martes, 25 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - VI



Me levanté a las ocho porque ese día entraba una hora más tarde. Dejé que India siguiera descansando y salí después de desayunar. A las nueve menos cinco marqué la tarjeta y ocupé mi puesto en la sección dedicada a la atención de clientes de habla inglesa. Mi entrenamiento con la familia de Sami y los cursos posteriores en el Instituto de Lenguas me habían permitido acceder a una posición mejor remunerada que la de telefonista común. Noté un cierto revuelo en el ambiente.
—¡Así que te lo tenías bien escondidito…! —fue el saludo con que me recibió Ivette, la intérprete de francés.
La miré con cara de no entender nada.
—¡A Guillermo Moore! —me espetó como si yo fuera sorda.
—¿Está aquí? —me sorprendí.
—Como si no lo supieras. Preguntó por vos pero fue inmediatamente secuestrado por el segundo de a bordo.
El tal segundo de a bordo era Juanma, el hijo de Bermúdez, responsable del área de cómputos de la empresa. Ese detalle no lo había tenido en cuenta. ¡Él sí conocería a Guille! No quise seguir la charla y me coloqué los auriculares. Estuve atendiendo llamadas hasta que Juanma y el gurka secundados por Lorena, una compañera que dominaba varios idiomas, se plantaron frente a mí.
—¡Martina! —me comunicó el hijo de Bermúdez— Lorena tomará tu lugar. Vení con nosotros, por favor.
Me levanté para recibir el saludo de Guille: —Hola, Marti —dijo y me endosó un beso en la mejilla —, no pasé a buscarte porque debía dejar instrucciones a mi equipo —como si yo lo hubiese cuestionado.
No le contesté. Me limité a mirar a Juanma que nos observaba con una sonrisa atontada.
—Vayamos hasta el despacho de mi papá —reaccionó ante mi escrutinio—. Vas a tener una grata noticia.
Le hurté los ojos a Guillermo por no ver algún destello de triunfo en sus pupilas y caminé junto a ellos hasta el estudio de mi jefe. El segundo de a bordo me abrió la puerta con deferencia y me hizo un ademán galante para que entrara. ¿Es tanta la influencia del gurka?, me pregunté. Por el rostro sonriente de mi superior tuve que reconocer su ascendiente.
—¡Ah, Martina, Martina…! —me regañó con benevolencia— ¿Cómo pensó que no le íbamos a conceder unos días de licencia para acompañar a la familia de su novio?
Lo miré con estupor y luego me volví hacia Guille. Él no me permitió contestar: —Es que me hablaste tanto de la generosidad de Juanpa que no dudé en plantearle nuestro pequeño dilema —me confió mientras cercaba mis hombros con su brazo y sus dedos sacudían con disimulo la manga de mi blusa para que sostuviera la farsa.
Creo que mi sonrisa era tan tonta como la de Juanma y Juanpa. ¡Llamar a Juan Pablo Bermúdez por su nombre de pila abreviado…! Era una irreverencia para cualquier simple mortal. Léase: empleado. Pero el gurka parecía estar exento de esa servidumbre a juzgar por la expresión complacida de mi jefe. Me removí inquieta, sin saber qué decir, con el rostro acalambrado por la mueca estereotipada.
—Debemos irnos ya —declaró Guille al dúo—. Marti tiene que preparar la valija y yo despedir a mi tropa —le estiró la diestra a Bermúdez que se la estrechó calurosamente. Después se dirigió a Juanma: —Nos vemos en marzo, ¿eh?
El muchacho se aturrulló y casi me derriba cuando se precipitó a darle un abrazo, accidente que el gurka evitó sosteniéndome de la cintura con un brazo y respondiendo con el otro al efusivo saludo de Juanma. Cuando estuvimos en la calle compuse mi cara.
—¡Por Dios! ¿Tenés un Hércules para llevar a todos tus simpatizantes a Boston? —dije malhumorada.
Él se echó a reír: —Hasta ahora solo invité a Noel y a Juanma. Cuando se quejó de no haber conseguido entrada para la conferencia usé este recurso que siempre da resultado. Si el padre se hubiera negado a mi pedido el hijo lo hubiese asesinado.
—Tus seguidores son una secta —le solté.
—Así es, milady, y me aprovecho de ello para conseguir lo que deseo —reconoció con desparpajo—. Te dejo en tu casa para que vayas preparando el equipaje. Saldremos mañana a las seis si no te importa madrugar.
Estaba tan seguro de sí mismo que no pude evitar desafiarlo: —Todavía no acepté la invitación —le aclaré.
Se detuvo y me calibró con la mirada: —Lo hiciste anoche, ¿te olvidás? —me recordó con tranquilidad.
—¡Me tomaste desprevenida! —lo culpé—. Además estaba segura de que Bermúdez se iba a negar —dije enfurruñada.
—No creí que ibas a incumplir una promesa —expresó con aire pesaroso—. Sami se sentirá defraudada.
—¿Ya le avisaste?
—Como estaba seguro de que te autorizarían la salida la llamé anoche y mañana nos esperaba para el almuerzo —tenía el mismo gesto contrito que exhibía cuando le reprochaba su vandalismo infantil.
—Está mal que me manipules por el lado de la culpa… —murmuré.
—Marti… —argumentó tomándome de los hombros—, no te vas a arrepentir. Es cierto que Samanta tiene muchos deseos de reencontrarse con vos. Y también que yo aspiro a compartir unos días en tu compañía.
Sus palabras y su acento estaban muy lejos del arrogante empresario que confiaba en sus prerrogativas. Es posible que su tono emotivo me reblandeciera, por lo que me encontré diciendo: —Está bien, todo sea por no decepcionar a Sami.
No cometió el error de mostrarse triunfante. Asintió con formalidad y me propuso: —después de que se vayan mis colaboradores, te paso a buscar para cenar.
¡Lo que faltaba! Que dispusiera de mi tiempo y mis elecciones.
—Te espero mañana a las seis. Por si te olvidaste, debo despedirme de Noel.
Esta vez sus pupilas verdosas se oscurecieron. No dijo nada y viajamos en silencio hasta mi departamento.
—Chau, Guille —me despedí al bajarme del auto—. Que pases una buena noche.

miércoles, 19 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - V



—De ninguna manera —dije con indiferencia—. Prosigan con su tertulia, nomás.
—Dejame con Martina… —le pidió India a Noel.
Las dos nos apeamos a la puerta de mi casa. Guille se bajó del auto para abrirnos la portezuela, nos despidió con un beso en la mejilla y me recordó: —Nos veremos luego.
Esperó hasta que entráramos al edificio y partió con Noel. Subimos la escalera en silencio y así ingresamos a mi departamento.
—Te quedaste muda —observó India.
—¿Te fijaste en que Noel no reparó en mí en toda la noche? ¿Y en que no reaccionó ante la perspectiva de que me fuera de viaje con Guille?
—¿Vas a ir? —se interesó por toda respuesta.
—¡No! El gurka no sabe que se estrellará contra un analfabeto de la tecnología. Bermúdez no debe saber quién es y plantearle una licencia extra le agravará la gastritis. Es posible que lo despida con cajas destempladas y yo tenga que soportar su irritación.
—No es muy amigable de tu parte —opinó ella.
—¡Se lo merece por soberbio! —exclamé enfadada—. Cree tener a todo el mundo a sus pies. Otro, en su lugar, hubiese rechazado la invitación de Noel.
—¿Tantas ganas tenías de echar un polvo? —Preguntó la fastidiosa mientras se ponía el camisón que le había prestado.
Miré su cara socarrona y me eché a reír. A decir verdad, ni siquiera lo había pensado: —Solo me enfureció que hubiese preferido charlar con el gurka a estar conmigo —aclaré mientras me vestía para dormir.
India, tendida en medio de la cama y con el brazo flexionado para sostener la cabeza con la mano, me miró con una sonrisa. Me acosté y la empujé hacia el borde: —Correte, ¿querés? Y traducime esa tonta mueca que tenés.
—Verás —enunció—, Noel no solo arruinó tu noche sino que también frustró la mía. Vos debieras estar en esta cama con él y yo en el hotel con tu gurka.
—No es de mi propiedad —dije torciendo el gesto.
—¡Ja! —se atragantó—. Veo que no perdés los malos modales pero sí la perspicacia… Como soy buena amiga, ya había decidido no desplegar toda mi artillería cuando fui testigo del reencuentro.
—¿Por qué lo decís? —pregunté sorprendida.
—Porque pese a las malas artes de Noel, le hubiera desbaratado los planes si no me importara perder tu amistad. Por si no te diste cuenta, Guillermo vino por vos y en tal caso yo no me voy a interponer. Aunque dudo que variara su propósito… —especuló.
—¡Estás alucinando! —expresé escandalizada.
Se puso seria y no apartó los ojos de los míos. Algo en su mirada me inquietó obligándome a renunciar a la confrontación. Le di la espalda presa de la confusión. ¿Qué insinuaba? Reviví el encuentro con el gurka y las emociones que me sacudieron al rememorar mi lejana adolescencia. Sin embargo, la actual imagen de Guille se empecinaba en sustituir al niño que deseaba recuperar para mi sosiego. Evoqué la figura varonil, la mirada que nos conectó anulando la distancia temporal, la fortaleza de su abrazo, la preocupación por mi bienestar, su perseverancia para persuadirme de acompañarlo… y la deducción de India cobró sustancia.
—¿Estás bien? —preguntó mi amiga.
—No… —dije sin volverme—. Tu sugerencia apunta a descompaginar mi vida. Sabés cuánto me costó aceptar que Noel fuera dos años menor que yo. ¿Cómo asumir una relación con alguien que pudiera ser…?
—¡No sigas buscando figuras parentales! —me interrumpió India—. Esa manía por buscar un papá debieras resolverla con un terapeuta.
—¡Que pretenda que tenga diez años más no denota buscar un papá! —me ofendí.
—Y que tenga cuatro años menos no significa que pueda ser tu hijo —subrayó—. Apuesto a que ha tenido sexo antes que vos.
No le contesté y me hizo cosquillas hasta arrancarme una risa histérica.
—¡Vamos, confesá! ¿Cuántos años tenías?
—¡Veintidós! —grité para que dejara de torturarme.
Se apartó muerta de risa: —¡Sí que sos una milady! ¡El gurka se abriría las venas si supiera que podría haber sido tu primer amante! A sus dieciocho ¡si habrán pasado mujeres por su cama!
—Un verdadero metro sexual, ¿no? —me puse panza arriba y crucé la almohada sobre el estómago para evitar que volviera al ataque.
—Es posible, pero hétero. Viste bien y con prendas de calidad. Igual su calzado. Y ni hablar de su colonia Chanel —recapituló con aprobación.
—No te perdiste detalle para haber renunciado a su conquista.
—A los hombres los incorporo a mi base de datos aunque no estén disponibles. Nunca se sabe cuándo pueden dejar de estarlo —declaró con desfachatez—. ¡Aunque al tuyo no, amiguita! —se apresuró a puntualizar.
—¡Ah… qué alivio! —suspiré—. Ahora puedo dormir tranquila que es lo que pienso hacer. Buenas noches —dije, y apagué la luz.
—No tan rápido, querida. Aún no agotamos el tema —me provocó.
—¿No pensaste en que Guille padezca una obsesión? Es probable que solo quiera quitarse las ganas de estar conmigo —elucubré.
—Liberate de la duda —aconsejó—. Sin embargo creo que lo que busca es algo más que eso.
—Tu análisis es parcial. Te olvidás que tengo una relación con otro hombre que en cualquier momento formalizaremos.
—¡Con más razón, Marti! A esta altura de nuestra vida no podemos equivocarnos —perseveró.
—¡Vos no lo querés a Noel! —interpuse.
—Dejando de lado mi antipatía, vos te merecés algo mejor. Y si en esa búsqueda sufrís un desengaño todo suma para mejorar una futura elección.
—Te empeñás en confundirme… —murmuré.
Me abrazó con fuerza: —Sos mi hermana por elección —dijo conmovida—. Quiero que seas tan feliz como lo deseo para mí. Así que te pido que no te cierres a ningún sentimiento aunque te sorprenda. ¿Me lo prometés? —preguntó con ansiedad.
—Está bien, pesada —dije restándole gravedad a su reclamo—. Y ahora dejame dormir que mañana trabajo.

miércoles, 12 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - IV



Sonreí. ¡Vaya si encubría sus diabluras! Aunque mis motivos no eran del todo solidarios. Velaba por la concordia en la casa de mi amiga porque odiaba la discordia de la mía. Las faltas del gurka alteraban a Sami hasta el paroxismo y promovían interminables discusiones con su madre así que, cuando podía, las tapaba e intentaba apelar a la cordura del chico. Para mi satisfacción, nunca incurría en las mismas travesuras, mas las sustituía por otras.
—¿Cómo están Samanta y tus padres? —me interesé.
—Los viejos bien, y Sami transitando su tercer matrimonio.
—¡Oh! ¿Y a qué se debe tanta renovación?
El gurka rió con ganas: —¡Nadie lo hubiera preguntado con tanta elocuencia! ¿Ves, milady? Siempre encontrabas las palabras oportunas para disuadirme.
—Por más que tu creatividad me superaba... —sonreí. Recuperé la seriedad—: ¿Sami es feliz?
—Está enamorada.
—¿Antes no?
—Se casó muy joven y se desengañó pronto. Calculo que buscó su segunda pareja porque no toleraba la soledad. Dos años después estaba separada con solo veinticinco años. Hace uno que conoció a un ingeniero canadiense, Darren Smith, con el cual se desposó hace seis meses. Apuesto por él.
—El éxito de la pareja no depende de uno solo —aduje—. ¿Adónde la dejás a ella?
—Adonde no llegó en otras ocasiones, en la confianza de que este hombre tiene las condiciones para construir juntos un futuro. Y en que está enamorada —reiteró.
—Mmm… Parecés un experto en mujeres enamoradas —me reí—. No te ahorrabas burlas cuando Sami y yo fantaseábamos con tener novio.
—Me faltaba experiencia —alardeó.
—¡Ah…! —exclamé en tono ambiguo.
—Esa interjección suena descalificadora, milady —expresó—. Puedo calibrar sin equivocarme a una mujer enamorada.
—¡Oh…! —me impresioné—, ¿Y en que te basás?
—En la mirada que le dirige a su hombre, en su actitud corporal cuando están juntos, en la inevitable aproximación de sus manos si están en público —declaró haciendo caso omiso a mi segunda interjección—. Por eso me pregunto cuál es el vínculo que tenés con Noel.
—Estamos comprometidos —afirmé casi desafiante.
—¡Ah…! —me remedó—. Impresionan como muy libres en su relación, lo que favorece la propuesta que pensaba hacerte.
Levanté los ojos para escudriñar las pupilas ocultas por las sombras. Por un momento tuve la impresión de estar frente a un extraño. Desconocía en esa figura corpulenta a mi amiguito de la infancia tanto como en sus contundentes aserciones. ¿Habría calculado el grado de afinidad que me unía a Noel? No hubo miradas entre nosotros ni un acercamiento de manos. En cuanto a la actitud corporal, si evaluaba mi fuga…
Esperé a que me planteara su proyecto.
—Te conté que Darren es ingeniero —principió—. Trabaja para la principal empresa vial de Canadá y es enviado a supervisar contratos alrededor del mundo. Ahora están en San Luis y, aprovechando mi estancia en Argentina, Sami insistió en que fuera a pasar una semana con ellos y en que te buscara. Pensaba hacerlo mañana, ya que no esperaba esta oportuna coincidencia.
—No me hubieras encontrado en mi anterior domicilio —dije con recelo.
—No. Pero en Florida 136 planta alta o Urquiza y Oroño, sí.
—¡Les preguntaste a India o Noel! —lo acusé al reconocer la dirección de mi casa y mi trabajo.
—¡Mujer desconfiada! Lo averigüé antes de viajar. Mi equipo se ocupó.
—Hace años que apenas tenemos contacto con Samanta —porfié.
—Pues quiere renovarlo —alegó con tenacidad.
—Mirá, gurka —precisé—. Aunque tuviese la posibilidad material de viajar, que no tengo, debo cuidar el trabajo del que vivo. Gracias de todas maneras —me acordé de corresponderle.
—No tendrías que gastar nada —perseveró—. Iremos en mi auto y Samanta nos brindará pensión completa.
—Aún así, no me restan días de vacaciones ni puedo darme el lujo de pedir una semana sin goce de sueldo —le rebatí.
Creo que Guillermo inhaló aire para moderarse. Con estudiada calma me propuso: —Si te dan esa licencia a cargo de la empresa, ¿vendrías?
La probabilidad era de una en un millón, por lo que respondí: —Dado el caso, sí.
—¡Vale! —exclamó—. Lo veré mañana.
Pensé que se iba a llevar un chasco, tan confiado estaba. Me acordé de los dos que quedaron en la mesa: —¡Guille! Es mejor que volvamos antes de que se acabe la poca amistad entre India y Noel —exhorté.
—Se celan mutuamente por vos —interpretó.
—No esta noche. El objeto de su deseo es otro —reí. Le devolví el saco cuando subíamos la escalinata—: Gracias. Ya se me pasó el frío.
—¿En qué andaban ustedes? —inquirió mi amiga.
—Le transmití a Martina una invitación de mi hermana para reunirse con ella en San Luis —respondió el gurka. Se dirigió a Noel—: Como la casa es chica, lamento no poder extender la oferta. En marzo vuelvo para atender a un cliente en avión privado y te retribuiré con una visita a mi estudio. ¿Estás de acuerdo?
—¿El de Boston? —articuló mi novio.
—El único que tengo —asintió Guille.
—Es… es fantástico —balbuceó Noel.
Yo no lo podía creer. Ni siquiera preguntó cuándo, cómo, ni con quién me iría. Se limitó a parlotear emocionado acerca del futuro viaje al santuario de su ídolo informático y acaparó su atención el resto de la noche. India me echó una mirada y se resignó a charlar conmigo. A la una interrumpí el diálogo de los científicos:
—Muchachos, lamento desconectarlos, pero ya es hora de volver a casa. Mañana es día laborable.
Noel asintió e hizo señas al camarero. Pagó la cuenta y le propuso a Guille mientras caminábamos hacia el auto: —Si no es tarde para vos, reparto a las chicas y te invito a tomar una copa en casa.
Intercambiamos otra mirada con India.
El gurka lo palmeó en la espalda con aire entusiasmado: —¡Me encantaría continuar la charla! —Después, con gesto contrito—: ¿Te importaría, Marti? —el brillo de su mirada desmentía el remordimiento.

jueves, 6 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - III



Desde mi ubicación dominaba a la muchedumbre que iba accediendo al salón central.

Atrás caminaba un nutrido grupo despaciosamente. El centro estaba ocupado por un hombre con traje claro y camisa abierta en el cuello, escoltado por cinco jóvenes vestidos formalmente. Dialogaba con gesto tranquilo con quienes se afanaban por acercarse y hacerse oír. Era el gurka, sin duda. Miré al hombretón de semblante reposado y pensé: “Cuánto has crecido, Guille; si estás más alto que India. ¿Adónde quedó el desmañado y regordete chiquilín que nos enloquecía con sus bromas?” Cuando rebasó la posición adonde yo estaba sin mirarme, recordé la recomendación de Noel.

—¡Gurka! —el epíteto me nació del alma.

Se detuvo en seco. Se volvió con lentitud y me clavó los ojos. Yo atiné a flexionar el brazo y mover los dedos a modo de saludo. Mi mueca evasiva pretendió disculpar el exabrupto. Quedamos enfrentados en medio de un silencio repentino, las miradas de los presentes convergiendo en nuestras figuras. Su rostro se transformó al reconocerme. La sonrisa complacida restableció la imagen que perduraba en mi recuerdo adolescente. Se acercó a mí con los brazos abiertos.

Milady… —murmuró mientras me estrechaba contra sí.

Yo lo abracé en medio de risas, desandando la barrera del tiempo al que me había arrojado el apelativo. Me separó un poco, manteniendo las manos sobre mis hombros, para escrutar mis facciones: —No has cambiado, milady —afirmó al cabo y me besó en la frente.

—No es así, Guille —me desasí para finalizar el show que estábamos brindando a los curiosos—. Tengo treinta años, algunas canas, dejé de ser tu dama hace una eternidad… —me interrumpí algo amoscada—, ¿por qué esa sonrisa de suficiencia?

Miró el bolsillo superior de su traje donde asomaba la punta de un pañuelo. Lo observé con detenimiento y creí reconocer el festón que lo bordeaba y la fracción de una forma estampada. Lo levanté hasta que apareció el corazón. Terminé de sacarlo y lo atesoré en mi mano.

—¡Me lo robaste…! —acusé atónita.

—Necesitaba mi prenda —se defendió— y no me la dabas.

—¡Te dije que la buscaras entre tus pares! —me ofusqué—. Lamento dejarte sin ella, pero este pañuelo es un recuerdo de familia —lo guardé en la cartera.

—Ya me lo regresarás —declaró ignorando mi enojo—. ¿Y a qué debo la magia de tu presencia?

Abrí los ojos. ¡Noel! Lo tomé del brazo: —¡Gurka! Tengo que presentarte a alguien… —dije tironeándolo hacia donde esperaban India y Noel —me siguió sin resistirse.

—Guillermo Moore —les aclaré—, India Lerner y Noel Dupont —terminé la desprolija introducción.

—¡Trabajo en sistemas y soy un seguidor de tus programas! —se atropelló Noel.

Guille le estiró la mano y volteó hacia mi amiga: —Encantado de conocerte, India —declaró y se inclinó para besarla en la mejilla.

—Lo mismo digo, Guillermo —lo tomó del brazo—. Con Martina nos preguntamos si querrías cenar con nosotros.

—Será un placer —aceptó enseguida—. Permítanme despedirme de mis colaboradores —se alejó con una sonrisa y la estela de admiradores por detrás.

—¡Es perfecto, Marti! —dijo India deslumbrada.

—Estimo que es un poco chico para vos —señaló Noel en forma desabrida.

—Tanto como vos un aprendiz a su lado —le retrucó ella.

—¿Qué les pasa? —exclamé—. Me voy a arrepentir de habérselos presentado.

—Es que distorsionaste la finalidad del contacto científico —dijo Noel—. Te pedí un acercamiento personal y lo transformaste en una salida social.

Sentí que me arrebolaba de puro enojo ante la acusación injusta y abrí la boca para contestarle. Me contuve porque Guille volvía y me miraba con expresión inquisitiva.

—¿Adónde vamos? —preguntó, omitiendo nuestro silencio.

India volvió a tomarlo del brazo: —como Noel desea agasajarte, a una parrilla de la costa que apreciarás por el lugar y la comida. ¿Verdad, Noel? —le dedicó su sonrisa más candorosa.

—¡Por supuesto! —dijo el nombrado después de una ínfima vacilación—. Mi auto está a la salida.

Hacia allí nos encaminamos. Adelante íbamos Noel y yo en silencio. Detrás, India y Guillermo en risueño intercambio. Mi novio parecía tenso y yo no estaba de humor para soportar su mal talante. Del mismo modo viajamos hasta la casa de comidas más lujosa de la costanera. Me había llevado a ese lugar una sola vez, arguyendo el excesivo costo del servicio. Como yo no podía colaborar con el pago, lo acepté sin cuestionar.

¿Y ahora qué vas a urdir, querido Noel? Cuando quiere, mi amiga es malintencionada. Vas a tener que pagar para no quedar mal con tu venerado genio — me dije con rencorosa alegría.

El asador Martín Fierro estaba ubicado sobre la pendiente que daba al río. Las mesas, a las cuales se accedía por el salón cubierto, sobre una plataforma rematada por una escalinata que desembocaba en la zona de césped. Este espacio verde se extendía hasta la baranda que cercaba el borde de la barranca. La noche se anunciaba majestuosa y las primeras estrellas titilaban en el turquesa profundo del cielo. Una fantasmagórica luna llena se iba corporizando a medida que el firmamento se oscurecía. Ante semejante perfección, recuerdo que una extraña congoja me oprimió el pecho. Deseaba disfrutar de ese horizonte sintiéndome amada y nunca había estado tan lejos de Noel. Alcanzamos el exterior precedidos por el maître quien nos ubicó en una mesa flanqueada por macetones rectangulares. Las rejas labradas sostenían las perfumadas enredaderas que separaban cada espacio ocupado, creando la ilusión de intimidad. India y yo quedamos enfrentadas como así los dos hombres. India se dedicó a su acompañante rivalizando con las preguntas que le dirigía Noel, y Guille se dividía con inaudita paciencia. Yo me sentía sapo de otro pozo entre el interés de mi amiga y de mi novio por el gurka. Después de ingerir la mitad de mi plato, me levanté y anuncié que me iba a fumar. Noel estaba tan absorto con su invitado que ni siquiera me echó una mirada de reconvención. Bajé la escalinata y me acerqué al límite del predio. Encendí el cigarrillo y me apoyé sobre el pasamano de caño, la vista perdida en la sinuosa corriente de agua. Un carguero de gran porte navegaba lentamente por el medio del río y sus luces jugueteaban con el reflejo de la luna. Me sentía sumamente vulnerable esa noche. Tal vez la belleza del entorno que pedía ser compartida, o esa inexplicable sensación de carencia. El pálido astro parecía estar tan cerca que estiré la mano para tocarlo. Una nube solitaria lo veló por un instante desatando una brisa fresca que me hizo tiritar y rodear mis brazos el uno con el otro. En ese momento, un peso cálido cubrió mis hombros. Me volví con sorpresa para encontrarme con el rostro afable del gurka.

—Guille… ¡Gracias! —acepté cerrando el saco sobre mi cuerpo.

—Siempre alerta para socorrer a mi dama —declaró llevándose la mano al corazón.

—Si no fueras un empresario exitoso diría que te quedaste anclado en el pasado —entoné con ironía.

—Es tu culpa, milady. Verte y sentirme el protagonista de Un yanqui en la corte del rey Arturo fue la misma cosa. Conservás la frescura de los diecisiete y la misma fragilidad ante el frío.

—Pero crecimos, gurka. Y vos te fuiste para arriba en todos los sentidos. Creo que superaste la altura de tu papá.

—En cinco centímetros. Sin embargo vos seguís siendo la misma friolenta que dormía en el invierno con medias de lana y guantes.

—¿Y vos cómo lo sabés? —pregunté con suspicacia.

—Porque Sami te equipó con mis medias y mis guantes térmicos.

—Debías tener una colección…

—Tal cual. Y no me importó prestártelos porque eras muy tolerante conmigo —evocó.


sábado, 1 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - II



—¿Por qué salen tan temprano? —se sorprendió Alejandra.

—Porque es un cumpleaños, ma. No vamos a ningún boliche.

—Entonces no vuelvan a la madrugada. El remise las pasará a buscar a las nueve para llevarlos a Roldán. Que Guille esté listo a esa hora.

—¿Por qué no se lo llevan ustedes? Sabés que a mí no me hace caso.

—Porque tu papá y yo queremos disfrutar de unas horas a solas. Si a las ocho no se levanta, llamame al celular.

Samanta torció el gesto pero no cuestionó. Me hizo un ademán para arrancar antes de que a su madre se le ocurriera hacer preguntas. Aunque estábamos a seis cuadras, Alejandra insistió en que no fuéramos caminando. Esperamos el taxi en la puerta y a las nueve estábamos en la fiesta. Goyo nos recibió en persona y besó a Sami en la boca. Adentro ya estaban preparando la previa. En un balde mezclaban las bebidas que cada invitado aportaba. Le pregunté a un muchacho que estaba a mi lado: —¿Los padres de Goyo permiten las bebidas alcohólicas?

—No sé. Están de viaje.

—Ayayay… esto se va a descontrolar —me dije.

A las diez, había muchos que no se tenían en pie. Yo veía de vez en cuando a Samanta, siempre asediada por el cumpleañero y con una copa en la mano. Bailé con algún muchacho que todavía estaba sobrio y me preocupé cuando perdí de vista a mi amiga por media hora. Subí a la planta alta y, con el corazón desbocado, fui abriendo las puertas de todas las habitaciones. En la última, Goyo con tres amigos y Samanta se pasaban un porro. Lo que me inquietó, fue divisar sobre el escritorio varias líneas blancas. Sabía que Sami fumaba de vez en cuando, pero también que nunca aspiraba coca. Era hora de sacarla.

—Vamos, Samanta. Ya tomaste demasiado —señalé.

—Mi mamá está en Roldán… —balbució mi amiga.

—Unite a la fumata, bruja —rió neciamente el dueño de casa.

—Ustedes hagan lo que quieran, pero nosotras nos vamos —dije decidida.

Samanta se desprendió de mi brazo y moduló con cuidado: —Andate vos, que a mí me falta lo mejor.

Volví a sujetarla e intenté arrastrarla hacia la salida. Ella me empujó y los varones se me vinieron encima. Corrí hasta la puerta y bajé la escalera sin disminuir la carrera hasta salir a la calle. Necesitaba ayuda para rescatar a mi amiga. Sus padres no estaban y mi mamá se disgustaría al saber el tipo de fiesta a la que concurría. Una idea tomaba cuerpo en mi mente: el gurka podría asistirme entre ese grupo de borrachos. Llegué sin aliento a la casa de Samanta y me prendí del timbre. Poco después Guille abrió la puerta.

—¡Gurka! ¡Me tenés que acompañar para salvar a Sami! ¡Ponete el disfraz y traé la daga con pintura!

El chico no se lo hizo repetir. Enseguida volvió con su traje ensangrentado y el cuchillo de utilería.

—Hay que asustarlos, Guille. Como están todos ebrios, bastará con que entres gritando y desparramando algunas puñaladas. Yo aprovecho la confusión y la saco a tu hermana.

—Entendí —afirmó el jovencito excitado por la aventura.

Nos detuvimos un instante en la entrada para aquietar mi respiración y después entramos a la casa. El ingreso del gurka fue triunfal. Esparció estocadas a diestra y siniestra en tanto yo subía a la planta alta. Los gritos hicieron asomar a Goyo y acompañantes fuera de la habitación, ocasión que me sirvió para tironear a Samanta hacia la escalera. Abajo, el caos era total. Guille, consustanciado con su personaje, aullaba como poseído y perseguía con el cuchillo a quien se le pusiera a tiro. Tuve que gritarle: —¡Gurka! ¡Salgamos ya!

Sami, estupefacta, no ofreció resistencia. Observó a su hermano plantarse delante de ella para enfrentar a los que estaban reaccionando, hasta que los tomé del brazo y los remolqué fuera de la casa.

—¡Corramos! —les urgí.

Con ayuda del gurka aceleramos el paso de Samanta hasta distanciarnos de algunos invitados que nos perseguían. A salvo, le dije al chico: —Gracias, Guille, ni sir Lancelot hubiera cumplido mejor la misión.

—¿Lancelot? —pronunció el gurka, y se conectó a Internet.

No pude contener una risa extemporánea ante el recuerdo, lo que me valió varias miradas de censura por parte de las señoras que esperaban. Guille se abocó con tanto empeño a investigar la historia de la nobleza que, poco después, se compró una espada de plástico y organizó ceremonias para ordenar caballeros a sus amigotes. También se empeñó en buscar una dama para ofrendarle sus hazañas y resulté yo la elegida. No lo pude convencer de que optara por una de sus compañeritas de grado y me persiguió a muerte para que le entregara una prenda para amarrar a su arma. Calculo que mis negativas lo disuadieron porque, al tiempo, no me fastidió más.

—¡Martina! —la voz aguda de India me trasladó al año actual. Me abrazó y dijo calurosamente—: ¡el día en que no aparezcas levanto la exposición! Entremos que es más tarde de lo que pensaba.

Un empleado estaba abriendo la puerta de la sala y ella, después de agradecerle, se instaló a la entrada para recibir a los invitados. Fui la última en ingresar y me puse a circular por el recinto observando las distintas esculturas. Debo reconocer que su arte estaba mejorando al incorporar nuevos materiales. Me detuve ante una escultura de madera cuya forma me sugería una escalera de caracol trepando al vacío. Impresionaba. Las representaciones abstractas eran su estilo y a mí me costaba encontrarles sentido, pero estas creaciones estimulaban mi fantasía. Así creí ver una góndola curvada sobre las olas, un ave retorciendo su cuerpo como un tirabuzón, dos peces unidos por el cuerpo y devorándose la cabeza uno a otro. Tétrico, me dije. Continué la recorrida y después me reuní con India para tomar una copa acompañada de un bocadillo.

—Creo que aparte de cumplir con papá asisten porque saben que van a comer — reflexionó.

—Gracias por lo que me toca —dije tragando un bocado.

—¡A vos no! —se rió—. Sos tan incondicional que vendrías aunque hubiese un terremoto. ¿Querés que vayamos a cenar al fin de la exposición?

—No puedo. Noel está en la conferencia de al lado y me espera a la salida. Quiere que le presente al panelista.

—¿Y vos de dónde lo tratás?

—Es un viejo conocido —dije risueña, y le conté a grandes rasgos mi relación con la familia Moore y la anécdota del gurka.

—¡Qué personaje! —exclamó mi amiga con una carcajada—. ¿Y ese chico expone en la Feria?

—Ya no es un chico, India —le aclaré, y por no desairar su invitación—: ¿qué te parece si esperás a que satisfaga el pedido de Noel y después nos acompañás a cenar?

—Podríamos ir los cuatro —consideró India.

—Si Guille no tiene compromisos, ¿por qué no? —admití—. A vos no te desvela la diferencia de edad: tiene veintiséis años.

—Sabés que me gusta la carne tierna —dijo en tono travieso—. Y si tiene algún compromiso, puedo convencerlo de postergarlo.

La miré y no pude más que darle la razón. A sus treinta y dos, India no pasaba desapercibida a la vista de ningún hombre con su metro setenta y cinco, su pelo negro hasta la cintura y su físico espectacular. A su lado yo no existía. Nos habíamos conocido tres años después de que me fuera a vivir sola, en una de mis tantas visitas al Centro Cultural Bernardino Rivadavia. Fue la primera exposición de ella que presencié. Creo que yo miraba la escultura con gesto perplejo porque se acercó y me preguntó: —¿Qué opinás?

—Nada —confesé—. No me dice nada.

—Yo soy la autora —se presentó—. India Lerner.

—¡Oh… encantada! —dije sin inmutarme—. Tal vez podrías aclarar mi oscurantismo.

—A vos no te manda mi papá —afirmó.

—No sé quien es tu papá —garanticé—. Entré a la sala porque aquí vengo a matar el tiempo los fines de semana y de vez en cuando encuentro muestras interesantes.

—No tuviste suerte con ésta —manifestó.

Me encogí de hombros: —No soy una entendida.

Ella largó una risa divertida: —No te apenes. Me da gusto encontrar a alguien que no es afecta a la adulación. ¿Cómo te llamás?

—Martina Vázquez.

—Hola, Marti —se inclinó y me dio un beso en la mejilla—. Un placer conocerte.

—Lo mismo digo —aseguré y le devolví el beso.

Así comenzó nuestra amistad. India me llevaba dos años y compartimos aficiones comunes: salíamos juntas al cine, al teatro, a cenar y a caminar los fines de semana. Desde que Sami había emigrado con su familia, no había forjado otra amistad íntima. Si bien nos mantuvimos en contacto a través del correo electrónico y ocasionales llamadas telefónicas, la distancia y las limitaciones económicas que padecía y debía resolver cada día espaciaron la comunicación hasta reducirla al saludo de fin de año.

India viajaba con frecuencia a Europa e insistió varias veces para que la acompañara. Le expliqué que me sentiría poco digna dependiendo económicamente de ella y ante mi negativa inflexible no insistió más, si bien se dio el gusto de traerme de regalo los perfumes por los que deliraba aunque no pudiera comprarlos.

A las ocho de la noche despidió amablemente a los que se hallaban en la muestra y dejó el salón a cargo del personal de seguridad para apostarnos en el ingreso a la sala D. Eran las ocho y treinta cuando se abrieron las puertas y comenzaron a desfilar los concurrentes. Tuvimos que esperar más de quince minutos hasta divisar a Noel cuyo rostro se iluminó cuando me ubicó en la entrada.

—¡Marti! ¡La conferencia fue excepcional! —me dijo con entusiasmo.

—Hola, Noel, yo también tengo mucho gusto de verte —expresó India en tono displicente.

—Ah… India, ¿qué tal? —le contestó distraído—. ¡No permitas que se te escape! —me exhortó a mí.

India esbozó una mueca de irritación. No sé por qué ambos no se gustaban. Centré la atención en la salida y me desentendí de uno y otro.