Leonora le hizo una seña a Mario para que se acercara a la mesa.
—Mario —le anunció—, te quiero relevar como intermediario entre Cleto y
yo así no te verás expuesto a ninguna presión de Marcos. Dame el número de
teléfono para que lo agregue.
El muchacho observó dubitativo las firmes pupilas de Leo y no se animó a
disentir.
—Indicame adónde puedo hacer una compra de víveres —pidió después de
anotarlo.
—Hay un mercado en la intersección de esta esquina y dos cuadras
paralelas a la ruta —señaló.
La chica se levantó, pagó el cargador y el café, y se despidió. Recién
intentó comunicarse con Cleto cuando se instaló en el auto.
—Hola… —susurraron del otro lado.
—Anacleto, soy Leo, la amiga de Camila.
—¿Quién le dio mi teléfono? —sonó alarmado.
—Mario —dijo con determinación—. Para que nos comuniquemos directamente —dando por sentado la anuencia del enfermero, preguntó—: ¿Camila ha tenido
alguna reacción positiva?
—Le estoy retirando la medicación en forma gradual para evitar un rebote.
Esta noche le pasaré el informe. Mientras tanto no me llame si no es una
urgencia porque estoy muy controlado.
—De acuerdo, Cleto. Esperaré tu llamado. Hasta la noche.
En el mercado compró carne, verduras y frutas porque deseaba retribuir a
su anfitriona las atenciones que le dispensaba. Atendiendo a la cena con
invitados, eligió dos botellas de buen vino y una torta helada. Irma estaba en
la puerta charlando con un vecino cuando estacionó el auto. Entre los dos la
ayudaron a bajar las bolsas.
—Hoy cocino yo —le anunció al acomodar las compras sobre la mesada.
La mujer aceptó la iniciativa de Leonora con una sonrisa y sin protestar.
—Mi especialidad es carne al horno con guarniciones y, para variar,
acompañada con ensalada Waldorf —completó Leo.
—Nos vas a hacer adictos a tus ensaladas originales —enfatizó Irma—,
aunque ahora vas a tener que conformarte con mi sencillo almuerzo.
—¡Qué son los mejores que he comido! —rió la joven abrazándola.
—Me parece que te estás poniendo mentirosa como Quito…
—Me ofendés, Irma. ¿Acaso tengo cara de embustera? —le preguntó con falso
enojo.
Su anfitriona sacudió la cabeza divertida y después de varios menesteres
se dedicó a preparar el refrigerio que ambas consumieron en medio de una charla
cariñosa. Pasado el mediodía Irma le propuso tomar un descanso que Leo no
consiguió disfrutar, pendiente de las alternativas que sugería su desbocada
imaginación. Estuvo tentada de comunicarse con Cleto más de una vez y se
abstuvo recordando su pedido. La ansiedad
me mata. Tengo que hablar con alguien, de cualquier cosa, o me subiré al auto y
hasta la clínica no paro. ¿Marcos…? ¡Sí! ¡Cómo quisiera apoyarme en vos! No. No
debo involucrarte. Al final de toda esta historia te quedarás en Vado Seco y yo
volveré a la ciudad. ¿Le irá bien a Toni? Si califica para el trabajo se tendrá
que instalar aquí. Y yo seguramente vendré a visitarlo… Y te veré… Y…
El agudo timbre del celular la sobresaltó. Lo miró ante de atender. ¡Era
Cleto!
—¡Hola! —respondió con agitación.
—Esta noche. El doctor vuelve antes de lo esperado —susurró el enfermero
del otro lado.
—¿Cómo hacemos? —dijo Leo, sofocando otras preguntas que podrían
perturbar al muchacho.
—La espero en la puerta a las once. El guardia estará haciendo una ronda.
A las once en punto —reiteró y cortó la comunicación.
¿A las once de la noche? ¿Y
cómo puedo esfumarme delante de los presentes? Fingiré una descompostura y me
retiraré al dormitorio. Si alguien intenta comprobar como estoy ya me habré
ido…
Los fantasmas de su mente la acosaron hasta las cinco de la tarde,
momento en que Irma se levantó. Abrió su teléfono con gesto decidido: —¿Toni?
—¡Leoncita! Es un gusto escucharte tan seguido, hermana.
—¿A qué hora vendrán a comer? —se atropelló.
—No sé. Te paso con el jefe —resolvió Antonio, desconcertado.
—No quería molestarte… —murmuró cuando escuchó la voz de Marcos.
—¿Qué decís? Si sos un regalo inesperado —la cortejó.
—Quería saber si pueden venir a cenar a las nueve.
—Si es porque me extrañás, estaremos a las nueve en punto —aseguró en
tono risueño.
—Es por la comida que voy a preparar —se disculpó, molesta por la trivial
excusa.
—Ah… Por un momento aluciné en que me echabas de menos —jugueteó.
Leonora no estaba de ánimo para alentarlo.
—¿A las nueve en punto? —insistió remedando a Cleto.
—A sus órdenes, señora —esta vez se expresó con seriedad.
—Chau, entonces —se despidió y cortó la comunicación.
Se afanó en la cocina y a las ocho ponía la carne con sus aderezos al
horno. La dejó bajo la supervisión de Irma y se fue a bañar y alistar para la
cena.
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