Camino a su casa,
Ivana evocó el feriado pasado cinco años atrás en la casa de fin de semana.
Gael, como siempre, estaba incorporado a la constelación familiar. Era el
penúltimo día y todos los hombres se habían ido a pescar.
-¡Estoy harta de
cocinar para este regimiento! -se quejó mamá cuya expectativa al comienzo de
las mini vacaciones descansaba en los presuntos asados que iba a cocinar el
marido.
-Bueno, mami –dijo
ella.- Dejalos que se entretengan con la pesca. Es un deporte que sólo a los
varones les puede gustar. ¿Te imaginás pasar horas sin abrir la boca? Debe ser
tremendamente aburrido.
-Más aburrida es
la rutina casera. ¡Y yo que soñaba con ocuparme al mínimo de la comida!
-Escucho una
velada acusación bajo tu lamento. Así que tomaré la posta y hoy cocino yo.
-¿Qué? -se
atragantó su madre.- ¡Si no sabés freír ni un huevo!
-Pero sé prender
el fuego para hacer un asado. Se lo ví hacer mil veces a papi. En cuanto a vos,
desaparecé. Subite al auto y andá a pasear por el pueblo. Cuando vuelvas estará
todo listo incluida la ensalada y las papas fritas.
Su mamá dudó y
ella insistió:
-Andá, mamá.
Confiá en mí -dijo con suficiencia.
Que todavía
estuviera apantallando las fortuitas brasas, tosiendo por el humo, con la cara
tiznada y las guarniciones sin hacer cuando volvió el cuarteto, era culpa del
carbón mojado. Lo que desató su ira fueron las burlas despiadadas de sus
hermanos mayores que no pararon de reír mientras ella se obstinaba en lograr
una llamita. Su padre, después de rechazada la propuesta de ayuda, se dedicó a
limpiar los pescados. Gael y Jordi se solidarizaron con su esfuerzo y el
primero echó una bolsa de carbón seco sobre las pocas ascuas mientras su
hermanito abanicaba el rescoldo con ímpetu. Seguro que el cuadro que presenció
su mamá cuando estacionó la camioneta era tragicómico: ella que parecía haber
emergido de un bombardeo ignorando las chacotas de Diego y Jotacé; un
compungido Gael que no hacía causa común con los muchachos; su papá atareado en
aderezar los pescados y un Jordi convertido en tornado humano girando alrededor
de las primeras llamas y gritando como un indio. Para resumir, comieron a las
cuatro de la tarde porque ella se empecinó en limpiar la ensalada y en pelar y
freír las papas. Los comensales masticaban en silencio la carne arrebatada
(porque tampoco aceptó ningún consejo de los hombres) salvo los esporádicos
resoplidos de risa de sus hermanos controlados por su padre. Se levantó de la
mesa cuando Julio César arrojó un trozo sobre el plato de Gael gritando que
estaba viva. Corrió hacia el dormitorio que compartía con su madre y, reprimiendo
las lágrimas, se miró en el espejo. Era tan lastimosa su imagen, que no pudo
contener una carcajada. La risa burbujeó en su garganta ante el recuerdo.
-¿Cuál es el
chiste? -preguntó el médico.
-Me estaba
acordando del asado del 9 de julio.
-Te salvé con la
bolsa de carbón, ¿eh? -dijo jactancioso.
-Y después te
habrás reído con los vagos, ¿eh? -lo remedó.
-Nunca. Te veías
tan desamparada ante las burlas que me tuve que contener para no repartir
varios golpes.
-Mmm… -dudó ella.
Gael sonrió
mientras estacionaba. Tenía tan presente la figura de Ivi sofocada por la
impotencia y las bromas, que ciertamente no optó por sacudir a los muchachos
por ser hermanos de la joven. Pero también en ese entonces la hubiera amparado
entre sus brazos y la hubiera consolado con el recurso siempre reprimido de
besarla. Ivana ya estaba abriendo la puerta de su casa seguida por Jordi. Él
bajó del vehículo e instaló la alarma. Los alcanzó en el interior a tiempo de
escuchar el comentario de la chica:
-¡Qué silencio!
Parece que se fueron todos… -Recorrió la casa y declaró al bajar de la planta
alta:- Tendrán que arriesgarse a probar mi comida. Pero no te preocupes -le
aclaró a Gael.- Después del intento fallido aprendí a cocinar. Y hasta el asado
a la parrilla se me da bien.
-No me sorprende
con lo obstinada que sos.
Ivana ya estaba
revisando la heladera. Sacó unas presas de pollo y verduras limpias. Después,
junto a tres papas a pelar, las depositó sobre la mesada.
-Te ayudo
-ofreció su amigo.
Ella le alcanzó
el pela papas y acomodó la carne en una fuente. Gael la observaba mientras
cortaba las verduras y las distribuía sobre el pollo. Alucinó que estaban en su
propia casa, que era su mujer y que compartían la rutina de una comida. Un
escalofrío de sensualidad lo recorrió al pensar en las connotaciones de la
convivencia. Ivi lo apremió:
-¿Es que no sabés
usar ese utensilio? Necesito las papas ahora.
-¡Ya, ya, jefa!
-dijo él saliendo de su embeleso y pelando rápidamente los tubérculos.
La muchacha los
lavó y los cortó en rodajas que acomodó alrededor de la carne y las verduras.
Sazonó todo y lo metió en el horno. Dejó lista la ensalada y acondicionó una
fuentecita con cuadrados de queso, aceitunas y fiambres. En una panera dispuso
pan tostado y tendió ambas al médico:
-Llevalas a la
mesa. Aliviará la espera -indicó.
Jordi había
distribuido la vajilla y esperaba la entrada. Ivana trajo una botella de vino
de la bodega paterna que compartieron entre ella y Gael.
-La picada te
salió excelente -le dijo el hombre con gesto circunspecto.
-¿Te aguantaste
cinco años para esta humorada? -lo fustigó.
Él sonrió y la
contempló con descaro mientras masticaba un trozo de queso. Ella le sostuvo la
mirada hasta que, con una carcajada que ocultó su confusión, se dio por
vencida. ¡Ojala tuviera la habilidad de Jordi para leer el mensaje que se
ocultaba tras las pupilas de su amigo! La alarma del horno fue el mejor
pretexto para dejar de plantearse interrogantes. Volvió con la fuente humeante
que colocó sobre el soporte que su hermano no había olvidado de colocar. Esta
vez la joven se sintió reivindicada. Los varones saborearon y alabaron el plato
caliente hasta ultimarlo.
-¡Ivi! ¿Por qué
no cocinás más a menudo? -preguntó Jordi.
-¡Ja! - lanzó
Gael regocijado.
-Porque la cocina
es territorio de mamá -contestó fulminando al médico con la mirada.
-Falta el postre
-observó el chico con espontaneidad.
-No vamos a
desmerecer este banquete dejándolo trunco -sostuvo Gael.- Hace un día perfecto
para ir a tomar un helado a la costa, ¿no les parece? Yo invito -aclaró al ver
el gesto indeciso de Ivana.
-¡Vamos Ivi…!
-suplicó su hermano.
-Está bien. Ya
sabía que todo es perfectible - murmuró la nombrada.
-¡Eh…! -la atajó
el hombre cercando sus hombros.- Lo tuyo fue perfecto porque con tu dulzura no
hacía falta el postre.
Ella volvió la
cabeza para observarlo y sorprender la burla en su mirada, pero se encontró con
una inquietante seriedad que la hizo apartarse.
-Bueno -dijo.-
Salgamos antes de que se oculte el sol.
Gael los trajo de
regreso a las seis de la tarde cuando todavía no habían regresado sus padres ni
sus hermanos. Jordi se instaló delante de su computadora y ella, después de
limpiar la cocina, se dio un largo baño y se puso el camisón. Intentó analizar
las largas horas compartidas con su amigo y las extrañas sensaciones que
experimentó. Rehuyó la investigación por tacharla de irracional y estaba
dormida cuando llegó el resto de su familia. También el niño durmió. No había
sufrimiento en las mentes de mamá y de papá y, en la de Ivi, algo había
empezado a resplandecer.
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