arrebato de ira ante el espionaje de
la mujer.
-¿Cómo dice? -la desafió.
-Que los
arrumacos debe dejarlos para el teléfono de su casa y fuera del horario de
trabajo.
Ivana aquilató
nueve meses de trato desconsiderado, su innata contracción al trabajo que
sumaba horas extras no reconocidas, la mezquina voluntad de su empleadora para
transmitirle conocimientos, un salario que escasamente cubría sus gastos y la
imperdonable intromisión en su vida privada. Concluyó en que no permitiría más
abusos. Se levantó de la silla, observó a la abogada -despojada del temor a una
sanción- y le comunicó su renuncia:
-Tengo el agrado
anunciarle que a partir de este momento me retiro del estudio y de su
insoportable presencia. Siento tanto alivio por haber tomado esta decisión, que
le ahorraré los insultos que se tiene merecidos. ¡Arrivederci, Alcira! Y mi más
sentido pésame a mi sucesora.
El rostro de la
abogada permutó de la palidez al rojo intenso. Miró a la joven que descolgaba
su bolso y su abrigo y expectoró las palabras atragantadas:
-¡No puede irse
sin preaviso! Si depone su irreflexiva determinación, haré caso omiso de sus injurias.
-¡Ja! - profirió
Ivana ante las palabras desubicadas de la mujer.- Para exigir un preaviso
tendría que haberme anotado legalmente, promesa que no cumplió. No creí que se
lo iba a agradecer… -sonrió mientras abría la puerta.
-¡Desgraciada!
¡Me voy a ocupar de que no la tomen en ningún bufete!
-Para su
conocimiento -la muchacha disfrutó su réplica- varios abogados me han propuesto
trabajo en sus estudios.
-Será para
llevarla a la cama -la escarneció Alcira.
-Oferta que usted
no ha recibido ni recibirá -le guiñó un ojo y salió al palier sin volver la
vista atrás.
Esperó el
ascensor conciente de que no cobraría el mes trabajado y que la presunción de
la abogada era correcta. Pero eso no tenía por qué confesárselo. A pesar de su
nueva situación de desempleada se sentía exultante. Si no conseguía otro
trabajo aceptaría en préstamo la oferta de sus padres, se recibiría cuanto
antes y les devolvería el dinero con sus intereses. Este pensamiento la
conformó y marchó al encuentro de su hermano en estado de gracia.
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