domingo, 7 de agosto de 2011

DESPUÉS DEL TEMPORAL - XIX

El sábado al mediodía Sofía se reunió con Carina y Mónica para almorzar en un autoservicio. Al buscar una bandeja, se topó con Ingrid y Mauro que se retiraban. Después de una charla afectuosa la comprometieron para cenar en su casa. El hermano de Germán insistió en ir a buscarla y se despidieron hasta la noche. Apenas llegó a la mesa, sus compañeras la asediaron.

-¿Ése no era Mauro? –preguntó Carina.

-Sí. Con Ingrid, su mujer.

-¿Cómo sabés que es la mujer? –dijo Mónica.

-Porque una vez fui a cenar a su casa. Y me han vuelto a invitar para esta noche.

-¡Ah, pícara! Te lo tenías bien guardado. ¿Y cuándo fue eso? –indagó Carina.

-El día que Germán me propuso trabajo. Esa noche festejaban el embarazo de Ingrid y me convenció para ir. Yo estaba tan aliviada por el vuelco que había dado mi situación que no opuse mucha resistencia… -recordó con una sonrisa.

-Es un buen comienzo –opinó Carina.- Caer bien a la familia es premisa básica para evitar conflictos.

-¡Ja Ja! –rió Sofía.- ¿Lo comprobaste con tus futuros suegros?

-Todavía no. Pero me estoy preparando para eso –afirmó Carina.

-¡Sí! –dijo Mónica.- Hace terapia tres veces por semana.

Las tres se desmadejaron de la risa. Después de comer completaron el programa que las había reunido y fueron al cine. A las seis de la tarde se separaron. Sofía se dio una ducha y revisó su guardarropa. Esa noche quería lucir mejor que la primera. Se puso un vestido claro que modelaba su cuerpo, una chaquetilla corta, sandalias de taco alto y se cubrió con un abrigo largo. Mauro fue puntual. Le dirigió una mirada de aprobación que no requería palabras. En el trayecto charlaron sobre la función a la que asistió Sofía y ambos declararon ser fanáticos de Woody Allen. Ingrid la recibió con alegría y unos pequeños entremeses antes de la cena.

-¿Así que mi imprevisible hermano está en Inglaterra? Me enteré porque me habló desde allí.

-Y yo también –dijo Sofía riendo.- Parece que Farris pasaba con su jet por el aeropuerto y lo invitó a acompañarlo para firmar un nuevo contrato.

-No me sorprende –intervino Ingrid.- Germán es de tomar decisiones súbitas, pero nunca alocadas. Tiene un sexto sentido que en general no lo traiciona. Como cuando se liberó de tu tío –recordó.

-Que no le funcionó con Brenda –agregó Mauro y se silenció ante la estocada visual que le dirigió su mujer.

-¿Y quién es Brenda? –preguntó Sofía con naturalidad.

-El pasado. La exmujer de Germán. Una relación equivocada –aclaró su hermano.- Se separaron hace diez años después de haber convivido cinco. Germán era joven y vivía para trabajar y sostener mis estudios. Le ganaba horas al cansancio para perfeccionarse en su oficio y apareció esta vivaz jovencita que lo sacudió de la monotonía. Se casaron de inmediato, y al poco tiempo afloraron las exigencias de Brenda.

-Ella tenía dieciocho años, Mauro. Y la vida que le ofrecía Germán carecía de las diversiones propias de su edad –dijo Ingrid conciliadora.

-Sí. Y yo tenía diecinueve y estudiaba como loco para hacer honor al esfuerzo de mi hermano. –contestó despectivo. Se repuso y continuó:- La estabilidad afectiva que buscaba en su mujer fue desapareciendo en el saco sin fondo de los reclamos, y para cuando se divorciaron ella hizo la última demanda: la mitad de los bienes de Germán. Por suerte él ya conocía a Ruiz, porque en su afán de quitársela de encima le hubiera dado el cien por ciento –terminó riendo.

Una peregrina imagen cruzó por la mente de Sofía: quince años antes ella tenía… catorce años. El alivio la ganó pensando que entonces no hubiera podido brindarle a Germán el amor que necesitaba. Hoy era su oportunidad. Mauro e Ingrid la miraban inquietos. Ella les dedicó una sonrisa radiante y pasó a preguntarles por el bebé en camino. Poco después rindieron tributo a la magnífica comida de Ingrid. Después del postre, Sofía insistió en ayudar a la anfitriona a limpiar la cocina y Mauro anunció que ambientaría la sala de estar. Ése era el momento de intimidad que deseaba Ingrid para hablar con Sofía. Desde la noche en que la había conocido se preguntó por qué Germán no la frecuentaba. Y le constaba que esa joven estaba siempre presente en las charlas de los hermanos curiosamente interrumpidas cada vez que ella aparecía. Si indagaba a Mauro, sólo le contestaba con evasivas. Una vez le preguntó a Germán. Él le dedicó una sonrisa melancólica, le pasó un brazo por los hombros y le revolvió el pelo por toda respuesta. La inmediata corriente de simpatía que se había establecido entre ellas la autorizó a la confidencia:

-Hace un largo mes que me pregunto qué pasa entre Germán y vos. ¿Tanto me engañé el día que te conocí? –suspendió por un momento el lavado de platos.

Sofía no confundió el reclamo de Ingrid con una intromisión. También era partícipe de ese sentimiento fraterno que se había instalado entre ellas.

-Definime engaño –pidió con gesto malicioso.

Ingrid, envalentonada por la aceptación implícita en las palabras de la joven, respondió:

-Ví a un hombre que se bebía los vientos por una jovencita de expresión reservada, pero no indiferente –recalcó. Y repitió:- ¿acaso me engañé?

Sofía negó con la cabeza.

-Esa tarde Germán vino a rescatarme del infierno en que se había convertido mi vida. Estaba tan susceptible por las afrentas recibidas que sentí recelo ante su propuesta. Y le dije que sólo aceptaría si no implicaba ninguna intención de resarcimiento.

-¿Resarcimiento…? –dejó la pregunta en suspenso y después exclamó:- ¡Sofía! ¿Pensaste que Germán te exigiría algún favor sexual? No es propio de su carácter, y además yo pondría las manos en el fuego por él.

-Entendeme. Yo apenas lo conocía…

Ingrid captó algo más en la estremecida voz de de la muchacha. Se necesitaba otro componente aparte de la desconfianza para construir ese muro de contención. Terminó de lavar los platos y se sacó los guantes. Sofía secó el resto de la vajilla absorta y en silencio. Al dejar el repasador se encontró con la cariñosa mirada de la dueña de casa que se acercó para ponerle una mano en el hombro:

-¿Tenías miedo de él?

-No. Tenía miedo de mí y de la complejidad de sentimientos que me inspiraba. Hacía un año que intercambiábamos apenas un saludo en la oficina, y en un día y medio descubrí a un hombre sensible y atractivo que hizo tambalear todos mis blindajes. No quería sufrir más decepciones, Ingrid.

La mujer acortó la distancia y la abrazó:

-Creeme –dijo con seguridad.- Germán no te defraudará.

Se separaron con la sonrisa intimista de dos hembras hermanadas por un secreto.

-¡Eh, chicas! –llamó Mauro.- ¡Que me estoy aburriendo!

Lo encontraron en la salita adonde había presentado, sobre una mesa baja de cristal, las copas de champaña y una caja de chocolates. Se levantó al entrar las jóvenes y besó a su mujer.

-No se vayan que enseguida traigo la bebida –advirtió.

Destapó la botella de champaña amagando apuntar a Sofía que se atajó con un gritito. El corcho saltó junto a la espuma que Mauro vertió con pericia en las copas. Después las repartió y brindaron antes de sentarse.

-¿Así que Germán consiguió otro contrato? ¿Es tan ventajoso como el primero?

-Lo es –dijo Sofía.- Porque tiene la representación exclusiva de la fábrica de Farris. Los concesionarios de Buenos Aires no escatiman artimañas para desplazarlo, pero ese hombre parece incondicional de tu hermano.

Mauro les relató la circunstancia en que se habían conocido, a lo que Ingrid dijo:

-¡Es tan propio de mi cuñado! Si el empresario es un hombre inteligente no puede menos que valorar esa actitud. ¿Pero cómo sabés que tratan de saquearle los contratos? –le preguntó a Sofía.

-Porque Farris me lo cuenta cada vez que un intermediario se pone en contacto con él –contestó ella riendo.- Es un hombre muy agradable y hemos establecido una estupenda relación de trabajo. Ayer lo conocí mediante una videoconferencia. Es casi como lo imaginaba.

-¿Estaba Germán? –indagó Mauro.

-Sí. –contestó parcamente Sofía con el rostro arrebolado.

-¿Por qué no ponés un poco de música? –intervino Ingrid.

Mauro se levantó conciente de la reacción de la muchacha por quien su hermano desvariaba. Caminó hacia el reproductor y seleccionó temas diversos. Cuando volvió, Sofía y su mujer hablaban de los nombres que habían elegido para su primogénito: Florencia en caso de ser mujer o Maximiliano si fuera varón. Arrellanados en los sillones escucharon música en un silencio amigable. Mauro invitó alternadamente a bailar a Ingrid y a Sofía hasta que dieron las dos de la madrugada. A esa hora la invitada se despidió declarando que debía participar de una bicicleteada a las nueve de la mañana. Cuando regresaron de trasladarla a su casa, Ingrid fue la primera en acostarse. Mauro se inclinó sobre su mujer y le dio un largo beso. Se incorporó y mientras deslizaba los dedos por su mejilla, dijo:

-Ya sé que cuando quedaron a solas estuvieron chusmeando. ¿Puedo saber qué futuro le depara a mi hermano?

-¡Ah, no! Ni te vas a enterar porque correrías a decírselo –rió Ingrid.

-Te prometo que me lo guardaré para mí. ¡Vamos, querida, sacame de la incertidumbre!

-¿Por quién me lo prometés? –preguntó Ingrid.

-Por Florencia o Maximiliano.

Ella miró el rostro solemne de su marido y tomó la mano que la acariciaba para besarla.

-Creo que Sofía está tan enamorada de Germán como él de ella.

-¡Magnífico! –exclamó Mauro.- No hubiera podido soportar a ese grandullón con el corazón roto.

-¿Podrás dormir ahora? –le dijo ella con gesto malicioso.

-Más tarde. ¿No dicen que los bebés ya reciben estímulos desde el seno materno? –preguntó bajando su mano por el suave abdomen de Ingrid.

-¡Oh! –ronroneó ella mientras Mauro se tendía a su lado.- ¿Qué le vamos a estimular?

-La capacidad de gozar… -murmuró el hombre haciéndola vibrar con sus caricias.