jueves, 28 de noviembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XIX



—Creo que Leonora se indispuso porque la contradije —comentó Marcos preocupado.
—Es posible, hijo —coincidió Arturo—. Ella está convencida de que hay un complot contra su amiga y descree de la idoneidad de Matías.
—Racionalmente, papá, nada indica una conspiración para privar a Camila de sus derechos. Los antecedentes familiares son determinantes para aceptar que tuvo una crisis como explicó Matías.
—Leo se tranquilizaría si otro médico coincidiera con el diagnóstico —intervino Irma.
—Posibilidad ilusoria siendo su pariente un psiquiatra reconocido —aportó Marcos.
—Como habrán observado —tomó parte Antonio— mi contacto con la vida al aire libre es precario, no así con las actividades nocturnas. Ello me ha valido algunas amistades que podrían ayudar en este caso. El hijo del ministro de salud de la provincia es mi amigo y no me negará su colaboración. Mañana me comunicaré con él y veremos si puede terciar para que Camila sea examinada por otro profesional.
—¡Eso sería excelente, Toni! Si otro psiquiatra concuerda con el dictamen, le bajaría la ansiedad a tu hermana.
—Y a uno que yo me sé —dijo Arturo mirando a su hijo con sorna.
Antonio no pudo evitar una risa divertida. Marcos ignoró el comentario de su padre aunque coincidiera con su apreciación.
—Imaginemos por un momento que la suposición de Leo es verídica —arriesgó Toni— ¿qué motivaría a tan reconocido profesional precipitar al paciente en un cuadro sicótico?
—Algún interés personal —opinó Irma.
—Impedir que la chica se haga cargo de la herencia. Es muy claro —afirmó Arturo.
—Lo que no me cierra es que corra semejante riesgo cuando sus ingresos superan el rendimiento que podrían tener los campos —refutó Marcos—. No obstante, para no descartar la intuición de Leonora, propongo abocarnos a obtener algún tipo de información —se dirigió puntualmente a Irma y Arturo.
—¡Contá conmigo, Quito! —se pronunció la mujer.
—Yo me voy a dar una vuelta por el boliche —decidió el padre—. A esta hora estarán entonados y será fácil tirarles de la lengua.
—Llevate la camioneta —indicó Marcos—. Después nos pasás a buscar.
—De acuerdo —Arturo se levantó y salió a cumplir su cometido.
El bodegón estaba a unas diez cuadras atravesando la ruta. Estacionó el vehículo a la entrada e ingresó al local. El primero en verlo fue Saverio, el dueño de la taberna, acomodado tras el pringoso mostrador.
—¡Don Arturo! ¿A qué debo el placer de su visita?
—Extrañaba tu impoluto salón —contestó con una carcajada que su par imitó.
—¿Qué va a tomar?
—Una ginebra, y mandale una ronda de mi parte a los amigos que hace tanto no veo —saludó con un gesto a los hombres que ocupaban una mesa y que le devolvieron el ademán. Si Saverio fallaba como informante, alguno de los parroquianos podría tener algún dato esclarecedor. 
El dueño del local entregó el pedido en la mesa y, al volver, abrió el camino a la confidencia: —¿así que la Camila se desgració como su madre?
—Parece. Pero Matías la tiene bien cuidada. No cualquiera se preocuparía de un pariente que nunca los vino a visitar. ¿No creés…? —dejó la pregunta en suspenso.
El hombre agachó la cabeza en actitud de meditar. Arturo no lo apuró. Los lugareños tenían sus tiempos y él los conocía. Al cabo, como conspirando, habló en voz baja.
—Don Nicanor fue poco cuidadoso con su testamento. Doña Teresa lo leyó antes de que se lo llevara a López y le dio un soponcio. ¡Imagínese! ¡Fuera de la casa donde nació! —lo miró esperando que compartiera su arrebato.
—A ver, Saverio —dijo con parsimonia—, ¿qué decía el testamento para sacar a Teresa de la casa?
—Que todo iba a parar a la Camila. Los campos y la casa.
—¿Y vos cómo te enteraste?
—Por la Mercedes que estaba de limpieza cuando doña Teresa apareció descompuesta en el comedor. Lo llamó a don Nicanor y él, al doctor. Cuando la señora se recuperó, la Merce estaba lustrando el pasillo. Doña Teresa le contó al doctor que su hermano le había dejado a Camila toda su fortuna, incluida la casa. La Merce no pudo escuchar más porque el doctor cerró la puerta del dormitorio. Entonces ella siguió con la oficina de don Nicanor. Él salió con un sobre grande, subió a la rural y se fue sin preguntar siquiera por su hermana.
Un compartido silencio se instaló entre los hombres. Arturo iba sintetizando la información. Era Teresa la que leyó el testamento y se lo comunicó a Matías… Sin duda ser arrojada de la casa fue lo que más la impactó, porque esa figuración postergó la revelación de la verdadera noticia: la filiación de Camila. Se lo debe haber dicho después de cerrar la puerta, caso contrario sería vox populi en el pueblo. Ahora falta relacionar este descubrimiento a la repentina descompensación de la heredera.
—Con lo que gana Matías como médico, podría comprarle la casa a Camila —opinó a la postre—. En cuanto a la tierra, no creo que le interese explotarla.
Saverio volvió a bajar la cabeza. Arturo esperó.
—Por ahí andan diciendo que al doctor le gusta jugar. No hay semana que no vaya al casino de Victoria —dijo el cantinero—. Pero a lo mejor son habladurías de los peones, porque a ninguno le da la paga para entrar a ese lugar. Oyen los comentarios de los patrones y se los pasan entre ellos. Y ya sabe… de una migaja hacen un pan.
—Aunque también dicen que cuando el río suena, agua trae —incitó Arturo.
Saverio señaló: —Usted conoce a don Hernández. Su capataz fue el que desparramó el cuento… —dicho lo cual, calló.
Silva padre hizo un gesto de asentimiento, bebió su ginebra y poco después se despidió del tabernero y de los hombres que prolongaban la tertulia. Hora de pasar a buscar a los muchachos, se dijo. Mañana iría a la hacienda de Hernández. Tal vez el rompecabezas se completara.
∞ ∞
Irma se ocupó de la cocina sin permitir que Marcos ni Toni ayudaran. Les pidió que se acomodaran el la sala mientras ella concluía la limpieza. Después sirvió café y unas masitas que compartió con ellos.
—Nana —pidió Marcos—, asomate para ver si Leo necesita algo.
La mujer asintió y, mientras caminaba hacia los dormitorios, se congratuló por el interés que su Quito exteriorizaba hacia la muchacha. Ella le había caído bien y estaba segura de que sería la pareja ideal para su ahijado. Abrió la puerta de la habitación con sigilo para no interrumpirle el descanso y esperó a que sus ojos, enfocados en la cama, se adaptaran a la penumbra. Primero pensó que a su vista gastada le costaba reconocer el relieve de la figura que suponía acostada; después, agitada, encendió la lámpara que colgaba del techo para descubrir la cama perfectamente tendida como estaba por la mañana. Caminó por el pequeño cuarto alrededor del lecho y entró al baño con agitación, temiendo encontrarla descompuesta. Regresó aturdida al comedor y se paró delante de Marcos buscando la manera de comunicarle la desaparición de la joven. Él se incorporó de un salto al ver su rostro demudado.
—¿Qué pasa, Nana?
—Leo no está —dijo con voz estrangulada.

lunes, 25 de noviembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XVIII



Los comensales se anunciaron al tiempo que Leo sostenía la asadera caliente controlando la cocción. Sopló para apartar un mechón rebelde que le entorpecía la visión, cuando una mano viril se lo acomodó detrás de la oreja.
—Estarías encantadora con una gorra de chef —afirmó el responsable de la gentileza.
—Sí —rió estremecida— y especialmente, higiénica —enfocó la fuente que estaba sobre la mesa y la señaló con un movimiento de cabeza—: ¿me la alcanzarías? —pidió.
Marcos se apresuró a colocarla sobre la mesada y no apartó los ojos de la joven mientras llenaba el recipiente con destreza. Cayó en la cuenta de que ambicionaba verla moverse por su casa tanto como la deseaba. Desde que la conoció, los lugares cotidianos y los sueños ancestrales cobraron un diáfano significado: quería construir con ella esa unidad malograda para sus padres por el aciago destino de su idilio. Al imperio de su aparición admitió el subterráneo temor a la temprana pérdida de la persona amada y descubrió, también, que estaba dispuesto a afrontar el desafío ante la oportunidad de un destino común. La fuerza de esta convicción le permitió comprender la fidelidad de su padre ante la compañera escogida; elección inexplicable para un hombre que debió hacer frente a la soledad en la plenitud de su vida.
Leonora terminó de acondicionar el plato principal y levantó la mirada hacia Marcos. La expresión de su rostro la conmocionó. Indagó en las pupilas del hombre y quedó atrapada en su brillo febril. Él recorrió el exiguo trecho que lo separaba de la mujer encadenada a sus ojos y se inclinó lentamente sobre la boca entreabierta que anhelaba besar. Las voces del resto de los ocupantes de la casa, acercándose a la cocina, los separaron antes de concretar la caricia. Ninguno evidenció darse cuenta del brusco alejamiento de los jóvenes, ni del rubor que teñía las mejillas de Leo, o del gesto contrariado de Marcos.
—¡Irma no nos mintió! —expresó Arturo—. Comida gourmet de manos de una exquisita cocinera —la abrazó y puso un beso sobre su frente.
—Irma es muy benévola —rió apoyada sobre el pecho masculino que ocultó su sonrojo. Se volvió hacia su hermano que la observaba con una sonrisa complacida—: ¡Estás rojo como un camarón! —apreció alarmada.
—El viento rural, chiquita. Ya me curtiré —dijo con despreocupación.
—Te voy a dar el filtro solar que llevaba para mis vacaciones. Al menos, evitará daños mayores —garantizó.
—Bueno, linda —aceptó Toni enlazándola por los hombros—. Me lo pondré para retribuir tu interés y para no desertar del trabajo.
—Si están listos, ya podemos sentarnos —ofreció Leonora tratando de que no trascendiera su urgencia.
Se ubicaron alrededor de la mesa y ella ofició de anfitriona. Mientras degustaban la entrada, Arturo le relató la charla con el escribano.
—¡Entonces mis sospechas estaban fundamentadas! —exclamó la joven.
—Tranquila, Leo —intervino Marcos—. Así Camila haya heredado todos los bienes de Nicanor, eso no es motivo para que Matías quiera perjudicarla. Aunque esté internada, él no puede apropiarse de su legado.
—¡Si Cami no se repone podrá ejercer una curatela como su pariente más cercano! —prorrumpió alterada—. ¡Y dispondrá a voluntad de su fortuna!
—Matías tiene la propia conseguida por su actividad profesional y estimo que no estropeará su reputación por apropiarse de los bienes de su prima —insistió Marcos esperando calmar la desconfianza de la chica.
Leonora se llamó a silencio al entender que su polémica con el hombre era infructuosa. Estamos en polos opuestos. Vos no querés aceptar la maniobra delictiva de este personaje al que no estimás pero que forma parte de tu entorno. Por más que a mí me sea antipático, todos los indicios apuntan a que atentó contra el equilibrio mental de Camila. Y si lo hizo es porque tiene interés en que no maneje su herencia. Cuando ella esté a salvo, será el momento de indagar el motivo. Miró el reloj de la cocina y se inquietó: eran casi las diez de la noche. Sirvió el plato principal acompañado por la ensalada y, al dar las diez y media, una observación de su hermano le permitió excusarse para abandonar la mesa.
—¿Qué te pasa, Leoncita? Te quedaste muy callada.
—Es que no me siento bien… —manifestó con una mueca dolorida.
—¿Fue por lo que hablamos? —irrumpió Marcos asumiendo la responsabilidad de haberla contrariado.
—No. Me duele el estómago y creo que me hará bien recostarme. ¿Me disculpan? —pidió con un mohín de justificación.
—Irma, acompañala —pidió su enamorado.
—¡De ninguna manera! —negó Leo—. Puedo llegar sola y cuando me acueste se me pasará —se dirigió a la mujer que la miraba preocupada—: más tarde te ayudo con la cocina —hizo un gesto de saludo en general y caminó hacia el dormitorio.
No bien ingresó al cuarto cambió su indumentaria y calzó zapatillas. Vació una mochila y la rellenó con un jean, una remera y un par de zapatos bajos. Iba a sacar a Camila de ese lugar y no quería perder tiempo buscando su ropa. Levantó la ventana cuidando de no hacer ruido y saltó al exterior. Se asomó a la habitación esperando que nadie la hubiese seguido y caminó en silencio hasta la esquina. El resto del camino lo corrió recordando la indicación de Cleto: a las once en punto. Cinco minutos antes, detuvo la carrera enfrente de la clínica para recuperar el aliento.

domingo, 17 de noviembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XVII



Leonora le hizo una seña a Mario para que se acercara a la mesa.
—Mario —le anunció—, te quiero relevar como intermediario entre Cleto y yo así no te verás expuesto a ninguna presión de Marcos. Dame el número de teléfono para que lo agregue.
El muchacho observó dubitativo las firmes pupilas de Leo y no se animó a disentir.
—Indicame adónde puedo hacer una compra de víveres —pidió después de anotarlo.
—Hay un mercado en la intersección de esta esquina y dos cuadras paralelas a la ruta —señaló.
La chica se levantó, pagó el cargador y el café, y se despidió. Recién intentó comunicarse con Cleto cuando se instaló en el auto.
—Hola… —susurraron del otro lado.
—Anacleto, soy Leo, la amiga de Camila.
—¿Quién le dio mi teléfono? —sonó alarmado.
—Mario —dijo con determinación—. Para que nos comuniquemos directamente —dando por sentado la anuencia del enfermero, preguntó—: ¿Camila ha tenido alguna reacción positiva?
—Le estoy retirando la medicación en forma gradual para evitar un rebote. Esta noche le pasaré el informe. Mientras tanto no me llame si no es una urgencia porque estoy muy controlado.
—De acuerdo, Cleto. Esperaré tu llamado. Hasta la noche.
En el mercado compró carne, verduras y frutas porque deseaba retribuir a su anfitriona las atenciones que le dispensaba. Atendiendo a la cena con invitados, eligió dos botellas de buen vino y una torta helada. Irma estaba en la puerta charlando con un vecino cuando estacionó el auto. Entre los dos la ayudaron a bajar las bolsas.
—Hoy cocino yo —le anunció al acomodar las compras sobre la mesada.
La mujer aceptó la iniciativa de Leonora con una sonrisa y sin protestar.
—Mi especialidad es carne al horno con guarniciones y, para variar, acompañada con ensalada Waldorf —completó Leo.
—Nos vas a hacer adictos a tus ensaladas originales —enfatizó Irma—, aunque ahora vas a tener que conformarte con mi sencillo almuerzo.
—¡Qué son los mejores que he comido! —rió la joven abrazándola.
—Me parece que te estás poniendo mentirosa como Quito…
—Me ofendés, Irma. ¿Acaso tengo cara de embustera? —le preguntó con falso enojo.
Su anfitriona sacudió la cabeza divertida y después de varios menesteres se dedicó a preparar el refrigerio que ambas consumieron en medio de una charla cariñosa. Pasado el mediodía Irma le propuso tomar un descanso que Leo no consiguió disfrutar, pendiente de las alternativas que sugería su desbocada imaginación. Estuvo tentada de comunicarse con Cleto más de una vez y se abstuvo recordando su pedido. La ansiedad me mata. Tengo que hablar con alguien, de cualquier cosa, o me subiré al auto y hasta la clínica no paro. ¿Marcos…? ¡Sí! ¡Cómo quisiera apoyarme en vos! No. No debo involucrarte. Al final de toda esta historia te quedarás en Vado Seco y yo volveré a la ciudad. ¿Le irá bien a Toni? Si califica para el trabajo se tendrá que instalar aquí. Y yo seguramente vendré a visitarlo… Y te veré… Y…
El agudo timbre del celular la sobresaltó. Lo miró ante de atender. ¡Era Cleto!
—¡Hola! —respondió con agitación.
—Esta noche. El doctor vuelve antes de lo esperado —susurró el enfermero del otro lado.
—¿Cómo hacemos? —dijo Leo, sofocando otras preguntas que podrían perturbar al muchacho.
—La espero en la puerta a las once. El guardia estará haciendo una ronda. A las once en punto —reiteró y cortó la comunicación.
¿A las once de la noche? ¿Y cómo puedo esfumarme delante de los presentes? Fingiré una descompostura y me retiraré al dormitorio. Si alguien intenta comprobar como estoy ya me habré ido…
Los fantasmas de su mente la acosaron hasta las cinco de la tarde, momento en que Irma se levantó. Abrió su teléfono con gesto decidido: —¿Toni?
—¡Leoncita! Es un gusto escucharte tan seguido, hermana.
—¿A qué hora vendrán a comer? —se atropelló.
—No sé. Te paso con el jefe —resolvió Antonio, desconcertado.
—No quería molestarte… —murmuró cuando escuchó la voz de Marcos.
—¿Qué decís? Si sos un regalo inesperado —la cortejó.
—Quería saber si pueden venir a cenar a las nueve.
—Si es porque me extrañás, estaremos a las nueve en punto —aseguró en tono risueño.
—Es por la comida que voy a preparar —se disculpó, molesta por la trivial excusa.
—Ah… Por un momento aluciné en que me echabas de menos —jugueteó.
Leonora no estaba de ánimo para alentarlo.
—¿A las nueve en punto? —insistió remedando a Cleto.
—A sus órdenes, señora —esta vez se expresó con seriedad.
—Chau, entonces —se despidió y cortó la comunicación.
Se afanó en la cocina y a las ocho ponía la carne con sus aderezos al horno. La dejó bajo la supervisión de Irma y se fue a bañar y alistar para la cena.

viernes, 8 de noviembre de 2013

VIAJE INESPERADO - XVI



El gesto compungido de Mario cuando la vio entrar lo decía todo. Antes de que pudiera saludarlo, el muchacho tartamudeó: —¡Leo! Lo… lo siento. No fue mi intención… pero…

—Tranquilo, Mario —lo calmó—. No pasó nada. Vengo a buscar un cargador para mi celu. ¿Tenés alguno que sirva? —dijo exhibiendo el aparato.

—Sí. Hay uno universal —sacó una caja de la estantería, la abrió y conectó el teléfono—. Mientras se carga, te alcanzo un café ¿querés? —ofreció obsequioso.

—Sí. Gracias —aceptó y se dirigió a una mesa.

El joven le acercó la infusión y enchufó el celular en una toma cercana, de tal modo que media hora después se comunicaba con su hermano.

—¡Hola, Leona! —la saludó con el apelativo que usaba para hostigarla pero que esta vez sonó cariñoso—. ¿No era que tenías el aparato fuera de combate?

—Lo estoy cargando. ¿Adónde estás?

—Intentando ponerme al tanto de mi nuevo trabajo. No quiero dejarte mal, hermanita —acotó.

—Hacelo por vos. Estoy segura de que no vas a desaprovechar esta oportunidad —argumentó convencida, y con acento cómplice—: ¿te resulta muy complicada la tarea?

—Tengo los mejores maestros. Ya te contaré esta noche. ¿Vos, cómo estás?

—Bien. ¿Nos vamos a ver esta noche?

—Así parece. Te paso con Marcos para acordar. Chau, Leo.

—Chau… —murmuró.

—Buen día, Leonora —la voz grave del hombre la turbó.

—Hola, Marcos —se repuso y preguntó con inflexión risueña—: ¿Qué posibilidades tiene el alumno?

—Me sorprende. Creo que avanzará muy rápido a juzgar por su entusiasmo. Avisale a Irma que cenaremos en su casa, así podrás charlar con tu hermano —y en tono más intimista—: ¿Cómo pasaste la noche?

—Como pude —contestó evasiva.

—Leo… —pronunció como una caricia—, ¿acaso no confiás en que pueda ayudarte?

—No es eso. Es… que no soporto la incertidumbre. ¡Pero no me hagas caso! —se apresuró a tranquilizarlo—. Ya me estoy reponiendo.

—Quisiera verlo —deslizó él con recelo; y, como si presintiera que no estaba en casa de su nana—: Hablaremos más tarde. ¿Me das con Irma?

—Estoy en la estación de servicio —dijo al fin.

—¿Tan temprano?

—Vine a comprar un cargador para el celular —decidió que no quería contestar más preguntas—. Corto porque se está agotando la batería. Nos vemos —se despidió y cerró el aparato sin escuchar la respuesta.

Marcos le estiró el teléfono a Toni con expresión pensativa.

—¿Pasa algo? —preguntó el muchacho.

—No sé… —sacudió la cabeza— tal vez son aprensiones mías—. Espoleó su caballo y manifestó—: Sigamos.

Antonio se emparejó con él y continuaron controlando la integridad de los alambrados.

∞ ∞

Arturo había acordado reunirse con el escribano López a las nueve de la mañana. Lo esperó en la confitería que estaba enfrente del despacho. Esa mañana había arribado a la estancia el hermano de la muchacha que su hijo pretendía; él esperaba que la buena predisposición de Antonio cubriera las expectativas de Marcos. A ambos los beneficiaría tener una persona competente y de confianza. La aparición de López interrumpió su cavilación.

—¡Buen día, Arturo! —saludó el profesional ofreciéndole la diestra.

—¡Buen día, Andrés! —se incorporó tendiendo la suya.

Después de estrecharse las manos, quedaron ubicados uno frente a otro.

—¿Qué vas a tomar? —le preguntó al escribano.

—Un café grande y tres medialunas. Todavía no desayuné —explicó.

Arturo hizo una seña a la camarera y ordenó el pedido. Esperó a que lo acercara antes de hablar con López. Se conocían desde niños y se respetaban mutuamente. Si Andrés conocía el contenido del testamento, se lo revelaría.

—Comé tranquilo mientras te pongo al tanto de los motivos de este encuentro —le dijo.

El hombre asintió con un gesto y escuchó, mientras daba cuenta del refrigerio, la historia de las amigas desencontradas por el repentino cuadro sicótico de Camila, convocada a la lectura del testamento de Ávila. Como pensamiento propio, expuso la conjetura de que esta descompensación estuviera provocada por el tenor del legado.

López había terminado la ingesta antes de que Arturo finalizara el relato. Se inclinó sobre la mesa para acercarse a Silva y expresó en voz baja: —Imposible. Nadie más que yo conoce las cláusulas del testamento. Y te aseguro que son del todo favorables para Camila Ávila.

—Su amiga la invocó con ese apellido, seguramente para centrar la atención en Camila, pero ambos sabemos que su padre era Ramos.

—Craso error, amigo —cuchicheó Andrés con una mueca de suficiencia—. Camila es Ávila de padre y madre. Nicanor la reconoce en su testamento y la declara heredera de todos los bienes. También dejó una carta lacrada que solo a ella está destinada.

—¿Alicia y Nicanor…? ¡Le doblaba la edad! —le sorprendió su tono de censura.

—Fue una pasión reprobable desde todo punto de vista, pero inevitable. A pesar de su carácter introvertido, Nicanor y yo teníamos una relación amistosa. Fui su confidente cuando Alicia quedó embarazada y más tarde lo asesoré cuando dispuso de sus bienes —hizo una pausa y afirmó—: Se querían, Arturo, pero Nicanor sabía que Alicia no resistiría el escándalo social ni la condenación de su madre.

—¿De modo que sentenció a esa pobre chica a casarse con otro?

—Fue una alternativa acordada. Por ese entonces Pablo Ramos había instalado su empresa de bienes raíces en el centro y cortejaba a Alicia. Él deseaba conectarse con las familias destacadas del pueblo y ella, calculo, lo usaba como pantalla para ocultar el vínculo prohibido. La boda se decidió de súbito, y aunque Dora sospechara de la posible preñez de su hija, resolvió disimularlo porque el responsable cumpliría con su obligación. Camila nació antes de los ocho meses y como fue un bebé muy pequeño que pasó varios días en la incubadora, no generó ninguna murmuración.

—No tuve mucho trato con Nicanor —reconoció Arturo—, pero no comprendo como pudo desentenderse de su hija y de la mujer que decía amar.

—Era un tipo muy especial y le costaba expresar lo que sentía —coincidió Andrés—. Además, por pertenecer a una generación de acendrados conceptos morales, vivió con culpa la relación con su sobrina. Tal vez ese sentimiento lo alejó de su hija y acentuó el trastorno psicótico de Alicia.

—Caro lo pagó, por cierto —discurrió Arturo—. Separado de su mujer y excluido de la crianza de Camila. Debió ser una experiencia muy dolorosa.

—Tanto que lo fue marchitando por dentro acentuado por la temprana desaparición de Alicia en un accidente que, se rumoreó, provocó ella. Dora murió dos años después y Teresa se hizo cargo de la niña. Consagrada como estaba a Matías, poco tiempo le dedicó a la pequeña. Una de las mujeres que más tiempo pasó con ella fue la madre de Anacleto.

—Hubiera sido la oportunidad para que Nicanor forjara un lazo con la niña —estimó Arturo.

—No sé —dudó López—. Para él la destrucción de su pareja estaba relacionada con la concepción de Camila.

—¡Qué pedazo de miserable! ¿No se le ocurrió usar un forro antes de repudiar a su hija? —dijo Arturo indignado.

Andrés hizo un gesto con las manos como disculpándolo: —Ése era Nicanor. Trató de compensar con la carta y el testamento.

—¿Quién más conocía el legado?

—Yo y los testigos, que son mi mujer y mi hijo. Es un testamento ológrafo que está guardado en mi caja fuerte ensobrado y lacrado —lo miró con prevención—: ¿No dudarás de la discreción de mi familia?

—Jamás se me hubiera ocurrido. Pero si Leo tiene razón, alguien más lo leyó —consideró Arturo.