miércoles, 12 de febrero de 2014

CONFLICTO AMOROSO - IV



Sonreí. ¡Vaya si encubría sus diabluras! Aunque mis motivos no eran del todo solidarios. Velaba por la concordia en la casa de mi amiga porque odiaba la discordia de la mía. Las faltas del gurka alteraban a Sami hasta el paroxismo y promovían interminables discusiones con su madre así que, cuando podía, las tapaba e intentaba apelar a la cordura del chico. Para mi satisfacción, nunca incurría en las mismas travesuras, mas las sustituía por otras.
—¿Cómo están Samanta y tus padres? —me interesé.
—Los viejos bien, y Sami transitando su tercer matrimonio.
—¡Oh! ¿Y a qué se debe tanta renovación?
El gurka rió con ganas: —¡Nadie lo hubiera preguntado con tanta elocuencia! ¿Ves, milady? Siempre encontrabas las palabras oportunas para disuadirme.
—Por más que tu creatividad me superaba... —sonreí. Recuperé la seriedad—: ¿Sami es feliz?
—Está enamorada.
—¿Antes no?
—Se casó muy joven y se desengañó pronto. Calculo que buscó su segunda pareja porque no toleraba la soledad. Dos años después estaba separada con solo veinticinco años. Hace uno que conoció a un ingeniero canadiense, Darren Smith, con el cual se desposó hace seis meses. Apuesto por él.
—El éxito de la pareja no depende de uno solo —aduje—. ¿Adónde la dejás a ella?
—Adonde no llegó en otras ocasiones, en la confianza de que este hombre tiene las condiciones para construir juntos un futuro. Y en que está enamorada —reiteró.
—Mmm… Parecés un experto en mujeres enamoradas —me reí—. No te ahorrabas burlas cuando Sami y yo fantaseábamos con tener novio.
—Me faltaba experiencia —alardeó.
—¡Ah…! —exclamé en tono ambiguo.
—Esa interjección suena descalificadora, milady —expresó—. Puedo calibrar sin equivocarme a una mujer enamorada.
—¡Oh…! —me impresioné—, ¿Y en que te basás?
—En la mirada que le dirige a su hombre, en su actitud corporal cuando están juntos, en la inevitable aproximación de sus manos si están en público —declaró haciendo caso omiso a mi segunda interjección—. Por eso me pregunto cuál es el vínculo que tenés con Noel.
—Estamos comprometidos —afirmé casi desafiante.
—¡Ah…! —me remedó—. Impresionan como muy libres en su relación, lo que favorece la propuesta que pensaba hacerte.
Levanté los ojos para escudriñar las pupilas ocultas por las sombras. Por un momento tuve la impresión de estar frente a un extraño. Desconocía en esa figura corpulenta a mi amiguito de la infancia tanto como en sus contundentes aserciones. ¿Habría calculado el grado de afinidad que me unía a Noel? No hubo miradas entre nosotros ni un acercamiento de manos. En cuanto a la actitud corporal, si evaluaba mi fuga…
Esperé a que me planteara su proyecto.
—Te conté que Darren es ingeniero —principió—. Trabaja para la principal empresa vial de Canadá y es enviado a supervisar contratos alrededor del mundo. Ahora están en San Luis y, aprovechando mi estancia en Argentina, Sami insistió en que fuera a pasar una semana con ellos y en que te buscara. Pensaba hacerlo mañana, ya que no esperaba esta oportuna coincidencia.
—No me hubieras encontrado en mi anterior domicilio —dije con recelo.
—No. Pero en Florida 136 planta alta o Urquiza y Oroño, sí.
—¡Les preguntaste a India o Noel! —lo acusé al reconocer la dirección de mi casa y mi trabajo.
—¡Mujer desconfiada! Lo averigüé antes de viajar. Mi equipo se ocupó.
—Hace años que apenas tenemos contacto con Samanta —porfié.
—Pues quiere renovarlo —alegó con tenacidad.
—Mirá, gurka —precisé—. Aunque tuviese la posibilidad material de viajar, que no tengo, debo cuidar el trabajo del que vivo. Gracias de todas maneras —me acordé de corresponderle.
—No tendrías que gastar nada —perseveró—. Iremos en mi auto y Samanta nos brindará pensión completa.
—Aún así, no me restan días de vacaciones ni puedo darme el lujo de pedir una semana sin goce de sueldo —le rebatí.
Creo que Guillermo inhaló aire para moderarse. Con estudiada calma me propuso: —Si te dan esa licencia a cargo de la empresa, ¿vendrías?
La probabilidad era de una en un millón, por lo que respondí: —Dado el caso, sí.
—¡Vale! —exclamó—. Lo veré mañana.
Pensé que se iba a llevar un chasco, tan confiado estaba. Me acordé de los dos que quedaron en la mesa: —¡Guille! Es mejor que volvamos antes de que se acabe la poca amistad entre India y Noel —exhorté.
—Se celan mutuamente por vos —interpretó.
—No esta noche. El objeto de su deseo es otro —reí. Le devolví el saco cuando subíamos la escalinata—: Gracias. Ya se me pasó el frío.
—¿En qué andaban ustedes? —inquirió mi amiga.
—Le transmití a Martina una invitación de mi hermana para reunirse con ella en San Luis —respondió el gurka. Se dirigió a Noel—: Como la casa es chica, lamento no poder extender la oferta. En marzo vuelvo para atender a un cliente en avión privado y te retribuiré con una visita a mi estudio. ¿Estás de acuerdo?
—¿El de Boston? —articuló mi novio.
—El único que tengo —asintió Guille.
—Es… es fantástico —balbuceó Noel.
Yo no lo podía creer. Ni siquiera preguntó cuándo, cómo, ni con quién me iría. Se limitó a parlotear emocionado acerca del futuro viaje al santuario de su ídolo informático y acaparó su atención el resto de la noche. India me echó una mirada y se resignó a charlar conmigo. A la una interrumpí el diálogo de los científicos:
—Muchachos, lamento desconectarlos, pero ya es hora de volver a casa. Mañana es día laborable.
Noel asintió e hizo señas al camarero. Pagó la cuenta y le propuso a Guille mientras caminábamos hacia el auto: —Si no es tarde para vos, reparto a las chicas y te invito a tomar una copa en casa.
Intercambiamos otra mirada con India.
El gurka lo palmeó en la espalda con aire entusiasmado: —¡Me encantaría continuar la charla! —Después, con gesto contrito—: ¿Te importaría, Marti? —el brillo de su mirada desmentía el remordimiento.

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