martes, 25 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - VI



Me levanté a las ocho porque ese día entraba una hora más tarde. Dejé que India siguiera descansando y salí después de desayunar. A las nueve menos cinco marqué la tarjeta y ocupé mi puesto en la sección dedicada a la atención de clientes de habla inglesa. Mi entrenamiento con la familia de Sami y los cursos posteriores en el Instituto de Lenguas me habían permitido acceder a una posición mejor remunerada que la de telefonista común. Noté un cierto revuelo en el ambiente.
—¡Así que te lo tenías bien escondidito…! —fue el saludo con que me recibió Ivette, la intérprete de francés.
La miré con cara de no entender nada.
—¡A Guillermo Moore! —me espetó como si yo fuera sorda.
—¿Está aquí? —me sorprendí.
—Como si no lo supieras. Preguntó por vos pero fue inmediatamente secuestrado por el segundo de a bordo.
El tal segundo de a bordo era Juanma, el hijo de Bermúdez, responsable del área de cómputos de la empresa. Ese detalle no lo había tenido en cuenta. ¡Él sí conocería a Guille! No quise seguir la charla y me coloqué los auriculares. Estuve atendiendo llamadas hasta que Juanma y el gurka secundados por Lorena, una compañera que dominaba varios idiomas, se plantaron frente a mí.
—¡Martina! —me comunicó el hijo de Bermúdez— Lorena tomará tu lugar. Vení con nosotros, por favor.
Me levanté para recibir el saludo de Guille: —Hola, Marti —dijo y me endosó un beso en la mejilla —, no pasé a buscarte porque debía dejar instrucciones a mi equipo —como si yo lo hubiese cuestionado.
No le contesté. Me limité a mirar a Juanma que nos observaba con una sonrisa atontada.
—Vayamos hasta el despacho de mi papá —reaccionó ante mi escrutinio—. Vas a tener una grata noticia.
Le hurté los ojos a Guillermo por no ver algún destello de triunfo en sus pupilas y caminé junto a ellos hasta el estudio de mi jefe. El segundo de a bordo me abrió la puerta con deferencia y me hizo un ademán galante para que entrara. ¿Es tanta la influencia del gurka?, me pregunté. Por el rostro sonriente de mi superior tuve que reconocer su ascendiente.
—¡Ah, Martina, Martina…! —me regañó con benevolencia— ¿Cómo pensó que no le íbamos a conceder unos días de licencia para acompañar a la familia de su novio?
Lo miré con estupor y luego me volví hacia Guille. Él no me permitió contestar: —Es que me hablaste tanto de la generosidad de Juanpa que no dudé en plantearle nuestro pequeño dilema —me confió mientras cercaba mis hombros con su brazo y sus dedos sacudían con disimulo la manga de mi blusa para que sostuviera la farsa.
Creo que mi sonrisa era tan tonta como la de Juanma y Juanpa. ¡Llamar a Juan Pablo Bermúdez por su nombre de pila abreviado…! Era una irreverencia para cualquier simple mortal. Léase: empleado. Pero el gurka parecía estar exento de esa servidumbre a juzgar por la expresión complacida de mi jefe. Me removí inquieta, sin saber qué decir, con el rostro acalambrado por la mueca estereotipada.
—Debemos irnos ya —declaró Guille al dúo—. Marti tiene que preparar la valija y yo despedir a mi tropa —le estiró la diestra a Bermúdez que se la estrechó calurosamente. Después se dirigió a Juanma: —Nos vemos en marzo, ¿eh?
El muchacho se aturrulló y casi me derriba cuando se precipitó a darle un abrazo, accidente que el gurka evitó sosteniéndome de la cintura con un brazo y respondiendo con el otro al efusivo saludo de Juanma. Cuando estuvimos en la calle compuse mi cara.
—¡Por Dios! ¿Tenés un Hércules para llevar a todos tus simpatizantes a Boston? —dije malhumorada.
Él se echó a reír: —Hasta ahora solo invité a Noel y a Juanma. Cuando se quejó de no haber conseguido entrada para la conferencia usé este recurso que siempre da resultado. Si el padre se hubiera negado a mi pedido el hijo lo hubiese asesinado.
—Tus seguidores son una secta —le solté.
—Así es, milady, y me aprovecho de ello para conseguir lo que deseo —reconoció con desparpajo—. Te dejo en tu casa para que vayas preparando el equipaje. Saldremos mañana a las seis si no te importa madrugar.
Estaba tan seguro de sí mismo que no pude evitar desafiarlo: —Todavía no acepté la invitación —le aclaré.
Se detuvo y me calibró con la mirada: —Lo hiciste anoche, ¿te olvidás? —me recordó con tranquilidad.
—¡Me tomaste desprevenida! —lo culpé—. Además estaba segura de que Bermúdez se iba a negar —dije enfurruñada.
—No creí que ibas a incumplir una promesa —expresó con aire pesaroso—. Sami se sentirá defraudada.
—¿Ya le avisaste?
—Como estaba seguro de que te autorizarían la salida la llamé anoche y mañana nos esperaba para el almuerzo —tenía el mismo gesto contrito que exhibía cuando le reprochaba su vandalismo infantil.
—Está mal que me manipules por el lado de la culpa… —murmuré.
—Marti… —argumentó tomándome de los hombros—, no te vas a arrepentir. Es cierto que Samanta tiene muchos deseos de reencontrarse con vos. Y también que yo aspiro a compartir unos días en tu compañía.
Sus palabras y su acento estaban muy lejos del arrogante empresario que confiaba en sus prerrogativas. Es posible que su tono emotivo me reblandeciera, por lo que me encontré diciendo: —Está bien, todo sea por no decepcionar a Sami.
No cometió el error de mostrarse triunfante. Asintió con formalidad y me propuso: —después de que se vayan mis colaboradores, te paso a buscar para cenar.
¡Lo que faltaba! Que dispusiera de mi tiempo y mis elecciones.
—Te espero mañana a las seis. Por si te olvidaste, debo despedirme de Noel.
Esta vez sus pupilas verdosas se oscurecieron. No dijo nada y viajamos en silencio hasta mi departamento.
—Chau, Guille —me despedí al bajarme del auto—. Que pases una buena noche.

No hay comentarios: