sábado, 1 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - II



—¿Por qué salen tan temprano? —se sorprendió Alejandra.

—Porque es un cumpleaños, ma. No vamos a ningún boliche.

—Entonces no vuelvan a la madrugada. El remise las pasará a buscar a las nueve para llevarlos a Roldán. Que Guille esté listo a esa hora.

—¿Por qué no se lo llevan ustedes? Sabés que a mí no me hace caso.

—Porque tu papá y yo queremos disfrutar de unas horas a solas. Si a las ocho no se levanta, llamame al celular.

Samanta torció el gesto pero no cuestionó. Me hizo un ademán para arrancar antes de que a su madre se le ocurriera hacer preguntas. Aunque estábamos a seis cuadras, Alejandra insistió en que no fuéramos caminando. Esperamos el taxi en la puerta y a las nueve estábamos en la fiesta. Goyo nos recibió en persona y besó a Sami en la boca. Adentro ya estaban preparando la previa. En un balde mezclaban las bebidas que cada invitado aportaba. Le pregunté a un muchacho que estaba a mi lado: —¿Los padres de Goyo permiten las bebidas alcohólicas?

—No sé. Están de viaje.

—Ayayay… esto se va a descontrolar —me dije.

A las diez, había muchos que no se tenían en pie. Yo veía de vez en cuando a Samanta, siempre asediada por el cumpleañero y con una copa en la mano. Bailé con algún muchacho que todavía estaba sobrio y me preocupé cuando perdí de vista a mi amiga por media hora. Subí a la planta alta y, con el corazón desbocado, fui abriendo las puertas de todas las habitaciones. En la última, Goyo con tres amigos y Samanta se pasaban un porro. Lo que me inquietó, fue divisar sobre el escritorio varias líneas blancas. Sabía que Sami fumaba de vez en cuando, pero también que nunca aspiraba coca. Era hora de sacarla.

—Vamos, Samanta. Ya tomaste demasiado —señalé.

—Mi mamá está en Roldán… —balbució mi amiga.

—Unite a la fumata, bruja —rió neciamente el dueño de casa.

—Ustedes hagan lo que quieran, pero nosotras nos vamos —dije decidida.

Samanta se desprendió de mi brazo y moduló con cuidado: —Andate vos, que a mí me falta lo mejor.

Volví a sujetarla e intenté arrastrarla hacia la salida. Ella me empujó y los varones se me vinieron encima. Corrí hasta la puerta y bajé la escalera sin disminuir la carrera hasta salir a la calle. Necesitaba ayuda para rescatar a mi amiga. Sus padres no estaban y mi mamá se disgustaría al saber el tipo de fiesta a la que concurría. Una idea tomaba cuerpo en mi mente: el gurka podría asistirme entre ese grupo de borrachos. Llegué sin aliento a la casa de Samanta y me prendí del timbre. Poco después Guille abrió la puerta.

—¡Gurka! ¡Me tenés que acompañar para salvar a Sami! ¡Ponete el disfraz y traé la daga con pintura!

El chico no se lo hizo repetir. Enseguida volvió con su traje ensangrentado y el cuchillo de utilería.

—Hay que asustarlos, Guille. Como están todos ebrios, bastará con que entres gritando y desparramando algunas puñaladas. Yo aprovecho la confusión y la saco a tu hermana.

—Entendí —afirmó el jovencito excitado por la aventura.

Nos detuvimos un instante en la entrada para aquietar mi respiración y después entramos a la casa. El ingreso del gurka fue triunfal. Esparció estocadas a diestra y siniestra en tanto yo subía a la planta alta. Los gritos hicieron asomar a Goyo y acompañantes fuera de la habitación, ocasión que me sirvió para tironear a Samanta hacia la escalera. Abajo, el caos era total. Guille, consustanciado con su personaje, aullaba como poseído y perseguía con el cuchillo a quien se le pusiera a tiro. Tuve que gritarle: —¡Gurka! ¡Salgamos ya!

Sami, estupefacta, no ofreció resistencia. Observó a su hermano plantarse delante de ella para enfrentar a los que estaban reaccionando, hasta que los tomé del brazo y los remolqué fuera de la casa.

—¡Corramos! —les urgí.

Con ayuda del gurka aceleramos el paso de Samanta hasta distanciarnos de algunos invitados que nos perseguían. A salvo, le dije al chico: —Gracias, Guille, ni sir Lancelot hubiera cumplido mejor la misión.

—¿Lancelot? —pronunció el gurka, y se conectó a Internet.

No pude contener una risa extemporánea ante el recuerdo, lo que me valió varias miradas de censura por parte de las señoras que esperaban. Guille se abocó con tanto empeño a investigar la historia de la nobleza que, poco después, se compró una espada de plástico y organizó ceremonias para ordenar caballeros a sus amigotes. También se empeñó en buscar una dama para ofrendarle sus hazañas y resulté yo la elegida. No lo pude convencer de que optara por una de sus compañeritas de grado y me persiguió a muerte para que le entregara una prenda para amarrar a su arma. Calculo que mis negativas lo disuadieron porque, al tiempo, no me fastidió más.

—¡Martina! —la voz aguda de India me trasladó al año actual. Me abrazó y dijo calurosamente—: ¡el día en que no aparezcas levanto la exposición! Entremos que es más tarde de lo que pensaba.

Un empleado estaba abriendo la puerta de la sala y ella, después de agradecerle, se instaló a la entrada para recibir a los invitados. Fui la última en ingresar y me puse a circular por el recinto observando las distintas esculturas. Debo reconocer que su arte estaba mejorando al incorporar nuevos materiales. Me detuve ante una escultura de madera cuya forma me sugería una escalera de caracol trepando al vacío. Impresionaba. Las representaciones abstractas eran su estilo y a mí me costaba encontrarles sentido, pero estas creaciones estimulaban mi fantasía. Así creí ver una góndola curvada sobre las olas, un ave retorciendo su cuerpo como un tirabuzón, dos peces unidos por el cuerpo y devorándose la cabeza uno a otro. Tétrico, me dije. Continué la recorrida y después me reuní con India para tomar una copa acompañada de un bocadillo.

—Creo que aparte de cumplir con papá asisten porque saben que van a comer — reflexionó.

—Gracias por lo que me toca —dije tragando un bocado.

—¡A vos no! —se rió—. Sos tan incondicional que vendrías aunque hubiese un terremoto. ¿Querés que vayamos a cenar al fin de la exposición?

—No puedo. Noel está en la conferencia de al lado y me espera a la salida. Quiere que le presente al panelista.

—¿Y vos de dónde lo tratás?

—Es un viejo conocido —dije risueña, y le conté a grandes rasgos mi relación con la familia Moore y la anécdota del gurka.

—¡Qué personaje! —exclamó mi amiga con una carcajada—. ¿Y ese chico expone en la Feria?

—Ya no es un chico, India —le aclaré, y por no desairar su invitación—: ¿qué te parece si esperás a que satisfaga el pedido de Noel y después nos acompañás a cenar?

—Podríamos ir los cuatro —consideró India.

—Si Guille no tiene compromisos, ¿por qué no? —admití—. A vos no te desvela la diferencia de edad: tiene veintiséis años.

—Sabés que me gusta la carne tierna —dijo en tono travieso—. Y si tiene algún compromiso, puedo convencerlo de postergarlo.

La miré y no pude más que darle la razón. A sus treinta y dos, India no pasaba desapercibida a la vista de ningún hombre con su metro setenta y cinco, su pelo negro hasta la cintura y su físico espectacular. A su lado yo no existía. Nos habíamos conocido tres años después de que me fuera a vivir sola, en una de mis tantas visitas al Centro Cultural Bernardino Rivadavia. Fue la primera exposición de ella que presencié. Creo que yo miraba la escultura con gesto perplejo porque se acercó y me preguntó: —¿Qué opinás?

—Nada —confesé—. No me dice nada.

—Yo soy la autora —se presentó—. India Lerner.

—¡Oh… encantada! —dije sin inmutarme—. Tal vez podrías aclarar mi oscurantismo.

—A vos no te manda mi papá —afirmó.

—No sé quien es tu papá —garanticé—. Entré a la sala porque aquí vengo a matar el tiempo los fines de semana y de vez en cuando encuentro muestras interesantes.

—No tuviste suerte con ésta —manifestó.

Me encogí de hombros: —No soy una entendida.

Ella largó una risa divertida: —No te apenes. Me da gusto encontrar a alguien que no es afecta a la adulación. ¿Cómo te llamás?

—Martina Vázquez.

—Hola, Marti —se inclinó y me dio un beso en la mejilla—. Un placer conocerte.

—Lo mismo digo —aseguré y le devolví el beso.

Así comenzó nuestra amistad. India me llevaba dos años y compartimos aficiones comunes: salíamos juntas al cine, al teatro, a cenar y a caminar los fines de semana. Desde que Sami había emigrado con su familia, no había forjado otra amistad íntima. Si bien nos mantuvimos en contacto a través del correo electrónico y ocasionales llamadas telefónicas, la distancia y las limitaciones económicas que padecía y debía resolver cada día espaciaron la comunicación hasta reducirla al saludo de fin de año.

India viajaba con frecuencia a Europa e insistió varias veces para que la acompañara. Le expliqué que me sentiría poco digna dependiendo económicamente de ella y ante mi negativa inflexible no insistió más, si bien se dio el gusto de traerme de regalo los perfumes por los que deliraba aunque no pudiera comprarlos.

A las ocho de la noche despidió amablemente a los que se hallaban en la muestra y dejó el salón a cargo del personal de seguridad para apostarnos en el ingreso a la sala D. Eran las ocho y treinta cuando se abrieron las puertas y comenzaron a desfilar los concurrentes. Tuvimos que esperar más de quince minutos hasta divisar a Noel cuyo rostro se iluminó cuando me ubicó en la entrada.

—¡Marti! ¡La conferencia fue excepcional! —me dijo con entusiasmo.

—Hola, Noel, yo también tengo mucho gusto de verte —expresó India en tono displicente.

—Ah… India, ¿qué tal? —le contestó distraído—. ¡No permitas que se te escape! —me exhortó a mí.

India esbozó una mueca de irritación. No sé por qué ambos no se gustaban. Centré la atención en la salida y me desentendí de uno y otro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Carmen!

Ahora si que nos tienes en espera del capítulo que sigue de "Viaje Inesperado", espero que pronto nos des el desenlace, porque me imagino que ya viene, por eso nos tienes atrapas en la siguiente historia.

Bien por ti!

Paty

Carmen dijo...

¡Hola, Paty! Si me enviás tu correo o escribís al mío, te lo mando cuando quieras. Abrazo.