Sonreí.
¡Vaya si encubría sus diabluras! Aunque mis motivos no eran del todo
solidarios. Velaba por la concordia en la casa de mi amiga porque odiaba la
discordia de la mía. Las faltas del gurka alteraban a Sami hasta el paroxismo y
promovían interminables discusiones con su madre así que, cuando podía, las tapaba
e intentaba apelar a la cordura del chico. Para mi satisfacción, nunca incurría
en las mismas travesuras, mas las sustituía por otras.
—¿Cómo
están Samanta y tus padres? —me interesé.
—Los
viejos bien, y Sami transitando su tercer matrimonio.
—¡Oh!
¿Y a qué se debe tanta renovación?
El
gurka rió con ganas: —¡Nadie lo hubiera preguntado con tanta elocuencia! ¿Ves, milady? Siempre encontrabas las palabras
oportunas para disuadirme.
—Por
más que tu creatividad me superaba... —sonreí. Recuperé la seriedad—: ¿Sami es
feliz?
—Está
enamorada.
—¿Antes
no?
—Se
casó muy joven y se desengañó pronto. Calculo que buscó su segunda pareja
porque no toleraba la soledad. Dos años después estaba separada con solo veinticinco
años. Hace uno que conoció a un ingeniero canadiense, Darren Smith, con el cual
se desposó hace seis meses. Apuesto por él.
—El
éxito de la pareja no depende de uno solo —aduje—. ¿Adónde la dejás a ella?
—Adonde
no llegó en otras ocasiones, en la confianza de que este hombre tiene las
condiciones para construir juntos un futuro. Y en que está enamorada —reiteró.
—Mmm…
Parecés un experto en mujeres enamoradas —me reí—. No te ahorrabas burlas
cuando Sami y yo fantaseábamos con tener novio.
—Me
faltaba experiencia —alardeó.
—¡Ah…!
—exclamé en tono ambiguo.
—Esa
interjección suena descalificadora, milady
—expresó—. Puedo calibrar sin equivocarme a una mujer enamorada.
—¡Oh…!
—me impresioné—, ¿Y en que te basás?
—En
la mirada que le dirige a su hombre, en su actitud corporal cuando están
juntos, en la inevitable aproximación de sus manos si están en público —declaró
haciendo caso omiso a mi segunda interjección—. Por eso me pregunto cuál es el
vínculo que tenés con Noel.
—Estamos
comprometidos —afirmé casi desafiante.
—¡Ah…!
—me remedó—. Impresionan como muy libres en su relación, lo que favorece la
propuesta que pensaba hacerte.
Levanté
los ojos para escudriñar las pupilas ocultas por las sombras. Por un momento
tuve la impresión de estar frente a un extraño. Desconocía en esa figura
corpulenta a mi amiguito de la infancia tanto como en sus contundentes
aserciones. ¿Habría calculado el grado de afinidad que me unía a Noel? No hubo
miradas entre nosotros ni un acercamiento de manos. En cuanto a la actitud
corporal, si evaluaba mi fuga…
Esperé
a que me planteara su proyecto.
—Te conté
que Darren es ingeniero —principió—. Trabaja para la principal empresa vial de
Canadá y es enviado a supervisar contratos alrededor del mundo. Ahora están en
San Luis y, aprovechando mi estancia en Argentina, Sami insistió en que fuera a
pasar una semana con ellos y en que te buscara. Pensaba hacerlo mañana, ya que
no esperaba esta oportuna coincidencia.
—No
me hubieras encontrado en mi anterior domicilio —dije con recelo.
—No.
Pero en Florida 136 planta alta o Urquiza y Oroño, sí.
—¡Les
preguntaste a India o Noel! —lo acusé al reconocer la dirección de mi casa y mi
trabajo.
—¡Mujer
desconfiada! Lo averigüé antes de viajar. Mi equipo se ocupó.
—Hace
años que apenas tenemos contacto con Samanta —porfié.
—Pues
quiere renovarlo —alegó con tenacidad.
—Mirá,
gurka —precisé—. Aunque tuviese la posibilidad material de viajar, que no
tengo, debo cuidar el trabajo del que vivo. Gracias de todas maneras —me acordé
de corresponderle.
—No tendrías
que gastar nada —perseveró—. Iremos en mi auto y Samanta nos brindará pensión
completa.
—Aún
así, no me restan días de vacaciones ni puedo darme el lujo de pedir una semana
sin goce de sueldo —le rebatí.
Creo
que Guillermo inhaló aire para moderarse. Con estudiada calma me propuso: —Si
te dan esa licencia a cargo de la empresa, ¿vendrías?
La
probabilidad era de una en un millón, por lo que respondí: —Dado el caso, sí.
—¡Vale!
—exclamó—. Lo veré mañana.
Pensé
que se iba a llevar un chasco, tan confiado estaba. Me acordé de los dos que
quedaron en la mesa: —¡Guille! Es mejor que volvamos antes de que se acabe la
poca amistad entre India y Noel —exhorté.
—Se
celan mutuamente por vos —interpretó.
—No
esta noche. El objeto de su deseo es otro —reí. Le devolví el saco cuando
subíamos la escalinata—: Gracias. Ya se me pasó el frío.
—¿En
qué andaban ustedes? —inquirió mi amiga.
—Le
transmití a Martina una invitación de mi hermana para reunirse con ella en San
Luis —respondió el gurka. Se dirigió a Noel—: Como la casa es chica, lamento no
poder extender la oferta. En marzo vuelvo para atender a un cliente en avión
privado y te retribuiré con una visita a mi estudio. ¿Estás de acuerdo?
—¿El
de Boston? —articuló mi novio.
—El
único que tengo —asintió Guille.
—Es…
es fantástico —balbuceó Noel.
Yo
no lo podía creer. Ni siquiera preguntó cuándo, cómo, ni con quién me iría. Se
limitó a parlotear emocionado acerca del futuro viaje al santuario de su ídolo
informático y acaparó su atención el resto de la noche. India me echó una
mirada y se resignó a charlar conmigo. A la una interrumpí el diálogo de los
científicos:
—Muchachos,
lamento desconectarlos, pero ya es hora de volver a casa. Mañana es día
laborable.
Noel
asintió e hizo señas al camarero. Pagó la cuenta y le propuso a Guille mientras
caminábamos hacia el auto: —Si no es tarde para vos, reparto a las chicas y te
invito a tomar una copa en casa.
Intercambiamos
otra mirada con India.
El
gurka lo palmeó en la espalda con aire entusiasmado: —¡Me encantaría continuar
la charla! —Después, con gesto contrito—: ¿Te importaría, Marti? —el brillo de
su mirada desmentía el remordimiento.
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