La renuncia de
Ivi le alivió a Lena la instancia de hablar con su marido. Últimamente estaba
tan recargado de trabajo que hasta su carácter había variado. Lo notaba
distante y cuando intentaba interesarse por sus cosas las respuestas eran
siempre las mismas: “no pasa nada”; “estoy cansado”. Ella procuraba no
plantearle problemas en los pocos días que pasaba en la casa entre viaje y
viaje, y la decisión de su hija se redujo a un comentario que Julio recibió con
complacencia. A pesar de que la actividad de su esposo les proporcionaba un
bienestar económico que les permitía vivir con holgura y que contribuyó a
garantizar el futuro de sus hijos, Lena añoraba la época en que el trabajo no
interfería en el intercambio amoroso con su pareja. Los encuentros sexuales
eran, hace tiempo, tan escasos y siempre requeridos por ella, que poco a poco
encauzó su libido a la atención de la comodidad familiar. Si hacía memoria, su
vínculo se había entibiado a partir del nacimiento de Jordi. Hasta que el niño
no cumplió cuatro años y su salud se consolidó, toda su energía se concentró en
el enfermizo bebé. La suya y la de Ivana, sin cuya colaboración tal vez hoy su
hijo no viviría. Compartieron noches de insomnio, corridas al médico, atención
continua de las prescripciones médicas y acompañamiento permanente del pequeño
que parecía vigorizarse al calor de tanto amor. Recordó la entereza de Ivi
cuando resignó sin reproches la anhelada fiesta de quince. En la época más
comprometida para la sobrevivencia de su hermanito repitió un año en la escuela
secundaria porque prefirió quedarse libre a desatenderlo. Después se tomó un
año sabático antes de ingresar en la facultad de derecho, durante el cual
decidió que ella se haría cargo de su carrera. Todo un personaje su Ivi. Lena
suspiró mientras pensaba en la principal carencia de la muchacha: un compañero
a quien amar. En sus veintiocho años nunca trajo a casa ni siquiera un amorío
transitorio. ¿No podía imitar a sus hermanos varones que ya tenían novias
formales? Bueno, se dijo, por algo se empieza. Es posible que sin el agobio del
trabajo pudiera tomarse un tiempo de esparcimiento y así estar más relajada
para el encuentro que con seguridad la esperaba.
-¡Hola mami! -el
saludo de Ivana la apartó de sus disquisiciones.
-¡Venís temprano!
-dijo con alegría y devolviendo el beso.
-Terminé el
examen y me vine para ayudarte con los preparativos para el cumpleaños.
-Gracias, nena.
Me vendrá bien una mano. ¿Y cómo te fue?
-¿Y cómo me puede
ir teniendo tanto tiempo para estudiar? De diez -afirmó.
-Lo suponía
-sonrió Lena- pero me encanta oírtelo decir. Inclinó la cabeza y la miró con
atención:- Ese corte de pelo te favorece. Parecés más joven que tus hermanos.
-¿Que Jordi
también? -insinuó Ivi burlona.
-No seas
insolente con tu madre -dijo Lena con fingido enojo.- Te estoy elogiando.
-Ya sé, mamita…
-entonó abrazándola.- Pero te aclaro que mi autoestima está mejorando -la soltó
para rematar:- Y ahora dejémonos de alabanzas y decime qué programaste para la
cena.
-Una mesa fría
para que cada uno se sirva lo que guste y carne rellena al horno como plato
principal. De postre, tarta de…
-¡Manzanas!
-terminó Ivi.
-No. De
frutillas. ¿O vos preferís la de manzanas?
-¡Me muero por la
de frutillas! -declaró, guiñándole un ojo a Jordi que las miraba desde la puerta.
-Hola, Ivi -se
acercó para besarla.- Es lindo tenerte en casa temprano.
-Es lindo verte y
saber que pensás en mí -le contestó deliberadamente.
Su hermanito
sonrió y preguntó si lo necesitaban. Ante la negativa de las mujeres informó
que estaría leyendo en su dormitorio. Ellas estuvieron trabajando en el agasajo
hasta las ocho de la noche, momento en que Ivana anunció que se iría a bañar y
cambiar. Después de una larga ducha y en honor al aniversario de su papá eligió
un vestido de coctel color borgoña, prenda inusual en ella que gustaba vestirse
con ropa informal. Completó su atuendo con sandalias de taco alto y se maquilló
levemente antes de abandonar el dormitorio. En el pasillo se cruzó con Julio
César que venía de acicalarse. La saludó con un agudo silbido:
-¡Diosa!
-exclamó.- ¿Por qué no te vestís siempre de mujer?
Ella le hizo un
gesto obsceno que no ofendió a su hermano. La tomó de la cintura y la reprendió
alegremente:
-Así te vas a
quedar para vestir santos, marimacho. Y sos demasiado linda para tan horrible
destino.
-¿Sabés que es la
primera vez que me decís una galantería? Descontando lo de marimacho… -le dijo
divertida.
-Porque desde que
dejaste a esa negrera, el tosco capullo que te contenía dejó salir a una
mariposa de bellos colores.
-¡Jotacé…! ¿Tan
mal se me veía?
-Es tiempo
pasado, hermanita -la besó en la mejilla y le ofreció su brazo:- Vamos a
deslumbrar a los otros hombres.
Bajaron riendo y
chacoteando. Julio, que recién llegaba a la casa, miró asombrado al dúo que se
caracterizaba por pelearse. Ivana se desprendió del brazo de Jotacé y corrió a
abrazar a su padre:
-¡Feliz cumple,
papi! -le deseó mientras le daba un beso.
-¡Gracias, hija!
-la tomó de la mano y le hizo dar un giro:- ¡Estás preciosa esta noche!
Julio César la
miró con suficiencia y resaltó:
-¿No te dije? -Y
después de saludar con un abrazo a Julio, le demandó:- ¿No es hora de que esta
mujercita salga de su cono de soledad?
Ivana respondió
por su papá:
-Ya me parecía
que ibas a ser tan inoportuno como siempre. Yo no intervengo en tu vida privada
y te prohíbo que vos te metas con la mía -dicho lo cual dio media vuelta y
taconeó hacia el comedor.
-¿Se ofendió?
-dijo el hermano desconcertado.
-Ya la conocés a
Ivi. Todo está bien hasta que le hacés la sugerencia incorrecta -predicó el
padre. Palmeó a Jotacé en el brazo y lo animó:- Vamos. Pronto se le pasará.
Ingresaron a la
estancia del agasajo adonde ya estaban las mujeres controlando los detalles y
Jordi inspeccionando la mesa fría. Era un festejo íntimo con la presencia de los
miembros de la familia. Padre e hijos se ubicaron alrededor de la mesa
esperando la llegada de Diego. Ivana y Lena cuchicheaban sobre los presentes
que entregarían cuando estuvieran todos los comensales.
-¡Ya vienen! -La
exclamación de Jordi originó una seña de madre a hija a la que respondió Ivana
saliendo del comedor.
Mientras buscaba
los regalos, Ivi pensó que había algo mal en el anuncio de su hermanito.
Sacudió la cabeza y se apresuró a volver. Diego no había llegado solo y Jordi
había utilizado correctamente el plural: Gael lo acompañaba. Lo vio saludar a
su padre y después fijar la vista en ella. Su amigo la observó con tanta
intensidad que se sintió atrapada en una representación donde sólo cabían ella
y él. La observación de Julio César truncó la inexplicable turbación.
-¡Despabilate,
inglés! Es Ivi, vestida de mujer. Y vos que te comiste que teníamos un hermano
más…
-Hola, Gael -dijo
Ivana ignorando el exabrupto de Jotacé y besando en la mejilla al aturdido
joven.- ¿Cuándo regresaste?
-Esta mañana
-manifestó recuperando la compostura.- Y por cierto que se te ve cambiada.
-¡Uf! Por usar un
vestido. Miren bien porque no tendrán otra oportunidad -amenazó enfadada.
-Es que Ivi
comenzó una nueva vida -intervino Lena.- Ya te vas a enterar. Y ahora, antes de
comer, haremos entrega de los obsequios -le hizo un gracioso ademán a su hija
para que se adelantara.
-Como siempre,
papá, los regalos los compramos nosotras. Los vagos sólo pusieron plata
-puntualizó la chica desafiante.- ¡Feliz cumpleaños! -lo besó y le ofreció los
dos paquetes.
Julio la abrazó y
los aceptó con una risa. Rompió los envoltorios y alabó las prendas que
contenían. Cuando se sentaron a la mesa, Ivana aún se preguntaba por qué, si
estaba enojada con Julio César, había necesitado escarnecer a los dos varones.
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