Me levanté a
las ocho porque ese día entraba una hora más tarde. Dejé que India siguiera
descansando y salí después de desayunar. A las nueve menos cinco marqué la
tarjeta y ocupé mi puesto en la sección dedicada a la atención de clientes de
habla inglesa. Mi entrenamiento con la familia de Sami y los cursos posteriores
en el Instituto de Lenguas me habían permitido acceder a una posición mejor
remunerada que la de telefonista común. Noté un cierto revuelo en el ambiente.
—¡Así que te
lo tenías bien escondidito…! —fue el saludo con que me recibió Ivette, la
intérprete de francés.
La miré con
cara de no entender nada.
—¡A
Guillermo Moore! —me espetó como si yo fuera sorda.
—¿Está aquí?
—me sorprendí.
—Como si no
lo supieras. Preguntó por vos pero fue inmediatamente secuestrado por el
segundo de a bordo.
El tal
segundo de a bordo era Juanma, el hijo de Bermúdez, responsable del área de
cómputos de la empresa. Ese detalle no lo había tenido en cuenta. ¡Él sí
conocería a Guille! No quise seguir la charla y me coloqué los auriculares.
Estuve atendiendo llamadas hasta que Juanma y el gurka secundados por Lorena,
una compañera que dominaba varios idiomas, se plantaron frente a mí.
—¡Martina! —me
comunicó el hijo de Bermúdez— Lorena tomará tu lugar. Vení con nosotros, por
favor.
Me levanté
para recibir el saludo de Guille: —Hola, Marti —dijo y me endosó un beso en la
mejilla —, no pasé a buscarte porque debía dejar instrucciones a mi equipo
—como si yo lo hubiese cuestionado.
No le
contesté. Me limité a mirar a Juanma que nos observaba con una sonrisa
atontada.
—Vayamos
hasta el despacho de mi papá —reaccionó ante mi escrutinio—. Vas a tener una
grata noticia.
Le hurté los
ojos a Guillermo por no ver algún destello de triunfo en sus pupilas y caminé
junto a ellos hasta el estudio de mi jefe. El segundo de a bordo me abrió la
puerta con deferencia y me hizo un ademán galante para que entrara. ¿Es tanta
la influencia del gurka?, me pregunté. Por el rostro sonriente de mi superior
tuve que reconocer su ascendiente.
—¡Ah,
Martina, Martina…! —me regañó con benevolencia— ¿Cómo pensó que no le íbamos a
conceder unos días de licencia para acompañar a la familia de su novio?
Lo miré con
estupor y luego me volví hacia Guille. Él no me permitió contestar: —Es que me
hablaste tanto de la generosidad de Juanpa que no dudé en plantearle nuestro
pequeño dilema —me confió mientras cercaba mis hombros con su brazo y sus dedos
sacudían con disimulo la manga de mi blusa para que sostuviera la farsa.
Creo que mi
sonrisa era tan tonta como la de Juanma y Juanpa. ¡Llamar a Juan Pablo Bermúdez
por su nombre de pila abreviado…! Era una irreverencia para cualquier simple
mortal. Léase: empleado. Pero el gurka parecía estar exento de esa servidumbre
a juzgar por la expresión complacida de mi jefe. Me removí inquieta, sin saber
qué decir, con el rostro acalambrado por la mueca estereotipada.
—Debemos
irnos ya —declaró Guille al dúo—. Marti tiene que preparar la valija y yo
despedir a mi tropa —le estiró la diestra a Bermúdez que se la estrechó calurosamente.
Después se dirigió a Juanma: —Nos vemos en marzo, ¿eh?
El muchacho
se aturrulló y casi me derriba cuando se precipitó a darle un abrazo, accidente
que el gurka evitó sosteniéndome de la cintura con un brazo y respondiendo con
el otro al efusivo saludo de Juanma. Cuando estuvimos en la calle compuse mi
cara.
—¡Por Dios!
¿Tenés un Hércules para llevar a todos tus simpatizantes a Boston? —dije
malhumorada.
Él se echó a
reír: —Hasta ahora solo invité a Noel y a Juanma. Cuando se quejó de no haber
conseguido entrada para la conferencia usé este recurso que siempre da
resultado. Si el padre se hubiera negado a mi pedido el hijo lo hubiese
asesinado.
—Tus
seguidores son una secta —le solté.
—Así es, milady, y me aprovecho de ello para
conseguir lo que deseo —reconoció con desparpajo—. Te dejo en tu casa para que
vayas preparando el equipaje. Saldremos mañana a las seis si no te importa
madrugar.
Estaba tan
seguro de sí mismo que no pude evitar desafiarlo: —Todavía no acepté la
invitación —le aclaré.
Se detuvo y
me calibró con la mirada: —Lo hiciste anoche, ¿te olvidás? —me recordó con
tranquilidad.
—¡Me tomaste
desprevenida! —lo culpé—. Además estaba segura de que Bermúdez se iba a negar
—dije enfurruñada.
—No creí que
ibas a incumplir una promesa —expresó con aire pesaroso—. Sami se sentirá
defraudada.
—¿Ya le
avisaste?
—Como estaba
seguro de que te autorizarían la salida la llamé anoche y mañana nos esperaba
para el almuerzo —tenía el mismo gesto contrito que exhibía cuando le
reprochaba su vandalismo infantil.
—Está mal
que me manipules por el lado de la culpa… —murmuré.
—Marti…
—argumentó tomándome de los hombros—, no te vas a arrepentir. Es cierto que
Samanta tiene muchos deseos de reencontrarse con vos. Y también que yo aspiro a
compartir unos días en tu compañía.
Sus palabras
y su acento estaban muy lejos del arrogante empresario que confiaba en sus
prerrogativas. Es posible que su tono emotivo me reblandeciera, por lo que me
encontré diciendo: —Está bien, todo sea por no decepcionar a Sami.
No cometió
el error de mostrarse triunfante. Asintió con formalidad y me propuso: —después
de que se vayan mis colaboradores, te paso a buscar para cenar.
¡Lo que
faltaba! Que dispusiera de mi tiempo y mis elecciones.
—Te espero
mañana a las seis. Por si te olvidaste, debo despedirme de Noel.
Esta vez sus
pupilas verdosas se oscurecieron. No dijo nada y viajamos en silencio hasta mi
departamento.
—Chau,
Guille —me despedí al bajarme del auto—. Que pases una buena noche.